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Una de las consecuencias más notables y graves del agotamiento del modelo
presidencialista en México ha sido el empoderamiento de los gobernadores en sus
respectivas entidades, una suerte de “balcanización del poder” que en nuestro país
se empieza a conocer como feuderalismo. Difícilmente se podría encontrar mejor
descripción de esta condición que la atribuida al gobernador veracruzano, Fidel
Herrera Beltrán, en una conversación telefónica “pinchada”: “…traigo todo el pinche
gobierno en mis manos, estoy en la cúspide del poder…”.
Rasgo frecuente y compartido por los mandatarios estatales y que forma parte del
ejercicio meta-constitucional del poder es la tendencia a perpetuarse (y a cubrirse las
espaldas) mediante la selección e imposición de su sucesor. Paso culminante de un
régimen que impone una serie de tareas a cumplir por el gobernante antes del
finiquito de su administración. Tareas que van desde la “construcción” del posible
candidato hasta el aseguramiento de su triunfo en las urnas, despejando antes su
camino a la candidatura, propiciando a lo largo de la campaña la suscripción de los
compromisos con grupos y protagonistas que habrán de facilitarle su acceso a la
gubernatura y de impedirle el libre desempeño de ésta. Recurro nuevamente al
gobernador de Veracruz en su célebre alocución telefónica: “…tú haz lo que tengas
que hacer, después nos encargamos de limpiar el tiradero…”.
Las dos experiencias electorales más recientes ocurridas en México nos dejan
importantes enseñanzas, puntos luminosos que pudieran convertirse en amanecer
democrático. En las elecciones federales de julio del 2009, los gobernadores
pudieron dar rienda suelta a sus afanes hegemónicos y a sus métodos caciquiles:
Oaxaca, Puebla, Coahuila, Tabasco, Durango, Tamaulipas, Veracruz, Sinaloa,
Hidalgo, Campeche y Quintana Roo, estados todos que no conocen la alternancia
partidista, fueron arrasados por la “ola roja”, llevándose la mayoría si no es que todas
las diputaciones en disputa.
Los saldos de la jornada electoral del 4 de julio fueron tan gravosos para el PRI que
su presidenta, Beatriz Paredes, tuvo que reconocer la necesidad de establecer
métodos de selección de candidatos más eficaces y equitativos. No lo dijo Sor
Beatriz, pero al PRI le urge quitar a los gobernadores la potestad para elegir e
imponer a su sucesor “…haiga sido como haiga sido…”. Tuvo que ser el Secretario
del PRI, el senador Murillo Karam, el que compareciera ante los medios para
reconocer abiertamente que en varios estados se había escogido a malos
candidatos. No alcanzó a decirlo pero, además de los malos candidatos, sus
“padrinos” eran pésimos y sus métodos “de convencimiento” terminaron por rebasar
los topes de paciencia y la sumisión del electorado.
Me sentí obligado de hacer este prolongado rodeo electoral para explicar con bases
suficientes las dificultades que puede enfrentar Ibóm Ortega al tratar de imponer a
Angélica Araujo, actual alcaldesa de Mérida, como candidata del PRI al gobierno de
Yucatán. La señora Araujo no tiene mayor trayectoria política ni ha demostrado
cumplir los requisitos mínimos indispensables para desempeñar con certidumbre el
encargo gubernamental (la alcaldía que ahora ocupa durará sólo 26 meses y, en
caso de ser postulada, debería pedir licencia con seis u ocho meses de antelación,
¿será que en 18 meses pueda rendir resultados suficientes para convencer a los
escépticos?).
Su brevísima y artificial trayectoria se limita a los tres años que dura el gobierno de
su amiguita: pasó de ser socia y compañera de fiestas de la gobernadora a
desempeñarse como directora del Instituto de Vivienda (organismo en el que trabajó,
años antes, como dibujante “por horas”). Fue candidata y resultó electa Diputada
Federal, cargo que desempeñó tres meses (subió dos veces a tribuna, presentó una
iniciativa de ley que no prosperó, y asistió a seis sesiones de comisiones) antes de
convertirse en candidata a la Alcaldía. Pese a que todas las encuestas le daban una
ventaja de 20 a 25 puntos porcentuales (lo que hubiera representado entre 40 y 50
mil votos de diferencia), ganó la alcaldía con 9 mil votos de diferencia (4%) a pesar
del derroche económico y de los excesos electorales en que incurrió la mandataria
estatal en su papel de comandante en jefe de la OLA ROJA.
Las cifras mencionadas y las actitudes políticas que éstas suponen cobran su real
importancia si consideramos el grado de postración en que se encontraba -y
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Las alianzas alcanzadas por los partidos que integral el DIA (PRD, PT y
Convergencia) con el PAN, a nivel local, han permitido constatar a partidos y
dirigentes el enorme respaldo que pueden encontrar cuando son las expectativas de
la propia ciudadanía las que definen al candidato y determinan las prioridades
sociales que habrán de convertirse en compromisos de gobierno.
Esa posibilidad no sólo se contempla en Yucatán, avanza y se acerca día con día,
crece la posibilidad de concretarse con cada evento de corrupción que trasciende,
con cada nueva mentira que se propala, con cada nueva campaña mediática que se
despliega con los recursos del pueblo, se reafirma y amplía con la reiterada e
indignante sumisión que guardan en el Congreso, en el Ayuntamiento y en el Cabildo
meridano, en el PRI, a los caprichos reiterados y a los excesos insospechados de
Ibóm Ortega. Al tiempo…