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AJUARES FESTIVOS: LUJO Y PROFANIDAD EN LAS IMAGENES PROCESIONALES BARROCAS Janeth Rodriguez Nobrega / Venezuela nel contexto bartoco la procesién cumple una funcién didéctica y propagandistica al exalear los dogmas més importantes del catolicismo, ‘como el culto a los santos y a sus reliquias. Al tiempo que lleva implicita una carga simbélica y trascen- dente expresada en su motivo, recorrido y organizacién interna. En el cortejo acostumbraban a desfilar los repre- sentantes del poder religioso y civil, las eofradfas con sus imagenes procesionales y las diferentes castas sociales, todos con sus mejores galas. En estos actos ceremoniales “la sociedad colonial se organiza y estructura segiin las diferencias y semejanzas que percibe existen" a nivel estamental y corporativista. A su ver, la procesién permitfa al pueblo exteriorizar sus alegrfas o sus angustias, encau- zando su devocién a través del adorno efimero de templos, atrios, calles e imagenes, cuyo esplendor visual seducfa los sentidos, servia de propaganda y favorecta la partici- pacién colectiva. Este panorama no fue ajeno a la periférica provincia de Caracas. Durante afios abandonada a su suerte por parte de la corona espatiola, ante la ausencia de minas de oro y plata, encontts a finales del siglo XVII su bienestar gracias a la produccién y exportacién del cacao a los puertos novohispanos y peninsulares. Este intercambio comercial trajo consigo una prosperidad inusitada, un interés por el lujo y el refinamiento, que comienza a evidenciarse en el consumo de todo tipo de objetos suntuatios, al tiempo que favorecis el interés de las elites por patrocinar la elaboracisn de imagenes y otras mani- festaciones externas del culto catélico. Los testimonios de la época colonial nos describen a una ciudad de Caracas en la cual las festividadesreligiosas se sucedian con frecuencia, al punto que pocos dias del afo livirgico permanecfan ajenos a la miisica, fuegos artificiales, bailes, toros, comedias, juegos de cafias y procesiones. En 1801 Francois Depons (1751-1812) describia estas actividades en los siguientes términos: “Las nds brllantes de tales fiesta son las procesiones. Por lo general tienen lugar en la tarde. El santo en tamafio natural, se encuentra vestdo ricamente. Lo llevan en andas muy bien adornadas, seguido o precedido de otros santos de la misma iglesia, arreglados con menos suntuosidad”. Estas palabras nos llevaron a preguntamos: {Qué tan suntuosas podrfan ser las vestimentas de las imagenes procesionales en Caracas? (Qué lecturas pueden efectuarse en torno a la presencia de los costosos ajuares que engalanaban a estas imagenes? Para responder a estas interrogantes presentamos estas breves reflexiones, que forman parte de una inves- tigacién que apenas brinda sus primeros pasos. PRIMOROSA Y BIEN ADORNADA Al aproximamos alos inventarios elaborados durante la visita pastoral del obispo Mariano Marti (act. 1770- 1792) a finales del siglo XVIII, nos encontramos con la presencia de imégenes procesionales en casi todas las iglesias caraquetias. En su mayoria se trataba de imagenes de vestir (también llamadas de candelero o de farol), constituidas por esqueletos de madera sobre el cual se —EE—_——tF ensamblaban cabezas y manos, inicas partes realmente talladas y policromadas de las piezas. Esta suerte de manigui se cubrfa con vestidos, mantos y tocados, los cuales podian ser cambiados en funcién del calendario liirgico y de las necesidades devocionales. sf un mismo esqueleto podria pposeer varios pares de manos y de rostros, que en conjun cién con los vestidos adecuados, podrian alternarse para representar a una variedad de santos y virgenes. La mayoria de las imagenes procesionales caraquefias eran de fabricacién local, salvo pocas piezas importadas desde Guatemala, México y Espafia. En algunos casos se encargaron copias de imagenes célebres, como la talla de ‘Nuestra Sefiora de la Soledad que se veneraba en el convento de la Victoria en Madrid, atribuida al escultor espaftol Gaspar de Becerra (1520-1570). La réplica fue encargada a.un taller hispano por don Juan del Corro y su esposa dofia Felipa de Ponte, quienes la donaron en 1654 a la iglesia franciscana de la Inmaculada Concepcién en Caracas (fig. 1). La tradicién oral asegura que dofia Felipa Fg. 1. Andnimoespancl, Nusa Sora de la Soledad XV Iragen de vest gee oe San Fancaco ce Caracas corté su oscura cabellera para elaborar la peluca que llevaba la imagen bajo su tocado. Lo cierto es que la donacién de la talla se reali26 bajo una serie de cliusulas, entre las que se establecia que la imagen saldrfa en proce- sién cada viernes santo y cada 15 de agosto, dia de su fiesta. Ademds se estipulaba que debia portar siempre tres velos, y que sélo el prelado del convento se encargaria de vestir y adornar a la imagen, acompafiado de cuatro religiosos portando velas encendidas*. Tales condiciones procuraban asegurarle a la imagen un culto ortodoxo bajo Ia custodia de la orden franciscana, Pero la mayorfa de las imagenes procesionales no contaron con estos privilegios. Por lo general su culto fue patrocinado y difundido por las cofradfas. Una de las més ricas e importantes de la ciudad de Caracas fue la de Pedro’, establecida en la capilla homénima de la Catedral desde mediados del siglo XVIL. En 1742 la coftadta encarg6, 1782) tuna imagen procesional del apéstol, sentado en su trono (fig. 2), iconograffa que se conoce como San Pedro en cétedra. Los inventarios describen a la imagen como: al escultor Enrique Hernandez Prieto (act. 17: De cuerpo entero y de gonces, de sacar en procesiones, testido de tafetén y de terciopelo encarnado, su roquete 1 sus guantes de terciopelo bordados, zapatos de lo mismo, sus medias encamadas, cuchllos de oro y su capa encamada de tsi, todo guardado en su cajén pintado con su llave® Ademés la imagen posefa “una sila de madera toda dorada de sentar al Santo Apéstol”, su tiara de plata sobre dorada elaborada por el orfebre Domingo Tomas Ni (act. 1735-1801) en 1784; “las dos llaves de las manos de plata sobredorada, y su crucero de madera forrado en carey com sus esmalis de plata de fiigrana sobredorados" . Aparte contaba con “las hebillas de los zapatos de oro”, “dos sortijas de oro, una de esmeralda y otra de amatista", “una cadena de oro de cordonsillo de dos vueltas con su pectoral de cristal embutido en oro, y otra cajilla de oro de pectoral, todo con una agujeta de plata de afar la tiara, reservado en su cajita de carey". Una parte considerable de estas piezas fueron conservadas celosamente por los mayordomos de la cofra- dfa, en una caja destinada a guardar la imagen del santo bajo llave. Tal celo preservs parcialmente las vestiduras, al punto que es una de las pocas imagenes de vestir que atin ostentan las galas de la época Al observar el vestido de la imagen y sus atributos pontificios nos resulta evidente la intencién de remarcar su condicién de fundador de la Iglesia, més que su papel de apéstol. Asi a través de la figura del vicario de Cristo, que cada 29 de junio abandonaba su caja para circular en procesi6n por las calles de Caracas, se enfatizaba la antigiedad de la Iglesia y su poder como institucién fundada en los albores del cristianismo. Al tiempo que se cexaltaba el protagonismo del clero secular en una ciudad signada por los constantes conflictos de competencia entre seculares y regulares. En este contexto, el solemne ajuar de la imagen cumplia con unos fines muy concretos, por lo que era estimulado por el cabildo catedralicio, que rho escatimé recursos para vestir primorosamente a st patrono. Pese a lo vistosa que podria resultarnos la apariencia del apéstol, eran las imagenes marianas las que por lo general posefan los ajuares mas esplendorosos, que cierta- mente rozaron lo profano. Un caso particular fue la imagen de Nuestra Sefiora de la Guta, lamentablemente desapare- cida, pero de la cual se conservan par de lienzos atribuidos al pintor caraquefto Juan Pedro Lépez (1724-1787), que la plasman en su nicho (fig. 3)’ Esta imagen de vestir se veneraba en la ermita de San Mauricio (derribada a finales el siglo XIX), y su cofradia estaba presidida por la familia del conde de Tovar, don Martin Tovar y Blanco, ademés de sus esclavos. Tanto los lienzos como los documentos ‘nos describen a una pieza engalanada con piadoso derroche. Segiin los inventarios la imagen que se encontraba expuesta en el altar mayor, era una talla con el Nifio Jestis en sus brazos, la cual posefa un espléndido ajuar confor- mado por una corona, dos rostrillo, tres joyas de pecho, unos sacillos de oro y peas, diecisiete sorijas, dos pulseras de perlas, dos rosarios de carey y corales, tres dijes de cristal, cuatro aironas’, cinco cadenas, dos gargantillas, y una media luna de plata a los pies de la Virgen. Mientras la pequefia figura del Nifio Jess posefa sus tres poter de plata sobredorada, 20 sortijas de oro, algunas con cesmeraldas, diamantes y amatistas, un par de herbillas de plata para los calzoncitos, tres pares de zapatitos, (tno para cuando esté en el nicho, otro para el que sale al campo y “otros nuevos de teciopelo guamecides con punta de plata'™), ‘Ademis de las joyas, la imagen poseia varios vestidos, entre los que se encontraban uno de brocado'' encarnado con cota guamecida de punta de plata fina, otto vestido de persiana"” azul, otro de tela encarnada con ramos de oro, ademas de algunos juegos de encajes finos para los Pufios, cinco cotas azules, moradas y encarnadas, dos ccabelleras y varias camisas para el Nifio®. Efectivamente los lienzosatribuidos a Juan Pedro Lépez (fig. 4) dan cuenta de este lujo al representar la rica vestimenta de esta figura mariana, conformada por un hermoso vestido azul posiblemente de persiana con flores y brocados, y encajes en los pufios. Acompafiado de un Fig 2. Emique Hannes Pro, San Paco an cteca, 1742, agen doves, (Secale Caracas Fig. 9. Abuido a Juan Pesto Lepez.N (Cho sore madera de cero 102«702.em, co rostrillo de oro colmado de pedreria, corona, cetto, una jova de pecho, pulseras de perlas,y una media luna de plata. Mientras el pequetio Nifio Jesis viste a la usanza dos a de la época, todo de encarnado, con calzones ¢ las rodillas, camisa con vuelos en los pufios, chupa o chaleco con galén de oro, casaca o gabin semejante con faltriqueras* y zapatos guarnecidas con hebillas ‘Nos llama poderosamente Ia atencién que el Nitto fs estaba vestido siguiendo la moda contemporénea. ‘bre todo porque tal vestimenta era contraria a los ‘énones tridentinos, que prohibfan que “no se adornen las Sndigenes com hermosura escandalosa™”. Aspecto que también recogieron niumerosos concilios provinciales y diocesanos realizados en América, pero que lograron su acatamiento con mayor o menor fortuna Precisamente uno de los concilios que nos interesan por afectar al teritorio venezolano, se efectus en santo Desminge en, LOZ, con la asistencia del obispo de [a oe 1. de Angulo (act. 1619. Fig. 4 Aiouido a Juan Paco L Jo ro ote, 108» 67 Sem, clacion Machado Gores 1633). En este concilio provincial se recogieron las primeras preocupaciones ante ciertos abusos que involu Praban a las imégenes de vestit. Asi en la préctica de preparar las piezas para ls procesiones st habia detectado conductas muy poco ortodoxas, como: En el desnudar y vestir las imagenes, sobre todo aquellas de la Vingen que, segrin las varias festvidades del afto se ‘adornan con diversos vestidos, se falta un tanto a la veneracién, por el poco respeto con. que eso se hace, 9 porque, remerariament, aquellos que guaran as westduras las emplean en sus propios sos. Para remediar tales précticas reftidas con la conducta crstiana se opt por ordenar Ia sustitucién de las imagenes ade vestir por imagenes de talla completa con sus vesti- mentas pintadas 0 con tela encolada. S juacién que también habia ocurrido en las regiones andaluza y levantina “jonde en 1642 se prbihieron las imagenes de vestry st empleo en las procesiones!, como un medio para desterrar los abusos de ornamentacién mas que la imagen en sf misma. Otro tanto habia ocurrido en el tercer concilio provincial mexicano de 1585, en el cual se ordené que: Conviene que se pinten las imagenes; pero si fuesen de escultura hagaseles el ropaje de la misma materia. Las imagenes que en lo sucesivo se construyan, si fuese posible, 0 sean pintadas, o si se hacen de escultura, sean de tal manera que de ninguna suerte necesite adornarse con vestdos" Allgo semejante sucedis en el segundo concilio Limense (1567-1568) en el cual se promulgé que “la imagen de Nuestra Seftora o de otra qualquier santa no se adore con westidos y rages de mugeres, nile pongan afetes o colores de que usan [las] mugeres, podré empero ponerse agin manto rico que tenga consigo la imagen”. Aunque no contamos con datos suficientes que nos permitan calibrar los efectos de estas directrices conciliares en sus respectivas reas geogriificas, si podemos afirmar {que en territorio venezolano no se suprimieron las imagenes de vestir pese a lo ordenado, al contrario, se convirtieron cen una alternativa econémica por lo cual proliferaron los abusos en su omamentacidn. Para 1689 el concilio dioce- ‘sano convocado por el obispo Diego de Bafios y Sotomayor (act. 1684-1706), volvié nuevamente a insistir en la necesidad de controlar los excesos de profanidad que alcanzaban estas pi Prohibimos en adelante, que las santas imégenes se vista rofanamente en ls fesas,y procesiones de sus festividades, rien otras, con vesidos seculares, que se piden prestados, y.que se les pongan zarcillos, pulseras, gargantillas,y otros aaderezos indecentes: ¥ damos sélo licencia, para que las ‘yas, que los fees les hubieren dado de limosna, se pongan en las andas, sirvan para su adorno Como podemos apreciar la preocupacisn de las auto- ridades locales se enfatiz6 mas en los vestidos, de proce- dencia profana, que algunas mujeres acostumbraban prestar o donar, de suerte que las imagenes ostentaban las modas de su tiempo. Para atajar tales précticas se esperaba que se realizaran vestidos expresamente disefiados para las imagenes, obviando que el anacronismo habia sido una estrategia que desde el medioevo habia permitido la aproximaciGn de los devotos a las imagenes. Eneste concilio diocesano resulta interesante que pese a la prohibicién de omamentar las imagenes con “zarcillos, pulseras,y gzmgamtila, buena parte de las piezas caraquetias contaban con ricos ajuares donados por sus fieles. Para Jos tratadistas y teslogos, la presencia de joyas engalanando las imagenes no era algo tan criticado, precisamente por las connotaciones estéticas que desde el medioevo rela- cionaron el brillo del oro con la belleza divina, Ademés de estas especulaciones se sumaban los numerosos relatos de visiones misticas que incluyeron joyas o piedras pre- ciosas, tanto en la vestimenta de las entidades celestiales, como en los obsequios que ofrectan a los visionarios. Ahora bien, las descripciones documentales como las citadas de Nuestra Sefiora de la Guta, nos refieren que las imagenes procesionales portaban esplendorosos vestidos de tafetan, terciopelo y tisti, géneros de seda que por sus costos debfan ser consumidos frecuentemente por las elites de la sociedad caraquefia. Durante el siglo XVIII una parte considerable de estos textiles fueron importados desde la Nueva Espafta por la Real Compatifa Guipuzcoa- na, junto a sedas de China y otros géneros procedentes de las Filipinas. Sin embargo, el auge del contrabando favorecis la circulaciGn de mercancias extranjeras pot la provincia. Por lo que las sedas no fueron de uso exclusive de los ricos criollos y peninsulares, al contrario, el agente comercial José Luis de Cisneros sefialaba en 1764 que buena parte de los géneros de sederia eran adquiridos por la gente ordinaria. El interés por imitar las practicas del vestir de las elites fue en aumento durante el siglo XVIII gracias a la pujanza econdmica, al punto que en més de tuna ocasién se promulgaron pastorales y decretos"" que buscaban impedir que las castas més bajas utilizaran los mismos textiles, cortes y omamentos caracteristicos de las lites. Es evidente que la sociedad caraquefiaidentifi- caba la vestimenta y los adornos como “simbolos de prestigio y estatus, cuyo uso por parte de los inferiores transgrede el orden social, deshonra una clase y rompe una tradicién®.” En este contexto resulta llamativo que las descripciones de las imagenes procesionales sefialen la presencia de esos inistos simbolos de poder, lo que obviamente contributa a remarcar el orden social impuesto por la divina provi- dencia. Ast pues el vestido de las imagenes no sélo nos habla de la majestuosidad divina, de la belleza, de la piedad o del sentido del decoro, también nos alude a una prolongacién en el més allé cristiano de la jerarquia ‘estamental que reina en el mundo terrensl. No es de extrafiar entonces que algunas imagenes ostenten las galas de la elite politica y econémica, ya que como bien ha apuntado Roman Gubern “en el seno de Ia Iglesia catslica [..] la imagen religiosa se convirtis en tuna imagen autoritaria, en el sentido civil y jurfdico de auctoritas, de representaciGn legitima del poder (aqui divino) al aue los fieles debfan acatamiento®.” Ast no resulta sorpresivo que el colegio jesuita de San Francisco Javier en la ciudad de Mérida, para 1723 exhibiera una imagen del Nifio Jess “vestdo de casaca, clones, 9 espada + bastén como Capivén General”. Después de algtin tiempo, los padres jesuitas decidieron cambiar los vestidos de esta imagen por otros mas acordes con la tradicién catélica, porque “aunque el pueblo no lo nota; por oponerse al decreto de Urbano octavo y al del Tridentino®” El decreto al que alude el documento citado se refiere a la bula Sacrosanta Tridentinus Synodus emitida en 1642 por el papa Urbano VIII (act. 1623-1644) para toda la Iglesia, en la que se renovaban todas las prescripciones del concilio de Trento referidas a las imagenes nuevas y a las més antiguas, al tiempo que decretaba “no retener ni exponer a la visa piblica ese género de imagenes com anterio- rida esculpidas 0 pintadas, o de cualquier modo expresadas, ni vestidas con distinto hdbito, o con diversa forma, o con el vestido particular de alguna orden relgiosa2", Es interesante detenemos en esta prohibiciGn pontificia de vestir alas imagenes de la Virgen y de Jesuctisto con los hatbitos de las Grdenes religiosas. Esta proscripcién fue ‘conocida en territorio hispanoamericano, a partir de 1660 cuando las constituciones sinodales de Sigienza la retomaron”, y otro tanto ocurrié en el fallido concilio provincial de Santa Fe de Bogoté de 1774". Sin embargo, esto surtié poco efecto ya que si algo caracteriza a la iconograffa de las drdenes religiosas en Espatia y sus posesiones americanas es la representacién de Maria entronizada con el habito de estas Grdenes. Tal desinterés Por respetar esta censura nos confirma que la vestimenta de las imagenes era un simbolo de prestgio, incluso entre las drdenes religiosas, que competian entre sf por incluir entre sus patronos a los personajes mas importantes de la cristiandad. Por otra parte, la competencia entre cofradfas para exhibir las imagenes més suntuosas, contribufa a promover cierta laxitud en el acatamiento de las normas. En general los testimonios nos indican que las autoridades eclesidsticas favorecieron estas rivalidades como expresién de ingenua piedad. Al punto que tal interés por engalanar a las migenes procesionales con ajuares ostentosos no desapa- reci6 totalmente después de la Independencia. Un docu- mento de 1852 nos relata que Fermin Antonio Rodrigues, administrador de la cofradia de Nuestra Sefiora del Carmen de la desaparecida iglesia de San Pablo, adeudaba 654 francos al importador Francisco Cloues, por “un velo bordado en oro, con encaje de oro fimo sobre el mismo velo” venido de Paris el 10 de noviembre de ese mismo afio, para la imagen mariana”. Testimonio que confirma la persistencia de esta practica, mas allé de las fronteras del barroco. DE GALAS MENOS PIADOSAS Si las autotidades eclesidsticas fueron flexibles con estos derroches en torno a las imagenes, no tuvieron la misma complacencia con los asistentes a las fiestas reli- giosas. Asf fueron numerosos los bandos, edictos y pasto- rales en contra del lujo excesivo en los trajes y la ausencia de la modestia cristiana durante las fiestas. Ya desde mediados del siglo XVIII el obispo Diego Antonio Diez Madrofero (act. 1756-1769) habfa encabezado una at téntica cruzada en contra de la vanidad femenina, mani- festada en lazos, escotes, sedas, joyas y velos finos, que arruinaba econémicamente a las familias. El obispo obligs el uso de un riguroso vestido y velo negros para asistir a los oficios livirgicos y fiestas rligiosas, aunque tal uniforme que procuraba desterrar el lujo y la profanidad de los templos,lleg6aelaborarse en seda o terciopelo,aleancando costos cercanos a los 800 pesos". Hasta los penitentes sufrieron los rigores del prelado cuando: prohibié el uso del capirote durante las procesiones de Semana Santa. Para el obispo los capirotes que ocultaban los rostros favorecian la conducta deshonesta de quienes permanecfan “agando por las calles antes después de las procesiones, y aii en estas mismas*”. Su camparia lleg6 a afectar al calendario festvo de la didcess al sustituir las celebraciones propias del carnaval por procesiones y rezo del Santo Rosario, Pero al fallecer el obispo las fiestas y sus asistentes regresaron a su cauce mis pagano. Por su parte, uno de sus sucesores, el obispo Francisco de Ibarra (act. 1799-1806) en octubre de 1803, intentaba en vano poner limites al desengreno en las modas feme- niinas, que aprovechaban las ocasiones festivas para exhi- birse piblicamente. Por ello sefialaba con dolor en una de sus pastorales: Noes yala asistencia alas fiestas procesiones para adorar el Sefor y venerar a sus santos, es para ir al concurso, ara prenderse con més gusto y artficio, y ser vistas de una multitud mas numerosa, Se ha acabado la devocién No se ven en los Resarios y procesiones acompaitando a las imagenes, ni en los eercicios de San Ignacio que se dan en todas las iglesias, aquells gents dl primer orden. Ellas sélo se encuentran a tropas entre el concierso que se dispersa por el lugar y carrera de las fiestas. No se obserea en las iglesias el respeto, los ojos bajos, el vestido huemilde y sencillo, los labios sdlo abiertos para alabar a Dios. Alli mismo se ve el traje del teatro, vista libre, bullicio de conversacién y sobre todo la misma indecencia en el vestido™. Tal corrupcién de costumbres que ostentaban las mujeres en Caracas no era privativo de las elites, hasta las criadas ingresaban a los templos con sus cabezas descubiertas para que “se les vean las cintas, peines alfleres™. Por su parte, ala poblacién masculina advertia “que no concursdisa las fiestas para quedaros en el atrio a sus puertas en corvillos slo a ver [a] las mujeres que entran o salen’. Para el obispo Ibarra estos excesos piiblicos traerfan el justo castigo divino que se expresaba en sequias, hambre, pestes y guerras. Todos estos testimonios nos deseriben la “creciente irrupcién de lo profano en el escenario religioso’™, que aradualmente invadta a la sociedad caraquefa. Por ello las procesiones fueron perdiendo su poder de convocatoria y su trascendencia como marcha triunfal del pueblo cristiano, asf como algunas imagenes de vestir quedaron olvidadas en sus altares, ahora portando ajuares menos esplendorosos que los de antafio. NOTAS " C.Leal Curiel, 1990, p. 165 2 Espagnol, 1993, p. 72 5 La imagen elaborada por Gaspar de Becerra fue destruida durante Ia guerra civil espaiola 4 Navarrete, 1993, tp 64. Para 1772 las rents de la cofadia presenta por el mayordomo don Francisco Lozano alcanzaban la cifta de 15.486 pesos. Mari, 1998, t.6, p12, © Mart, 1998, 3,p. 42 Tider Los liens se encuentran en las colecciones privadas Machado Genes y Santaella de Henning. Segsine] DRAE la aitona es un rocad de plumas wsado en casos, sombrerosy goras. 20 Matt, 1998, 1.3, p. 72. rocado: tela de seda entretejda de oro o plata, de modo que el :meral formaba en la haz, lores o dibujosbrscados. Tejido fuer, todo de seda, con dibujos de dstinto color que el del fondo.” Duarte, 1984, p. 280. Persians tela desea, con vara lores grandes teas y ves dle matces que sw ene siglo XVI para apretadre,vstides dle moje y hupas." Dare, 1984, p. 284 2 Mart, 1998, «3, p66 y 67 altriqura:blailo dels preris de vestit" Duarte, 1984, p. m. '5 E1Sarosano 3 Eeuménico Concio de Trent, 1785, p.478 ‘Actas dl coneloproncal de Santo Domingo, 1622-1623, 1970, P56. Martines-Burgos Garcia, 199, p. 279. "8. Marrne: Lipes-Cano, 2004, sp. ° Cita por R. Mjia Pilla, 2002p. D. 2 Apéndcesael todo Diocese de Santiago de Lin de Caracas de 1687, 1975. 227 En Coro se prohibié que las mulata visteran de manera lyjosa en 1774, Pelice, 1996, p. 100, Pellicer, 1996, p96. 3 Gabe, 2004, p 105 % Rey Fajardo, 1995, 1, p. 384 Ibid 2% Plaaola, 2001 . 114 27 Rovriguez de Cellos, 1988.98. % Groot, 1957, ¢2, p54. ® Gois,2007, p42 % Espagnol, 1993, p. 71 itado por Straus 2004, p. 133. Teaserito por Langue, 2000, p. 271 Ihde, p27 % bide, p. 272, Langue, 2000, p. 261

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