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Asf la atistocracia repertoriaba, asesorada por sus poe- tas, sus propias claves que no sélo permitfan a los mejores identificarse con el grupo, sino que ademés excluitian a todos los otros, indignos por su plebeyex de acceder a Ja maestria en el manejo de Ia metéfora. En este aspecto Géngora es ejemplar, pues con él el lazo del pocma a Jo teal se hace esencialmente metaférico; lo que equivale a decir que el estallar del significante no es sino la accesién de la palabra al més allé de ella misma: a su propia referencia, representativa de lo real expulsado, De ahi la im- presién de una ilusoria autonomia del poema. Autonoma ilusoria, es cierto, pues es imposible negar la expetiencia sin postulatla al mismo tiempo como existente y negable. Pero como la negacién se efectda en y por el lenguaje, resulta de ella un objeto que, desligado ya de lo real, est amado a identificarse s6lo con las leyes del lenguaje que Io edifica: discurso abstracto que extrae de si mismo su coheren- cia y signficacién, Los significantes asf tratados, cogidos entre lo real y el lenguaje que lo destituye, se abren a toda clase de significaciones ocasionales, no fijables, que son en la palabra como un ruido de fondo ealeulado; Jo que tiene por efecto conferitle en el mismo instante un estatuto de cambiante inaprehensible polisemi Un ejemplo permitird ilustrar Ia mecénica interna del fe- némeno. Un grupo de cazadores, halcén en puiio, suscita la siguiente metifora del ave: 1. Sobre la funcién de las Academias, en Ia petspectiva de un andlisis ynciano de ta cultura, se dice algo en muesteas «Cinco leciones sobre el uscd» (intra, pp. 89191). Cabria profundizar en el tema, Boste por 2 sefilar que es por medio de low intelectasles anexionados como a infraestractura econdmica desarolla superestructares formales que se. Pro- pponen al grupo para que en ellas se proyecte ydefina, SOBRE LA METAFORA Quejfindose venian sobre el guante los raudos torbellinos de Noruega ‘Tratase, claro esta, de halcones, cosa que el poeta sabe y que no quiere decirme. Esos halcones, me los niega y los reem- pplaza por el enunciado de su definicidn: los raudos torbellinos de Noruega, como si dispusiéramos, él y yo, de un diccionario que bajo el item halcén propusiese Ja exacta glosa que acaba de citarse. Y, sin embargo, esa definicién no deja de ser de muy dudlosa eficacia, Establece una relaciéa, en sf plausible, entre tuna turbulenta meteorologla de inclementes cierzos, y esa Noruega eristalizada, como todos saben, en el invierno es candinavo. Pero, ges esa la relacién adecuada? En efecto, s6lo quienes sepan que los tales torbellinos designan halcones, pueden admitir la definicién que nos propone el diccionario gongorino. Lo que vale tanto como decir que la metéfora arraiga en. un saber que es exclusivamente el del poeta, y que é&te no ‘me comunica sino indirectamente y 4 posteriori: que los tor- bellinos de los que se dispone a hablar no son halcones, sino otra cosa, que tomar su lugar momenténeamente so pretexto de una relacién analégica lingiifsticamente inanalizable (el and- lisis, si nos obstinamos en producirlo, seré falseable siempre). [Esa operacién, en cuya ausencia no hay metéfora y que equi- vale a sentar: torbellinos * (balcones), no pertenece al poema, y ni siquiera al lenguaje. Se adsctibe a la situacién del pocta-locutor, detentor de su propio saber: situacién contextual compleja, extralingifstica y extrapoética, que se implicita en el discurso que engendra. Lo propio de ese discurso, aparentemente, es no evocar wi 16 GONGORA tun caso de experiencia y su transmutacién conceptual sino a fin de producir su negacién: A no es B. En otros términos, la metéfora se funda en la implicitacién de tun saber negante, no significado, y que por lo mismo se sus- trae al discurso. Y, sin embargo, ese saber cabe restituirlo, No se nos habla sino de raudos torbellinos, sin que sea licito ver en ellos otra seosa que lo que son: la turbulencia de la tempestad. En efecto, | se nos prohibe, por falta de prueba, discriminar en torbellino un sorbellino™ que serfa de la naturaleza del viento, y un torbe- lino®, cayo significado x quedaria por descubrit. Si asf fuera, cosa que no es, nos hallatiamos en presencia de una polisemia lingiistica, en el sentido clésico del término. Pero, aun cuando no hubiera un solo torbellino idéntico a s{ mismo, vendlrfa inscrito en un contexto sintéctico que prohi- be ver en Ja palabra una nocién fija en su invariabilidad, Su istribucién es, pues, el indicio de su ductilidad metafética Si el complejo lexema: los raudos torbellinos es compati- ble con su especificador: de Noruega, por la razén que se ha dicho (Ia Escandinavia es la regién de Ia tormenta y del frio), ‘no puede decitse lo mismo de su relacién con el verbo en gerundio (quejéndose) y con el nticleo verbal de a frase (ve- nian sobre el guante). En efecto no hay raudo torbellino capaz | de quejarse, pues ese ruido no es repertoriable entre los que produce la violencia de la tempestad. Por otra parte, es dificil admitir que un raudo torbellino se desplace en un guante, es decir en un pusto de hombre. De esas incompatibilidades se de- duce que esos torbellinos no designan «torbellinos». Abi in terviene la insercién del significante’en un contexto més exten- 50, que es el de la evocacién de una caza. El guante se entiende entonces como el de los halconeros, y se colige que esas quejas son las de las aves inquietas. En cuanto a Noruega, es in SOBRE LA METArORA dicio, para quien sepa comprender, que si de ave cazadora se trata, sélo puede ser el haleén originario de la Iejana Es- candinavia, Ha de renunciarse, pues, a leer en los raudos torbellinos de Noruega la mencién de un clima violento como el que se atribuye al Septentridn; de otra violencia se tata: la de la tempestad que provoca la batiente ala del ave al caer sobre Ja presa, anfloga al aquilén en su Brutalidad, de modo que Noruega funciona a la vez como tierra de tempestad y patria del ave, por doble zeferencia reductible a la imagen de un ave-tempestad que se oculta bajo las palabras que la designan. ~~'Ta inietéfora se instituye, pues, en el intervalo de dos pro- posiciones, ambas fuera del texto: (1) os torbellinos no son halconess (2) los torbellinos no designan torbellinos. Pero como nada antoriza a afirmar que torbellino es el vector de dos significados distintos, fuerza es reconocer que ‘estamos en presencia de una tinica nocién inscrita en un campo de distorsién. El resultado es que torbellino significa halcén», 0 sea un torbellino que, por caso extremo, es un ave: un torbellino-ave, cosa que el Iéxico espafiol no permite | ue forBellino signifique. Debe admitirse, pues, que si lo pro- pio del discurso poético-metafdrico es edificarse en una poli semia lingiifstica recusada, no se polisemiza sino por mult lcci abierta de Ins valenis por soiacn del conexo || y sin salirse del campo de la monosemia, Es més: la metéfora | ‘no puede existir sino por efecto de la monosemia, ya que un torbellino Vingiisticamente polisémico —o sea: S' = «torbe-| llino» -+ S? = ¢halcén»— supondria una aplicacién no err6-| nea del significante vector de uno de sus dos significados, a I referencia en cuestidn: si torbellino designara en 1a lengua al | haleén, dejaria de ser promotor de metéfora; lo que equivale 4 decir que el estallar del significante en el juego metafdrico a mouno | | 18 GOxGoRA resulta de un mecanismo contrastivo, por el cual una monose- mia de lengua se resuelve en polisemia discursiva. La opera- cién implica siempre que, fucra de texto, se proceda 2 una negacién a priori: A no es B, a la que se adjunta a posteriori 1a asercién complementaria: A no designa A. Lo que designa A y que no es B no puede averiguarse con certeza, Todo lo més nos artiesgaremos a afirmar: es infinita- {mente probable que A designe un referente que seria el mis- (2 mo al que se refiere B. En nuestro ejemplo, los raudos tor- bellinos de Noruega designan, segiin toda probabilidad, los setes referenciados en léxico espafiol por halcones, Certeza ) | negeda, la metéfora ba de ser probabilista. ‘ Concluiremos afiadiendo que una metéfora no se concibe sino en su relacién con los referentes, Es el referente el_que se metaforiza, y no su representaci6n lingistica. El error idea- \< iista consistirfa en postular, como lo hicieron los hombres de Jos siglos svr-xvix —cosa que, por otta parte, no les ba per | judicado en su prictica—, que la metéfora se funda en_el juego generalizante de la ides. Sélo es verdadera la proposi- cidn a condicién de restituir bajo la idea la imagen vivida de las cosas que ella zecubre. En la metéfora que acaba de anali- | zarse, torbellino significa, bajo la idea de «tempestad», una | relacién efectivamente percibida entre un torbellino de aire 5) | y el vuelo brutal del halen: son esas cosas —y, mas general- mente, las cosas— las que se ocultan y signilican en la me- téfora. Si el Jenguaje, al construizse en Jo més profundo de la 1 mente, es distancia que se toma con la experiencia referencial, Ie toca al discurso metaférico, es decir a la poiesis, restituir al referente, ahora redescubierto més allé de la estructura lingifs- tica, su otiginaria primordialidad. SOBRE LA METAFORA En ots términs, a metdfora podtfa no set més que un) medio que el pensamiento se da —sin duda entre otr0s— para superar la contradicci6n que se establece entre lo real y el len-\ ‘guaje desde el momento en que el lenguaje, para edificarse, expulsa lo real a que sustituye. Ast lo propio de la metéfora Settee eer la cements ones teeters eee ‘i ; a fin de reconstruir, a través del significante, las reales condi-,_ ciones de existencia del referente, Esa trascendencia serfa con- secuencia de una operacién regresiva, por la que el pensamien-| > to compensaria, regresando en direccién de lo real, los efectos de su potencia cada vez més abstractiva. Se comprende asf la funcién de Ia metéfora en la poética ongotina, que se funda toda en el manejo del concepto. Una de las manipulaciones que le impone es la metéfora, que, segtin los teéricos del siglo xvuy, resulta de un juego de analogias y cortespondencias. Tal es también el concepto segtin lo define Baltasar Gracin: «un acto del entendimiento que exprime la cortespondencia que se halla entre los objetos». OBjetos debe] {tomarse aquf en sentido escolistico de «ideas» © «represents, ciones mentales». Ahora bien: se ha visto que el concepto me- talérico no puede edfcarse sino es por regresiéa al referente)“/ | fa fin de institut, bajo un signficante nico, una corzelaci6n| no ya entre ideas, sino, a través de las ideas, entre las expe+ riencias de-las que son transposicién mental, Nos hallamos, pues, ante un doble movimiento contradic- torio, que fundamenta a la vez Ja tensién y el equilibrio del uuniverso poético gongorino. Para compensar Ia obra del len-) guaje, utilizado siempre como lo que es, es decir: un instru- |. ‘mento de desrealizacién de lo real que conduce al concepto, el poeta procede a la necesaria desconceptuslizacién del concep- to, al que reorienta por medio de la metéfora en direccién de Jo teal primordial. Abril de 1977. BU (eter ! oareti#9 WOILIUD TWIHOLIGa (oaanano ‘vuOONOS) VOILFOd A VOILNYWAS OHTOW O1olunV i |

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