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LAS AMISTADES PELIGROSAS: UNA CARTA SOBRE EL ESCEPTICISMO DE GEORGE BERKELEY NOTA PRELIMINAR En los primeros meses de 1710 George Berkeley publicé su afamado —amado y odiado— A Treatise Concerning the Principles of Human Knowledge (Prinaplz el subtivalo dea obra establece que en ella se pretende examinar —y combatir— “as principales causas de error y las dficultades en las ciencias, asi como los fundamentos del escep- ticismo, el atefsmo y la irreligién”. El 26 de agosto del mismo aio, en su residencia del Trinity College, Berkeley recibe una carta de su amigo Sir John Percival’, en donde éste le informa que a la publicacin de los Pringples han seguido, en los circulos intelectuales de Dublin y Londses, comentarios acerca del caricter escton del pensa- miento expuesto en esa obra. Menos de dos semanas después (6 de septiembre) Berkeley, aparentemente exaltado, responde a Percival con una carta en la que se lee “Gualquiera que lea mi libro con la adecuada atencidn, vera claramente que existe una ‘oposicién directa entre los principios contenidos en él y aquellos de los escépticos” No obstante, Berkeley confiesa —en un tono que oscila entre el franco desconsuelo yla resignacién— que, en efecto, uno de sus mayores temores al momento de publ ‘carlos Prinaples eta el de poder ser considerado un escéptico. La historia terminaria aqui a no ser por un descubrimiento acaecido més de dos siglos después del inter cambio epistolar entre Percival y Berkeley. En el invierno de 1932 el investigador aleman R. Metz —autor de un volu- men olvidado: George Berkeley. Lehen und Lebre (Stuttgart, 1925)— exhumé en la Bi blioteca del Trinity College en Dublin, entre las paginas del segundo volumen del Enquiry into the Nature of the Human Sou! (London: Steahan, 1733; rceditado en Bristol: ‘Thoemmes Press, 1990) de Andew Baxter,’ una carta escrita por Henry Lee, fechada cl 12 de marzo de 1711 y dirigids a George Berkeley: En ella Lee —del que no sabemos casi nada; tan sélo que era un clérigo inglés, autor de AntiSiypticim: or, Notes pon each Chapter of Mr. Lack’ Essay concerning Humane Understanding. With an Expication of al tbe Particulars of bich be Treats (London, 1702; reedici6n facsimilar: New York: Gatland Press, 1978), y que murié en 1713, aio de publicacién de los Tiree Dialgues between Hylas and Philonus(Dialegee|— expone, aparentemente respondiendo una car- ta de Berkeley que nunca ha sido hallada, las principales razones pot las que el pensa- miento berkcleyano expuesto en los Prinpls fue frecuentemente interpretado como siendo favorable a la actitud eseéptica. La carta —ignorada por Alexander Campbell Fraser en su Li and Letters of George Berkeley (ver bibliografia), asi como en su edicién cen cuatro tomos de The Works of George Berkeley (ver bibliogratia)— fue publicada por Metz en la revista judia de Berlin Archi fr erorene und wiedergfundene Texte (No. 3: 35-45) en el mes de marzo de 1933. No obstante, el descubrimiento no logré una difusin satisfactoria, ya que pronto el Archiv Fue censurado por las autoridades nazis y casi la totalidad de sus ejemplares condenados a perecer en las llamas —junto con ‘otros veinte mil libros “obscenos”— el 10 de mayo de 1933 en Berlin HERNAN DARIO CARO A. herrcaro@hotmail.com Universidad Nacional de Colombia "Conse prvado del Re ode land, + gui Bekeley dalieé su Evry maurdh a New 8 '& Peo 14 2 Tamia Papin, 19 7m 12 saga 7/1/2003 Sin embargo, el destino de la earta de Henry Lee a Berkeley no era desaps- recer del todo ese aito; si bien el texto original descubierto por Metz no ha sido recuperado, algunas copias del Archiv lograron legar a unas pocas manos en un par de ciudades europeas. Uno de esos felices destinatarios fue el annimo reeditor de la segunda edicin de Life and Letters of George Berteley (Kilerin: Utopia Books, 1947) 1a tinica novedad que esta reedicién contiene es precisamente la carta de Lee, segin fue publicada en el Archi, junto con la “Introduccién” —de la que he extraido los datos historicos de las anteriores lineas— y las notas al texto, todo escrito por Metz. El desafortunado hecho de que este volumen fuera publicado s6lo un afio antes de la aparicién de las nuevas Obras de Berkeley, edicién ahora canénica —y que sorprendentemente desconoce de nuevo la carta de Lee— (The Works of George Berkely, ed. A. A. Luce y T. E. Jessop; ver bibliografia), ha contribuido a que Ia cexistencia de la importante carta siga siendo casi totalmente ignorada j, segiin entien- do, no poseamos traduccién 0 comentario critico algunos. La suerte quiso que un ejemplar del Life and Letters del 47 cayera alguna vez ‘en mis manos; hoy s6lo me queda una pélida fotocopia de las piginas 158-67, que contienen la carta de Henry Lee. La carta esté compuesta en un inglés incoloro y falta I primera pagina. He afadido, ademis de las referencias pertinentes alos Prindples de Berkeley —las cuales se encuentran entre corchetes al lado del texto de Lee corres- pondiente—, algunas notas al conjunto sdlo con el fin de poner de relieve la agudeza «que Lee manifiesta a través de ciertas apreciaciones, que parecen adelantarse a otras «que afios 0 siglos después distintos pensadores expondrian. De ninguna manera pretendo con ello presentar una de aquellas ediciones “criticas” fastidiosas que s6lo roban fluider al texto y confunden al lector respecto al caricter y la originalidad del autor. Espero que mi traduccién, que pretende ser completamente fie, colabore a esclarecer lo referente a las supuestamente estrechas relaciones entre la filosofia de Berkeley y el escepticismo, y en un nivel, digamos filol6gico, a establecer la autentici- dad o el caricter espurio de la carta El traductor. Henry Lee Carta sobre el escepticismo de George Berkeley Carta pe Henry Ler 4 Georce Br>KELEY “[..4 siendo este, pues, el eriterio general de existencia que usted establece como conclusi6n de aquel argumento: eres ser peribid es imposible que las cosas —en ‘cuanto no son sino ideas— tengan una existencia por fuera de las mentes o las cosas pensantes que las perciben [Prinaps, 63].' Segin su insta doctrina ls cosas que de hecho no estén siendo percibidas —a excepcién, claro, de la mente que percibe {52}— no pueden existir: el mundo —que yo, y con toda razén segin su opinién, llamo ‘real’— existe en mi mente; cuando duermo, cuando muero, cuando no presto atencidn, las cosas no desaparecen ni son por completo exterminadas sélo posque Ellas percibe y porque sobreviven en Su Eterno Espiritu; sin mi, sin Dios, sin un «spititu 0 una mente cualesquiern, nada es ni nada puede see (56) Segiin usted, de los anteriores principios surge una verdad que para cada hombre ha de ser clara y evidente: la materia, la ‘sustancia material’ de la que nuestros filésofos hablan, aquella que constituye las cosas que cono- cemos, asi como nuestros propios cuerpos, aquel sustrato de toda cualidad sensible, cuya existencia no depende del hecho de que Dios 0 yo la perciba ‘mos, y que existié antes de mi y existird cuando yo ya no sea més, aquella materia, digo, no existe en realidad y no puede existir. En efecto, puesto que sélo lo que es percibido puede ser, debe ser absurdo pensar que algo como la ‘materia impensante ¢ independiente, en cuanto a su existencia, de toda per cepcién pueda siquiera ser posible. Siha de haber una sustancia, ésta sélo ha de ser el espiritu, Su espititu, que todo lo percibe [57] Me pregunta usted por qué sus Princples han sido recibidos con tal ma comprension, ridicula y superficial (humorous and superficial misunderstanding por qué se afirma con desagrado, en Londres y en Dublin mismo, que su ot constituye la mejor y mis aguda leceidn de escepticismo que puede trarse tanto entre los antiguos como entre nuestros filosofos. Debo coneeler que es mas ficil comprobar los fallos y los errores en la obra de un gran espirira que ofrecer una exposicién clara y completa de su valor. Empero teleo mis primeros parrafos y no puedo menos que confesar que su doctrina se me presenta como de lo mas escandalosa, y logro comprender por qué no pocos opinan que usted, seftor Berkeley, es uno mis de aquellos eseépticos descarados que dudan de todo y todo lo destruyen. Solicita usted mi juicio; en lo que sigue intentaré dirselo y si bien no pretendo agotar aqui todas las razones por las que usted es considerado —a pesar, segiin entiendo, de usted mismo" — un discipulo de aquel intranguilo Pirrdn y del burlén Bayle, expondré los principales motivos por los que us- ted goza de tan desafortunada celebridad en los salones y los circulos del Reino. "langue alge Leehace teferenen 2 cneuentra en lot primersioos parigraos dels ben de Bethel, En una pala tea el angumenvo ae desta 256 9) Los objuto del eonoes ‘mica humane som iv ($0 1) Low objetor el eonocinien for harm som “eae, man fas, riot, es decir, todo lor fbjctos sensible” (i) Por to tan, "tor lor obs sen sible, lo objetor gue pete ‘mon, wm den (55134) AO bic, x) Por defini, tt eas no exiten por fuera de ia) 3). Met gare ca dome Besley mie 1 tar, Disee, rsfacis, § 73: > [Bsa opin ceeamence no cx exchuva de Lee. Con los thor Ia veremos repeiee €0 boca de Did Hume (Enquiry encrag Me Hames Uniting, [1748}, mots 29), Voleaire (Ditinenainplilrphign (1764 up, y Thomas Re (Pagan ‘he Hemi Mind the Pipe of Common Sense (1768), “Introduction”, (Mets) ¥ po Sianoe wad Andrew Bester (emp eto the Natare of the Hier Sal {1733-7), Section 1, Jame Beattie (Exay on Trath [r7I0p yen general toda ex curl erocens del sentido co sri, as come fess alma ret, (Como “aguel J.C Bsclenbach, quien edo por primers vera Betkeley alae tin, presentindolo como un ‘scépicn que "negtba le ver {dad de ou propio mundo cor poral”). Gf Popkin, 1997, y Fran, 1998 (Traduca) ‘amo tono cinco de ctor ltimae Bese we peribe nel Dione plain de Vote, yu ado por Mets. Ch sli aetiulo "Mate (Te ‘ducts 5 (Gf Prindplr, “Introd tt $215 Al Beeey ene ‘cael mal uso des palabras como Is enuna de todo maken: tendo flowfico y de Is doe tna ein 6 fata pene rmiento flosdtico de au tem Pom de le iar hte, vextega par estar el engaso, reste teneidn etenon a ly Palas que als dea que el ‘Sgnifean, (Traducro) 74 saga 7/1/2003 [1] Usted piensa que su asombrosa ontologia es perfectamente compati- ble con el sentido comin de los hombres [6]. La verdad es que resulta ma- nifiestamente contrario al sentido comiin decir que los cuerpos no existen cuando no los observamos, que la materia no puede ser y que el mundo no es iis que ideas. Nadie que se precie de ser un hombre en sus sentidos puede compartir tan extravagantes pensamientos: sus argumentos, apreciado sefior Berkeley, si bien, como piensan algunos, no admiten respuesta alguna, no producen conviccién y es por esta simple razén que son tomados por desver- gonzada muestra del mis agrio escepticismo.> En efecto, cualquier hombre no dudaria en afirmar: ‘creo en la existencia de un mundo exterior, distinto de mi y que no puedo conocer sino en mi. Por mi veritana veo nubes, colinas, érboles agigantados por ¢l viento, vacas en la pradera; més cerca veo un fragmento de mi que llamo “mi mano” y que cescribe estas frases... Esta es la raz6n por la cual no soy idealista puro, a la manera de Berkeley; no cteo que forjo a Londres o a Nueva York cada vez que atravieso la Mancha o el Océano; no creo que el mundo exterior sea una ides que se desvanezca cuando yo muera o. cuando deje de percibisla’ Su metafisica de ideas, que son las cosas reales y que llamamos “externas” sélo porque no son producto de nuestra propia imaginacién, sino que recibimos del Autor de Ja naturaleza (§§33, 90], y de sustancias —las tinicas sustan- cias— espirituales, que son las que perciben las ideas-cosas y las mantienen en el ser gracias a aquel acto de percepcién [§§2, 7, 27, 89 y en especial §§135ss}, asi como su terca y sistematica negacién de la posibilidad de la existencia de las sustancias materiales y de la eterna materia, son, si acaso, causa de sorpresa, confusidn y risa entre los hombres sensatos; nunca de conviccién y deferencia. No es extraiio, entonces, que simples ¢ iluminados se refieran a usted como el mayor y mas excéntrico escéptico que ha existido. A este respecto sélo puedo pronunciarme como ya lo hiciera otrora el sabio: ‘Os suplico que perdonéis al universo entero, que se ha engafiado al creer la materia existente por si misma, Podria hacerlo de otro modo?* [2] Usted responder ahora, quiza no sin algiin fundamento, que su nega- ién absoluta de la posibilidad de la existencia de Ja materia no se apoya en sofismas o juegos con palabras vacias. Bien es conocida su posicién estricta en contra del uso arbitrario y acritico de términos para realizar y saldar disquisiciones filos6ficas* Y, sin embargo, a pesar de que debo confesar que sus agudas razones para negar el sentido de la nocién de ‘materia’ y para ‘mostrar que no conocemos el referente de tal nocién, son lo suficientemente claras y concisas como para merecer la aptobacién de cualquiera que las sopese detenidamente, debo también informarle que, en mi opinién, preci- samente de la forma y la consecuencia de tal argumentacién surge la oportu- nidad de expresar una vez mis el cargo de escepticismo. Sobre este punto he de manifestarme detenidamente en lo que sigue. [i] Nuestros filésofos acostumbran referirse a la materia como el sustrato Henry Lee Carta sobre el escepticismo de George Berkeley de todo accidente 0 modo (cualidad) que percibimos [§16]. Siendo esto asi, ha de suponerse que la materia soporta la extensi6n, la forma, el color, etc. de los objetos que conocemos; es decir, que aquello que llamamos ideas (sen sibles) xo agota el objeto —como usted cree [§2]—, pues a la base de aque- llas ideas (que son tanto las cualidades ‘secundatias’, como las que el gran Lock [x lamé cualidades ‘primarias’ y pertenecen a los objetos, sino que son ideas de nuestza sensibilidad [j se encuentea la sustancia material Usted se pregunta qué cosa puede ser aquello a lo que nos referimos con el término ‘sustancia’; cuil es el significado de la palabra que reposa en boca de todos los que pretenden afirmar la existencia de la materia [16]. Cierta mente la materia ni acta, ni percibe (no es espititu), ni es percibida (pues de poder serlo, seria idea y, asi, dependiente en cuanto a su existencia de nues tra o Su percepcidn) [568]. Por ello, parece que sélo puede ser detetminada afirmando que se trata de una sustancia ‘inerte, insensible y desconocida’ [§§68ss]. Empero, nadie puede saber qué cosa sea un ente tal. De hecho, segiin usted, nuestra nocién de materia se acerca —peligrosamente—a la de ‘una no-entidad [$68]. No sabemos qué cosa es la materia (S17; segin usted valdria mis usar la palabra ‘materia’ en el sentido en que usamos la palabra ‘nada’ {580} [i] Por otra parte, afirma usted, respetado sefior, que aun concediendo la posibilidad de la existencia de la materia sin In mente, no es posible para nosotros llegar a conocer Ia sustancia material (§13} En efecto, usted dice, conocemos, bien a través de los sentidos, bien por medio de la raz6n. Por una parte, gracias a nuestros sentidos slo obtenemos conocimientos de nuestras sensaciones o ideas; en fin, de aquellas cosas que percibimos inmediatamente. Ya que por esta via s6lo conocemos tales ideas (Gependientes de nuestra mente en cuanto a su existencia, ete), es absurdo siquieta pensar que podemos conocer la sustancia material, segiin la defini- mos antetiormente, a través de nuestros sentidos. Por otra parte, dice usted que si no es gracias a los sentidos, debe ser por Ja razén que inferimos la existencia de la materia a partir de las ideas sensibles que, de hecho, poseemos. Empero, segiin su opinién, no parece haber un motivo para realizar esta inferencia; efectivamente no hay una conexidn ne cesaria entre las ideas que tenemos y una supuesta sustancia materials.Es asi que, segin usted insiste, tampoco §8-15)) entonces que ni por los sentidos nia través de la razén tenemos conocimien- to de materia alguna, insensible y no percibida (no idea), € independiente en Jo que respecta a su ser de toda mente o espfritu 0 cosa alguna percipiente {gis} [ii] Por tilkimo, y siguiendo los razonamientos del afamado Des Cartes (sid (Meditaiones metafiscas, “Meditacién primera”, usted asevera que es evi- dente que el supuesto de cuerpos externos [materiales] no es necesario para la produccién de nuestras ideas [S18] y que ni siquiera la filosofia natural * Para un eecuento porme sorizado de Is poscon de Pree Bayle fens al probe toa del rnindo excetion, at Como de ei con pen famiento de Berkeley Pop, 195: 27 Tadao) * [Bate argumento Behe ano, sep Informs gue Be Lec, or redezeuberto por Arthur Sehoperhasr a sg despots de xen Is presente ces, y sorprendentemente co cone os mum fino en gue agi aparece. Schopeshasr, Di Wed a Wale Varig Kap et} 16 saga 7/1/2003 debe acudir a la nocién de materia para componer sus teorfas [§50] Asi pues, para decirlo en pocas palabras, usted asevera que mo fenemas on realidad una nocén de ‘materia’y que en todo caso, aun si ella existe, no pademos conocer la sustancia material Me sorprende que usted mismo falle en captar el altisimo grado de fatal pitronismo que contienen sus argumentos. No hay que olvidar las palabras, de Sexto Empitico en sus Esbozos pitrénicos cuando afirmaba que ‘la otien- tacién escéptica recibe también el nombre de aportiza, bien —en opinién de algunos— por investigar y dudar de todo, bien por dudar frente a la afirma- cidn y la negacién’ [Libro I, §3]. Sus argumentos no evidencian otra cosa que el estado de duda e incertidumbre absolutas al que el entendimiento de los. hombres esti condenado, respecto a la existencia y a la naturaleza de la ma- teria. Como el perspicaz Bayle, quien afirmaba no poseer prueba alguna de Ia existencia de los cuerpos [Diionario histirico y crtice, articulo “Pirtén”),° usted adelanta una razén tras otra pata mostrar la insuficiencia y el estado miserable y ridiculo al que esti condenado el conocimiento humano; y en esto, sefior Berkeley, es claro que usted no es, o al menos no aparenta ser, mis que un eseéptico. [] Ahora, usted argiiird que sus razones en contra de la existencia de la ‘materia son en realidad argumentos en contra de toda pesibilidad de la exis- tencia de la materia, y que en esa medida no pueden ser catalogados como escépticos, puesto que no afirman la ignorancia intrinseca al conocimiento humano ni nos dejan sumidos en duda, sino que presentan una verdad defi- nitiva ¢ inmutable: la materia no existe, simplemente porque no puede exist. Veamos. La nocién de materia que usted ferozmente ataca es la de un algo no-percipiente y no-pensante, y, especialmente, capaz de existir atin sin estar siendo percibido por mente o espiritu algunos. Su opositor —el hombre co- riente, por ejemplo— diré que no hay nada mis simple que imaginar, por ejemplo, Arboles en un parque o libros existiendo en un armario, sin nadie que los perciba [§23]. Sin embargo, usted responde hébilmente que, en el momento en que imagino un objeto no percibido, yo mismo lo estoy perci- biendo (imaginando), por lo que la ficcién del objeto material existiendo con independencia de toda percepci6n, es una ficcién contradictory la existencia de un objeto tal, imposible [23]. Su razonamiento, en términos abstractos, es cl siguiente: al intentar imaginar un mundo sin sujeto cognoscente, nos da- ‘mos cuenta de que aquello que imaginamos es en realidad todo lo contrario a aquello que queriamos imaginar, a saber, nada diferente que el proceso intelectual de un espiritu cognoscente que contempla (imagina) un mundo: ¢s decir, tenemos en tiltimas precisamente aquello que queriamos excluir: un mundo que sélo existe porque una mente cualquiera lo percibe? De este razonamiento concluye usted que la nocién de una sustancia material que puede existir sin ser percibida es una contradizién, dado que la mera posesi6n de tal nocién supone ya la aceptacién de una idea contraria a ella: la de que Henry Lee Carta sobre el escepticismo de George Berkeley Ja materia no-percibida esta siendo percibida, y por lo tanto la sustancia material no puede existir [524]. Dejando de lado una objeci6n cuya validez salta a la vista —a saber, la de que usted, amante de la distincién y Ia critica, confunde los poderes del espiritu de pentbir e imaginar—" , deseo indicatle por qué, de seguir terco en su negacién de la posibilidad de la existencia de la materia, su pensamiento esti condenado a caer una y otra vez en las oscuras simas del escepticismo. Es claro que los objetos que conocemos sdlo existen porque un espiritu, mente, etc. los percibe. Ahora bien, en este punto debe surgit, naturalmente, Ja pregunta zqué cosa es un espiritu o una mente tal? Segiin sus principios, ya que es en el espiritu percipiente (y no en la problemética materia) en dow: de las ideas existen, éste debe sex definido como la dinica y legitima sustoncie [§$7 y 135]. Puesto que el espiritu es sustancia, es claro que no puede ser idea [S135]; de aceptarlo (en contra de toda cordura y consecuencia filosdficas), deberiamos aceptar también, o bien que es una idea la que percibe ideas ( en esa medida les confiere existencia), lo cual es manifiestamente absurdo, 0 bien que, en cuanto idea, el espititu debe ser percibido por otto ente, con lo que la pregunta ahora seria ¢qué es ese ente? (pregunta que de inmediato nos ‘entregaria a un regreso al infinito fatal). Por otra parte, afirma usted que de esta sustancia espiritual no tenemos idea alguna. En efecto, segin usted escribe, ya que la idea es inactiva, no-percipiente, no- pensante, etc., n0 podemos tener idea alguna del espiritu, dado que éste es activo, percipi pensante, etc. [§§27 y 137]. Ademas, de tener idea de la sustancia espiritual se seguiria que ésta s6lo existe cuando es percibida, con lo que pronto llega mos de nuevo a los absurdos de lineas atras. | Entonces, al parecer, debemos aceptar que el espiritu es una sustancia. | Desafortunadamente, respetado sefior Berkeley, mi espiriiw filoséfico me impide callar la pregunta que con toda necesidad surge de las anteriores declaraciones: qué cosa es una sustancia espiritual? zsaberios acaso, 0 po- demos conocer, un ente tal como el que usted postula? Usted dice que si bien del espiritu no tenemos idea, puede suponerse que de él tenemos una nocién (§§27 y 142]. Quisiera (y conmigo muchos) que usted fuera tan gentil | de aclatar el significado que da usted a esta palabra y en qué se diferencia su | nociin de su idea; yo, por mi parte, debo confesar que de ninguna manera logo comprender sus laberintos; me desconcierta observar que sin la supo- sicién de un espititu percipiente, de una tinica sustancia (espiritual), no pue- do ingresar a su sistema y que con ella —y después de examinatla detallada- mente— no puedo mantenerme dentro de él. Me atreverfa a recomendar que se dignara usted complementar sus Principles con una nueva obra, quizé ‘mejor, con una segunda parte, en donde dirigiera su genio a explicar y deter~ minar la naturaleza y caracteristicas de los espizitus; seria de provecho que esta humilde propuesta no fuera ignorada del todo." En verdad, estimado Berkeley, quisiera ignorar las fatales consecuencias te, [Para un examen dete Jet anpumento de Beveley y eupe Gales, ley emer ls eedte ‘wa tegunda Htew de 7 STaeien av eee panto pce Lee aeantane low = Zonamientos paradojicos de David Hume. Segin ete ( Trae of Hama Nat, 4 © de uetso supuesto 0" dn 0 € inca vo pexcibimos tn fio de ideat fagaces, cntentes por completo de a gin demento que les uni thd. Por elo no estamos ato- Sales a afirmar que de cues tea identidad pervonaltengs ‘mor expenenes guna. (Met) Por ots pat, Is fendencit Se Wa Boot de Becksey a ace en dudas escepticasrespecto a We natusers de lot epi ya fue denoneada algunos pocos an después de In publica de fos Principles par Andrew Baxter, Denix Diderot y “Thomas Reid, cote otros. G Fear, 194 400, y Pop, 1997. 175% (Taadseton) 18 saga 7/1/2003 que surgen de todo lo anterior. No obstante, ya que de suprimir los concep- tos oscuros e incoherentes (como aquel de ‘nociém’) y de aceptar y ser conse~ cuente con los principios de su filosofia (como aquel de que los objetos del conocimiento humano son exclusivamente ideas [§1)), surgen paradojas tan graves como las que a continuacin voy a presentar —y que claramente se hermanan con el escepticismo—, debo hacer justicia a la verdad y enfrentarlo con los peores y mis temidos cargos. Observemos. En su opinién los tnicos objetos del conocimiento humano son ideas [G1]. Del espiritu, por otra parte, no tenemos, como vimos, idea. Segiin esto es licito afirmar que, propiamente hablando, del espiritu no tenemos conoci- miento alguno. Al hablar de la materia afirmaba usted que, dado que no sabemos qué cosa es ella (dado que carecemos por completo de una idea de ‘materia’), no podemos saber si existe o no. Temo decirle, sefior Berkeley, que segtin sus principios hemos de concluir que 10 podemos saber si existe 0 no el espirit. Si se ba de sex justo y se ha de aplicar a nuestro concepto de ‘espiritu’ el rigor y escrutinio que antes recibié la concepeién de ‘materia’, se deber aceptar una conclusién evidentemente afin, en cuanto a su naturale- za, a las dudas paralizantes que con razn denominamos eseépicas!® Al pare- cer, estimado sefior, al renunciar al mundo material —al exterminatlo, debe- sia decic— de ninguna manera da usted seguridad al mundo de los espititus; por el contrario, segiin sus principios es inevitable renunciar también a aquel mundo espiritual cuya existencia y necesidad se creian incuestionables. No querria terminar mi carta sin presentar una tltima objecidn, que con- sidero la més grave. He aclarado que, segiin su pensamiento, un conocimien- to, aiin més, una determinacién de la existencia de las ‘sustancias espiritua- les’ es prdcticamente imposible. No obstante, segiin usted ha escrito, existe un Espiritu de Cuya existencia no podemos dudar. En efecto, dice usted, si bien de Dios no tenemos una idea ni somos capaces de conocerlo como a los objetos del sentido, podemos a través de la Naturaleza, la cual es obta y efecto Suyo, estar seguros de que El es [§§146ss]. Sin embargo, es claro que de esta manera —a través de Su creacién— no es posible llegar a conocer los atributos divinos que sabemros —por la fe y la Palabra— que El posee; a pesar de lo que usted diga, no deja de ser para mi evidente que por la Naturaleza no podemos conocer Su Bondad, Su Omnipotencia, Su perfeccién, Su infi- nita Sabiduria, ete. En una palabra, de seguir ciegamente sus principios, de- bemos concluir que de El no podemos tener conocimiento (si lo tuviéramos, El seria nada més que una idea y de esta hipétesis ya hemos visto qué tertibles paradojas pueden desprenderse); y, si de El no tenemos conocimiento, ten- dremos que conceder lo impronunciable: que mo podemos saber si El existe. Si, como se vio, la no percepcién —la no posesin de ideas— de la supuesta ‘causa materia! de las ideas (esto ¢s, 1a sustancia material rechazada por su filosofia) es fundamento suficiente para negar su existencia, entonces Dios, en cuanto no siendo sujeto de percepcidn alguna, bien no existe, bien es slo Henry Lee Carta sobre el escepticismo de George Berkeley una ficei6n, una ilusion de la mente humana: Ast blayphemia! (iQue se apas- te la blasfernial}."" Respetado sefior Berkeley, lejos esti de mis intenciones el querer consi derarlo un escéptico 0, peor atin, un peligroso ‘ibrepensador’ contiario a toda fe y a toda verdad de la Revelacién. Conozco su virtud y doy fe de la correccién y firmeza de sus ereencias. No s6lo su obra, dirigida a develar cl ‘error y la mentira de todo escepticismo e irreligién, sino en especial su since za carta, que tengo a la vista y guardo celosamente como prueba de su amis- tad, afirman la justa intencién de sus reflexiones. Empero, no puedo dejar le ver las faltas y las fatales consecuencias que se siguen de sus principios. Y asimismo no puedo dejar, segiin su peticién, de presentarle a usted las atsi- buciones de escepricismo que necesariamente surgen de tales faltas No tengo una solucién a sus aporias; de ninguna manera pretendo, con la atrogancia tipica de los ignorantes, dar cusso a sus pensamientos y queser hacerlos mios y ya no mis suyos. Creo que su obra ganarla mucho —y quiza sus fallas se verian despejadas— recibiendo una forma més comprensible, quizé dialigia, a través de la cual lograra usted desvirtuar los penetrantes comentarios que giran en torno a la naturaleza de su pensamiento y en espe cial alejar de Ia farna de su nombre y su obra los amargos cargos de escepti cismo"* Queda a sus drdenes su rendido servidor y amigo, Henry Lee. Londres, 12 de marzo de 1711.” hubiersa © Bracken 79 80 saga 7/1/2003 Binuiocraria Berkeley, G. (1929). Essay Prinses, Dialogues. With Stktons from other Writings (ed ‘M, Whiton Calkins). New York - Chicago - Boston: Charles Scribner's Sons. (1947). Life and Letters of George Berkley (ed. A. C. Fraset). Kilesin: Utopia Books (ed. original: Oxford: Clarendon Press, 1871) (1948-57). The Works of George Berkeley, Bishop of Cliyne (ed. A. A. Luce & T. E, Jessop), 9 vols. Edinburgh & London: Thomas Nelson (1994). The Woks of George Berkeley (ed. \. C. Fraser), 4 vols. 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