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Lo ominoso (1919) Nota introductoria «Das Unheimlichey Ediciones en alemén 1919 Imago, 5, n° 5-6, pags. 297-324. 1922 SKSN, 5, pags. 229-73. 1924 GS, 10, pags. 369-408. 1924 Dichtung und Kunst, p: 1947 GW, 12, pags. 229.68. 1972 SA, 4, pags. 241-74. 99-138. Traducciones en castellano * 1943 «Lo siniestto». EA, 18, pags. 185-232. Traduecién de Ludovico Rosenthal. 1954 Igual titulo. SR, 18, pags. 151-86. E] mismo tra- ductor. 1974 Igual titulo. BN (9 vols.), 7, pags. 2483-505. Este trabajo, que se publicd en el otofio de 1919, es mencionado pot Freud en una carta a Ferencei del 12 de mayo de ese afio, donde le dice que ha rescatado un antiguo manuscrito del fondo de un cajén y lo estd reescribiendo Nada se sabe sobre la fecha de su primera redaccién 0 sobre la medida en que lo modificé, pero la nota de Tétem y tabi (1912-13) citada infra, pég. 240, muestra que ya en 1913 cl tema tondaba su pensamiento, y al menos los pasajes re- feridos a la «compulsin de repeticién» (pags. 234 y sigs.) deben de haber sido fruto de la revisién, ya que inclayen una sintesis de gran parte de Més allé del principio de placer (1920g), obra a la que aluden como «casi concluida». En Ja carta a Ferenczi antes mencionada le anunciaba también * (Cf. la eAdvertencia sobre Ia edicidn en castellano», supra, pag. xiii y . 6} 217 que habla terminade el borrador de dicha obra, la cual sélo ae publlearfa un ano mds tarde. Se hallarén més detalles al reapecto en mi «Nota introductoria» a ese trabajo (cf. AE, AM, pry. 8) Jan quimera seccién del presente escrito plantea, con si oxlenna cia de un diccionario alemdn, particulares dificul- tales al traductor. Esperamos que los lectores no se dejen tleulenar por este obstaculo inicial, ya que el articalo re- hos de un interesante y significativo contenido, y va mu cho més allé de las meras disquisiciones lingitisticas. James Strachs 218 Es muy raro que el psicoanalista se sienta proclive a in- dagaciones estéticas, por mds que a la estética no se la circunscriba a Ja ciencia de lo bello, sino que se Ja designe como doctrina de las cualidades de nuestro sentir. F] ps analista trabaja en otros estratos de Ja vida animica y tiene poco que ver con esas mociones de sentimiento amortigua- das, de meta inhibida, tributarias de muchisimas constela- ciones concomitantes, que constituyen casi siempre el mate- rial de Ia estética. Sin embargo, aqui y alli sucede que deba intetesarse por un émbito determinado de la estética, pero en tal caso suele tratarse de uno marginal, descuidado por la bibliograffa especializada en la materia. Uno de ellos es el de lo «ominoso». No hay duda de que pertenece al orden de lo tetrotifico, de lo que excita angus- tia y horror; y es igualmente cierto que esta palabra no siempre se usa en un sentido que se pueda definir de ma- nera tajante. Pero es licito esperar que una palabra-concepto particular contenga un nticleo que justifique su empleo. Uno querria conocer ese micleo, que acaso permita diferenciar algo «ominoso» dentro de Jo angustioso. ‘Ahora bien, sobre esto hallamos poco y nada en Ins pros Iijas exposiciones de la estética, que en general prefieren ocu- parse de las variedades del sentimiento ante lo bello, gran- dioso, atractivo (vale decir, positivo), de sus condiciones y los asuntos que lo provocan, y no de lo contrastante, re- pulsivo, penoso. Del lado de Ja bibliografia médico-psico- l6gica, sdlo conozco el trabajo de Hi. Jentsch (1906), rico pero no exhaustivo. Por lo dems, debo confesar que por razones ficiles de colegir, propias de esta época,! para este pequefio ensayo no he examinado a fondo a bibliografia, en particular la de lengua extranjera, y por eso no sustento ante el lector ninguna pretensién de prioridad. 1 [Una alusién a la Primera Guerra Mundial, que acababa de finalizar.] 219 Jentch dextaew con pleno derecho, como una dificultad gura of entuctio de lo ominoso, que diferentes personas mues- Iran imuy sliversos grados de sensibilidad ante esta cualidad del aentimicnto. Y en verdad, el autor de este nuevo ensayo tlene que revelar su particular embotamiento en esta ma- teria, donde Io indicado seria poseer una mayor agudeza nennitiva. Hace ya largo tiempo que no vivencia ni tiene woticia de nada que le provocase la impresién de lo omic uso, y por eso se ve precisado ante todo a metetse dentro le ese sentimiento, a despertar su posibilidad dentro de si. Por cierto que también en muchos otros dmbitos de la esté- tica hay grandes dificultades de esta indole; mas no por ello desesperaremos de encontrar casos en que ese tible cardcter sea aceptado sin vacilar por Ja mayoria. Pueden entonces emprenderse dos caminos: pesquisar el significado que el desarrollo de Ja lengua sediment6 en la palabra «ominoso», agrupar todo aquello que en personas y cosas, impresiones sensoriales, vivencias y situaciones, des- pietta en nosotros el sentimiento de fo ominoso, dilucidan- do el caracter escondido de lo ominoso a partir de algo comin a todos los casos. Revelaré desde ya que ambos caminos Hevan al mismo resultado: Jo ominoso es aquella variedad de lo terrorlfico que se remonta a lo consabido de antiguo, a lo familiar desde hace largo tiempo. ¢Cémo es posible que lo tumiliae devenga ominoso, tertorifico, y en qué condiciones ocurre? Lillo se hard patente en lo que sigue. Puntualizo atin que esta indaguciGn procedié en reali- dad por el camino de reunir casos singulares y sdlo después fue corroborada mediante lo que establece el uso idiomé- tico, No obstante, en esta exposicién he de seguir el camino inverso. La palabra alemana «unbeinilich» * es, evidentemente, lo opuesto de «heimlich» {«intimo»}, «heimisch» {adomés- ticon}, «vertraut» {afamiliar»}; y puede inferirse que es Ig0 terrorifico justamente porque no es consabido {be kurnt} ni familiar. Desde luego, no todo lo nuevo y no familiar es terrorifico; el nexo no es susceptible de inver- sidin, Slo puede decirse que lo novedoso se vuelve facilmen- te tcrrorifico y ominoso; algo de lo novedoso es ominoso, pero no todo, A Jo nuevo y no familiar tiene que agregarse algo que lo vuelva ominoso. * (Téngase en cuenta que «an-» (en «unbeimlich») es prefijo de negacién,} 220 En general, Jentsch no pas més alla de este nexo de lo ominoso con lo novedoso. Halla la condicién esencial para la ocurrencia del sentimiento ominoso en la incerti- dumbre intelectual. Lo ominoso serfa siempre, en verdad, algo dentro de Jo cual uno no se orienta, por asi decir. Mientras mejor se oriente un hombre dentro de su medio, més dificilmente recibird de Jas cosas 0 sucesos que hay en la impresién de lo ominoso. Facilmente apreciamos que cesta caracterizacién no es exhaustiva, y por eso intentamos ir més alld de la ecuacién ominoso = no familiar. Primero nos volvemos a otras len- guas. Péro los diccionatios a que recurrimos no nos dicen nada nuevo, quizé sdlo por el hecho de que somos extran- jeros en esas lenguas. Y hasta tenemos la impresién de que muchas de ellas carecen de una palabra para este particular matiz. de Jo terrorifico. Debo expresar mi deuda con el doctor Theodor Reik por los siguientes extractos: Larin (K, E. Georges, Deutschlateinisches Worterbuch, 1898): Un lugar ominoso: locus suspectus; en una noche ominosa: intempesta nocte. Grirco (diccionarios de Rost y de Schenkl): Sévos (es decir, ajeno, extraiio).. Incits (de los diccionarios de Lucas, Bellows, Fliigel, Muret-Sanders): uncomfortable, uneasy, gloomy, dismal, un- canny, ghastly; (de una casa) haunted; (de un hombre) a repulsive fellow. Francis (Sachs-Villatte): inguiétant, sinistre, lugubre, mal & son aise. EspaNor (Tollhausen, 1889): sospechoso, de mal agite- 10, higubre, siniestro. El italiano y el portugués parecen conformarse con pa- abras que calificariamos de pardfrasis, mientras que en dra- be y en hebteo, «anbeimlich» coincide con «demoniaco», chortendo». Volvamos entonces a la lengua alemana. En Daniel San- ders, Worterbuch der Deutschen Sprache (1860, 1, pag. 729), se encuentran para la palabra «heinlich» las siguien- tes indicaciones, que trascribo por extenso y en las que destaco en bastardillas algunos pasajes.* * {En Ja traduccién del fragmento del diccionario de Sanders que sigue a continuacién se han omitido algunos detalles, referidos prin- cipalmente a la fuente de las citas.} 221 aHedwilich, wij. sust. Heinilichkeit (pl. Heimlichkeiten): wl, Tamblen Ieizzelich, beimelig, perteneciente a la casa, fw ajene, Linuliar, doméstico, de confianza ¢ intimo, lo que recuerila al terruiio, etc. wu (Anticuado) Perteneciente a la casa, a la familia, 0 Mie ne considera perteneciente a ellas; cf. latin femiliaris, fainilia: Die Heimlichen, los que conviven en la casa; Der hewmlwhe Rat (Gen, 41:45; 2 Sant. 23:23; 1 Cron, 12:25; Suh. 8:4),* hoy mds usual Gebeiner Rat {consejero pri- animales: doméstico, que se acerca confiadamen- te al hombre; por oposicién a “salvaje”; p. ej. “Animales que no son salvajes ni heinlich”, etc. “Animales salvajes (...) cuando se los cria beinlich y acostumbrados a la gente”. “Si estos animalitos son criados con los hombres desde pequefios se vuelven totalmente beinich, amistosos”, etc. — Entonces, también; “El (el cordero) es asi Aeivlich y come de mi mano”. “Pero la cigiicfia cs un pdjaro her- moso y heimlich”. »c. Confiable, propio de la entrafable intimidad del terru fio; el bienestar de una satisfaccién sosegada, etc., una calma placentera y una proteccién segura, como las que produce la casa, el recinto cerrado donde se mora. “gSigues sintién- dote heimlich en la comarca donde los extrafios merodean por tus bosques?”. “Ella no se sentia muy heirdich con él", “Por una alta senda umbria, beimlich, (...) siguien- do el torrente rumoroso que pucbla el bosque de susurros”. “Destruida la Heinlichkeit del terruiio entrafiable”. “No fue fécil hallar un lugarcito tan familiar y beilich”. “Lo imagindbamos tan cémodo, amable, apacible y heimlich”. “En quieta Heimlichkeit, rodeado de cerradas paredes”. “Un ama de casa diligente que con may poco sabe crear una Heimlichkeit (calor hogatefio) que contenta”, “Tanto més heimlich se le torné ahora el hombre que apenas un rato antes le parecfa tan extrafio”. “Los propictarios protestantes no se sienten (...) heizlich entre sus stibditos catélicos”. ‘Cuando todo se vuelve beimlich y quedo, / y sdlo la paz * (Algunas de las referencias biblicas dadas por el, diccionario de Sanders son erréneas. Por ejemplo, aqui no es «1 Crom. 12:25» sino «f Grom, 11:25»: «A este puso David en su consejo» (version ale Canindoto’ de Reina, Sociedades Biblicas Unidas), En otros casos pucile trularse de discrepancias entre la versién alemana y la caste- lana, cum en 2 Reyes 10:27 (citado al final de la pagina siguiente) «Demnolieron la casa de Baal {...} y la convirtieron en cloaca hasta el dia de luv» (Sociedades Biblicas Unidas); «Y desvibaron la casa de Baal, © hicicronts necesatia hasta hoy» (Biblia de Jerusalén),} 222 del crepiisculo atisba en tu celda”, “Calmo y amable y heimlicb, | el mejor sitio que podtian desear para el reposo”. “El no se sentia nada heimlich con eso”. — También [en compuestos]: “El Ingar era tan apacible, tan solitario, tan umbrio-beimlich”. “Las olas se alzaban y morfan en la playa, como una cancién de cuna-heimlich que meciera ensuefios”. Véase yn especial Unheimlich Cinfra]. Sobre todo en auto- res suabis, suizos, a menudo trisilabo: “Cun heimelich volvié a sentirse Ivo al atardecer, de regreso al hogar”. “Me senti tan heimelich en Ja casa...”. “La célida habitacién, la beimelige siesta”. “Esa, esa es la verdadera Heimelig: sentir el hombre en su corazén cudn poca cosa es, cudn grande es el Sefior”. “Fueron cobrando confianza y sintién- dose heimelig entre ellos”. “La intima Heimeligkeit”. “En ninguna parte estaré més heimelich que aqu’”. “Lo que vie- ne de lejanas tierras (...) ciertamente no vive del todo heimelig (como nativo, avecindado) con Jas gentes”. “La cabafia donde otrora solia descansar entre los suyos, tan heimelig, tan jubiloso”. “El guardién de la torre hace so- nar heimelig su cuerno; y su voz invita, hospitalaria”. “Ahi se duerme envuelto -n tanta suavidad y calidez, tan mara- villosamente beimelig”. — sta acepcién deberia generalizar- se a fin de que la palabra genuina no cayera en desuso a causa de una natural confusién con 2 [véase infra]. CE: “ ‘Los Zecks [un patronimico} son todos heimlich (en el sentido 2)’. ‘cHeimlich? ¢Qué entiende usted por heimlich?’, ‘Pues (...) me ocurre con ellos lo que con un manantial sumer- gido 0 un lago desecado. No se puede andarles encima sin tener la impresion de que en cualquier momento podria vol- ver a surgir el agua’. ‘Ab, nosotros lo lamamos unheimlich; ustedes lo Naman heimlich. Pero..., cen qué le encuentra usted a esa familia algo de disimulado o sospechoso?’ (Gute- kow)”, nd. Especialmente en Silesia: jubiloso, despejado; también se dice del tiempo. »2. Mantener algo clandestino, ocultarlo para que otros no sepan de ello ni acerca de ello, escondérselo. Hacer algo heimlich, o sea a espaldas de alguien; sustraer algo heinilich encuentros, citas heimlich; alegrarse heimlich de la desgrac ajena; suspirar, llorar heimlich; obrar heimlich, como si uno tuviera algo que ocultar; amor, amorfo, pecado beinalic lugares heimlich (que la decencia impone ocultar) (1 Sam. 5:6). “El heinilich gabinete (el escusado)” (2 Reyes 10: 27).* También, “la silla heimlich”, “Arrojar en sepulctos * {Véase la nota anterior de la traduccién castellana.} 223 ©.@n Helmlichkesen”. —“Condujo heimlich las yeguas ante Lavmediin®, ‘Tan sigiloso, Aeimlich, astuto y malicioso havla low amos crucles (...) como franco, abierto, compa- iva y actvicial hacia el amigo en aputos”. “Todavia debes conwer lo beinlich que es més santo en mi”, “El arte Aelmlich (la magia)”. “En el momento en que Jas cosas ya no pucden ventilarse en pablico comienzan Jas maquinaciones helich”. “Libertad es la consigna cuchicheada por los con- jurados beinlich, y el grito de batalla de los que se levant: ton en ptblica rebelidn”. “Una accién santa, Aeimlich “Tengo rafces que son bien heimlich; estoy plantado hondo en este suelo”. “Mis traiciones heimlich”. “Si él no lo recibe abierta y esctupulosamente, acaso lo tome Aeinilich ¢ ine crupulosamente”. “Hizo construir telescopios acrométicos heimlich y secretamente”. “Desde ahora, quiero que no haya nada heimlich entre nosottos”. “Descubrir, revelar, delatar las Heimlichkeiten de alguien”. “Maquinat Heinlichkeiten a mis espaldas”. “En mi tiempo nos dedicdbamos a Ia Heimilichkeit”. “Sélo 1a mano del intelecto puede desatar el impotente sortilegio de la Heimlichkeit (del oro escondido)”. “Di donde Jo escondes (...) en qué sitio de callada Heim- lichkeit”.“; Abejas que destiliis el sello de las Heimlichkeiten (la cera de sellar)!”. “Instruido en raras Heivlichkeiten (ar- tes de encantamiento} »Para los compuestos, véase supra, 1c. Notese, en parti- cular, el negative “an”: desasoseganie, qutc provoca hottor angustioso. “Le pureeié unbeinlich, espectral”. “Las horas temerasis, wnbeimiich, de la noche®.)"Desde hacia tiempo tenfa la sensacién de algo unheintichy aun horroroso en mi 4nimo”. “Ahora empieza a volvérseme unbeinlich”. “Siente un horrer ubeimlich”. “Unbeimlich y tieso como una esta- tua”. “La unheimtich niebla que vela la cima de los montes”. “Estos pilidos jSvenes son unheimlich y traman Dios sabe qué maldades”. “ ‘Se llama unheimlich a todo lo que estando destinado a permanecer en el secreto, en lo oculto, (...) ha salido a la luz’ ( Schelling)”. — “Velar lo divino, rodearlo de una cierta Unbeimlichkeit”. — Es inusual Unheinlich como opuesto al sentido 2». De esta larga cita, lo més interesante pata nosotros es que lu palibrita Beindich, entre los miltiples matices de su sig- niliculo, muestra también uno en que coincide con su opues- ta anlerulich. Por consiguiente, lo heimlich deviene un- heintlich (Ch, ta cita de Gutzkow: «Nosotros lo llamamos unbeinluh; ustedes lo Haman heimlichy.) En general, que- damos wlvettidos de que esta palabra heimlich no es univaca, 224 sino que pertenece a dos citculos de representaciones que, sin set opuestos, son ajenos entre si: el de lo familiar y agradable, y ef de lo clandestino, lo que se mantiene oculto. También nos enteramos de que unbeimlich es usual como opucsto del primer significado tnicamene, no del segundo. Sanders no nos dice nada acerca de un posible vinculo gené- tico entre esos dos significados. En cambio, tomamos nota de una observacidn de Schelling, quien emuncia acerca del concepto de lo suzbeimlich algo enteramente nuevo e impre- vista. Nos dice que wrbeirilich es todo lo que estando des- tinado a permanecer en secreto, en lo oculto, ha salido a fa luz, Parte de las dudas asi suscitadas se_nos esclarecen_me- diante las indicaciones del diccionario de los hermanos Grimm (1877, 4, parte 2, pags. 873 y sigs.). Leemos: «Heintlich; adj. y adv. vernaculus, occultus,; MHD * heimelich, heimlich »(Pag. 874:) En sentido algo diverso: “Me siento beim- lich, bien, libre de temor”. . . »[3] 4. Heinilich es también el sitio libre de fantasmas. . »( Pig. 875: 8) Familiar; amistoso, confiable. »4. Desde ta nocidn de lo entrahable, lo hogarefio, se desa- rrolla el concepto de lo sustraido a los ojos ajenos, lo aculto, lo secreto, plasmado también en miiltiples contextos... »(Pag. 876:) “A la orilla izquierda del lago se extiende un prado Aeilich en medio del bosque...” (Schiller, Gai- lermo Tell, 1, 4). (...) Licencia poética, inhabitual en el uso moderno (...) Heimlich se usa asociado con un verbo que designa la accién de ocultar: “En el secreto de su taber- ndculo me ocultara heimlich” (Salmos 27:5). (...) Par tes Aeimlich del cuerpo humano, pudenda (...): “Q nes no morfan eran heridos cn las partes beindlich” (1 Sam. Dl2)e a 2 [Segiin el Oxjord English Dictionary, una ambigiiedad similar posee la palabra inglesa «canny», que tanio puede significar «cosy» {aconfortable»} como «endowed with occult or nragical powers» (ado. tado de poderes migicos u acultos»; «lluheintlich» es traducido al por auncenny>}.] * {Abreviatura de «alto alemin medio», lengua hablada por los hubitantes de fa Alta Alemania entre fos aftos 1100-1500 aproxima- damente.} *¥ {Versién de Sociedades Biblicas Unidas: Salmos 27:5: «Porque a me esconderd en su tabernéculo en el dia del mal; ocultardme en Io reservado de su pabellén»; 1 Sam. 5:12: «Y los que no morfan eran heridos de hemortoides». (Véase supra, pag. 222, la nota de la traduccién castellana.}} 225 »c. Funcionarios que emiten consejos sobre importantes asuntos de Estado que deben mantenerse en secreto son Ila- mados “‘consejeros heinilich”; en el uso actual, ese adjetivo es sustituido por geheim {secteto) (...) “El faraén amd a José ‘declarador de lo oculto’ (consejera heinilich)” (Gea. 41:45). »(Pag. 878:) 6. Heimlich para el conocimiento: mistico, alegérico; significado beimlich: mysticus, divinus, occultus, figuratus. »( Pag. 878:) Lucgo, berlich es en otro sentido Jo sus. traido del conocimiento, lo inconciente. (...) Ahora bien, como consecuencia es heinrich también lo reservado, lo inesctutable (...) “gNo ves que no confian en mi? Temen el rostro heimlich del duque de Friedland” (Schiller, Wallen- steins Lager, escena 2). »9. El significado de lo escondido y peligroso, que se des taca en el pardgrafo anterior, se desarrolla todavia mds, de suerte que “heimlich” cobra el sentido que suele asignarse a “unheimlich”. Asi: “A veces me ocurre como a quien anda en la noche y cree en aparecidos: cada rincén se le antoja heinlich y espeluznante” (Klinger, Theater, 3, pig, 298)». Entonces, heinlich es una palabra que ha desarrollado su significado signiendo una ambivalencia hasta coincidir al fin con su opueste, anbeinlich, De algtin modo, unbeimlich es tuna variedad de Beimlich, Unamos este resultado todavia no bien esclarecido con la definicién que Schelling * da de lo Unbeimlich. La indagacién detallada de los casos de lo Un- heimlich {ominoso} nos permitiré comprender estas indi- caciones. Tr Si ahora procedemos a pasar revista a las personas y cosas, impresiones, procesos y situaciones capaces de despertarnos con particular intensidad y nitidez el sentimiento de lo omi- nosd, es evidente que el primer requisito ser elegit un ejemplo apropiado. E. Jentsch destacé como caso notable la aduda sobre sien verdad es animado un ser en apariencia vivo, y, a la inversa, si no puede tener alma cierta cosa [Kn la versién original de este trabajo (1919) se lefa aqui «Schicicrmucher», notoriamente un error.) 226 inerte». mvocando para ello la impresidn que nos causan unas figuras de cera, unas mufiecas 0 autématas de ingeniosa construccién. Menciona a continuacién lo ominoso del ataque epiléptico y de las manifestaciones de la locura, pues despier- tan en el espectador sospechas de unos procesos automaticos —mecinicos— que se ocultarian quizé tras Ja familiar figura de lo animado. Pues bien; aunque esta puntualizacién de Jentsch no nos convence del todo, la tomaremos como punto de partida de nuestra indagacién, porque en lo que sigue nos remite a un hombre de letras que descollé como ninguno en el arte de producir efectos ominosos Escribe Jentsch: «Uno de los artificios mas infalibles para producir efectos ominosos en el cuento literario consiste en dejar al lector en Ja incertidumbre sobre si una figura deter- minada que tiene ante si es una persona o un autémata, y de tal suerte, ademas, que esa incettidumbre no ocupe el centro de su atencién, pues de Jo contrario se veria Hevado a indagar y aclarar al instante el problema, y, como hemos dicho, si tal hiciera desapareceria facilmente ese particular efecto sobre el sentimiento. E. T. A, Hoffmann ha realizado con éxito, y repetidas veces, esta maniobra psicolégica en sus cuentos fantdsticos». Esta observacién, sin duda correcta, vale sobre todo para el cuento «E] Hombre de Ja Arena», incluido en las Nacht- stiicken {Piczas nocturnas) de Hoffmann;* de él, la figura de la mufieca Olimpia ha sido tomada por Offenbach para el primer acto de su épera Los cuentos de Hoffmann. No obstante, debo decir —y espero que la mayorfa de los lecto- tes de la historia estardn de acuerdo conmigo— que el mo- tivo de la mufieca Olimpia en apariencia animada en modo alguno es el tinico al que cabe atribuir el efecto incompara- blemente ominoso de ese relato, y ni siquiera es aquel al que corresponderfa imputérselo en primer lugar. Por cierto, no contribuye a este efecto el hecho de que el autor imprima al episodio de Olimpia un leve gito satitico y lo use para burlarse de la sobrestimacién amorosa del joven. En el centro del relato se sittia mds bien otro factor, del que por lo demas aquel toma también su titulo y que retorna una y otra vez en los pasajes decisivos: el motivo del Hombre de la Arena, que arranca los ojos a los nifios El estudiante Nathaniel, de cuyos recuerdos infantiles par- te el cuento, no puede desterrar, a pesar de su dicha pre- 4 Hoffmann, Sdmeliche Werke, edicién de Grisebach, 3. 227 sente, los recuerdos que se le anudan a Ja enigmética y terro- rifica muerte de su amado padre. Ciertas veladas la madre solia mandar a los nifios temprano a la cama con esta adver tencia; «jViene el Hombre de la Arena!»;* y en efecto, en cada ocasién el nifio escucha los pasos sonoros de un visitante que requiere a su padre para esa velada, Ls cierto que Ja madre, preguntada acerca del Hombre de la Arena, nicga que exista: es slo una manera de decir; pero un aya sabe dar noticias més positivas: «Es un hombre malo que busca a los nifios cuando no quieten irse a la cama y les arroja putiados de arena a los ojos hasta que estos, baiiados en sangre, se les saltan de la cabeza; después mete los ojos vn una bolsa, y las noches de cuarto cteciente se los Neva para darselos a comer a sus hijitos, que estan alld, en cl nido, y tienen unos piquitos curvos como fas lechuzas; con cllos picotean los ojos de las criaturas que se portan mal>. Aunque el pequefio Nathaniel ya era demasiado erecido ¢ inteligente para dar crédito a esos espeluznantes atributos agregados a Ia figura del Hombre de la Arena, la angustia ante él lo domind. Resolvid averiguar ef aspecto que tenia, y un atardecer en que otra vex Jo csperaban se escondidé en cl gabinete de trabajo de su padre. Al Iegar el visitante, lo reconoce como cl abogado Coppelius, una personalidad re- pelente de quien los nifios solian recelar en aquellas ocasio- hes eh Yue we presentaba como convidado a almorzar; iden- tifica, entonces, a ese Coppelius con el temido Hombre de Ta Arena. Ya en lo que sigue a esta escena cl autor nos hace dudar: gestamos frente a un primer delirium del nifio po- sefdo por la angustia o a un informe que hubicra de conce- birse como real en el universo figurativo del relato? Su padre y el hu¢sped hacen algo con un brasero de Hameantes carbones. El pequefio espfa escucha exclamar a Coppelius: «jOjo, ven aqui! ;Ojo, ven aqui!»; el nifio se delata con sus gritos y es capturado por Coppelius, quien se propone echarle a los ojos unos puiiados de carboncillos ardientes to- mados de las Hamas, para después arrojar aquellos al brase- ro. El padre intercede y salva los ojos del nifio. Un profundo desmayo y una larga enfermedad son cl desenlace de la vivencia. Quien se decida por la interpretacién racionalista de «El Hombre de Ja Arena» no dejard de ver en esta fan- tasfa del nifio la consecuencia de aquel relato del aya. En lugar de puftados de arena, son ahora putiados de catbon- * {aDer Sandmann kommt!, una de Jas amenazas habituales en los_patses de habla alemana para inducir a Jos nifios a dormirse; expresiones similares existen en inglés («The Sandman is about!») yen fruncés («le murchand de sable passe!»).} 228 cillos Hameantes ios que serin echados a los ojos del nif y.en ambos casos, para que los ojos se le salen. Un afio después, tras otta visita del Hombre de 1a Arena, el padre muere a raiz de una explosién en su gabinete de trabajo; el abogado Coppelius desaparece del lugar sin dejar rastros. Lucgo, el estudiante Nathaniel cree reconocer esta figura terrorifica de su infancia en un dptico ambulante, un italia- no Hlamado Giuseppe Coppola gue en la ciudad universitatia donde aquel se encuentra le oftece en venta unos baréme- y, cuando declina comprartos, agrega: «;Eh, barémettos no, barémetros no! ;Vendo también bellos ojos, bellos ojos!». El espanto del estudiante se calma al advertir que los ojos ofrecidos resultan ser unas inocentes gafas; le compra a Coppola un prismatico de bolsillo con el que espia la casa lindera del profesor Spalanzani, donde divisa a su hija Olim- pia, bella pero enigméticamente silenciosa ¢ inmivil, Se ena mora perdidamente de clla, hasta el punto de olvidar a su inteligente y serena novia. Pero Olimpia es un autémata al que Spalanzani lo ha puesto el mecanismo de relojeria y Coppola —el Hombre de la Arena— los ojos. El estudiante sorprende a los dos maestros disputando por su obra; el Gptico se Heva a la mufieca de madera, sin ojos, y el mecé- nico Spalanzani arroja al pecho de Nathaniel los ojos de Olimpia, que permanecfan en el suelo bafiados en sangre; dice que Coppola se los ha hurtado a Nathaniel. Este cae de un nuevo ataque de locura en cuyo delirium se ini de la muerte del padre con la impre- «iUy, uy, uy! {Circulo de fuego, circulo de fue- go! jGira, circulo. de fuego, lindo, lindo! jMufiequita de madera, uy, bella mufiequita de madera, gital». Se arroja entonces sobre el profesor, el presunto padre de Olimpia, con dnimo de estrangularlo. Recobrado de una prolongada y grave enfermedad, Natha- nicl parece al fin sano. Ha recuperado a su novia y se pro- pone desposarla. Un dia, ella y él pasean por la ciudad, sobte cuya plaza mayor la alta torre del Ayuntamiento proyecta su sombra gigantesca. La muchacha propone a su novio subi a Ja torre, en tanto el hermano de ella, que acompafiaba a la pareja, permanece abajo. Ya en lo alto, la curiosa apati- én de algo que se agita alld, en la calle, atrae la atencidn de Clara, Nathaniel observa la misma cosa mediante el pris- matico de Coppola, que encuentra en su bolsillo; de nuevo cae presa de la locura y a la voz de «jMufiequita de made- ra, gital» pretende arrojar desde lo alto a la muchacha. El hermano, que acude a sus gritos de auxilio, la salva y des- ciende répidamente con ella, Arriba, el loco furioso corre on en torno exclamando «;Circulo de fuego, gira!», cuyo ori- gen nosotros comprendemos. Entre las personas reunidas en Ia calle sobresale el abogado Coppelius, quien ha reaparecido de pronto. Tenemos derecho a suponer gue Ia locura estallé en Nathaniel cuando vio que se acercaba. Alguien quiere su- bir para capturar al furioso, pero Coppelius dice sonriendo: «Esperen, que ya bajard él por sus propios medios». De pronto Nathaniel se queda quieto, mira a Coppelius y se arroja pot encima de la baranda dando el estridente grito de «{Si, bellos ojos, bellos ojos!». Al quedar sobre el pavimen to con la cabeza destrozada, ya el Hombre de la Arena se ha perdido entre la multitud. Aun esta breve sintesis no deja subsistir ninguna duda de que el sentimiento de lo ominoso adhiere directamente a la figura del Hombre de la Arena, vale decir, a Ia representa: cién de ser despojado de los ojos, y que nada tiene que ver con este efecto la incertidumbre intelectual en el sentido de Jentsch. La duda acerca del carécter animado, que debimos admitir respecto de la mufieca Olimpia, no es nada en com- paracién con este otro ejemplo, més intenso, de lo ominoso Es cierto que el autor produce al comienzo en nosotros una especie de incertidumbre -—deliberadamente, desde luego—, al no dejarnos colegir de entrada si se propone introducirnos en el mundo real o en un mundo fantéstico creado por su albedrio, Como ex notorie, tiene derecho a hacer lo uno © lo otto, y ai por ejemplo ha escogido como escenario de sus figuraciones un mundo donde acttian espiritus, demo- nios y espectros --tal el caso de Shakespeare en Harzlet, Macbeth y, en otro sentido, en La tempestad y en Suefio de una noche de verano—, hemos de seguirlo en ello y, todo el tiempo que dure nuestra entrega a su relato, tratar como una realidad objetiva ese universo por él presupues- to. Ahora bien, en el curso del cuento de Hoffmann esa duda desaparece; nos percatamos de que el autor quiere hacernos mirar a nosotros mismos por las gafas o los pris- méticos del dptico demoniaco, y hasta que quizis ha atis- bado en persona por ese instrumento. La conclusién del cuento deja en claro que el dptico Coppola es efectivamen- te el abogado Coppelius® y, por tanto, el Hombre de la Arena. ® La esposa del doctor Rank me ha hecho notar las derivaciones de este nombre: «cappella» = acopelan (véanse las operaciones. quimi caw w raf de las cuales ballé Ta muezte ef padre); «oppon: la cuenca del ojo, [Excepto en la primera edicién (1919), esta nota se adjun- taba, aparentemente por error, al aparecer por Segunda vez el nom: bre «Coppeliu» en el patrafo’anterior,] 230 En este punto ya no cuenta ninguna «incertidumbre in telectual>: ahora sabemos que no se nos quiere presentar el producto de la fantasia de un loco, tras el cual, desde nuestra superioridad racionalista, pudiéramos discernir el estado de cosas positive; y sin embargo... ese esclareci- miento en nada ha reducido la impresién de lo ominoso. Por tanto, Ja incertidumbre intelectual no nos ayuda a en- tender ese efecto. ominoso. En cambio, la experiencia psicoanalitica nos pone sobre aviso de que daflarse los ojos 0 perdetlos es una angustia que espeluzna a los nifios. Ella pervive en muchos adultos, que temen la lesién del ojo mds que Ja de cualquier otro Srgano. Por otra parte, se suele decit que uno cuidara cierta cosa coma a la nitia de sus ojos. Adems, el estudio de los suefios, de las fantasias y mitos nos ha ensefiader que Ja angustia por los ojos, Ja angustia de quedar ciego, es con harta frecuencia un’ sustituto de la angustia ante fa castracién. Y en verdad, Ia accién del criminal mitico, Edi po, de cegarse a si mismo no es mas que una forma atem- perada de la castracin, el unico castigo que le habria co- rrespondido segiin fa ley del talin, Dentro de una men- talidad racionalista, claro esti, se puede desautorizar esta reconduccidn de Ia angustia por los ojos a la angustia ante la castracién; parece natural que un érgano tan precioso como el de Ia vista esté resguardado por una angustia co- rrclativamente grande, y, dando un paso més, hasta puede sostenerse que tras la angustia ante Ia castracién no se esconde ningtin sccreta més arcano ni_un significado diver- so, Sin embargo, asi se dejard sin explicar el nexo de rect- proca sustitucién que cn el suefo, Ja fantasia y el mito se da a conocer entre ojo y miembro masculino, y no se podria contradecir la impresién de que tras la amenazi de ser privado del miembro genital se produce un sentimiento patticularmente intenso y oscuro, y que imi to el que presta su eco a la representacidn de perder otros Srganos. Y en definitiva, toda duda ulterior desaparece cuando a partir de los anilisis de neuréticos se averigua el «complejo de castracién» en todos sus detalles y se to- ma conocimiento del grandioso papel que desempefia en su vida animica. Ademés, no aconsejaria a ningtin opositor de Ia concep- cién psicoanalitica aducir justamente el cuento de Hoff- mann sobre «El Hombre de Ja Arena» para sustentar la tesis de que la angustia por los ojos es algo independiente del complejo de castracidn, En efecto, epor qué la angustia 231 en twrno de Jos ojos entra aqui en la més intima relacién wan la muerte del padre? ¢Por qué el Hombre de la Are- na aparece todas las veces como perturbador del amor? Hace que el desdichado estudiante se malquiste con st novia y con el hermano de esta, que es su mejor amigo; ani- quila su segundo objeto de amor, la bella mufieca Olimpia, y lo constrifie al suicidio cuando esté por consumar una dichosa unién con su Clara, a quien ha recuperado. Estos rasgos del cuento, como otros muchos, parecen caprichosos y carentes de significado si uno desautoriza el nexo de la angustia por los ojos con Ja castracién, pero cobran pleno sentido si se remplaza al Hombre de la Arena por ef padre temido, de quien se espera la castracién* © De hecho, al claborar los elementos del material, In fantasia del autor no los ha tastrocady tanto gue no podamos restaurar. su ordenamiento originario. En la historia infantil, el padre y Coppelius figuean la fvago-padre Fragmentact en dos opuestos por obra de Ja ambivalencia; uno amenava con dejarlo ciego (castracién), y el otro, al padre bueno, intercede para salvar los ojos del niio. La pieza det complejo alcanzada con mayor intensidad por la represin, el desco de que muera el padre malo, halla su figuracién cn Ia muerte del pare bueno, imputada a Coppelins. A este par de padres cotrespon- den, en lu ulterior biograffa del estudiante, el profesor Spalanzani y el dptico Coppola; ef profesor es en si una figura de la serie paterna, y a Gappolu se lo dliscicrne como idéntico al ebogado Coppelius. Asi como aquella yer trabojaban juntos cn un misterioso brasero, ahora hun eteadis en convinr nla muneca Olimpia; y ademds, al profesor se Jo Hanus padre de Olingpia, Mediante esta selacicin de comunidad que av presenta por day veces, anihas se revelan como escisiones de la Imago padre, cx decit, tanto el meciinico como et éptico son el padre de Olimpia y el de Nathaniel, fin la escena terrorilica de Ja infancia, Coppelius, tras renunciar a dejar ciego al nifio, le descoyunta brazos y pietnas a manera de experiment, o sea, ttabaja con él como lo harfa un mecénico con una mufieca, Este extrafio rasgo, que se sale por completo del marco de Ia representacién del Hombre’ de la Arena, pone en juego un nuevo cquivalente de la castracién; pero también apunta a Ia intima identidad de Coppelius con su ulterior contra- parte, el mecénico Spalanzani, y nos prepara para la interpretacién de Olimpia, Esta mufieca autonxitica no puede ser otra cosa que Ja materializacién de la actitud femenina de Nathaniel hacia su padre en la primera infancia, Sus padres —Spalanzant y Coppola— no son mas que reediciones, reencatnaciones, del pat de padres de Nathaniel; la frase de Spalanzani, de otro modo incomprensible, seavin Ia cual el Sptico hurts los ojos a Nathaniel (véase supra (pig. 2291) para ponérselos a la muiicca, cobra ast significado como prueba de Ja identidad entre Olimpia’ y Nathaniel. Olimpia es, por ast decir, un complejo desprendido de Nathaniel, que le sale al paso como perso- na; su sometimiento a cse complejo halla expresiéa en el amor dis- paratado y compulsive por Olimpia, Tenemos derecho a Hamat «nar- Cisistin> a este amor, y comprendemos que su victima se enajene del objeto teal de amor. Numerosos andlisis clinicos, de contenido por cient menos fantistico, pero apenas menos triste que la historia del estuudinte Nathaniel, prucban cuén correcto es psicolégicamente 232 Por tanto, nos atreveriamos a reconducir lo ominoso del Hombre de la Arena a la angustia del complejo infantil de castracién. Pero tan pronto surge la idea de recurrit a un factor infantil de esa indole para esclarecer la génesis de este sentimiento ominoso, nos vemos llevados a ensayat esa misma derivacién para otros ejemplos de lo ominoso. En «El Hombre de la Arena» hallamos todavia el motivo, destacado por Jentsch, de la mufieca en apariencia anima- da. Segiin este autor, una condicién particularmente favo- rable para que se produzca el sentimiento ominoso es que surja_una incertidumbre intelectual acerca de si algo es inanimado o inerte, y que la semejanza de lo inerte con lo vivo Hegue demasiado lejos. Ahora bien, con Jas mufiecas, desde Iuego, no estamos muy distantes de lo infantil. Re- cordemos que el nifio, en los juegos de sus primeros aftos, no distingue de manera nitida entre lo animado y lo in’ animado, y muestra particular tendencia a considerar a sus muiiecas como seres vivos. Y aun en ocasiones escuchamos referir a nuestras pacientes que todavia a la edad de ocho afios estaban convencidas de que mirando a sus muiiecas de cierta manera, con la maxima intensidad posible, ten- drian que hacerles cobrar vida. Por tanto, también aqui es facil pesquisar cl factor infantil; pero lo notable es que en el caso del Hombre de Ja Arena estd en juego el despertar de una antigua angustia infantil, mientras que en el de la muieca viva no interviene para nada la angustia, puesto que cl nifio no tuvo miedo a la animacién de sus mufiecas, y hasta quiza la desed. Entonees, 1a fuente del sentimiento ominoso no seria aqui una angustia infantil, sino un deseo © aun apenas una creencia infantiles. Esto parece una con- tradiccién, aunque tal vez no sea mis que una multiplicidad que pueda | ayudarnos posteriormente en nuestro intento de comprensién. E, T. A, Hoffmann es el maestro inigualado de lo omi- noso en la creacién literaria, Su novela Los elixires del dia- blo exhibe todo un haz de motivos a los que cabria ads- que el jovencito fijado al padre por el complejo de castracién sea incapaz de amar a la mujer. E, T. A. Hoffmann era hijo de un matrimonio desdichado. Cuando tenia tres alios, su padre se separé de su pequefia familia y munca més volvis a vivir ‘con ella, Segiin las prucbas que aporta E. Grisebach en su introduccién biogrifica a las obras de Hoffmann, su telacién con el padre siempre fue el punto més sensible en Ia vida afectiva de este autor, 233 ctibir el efecto ominoso de la historia.” El contenido de la novela es demasiado rico y enredado como para que nos atrevamos a extractatlo. Al final del libro, cuando se agre- gan con posterioridad las premisas de la accidn que hasta ese momento se habian mantenido en reserva, el resultado no es el esclarecimiento del lector, sino su perplejidad total. FI autor ha acumulado demasiados clementos homogéneos; la impresién del conjunto no amengua por ello, pero st su comptensin. Es preciso conformarse con destacar los més salientes entre esos motivos de efecto ominoso, a fin de in- dagar si también ellos admiten ser derivados de fuentes in- fantiles, Helos aqui: la presencia de «dobles» en todas sus gtadaciones y plasmaciones, vale decir, In aparicién de per- sonas que por su idéntico aspecto deben considerarse idén- ticas; el actecentamiento de esta circunstancia por el salto de procesos animicos de una de estas personas a fa otra —lo que Hamariamos telepatia—, de suerte que una es copose dora del saber, el sentir y el vivenciar de la otra; la iden! ficacién con otta persona hasta el punto de equivocarse sobre el propio yo o situar el yo ajeno en el Jugar del propio —o sea, duplicacién, divisién, permutacién del yo—, y, por ul timo, el permanente retorno de lo igual," la repeticién de lox mismos rasgos faciales, caracteres, destinos, hechos cti minalen, y hurta de los nombres a lo largo de varias genera- clones sucenivan. E} motive det adoble» ha side estudiado a fondo por ©, Rank enn trabajo que Heva ese titulo (19146). En él se indagan Jos vinculos del doble con la propia imagen 7 [En uno de los mimeros de Internationale Zeitschrift fiir drztliche Psychoanalyse cortespondientes a 1919 (5, pég. 308), afio en que se publicé el presente trabajo, aparecié bajo la robrica «Varia» y firmada con las iniciales «S. F.» una breve nota que no es irtazonable atribuir a Frend, Aunque en términos estrictos no corresponde al tema aqui tratado, tal vez se justifique su inclusién. Se titula «.] [lin esta frase parecen resonar las palabras de Nietzsche (v. gt., en la tiltimn parte de Asi hablé Zaratustra). En Més alld del principio de placer (120g), AE, 18, pég. 22, Freud cita entre comillas una frase semejuntc: «cl eterno retorno de lo igual».] 234 vista _en el espejo y con Ja sombra, el espfritu tutelar, la doctrina del alma y el miedo a la muerte, pero también se atroja viva luz sobre la sorprendente historia genética de ese motivo. En efecto, el doble fue en su origen una segu- ridad contra el sepultamiento del yo, una «enérgica des- mentida (Dementierung} del poder de la muetter (O. Rank), y es probable que el alma «inmortal» fuera el prti- mer doble del cuerpo. Fl recurso a esa duplicacién para defenderse del aniguilamiento tiene su correlato en un me- dio figurativo del Ienguaje onirico, que gusta de expresar la castracién mediante duplicacién 0 multiplicacién del sim- bolo genital;? en la cultura del antiguo Egipto, impulsé a plasmar la imagen artistica del muerto en un material im- perecedero, Ahora bien, estas representaciones han nacide sobre el terreno del irtestricto amor por si mismo, ef nar cisismo primario, que gobierna la vida anfmica tanto del nifio como del primitive; con la superacién de esta fase cambia ef signo del doble: de un seguro de supervivencia, pasa a ser el ominoso anunciador de la muerte. La representacidn del doble no necesatiamente es sepulta- da junto con ese narcisismo inicial; en efecto, puede cobrar tun nuevo contenido a partir de los posteriores estadios de desarrollo del yo. En el interior de este se forma poco a poco una instancia particular que puede contraponerse al resto del yo, que sitve a la observacién de si y a la auto- critica, desempefia cl trabajo de la censura psiquica y se vuelve notoria pata nuestra conciencia como «conciencia moral». En el caso patolégico del delirio de ser notado, se aisla, se escinde del yo, se vuelve evidente para el médico. El hecho de que exista una instancia asf, que puede tratar como objeto al resto del yo; vale decir, el hecho de que el ser humano sea capaz de observacién de si, posibilitn lle nar la antigua representacisn del doble con un nuevo con- tenido y atribuirle diversas cosas, principalmente todo aquello que aparece ante la autocritica came perteneciente al viejo narcisismo superado de la época primordial." ® LCE. La iuterpretacién de los suefios (19004), AE, 5, pag. 363.) \ Creo que cuando los poetas se quejan de que dos almas moran en cl pecho del hombre, y cuando los adictos a Ja psicologia popular hablan de la escisién det yo en el hombre, entrevén esta bifurcacién (pertenecicnte a la psicologia del yo) entre Ia instancia y el resto del yo, y no la relacién de oposicién descubierta por cl psicoandlisis entre cl yo y lo reprimido inconciente. Es verdad que Ja diferencia se borra pot el hecho de que entre lo desestimado pot la critica del yo se en- cuentran en primer lugat los retofios de lo reptimido, [Freud ya habia considcrado con detalle esta instancia critica en la seccién THY de «ln- troduccidn del natcisismo» (1914e), y pronto la ampliaria hasta con- 235 Pero no sélo este contenido chocante para la critica del yo puede incorporarse al doble; de igual modo, pueden setlo todas las posibilidades incumplidas de plasmacidn del destino, a que la fantasia sigue aferrada, y todas las aspira ciones del yo que no pudieron realizarse a consecuencia de unas circunstancias externas desfavorables, asi como to das las decisiones voluntarias sofocads que han producido Ia ilusién del libre albedrio.* Ahora bien, tras considerar la motivacién manifiesta de la figura del doble, debemos decirnos que nada de eso nos permite comprender el grado extraordinariamente alto de ominosidad a él adherido; y a partir del conocimiento que tenemos sobre los procesos animicos patolégicos, estamos autorizados a agregar que nada de ese contenido podria explicar el empesio defensivo que lo proyecta fuera del yo como algo ajeno. Entonces, cl caricter de lo ominoso sélo puede estribar en que el doble es una formacién oriunda de las épocas primordiales del alma ya superadas, que en aquel tiempo poseys sin duda un sentido mis benigno, El doble ha devenido una figura terrorifica del mismo modo como los dioses, tras la ruina de su religidn, se convietten en demonios.! Siguicndo cl paradigma del motivo del doble, resulta pte ‘as pertutbaciones del yo utilizadas por Hoffmann. Kn ellas se trata de un retroceso a fases singu- lures de ta historia de desarrollo del sentimiento yoico, de tint regresién a gpocay en que el yo no se habia destindado ain netamente del mundo exterior, ni-del Otro. Creo que estos motives contribuyen a la impresién de lo ominoso, si bien no resulta fécil aislar su participacidn. El factor de la repeticién de lo igual como fuente del sentimiento ominoso acaso no sea aceptado por todas las personas. Segtin mis observaciones, bajo ciertas condicio- nes y en combinacién con determinadas circunstancias se produce inequivocamente un sentimiento de esa indole, que, ademés, recuerda al desvalimiento de muchos estados oniticos. Cierta ver que en una calurosa tarde yo deambu- vertirla en cl «ideal del yoo y en el «superyé» cn el capitulo XE de su Psicologia de las masas y anélisis del yo (1921e) y el capitulo TIL de FI yoy ef cllo (19236), respectivamente.] "En la obra de H. H, Ewers, Der Student von Prag {El estudiante de Pragit!, que sirve de punto de partida al estudio de Rank sobre el doble, ef héroc ha prometido a su amada no matar a su desafiante en el ducts, Pero en camino al campo del honor se encuentra con el doble, aque ya ha matad a su rival. — [Sobre la ailusién del libre albedrfon cf Pucopaulogea ide la vide cotidiana (19016), AE, 6, pags. 246-7.1 12 Heine, Dre Gutter inv Exil {Los dioses en el’ exilio}. 236 laba por las calles vactas, para mf desconocidas, de una pe- quefia ciudad italiana, fui a dar en un sector acerca de cuyo cardcter no pude dudar mucho tiempo. Sélo se vefan mu- jeres pintarrajeadas que se asomaban por las ventanas de las casitas, y me apresuré a dejar la estrecha callejuela do- blando cn Ia primera esquina. Pero tras vagar sin rambo durante un rato, de pronto me encontré de nuevo en la misma calle donde ya empezaba a Iamar la atencién, y mi apurado algjamiento slo tuvo por consecuencia que fuera 2 parar ahi por tercera vez tras un nuevo rodeo. Entonces se apoderé de mi un sentimiento que sdlo puedo calificar de ominoso, y senti alegria cuando, renunciando a ulterio- res viajes de descubrimiento, volvi a hallar la piazza que poco antes habia abandonado. Otras situaciones, que tienen en comtin con Ja que acabo de describit el retorno no de- liberado, pero se diferencian radicalmente de ella en los. demds puntos, engendran empero el mismo sentimiento de desvalimiento y ominosidad. Por ejemplo, cuando uno se extravia en el bosque, acaso sorprendido pot la niebla, y a pesar de todos sus esfuerzos por hallar un camino demar- cado o familiar retorna repetidas veces a cierto sitio carac- terizado por determinado aspecto. O cuando uno anda por una habitacién desconocida, oscura, en busca de Ja puerta o de Ia perilla de la luz, y por enésima vez tropieza con el mismo mueble, situacién que Mark Twain, exageréndola hasta lo grotesco, ha trasmudado en Ja de una comicidad irresistible. ‘También en otra serie de experiencias discernimos sin trabajo que es sdlo cl factor de la repeticién no deliberada cl que vuclve ominoso algo en si mismo inofensivo y nos impone la idea de lo fatal, inevitable, donde de ordinario sélo habriamos hablado de «casualidad». Asi, ex una vi- vencia sin duda indiferente que en un gnardarropas. reci bamos como vale cierto nimero (p. ¢j-, 62) © hallemos que el camarote asignado en el barco Ileva ese ndmero. Pero esa impresién cambia si ambos episodios en sf tri viales se suceden con poca diferencia de tiempo: si uno se topa con el néimero 62 varias veces el mismo dia y se ve precisado a observar que todo cuanto Hleva_designacién numérica —direcciones, Ia picza det hotel, el vagén del ferrocartil, etc-— presenta una y otra vez el mismo ni- mero, aunque sea como componente. Uno lo halla «omi- noso», y quien no sea impermeable a las tentaciones de la supersticion se inclinaré a atribuir a ese pettinaz retorno 13 [Mark Twain, A Tramp Abroad.] a del mismo mtimero un significado secteto, acaso una refe- rencia a la edad de la vida que le esta destinado alcanzar.™" O si uno se ha dedicado tltimamente a estudiar los escritos del gran fisiélogo E. Hering y con diferencia de unos po- cos dias recibe cartas de dos personas de ese nombre de diversos paises, cuando hasta entonces nunca habia tenido relaciéa con personas que se Ilamaran asi. Un ingenioso investigador de la naturaleza ha intentado hace poco st- hordinar a ciertas leyes sucesos de esa indole, lo cual no podria menos que cancelar Ja impresién de lo ominoso.” No me atrevo a pronunciarme sobre si lo ha logrado. Sdlo de pasada puedo indicar aqui el modo en que lo ominoso del retorno de lo igual puede deducirse de Ja vida animica infantil; remito al Jector, pues, a una exposicién de detalle, ya terminada, que se desarrolla en otro contexto." En lo inconciente animico, en efecto, se discierne el im- perio de una compulsion de repeticiba que probablemente depende, a su vez, de Ja naturaleza més intima de las pul- siones; tiene suficiente poder para doblegar al principio de placer, confiere carécter demoniaco a ciertos aspectos de Ia vida animica, se exterioriza todavia con mucha niti- dez en las aspiraciones del nifio pequefiv y gobierna el psicoandlisis de los neurdticos en una parte de su decurso. Todas las elucidaciones anteriores nox hacen esperar que se sienta como ominoso justumente aquello capaz de re- compulsién interior de repeticién. Sin embargo, creo que ya es tiempo de dejar estas. cons- telaciones, sobre las cuales siempre es dificil emitir juicio, y buscar casos inequivocos de lo ominoso cuyo anilisis nos permita obtener una decisién definitiva acerca de la vali. dez de muestra hipéte En «El anillo de Policrates»,'7 el rey de Egipto se apar- ta con horror de su huésped porque nota que todo deseo de su amigo Ie es cumplido en el acto y el destino Je aventa enseguida cada una de sus preocupaciones. Su amigo se le ha vuelto «ominoso». La explicacién que él mismo da, a 14 [Freud habia cumplido 62 afios de edad el afto anterior, 1918. 15 Kammerer, 1919. 1 [Se refiere a Mas alld del principio de placer (19208), publicada tun alto mas tarde, en cuyos capitulos HT y IIL se explaya sobre las dliversas manifestaciones de la «compulsién de repeticién» aqui enu- meas, Como fendmeno clinico, Ia «compulsin de repeticién> ya hulsin nie tratacha por Freud en un trabajo dado a conocer cinco afios ates; «Recordar, repetir y reelaborare (1914g).] VOTED poem tle Schiller basado en Herodoto.] 238 suber, que los demasiado dichosos tienen que temer la en. vidia de los dioses, nos parece todavia impenetrable, su sentido se oculta tras un velo mitolégico. Tomemos, por eso, un ejemplo de circunstancias mucho més simples: en el historial clinico de un neurético obsesivo ™ referi que este enfermo habia tomado una cura de aguas, y durante su permanencia en el sanatorio habia expetimentado una gran mejorfa. Pero tuvo suficiente perspicacia para no atri buir ese resultado a Ja virtud curativa del agua, sino a la ubicacién de su pieza, en la inmediata vecindad de Ia de una amable enfermera. Llegado por segunda vez al sana- torio, pidié la misma habitacién, pero le dijeron que ya estaba ocupada por un sefior anciano; entonces dio rienda suelta a su disgusto con estas palabras: «Ojald le dé un ataque». Catorce dias después el anciano murié efectiv. mente de un ataque de apoplejia. Para mi paciente fue una vivencia «ominosa». La impresién de lo ominoso habria sido todavia mas intensa de trascurrir un lapso menor en- tre su manifestacidn y el hecho fatal, o si el paciente hubie- ta podido informar sobre otras muchas vivencias de la misma indole. En realidad, no le faltaban tales corrobora- ciones; pero no sdlo a él: todos los neurdticos obsesivos que yo he estudiado sabfan referir cosas andlogas de sf mismos. En modo alguno les sorprendia encontrarse re- gularmente con la persona en la que acababan —acaso por primera vez tras Iargo tiempo— de pensar; por las ma- fianas solfan recibir carta de un amigo de quien Ia tarde anterior habfan dicho: «Hace mucho que no sé nada de lp, y, en particular, eta rato que sucedieran muertes o des- gracias sin que un rato antes se les pasaran por la cabeza Solian expresar tales situaciones, con la mayor modestia aseverando tener «presentimientos» que «casi siempre» s cumplian Una de las formas més ominosas y difundidas de la su- persticin es la angustia ante el «mal de ojo», estudiado a fondo por el oculista de Hamburgo, S. Seligman (1910- 11). La fuente de que nace esta angustia parece haber sido reconocida siempre. Quien posee algo valioso y al mismo tiempo fragil teme la envidia de los otros, pues les proyecta la que él mismo habria sentido en el caso inverso. Uno dej traslucir tales mociones mediante la mirada, aunque les d niegue su expresién en palabras; y cuando alguien se diferen- cia de Jos demds por unos rasgos Hamativos, en particular 1S «A propdsito de un caso de ncurosis obsesivan (1909d) [Al 10, pigs. 1823]. oo ni son de naturaleza desagradable, se le atribuye una envidia le particular intensidad y la capacidad de trasponer en actos esa intensidad, Por tanto, se teme un propisito secreto de hacer daiio, y por ciertos signos se supone que ese props sito posee tambicn Ja fuerza de realizarse. Los ejemplos de Jo ominoso citados en ailtimo término dependen del principio que yo, siguiendo fa sugcrencia de un paciente,"” he Hamado «omnipotencia del pensamiento Ahora bien, estamos en terreno conocido y ya no podemos ignorarlo, FE} anilisis de los casos de lo ominosa nos ha reconducido a la antigua concepcién del mundo del eninzis mo, que se catacterizaba por Hear el universe con espi- ritus humanos, por la sobrestimacién narcisista de los pro: pios procesos animicos, a omnipotencia del pensamiento y la técnica de la magia basada en ella, la atribucisn de virtudes ensalmadoras —dentro de una gradacién cuidado- samente establecida— a personas ajenas y cosas (aii), asi como por todas Jas creaciones con que cl narcisismo irestricto de aqucl periodo evolutivo se ponia en guardia frente al inequivoco veto de la realidad. Parece que en nues- tro desarrollo individual todos atraveséramos una fase co- rrespondiente a ese animismo de los primitivos, y que en ninguno de nosotros hubiera pasado sin dejar como secuela unos restos y huellas capaces de exteriorizarse: y es como si todo cuante hoy nos parece «ominoso» cumplicra la con dligidn de tocar estos restos de actividad animista © incitar SU exterionizacian En este prmto he de hacer «los senalamientos en los cua Jes queria asentar el contenido esencial de esta pequeiia indagacién. La primera: $i Ja teorfa psicoanalitica acierta cuando asevera que todo afecto de una mocién de senti- mientos, de cualquier chase que sea, se trasmuda en angus por obra de a represidin, entre los casos de lo que provoca angustia existina por fuerza un grupo ct que pueda de- mostrarse que eso angustioso es algo reprimido que retor na. Esta variedad de Jo que provoca angustia seria justamen- te To ominoso, resultando indiferente que en sui origen fuera 2 su ve7 algo angustioso 0 tuviese como portador algiin otro a 1 [EL Tlombre de las Rataso, a quien acababa de referirse; of ibid AF, WW. pig. 182.1 Veuse mi libro Teter ¥ tabi (1912-13), ensayo HIT, «nimismo, magit_y-omnipotencia de los pensamientos», donde se hallari la si nuicnte ota al pie: «Parece que conferimos UI caricter de lo ominoso lw. ampresiones que corroborarfan la omniporencia de los niente v cl modo de pensar animista en general, en tanto que en Huestis quiets vn ties hemos extrafiado de ambas creencias» [A pigs. 89-20] 240 afecto. La segunda: Si esta es de hecho la naturaleza secret de Io ominoso, comprendemos que los usos de la lengua hagan pasar lo «ITeinliche» {lo «familiaro} a su opuesto, fo «Unheimliche» (pigs. 224-6), pues esto ominoso no es efec- tivamente algo nuevo 0 ajeno, sino algo familiar de antiguo a la vida animica, s6lo enajenado de ella por el proceso de la represidin. Fse nexo con la represién nos ilumina ahora tambicn la definicién de Schelling, segin la cual Jo ominoso es algo que, destinado a permanecer en lo oculto, ha salido a la luz Sélo-nos resta someter a prueba Ia inteleccién que hemos obtenido, ensayando explicar con ella algunos otros casos de lo ominoso. A muchos seres humanos les parece ominoso en grado supremo lo que se relaciona de manera intima con Ja muer- te, con caddveres y con el retorno de los muertos, con es piritus y aparecidos. En efecto, dijimos que numcrosas len guas modernas no pueden traducir la expresién alemana cuna casa satheinnlich» como no sea mediante la paréfrasis cama casa poblada de fantasmas». En verdad habriamos debido empezar nuestra indagacién por este ejemplo, quizas el mis rotundo, de lo ominoso, pero no To hicimos porque aqui lo eminoso esté demasiado contaminado con Io espe- lusnante y cn parte tapado por esto tlio. Empero, diff- cilmente haya otro émbito cn que nuestro pensar y sentir hayan variado tan poco desde las épocas primordiales, y en gue lo antigo se haya conservado tan bien bajo una delga- da cubierta, como en ct de nuestra relacién con la muerte. Dos factores son buenos testigos de esa permanencia: a intensidad de nuestras reacciones afectivas originarias y la incertidumbre de nuestro conocimiento cicntifico. Nuestra biologia no ha podido decidir atin si la muerte es ¢l destino necesario de todo ser vivo o s6lo una contingeneia regular, pero acaso evitable, en cl rein de da vida" Fs cierto que el enunciado «Todos los hombres son mortales» se exhibe en los manuales de légicx como e} arquetipo de una afirma- Gién universal; pero no ilumina a ningxin ser humano, y nuestro inonciente concede ahora tan poco espacio como otrora a la sepresentacién de la propia mortalidad”* Las Es: et bawunted {Alude al ejemplo dado supra, pig. 221, para el in houses 21 [Este problema ocupa un lugar prominente en Mis alld del prin- cipio de placer (1920g), obra que Freud estaba preparando cuando eeribid o) preseme articulo, Cf, AE, 18, pigs. 43. y sigs.] (La actitud del ser humano hacia la muerte fue tratada mds ex tensamente por Freud en la segunda parte de su ensayo «De guetta yo muerte» (19156), AP, 14, pags. 290 y- sigs. | rcligiones siguen impugnando su significado al hecho in- contrastable de Ia muerte individual y prolongan Ia existen- cia después de ella; los poderes del Estado creen que no podrian mantener el orden moral cntre los vivos si debiera renunciarse a corregit la vida terrenal en un més alld me- jor; en nuestras grandes ciudades se anuncian conferencias que pretenden cnsefiar cémo entrar cn contacto con cl alma de los difuntos, y es innegable que muchas de las mejores caberas y de los pensadores mas perspicaces entre los hom bres de ciencia, sobre todo hacia cl final de su vida, han juzgado que no eran inexistentes las posibilidadcs «de seme- jante comercio con los espititus. Puesto que casi todos nos- otros seguimos pensando en este punto todavia como los salvajes, no cabe maravillarse de que la angustia primitiva frente al muerto siga siendo tan potente y esté presta a exte- riotizatse no bien algo la solicite. Es probable que conserve su antiguo sentido: el mucrto ha devenido enemigo del so- breviviente y pretende Hlevérselo consigo para que lo acom- pafie en su nueva existencia, Dada esta inmutabilidad de Ja actitud ante Ia muerte, cabria preguntar dénde ha quedado la condicién de la represién, necesaria para que lo primitive pueda retornar como algo ominoso. Empero, ella subsiste; oficialmente, las personas Hlamadas cultas ya no creen més en la presencia visible de las dnimas de los difuntos, han asociado su aparicién con unas condiciones remotas y que rara vez se tealizan, y lt actitud frente al muecto, ambiva- lente y en extreme ambigua en su oripen, se ha atemperado cn In actitud univoea de ke piedad.2* Ahora hacen falta unos pocos complementos, pues con el animismo, la magia y el ensalmo, la omnipotencia de los pensamientos, el nexo con la muerte, la repeticién no deli- berada y el complejo de castracién, hemos agotado pricti- camente Ia gama de factores que vuelven ominoso lo an- gustiante. También Hamamos ominosa a una persona viviente, y sin duda cuando le atribuimos malos propésitos. Pero esto no basta; debemos agregar que realizar esos propésitos de hacernos dafio con el auxilio de unas fuerzas particulares. Buen ejemplo de ello es el gettatore,* esa figura ominosa de la supersticién roménica que Albrecht Schaeffer, con cuicién poética y profunda comprensién psicoanalitica, ha trasformado en un personaje simpatico en su libro Josef Montforé®* Pero esas fuerzas secretas nos trasladan de nue- in CI, Toten: y tabi (1912-13) TAB, 13, pag. 71). * (Litctalmente, «el que arroja» (la mala suerte, el mal de ojo).) 24 Lav novela de Schaeffer se publicé en 1918.7 242 terreno del animismo. Es el presentimiento de esas sectetas lo que vuelve tan ominoso a Mefistéfeles a la piadosa Margarita: «Ella sospecha que seguramente soy un genio y hasta quizds el mismo Diablo». Lo ominoso de la epilepsia, de Ia locura, tiene el mismo origen. EI lego asiste aqui a la exteriorizacién de unas fuer- zas que ni habia sospechado en su prdjimo, pero de cuya mocién se siente capaz en algtin remoto rincén de su per- sonalidad. De una maneta consecuente y casi correcta en lo psicolégico, la Edad Media atribuia todas estas exteriori- zaciones patoldgicas a la accién de demonios. Y hasta no me asombraria Iegar a saber que cl psicoanilisis, que se ocupa de poner en descubierto tales fucrzas seerctas, se ha vuelto ominoso para muchas personas justamente por eso En un caso en que logré restablecer —si bien no muy r damente— a una muchacha invdlida desde hacia varios aiios, mucho tiempo después escuché eso misino de labios de su madre. Miembros seccionados, una cabeza cortada, una mano se- parada del brazo, como en un cuento de Hauff;*" pies que danzan solos, como en el citado libro de Schaeffer, contie- nen algo enormemente ominoso, en particular cuando se les atribuye todavia (asi en cl tiltimo ejemplo) una actividad auténoma. Ya sabemos que esa ominosidad se debe a su cercania respecto del complejo de castracién. Muchas per- sonas concederian las palmas de lo ominoso a la represen- tacin de ser enterrados tras una muerte aparente. Slo que ei psicoandlisis nos ha ensefiado que esa fantasia terrorifica no es mds que la trasmudacién de otra que en su origen no ptesentaba en modo alguno esa cualidad, sino que tenia por portadora una clerta concupiscencia: Ia fantasia de vivir en el seno materno. Agecguemos atin algo general que, en sentido estricto, estaba ya contenido en Jas afirmaciones hechas sobre cl animismo y los modos de trabajo superados del aparato animico, si bien parece digno de ser destacado expresamente: [Goethe, Fausto, parte 1, escenia 16.] : 20 [aDie Geschichte von der abgehauenen Hand» {La historia de Ia mano cortada}. [Véase el andlisis del «Hombre de los Lobos» (1918h), supra, pigs. 92 y sigs.] 243 a menudo y con facilidad se tiene un efecto ominoso cuando « borran los limites entre fantasia y realidad, cuando apa- rece frente a nosotros como real algo que habiamos tenido por fantastico, cuando un simbolo asume Ja plena operacién y el significado de lo simbolizado, y cosas por el estilo, En ello estriba buena parte del cardcter ominoso adherido a las pricticas magicas. Abi Jo infantil, que gobierna tambien la vida animica de los neuréticos, consiste en otorgar mayor peso a Ja tealidad psiquica por Comparacién con 1a material, rasgo este emparentado con la omnipotencia de los pensa- micntos. En medio del bloquco impuesto por la Guerra Mundial leg6 a mis manos un ntimero de la Sframd Magazine donde, entre otros. articulos bastante triviales, se relataba que una joven pareja habia alquilado una vivienda amue blada en la que habia una mesa de forma rara con unos cocodrilos tallados. Al atardecer sucle difundirse por la casa un hedor insoportable, caracteristico, se tropieza con alguna cosa en la oscuridad, se cree ver cémo algo indefinible pasa ripidamente par la escalera; en suma, debe colewirse que a raiz de la presencia de esa mesa las dnimas de unos coco- drilos espectrales frecuentan la casa, 0 que lox monsttuos de madera cobran vida en Ia oscuridad, © alpuna otra cosa parecida. Era una historia muy ingenua, pero se sentia muy grande su efecto ominoso. Para dar por concluida esta seleccién de ejemplos, sin duda todavia incompleta, debemos citar una experiencia extratda del trabajo psicnanalitica, que, sino se basa en una coinci- dencia accidental, contleva ta mis cabal corroboracién: de nuestra concepeidn de lo ominoso. Con frecuencia hombres neurdticos declaran que los penitales femeninos son pata cllos algo ominoso. Ahora bien, eso ominoso es la puerta de acceso al antiguo solar de la ctiatura, al lugar en que cada quien ha morado al comienzo. «Amor es nostalgia», se dice en broma, y cuando ¢l sofiante, todavia en suefios, piensa acerca de un Jugar o de un paisaje: «Me es familiar, ya una ver estuve ahin, fa interpretacién esta autorizada a rempla- zarlo por los genitales o el vientre de la madre.2* Por tanto, también en este caso lo ominoso es Jo otrora doméstico, lo familiar de antiguo. Ahora bien, el prefijo «ti» de a palabra unbeimlich es Ia marca de Ia represién.“* “NCL Lar interpretacién de los sueos (19004), AE, 8, pig. 401.) LCL La megacions (19254).1 244 Ul Ya en el curso de Jas precedentes elucidaciones se habrin agitado en el lector unas dudas a las que debemos permitir ahora reunizse y expresarse en voz alta. Acaso sea cierto que lo ominoso {Unheinliche} sca lo fa- miliar-cntranable {Heinliche-Heimische}) que ha experimen- tado una represidn y retorna desde ella, y que todo lo omi- noso cumpla esa condicién, Pero el enigma de lo ominoso no parece resttelto con la eleccién de ese material, Nuestra tesis, evidentemente, no admite ser invertida. No todo lo que recuerda a mociones de deseo reprimidas y a modos de pensamiento superados de la prehistoria individual y de la Epoca primordial de Ia humanidad es ominoso por eso solo. Tampoco callaremos el hecho de que para casi todos los gjemplos capaces de probar nuestro enunciado pueden ha- jarse otros andlogos que lo contradicen. En el cuento de Haufl «La histosia de la mano cortada», la mano seccionada produce sin duda un efecto ominoso, que nosotros hemos reconducide al complejo de castracién. Pero en el relato de Heradoto sobre el tesoro de Rhampsenit, el maese ladrén a quien la princesa quiere tener agarrado por la mano deja tras si ky mano cortada de su hermano, y ¢s probable que otras personas coincidan conmigo en juzgar que ese rasgo no pro- voca ningtin efecto ominoso. La prontitud con que se cum- plen los descos en «El anilio de Policrates» sin duda nos resulta tan ominosa a nosotros como al propio rey de Egipto; pero en nuestros cuentos tradicionales son abundantisimos csos cumplimientos instantaneos del deseo, y lo ominoso brilla por su ausencia, En el cuento de los tres deseos, Ia mujer se deja seducir por ef olorcillo de unas salchichas, y dice que le gustarfa tener ella sambign una salchichita asi. ¥ al punto la tiene sobre el plato. El marido, en su enojo, desea que se le cuelgue de la nariz a la indiscreta. Y volando la tiene ella balancedndosele en su nariz. Esto es muy im- presionante, pero por nada del mundo ominoso. E} cuento tradicional se pone por entero y abiertamente en el punto de vista de la omnipotencia del pensar y desear, y yo no sabria indicar ningiin cuento genuine en que ocurra algo ominoso, Se nos ha dicho que tiene un efecto en alto gra- do ominoso Ja animacién de cosas inanimadas, como image- hes, muieeas, pero en los cuentos de Andersen viven los enseres domésticos, los muebles, el soldadito de plomo, y acaso nada haya més distanciado de Jo ominoso. Dificilmente se sentird ominosa, pot otra parte, la animacion de la bella estatua de Pigmalidn. 245 1a muerte aparente y la reanimacién de los muertos se nos dieron a conocer como unas representaciones harto omi- Peto cosas parecidas son muy corrientes en los cuentos tradicionales; gquién osaria calificar de ominoso el hecho de que Blancanieves vuelva a abrir los ojos? También el des- pertat de los muertos en las historias de milagros, por ejem- plo las del Nuevo Testamento, provoca sentimientos que hada tienen que ver con Jo ominoso. El retorno no delibe- rado de lo igual, que nos produjo unos efectos tan induda- blemente ominosos, en toda una serie de casos concurre empero a otros efectos, por cierto muy diversos. Ya scita- lamos uno en gue se lo usd pata provocar el sentimicnto cémico [pég. 237], y podriamos acumular ejemplos de esa indole. Otras veces opera como refuerzo, ete. Adem: ° dénde proviene lo ominoso de Ja calma, de la soledad, de Ja oscuridad? No apuntan estos factores al papel del peligro cn Ia génesis de Jo ominoso, si bien se trata de las mismas condiciones bajo las cuales vemos a los niiios, las més de las veces, exteriorizar en cambio] angustia? ¢Y acaso podemos descuidar por entero el factor de Ja incertidumbre intelec- tual, cuando hemos reconocido su significatividad para lo ominoso de Ja muerte [pdgs. 241-2]? Debemos entonces admitir 1a hipétesis de que para la emergencia del sentimiento ominoso son decisivos otros fac- tores que las condiciones por nosotros proptestas y que se reficren al material, Y hasta podeis se que con esta pri merit vomprobacién queda tramitado el interés psicoanalitico por ef problema de la ominoso; ef resto probablemente exija una indagacién estética. Pero asi abririamos las puertas a ta duda sobre el valor que puede pretender nucstra intelec- cin del origen de lo ominoso desde lo entraitable reprimido. ‘Una observacidn acaso nos indique el camino pata resolver estas incertidumbres. Casi todos los ejemplos que contra- dicen nuestras expectativas estan tomados del campo de la ficcidn, de la creacidn literaria. Ello nos sefiala que deberia- mos establecer tn distingo entre lo ominoso que uno vivencia y lo ominoso que uno meramente se representa a sobre lo cual lee. Lo ominoso del vivenciar responde a condiciones mucho mas simples, pero abarca un ntimero menor de casos. Creo que admite sin excepciones nuestra solucién tentativa: siem pre se lo puede reconducir a lo reptimido Familiar de antiguo. Knpero, también aqui corresponde emprender una impor. ante y psicolégicamente sustantiva separacién del material; ly incjor seré discernirla a raiz de ejemplos apropiados. Vomemos to ominoso de Ia omnipotencia de los pensa- 246 micntos, del inmediato cumplimiento de los deseos, de las fucrzas que procuran dafio en secreto, del retorno de lo muertos. La condicién bajo la cual nace aqui el sentimiento de lo ominoso es inequivoca. Nosotros, 0 nuestros ancestros primitivos, consideramos alguna vez esas posibilidades como una realidad de hecho, estuvimos convencidos de la objeti- vidad de esos procesos. Hoy ya no creemos en ello, hemos superado esos modos de pensar, pero no nos sentimos del todo seguros de estas nuevas convicciones; las antiguas per- viven en nosotros y acechan la oportunidad de corroborarse Y tan pronto como en nuestra vida ocurre algo que parece aportar confitmacién a esas antiguas y abandonadas convic- ciones, tenemos el sentimiento de lo ominoso, que podemos completar con este juicio: «Entonces es cierto que uno puede matar a otro por el mero deseo, que los muertos siguen vi- viendo y se vuelven visibles en los sitios de su anterior acti vidad», y cosas semejantes, Por el contrario, faltard lo omi noso de’esta clase en quien haya liquidado en sf mismo de una mancra radical y definitiva esas convicciones animistas. La mds asombrosa coincidencia de deseo y cumplimiento, la repcticién mas enigmética de vivencias parecidas en un mismo lugar © para una misma fecha, las més engafiosas visiones y los ruidos mas sospechosos no lo hardin equivocarse, no despertarén cn él ninguna angustia que pudiera calificarse de angustia ante Jo «ominoso». Por tanto, aqui se trata pura mente de un asunto del examen de realidad, de una cuestién de la realidad material.” Ota cosa sucede con lo ominoso que parte de complejos © Como también Jo ominoso del doble es de este género, serd inte resante averiguar el efecto que nos produce toparnos con Ja imagen de nuestra propia persona sin haberla invocado € insospechadamente E, Mach comunica dos de tales observaciones en su Analyse der Simp: findurg (1900, pag. 3). Una vez se espanté no poco al advertir que el rostro que veia era el suyo propio, y otra vez pronunci’ un juicio harto negativo sobre alguien en quien creyé ver un extrafio que subia al émnibus donde se encontraba él: «jVaya que esta decrépito el maestro de escuela que sube ahi!». — Yo puedo referir una aventura perecida: Me encontraba solo en mi camarote cuando un sacudén algo mas violento del tren hizo que se abriera la puerta de comunicacién con el toilette, y aparecié ante mi un anciano sefior en ropa de cama y que Nevaba puesto un gorro de viaje. Supuse que al salir del baito, situado entre dos camarotes, habia equivocado la direccién y por error se habia introducido en el mio; me puse de pie para advertirselo, pero me «ued aténito al darme cuenta de que el intruso eta mi propia imagen pro- yectada en el espejo sobre la puerta de comunicacién. Atin recuerdo ef profundo disgusto que la aparicién me produjo. Por tanto, en vez de aterrorizarnos ante el doble, ambos —Mach y yo— simplemente no lo reconocimos. ZY el disgusto no seria un resto de aquella reaccién ar- caica que siente al doble como algo ominoso? 247 infuntiles reprimidos, del complejo de castracién, de la fan- tusia de seno materno, etc.; s6lo que no pueden ser muy Irecuentes las vivencias objetivas que despierten esta varie~ dad de lo ominoso. Lo ominoso del vivenciar pertenece las mis de las veces al primer grupo [el tratado en el pirrafo anterior}; ahora bien, el distingo entre ambos es muy impor- tante para la teorfa. En lo ominoso que proviene de comple- jos infantiles no entra en cuenta el problema de la realidad material, remplazada aqui por la realidad psiquica. Se trata de una efectiva represién {desalojo} de un contenido y del retorno de Jo reprimido, no de Ia cancelacidn de la creencie en la realidad de ese contenido. Podria decitse que en un caso es reprimido {suplantado} un cierto contenido de repre- sentacién, y en cl otro Ja ereencia en su realidad (material). Pero acaso esta tiltima manera de decit extienda el 1érmino «represiény fesfuerzo de desalojo o suplantacién} més all de sus limites legitimos. Mas cortecto seré dar razén de | diferencia psicolégica aqui rastreable diciendo que las convie ciones animistas del hombre culto se encuentran en el estado de lo superado (Uberwundensein} —en forma més 0 menos total—. Entonces nuestro resultado reza: Lo ominoso del vivenciar se produce cuando unos complejos infantiles repri- midos son reanimados por una impresién, o cuando parecen ser refirmadas unas convicciones primitivas superadas. Por Ultimo, Ia predileccién por las soluciones te las expo- siciones (rasparentes no nos impedird confesar que estas dos. varicdades de lo ominoso en el vivenciar, por nosotros pro- puestas, no siempre se pueden separar con nitidez, No nos asombrard mucho esta borradura de los deslindes si reflexio- amos en que las convicciones primitivas se relicionan de Ta manera més intima con los complejos infantiles y, en verdad, tienen su rafz en ellos. Lo ominoso de Ia ficcién —de Ia fantasia, de la creacién Titeratia— merece de hecho ser considetado aparte. Ante todo, es mucho mis rico que lo ominoso del vivenciar: lo abarca en su totalidad y comptende por aijadidura otras cosas que no se presentan bajo las condiciones del vivenciar. La oposicién entre reptimido y superado no puede trasferirse a Jo ominoso de Ia creacidn literaria sin modificarla profun- damente, pues el reino de la fantasfa tiene por premisa de validez que su contenido se sustraiga del examen de realidad El resultado, que suena paraddjico, es que muchas cosas que si nemrricran en la vida sertan ominosas no lo son en la crea- cit licravia,y en esta existen muchas posibilidades de alean- sar efecton anizosas que estén ausentes en la vida real. "ntre Tay muchas libertades del creador literatio se cuenta también 1a de escoger a su albedrfo su universo figurative de suerte que coincida con Ia realidad que nos es familiar 0 se distancic de clla de algtin modo. Y nosotros lo seguimos en cualquiera de esos casos. Por ejemplo, el universo del cuento tradicional ha abandonado de antemano el terreno de Ia rea- lidad y profesa abiertamente el supuesto de las convieciones animistas. Cumplimientos de deseo, fuerzas secretas, omni potencia de los pensamientos, animacién de lo inanimado, de sobra comunes en los exentos, no pueden ejercer en ellos efecto ominoso alguno, pues ya sabemos que para la génesis de ese sentimiento se requiere la perplejidad en el juicio acerca de si lo increible superado no seria empero realmente posible, problema este que las premisas mismas del universo de los cuentos excluyen por completo. Asi, el cuento tradi cional, que nos ha brindado la mayoria de los ejemplos que contradicen nuestra solucién de Jo ominoso, ilustra el caso antes mencionado de que en el reino de Ia ficcién no son ominosas muchas cosas que, de ocurrir en Ja vida real, pro- fan ese efecto, Y a esto se suman, respecto de los cuen- tos tradicionales, otros factores todavia, que luego tocaremos de pasada. El autor literario puede también crear un universe que, menos fantistico que el de los cuentos tradicionales, se scpare del universo real por la aceptacién de unos seres espi- ritwales superiores, demonios o espiritus de difuntos. En tal caso, todo lo ominoso que habria adherido a estas figuras s2 disipa, en tanto constituyen las premisas de esta realidad poctica. Las dnimas en el Infierno de Dante o las apariciones de espectros en Hamlet, Macbeth, Julio César, de Shake- speare, pueden ser harto sombrias y terrorificas, pero en el fondo son tan poco ominosas como el festivo universo de los dioses homéricos. Adecuamos nuestro juicio a Ins condiciones de esa realidad forjada por el autor y tratamos a dnimas, espi- ritus y espectros como si fueran existencias de pleno derecho, como nosotros mismos lo somos dentro de la realidad mate- rial. También en este caso esta ausente la ominosidad. La situacidn es diversa cuando el autor se sittia en apatien- cia en ef terreno de la realidad cotidiana. Entonces acepta todas las condiciones para la génesis del sentimiento ominoso vilidas cn el vivenciar, y todo cuanto en la vida provoca ese efecto lo produce asimismo en Ia creacién literaria. Pero también en este caso puede el autor acrecentar y multiplicar Jo ominoso mucho més allé de lo que es posible en el viven- ciar, haciendo que ocurran cosas que no se experimentarfan —o solo muy raramente— en la realidad efectiva. En alguna medida nos descubre entonces en nuestras supersticiones, que a ¢refamion superadas; nos engafia, pues habiéndonos prometido ln realidad cotidiana se sale de ella. Reaccionamos ante sus liccioncs como lo hubiéramos hecho ante unas vivencias pro- hrias; cuando reparamos en el engafio ya es demasiado tarde, ya el autor ha logrado st propésito, pero me veo precisado a sostener que no ha alcanzado un efecto puro. Permanece en nosotros un sentimiento de insatisfaccién, una suerte de inquina por el espejismo intentado, como yo mismo lo he registrado con particular nitidez tras la Jectura del cuento de Schnitzler «La profecta» y parecidas producciones que coque- tean con lo milagroso. Empero, el escritor dispone de otro recurso mediante cl cual puede sustraerse de esta rebelién nuestra y al mismo tiempo mejorar las condiciones para cl logto de sus propdsitos. Consiste en ocultarnos largo tiempo las premisas que en verdad ha escogido para el mundo su- puesto por ¢l, o en ir dejando para el final, con habilidad y astucia, ese esclarecimiento decisive. Pero, en general, se confirma Jo antes dicho: que la ficcién abre al sentimiento ominoso nuevas posibilidades, que faltan en el vivenciar. Todas estas variantes sdlo se reficren en sentido estricto a lo ominoso que nace de lo superado. Lo ominoso generado desde complejos reprimidos es més resistente, sigue siendo tan ominoso en la creacién literaria —si prescindimos de una condicién— como en el vivenciar. Lo otto ominoso, que vie- ne de lo superado, muestra ese cardcter en el vivenciar y en la creacidn literaria que se sittia cn el terreno de Ja realidad material, pero puede perder parte de su efecto en las reali- dudes ticticius creadas por el escritor Es evidente que las puntualizaciones anteriores no han pasado revista exhaustiva a las libertades del creador litera- rio y, con ellas, a los privilegios de 1a ficcién cn cuanto a provocar c inhibir el sentimiento ominoso. Frente al vivenciar Nos comportamos en cierto modo pasivamente y nos some- temos al influjo del material. En cambio, el creadot literario puede orientarnos de una manera particular: a través del talante que nos instila, de las expectativas que excita en nosottos, puede desviar nuestros procesos de sentimiento de cierto resultado para acomodarlos a otro, y con un mismo material a menudo puede obtener los més variados efectos. Todo esto es archisabido, y probablemente los especialistas en estética lo hayan tratado a fondo. Hemos invadido sin quererlo ese campo de investigacién, cediendo a la tentacién de esclarecer ciertos ejemplos que contradecian nuestras de- dueciones, Volvamos a considerar algunos de ellos. Nos prepuntamos antes pot qué la mano cortada de «EI tesoro de Rhampsenit» no produce un efecto ominoso como 250 cn «La historia de la mano cortada», de Hauff, La pregunta nos parece ahora més sustantiva, pues hemos discernido que Jo ominoso proveniente de la fuente de complejos reprimidos presenta la mayor resistencia, Es facil dar la respuesta. Hela aqui: En ese relato no nos acomodamos a los sentimientos de la princesa, sino a la superior astucia de «maese ladrén». Acaso la princesa no dejé de experimentar el sentimiento ominoso, y hasta creemos verosimil que haya suftido un desmayo; pero nosotros no registramos nada ominoso pues no nos ponemis en el lugar de ella, sino en el del otro. Me- diante una constelacién diversa se nos ahorra la impresion de Jo ominoso en la farsa de Nestroy «El despedazado», cuando el fugitivo, que se tiene por un asesino, ve alzarse frente a sf el presunto espectro de su victima tras cada escotilln cuyo tapiz levanta, y exclama desesperado: «{Pero si yo he matado auno solo! 2A qué viene esta atroz multiplicaciin?». Nsw tros conocemos las condiciones previas de esta escena, nw compartimos el crror de «El despedazado», y por eso lo que para él no puede menos que ser ominoso nos produce un efecto irtesistiblemente cmico, Y hasta un fantasma «real», como el del cuento de Oscar Wilde «El fantasma de Canter- villen, tiene que perder todos sus poderes, al menos el de provocar horror, cuando el autor se permite divertirse ironi- zando sobre él y tomiindole el pelo. Tanta es la independencia que en cl mundo de la ficcién puede alcanzar el efecto sobre el sentimiento respecto de la eleccién del material. En el universo de los cuentos tradicionales no se provocan senti- mientos de angustia y tampoco, por tanto, ominosos. Lo com- prendemos, y por eso nos despreocupamos de las ocasiones a raiz de las cuales seria posible algo de esta indole. Acerca de Ia soledad, el silencio y Ja oscuridad [ef. pg. 2461, todo lo que podemos decir es que son clectivamente los factores a los que se anudé la angustia infantil, en la mayoria de los hombres atin no extinguida por completo. La investigacién psicoanalitica ha abordado cn otro lugar el problema que plantcan."* 31 [Véase el examen del temor de Jos nifios a la oscutidad en el tercero de los Tres ensayos de teoria sexual (1905d), AE, 7, pags. 204-5, 2. 24.) 251

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