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CS 2 ee ri ela id sa:“Nunca me he i lcrevelamosa Bicha Det sin tener que. del verbo exi Primeros co |e pechuga de pajara curvas del espinazo, del vi enhiesto de las nalgas, las hermosas; En el relato, las posturas, ‘puntan a los fenémenos fis cin, y, de esta manera, Deni ‘ante el ayuno, las camestolendas, busca revertitlas | car y convocar la posibilidad de estas“ & CONFABULADORES UNIVERSIDAD NACIONAL ‘AUTONOMA DE MEXICO Director del secon Tabio Morabito| (Cone drial ‘Ana Casto. Em Lasts Carnesponendas Gerardo Deniz Prilogo Pablo Mora ‘Universidad Nacional AutSnoma de Mésico, 2004, DizeBo de porads wan Lombardo Primera edicin en Confabuladores: 2004 DR © 2004, Gerardo Deniz DR © 2004, Universidad Nacional Ausénomsa de México Ciudad Universaria, 04510 Mexico, D. F CCoossncion o¢ Humanaoaoes Programs Editorial Impresoy hecho en México TSBN’970-82-13990 Carnesponendas, literales y otras hierbas de Gerardo Deniz 1 voloiahimado det atin através dela noche Hand, segura, ‘porque la certidumbre de tu vida y de tu carne fra un arroyo de leche prodigioea y confiada, a D. LITERALES Y OTRAS HIERBAS E, el terreno de la prosa, Deniz nos ha ofreci- do dos libros de cuentos (Alebrijes, 1992 y Fiat, 2000, en traduccién al italiano) y otros dos de cardcter miscelaneo espléndidos (ensayos y prosas): Anticuerpos de 1998 y Paitos menores del 2002. El primero de ellos, titulado Alebrijes, re- present6 un punto de partida revelador de un. uentista en sentido estricto de la palabra. En. dicho libro y como sucediera con el primer poemario, Adrede (1970), en el que abre con una serie de sonetos perfectos, Deniz rindié delibe- radamente cuentas a la forma. Es decir, al género del cuento. En efecto, Alebrijes es un libro de cuentos en el que se despliegan las virtudes de un narrador puntual y preciso con un registro de temas amplio y no alejado de los mismos temas recu- rrentes en la poesfa del autor. En dicho volumen se induyen narraciones que giran en torno a su- esos extrafios y sorpresivos, en los que la ironfa es un ingrediente esencial y en los que el factor comiin es la vida de objetos y seres que, fic- cionalizados 0 parodiados, recobran su lugar en una realidad desconcertante. En el primer cuen- to se nos narra la historia de Fulgencio, que “murié de asco” y los artilugios de los amigos y la viuda, de escasos recursos, para transportar el cadaver en el metro hasta que sorpresivamen- te el mismo Fulgencio recobra la vida en el mo- mento mas critico del trayecto, para preguntar sobre su destino. En otro relato, Deniz retoma a través de la ficcién la vieja dicotomfa entre con- tenido y forma para burlarse de ella con un verso del Dante. O bien, en dos cuentos centrales, el narrador nos narra desde el punto de vista de esos seres que dan titulo al libro, alebrijes, los sucesos que les dieron origen Aunque por muchos afios fue s6lo conocido (y es0 en el mejor de los casos) como poeta, Deniz confes6 en una entrevista de 1992 a rafz de la aparicion de Alebrijes, que, en realidad, siempre ha practicado la prosa, e inclusive: “Di- versas paginas de mis primeros libros, Adrede y Gatuperio, proceden, por ejemplo, de un largo relato mio, prehist6rico”.' En efecto, esta précti- ‘a la podemos reconocer en un texto enigmatico como el de “Itinerario” fechado en 1960, 1964 y 1968 (de Adrede), en el que se hacia un recorri- do por tierras extrafias y en donde se evocaban lugares de la ciudad de México ~Chapultepec y la Universidad-, en una prosa poética persiana, por momentos, yen el que se prefiguraba el tono y los puntos de partida de Picos pardas (1987), Este origen prosfstico de algunos de los poemas me parece importante para apreciar ciertas It- neas de su prosa, una prosa precisa y categorica, de hallazgos ritmicos y s6lidas articulaciones dliversin de Ia parodia", entrevista de José Homero ‘en HI Semanaro, suplemento de Novedades (11 de octubre de 1992) 8 en un autor que, por lo general, confiesa: “si en algiin lugar parezco parodiar estos respetables géneros, que en realidad casino existen para mf, seguramente sera que me estoy burlando de otras cosas”. En este sentido, vale la pena subrayar, dentro de la produccién prosistica, otra veta de Deniz que, desentendido de los géneros y convencio- nes, también ha practicado con mucha fortu- nay dela que aqui hemos incluido una muestra ("Sabados, domingo, lunes”): la prosificacion de Poemas, género que se remonta a las glosas 0 comentarios de poemas y que en el caso de nues- tro autor tiene la finalidad de mostrar los ingredientes usados en versos asi como poner en antecedentes al lector sobre el sustento ar- quitect6nico -y anecdético~ de los mismos. Producto de esta prictica fue un libro que pas6 «asi inadvertido por la critica y que mereceria mis atencién; me refiero a Visitas guiadas (2000), Del primer libro de cuentos de G.D. hemos incluido aqui tres: “Braulio”, “Ascenso” y el “li- teral” basado en una cita de Karl Jaspers, que exploran mundos y mecanismos afines a los re- latos que hemos compilado para el presente librito. El primero se desprende de una cita de la obra En el sexenio de Tlatelolco, en el que se 10 registra, como dato esencial, el sltimo trabaja- dor de la industria chiclera, y asf el escritor, con. ironia, emprende el relato de los posibles € hi- potéticos destinos del obrero en extincion. En el segundo cuento “Ascenso”, se hace una parodia inmejorable del mito original de Orfeo y Euridice en un contexto de reclamo matrimo- nial contemporéneo. En el tercero, uno de los siete “literales” que presentamos en este libro, se recrean literalmente unas lineas de Karl Jaspers con el propésito de burlarse del significado ambiguo y dudoso de dicho pasaje. De manera muy particular en este tiltimo cuento se explo- ra, en forma muy precisa, una suerte de subgénero que define buena parte del presente libro, y que consiste en elaborar los textos a par- tir de pasajes o epigrafes de otros autores que encabezan el cuento y, en ese sentido, buscar “Jiteralizar” la cita en forma de relato. Si bien es cierto que se trata de una vieja prictica en la propia obra poética de Deniz, pues en algunos casos antepone epigrafes a sus versos que son motivo del poema en cuestiGn, aqui de lo que se trata es de “desarrollar” o descubrir, a través de Ia ficci6n y de la literalidad, con evidentes pro- pésitos irénicos, lo risible o absurdo del texto Gitado, En ocasion de la aparicion de Alebrijs, u en la mencionada entrevista, confiesa Deniz.que dicha experiencia de la “literalidad”, en reali- dad, la comenzé a practicar desde nifio:? De pequetio, habia unas palabras de La verbena de lapaloma que me aterraban: "hace un calor arribal ‘que sale fuego de la pared” y yo vefa, en un pact co departamento, un boquete en la pared y sali por él un terrible manojo de llamas. No recuerdo gun tardé en comprender la metfora no fue En cambio, recuerdo un ejemplo colmo: hay ~0 hhubo- un dicho espaol para descrbir a alguien tan cegato como lo soy hoy: “no ve siete en un bu- ro” es decir, no ve ni siquiera un bulto tan considerable como el de un burro con siete indivi- ‘duos acuestas. Puesbien, mi extrafia imagen infantil ¢raun burro con un gran ntimero siete pintado en blanco en un costado: “no ve ni un 7 de 50 em de alto”. Lo divertido es que cuando un buen dia, de pronto capté la comparacién, yaerayo un joven veinteaiiero y con una que otra pretension. De nto fui muy sensible a exo que los psicélo- gos sefalan: la distancia entre la Talsecades que Jos" grandes” dicen y escriben, yl cruda realidad. + Enexe género de exploracone naratiasvalea pena mien: cionar el lsc dea erat infil norteaeicana los ce {osinfales de Peggy Parish stados por Frits Sebel, sobre el Personaje dele Besa (1068) Se ata de ui serie de evenion En la que ac narran los avatares de una sirentay sus desaguisa Als daneiconl seguir Heralment la inserccones deus sos 2 En sus textos “‘iterales”, Deniz reproduce, en la medida de lo posible “conforme a la letra”, “el sentido exacto y propio” de los epigrafes, 0 bien, busca “traducir” o “seguir” el sentido literal de Jo que suscribe. De esta manera la literalidad funciona como un experimento que, como una reacciOn quimica, revela un aspecto que no era visible © pone en evidencia lo cuestionable de las palabras citadas 0 bien nos revela algiin as pecto inconsecuente e incongruente de un escritor con sus propias palabras. Entre otros propésitos, este mecanismo le sirve a Deniz para realizar una critica a los pretendidos alcances de ciertas cuestiones filoséticas, ala pedanterfa de posturas y afirmaciones de autores escudados en “laespiritualidad del hombre”. ELautor, ante la grandilocuencia y solemnidad de ciertos hom- bres eminentes y obras inmortales, plantea un. juego en el que busca poner en jaque el sentido de frases grandilocuentes. Sin duda, esta manera experimental de proceder hay que verla, entre otras causas, en una deformacién profesional: la de ser por vocacién un quimico y por necesi- dad traductor de varios idiomas (inglés, francés, italiano, alemén, turco, etc.), asf como lector de originales en casas editoriales por mas de cin- cuenta afios. Estas practicas, al lado de lo que él mismo confiesa: “fui muy sensible a eso que los 13 psicélogos seftalan: la distancia entre las falseda- des que los ‘grandes’ dicen y escriben, y la cruda realidad”, reforzaron su actitud critica y su des- engatio ante las imperfecciones de este mundo, las tomaduras de pelo y la frecuente costumbre de vivir engafiados en falsos presupuestos, en la gigantomaquia de frases ejemplares. En Carnesponendas, inchayendo el ya mencio- nado de Karl Jaspers, hay siete relatos que llevan el titulo de “Literales” (los otros son los que se desprenden de citas de Amado Nervo, Ramén. de Campoamor, José Enrique Rod6, Otto Mayer Serra, Martin Heidegger y Adolfo Salazar). En ellos el pasaje citado ~algunos de sus ingredien- tes~ se materializa, a través de la ficcién o la parodia, cobrando o revelando una realidad dis- Uinta. Los epigrafes, sintomaticamente, proceden de dos literatos prolificos y cinco pensadores eminentes y se refieren a actividades o expresio- nes “espirituales” del hombre. ‘Ya mencionamos sobre el texto que conclufa ellibro de Alebrijes, c6mo éste llevaba un epigra- fe sacado del libro La filosofia desde el punto de vista de la existencia en el que se exponfa una de las, supuestas verdades de la filosofia de la exis- tencia. Deniz abiertamente ridiculizaba -me- diante la escenificacién de una lucha sin palabras entre dos filésofos, en “un paisaje agreste” y en. “4 medio de un puente, pero eso sf, en una lucha Tena de balbuceos, pujidos, gestos y posturas pretendidas- el precepto resumido por Jaspers sobre la filosofia: “osar la comunicacién de hom- bre a hombre sirviéndose de todo espiritu de verdad en una lucha amorosa...". Asi se daba el enfrentamiento de hombres bajo esas supuestas premisas dejando una prueba fehaciente de una Jucha falsa y ridicula, elemental y primitiva, con elagravante, ademas, de un muerto debajo del puente. En este mismo sentido se plantea otro “lite- ral”, el relativo a lo postulado por José Enrique Rod6. Si bien sabemos que el escritor uruguayo plante6, en una de las obras esenciales del pen- ‘samiento hispanoamericano, la necesidad de un nuevo espiritualismo latinoamericano, identifi- cado con la figura del Ariel, para contrarrestar el fuerte dominio del espiritu anglosajén, clara- ‘mente visto éste como un utilitarismo sin medida hacia finales del siglo xrx, Deniz aqui juega con unas palabras sacadas del libro Motivos de Proteo "pero dentro, muy dentro..." que, sumadas a la literalidad del apellido, le sirven para mos- trarnos el destino final de tan eminente pensador: José Enrique “rod6” hacia el vacto. Precisamente lo que nos revela la escena del re- lato es la forma en que el pensador se dedicaba 15 a comulgar con todo aquel mundo que él mi: ‘mo censuraba. José Enrique, que se pronunciaba por el genio del aire, el espiritu de la inteligen- cia para contrarrestar el espiritu utilitarista, aparece hecho un salvaje Caliban, fornicando con una discipula del Maestro (Prospero) mien- tras buscaba no ser escuchado por éste, aunque eran espiados por otra hija, que luego se inte- graria al grupo. Sucede en forma anéloga con el “literal” de Heidegger, en el que sus palabras se convierten, no s6lo en epigrafe sino en epitafio. Ahi Deniz nos, muestra la escenificacion ridicula a través de una lucha, ésta sf “libre”, una querella, “en tor- no ala esencia” que interminable, indefinible ¢ inasible se escurre en una lucha ad nauseam. Esta también el caso del “literal” de Otto Mayer Serra en el que se hace mofa de la interpreta- cin de la muerte de Fausto y se concluye con el posible destino del joven desnudo que busca mas que un “alba” satisfacer sus necesidades esen- ciales: orinar. La cita dice: “En el pasaje en que muere Fausto, se levanta un joven desnudo, el ‘ual avanza hacia el alba, hacia una nueva vida”, Con el objeto de dar sustento hist6rico y sus- tancia a los relatos en los “literales” se incluyen. detalles verdaderos y verosimiles, 0 bien alusio- 16 nes biograficas de los personajes tratados. Pre- cisamente ésa es una de las virtudes y aspectos disfrutables de estos textos. Aunque en todos hay claras evidencias, en los “literales” de Cam- poamor, de Salazary de Nervo es ejemplar y afor- tunado el uso de este recurso. Por ejemplo, en el primero es una delicia ver la forma como los objetos de ambientacién, el léxico y los experi- mentos de un quimico del siglo xix, Miguel E. Chevreul (1786-1889), se suman para mostrarnos Ia forma enloquecida como el cienti ‘empeiia en experimentar con la nifia del epigra~ fe. El viejo Chevreul, que vivi6 mas de cien afios, fue profesor de quimica y director de una fibrica de tapices de los gobelinos, autor ade- mis de investigaciones sobre los cuerpos grasos de origen animal e inventor de las velas de es- tearina, Deniz nos muestra los habitos del cientifico ~es sorprendido viendo el album de fotos de nifias que le habia prestado su colega, el reverendo y matematico Dodgson, mejor co- nocido como Lewis Carroll (1832-1898), autor de Aventuras de Alicia en el pais de las maravillas y gran coleccionista-y los experimentos a los que somete a la muchacha de 12 afios para descu- brir el “pecho de cristal” pero no sin antes hacer un estudio de la victima: 7 Colocé una de sus bujfas de estearina en el éngulo de la mesa e interpuso ala doceafiera. Volvi6 a sen- {arse, Mir6 frunciendo el entrecejoyy vio el resplandor de ta lama a través de ella. Cierto, se recortaban las nablas opacas de los oméplatos, el sacacorchos del ‘espinazo: es que eso ya no es pecho. En cambio, lo que el carcamal se empefiaba en descubrir, siquiera vagamente, era el prestigioso coraz6n. No lo con- segutfa, porque ése sf es pecho. Por otto lado, vale la pena mencionar el origen singular del presente libro y la forma como esta armado: los seis textos breves iniciales fueron publicados primero como libro en una versién italiana —Fiat, 2001-, con excepcién del séptimo que es inédito en libro, aunque aparecieron origi- nalmente todos en espafiol en distintos suple- ‘mentos y revistas literarias en México. Asimismo, hemos afiadido, ademas de los tres ya men- cionados de Alebrijes, el de “Emergencia", que tiene que ver con “Ascenso” y que también apa- reci6 en traducci6n italiana, porque aprovecha- ba una historia conocida, los tiltimos momentos de Jesucristo en la cruz, para explorar un suce- so munca antes registrado. Finalmente, para ter- minar el volumen, hemos dejado los dos relatos més extensos que dan titulo al libro y que son inéditos. 18 CARNESPONENDAS: LOS RELATOS DE LA PIEL. to el relato “Sabados, domingo, lunes..." como de “Trinitaria” son dos historias que explo- yan otra de las vetas de la obra de Deniz: la er6- tica. Uno de ellos es un claro ejemplo de relato ralelo al poema que sirve, ademés, de una “suerte de prosificacién del poema “Norte” de Enroque. Ambos textos, nos parece, funcionan ‘como contrapunto, en tono y tema, con respec- to al resto del libro: se trata de relatos que bus- ‘an otro tipo de superficies y texturas, no las “literales”, sino las de la carne y la piel, 1o cual supone otros “cuadrilateros”, otros lentes -no filos6ficos ni irénicos-, sino aquellos que son por excelencia los que sirven para las relaciones ‘amorosas y sexuales: la habitaciGn y un box spring. Por otto lado, son también textos que incluyen. dos de los elementos esenciales del mundo de Deniz: la mujer y la mésica como ejemplos su- premos de expresiones de la realidad contun- dente, no la ambigua y dudosa de los “literales”. Ya en el poema “15-VII-83, Madrugada” de Enroque decia Muerdey penetra areal (prs caso fuse alo) mil ‘eces mds que ol sndido batiquin de pons asracts, argos, nlc, spastic calico com nom 19 1 bres de pensadores (Lantos alemanes, ahora también franceses) en las etiquetas. Por su parte, Deniz, aqui, en el mismo titulo del libro Camnesponendas, nos advierte de una apuesta distinta hacia esos otros relatos de la piel y su certidumbre. Se trata de un titulo que es clara- mente un neologismo en oposicién a la palabra “carnestolendas”, la cual significa abstinencia de carnes, ayuno. Como en muchos de sus textos, Deniz vuelve a apostar en otra direcci6n, por oposicion, buscando el lado contrario a los “li terales” mediante el sustento de una palabra “nueva” y mediante la hechura de un tejido li- terario dado por el recuerdo y la memoria con el objeto de volver a recrear, en lo posible, la cer- tidumbre cifrada en los versos que hemos elegi- do como epigrafe: “y volvia hiimedo de ti atin a través de la noche blanda, segura/ porque la cer~ tidumbre de tu vida y de tu carne/ era un arroyo de leche prodigiosa y confiada’. Pues bien, sin pretender seguir los cénones de lo que seria un cuento, estos dos relatos re- visten una articulaci6n particular, son plenamen- te fisicos, en la medida en que ponen énfasis en un contacto, en la inmediater, la presencia sexual yreal -el tacto- como vigias que sirven para rei- 20 q { I ~ yindicar momentos esplendorosos. El Deniz de Jos mejores poemas de amor y erotismo vuelve a enrocarse ~como lo hiciera en Enroque~ para ‘ofrecernos dos textos autobiograficos sobre amo- res que habfan quedado en versos de libros como Gatuperio, Enroque, Grosso modo y Amor y Oxiden- te, Ahora, sin embargo, Deniz despliega en ma- sica orquestal la urgencia y la presencia fisica de Ja mujer. “Sabados, domingo, lunes” est dividido en dos partes, la primera son las escenas que transcu- rren fundamentalmente en un cuarto con cama, que funciona como un cuadrilétero fisico y sen- sual. Ahi la inminencia del tacto y el deseo son un forcejeo, una lucha que se despliega en una gimnasia peculiar: “Natercia”, la protagonista de quel libro de Gatuperio, “se componia exclusiva- mente de miisculos de pantera forrados de piel femenina”. ¥ continéa: “No era nada para ella ponerse en pie de una sacudida, dar una volte- reta hacia atrés, trepar por la pared, morderse un codo. Gimnasia, ballet terrestre, acuatico, aéreo, y demas barbaridades”. Se trata, en efec- to, de la misma “Natercia” que aparecia en uno de los poemas eréticos mas extensos ¢ inten- sos de nuestra poesfa contempordnea, asociada una flora peculiar: 2 Boz arriba son mt perma pegs me guar. dan. Sitio entornado a plena ehajo como tuna dalia diminuta y los ojos no tienen estatura, allt donde sobre el vello despunta una mano pequeiia Besarla, trovador; miro el medio hhallar su nudo ciego, y tenve implacable leves chasquides heimedos en agquel olor del mar. Un braso ‘trepa cada muslo. Flor que se reduce y vuelve. Sin cesar listca decidida; sin cesar En cambio, en prosa los ritmos y trazos contun- dentes quedan encarnados en una secuencia vertiginosa de verbos, mecdnica e intuitiva, para dar el efecto de inmediatez y precisi6n, movi- mientos en camara répida: éQué hacer con quien acaba de estar en un bufe- te? Atenerse al contrato. Llegué por los pies del box spring en plena euforia.La besé sin preliminares, sin miramientos me llené de Natercia la cara, Sus muslos me apretaron la cabeza (no, no tenfa me- dias). Vibraba. Exclamaba. La lengua me comprobé lo obvio ~que Natercia no era virgen. No perdi tiem- po. Con un salto a su medida estuve encima, en ella, entero. Nos deciamos cosas, muchas, tan inge- niosas que refamos, nos carcajeamos, cojiendo de maravila La segunda parte del relato transcurre en una suerte de escala musical distinta que busca evo- 22 “ear y explorar los rumbos de “Natercia” por lu- igares y horas que fueron parte de la ciudad a ‘otras horas, cuando ella solfa recorrerla a solas, pero con la sustancia de él. En una serie de especulaciones espléndidas, mientras el prota- gonista vuelve a recorrer esos rumbos, afios des- pués y a otras horas, sin Natercia, se pregunta: qué repasabasal vir los pérpados? gud al depron un domingo gual det Saliste, y quien pasar te siguas com la vista ) quien pasar te sigu ‘Por donde ahora me aleo me lewaste en ls oj, os ofdos, en la piel, en las visceras. Algo de mi sustancia se hacia mati: tuo en el albor de nuestro primer ao. En “Trinitaria’, el triéngulo sexual entre una ninfula, la amante y el protagonista sirve al autor para plantear la iniciacién sexual y fisica, no metafisica, de una muchacha como la mejor muestra de ese “muerde y penetra la realidad” de que nos habla Deniz en “Madrugada”. El prota~ gonista confiesa: “Nunca me he arrepentido de lo que aquella tarde de febrero le revelamos a Bicha, Del principio al fin, indiscutiblemente yssin tener que mencionarlo, le mostramos cémo cruzar la equis del verbo existir, y la pequefia parecié sentirlo asf desde los primeros compa- 23 ses”, Se trata siempre de buscar la inmediatez y esplendor del placer ante el absurdo de una moral o las “vaciedades que son llamadas ‘and- lisis psicol6gicos”. El relato de “Trinitaria” se plantea también como una suerte de acrobacia corporal, pornografica si se quiere, que busca una inmediatez y una arquitectura de contigii- dad sorprendente. La conciencia anat6mica apa- rece en cada parrafo en expresiones singulares: “Ja pechuga de pajara sin tocar es sublime. De perfil, las curvas del espinazo, del vientre y un ‘poco mas abajo, el bulto enhiesto de las nalgas, las hermosas piernas lisas, son inolvidables”. 0 bien, la muchacha de 13 afios con sus pervertidores cémplices es inspeccionada con vista de miope: Entre los dedos, esta costura de came diversa se dja separar bicolor; Bicha resist, valiente. Se cruza lu hilo de miel que la punta de mi lengua recoge -y necesito cerca a Bip para navegarla pronto. A la chamaca ya no le hace falta ser cuidada, Damosen seguida con un buen modo, La coronilla de Bip topa con el lado interior de un musto de la chiqui- la, divinamente despatarrada sobre un cojin, :iranclome ms préxima que yo alla antes, acos- tumbrandose a sentirme, Busco sin cesar sts ojos pardos, los ojos suyos, recalcando cuanto puedo es facil, pues munca he vivido algo comparable Joque experimento. oy En el relato las posturas, los experimentos sexua- Jes apuntan a los fenémenos fisicos de la oxida- i6n, de la excitaci6n, “atendiendo a las razones ‘del cremaster que la raz6n no entiende”, como diria el poema “Posible”. De esta manera, pode- ‘mos concluir, Deniz despliega una prosa pun- tual que ante el ayuno, las carnestolendas, busca, revertirlas para fabricar y convocar la posibili- dad de estas “carnesponendas”, Panto Mona 25 ora un gp uma nt sempre tne dlpech decal eS Crosson BI tect pcre cect exe: Chevreul oculté el élbum que le habfa enviado elreverendo Dodgson. Entr6 Madelén, la nieta de la portera. Cerr6 “sin ruido, avanz6 hacia el centro de la habita- cién y, sin vacilaciones aunque sin prisa, fue desnudandose de la cintura para arriba. Las te- tas eran apenas dos nueces todavia informes, ‘una pizca distintas. Los pezones, dos pimientas Dlanquecinas. Chevreul extendié un brazo larguisimo y con Ja ufia ganchuda del indice quiso rasgufiar la 29 piel de la nuez izquierda. Imposible. La ufia res- balaba, inofensiva, como sobre algo duro y liso: Madelon solté la risa, aunque s6lo por un mo- mento. El viejo se obstinaba ain. Colocé una de sus bujias de estearina en el ‘Angulo de la mesa e interpuso a la doceafera. Volvié a sentarse. Mir6 frunciendo el entrecejo y vio el resplandor de la llama a través de ella. Gierto, se recortaban las nablas opacas de los oméplatos, el sacacorchos del espinazo: es que €s0 ya no es pecho. En cambio, lo que el carca- ‘mal se empeflaba en descubrir, siquiera vagamen- te, era el prestigioso coraz6n. No lo conseguia, porque ése sf es pecho. ‘Tomé la palmatoria con la bujia encendida, atrajo a la nifia hacia s{ con torpeza y, en silen- cio, repitiendo él varias veces el ademan le dio a entender que adelantara el t6rax. Bajé enton- ces la vela. Con mano temblorosa, sumergié en Ja llama amarilla un pez6n y luego el otro. La pequefia, incrédula, se miraba ahumar. Sus granos de pimienta encandecieron, alternos. De repente, un chasquido. La teta izquierda de Madelén, bastante ennegrecida, se torné un as- teroide vitreo con fisuras infinitas. Chevreul ‘aparté el fuego y contemplé su logro, fascinado. Procedié a calentar largamente la derecha, sin conseguir que brillara. Entonces se levant6, dio 30 tun paso tras y lanz6 contra ella un poco de agua con un gotero. La nuez estall6 ruidosamente. Saltaron trozos de cristal ardiendo al tapiz y per- foraron agujeros fétidos. Una esquirla, sobre la pantufla del sabio, tard6 algo en manifestarse. El viejo sacudi el pie con viveza. Ahora s{ parecfa preocupada Madel6n. Sen- tado de nuevo, Chevreul, paciente, soplaba sobre el pequerio desastre anguloso que habia queda- do donde el seno derecho de la nifia. Al otro, en. cambio, no le faltaba cierta belleza astronémica. Subfa un desagradable tufo de la alfombra y las ropas chamuscadas, que empeoré cuando Chevreul apagé la vela de un soplido. Volvié a contemplar el pecho menoscabado. —iMadel6n...! —Ilamaron por la escalera. Los ojos del viejo y la pequefia se encontra- ron, alarmados, pero siguieron callando. Chevreul aparté libros y frascos. La ayud6 a sentarse en el borde de la mesa y luego a ten- derse bocarriba, con las piernas colgando y la mirada puesta en el techo altisimo. Oyé cémo. ¢€l viejo revolvia cosas en un rincén. Sintié fio. Ahora, los pasos de Chevreul que vuelve. Trae un martillo en la mano, —iMadelén...! 31 Enire mais, pobre pesado, at spot node tat ac os rh. claro roy, e sempre quien page tijete ‘Avowro Sain A \penas se le vefa mover ojos inquietos entre toneladas de indefinidos articulos textiles alar- gados de todos los géneros, revueltos, multico- lores. Hasta los haba anillados como serpientes; otros eran oscuros, calados; muchos més, desde el negro hasta el miel, parecian de tejidos va- porosos. El depésito cocfa entre un vago tufo nauseabundo. Y aquellos ojos rodaban por aqui, parpadeaban més allé, volvian a encenderse, buceaban largamente otra vez. 33 El comisario del pueblo entr6 y emiti6 un sil- ido caracterfstico, Tuvo que reiterarlo antes que junto al borde del depésito de medias (pues eso eran) apareciesen los ojos atribulados. —Salud, camarada, podrias haber asomado antes. La respuesta fue ininteligible. Pero el co- misario: —Te traigo la cuenta del pato para que la pagues, —Pagué el pollo. —Eso fue el mes pasado. El préximo pagaras el pavo, si insistes. —No tengo dinero. Vivo entre medias nada mas. —Te felicito. Con perdén de Lenin, no hay mejor sitio donde estar. Hasta el dificil camara- da Soso lo reconocerfa, siquiera en georgiano. —Pienso que andas algo descaminado. Revolu- ionario al fin, mezclas lo metaférico y lo actual, malo por conocido y peor por conocer. —Camarada, me estas agotando la paciencia. —Pues bien, pienso que cuando hablas de medias, no es de medias sino de su relleno, que es muy distinto. Aunque también pienso... —Vamos a ver, épor qué siempre ests repi- tiendo “pienso”? Para colmo, es anglicismo en estos casos. 34 —La costumbre. Pensar éslo tinico que sé hacer yhasta me pagaban por ello. Miserablemente, es verdad, pero algo. Hoy s6lo me cobran patos. —¢Seras acaso un... pensador? —Profesional, te digo. Elrostro del comisario del pueblo enverdecis. Una tremenda nausea le sublev6 el diafragma Tembloroso, sacé del bolsillo un pafiuelo rojo y se lo acerc6 al hocico, por si acaso. —Prefieres una media? —solicito, el de abajo. —iCalla, repugnante! —otra arcada—, ipre- pparate para la cuadtilla de fumigacién ideol6gica Y pagame el pato ahora mismo! —Como dijo Tosca, écusnto? —suspir6 el pen- sador. —No voy a consecuentarte, infecto Foma Fomich. Del pato son nueve pengés; como quien dice cuatro lempiras-oro. El pensador entre medias sacé una mano de la cual colgaba un guiftapo blanquecino. Lo hizo girar. —Mira, esta media es de enfermera, pienso, si bien algo cochina, El comisario del pueblo se dio por fortuna la vuelta para vomitar convulsivamente en su pa- fiuelo. El pensador pretendié no fijarse. Con melancolia: Tia sabes bien que acabaré pagando el pato, como siempre. La dificultad es que, como tipico pequeiioburgués, escond{ mis ahorros precisa- ‘mente en una media, sin pensar (por una vez) que deberfa vivir luego entre tantisimas. Ahora vaa ser arduo recuperarla, Pero, a ver, era una me- dia pornonailon, de aquellos afios cuarenta, que nos trafan locos, —Busca pues, cerdo, que mafiana me encar- ‘go de que pagues el pato, el avestruz y hasta el moa. INo faltaria mas! Y el comisario se fue dando un portazo. 36 Pero dentro, may dentro Jost Exmigue Rood Si coors irdiol. cehah ecient: ra, botella de aguardiente en la faltriquera, persegufa a Luisa por el sereno aposento, Ella corrié hacia el mirador pero, al ir a legar, las ‘manos apasionadas de su enamorado apretaron Jas amplias caderas y a retuvieron. Para ser fran- cos, Luisa hubiera podido resistirse més. Gifiendo a Luisa con un brazo, el joven arran- €6 el corcho de la botella con los dientesy acereé 1 gollete a los labios purpurinos de la amada, quien bebié con decisién, interrumpida inevita- blemente por violentas arcadas que la hacian proyectar hasta la limpara aspersiones del bru- 37 tal licor. Pese a todo, le qued6 en el estémago medio generoso vaso. —Calla, calla —jadeaba él—. No vaya a ofr- nos el maestro. La respuesta de la muchacha se perdié para la historia, pues en aquel momento el ardiente pensador le estaba sacando, por la cabeza, el complicado vestido. Lleg6 el turno entonces a €s0s mirifiaques que, como lo expresa la Acade- mia en un alarde de matiz verbal, “han solido usar las mujeres”. Luisa -sostén y formidables medias rosas- volvi6 a ponerse el sombrero de pastoray ya se arrodillaba, piidica y avida, cuan- do el joven, alzindola de una oreja, le administr6 una cucharada copetuda de hachis mermelado. —No vaya a ofrnos el maestro. Ella, a cada instante més baquica, volvio a descender. La interrumpié un pinchazo, a tra- vés del tul, en el seno izquierdo. Una sefiora dosis de herofna. Cuando volvi6 en sf, vio a José Enrique inyectarse el doble en el escroto. Luisa insistia en su designio, pero dos bofetadas la di- suadieron por fin. Lanzada sobre un canapé, ‘manos seguras levantaron verticalmente sus piet~ nas, algo gruesas mas nada importa. Tintineé el, himen al quebrarse. Hip6 la desflorada. Novaya... 38 Una puerta se abrié bruscamente por la dere- cha; irrumpié Miranda veloz, desnuda, encendi- da. Igual que en toda novela pornografica, habia estado espiando por la cerradura y haciéndose quign sabe qué. El joven intelectual, ardiente como todos los de su gremio. Se rascé el cuero cabelludo sin soltar las piernas alzadas de Luisa, mientras de- cidifa qué postura en trfo seria la mas pertinente. Pero la traviesa recién llegada venta a lo suyo. —Ahora a mi... ahora a mf, O despierto a papa. Mientras Luisa se retorcia al lado, muerta de néuseas, vibré de nuevo el tintineo virginal, y tuna sonrisa adolescente con dientes apretados. Acto seguido, por la puerta que la imprudente habfa dejado sin cerrar, se oy6 acercarse la fa- ‘mosa tos de Préspero. Confuso, el joven pensador, que estaba a pun- to, retrocedié aterrado, horrorizado, deshonra- do inclusive. A su espalda desembocaba una escalera oscura que descendfa a mazmorras calibanicas. José Enrique lo olvid6, cosa ex- plicable. Su tal6n hall6 de pronto el vacio. El joven fil6sofo cayé aparatosamente sobre un flan- ‘co y desaparecié en Ia tiniebla, Rodo, 39 ‘aece que et cerrada lo puerta de las mercedes. ‘Perece qu edule ft del ‘are yo ensnudecis ‘Ava Nexvo i: wosien Silas aoeorosh cuiceneie ‘cuando el nuevo cura renté el cuarto que ellas ofre- fan en un papel confuso, tras el vidrio cagado de moscas. Sorprendidas, asimismo, al saber que al Padre le interesaba la cochera abandonada de la vieja casa. Es més: la alquilé también. Al dia siguiente el cura trajo su baal, varios Paquetes y un crucifijo ristico. Lleg6 en segui- da cierto automovilillo nondescript, color cielo tormentoso, conducido por un seminarista que 4l desaparecié para siempre Iuego de cerciorar- se de que la puerta cerraba bien. Las V beatas frdgiles volvieron a persignarse cuando no les cupo la menor duda de que el Padre, al visitar cada tarde (por qué no) su ve- hiculo, le hablaba. En italiano, concluyeron agu- zando auriculas cérneas. El tiempo pasaba y las Mantas se desinflaban, pero el cura iba a diario a chatlar en el habla mAs coloquial aprendida du- rante sus escapadas del Pfo Latino. A charlar, sf esto era lo espantoso-, pues las Vbeatas fragiles haban confirmado repetidas ve- ces, a través de la puerta, que una voz gangosa intercalaba comentarios en la elocuencia del sacerdote. Al salir éste de la visita cotidiana a su cachivache, se hacfan encontradizas, pero s6lo recababan un saludo piadoso, en la voz blanca que seria de esperarse. Poetasal fin, las V rofanse los codos.. Cudnto més aquella noche en que la menos morigerada, tras el dltimo rezo en comin, se~ ‘ialé un detalle que las otras IV haban preferido callar: el reverendo siempre salia de visitar su automévil limpiandose la boca con el dorso de Jamano. Consternadas, decidieron arriesgar un. espionaje directo -que a los pocos dias rindi6 pavoroso hallazgo-: durante las pausas, bien co- hocidas ya en lo auditivo, el sefior cura lamia, 42 ‘concupiscente, su pequefio monstruo. Si; todas To vieron, y nada hay que afiadir. Por fortuna, la situaci6n insostenible no duré. El Padre cayé enfermo. De gravedad, de llevar- selo. Ante las miradas redondas de las V beatas fragiles, el doctor Mateo José Buenaventura Orfila, previa consulta con su maestro Vauquelin y ptonunciando las eles como un ruso, diagnos- ticé envenenamiento crénico por berilio, sin remisién. Entre campanadas tristes, las V aturdian con su ronda maloliente al farmacéutico del barrio, quien iba sacando, consultando agobiado y des- ‘cartando tomos cada vez ms polvorientos. Al fin recit6 con alivio: —"Berilio. Metal ligero, amado también glucinio a causa del sabor dulce de sus deriva- dos... Silencio explicable. Esa madrugada cruz6 por allf la Grbita es- piral de un Angel de inspecciones. Primero descendié donde las limusinas negras languide- cfan desde afios antes. Por la rendija confirm6, conté en cada estrella de proa las tres puntas. IMercedes! Se cercioré de que la puerta del ga- rage cerraba bien ya. Prosiguié entonces por la acera reaccionaria y se remont6 a mirar por un tragaluz el coche del Padre, que bien conocia. 48 El Angel Io llamé y llam6, con un susurro cor- dial. iFiat! Hasta le silbé. “Ya enmudecis” -recalcaba su angélico in- forme. 44 -Bigentomaguia en torn ala esencia.. Hee Introduccion a Sein und Zeit Bb ci np ican Se, actin co, de grandes barbas, desnudo, hojea Gesta Danorum. En las demas esquinas, otros tres iguales ha- cen lo mismo. Un otario sube al ring. A grandes voces, sin prisa, lee en francés pasajes leibnizianos acerca de la identidad de los indiscernibles. Agrega entonces algunos complementos oportunos. Inesperadamente, usa como ejemplo los cuatro hidrégenos del ion amonio. Esta a punto de divagar, roza el concepto de Ogston, pero reco- ge velas y se retira justo a tiempo. 45 Vuelve a subir de inmediato y planta en el cen- tro de la Iona el Frasco ctibico, de cristal cortado, que contiene la esencia. En torno a ella sera la lucha, y al arbitro incumbe vigilar el Frasco y devolverlo a su sitio, si es desplazado. Suena la campana (no volver a hacerlo) y los cuatro gigantes dejan los libros al mismo tiem- poyyavanzan con absoluta indiferencia. Se traba el combate. No es ésta una lucha que interese a todo el mundo. De ah{ que el vasto local esté muy des- poblado. Apenas los pocos sabios que en el mundo son, més uno que otro existencialista recalcitrante, curiosamente dispersos, separados unos de ottos la mayorfa, aunque en la segunda fila un profesor espafiol se ha hecho acompafiar de sus hiperiones. Cuatro (hay quien asegura que cinco) seftoras solas, vestidas de oscuro, contem- plan a través de impertinentes la pelea. Circula nada més un vendedor de cacahuates y frituras ‘embolsadas. EL combate alcanz6 en seguida una intensi dad que no disminuiré, Sélo cuando alguno de los gigantes, cafdo, se encaja el Frasco en la es- pina dorsal o en un costado, cierta tension distinta en sus facciones, cierto rocfo en su cal- va, denuncia el dafio que padece. 46 ‘Todos son luchadores limpios, sin sospecha posible. Jamas improvisan parejas. Batalla cam- pal de todos contra todos, siempre, lo cual es extremadamente dificil. De vez en cuando, uno de ellos es precipitado abajo (0 cae por error de cilculo), pero regresa al momento. Menudean. quebradoras, candados, tapatias, patadas vola- doras. Respetan las barbas. Algunos profesores del piiblico -pocos, hay que recalcarlo~ se yer- guen fugazmente al arrojar al cuadrilatero, pen- sando pasar inadvertidos, trozos irregulares de vidrio y palitos para pinchar los ojos, pero los gigantes no los recogen. Incluso hallan tiempo para apartarlos desdefiosamente con el pie. El Arbitro, por lo menos, no tiene que acechar ilegalidades; ademas, cuando inicia una cuen- ta, nunca pasa del uno. Son las tres de la madrugada. El piiblico es ya muy escaso. Varios dormitan. La lucha conti- na en firme entre los cuatro, cubiertos de carde- nales y sangre. El arbitro est4 exhausto; ya no sabe cuntas veces ha salido volando el Fi co hasta la butaca mas distante Las puertas estén abiertas de par en par. Ya qué importa. Hasta la acera desierta llega el re- tumbar de los corpachones contra la lona. Nadie entra, Sélo, de tarde en tarde, otro profesor de filosofia se escurre discretamente por el vesti 47 bulo en sombras, duda un momento bajo la marquesina apagada y desaparece calle abajo, tiritando, con las manos en los bolsillos. 48 6 En el pasaje en que muere Fausto, se Levanta un Joven desnudo, el cual avanza hacia el alb, hacia ina mew via. ‘Orto Maven Sean, oe clea egaceics eel arrastraban al Fausto de Busoni, turulato. Muer- to, para ser exactos: acababa de morir, entre grandes dimes y diretes. EI pasaje estaba leno de gente, pero todo el mundo se apartaba con respeto ante el desagra- dable grupo. Al honrado Mefistfeles, en cam- bio, le era mas y mas dificil abrirse paso. Cierto que, con su pluma de gallo en el gorro, su espa- da y sus pantorrillas postizas, causaba sorpresa, profunda inclusive. Hasta admiracién en quien se fijaba un poco. Lo malo es que ello no le faci- litaba la persecucién, al contrario. 49 Mefist6feles, conocedor segiin él de la es- tirpe de Adan, quiso caer en gracia y solt6 un chiste burdo a propésito de las nalgas de los Angeles que le arrebataban a Fausto. Casi nadie 1i6, pues ~debe reconocerse- el aire distinguido no bastaba para disimular que, en aquel preciso lugar y fecha, era un pobre diablo. Cuando Mefisto logré desembocar en la ace- 1a, los éngeles se alejaban con Fausto en un taxi Dio media vuelta, contrariado, esperando en- frentarse a la multitud que lo acompafiaba, y descubrié que habfa quedado solo: todos volvian a correr por el pasaje, pero ahora hacia aden- tro. Mefist6feles se interné también, a la zaga de los otros, guardando una compostura incé- moda. Reunidas en las entradas de las camiserias, del pasaje, las vendedoras no le hacfan caso. Se detuvo malhumorado antes de alcanzar el grupo: la turba se arremolinaba y gritaba mas atin, abriendo en medio un camino por el cual Mefist6feles vio avanzar hacia él a un joven en pelota, sereno, legatioso. En el momento de mo- rir Fausto habia despertado en su litera, disimu- ada en un recoveco del pasaje. El joven sonrefa y saludaba a todos. Traia en la mano izquierda una bolsa con jabén, peine, gomina y demas; al antebrazo, una toalla. 50 —Mefistofélico amigo —dijo con desenfado, palmeando en el hombro al Espfritu-que-niega—, éya se ha muerto el tal Fausto, supongo? Mefisto asinti6 solemnemente con la cabeza. —Entonces me desperté a tiempo, éno? —pre- sumié el joven. —En este instante —refunfuné Mefistofeles— Fausto asciende, escoltado por Justa y Rufina, hacia la gloria. Yo en cambio avanzo hacia el alba —repu- so el joven, sin hacer caso del tono ligubre—, hacia una nueva vida que, verdaderamente, no me urge. —éHacia el alba? Casi es mediodfa. Aun lado del pasaje se vefan dos puertas blan- as, iguales. Una tenfa dibujada una herradura, Ja otra un caballito de mar. El joven se detuvo, gir6 por Gltima vez, despidiéndose. Sin hacer mids caso del pobre diablo, entré en el cuarto de bafio para caballeros. 51 oy 5 dab hl dea fli ued om las ‘iguentes formalas; su sentido ex [ota la c- ‘munizacion de hombre a hombre siriéndose de (odo espritu de verdad en una luche amorosa.. ‘Kant Jasrens La filosofia desde el punto devista dela existencia EE pains era agreste La cate, sencilla pero confortable; un poco sacada de cuento ale- man. Con luz eléctrica, en todo caso. Noche sin luna, pues no se entrevefa el bosque. Un hombre gigantesco, con enormes barbas rufas, ha terminado el periédico y lee ahora un breviario. De vez. en cuando se rasca una ceja con a ufta del pulgar libre. 53 E] reloj de cucd dio las diez, Iuego la media EL hombre cerré silenciosamente el libro y per- manecié largo rato con las facciones impasibles y la vista davada en un asa del gran baal con eti- quetas de hoteles adheridas. Marburg. Athenai. Se levant y, sin ninguna prisa, marché hacia la puerta. Sali6, dejéndola abierta, y avanz6 por el sendero concienzudamente enarenado. Lle- 6 al puente de madera sobre el barranco y se detuvo unos instantes. Su respiracién era pro- funda. Volvié a andar y a pararse, ahora en el centro del puente. El agua, abajo, corria espumante, si bien sin ruido casi. Al lado opuesto, la otra casa, pricticamente idéntica, pero con la puerta ha- cia el este en vez de al oeste. Diametral -en lo posible oposicién de Weltanschauungen. El hombre gigantesco parecia reflexionar. Miraba la casa ajena y luego la propia. Varias veces. Por fin se decidié a abrir la boca. Hizo como Tarzén, en voz baja primero, luego con tono ordinario, luego un poco mas fuerte. Lar- go. Varias veces, y esperé. En la casa de entrente, otro hombre igualmen- te grande y barbudo suspendié su lectura. Dej6 Ja pipa corva en el cenicero y se puso en pie. Marché hacia la puerta, Sali6, dejéndola abier- ta, yse detuvoa mirara su alrededor: Vio. Avanz6 54 ‘entonces por el sendero concienzudamente enare- nado, hacia el puente. EL gigante previo, inm6vil, se volvi6 hacia el ‘tro en cuanto lo sintié acercarse con paso lento ‘aunque decidido, Llegado frente al primero, el segundo res- piré profundamente. Los rudos rostros no reflejaban el menor interés. Emocién ninguna. Inicié aun otro paso, tendiendo los brazos ro- bustos. Se trab6 la lucha sin una palabra, Lucha lim- pisima. Cuando uno resbalé ligeramente, el otro Jo sostuvo con afecto. Era una brega dura, sin embargo. Menudeaban, mas y mas, los resopli- dos, los bufidos, los mugidos sordos. ‘A veces quedaban atascados, quietos. Se fro- taban nariz con nariz, mutuamente, vigorosa- mente, encendidas las mejillas por el esfuerzo. La lucha se prolongé cerca de dos horas. Ni media palabra. Poco a poco, uno de ellos consiguié oprimir ‘contra el barandal de troncos a su adversario. Este perdfa fuerzas a ojos vistas. El gigante victorioso lo siguié empujando, comenz6 a le- vantarlo en vilo, Un tiltimo frotamiento de nari- ces, un empujén decisivo y el inmenso cuerpo paso sin resistencia por encima del barandal, 55 cay6 con un ruido extrafio, siniestro, en el cual intervino poco el agua. Sobre el puente, el triunfador jadeaba a ple- no pulmén, cerrados los ojos. Abajo, scis metros, el caido gateaba con dificultad y volvia a desplo- marse en la corriente discreta. Silencio. No tard6 en quedar inmévil. Gruje la arena bajo las anchas suelas del hom- bre gigantesco, mientras avanza sin que oscilen, sus brazos, hacia el hogar. Entra y cierra la puerta despacio. La puerta de la casa de enfrente siguis abier- ta, encendida. 56 Braulio a fabricacin de chiles, com uno dels wiimeros “absolutes mds bajos en personal ocupado, el cwal ‘aumenth de 1963 0 1970...) cwya inca persona focupada sin remuneraciin desaparecd en ese perodo P Fessvorz Grnsriesy O, RoowovEz ARNO En el sexenio de Tlatelolco Desde as tbricas se elevaban incontabes cho- tos verticales de vapor blanco, silencioso 0 casi, hacia el cielo azulado recién amanecido. Sirenas sonaban pocas, en cambio. Por las calles del norte de la ciudad, los obreros se dirigian a sus trabajos, Braulio entre ellos, sospechando slo confusamente que representaba tun caso tinico en el pats. Llegé a la puerta, salud6 al vigilante con una sonrisa toda sinceridad y se dirigié sin tardan- 59. za a su puesto, en la bodega de descarga. Alli eran abiertos los enormes cajones en que venta, desde la selva, el chicle en bruto, el cual era sometido a una limpieza preliminar y puesto en recipientes uniformes de plistico, que un mon- tacargas elevaba al primer piso del edificio. El chicle legaba en masas de tamafios muy dis- tintos, las menores como un puto, las grandles has- ta de cincuenta kilos y habfa que partirlas. Entre este material venfan hojas, palos, piedras, latas de cerveza vacias y, con frecuencia, animales di- vers0s, vivos: insectos, gusanos, lagartos, ser- pientes, uno que otro mico de noche. La misién. de Braulio era recogerlos y tirarlos. Llevaba al

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