You are on page 1of 33
| Investigaciones empiricas sobre las destrezas mentalistas ! Algunas observaciones sobre altruismo, maquiavelismo y la naturaleza humana Desde hace pocos afios, los psicélogos evolutivos han co- menzado a inves igar el desarrollo de un conjunto de capack dades basicas para las relaciones interpersonales, y que se cuentan entre las mas fascinantes y significativas del desarrollo humano. Aunque el estudio cientifico y sistematico de tales destrezas sea reciente, no lo es el interés por ellas entre aque- los autores que, desde la antigtiedad, han querido definir eso que se ha dado en lamar “la naturaleza humana”, Muchos de ellos insisten en el cardcter bifronte o mixto de tal naturalez: el hombre es, si, un ser social. Es capaz de comunicarse con sus congéneres mediante complejos sistemas simbélicos. Puede compartir bienes tangibles o intangibles con los demas, y coo- perar con ellos. Transmite a los compafieros de interaccién sus 1 Este libro, asi como las investgaciones de los autores resefiadas en 4) se han realizado con el apoyo de la Direccién General de Investigacion Gientifica y Técnica (DGICYT), y forma parte del proyecto de investigacién 'PB89-0162, financiado por el Ministerio de Educaci6n y Ciencias, y ditigido por el primer autor. 7 La mirada mental 18 experiencias y estados internos, mediante recursos muy pode- rosos de expresion y comunicacién, Acumula asi experiencias y conocimientos, y ello permite la cultura, En ocasiones, algu- nos miembros de la especie, en virtud de sus valores sociales y convicciones culturales, Hegan a realizar acciones altruistas que implican importantes sacrificios personales 0 hasta de la propia vida. in embargo, esté la otra cara de la moneda: el hombre es también un ser considerablemente astuto y frecuentemente malévolo, capaz en ocasiones de engafiar a sus congéneres y a otros animales de forma elaborada y peligrosa. El hombre ¢s, como decia el viejo Arist6teles, un animal politico, pero lo es en el mejor y también en el peor sentido del término, Con fre- cuencia, es un politico tan sagaz como engatioso. Los ejemplos de ello no deben buscarse s6lo en la gran politica de los hom- bres (Ia de los Estados, ete.) ;Claro que la gran politica esta Ile- na de ejemplos de astucia, mentira y engafiol... pero hay otros mucho més cercanos. Si el lector tiene alguna experiencia (y seguro que la tiene) de lo que es una empresa, un grupo esco- lar 0 un departamento universitario, comprendera hasta qué punto est determinada la vida humana por las “pequefias po- liticas” de los hombres: por las complejas coaliciones entre cellos, las habilidades de anticiparse a las conductas de los otros, las matizadas interpretaciones de las intenciones mu- tuas, las creencias sobre los pensamientos y los descos de los dems, pero también por los engaiios y las mentiras. Todo ello, forma parte de la naturaleza humana. Si, en las pequefias y grandes politicas de los hombres, aquellos que son mas capaces de entender lo humano, los que son, por asi decirlo, “psicélogos naturales” mas diestros, suelen ser los que dicen Ia iltima palabra. No es extraiio, por eso, que uno de los tratados clasicos de la Ciencia Politica, El Principe de Nicolis de Maquiavelo, sea también una especie de manual prescriptivo del uso eficaz, y no siempre muy escrupuloso, de Jo que hemos denominado “psicologia natural”. “Cuan loable ¢s en un principe —dice, por ejemplo, Maquiavelo— mante- ner la palabra dada y comportarse con integridad y no con as- tucia, todo el mundo lo sabe. Sin embargo, la experiencia muestra en nuestro tiempo que quienes han hecho grandes cosas han sido los principes que han tenido pocos miramien- tos hacia sus propias promesas y que han sabido burlar con tucia el ingenio de los hombres... es necesario a un principe sa- ber utilizar correctamente la bestia y el hombre... jamés faltax ron a un principe razones legitimas con las que disfrazar la vio- lacién de sus promesas. Se podria dar de esto infinitos ejem- plos modernos y mostrar cudntas paces, cudntas promesas han permanecido sin ratificar y estériles por la infidelidad de los principes; y quien ha sabido hacer mejor la zorra ha salido me- Jor librado. Pero es necesario colorear bien esta naturaleza y saber ser un gran simulador y disimulador: y los hombres son tan simples y se someten hasta tal punto a las necesidades pre- sentes, que el que engafia encontrara siempre quien se deje cengafiar.” (pp. 90-91). Ciertamente, es muy probable que, a lo largo de la evolu- cin humana, los que “sabfan hacer thejor la zorra’, aquellos que “sabjan ser grandes simuladores y disimuladores”, fueran frecuentemente los que salian mejor librados. Precisamente por €50, lo que parece mas discutible de la observacién de Maqui velo ¢s la afirmacién de la “simplicidad” de los hombres, No, los hombres no son tan simples. Entre los investigadores de la filo- génesis humana se impone, en Ios iltimos afios, la idea de que que peumite esas simulaciones y engafios, jugé un papel impor- ante en nuestro origen evolutivo. En otros primates aparecen también indicios claros que demuestran una considerable inteligencia social no siempre 19 benévola. Por ejemplo, en un libro fascinante titulado La pol tica de los chimpancés, Frans de Waal (1982) describe las sutiles estrategias que estos antropoides pueden emplear para dispu- tar o mantener el poder. El libro se dedica a las intrigas, enga- fos, alianzas y traiciones que se utilizan en Ia politica de la co- lonia chimpancé del zool6gico de Burgers en Arnhem (Holan- da). Una buena ilustracién es la de cémo el macho dominan- te de la colonia, Nikkie, empleo eficazmente una tictica muy astuta para someter a los dos machos que podian poner en pe- ligro su poder en el grupo, Yeroen y Luit. “Su tactica con res- ecto a los otros dos machos era divide y venceris; con lo cual consegufa inmovitizarlos y obligarlos a depender de él. En el caso de que aumentara la tensi uso surgiera algtin con- Alicto entre ellos, Ni a, a no ser que uno de los dos machos hubiera conseguido hacerse con el control de la si- nO je no intervei tuacién. Ademés, las ostentaciones de fuerza de su gran rival, Luit, resultaban hasta cierto punto una ventaja para Nikkie, ya que obligaban a Yeroen a buscar proteccién. Algunas veces, pa- recfa como si Nikkie quisiera resaltar esa dependencia, alejan- dose en el momento preciso en que Yeroen se acercaba a él pa- ra buscar refugio, dejindole asi como una tinica opcién, se- guirle... Nikkie buscaba el equilibrio entre los dos machos" (pp. 213-214). Como vemos, también los “principes” de otros primates emplean estrategias elaboradas y maquiavélicas. Es- trategias que, en ciertas ocasiones, parecen implicar alguna ‘intuicién primitiva del mundo mental” de sus congéneres. Sucede que el hombre es tan astuto, y quizés en parte los antropoides superiores lo sean, porque no sélo “tienen una mente”, sino que saben que la tienen y que sus congéneres la poseen también, Podemos decir que el hombre es un “animal inentalista’, y gracias a eso es también un animal politico. -Y qué quiere decir que sea “mentalista’?... Sencillamente, que para predecir, manipular y explicar su propia conducta y la de los demas se sirve de conceptos mentales. De conceptos tales como el de “ereencia”, “deseo”, “pensamiento” “recuerdo”, eteétera ipercepcién”, los capitulos de los libros de psicologia cien- tifica se inauguran frecuentemente con términos como és0s, que la ciencia ha tomado prestados de la “psicologia natural” cotidiana; del arsenal de conceptos de que nos valemos, los hombres de todos los tiempos y de todas las culturas, para en- tender la conducta humana, Son categorias que constituyen, por asi decirlo, la notacién basica con la que se escribe la me- lodia de la interioridad humana, Basta con abrir casi cualquier libro que se refiera a esa intertoridad humana —una novela, tina biografia, etc— para comprobarlo, Veamos, por ejemplo, Jo que leemos al abrir al azar Alexis o el tratado del inttil comba- te, una de las delicadas creaciones —en este 1» 10 que 9€ plantea es una experiencia homosexual en un mundo que las culpabiliza— de Marguerite Yourcenar: “Tuve que reflexionar. Naturalmente, sélo podia juzgarme segiin las ideas admitidas ami alrededor: me hubiera parecido mas abominable atin no horrorizarme de mi culpa que haberla cometido, por lo tanto me condené severamente. Lo que me asustaba, sobre todo, era el haber podido vivir asi y ser feliz durante varias semanas an- tes de darme cuenta de mi pecado. Trataba de recordar las cit- cunstancias de aquel acto: no lo conseguia” (pp. 73-74). Apar- te de los términos mentales constantes, subrayados por noso- twos, hay toda una elaborada reflexi6n “psicolégica” en el bre- ve texto de Yourcenar, como también una reflexién moral, que no seria posible sin las propias categorias mentalistas. Recogiendo lo esencial de las ideas tratadas hasta aqui, podemos decir que el hombre posce un sistema conceptual es pecifico, que esta al servicio tanto de las formas complejas de interaccién y comunicacién (es decir, de relacién cooperati- va), como de pautas elaboradas de mentira y engafio (de rela- La mirada mental 2 ciones competitivas). Es un sistema tal que atribuye mente a los congéneres y al propio sujeto que lo emplea, y permite de- finir la vida propia y ajena como vida mental y conceptualizar Jas acciones humanas significativas como acciones intenciona- les. Ademés facilita realizar inferencias y predicciones sobre las. conductas de los congéneres. El sistema se compone de cle- ‘mentos tales como las (atribuciones de) creencias, deseos, re- cuerdos, intenciones, etc, Permite usar estrategias sociales su- tiles gracias a que posibilita “ponerse en la piel del otro” 0, co- mo dicen los anglosajones, “calzarse sus zapatos”, El sistema da sentido a la actividad humana, que no se interpreta cotidiana- mente en funcién de patrones fisiolégicos, o con un lenguaje puramente conductual, no en términos de supuestos estados mentales, tales como las creencias y deseos. Con independen- cia del estatuto cientifico que puedan alcanzar esos elementos conceptuales (las creencias, los deseos, los pensamientos...), son los que se usan “de forma natural” en la interpretacién de las (inter)acciones humanas. Nos proponemos en este libro describir algunos de los avances de Ia psicologia evolutiva contempordnea en el inten- to de definir la naturaleza y el desarrollo de ese subsistema cognitivo que sirve de soporte a las interacciones humanas, En las investigaciones evolutivas y comparadas, ese dispositivo cog- nitivo al que nos referimos ha recibido un nombre extraiio y equivoco: “Teoria de la Mente”. Diremos asi, como primera aproximaci6n al tema, que una Teoria de la M sistema cogni te es un sub- ivo, que se compone de un soporte conceptual y unos mecanismos de inferencia, y que cumple, en el hombre, la funcién de manejar, predecir e interpretar la conducta. Se trata, como el lector comprenders ficilmente, del fundamen- to cognitivo tanto de las destrezas maquiavélicas del hombre como de sus habilidades de cooperacién comunicativa mas es- ecificas y complejas. Fs, por consiguiente, de gran importan- cia su estudio para una mejor comprensién de esa naturaleza bifronte que el hombre tiene. El propésito de este libro es el de servir de introduccién al estudio evolutivo de la Teoria de la Mente. La Teoria de la Mente en antropoides y Jas hazafias de Sarah eCémo nacid ese concepto extraiio, y potencialmente tan importante, de “Teorfa de la Mente”? Para explicar su ori- gen, debemos referirnos a algunas hazaiias de una chimpancé én, una de las “pri- a la que puede considerarse, sin exagera ma donnas” de su especie, al menos en términos de su contri- buci6n a la investigacién en Psicologia (jcomo sujeto natural- mente... no como investigadora!). La chimpancé, Sarah, es ampliamente conocida en el mundo psicolégico, porque fue objeto de un inteligente y sistematico programa de ensefianza de un sistema de signos (en este caso, los signos eran fichas de plastico), desarrollado por’ David PremacHly sus colaboradores, Debemos decir que tanto en ese programa como en una inge- niiosa serie de investigaciones experimentales, Sarah ha dado muestras de poseer una notable inteligencia, En una de esas investigaciones, David Premack y Guy Woodruff (1978) planteaban a Sarah una curiosa tarea. Prime- ro, la chimpancé veia, en video, algunas escenas en que habia un hombre que se encontraba en una situacién problematica. Por ejemplo, el hombre trataba de salir de una jaula, pero no podia. O, en otro caso, intentaba atrapar un racimo de bana- nas que colgaba del techo de una jaula, en que ademas habia una caja, etc. Después de cada escena, se mostraban a Sarah cuatro fotografias, y tenia que elegir de entre ellas aquélla que contenia la solucién correcta al problema (la Have en el pri- mer caso, la caja en el segundo). Sarah demostré que era ca- 28 4 paz de seleccionar la fotografia adecuada para cada una de las cuatro escenas. A primera vista, podriamos quedarnos simplemente ma- ravillados por la gran capacidad de Sarah de solucionar pro- blemas no habituales en su repertorio... pero hay algo mas. Una parte importante del mérito de Premack y Woodruff con- sistid en darse cuenta de ese “algo”: para ellos lo importante no era sélo que Sarah “resolviera los problemas”, sino el hecho de que se daba cuenta de que el personaje tenia un problema, le atribuia la intencién o el deseo de solucionarlo, predecia lo que tenia que hacer para resolverlo. Ahora bien, darse cuenta de que alguien tiene un problema y “desea” solucionario im- plica una capacidad muy sutil y compleja: la de atribuir men- te, Sélo los seres con mente tienen estados tales como las in. tenciones y los deseos. Se trata de estados que (a) no son di- rectamente observables (implican inferencias), y (b) sirven pa- ra predecir la conducta de aquellos organismos a los que se atribuyen. Pueden compararse laxamente con los conceptos teéricos que wtilizamos los cientificos, y que poseen estas mis- ‘mas propiedades: no son resultado inmediato de la lectura de la realidad empirica (por eso son teéricos) y cumplen una fun- ci6n predictiva, en relacién con el funcionamiento de Ia Nat. raleza. De ahi el nombre de “Teoria de la Mente”. i6n de mente es, en cierto En ese sentido, toda atribuciéi modo, una actividad teérica. Ello con independencia de que sa actividad se haga explicita o se refleje en el lenguaje. ;Los antropoides superiores no “hablan” sobre la mente, ni descri- ben lingtiisticamente sus deseos, creencias e intenciones, pero quizas atribuyan implicitamente alguna clase de mente a sus congéneres 0 miembros de especies cercanas, jcomo el hom- bre en el caso de Sarah! Tampoco los nifios pequefios son conscientes de que atribuyen mente, y quiza lo hagan (luego hablaremos de ello). En Psicologia Evolutiva, y en las perspec- tivas cognitivas recientes, es muy importante diferenciar enitre saber algo, y saber que se sabe algo. Es probable que los chim- pancés atribuyan mente (aunque quiz no tan compleja como Ja que atribuimos a las personas), pero nada indica que sepan lo que hacen. Tampoco los nifios de dieciocho meses, que ya han desarrollado Ia nocién de “objeto permanente”, saben que la tienen. Se puede decir, quizd, que el chimpancé tiene una “teoria implicita” de la mente, de forma parecida a como pudiera decirse que el nifio posee una teoria tacita del objeto, Teoria de la mente y engaio tactico Pero, zcabe attibuir realmente a los chimpancés la pose sin de una teoria de la mente? En el debate suscitado por el importante articulo de Premack y Woodrutf, el filésofo Daniel Dennet establecié dos criterios fundamentales para poder jus tificar la atribucién: (1) el organismo que posee una teoria de la mente tiene que ser capaz de “tener creencias sobre las creencias de los otros” distinguiéndolas de las propias; y (2) debe ser capaz de hacer o predecir algo en funcién de esas creencias atribuidas, y diferenciadas de las del propio sujeto. El mejor ejemplo de situacién en qué todo eso puede revelar- se ¢s el engaiio. En ciertas situaciones de engaiio, se pone de manifiesto e6mo un individuo “sabe” que otro tiene una repre- sentacién errénea de una situacién (cuando no es él mismo quien la induce), y se aprovecha de la situacién en beneficio propio, gracias a que predice correctamente la conducta del otro en funcién de la representacién errénea que éste posee, y que el individuo engarioso distingue de la propia. Vemos entonces cémo, desde la incorporaci6n por la Ps: cologia del concepto de “Teoria de la Mente”, el engaiio se convirti6 en el criterio principal y banco de prueba de st d sarrollo, De este modo, Ia pregunta que nos haciamos antes, La min 26 La mirada mental sobre si podemos atribuir realmente a los chimpancés una teo- ria de la mente, puede reformularse en términos de otra pre gunta mucho mas especifica y accesible a la indagacién empi- rica: gengafian los chimpancés de forma deliberada y que su- giera una estrategia mentalista? Los propios Woodruff y Premack (1979) hicieron frente a esta pregunta, en un experimento muy ingenioso, con cua- tro chimpancés, en los que creaban una situacién en la que és tos contaban con informacién sobre la localizacién de un i centivo (comida), al que sin embargo no tenfan acceso fisico. En unos casos, entraba en la sala donde estaban los chimpan- cés un “cooperador” —humano— y, en otros, un “compet dor", A diferencia del primero, que le acercaba la comida al chimpancé, el segundo se quedaba con ella. De este modo, la conducta funcional de los chimpancés implicaba una discrimi- nacién entre sittaciones en las que resultaba adaptativo “infor- mar correctamente” y aquellas otras en las que lo adaptativo era “ocultar informacién” 0 incluso “engaiar”. Woodruff y Pre- mack (1979) demostraron que, en estas condiciones, dos de los, chimpancés desarrollaron cierta capacidad de “ocultar infor- macién” al experimentador competitivo, Otros dos legaron més alla: cuando aparecfa éste, le proporcionaban sefiales fal- sas, dirigiéndole a un lugar equivocado, donde no estaba la co- mida. De este modo, Woodruff y Premack demostraron experi- mentalmente que los chimpancés usan una capacidad de enga- fio que parece implicar el uso de estrategias mentalistas Las capacidades de engaho en chimpancés no sélo sc han demostrado exp: jentalmente, sino también en estu- dios naturalistas de observacién de grupos chimpancés en sus condiciones naturales de vida. Probablemente el mas conoc do de estos estudios es el realizado por Jane Goodall, divulg: do en un libro dramatico y apasionante sobre la vida de ut grupo chimpancé, Fn la senda det hombre (1986). De los muchos, ejemplos de engaiio intencionado, entresacamos uno que es una de las “perlas” de un chimpancé especialmente maquiavé- lico: Figan. “Por lo general —dice Goodall, cuando los chim- pancés han estado descansando, si uno de ellos se pone de pie y emprende la marcha, los demas le siguen inmediatamente (..) Un dia en que Figan, por acompafiar a un grupo numero- 80, no habia podido conseguir mas de un par de bananas, se le- vant6 siibitamente y comenz6 a caminar. Los otros le imitaron, Diez minutos después regresaba al campamento él solo y reco- gia, libre de competencia, su racién de bananas. Pensamos que se trataba de una coincidencia (..), pero, cuando repitié la ma- niobra una y otra vez, no tuvimos mas remedio que aceptar que lo hacia deliberadamente” (p. 84). Si, en los chimpancés estudiados por Woodruff y Pre- mack (1979), Goodall (1986) y De Wall (1982), entre otros in- vestigadores, aparecen capacidades de engaiio que parecen in- dicar una cierta competencia de “atribuir mente”. Sin embar- go, el engaho esta en cierto modo extendido por toda la natu- raleza. Un ejemplo impresionante es el de ciertas especies de hormigas que esclavizan a otras, y que se sirven de un procedi- miento aparentemente muy maquiavglico para capturarlas: al- ‘gunas de ellas penetran en el hormiguero de las esclavas po- tenciales y emiten feromonas de alarma (es decir, sustancias se- mioquimicas que “significan peligro”) propias de estas uiltimas. Ello provoca la salida de! hormiguero de las hormigas “alarma- das" y su consiguiente captura por las “astutas” hormigas escla- vistas. @Diremos entonces que las hormigas tienen también una “teoria de la mente”, 0 al menos alguna intuicién menta- lista? Desde luego, ésta es una idea que resulta extraita y dificil de aceptar. Las diferencias que existen entre los engaios de los chimpancés, como Figan, y los de las hormigas esclavistas son indicativas de las diferencias entre aquellas formas de engaiio 7 28 que pueden implicar alguna actividad mentalista y las que no. Enos prin adaptada de forma flexible a una situacién nueva, que parece poseer un eros se produce una pauta “inventiv componente conceptual. En los segundos, se segregan sustan- cias quimicas, cuya produccién y emision tiene que estar pre- vista necesariamente en el programa genético de la especie. Las formas de encubrimiento, “exageracién” hiperbolica y en- gafio que se observan en insectos tienen una naturaleza relati- vamente inflexible, predeterminada y no-intencionada, que las diferencian de los engaiios de los humanos y otros primates. Sucede que, en éstos, una parte de las funciones que se deri- van, en aquéllos, de los instintos y patrones de accién fija, pa- san a depender de sistemas conceptuales, que en el hombre al- canzan, por lo que sabemos, un grado maximo de complejidad yelaboracién. Un etélogo, R. Mitchell (1986), ha di niveles de engaiio en la naturaleza. En el mas elemental, se ha- renciado varios an cambios morfolégicos, completamente preprogramados € inflexibles, como los que se producen en algunas plantas (to- mando, por ejemplo, la apariencia de abejas o avispas) “enga- jfiando” a algunos insectos. Hay un nivel superior, de engaiios programados también, pero que exigen coordinaciones de percepciones y acciones. Un ejemplo es el de la simulacion de una Iesién por un péjaro perseguido por un predador. En wn nivel mas alto atin, estén las formas de engafio que pueden modificarse por aprendizaj a pesar de estar preprogramadas. Por ejemplo, algunas aves emplean “cantos aprendidos” para disuadir a otras de que ocupen un habitat ya ocupado por cllas, Finalmente estan, en el cuarto y titimo nivel, las formas de engaiio que implican una elaboracién cognitiva mas com- pleja y flexible, alguna forma de conciencia. Whiten y By (1988) hablan, para ese diltimo caso, de engaiio tact el adjetivo tactico se hace referencia a la capacidad de modifi car flexiblemente una parte del repertorio de comportamien- tos adaptindolos a un rol de engaiio” (1988, p. 28) Solo las formas de engaiio tactico, que se acompaiian de notas de conciencia, propositividad, intencionalidad y flexibi- lad, permiten atribuir una Teorfa de la Mente. Las ventajas de poseer un sistema conceptual al servicio del engaito (y de a cooperacién) son semejantes a las de los otros sistemas con- ceptuales que se ponen en juego para comprender y manejar el mundo en general: permiten hacer frente a situaciones que no estan previstas en los registros de la evolucién filogen son inherentemente “creativos” y generalizados, y otorgan, a aquellos que los poseen en mayor grado, ventajas adaptativas tanto en relacién con otras especies (Ia “amenaza ecolégica” que representa el hombre se deriva, en parte, de su doble ca- pacidad de engafio inventivo y transformaci6n tecnol6gica del mundo), como con Ia propia especie (ya que los organismos con mayor capacidad mentalista tienen indudables ventajas re- productivas en comparacién con los menos “listos”). Por otra parte, y en tanto que el “sistema conceptual al servicio det en- gaiio” lo es también de Ia cooperacién, ello representa una nueva ventaja adaptativa para aquellos que tienen mas desarro- lado ese subsistema cognitivo que recibe el nombre de “Teo- ria de la Mente”. @Hasta qué punto implican Ios engafios observados en chimpancés la posesién de una auténtica “teorfa de la mente”? Esta cuestién ha dado lugar a respuestas encontradas en los iil timos afios. En su sentido més pleno y completo, una Teoria de la Mente es un sistema conceptual que incluye la nocién —al idea de que en menos mplicita— de creencia. Es decir, la otros organismos, 0 en uno mismo, pueden existit formas de representacién capaces de ser verdaderas o falsas. Esa nocién, junto con las de intencién y deseo, constituyen los pilares de Ia Teoria de la Mente. Algunos investigadores han sefialado que 9 30 La mirada mental quiz las habilidades mentalistas de los chimpancés no leguen ‘a tanto como para presuponer que poseen el concepto tacito de creencia. Muchas de las conductas que se observan en ellos podrian quizas explicarse como pautas de manipulacién de ‘comportamientos 0 de estados atencionales y perceptivos, y no propiamente como acciones disefiadas para manipular creen- cias. Ademés, en el experimento de Woodruff y Premack los chimpancés solo engafaban después de un largo entrena- miento de meses, en el que quiz fhos, que podrian haber dado lugar, por ejemplo, aun apren- dizaje de conductas por asociacién empirica, mas que al uso de una verdadera “Teoria de la Mente”, Por todo ello, algunos investigadores pioneros en el estudio de la Teoria de la Mente en chimpancés han terminado en posiciones escépticas, y se han dirigido al nifio normal para estudiar el desarrollo de ¢s- ta capacidad (Premack, 1991). intervinieran factores extra- En el estado actual de conocimientos, resulta dificil de- terminar si las aprensiones sobre las verdaderas capacidades mentalistas de los chimpancés son una muestra mas de la pro- verbial resistencia del hombre a admitir en otros animales sus mas altas capacidades, o bien se justifican de forma rigurosa en funci6n de los datos empfricos. Un dato importante es que los chimpancés no emplean formas de comunicacién que prest- pongan Ia nocién de que los otros son seres con una mente, capaces de tener experiencias y no s6lo de ser agentes de con- ducta, En el hombre, estas formas de comunicacién (que cons- tituyen elaboraciones de la Hamada “funcién declarativa”) son dominantes. Hay un buen ejemplo de ello, que el lector de es te capitulo tiene ante sus ojos: el mismo capitulo no se habria escrito nunca si no fuera porque hay unos seres (los autores) que creen que pueden transmitir a otros (los lectores) conoci- mientos, modificando sus representaciones mentales, sus creencias. Esas formas de comunica n presuponen Ia atribu- cién de una mente compleja y se reflejan siempre que hace- mos cosas tales como argumentar, narrar © comentar expe- riencias. Son pautas comunicativas que no se observan natural- mente en otros primates. Resulta dificil comprender que se produzca la formacién y seleccién adaptativa de una Teoria de la Mente compleja en esos primates, cuando no Ia usan con funciones de cooperacién comunicativa. El experimento de la “falsa creencia” y la teoria de la mente en el nifio El estudio de la teoria de Ia mente en el hombre es mu- cho mas facil que en el chimpancé. La raz6n de ello es que el hombre puede atribuir explicitamente creencias y deseos, 0 predecir manifiestamente conductas, sirviéndose del lenguaje. Las habilidades lingaisticas de los nifios abren una ventana muy directa para conocer cudndo y hasta qué punto poseen el sistema conceptual de intenciones, creencias y deseos al que denominamos “Teoria de la Mente”. Pero las ventajas del len- guaje quiza scan engafiosas, porque pueden Hevar a minusva- lorar las capacidades mentalistas de los nifios muy pequefios y de organismos que no poseen lenguije, Uno de los ideales, ain no bien logrados, de muchos investigadores en este cam- po es disefiar tareas no-lingiifsticas pero que, al mismo tiempo, proporcionen criterios inequivocos de la posesién o et desa- rrollo de la teoria de la mente. El disefio de tareas que impli- can lenguaje es mas sencillo: en 1983, Heinz Wimmer y Joseph Perner, dos psicélogos evolutivos, idearon una ingeniosa tarea que, sirvigndose del lenguaje, permitia determinar el momen- to de desarrollo de la Toria de la Mente. Se trata de la tarea 0 el “paradigma de la falsa creencia”, y consiste en una historia sencilla, que se va contando al ta mediante muiiecas y maquetas. ‘iio, al tiempo que se represen- 31 1a mirada mental La historia es la siguiente (figura 1): dos personajes, Ha- mémosles Pedro y Juan, estén en una habitacién. Uno de ellos, Pedro, posee un objeto atractivo (por ejemplo, una bolita), que el otro no tiene. Pedro guarda el objeto en un lugar 0 lo esconde en un recipiente, y a continuacién se marcha de la ha- bitacién. En su ausencia, Juan cambia el objeto de lugar. Aho- ra llega el momento culminante: Pedro va a volver a la habita- ibn, y se hace al nifio la pregunta critica: *“zDénde va a buscar Pedro la bolita?” Parece que, para poder responder correcta- mente, el nifio tiene que darse cuenta de que Pedro posee una creencia falsa con respecto a la situacién, distinguiéndola de su propia creencia (verdadera) acerca de la localizaci6n real del objeto. Es decir, el nifio tiene que representarse mental- mente no sélo un estado de hechos, sino también Ta capacidad en Pedro de representarse, a su ver, la situacién en funcién de su acceso informativo a ella. A esa capacidad de *representar- se una tepresentacién, en su calidad de representacién” —y sobre todo una creencia, vg. una representaci6n que suele ser falsa 0 verdadera— se la ha considerado como el supuesto bi- sico de la Teoria de la Mente. El influyente tedrico cognitive Zenon Pylyshyn (1978) llamé originalmente *metarrepresen- tacién” a esa competencia. Sin embargo, y como después co- mentaremos, el concepto de “metarrepresentacién” ha tom do también otros significados en la investigaci6n sobre la Teo- ria de la Mente, Como vemos, asi como el engaiio sirvié de criterio para atribuir una teoria de la mente a Jos chimpancés, en los estu- dios con nifios, el criterio principal (aunque no tinico) ha si- do su capacidad para detectar cuando alguien es engaado ob- jetivamente por una situacién, con independencia de la inten- cién 0 no de engaiiar del personaje que provoca Ia falsa creen- cia. La discriminacién explicita de que alguien esta engaiiado presupone, por una parte, la diferenciacién entre los estados Figura | z a mentales propios y los ajenos, y, por otra, alguna conciencia de Ia capacidad de otros organismos de tener estados mentales de creencia, es decir, representaciones mentales de las que puede predicarse la verdad o falsedad. Por estas razones, el procedi- miento experimental inventado por Wimmer y Perner era un ingenioso “test” para determinar la presencia 0 no de una teo- ria de la mente en cl nifio, y su uso ha sido muy frecuente ¢ in- fluyente en el estudio de esta capacidad. Cuando demuestran los nifios poser una “Teoria de la Mente” en la prueba de la falsa creencia? Los resultados expe- rimentales en este aspecto, desde la investigacién inicial de ‘Wimmer y Perner (1983), son enormemente consistentes y muy precisos: hay un momento temporal del desarrollo, en torno a los cuatro afios y medio, en que los nifios se muestran capaces de predecir bien la accién “equivocada” del personaje objetivamente engafado en la tarea de Ia falsa creencia. Los nifios de menos edad, aun cuando comprendan bien y recuer~ den adecyadamente los elementos de la historia (dénde esta- ba el objeto “escondido” al principio, dénde esté ahora, etc.), tienden a cometer tn “error realista”: no toman en considera- cidn el estado de creencia del personaje, y suiclen predecir que buscard el objeto donde realmente es que no ha tenido acceso informacional al cambio de lugar de dicho objeto. Su prediccién de la conducta del personaje se basa en lo que ellos mismos “saben” sobre la situacién real, y no en lo que el personaje conoce. Se puede decir que come- , sin tener en cuenta ten el “error egocéntrico” de confundir su propio estado men- tal con el del personaje de la historia, Los mismos resultados que en el experimento original (con muy ligeras variaciones) se han encontrado cuando se han cambiado algunos aspectos de la situaci6n de falsa creen- cia, Por ejemplo, en una de las modificaciones, se presenta al nif un recipiente con aspecto de contener algo (una caja de fEsforos, en Hogrefe y otros, 1986; un tubo de “smarties”, en Perner y otros, 1987) y se le pide que diga qué cree que hay dentro del recipiente. Luego se le muestra que hay otra cosa diferente (un caramelo en la caja de fosforos, una lapicera en el tubo de smarties) y se yielve a cerrar el recipiente. Por titi mo, se le anuncia al nifio que vendra un compaiiero suyo, al que se le preguntars por el contenido del recipiente. La tarea del nifio consiste en anticipar lo que responders el compaiie- ro, Naturalmente, la respuesta correcta implica anticipar que €1 compafero tendra la falsa creencia de que el recipiente guardara el contenido “normal” (el que el propio ni le atri- buia en un primer momento) y no el que realmente tiene. Es- ta respuesta es la que da el 71% de los nifios de 4 aiios, y el 86% de los de 5, frente a s6lo un 21% —por debajo del azar— de los de 8 aiios (Hogrefe y otros, 1986). En el caso de esta tar rea, se produce un proceso interesante, que consiste en que el propio nifio puede acceder a su estado mental inicial para pre- decir el de otra persona. Esta es, ademas, una persona “de ver- dad” (un compaitero), y no un mufieco, Estos cambios en el procedimiento dan lugar a una ligera facili \cién de la res- puesta, pero mantienen sustancialmente, las conclusiones ya obtenidas con el procedimiento cla ico: entre los tres y los cin- co aiios, y muy concretamente hacia os cuatro aitos y medio, los nifios se hacen capaces de entender estados de “falsa crecn- cia”, y por tanto desarrollan ya una Teoria de la Mente refina- da, que incluye la nocién de creencia. El procedimiento del “recipiente engafioso”, al que aca- bamos de referimnos, permite estud se entre las atribucio si existe © no un desfa: 's mentalistas que Ios nifios hacen con respecto a si mismos y las que hacen en relacién con otros. nl mAs capaces los nitios de ibuirse a sf mismos estados de “alsa creencia” 0, por el contrario, se los asignan antes a los ? En su experimento con el tubo de smarties", Perner, 36 Leckam y Wimmer (1987) preguntaban a los nitios tanto por que tendrian sus comparieros al ver ef tubo (sin 10s habfan las creenci conocer su contenido), como por las que ellos mis tenido en un primer momento (antes de conocerlo). Observa- ron que el 72% de los nifios de 3 aitos respondia correctamen- te a esta pregunta, mientras s6lo el 45% auibuia correctamen- te una falsa creencia al compaiiero. Sin embargo, estas dife- y su atribue ci6n a otros no se han confirmado en investigaciones posterio- res. En algunos experimentos, la direcci6n de la diferencia es ios reconocian peor sus propias creencias falsas (y realmente experimentadas) que las de otros (Gopnik y Astingtonj 1988). En ta mayorfa (Wimmer y Hard, 1991; Sullivan y Winner, 1991), no aparecen diferenciadas en- rencias entre la autoatribucién de falsas creenci incluso la contraria: los tve las autoatribuciones y las asignaciones de falsas creencias a otros. Parece, por tanto, que el nifio desarrolla un sistema con- ceptual e inferencial (Ia teoria de la mente) que sirve a la vez tanto para predecir y explicar la conducta ajena como para dar cuenta de Ia propia (véase, sin embargo, Niiiez, 1993) ‘Muchos investigadores piensan que hay una fase critica de desarrollo, entre los tres afios y medio y los cuatro y medio, de la capacidad de inferir creencias falsas. Pero los intentos ex- perimentales de facilitar las tareas de falsa creencia, tratando de hacerlas accesibles a nifios de menos de cuatro aiios y me- dio, han producido resultados muy escasos. En algunos expe- imentos recientes se han empleado procedimientos tales co- mo usar tareas de entrenan historias, pedir respnestas conductuales en vez de verbales, dar ayudas o sefialar explicitamente la naturaleza de las falsas creencias (Moses y Flavell, 1990; Sullivan y Winner, 1991; Free- man, Lewis y Doherty, 1991), con el fin de no infravalorar las posibles capacidades mentalistas de los nifios de tres a cuatro fios. En general, las into, simplificar al maximo las nicas operaciones efectivas han resulta- do ser las peticiones de que los ni con acciones (y no con lengt 10s respondan directamente je), y la inclusin explicita de “intenciones de engayio” en las tareas, Estas modificaciones en los procedimientos clisicos parecen tener efectos facilitadores, aunque limitados. Lo que parecen indicar los datos actuales, 1 suma, es que entre los cttatro y los cinco aiios los nifios desarrollan un sistema conceptual completo, del que se sirven para dar razén de su propia conductay de la ajena, y que incluye la nocién bé- sica de creencia falsa. Por esa edad, Hegan a diferenciar con claridad sus propios estados mentales de los de otras personas, y se hacen capaces de definir los contenidos de tales estados mentales (creencias) en funcién de las fuentes de acceso infor- mativo que los producen, Las inferencias sobre las creencias de otros, basadas en los datos que los nifios poscen sobre su gé- nesis (es decir, sobre cémo han accedido a tales creencias) per- mitirian, segiin el modelo generalmente admitido, predecir adecuadamente la conducta “equivocada” de las personas con creencias falsas. De este modo, con arreglo a la explicacién de la capacidad mentalista infantil como una destreza “Igica” o, si se quiere, “te6rica’, los nifios usarian la cadena “acceso in- formativo al mundo —> creencia —> conducta” para predecir a conducta en las situaciones de falsa creencia. Sin embargo, hay algunos datos que cuestionan esta vi- sign generalmente admitida de la capacidad mentalista de los nifios. Si fuera cierto que 1os nitios emplean las atribuciones de creencias falsas como guias para predecir adecuadamente Tas conductas equivocadas de los personajes en los experimen- tos citados, entonces cabria esperar que existiera una relaci6n alta entre las respuestas a las dos preguntas siguientes, en la ta- rea clésica de Wimmer y Perner: ":Dénde buscara Pedro la of bolita?", y “Donde erce (0 piensa) Pedro que esta la b Llamaremos a la primera, “pregunta de prediccién’”, y a la se- 37

You might also like