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Viva en el Cusco un acaudalado vstago de conquistadores, quien junto con valiosas propiedades rusticas
y urbanas hered el ttulo de conde. Por irreligioso y avaro era su seora mal querido del pueblo.
En una de sus haciendas, y con escaso salario, tena por administrador a un honradsimo asturiano,
infatigable para el trabajo e incapaz de ensuciar su conciencia sisando una peseta.
Pocos das despus, fue el fraile a casa del potentado y hablle de la humilde pretensin que le
encomendara el difunto.
- Caracoles? Con que esas tenamos? Conque ese tagarote me robaba un real al da? Y cinco aos
dur la ganga! Mtale pluma, padre, mtale pluma Las cuentas claras y el chocolate espeso Cien duros
mal contados!
- Ah ladrn! No te perdono! Y luego se ha muerto por o pagarme, y para mayor burla manda a su
reverencia a que me lo cuente! Vamos, no lo perdono!
Su seora se exaltaba cada vez ms, y juraba que no perdonara nunca al que tuvo la desvergenza de
morirse sin pagarle siguiera los cien duros.
Despidise el franciscano espantado ante avaricia tamaa, y echse de casa en casa a pedir limosna. La
caridad de los cusqueos no desoy la splica del santo religioso, y al da siguiente presentse ste en
casa del conde y le entreg los cien duros.
- Vaya! De mal, el menos. Ese pcaro ha vuelto por su honor. Puede su paternidad mandarle mi perdn
por el correo con el primer pasajero que despache para la otra vida.
Un ao despus no haba sitio ni para una paja en la iglesia de Santo Domingo del Cuso, tanta era la gente
all una maana. No slo el pueblo, atrado por la curiosidad, sino lo ms graneado del vecindario
concurra a los funerales del nobilsimo conde.
Multitud de plaideras esperaban en el atrio la salida del cortejo fnebre para gimotear, accidentarse y lucir
las dems habilidades de su oficio. Haban sido bien pagadas para esto y queran ganar en conciencia la
pitanza.
Pero en el momento en que los sacerdotes despedan el cadver y, el oficiante haca uso de la caldereta y
del hisopo, rociando al difunto con agua bendita, estall gran tumulto y la gente corri en todas direcciones.
El atad qued abandonado.
Un perro rabioso haba entrado en el templo, y lanzndose sobre el cadver lo destroz horriblemente.
El pueblo vio en este suceso una manifestacin de la justicia divina, que castigaba as al que no supo
perdonar.
En el Cusco hay, desde ese da, una casa a la que llaman la casa del Conde condenado.
Tradicin de Ricardo Palma, escritor peruano (1833 - 1919)