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Pertenecer. Luchas de poder y éticas… FERNANDO PEQUEÑO.

Trabajo final Seminario de Violencia Política |1

Pertenecer
Luchas de poder y éticas divergentes:
el mundo de los Derechos Humanos frente a la violencia de Estado en Salta

L as fechas conmemorativas activan memorias públicas y privadas, permitiendo que procesos


subjetivos e intersubjetivos se tornen más visibles. Durante marzo de 2006 y a treinta años
de sucedidos, se conmemoraron en Salta dos hechos que atraviesan tangencialmente los casi
doscientos casos de desaparecidos y asesinados en la última dictadura militar en toda la
provincia1. Aunque ambas situaciones tienen un fuerte carácter local, lograron una amplia
proyección nacional, al participar activamente como querellante de los juicios la Secretaría de
Derechos Humanos de la Nación y al tratarse de una figura reconocida en los setenta por quienes
hoy ocupan posiciones de poder estratégicas en el orden nacional: el 11 de marzo el secuestro y
asesinato del ex gobernador constitucional Miguel Ragone, y el 24 de marzo el día del golpe
militar en el país.
En mi carácter de nieto de Miguel Ragone, durante el mes de febrero, un par de semanas antes
del 11 de marzo, fui interpelado por representantes de una comisión que se había formado
recientemente para organizar un mes de conmemoraciones que involucraban conferencias de
prensa, actos políticos, marchas y otros tipos de actividades que implicaban cierto protagonismo
social. Esa comisión estaba integrada por representantes de la Cámara de Diputados de Salta, del
Consejo Municipal, del Colegio de Abogados de Salta, de la Secretaría de Derechos Humanos
del Gobierno de Salta y de representantes de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación,
en Salta. Es decir, una comisión integrada por ‘funcionarios’ en distintos niveles de jerarquía
estatal, y todos pertenecientes además al partido justicialista, lo cual no es un dato menor, en
tanto es actualmente el partido mayoritario en el poder.
Aproximadamente un año y medio antes había convencido a parte de la familia a participar como
querellantes en el juicio por el asesinato de Miguel Ragone, que fue reabierto en febrero de 2004
en uno de los dos juzgados existentes en la jurisdicción federal de Salta. Desde esa época inicié
un proceso de ‘investidura’ por parte de la familia como del medio social local, que fueron
confiriéndome cierta legitimidad para hablar y ser escuchado entre la gente y en los lugares
donde se discute a cerca de la marcha de los juicios, de la vida y las memorias de los familiares
de otras víctimas, de sus emprendimientos; y también cierta legitimidad entre la gente que mira a
esa gente, con distintos grados de proximidad y de compromiso. A partir de esa interpelación,
ese proceso de legitimación e investidura se acrecentó significativamente al acceder a participar
en los actos conmemorativos.
El recorrido que generalmente hago desde la experiencia subjetiva hacia la caracterización más
general de los fenómenos, me permite abordar distintas dimensiones del poder. Estoy convencido
que la inclusión de la dimensión emotiva en los estudios del poder es una herramienta potente de
análisis social, y que el mayor desafío cuando se recurre a ella consiste en objetivar al sujeto
objetivante2 (1998: 98), al decir de Bourdieu. En lo que sigue intento hacer una fuerte tarea
1
En el Juzgado Federal Nº 2 de la Provincia, se encuentran radicadas ambas causas. Entre marzo y abril, la Cámara
de Apelaciones de la Justicia Federal de la jurisdicción, ordenó la enumeración de las causas que fueron cerradas y
que permanecen sin procesamiento de culpables. Esa es nuestra fuente de información.
2
Implica considerar el punto de vista que el actor social tiene de la realidad que se pretende estudiar.
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reflexiva sobre las maneras en que el poder se manifiesta y fluye configurando un aparato de
dominación sobre los cuerpos y las mentes de los actores involucrados en los espacios que muy
genéricamente voy a llamar ‘de derechos humanos’. Esas luchas se manifiestan en un campo de
protesta y de intervención activa, en luchas de poder.

Los actores de derechos humanos en Salta


¿Quienes son los grupos que pueden identificarse bajo la categoría de trabajadores o interesados
por los derechos humanos en Salta? No es mi intención una enumeración exhaustiva con
nombres y características propias de cada grupo que trabaje en la ciudad ni en la provincia, ni
rastrear las conexiones y articulaciones de grupos nacionales en ellos; sino analizar los elementos
que permiten identificarse a si mismos y entre si, a los grupos de actores que tuve posibilidad de
conocer, como parte de mi propio proceso personal de inclusión a ese mundo de los derechos
humanos. Un primer recorte surge evidente: existe un mundo de ‘funcionarios’ frente a un
mundo de ‘familiares’ en el campo de los derechos humanos. Entre los funcionarios existen
diferencias dadas por las distintas jerarquías dentro de la estructura del estado y el área en que se
insertan, que se manifiestan en visiones de si y de los otros, diferenciadas, y también en
posibilidades e imposibilidades de acción e interpretación de sus propias funciones. Así, es
posible en una primera instancia tipologizar esas diferencias en tres categorías: 1.– funcionarios
políticos, 2.– funcionarios judiciales y 3.– funcionarios académicos. En el ámbito de los
familiares la diferencia está se construye por la existencia o no de lazos de sangre. Así, es trazar
posible una tipología bilineal entre 1.– victimas directas de familiares, frente a otras menos
directas ó 2.– amigos de familiares. Ese factor diferenciador de la sangre, junto a otros elementos
de cierta ficción social, como veremos luego, es el andamiaje sobre el que todos los actores del
mundo de los derechos humanos han venido construyendo poder.

Como resultado de mi proceso de acercamiento a los conmemoraciones y a partir de acciones


conjuntas emprendidas en la querella en el ámbito judicial, tuve oportunidad de observar el
comportamiento y las maneras de visualizarse a si mismos y de presentarse de estos
funcionarios. Sintéticamente intentaré describirlos con la intención de dejar planteadas líneas de
trabajo etnográfico o de recuperación de historias de vidas que arrojen luz sobre los procesos de
construcción y gerenciamiento de poder en el mundo de los derechos humanos por parte de sus
actores.

Funcionarios Judiciales. Al ámbito de la justicia federal


1.– Jueces a cargo de las causas. En general todos manifiestan un fuerte compromiso con los
juicios que involucren el dolor de las victimas de asesinados y desaparecidos.
2.– Jueces de la Cámara de Apelaciones. Son menos proclives a los temas de derechos humanos
y desarrollan un juego fuertemente interesado en articular con el orden político hacia el futuro
inmediato. Es el lugar donde se insertan representantes de las facciones sociales pertenecientes al
poder económico constituido durante los últimos treinta años. La Cámara de Apelaciones, y en
general la justicia federal local, es un lugar disputado por tres generaciones y en donde se
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produce una especie de padrinazgo de masculinidad. La generación más antigua está


representada por jueces que están jubilándose, los cuales tuvieron una relación muy fuerte con el
poder de la represión de los ’70, y también jugaron roles importantes dentro de la estructura del
partido justicialista en los ‘70. La generación media esta representada por los más jóvenes de
aquellos jueces, en plena actividad, que acumularon prestigio y poder a partir de los mismos
lugares del poder militar o civil que actuó en la dictadura, y que siguió fortaleciéndose en los
años siguientes a la misma. Representan la clase política y económica exitosa del proyecto
genocida, buscan seguir ascendiendo en sus carreras judiciales a la vez que preservar y defender
los espacios de los dominantes justamente en los lugares que les hacen posible la interpretación
de las leyes y su aplicación en favor de sus propios intereses de clase. Les resulta fundamental en
esa empresa agiornarse de los valores mas progresistas en materia de derechos humanos,
resultando central el respeto por le dolor de las víctimas. La generación mas joven está
representada por abogados que no vivieron la represión ni el terrorismo de estado, y que lo
visibilizan a partir de una clase que abordó fervientemente la teoría de los dos demonios, cuando
no contribuyó activamente en la dictadura. Son hijos de quienes se beneficiaron con la
instauración del modelo político dictatorial y totalitario y económico de la patria financiera
instaurada en la dictadura. Esos jóvenes jueces, pensando en clave de género, necesitarían cierto
respaldarazo de sus referentes mayores. Sus trayectorias y sus decisiones son lábiles: cegados por
el poder, interpelados a reproducciones mecánicas de la vida por sus familias, atrapados por una
construcción de masculinidad que los pone en situaciones de escasa independencia frente a sus
referentes masculinos mayores: padres, docentes, familia extensa; están atrapados en el juego del
don y el contra don de la reproducción de clase. A la luz de las estructuras del viejo sistema
genocida, son una promesa, con poco éxito de contribuir a un cambio.
3.– Sumariantes y secretarios/as de jueces. Son parte de rangos menos favorecidos dentro de la
carrera judicial y son cargos ocupados por gente más joven que responde siempre a una lógica
racional con respecto a fines, parafraseando a Weber. Las posturas en relación a los casos que
atienden varía de acuerdo al lugar que ocupen dentro de las relaciones interiores del juzgado.
Depende de la proximidad a los jueces y del capital social que han podido desarrollar en sus
trayectorias. Así, estarán fuertemente determinados por sus superiores en la estructura. Se da
aquí el mismo fenómeno de dominación patriarcal que mencioné para el padrinazgo de los
jueces.
4.– Los fiscales. Son funcionarios jóvenes, con orígenes de clase e ideológicos muy diversos.
Particularmente en la justicia federal de salta se constituyeron en los paladines de la defensa de
los viejos jefes patriarcales que se constituyeron en el andamiaje de la política represiva del
genocidio. Se debaten entre la fidelidad absoluta a esos jefes que les abrieron las puertas de los
lugares de poder que hoy ocupan, ya por la profesión, ya por los negocios conjuntos, ya por los
lazos afectivos y de sangre; y la traición a los mismos por las nuevas presiones que deben
afrontar para sostenerse en sus posiciones de poder e incrementarlas en el devenir de sus carreras
profesionales.
5.– Policías de la justicia federal. Son actores que corporalmente manifiestan una extracción
social de grupos dominados tradicionalmente. Se mueven al interior del edificio del poder
judicial como si estuvieran por fuera de la sociedad a la que pertenecen. Son eficaces guardianes
del orden y celosos de toda persona que circule al interior del edificio.
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Funcionarios Políticos. Al ámbito del gobierno local del PJ


Los funcionarios de la estructura política se disputan espacios de incumbencia entre si, en cuanto
a lo que cada uno considera que es el ámbito en el que deben actuar las acciones que contribuyen
a acrecentar y defender los derechos humanos. Muchos de ellos llegaron a sus cargos por ser
familiares de víctimas o por haber sido victimas ellos mismos. He tenido oportunidad de
observar en sus discursos un trabajo activo por separar al interior de sus subjetividades entre el
‘funcionario’ y el ‘familiar’ o la víctima. Creen que como funcionarios hay cosas que no pueden
hacer o decir, que si podrían hacerlas y decirlas como familiares o víctimas. Es probablemente el
síntoma más representativo de la cooptación: quedar atrapados entre elecciones racionales para
mantener y acrecentar el poder de funcionarios; y el deseo de hacer y decir en función de
contribuir a políticas y acciones que contribuyan a fortalecer la justicia sobre hechos que han
marcado sus trayectorias. A primera vista no me parece que esto implique básicamente una
dicotomía, pero tienden a vivirlo de esa manera.

Funcionarios académicos: el poder experto


Incluí una categoría intermedia a la que llamo ‘funcionarios académicos’ para indicar un tipo de
actores que no pertenecen a la estructura política ni jurídica del Estado, y que no son
necesariamente familiares o victimas de familiares, aunque no los excluye. Lo que distingue a
este grupo es su saber profesional que les permite actuar desde espacios de poder dado por un
capital simbólico en base a un conocimiento experto. Me refiero a profesionales insertos en la
estructura de la universidad, y también a abogados que se ‘especializan’ en derechos humanos,
no solo en la defensa de víctimas de familiares de desaparecidos, sino en el amplio espectro que
hoy ocupan los derechos humanos. En general se visualizan a si mismos como ‘opuestos al
estado’, ‘no políticos’, ‘autónomos e independientes’, interesados en ‘el dolor de las víctimas’ o
como portadores de una ideología a la que consideran superior, más desinteresada o más
humana.

Una propuesta sobre la violencia política: desplazarse de los físico a lo dóxico


Si hace diez años una línea importante que mantenía ocupados a los pensadores y estudiosos de
estos temas era el rol y la responsabilidad de las organizaciones armadas en la dictadura. Tal vez
hoy esa pregunta esté obsoleta y sea pertinente desplazar el interés al rol y la responsabilidad de
los grupos de derechos humanos en la construcción y consolidación de la democracia. Es
probable que las categorías de culpable e inocente con las que se intentaba analizar –desde la
ética– la violencia política de los sesenta y setenta nos permitan pensar hoy en los procesos
subjetivos y sociales que les otorga o no a los actores que hoy juegan en el campo de los
derechos humanos, la posibilidad de transformar la herencia totalitaria de sus trayectorias en
elecciones, estructuras psíquicas, deseos, intereses y actos y hechos sociales que permitan
construir un mundo más equitativo y menos violento.
La responsabilidad civil de la tolerancia a la nefasta política setentista sobre la que se ha venido
pensando puede ser abordada hoy, como el travestimiento civil y de funcionarios diversos, con
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ropajes y valores de ‘derechos humanos’. Y lo que ha cristalizado como una recuperación


homogenizadora y positiva de todos los militantes setentistas, es probable que actualmente
permita abrir preguntas sobre las diferencias y los procesos de construcción social –es decir
histórica– de naturalización que hicieron surgir la categoría de ‘familiar’ motada en la
legitimidad del dolor, de la sangre y del duelo.
Frente a quienes piensan que la violencia encierra cierta esencia antipolítica y consideran que en
la violencia política, –por lo menos frente a la violencia política de tipo físico, a la lucha
armada– se acaba lo político, como sostiene Claudia Hilb; siguiendo a Clustres y Elías asumo
que no hay una ruptura de lo político en la violencia, y que para explicar el funcionamiento de
una sociedad analizando la violencia, solo podemos partir de la historia, es decir de hechos
situados, alejándonos de cualquier abordaje ético, lo que no quiere decir que desconozca la
función de la(s) éticas(s) entre los seres humanos al otorgarles sentidos a sus mundos morales y a
sus acciones.
Además, creo que es fundamental separar la dimensión física de la simbólica porque me parece
que a treinta años del golpe, la dominación ha devenido en una acción dóxica como bien lo
explica Bourdieu (1995: 101 – 125), tanto o más brutal en su eficiencia que toda la violencia
política física de los sesenta y setenta. No es mi intención restarle importancia a está última, ni a
la situación extrema de la muerte que representa; sino remarcar dimensiones analíticas que den
cuenta de la imposibilidad de la confianza, y de la imposibilidad de la articulación de acciones
eficientes de colectivos que en apariencia se encuentran muy cercanos entre si en cuanto a
valoraciones e intención de ciertas acciones para llegar a un mismo fin. ¿Qué es lo que hace del
mundo de los querellantes en los juicios, un lugar infinitamente diversificado cuando todos dicen
que tienen el mismo objetivo de verdad y justicia, por ejemplo?
Creo que si se quiere explicar el papel de la violencia en las interacciones humanas, como una
cuestión constitutiva de las mismas y no necesariamente destructiva; no se debería separar la
esfera pública de la privada porque aún el acto más privado es político en el sentido de estar
performateado por el mundo público y político en el que los actores se desenvuelven.
Frente a argumentos a favor de una idea de política donde no cabe la violencia de ningún modo,
donde todo lo violento queda o debería quedar por fuera de la política porque esta sería el lugar
del encuentro, de cohesión social o por lo menos de la dimisión civilizada de las diferencias
(Hilb, 2001) ; creo que se aproximan mucho a esos otros argumentos que defienden la categoría
de ‘familiar’ fundada y legitimada en los lazos de sangre y en el dolor de las víctimas, operando
un fuerte trabajo de naturalización que permitió luego el montaje de todo un andamiaje sobre el
dolor de las víctimas cuya resultante fáctica solo puede ser cooptación y dominación. Ambas son
ideas que no permitirían un trabajo activo de memoria, una memoria ejemplar y no un abuso de
memoria, como diría Jelín (2002). Desde esta perspectiva las investigación sobre violencia
política deberían intentar un trabajo de desnaturalización de las categorías que permiten y han
permitido la revictimización de los familiares y víctimas en el mundo de los derechos humanos,
y también de los funcionarios que son igualmente cooptados por el sistema de dominación.
Tal vez la categoría arentdiana de ‘violencia racionalizada’ que Claudia Hilb recupera, sirva para
pensar en el grado de conciencia de si con que ciertos funcionarios y familiares manipulan y son
manipulados en las luchas de construcción de poder. En ese sentido propongo transpolar el par
‘violenica reactiva’ – ‘violencia instrumentalizada ó racionalizada’ para pensar la violencia
física, manifiesta; en un par ‘posibilidad de resistirse’ – ‘cooptación ó dominación’ para pensar
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la violencia dóxica, encubierta y propia de procesos donde confluyen la psicogénesis y la


sociogénesis, en la trayectoria de pensamiento de Elías (1993).

Característica principal de los grupos de derechos humanos


Entre los grupos que transitan el espacio de los derechos humanos, ya sean funcionarios, ya
familiares, surgen temas que superan las reivindicaciones de verdad y justicia sobre los
desparecidos.
Por mi participación en diversos actos después de las fechas conmemorativas de marzo, he
tenido posibilidades de observar lo que pasa entre funcionarios y familiares. En ocasiones de
dialogar y acompañar acciones en el quehacer cotidiano, fui advirtiendo que el campo está
cruzado por intereses que escapan la preocupación por los familiares de desaparecidos: un
abogado que se especializa en las luchas por la tierra de los pueblos originarios, funcionarios
ejecutivos a nivel de secretaría de Estado ó Nación, o funcionarios pertenecientes al legislativo
provincial han venido librando una batalla entre ellos por la mayor o menor legitimidad a la hora
de involucrarse en actos políticos sobre la suerte de chicos detenidos en cárceles en condiciones
de hacinamiento. Actúan como administradores de un capital que se acrecienta según a cada cual
de ellos acudan las víctimas de situaciones plurales que van construyéndose como ‘problemas
sociales de derechos humanos’.
Entre otras que solo enumeraré, problemas de migraciones, de malos tratos o negación de
atención en hospitales, de malos tratos o golpes policiales, participación en homenajes a
personajes de la historia local que evocan memorias ligadas a la ‘lucha por el pueblo’, educación
a jóvenes, asuntos en los que interviene el género entendido como relaciones que pacifican la
convivencia de ‘hombres y ‘mujeres’, problemas de drogas y suicidio de jóvenes, etc…
De parte de los grupos organizados de familiares que trabajan en derechos humanos, estas
acciones e intereses son aproximados a la de los grupos de funcionarios, con la salvedad que
trabajan ayudando a las victimas a organizarse en la demanda al Estado, ofreciendo desde un
espacio de escucha, hasta asesoramiento de abogados. Se interesan por trabajos comunitarios y
por demandar a los funcionarios de derechos humanos en lo que entienden como sus
obligaciones. Se visualizan a si mismos como una especie de órganos controladores de los
funcionarios, por tanto, enfrentados.

Dominación y resistencia
Desde que empecé a transitar un espacio más social en este campo de juego a partir de haber
participado en los actos oficialistas del PJ, conmemorativos de las memorias de marzo pasado,
una situación comenzó, para mí, a evidenciarse como una tensión: la posibilidad de transitar
libremente entre el mundo de los funcionarios y el de los familiares. Cada uno de los familiares,
a muchos de los cuales ya conocía y a los que fui conociendo, se ocupó de advertirme sobre ‘el
uso y la manipulación que ‘los políticos’ intentarían hacer de mi acercamiento’ con una
advertencia explicita y gráfica en su literalidad: ‘no te contamines’, ‘cuidado con tal o cual’…
Por otro lado entre los funcionarios la reacción tenía que ver con reivindicar mi participación en
base a la legitimación que me da ‘ser nieto de un hombre con tan altos valores, etc…’, ‘el único
con quien se puede dialogar o intentar construir algo’, ‘no estar corrupto’, ‘ser un poco ingenuo
pero capaz de aprender’, etc…
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Voy a evidenciar una ambivalencia respecto al trato que los funcionarios me confieren y una
contradicción que observo en el mundo de familiares, para intentar desnaturalizar las relaciones
entre entre ellos y entre ellos y los grupos de familiares, y sobre las cuales apuestan y construyen
sus vidas los grupos ligados a los derechos humanos. No es mi intención emitir juicios
valorativos sino observar los mecanismos de dominación de un sistema que mediante la
abstracción posiciona a los individuos en lugares ya previamente pensados por el poder, ya
mapeados, diría María Lugones (2003). Y me surge la pregunta ¿cómo puedo yo escaparme a ser
pensado desde el poder de abstracción? ¿Puedo actuar de una manera resistente?
La caracteriza central de los grupos de funcionarios es la desconfianza, evidenciada en
constantes intrigas y pactos de silencio. Los funcionarios minorizan a los familiares. Los
minorizan por protegerlos, por preservarlos, ‘para que no sufran’, o porque no tienen
conocimientos expertos que ellos obtuvieron solo al transitar esos espacios en los que se mueven.
Una situación límite me permitió ‘despegarme’ o desnaturalizar situaciones opacas a lo ojos de
un recién llegado: fue cuando decidieron apartarme –en el sentido de no contarme– una serie de
situaciones que surgieron a partir de movimientos judiciales que veníamos trabajando y que
involucraban también al resto de la familia. Me refiero a presiones, visitas, declaraciones,
impugnaciones, etc. en las que resultaban fundamental las estrategias que legitiman a los
familiares en base al dolor y la sangre. La proximidad producto de esta empresa, que se hizo
posible a partir de los actos conmemorativos, desató en mí un proceso emotivo que me sostuvo
en posiciones ambivalentes respecto de mis búsquedas personales y de mi posibilidad de un acto
reflexivo frente a los hechos. Dicho de una manera reduccionista, porque no es la intención
detenerme en un proceso psicoanalítico, sino evidenciar la dominación, mi encuentro con los
funcionarios evocó en mi la fantasía de un encuentro con mi abuelo, de la recuperación del
mundo con él perdido; sumado al deseo de un mandato familiar constituido en veinte años de
silencio y de aislamiento respecto del mundo de los funcionarios. Yo tenía ocho años cuando mi
abuelo desapareció, pasaron treinta más. Tanto los ‘nosotros no entendíamos porqué la familia
había permanecido tanto tiempo en silencio’ hasta ‘tu abuelo tal o cual cosa’ que recibía en los
diálogos con funcionarios de altos niveles políticos en espacios más privados, después de los
actos; contribuyeron a avivar el fuego del encuentro; y también las puertas que en altas esferas de
decisiones judiciales y políticas a nivel del Estado nacional se abrieron al reclamar el ‘nieto de’,
incrementaron la ansiedad y la fantasía. El silencio para preservarme o para ‘no crearle a la
familia falsas expectativas’ –como me explicaron– sobre cuestiones que considero de alta
incumbencia de toda la familia, me permitió la distancia necesaria para cierta exotización. No
significa que pueda oponerme a la cooptación –por lo menos no todavía– pero sí clarificar un
hecho: los funcionarios no son mi abuelo.
El mundo de los familiares me deparó otra cuestión de la que me resultó más fácil distanciarme.
Ese conocimiento vino de dos lados diferentes. Por una parte ya había conocido grupos
organizados que conforman redes de trabajo y que tienen anclaje en la universidad, lugar por
donde se inició el contacto, pero también a partir de gente que después de los actos oficiales se
acercaba a contarme historias de mi abuelo, me ofrecían sus números de teléfono, en fin
buscaban una continuidad de ese encuentro y se ligaban a mi desde las historias privadas. En
algunos encuentros posteriores con algunas de esas personas, pude observar la manera en que los
lazos afectivos desarrollados se basan en el dolor, en el desamparo y en el firme propósito de
unirse y organizarse para que el Estado, sin distinción de ninguna clase entre los funcionarios
porque ‘son todos corruptos’ pague de alguna manera el dolor que no pueden resignificar.
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He podido observar desde la compra de dulces y mermeladas caseras entre el grupo, la ayuda
económica a la hija de un matrimonio porque uno de ellos sufrió un proceso de tortura y se salvó,
hasta un escrache preparado contra un policía torturador que declaró recientemente en uno de los
juicios. Muchos diálogos y bromas conducen en el interdiálogo entre los familiares al
surgimiento inevitablemente de la disputa y el enfrentamiento con las políticas de Estado sin
distinción de ningún tipo. La sensación que se tiene es de estar frente a un conjunto de personas
que se visualizan a si mismas como un linaje inscripto en una tradición de lucha: el hijo de, el
nieto de, la esposa de, la viuda de. Y que además se visualizan a si mismos como superiores
moralmente por estar enfrentados al Estado, como si el compromiso de esas víctimas a las que
representan fuera justificación suficiente de la autoridad y del valor que se confieren y que les
confieren. Tener acceso a un juez o fiscal, conseguir mover el expediente, sentirse enojados para
interpelar a una personalidad importante, gritarle a funcionarios, etc. son cuestiones recurrentes
sobre las que tejen status y tratos diferenciales entre si.
Tanto la propia comunidad de familiares, como los funcionarios, muchos de los cuales provienen
de los círculos de familiares y la sociedad en general, otorgan a las victimas y familiares de
desaparecidos un status que pareciera estar más alto que el del resto de la gente. Esa
consagración se basa en la portación de la sangre y en el sufrimiento que tuvieron. Esa estrategia
de reivindicación de la sangre y centralización del dolor ha dado lugar a reiterados usos e
inmovilizaciones de los propios familiares en la lucha por la verdad, las demandas y la
reinserción social. Pero los familiares no son pasivos tampoco. Tienen voluntad, intereses y fines
propios, que a veces pueden coincidir con los de los funcionarios, otras no.
De acuerdo a las valoraciones que los funcionarios hacen de los motivos por lo que los familiares
son importantes en todos los procesos de derechos humanos esta el hecho que pueden incorporar
la mirada de la víctima en los proceso de reclamos y generación de justicia. Por eso se tornan
importante su presencia en marchas o en procesos de indagatoria en los juicios.
No todos los familiares son llamados a participar de la misma manera, más allá que deseen o no
hacerlo. Solo los que por algún motivo han devenido en personas notables y que por tanto
parecerían detentar ‘valores morales’ más altos. Personalmente creo que esta convocatoria a los
familiares refuerza la categoría de víctima a la que me he negado sistemáticamente a ser
considerado. ¿Qué es lo que hace socialmente posible que los familiares nos pensemos y seamos
pensados como más legitimados cuando aludimos a los lazos de sangre para impulsar la
intervención y la acción pública de reclamo en los juicios, las marchas, los escarches o cualquier
proceso que involucre un reclamo a la violencia de Estado? Si lo que se busca es la reinserción
social, o el trabajo de una memoria ejemplar al decir de Jelín, que permitan resignificar el valor
de los hechos del pasado, en son de la recuperación de un espacio vital que se había perdido, a
través de la masacre de la generación de nuestros padres o abuelos, es preciso resistirse a ocupar
el lugar del dolor en el que muchos discursos colocan a los familiares. Para eso se vuelve
necesario desnaturalizar la categoría de ‘familiar’ en la que pueden confluir el dolor de la perdida
y la imposibilidad del duelo, todo lo cual no implica una cuestión de esencia en el psiquismo o
en el cuerpo, sino que es siempre un proceso que resulta de la construcción de una categoría
sociológica y política, por tanto histórica y no esencial.
Siguiendo a Durkheim (1982, en Pita2005), es preciso someter la idea de ‘familiar’ a una
indagatoria que haga posible romper con las cuestiones que oculta al ser el propio concepto parte
de la experiencia cotidiana de las relaciones sociales que lo constituyen. Si todo concepto de uso
popular y cotidiano puede resultar ambiguo, éste que especialmente refiere a las relaciones de
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parentesco, aparece ligado al campo de la sangre y por ese motivo se lo asocia inmediatamente al
mundo de lo natural y esencial. Bourdieu (1994: 126–138) dice que la familia se piensa y es
pensada como el lugar fuera del interés económico, como el lugar de la confianza y el don como
oposición al mercado y el espíritu calculador. Trasladando esta ficción al campo de lo político, el
familiar estaría siempre en situación de ‘desinterés’, más allá del interés único que se haga
justicia sobre las injusticias sufridas, lo cual le proporciona un status diferente por sobre el resto
de las personas. Por esta misma forma de imaginar la familia, el familiar respondería siempre a
una racionalidad afectiva, lo que le permitiría expresar y traducir los lazos familiares al lenguaje
de los sentimientos, de ahí las alusiones constantes a la sangre, al amor, a la confianza, al dolor.
Justamente, el dolor aparece, se constituye como un lugar, como una estructura que favorece las
demandas, que se pone en circulación como un valor que legitima y funda autoridad, la autoridad
‘siempre desinteresada’ de los familiares. La idea fundante del dolor como legitimidad de la
demanda de justicia tiene que ver con la idea social del duelo como una cuestión privada que
vendría a reforzar la racionalidad afectiva de los actos desinteresados. En un sentido opuesto,
Durkheim (2003: 599) sostiene que el duelo no es la expresión espontánea de emociones
individuales, o sea una cuestión individual de la sensibilidad privada, sino un deber impuesto por
el grupo que está obligado a lamentarse. El resultado de esta obligación permitiría la posibilidad
de reavivar sentimientos colectivos, fortalecer lazos sociales, en otras palabras contribuir a la
cohesión social logrando adhesión a las figuras que portan la investidura otorgada por el ritual.
Este proceso social deja oculta tras estas figuras –los familiares– maneras de construir poder
entre el parentesco y lo privado y lo social y lo político, con el peligro de borrar las diferencias
entre los actores, situaciones y grupos que pueden practicar estrategias muy diferentes, al
presentarlos a todos como moralmente más válidos legitimados por el dolor. Para desnaturalizar
estos actos y leer la realidad en otra clave se torna imprescindible historizar al familiar.
Es cierto que el mundo de los familiares posibilitó una forma eficiente de protesta contra la
violencia del Estado, pero también es cierto que la participación de muchos familiares en el
Estado es una forma más entre tantas, de construir poder. Una forma que tiene que ver con el
intercambio con el estado y con la validación de los términos de ese intercambio. Un buen
numero de familiares que he tenido posibilidad de conocer en este trayecto, critican a algunos
que han accedido a integrarse a las estructuras del Estado. Fundan su crítica en la imposibilidad
política y ética de trabajar en los mismos espacios de quienes han dado muerte a sus familiares.
Sobre todo, la alusión al dinero o los recursos económicos que desde el Estado pueden disponer
para objetivos en principio iguales, profundiza más el distanciamiento y la valoración negativa.
Mi acercamiento a estos mundos de funcionarios y familiares me permitió pensar sobre estas
cuestiones poniendo en juego mi propia subjetividad.
Pita (2005) ve en el proceso mundos morales enfrentados. Por un lado, dice, existen familiares
que ven en el acercamiento al Estado un agravio de sus propias ideas respecto a la moral, la vida
y la muerte y las actitudes que ‘les deben’ a sus víctimas, imaginando sus relaciones con las
mismas como propias de la familia y de las cosas ‘que no tienen precio’. Además, cualquier
relación contractual con el Estado los colocaría siempre en situaciones de subordinación y no en
relaciones de igualdad imaginadas a partir del especial status que ser ‘familiares de
desaparecidos o víctimas’, les estaría confiriendo ante quien ‘mató a los suyos’. Desde una
posición radicalmente enfrentada, aquellos familiares que han accedido a ‘unirse’ al Estado,
están convencidos que no tienen por que dar explicaciones de los medios que usan para
conseguir la reparación y creen estar actuando con absoluta libertad. No ven la cooptación.
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Coincido con Pita cuando dice que son dos formas distintas de hacer política, que involucran dos
éticas divergentes y diferentes posiciones respecto de la posibilidad o no de intercambio con el
gobierno. Ambas formas, aunque se presenten como opuestas, contribuyen a la generación de
status y autoridad. Son las valoraciones morales divergentes respecto al mundo de la familia, al
gobierno y a los propios vínculos con las víctimas desaparecidas, lo que habilita o impide trazar
relaciones con el gobierno. Considerar esas valoraciones implica comprender lo que los actores
plantean con convencimiento y certeza, las creencias que marcan el modo en que construyen los
significados, imaginan la realidad, y la crean. En el mundo de los familiares y de los funcionarios
esas valoraciones se presenten luego como ‘posiciones políticas’.
Por lo pronto, una forma de resistencia a la cooptación, a la dominación de la abstracción en una
figura como la de ‘familiar’ en donde todos resultemos iguales por el dolor que nos legitimaría y
por la sangre que corre por nuestras venas, es fijar las relaciones en la posibilidad del
surgimiento de vínculos afectivos y efectivos de reconocimiento mutuo de la persona, de la
subjetividad singular; una manera de construir relaciones de modo independiente y autónomo al
de ser ‘nieto de’, o ‘familiar de’. El hecho de ‘pertenecer’ a la categoría de familiares o
funcionarios, o la posibilidad de transitar entre ellas debieran depender de las trayectorias
individuales, historizadas, y no del fantasma del dolor y de la sangre.

Estar siendo resistentes


Recurriendo a una estrategia analítica que me lleva a intentar explicar y generalizar una cuestión
singular y particular de la emotividad, como un problema social, intente describir el mundo de
los familiares de derechos humanos en salta concibiéndolo de manera amplia de tal forma que
involucra no solo a los familiares y víctimas de los desaparecidos sino a todos los que luchan por
la reivindicación de ciertos derechos frente al estado y que empiezan a entenderse como derechos
humanos. Funcionarios y familiares están imbricados en redes de poder, desde las cuales son
mapeados por un poder que le precede y desde las cuales construyen con diferentes estrategias y
desde diferentes valoraciones morales, sus posiciones de poder. A la hora de ser interpelado por
esas redes de poder, intenté pensar si el ‘pertenecer’ a una u otra categoría en el mundo de los
familiares de derechos humanos, posibilita un libre tránsito entre ambas; para lo cual intenté
pensar si la dominación de la abstracción homogenizadora sobre el dolor y la sangre, funciona de
manera diferentes para unos y otros. Tal vez si es posible visualizar desnaturalizando los
mecanismos del poder, sea posible resistirse a él. Desde cualquiera de esos mundos: el de los
funcionarios, o el de los familiares de derechos humanos.
Pertenecer. Luchas de poder y éticas… FERNANDO PEQUEÑO. Trabajo final Seminario de Violencia Política | 11

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