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Karl Marx Los debates de la Dieta Renana imensién lésica TEORIA SOCIAL Director de la serie: Esteban Vernilc La Serie Teoria Social retine obras que son muestras del estado latente de la modernidad. Si la historia del pensamiento social y humanistico delineé un conjunto de textos clasicos sobre el legado modernista, a su sombra restan atin por recuperarse contribuciones incisivas que conservan viva la inquietud sobre los fundamentos de nuestro presente. La Biblioteca Dimensién Clésica se inicia con una Serie que se propone ampliar los horizontes del estado de la teor‘a social tanto en sus resonancias filos6ficas como politico-culturales~ mediante la publicacién de un conjunto de ensayos claves hasta ahora alejados de los curriculos universitarios, y que se ofrecen en todos los casos a través de traducciones cuidadas y textos introductorios de alto nivel realizados por los mejores especialistas en la materia, que, por un do, devuelven los textos a su estado original de indicacin y presenti- por otro, los reintroducen plenamente en la discusién de lo miento, contemporaneo. Imagenes momenténeas Georg Simmel Roma, Florencia, Venecia Georg Simmel Max Weber y Karl Marx Karl Léwith Privima aparicién Los empleados Siegfried Kracauer Pedagogia escolar Georg Simmel rae arx Los debates de la Dieta Renana ‘Traducciones de Juan Luis Vermal y Antonia Garcia Introduccién de Victor Rau Posfacio de Daniel Bensaid gedisa editorial © della traduccién, Juan Luis Vermal Director dela serie: Esteban Verne ‘Traduecisn de los articulos de Karl Marx: Juan Luis Vermal ‘Traduccidn del posfacio de Daniel Bensaid: Antonia Garcia Disefio de coleccién: Sylvia Sans Primera edicién: junio de 2007, Barcelona Derechos reservados para todas las ediciones en castellano © Editorial Gedisa, S.A. Paseo Bonanova, 9 '-1" 08022 Barcelona, Espafia ‘Tel. 95 255 09 04 Fax 95255 09 05 Correo clectrénico: gedisa@edisa.com bitpiorww.gediaa.com ISBN: 978-84.7452.977-5 Depésito legal: B. 29506-2007 Preimpresién: Editor Service, S.L Diagonal 299, entresuelo 1* Tel 95 457 50 65 (08013 Barcelona Impreso por Romanya Valls Verdaguer, 1 (Capellades, Barcelona) Impreso en Espatia Printed in Spain Queda prohibida la reproduccién total o parcial por cualquier medio de impresisn, en forma idéntica, extractada o modificada, cen castellano o en cualquier otro idioma. Indice INTRODUCCION: En los orfgenes de la teorfa marxista Victor Rau... . Los DEBATES DE LA DieTA RENANA Los debates sobre la Ley acerca del Robo de Lefia Karl Marx . Justificacién de un corresponsal del Mosela (Partes A y B) Karl Mars: POSFACIO: Marx y el robo de lefia. Del derecho consuetudinario de los pobres al bien comiin de la humanidad Daniel Bensaiid 25 79 95 Introduccién En los origenes de la teorfa marxista Brel principio era la accién GOETHE, Fausto I Cincuenta y tres afios después de la Revolucién francesa y veintinueve antes de la primera experiencia de gobierno prole- tario en Paris, Karl Marx tiene 24 afios y vive en aquella Ale- mania ya netamente capitalista pero atin relativamente poco conmovida en sus formas tradicionales de organizacién politi- ca. Situada en el centro de una Europa en proceso de cambios politicos, sociales y juridicos profundos, Alemania experimenta sobre todo un fuerte estfmulo y productividad en el dominio de la reflexién filosofica. Es el pais del gran desarrollo en el plano de las ideas por incapacidad de transformacién practica, segiin diagnosticaria poco més tarde La ideolagla alemana. Ex decir, es un pais de rezagada transformacién politica en un momento de despegue de su modernizacién econémica y social. En aquella circunstancia histérica, Marx reflexiona e interviene a través de las paginas de la Gaceta Renana (Rheinische Zeitung). Dentro de la obra de Marx, las notas de la Gaceta Renana referentes a la ley sobre el robo de lefia y la situacién de los vi- fiadores del Mosela son, ante todo, escritos de origen y escri- tos de transito. Escritos de trénsito en la vida del autor, donde se reconoce el pasaje a la accién préctica con voluntad trans- formadora. Escritos de origen en el campo de la produccién de conocimientos. Ambos marcan el origen, cabrfa decir, de lo que luego se conocerfa como la «teorfa marxista>. En efecto, éstos son los escritos donde Marx se ocupa por primera vez de los llamados «intereses materiales» ~seguin él mismo recuerda en el prefacio a su Contribucién a la critica de la economta politica de 1859-. Coincidentemente, ademés, estos. escritos son aquellos en los que Marx, por primera vez, fija la atencién sobre las clases pobres tomando decidida posicién fa- vorable hacia las mismas e interviniendo en su defensa. Pobla- dores campesinos que recogen lefia en los bosques privados, modestos vifiadores en crisis en la regién del Mosela... En la fuente de sus intervenciones en el periédico renano ya se en- trevén con claridad aquellos méviles éticos, transformados al mismo tiempo en motivos de indagacién cientifica y razones de intervencién politica, que alentarfan en adelante toda su obra. Uno de los aspectos més significativos de estos textos es, precisamente, que en ellos ya pueden reconocerse los trazos. fundamentales de la teorfa del fetichismo de la mercancfa. Es decir, se reconoce uno de los verdaderos nervios y acaso el més refinado producto de los muy posteriores estudios de ‘Marx sobre economfa politica. Seguramente fue Karl Léwith, en su Weber y Mars de principios de los afios treinta, quien pri- mero llamé la atencién sobre la presencia de este contenido en tales escritos. Aqui se desea resaltar, ademas, que la presencia de la for- mulacién de la teorfa del fetichismo mercantil en estos textos de la Gaceta Renana permite trazar una linea de continuidad que parte de los afios 1842-1843 en que fueron escritos, y que se extiende hasta las producciones intelectuales de la tiltima aps wow upeoug, Dimesin Clesica © geina etapa de vida de Marx. Con ello, la diferenciacién tantas veces, invocada entre el llamado «Marx maduro», cientifico de la economia politica, y el «joven Marx», flésofo humanista, pa- rece, una vez més, desvanecerse. Tr A partir de 1932 cobré relieve y comenzé a hablarse de la dife- renciacién entre el «joven Marx» y el «Marx maduro», debido a que la difusién, por esas fechas, de los lamados Manuseritas sobre economia y filosofia y de La ideolagta alemana suscits dife- rentes interpretaciones y opiniones en torno a las continuida- des o las rupturas ~incluso epistemolégicas~ en el desarrollo del pensamiento marxiano. Segiin la opinién de algunos, la tltima de estas obras, escri- ta junto a Friedrich Engels en Bruselas durante el afto 1845, perteneceria al «Marx maduro». Los primeros textos, redac- tados en Paris en el afio precedente, serfan, en cambio, una produccién del «joven Marx». Ast se resaltaba la importancia de La ideologia alemana, considerada obra seminal del materia- lismo histérico —junto con las Tevis sobre Feuerbach. Con fre- cuencia se atribuy6, ademas, a esta obra, la significacién de un pretendido rechazo de la filosoffa en general por parte del «Marx maduro». Detrés de este punto de ruptura quedaban los Aanwscrites parisinos de 1844, como texto humanista, «pre~ cientifico», casi romantico, y donde el autor todavia utilizaba las categorfas hegelianas. Estos Manuscritos corresponderfan ala serie de textos del «joven Marx». Esta diferencia la mantu- vieron los intelectuales de la ortodoxia de los partidos comu- nistas y también Louis Althusser. tra posicién al respecto descubria en cambio, en los Ha- nuseritos, textos fundamentales para comprender la totalidad de la obra marxiana, en especial reintegrando la categoria de alienacién ~sobre todo de la enajenacién en el proceso produc- tivo—a una ubicacién central dentro de la concepcién marxista de la historia y de la sociedad. Segiin esta interpretacién, ha- bria que destacar més bien la continuidad entre el pensamien- to del «joven Marx» y el del «Marx maduro». Buena parte de los comunistas italianos, Georg Lukées y lo que se conoceria Posteriormente como el «marxismo occidental», asumieron més o menos explicitamente esta segunda interpretacién. Cabe sefialar, en cualquier caso, que en el marco de dicha controversia, y a partir de la misma, las referencias a la «ju- ventud 0 «madurez» de Marx comenzaron a surgir referidas casi exclusivamente al examen de su obra, mas que en tanto categorfas vitales en sentido propio. Asi, las categorfas vitales pasaron a funcionar, en todo caso, més bien como metéforas -con frecuencia, por cierto, no exentas de contenidos valora- tivos-. Continuando con ese procedimiento, la identificacién del liberalismo radical manifiesto en las notas de la Gaceta Renana de 1842-1843 ~periédico de la burguesta liberal ale- mana-, forz6 asimismo una nueva distincién en el registro de evocaciones vitales. Asf, al autor de estas notas se le llegé a denominar como el Marx «prejuvenil» o el «muy joven Karl Marx: Aqui se rescata esta tiltima distincién en el siguiente senti- do: efectivamente, por una parte, Marx ingresa en la Gaceta del Rin como liberal radical y.es comunista una vez que deja dicha publicacién. Sintométicamente, en los articulos sobre la ley del robo de lefia y los viiadores del Mosela, la critica mar- xiana del mundo contempordneo se conjuga por primera vez con la toma de posicién en favor de los desposefdos y la clase trabajadora. En las paginas de este periddico también apare- cen por primera vez, como se ha sefialado, contenidos tedricos que conservarén su centralidad en el pensamiento de Mars, pa8 o wer wseouncy Dimesién Clisca © gedisa volviendo a manifestarse sobre todo en las iiltimas etapas de su produccién intelectual Parece adecuado considerar, por tanto, que si en algiin lu- gar habré de comenzar a reconocerse el origen de la llamada teorfa marxista, ser precisamente en este punto: en los escri- tos de la Gaceta Renana. En efecto, a la luz de sus contenidos, considerar que los escritos sobre el robo de lefia y los vifiadores del Mosela son el punto de origen del pensamiento marxista parece mucho més adecuado que establecer, con ese sentido, una diferenciacién entre el «joven» y el «maduro» Karl Marx con referencia a La ideolagta alemana. En los contenidos de es- tos escritos es donde Marx verdaderamente manifiesta por primera vez un pensamiento que tomar, a partir de enton- ces, partido por las clases explotadas y oprimidas, que identifi- caréy rechazaré el dominio de la cosa sobre la vida humana, que indagaré cientificamente acerca de sus causas sociales yy que sefialaré de forma concreta el camino de su solucién re- volucionaria. Pero ademés, si se considera la trayectoria de la vida de ‘Marx -es decir, no tanto como plano de referencia metaférica, sino en cuanto a la propia forma de su existencia-, el momento en que son escritos los textos de la Gaceta Renana también apa- rece como el verdadero punto de pasaje, de trénsito, de surgi- miento originario de los contenidos y orientaciones que le ca- racterizarén posteriormente. Es decir, también sobre este plano vitalista, nuevamente el momento de cambio, el pasaje mis importante, no se sitiia en 1845 cuando fue escrita La ideo- logia alemana-, sino precisamente en torno a 1842, cuando Marx inicia sus colaboraciones con la Gaceta Renana. Y los contenidos que entonces surgen son los que dotaran a la teorfa marxista de una de sus caracterfsticas distintivas: la de ser una teorfa orientada a la accién transformadora. 0 El Marx que escribe sobre los debates de la sexta Dieta rena- na es el que ha dejado de ser estudiante, el que sale al mundo desde el reino de las ideas, el que vuelca su microcosmos per- sonal hacia intervenciones activas y establece una relacién préctica, de transformacién creadora, con respecto a la exterio- ridad. En este sentido, se trata en realidad de un Marx estricta xy plenamente joven. Ernst Bloch se ha referido a El Marx estudiante en un entra fable escrito publicado con motivo del ciento cincuenta ani- versario de su nacimiento. Tomando como base interpretativa la carta que Karl Marx dirige a su padre en 1837, Bloch des- cribe el espfritu atormentado y activo, apasionado y atin con- faso, inclinado al futuro y de amplios horizontes que se expre- sa en esa carta, Puede afirmarse que quien redacta la epistola experimenta ya toda su juventud, aunque sélo subjetivamente. Presiente que algo importante se avecina y se halla a la espera de aquello, en su biisqueda. Algo que trae consigo el tiempo, la 6poca, el mundo. ¥ la vida. Primero en Bonn, luego en Berlin, el Marx estudiante cumple con la orientacién paterna forméndose en el dominio del Derecho. Apasionado por la literatura, paralelamente cur- sa clases de estética, forma parte de circulos literarios y se ejer- cita laboriosamente en la poesia, la novela y el drama. En Ber- Im asiste a una representacién del Fausto de Goethe que le impresionaré de un modo perdurable. Su actividad intelectual durante ese perfodo llega a ser tan apasionada y frenética que, a principios del verano de 1837, sufre una crisis fisica con ata- ques de fiebre. Durante el periodo de convalecencia decide ocuparse del estudio de la filosofia contempordnea y por pri- mera vez ~a pesar de haberlo conocido antes— se descubre atrapado por el criterio hegeliano. Ahora los estudios juridicos p89 wonyig upreenc. Dimesiin Clsice © gedisn y las précticas literarias son acompafiadas por el estudio de la filosoffa contempordnea. Marx ingresa répidamente en el lamado Club de los Doctores, circulo de j6venes universita- rios y escritores hegelianos. Pero la productividad de estos aprendizajes y el destino de estas bisquedas no se liberan has- ta el momento de la prictica, hasta la «salida al mundo», hasta el vuelco a la actividad transformadora. De esta actividad, que adquiriré un sentido cada vez mas politico, quedaron impresos los primeros testimonios precisamente en las paginas de la Ga- ceta Renana. Si en 1837, en la carta al padre, ya est presente su expre- sin subjetiva y potencial, en 1842 la juventud de Marx ha sa- lido al mundo, busca su correlato real y se busca a sf misma en 41. Pues la juventud es, ante todo, inclinacién al futuro y pro- ductividad. Las notas sobre el robo de lefia y la situacién de los vifiadores del Mosela son ya resultados de este pasaje. Inme- diatamente aquella inclinacién encontrar su objeto en el re- chazo a la dominacién moderna de la vida humana por las co- sas, en la disputa con la clase de hombres en cuyas précticas y orientaciones el poder de las cosas se personifica e impone, en una esperanzada labor de denuncia de la vileza de sus intere- ses, en la opcién por la defensa de los desposedos ofrendados en sacrificio al fetiche mercantil y en un compromiso perdura- ble con la humanizacién del mundo y de la existencia del hom- bre en él. Sobre este punto se rompe el hielo de la espera, albo- rea lo nuevo real y comienza el auténtico viaje creador de este «verdadero Fausto», como lo llamé Bloch. Iv Marx denuncia la inversién de medios y fines en la sociedad moderna, asf como el dominio de las cosas sobre las personas, 8 partir de la observacién del fenémeno de la objetividad, cémo ésta se personifica, cobra vida auténoma y somete a la actividad propiamente humana; esas denuncias aleanzarén sus formulaciones finales en el andlisis del fetichismo de la mer- cancia de El capital y de «Los resultados del proceso inmediato de produccién» (capitulo VI inédito de la misma obra) Particularmente, en el artfculo en torno a la ley sobre el ro- bo de lefia la teoria del fetichismo de la mercancfa se hace pre- sente en sus comprobaciones fundamentales; el fendmeno es expuesto en su concreta, desgarradora y absurda forma mo- derna de existencia. Si bien las causas sociales del mismo —«su secreto», diré en El capital atin no han sido completamente es- clarecidas, la sociedad que lo produce, sin embargo, despierta en el autor de esta nota un sentimiento de indignacién, de aira- do rechazo y hasta esa suerte de vergtienza por la pérdida de dignidad del hombre que estarén presentes como impulsos y contenidos fundamentales en toda su obra posterior. En la mo- derna sociedad burguesa, los bienes iitiles para satisfacer ne- cesidades humanas se han vuelto mercancias. En ella el hombre es medio de la cosa, es decir, de su propietario; mas atin, éste es la personificacién de la cosa. La cosa es el fin del hombre, de su actividad y de su mundo. Aquf ya se observa, en el plano del Derecho, que «los idolos de madera vencen y caen las ofrendas humanas»; y un poco més alld, examinando la actuacién del Estado, se advierte que el mercado de productos, la relacién de las cosas entre sf—como si fueran personas-, define la suer- te de los pequefios vifiadores del Mosela, En los escritos de la Gaceta Renana, la injusticia en las relacio- nes humanas tiende a identificarse todavia como contradiccién de la ley consigo misma y con los fundamentos racionales del Estado, Aunque parecen sélo una anomalfa regional o nacional- mente circunscrita, y aqui se confia atin en el arma de la critica, estos textos testimonian que ahora Marx ha tenido la oportuni- eups8 @ sop voreunc, Dimesin Clisics © gedina dad de apreciar directamente la forma en que el interés privado actiia en una conexién definitivamente estrecha y mundana con el Estado moderno. Los propietarios se contentan solamente con que su interés adopte la «forma» de la ley, aun sin contenido de derecho. Marx ha comenzado a observar el funcionamiento xylaentidad del Estado real, no del ideal. Y con ello ha comenza- do a precisar las caracteristicas de las relaciones sociales entre los hombres a partir de las cuales este Estado emerge y de las, que forma parte, ast como las relaciones que se expresan en él. El interés del propietario de mercancias aparece ya como el poder de la cosa que éste posee, un interés enféticamente identificado como no humano. Este interés privado, com- prueba Marx, «no piensa, calcula» y «se considera fin ultimo del mundo». Asi, también sefiala que, en lo que ha llegado a conocerse de los debates en la Dieta, «s6lo una ver se cita la voluntad libre y esta tinica vez aparece en la figura de espiritu una corpulenta persona privada que arroja lefios sobre el es- piritu de la voluntad racional». La crueldad, la cobardia, el egofsmo y la avaricia se imponen donde habria de gobernar la ética y las razones humanas. Las manifestaciones de aquellos atributos de las cosas personificadas en el interés de sus posee- dores privados son sus acumuladores. El propietario forestall vence sobre el hombre. Y esto sucede aun en la esfera reser- vada a la voluntad libre, racional, se expresa en el Derecho mismo yy aparece como criterio estatal. En tal sentido, lo que también comienza a comprobarse aqui palmariamente, circunscrita la observacién a los debates de la asamblea estamental renana, se presentard generalizado mucho tiempo después, ampliada la observacién, en caracteri- zaciones teéricas acerca del Estado burgués como las expues- tas en el Manifieato del Partido Comunista de 1848 0 en la Critica acl programa de Gotha de 1876: es el Estado moderno como po- der ptiblico de los intereses privados de los propietarios. Y luego, esencialmente, de los propietarios privados de los me- dios sociales de produccién. Entre otras particularidades que presentan los articulos en torno a la ley del robo de leita y los correspondientes a la justi- ficacién del corresponsal de Mosela, cabe sefialar que tales textos representan los primeros escritos de Marx acerca de cuestiones rurales y agrarias. Esas preocupaciones también atravesardn una parte significativa de su obra posterior. Pero aqui, nuevamente, el abordaje préctico de problemas concre- tos conduce asimismo a un andlisis y una toma de posicién cuyos alcances exceden el Ambito estricto de su origen. Por ejemplo, en el primer articulo resuenan los ecos del pro- ceso de creciente privatizacién de bienes de uso comunal cam- pesino: bienes transformados en mercancfas y derechos trans- formados en delitos. En confrontacién con este avance de los acumuladores de valor de cambio y su razén del célculo en el plano juridico, Marx declara: «Reivindicamos para la pobreza el derecho consuetudinario, un derecho consuetudinario que no es local, sino que pertenece a los pobres de todos los paises. ‘Vamos atin més lejos y afirmamos que el derecho consuetudi- nario, por su naturaleza, sélo puede ser el derecho de esa masa inferior, desposefda y elemental». Una suerte de romanticismo verdaderamente poco comtin alienta estas afirmaciones, de am- plio alcance y definitivamente orientadas hacia el futuro. Asf también, en la justificacién del corresponsal de Mosela, ademas de analizar la situacién de crisis de los pequefios vitia- dores posterior a la liberalizacién aduanera, Marx reclama la intervencién estatal efectiva frente a la accién del mercado. Ademiés, en este contexto su anilisis de las posiciones pasi- vas y fatalistas de las autoridades regionales se convierte en una muestra muy interesante de lo que puede considerarse co- mo una verdadera sociologia de las burocracias: las légicas y estructuras administrativas del Estado son aqui examinadas espa8 o wap uprouncy con particular detenimiento y agudeza. Otras reflexiones de Marx sobre esta tiltima temética sélo volverdn a aparecer bre- vemente en el Manifiesto redactado en 1871 para la Aso- ciacién Internacional de Trabajadores a propésito de la Comu- na de Paris, cuando examina las causas y significaciones de la climinacién del aparato burocratico en la nueva forma posible del Estado obrero. Vv En sintesis, zqué significado habré de atribuirse a estas ligazo- nes de contenido que parten de los articulos de la Gaceta Rena- na y llegan hasta los escritos de la mas avanzada madurez. del autor? Que nos revelan su entidad de auténticos textos de ori- gen. {En qué circunstancias particulares ha tenido lugar el surgimiento de estos contenidos? Ademés de las circunstan- cias histéricas, Marx ha dejado de pensar solamente en el o1 den del mundo y ha comenzado a actuar sobre él. En abril de 1841 el apasionado e inquieto estudiante habia obtenido el titulo de doctor. En octubre del mismo afo, cuan- do su amigo Bruno Bauer es sancionado con la prohibicién de dictar clases en Bonn, también Marx se despide definitiva- mente del ambiente universitario y comienza a participar de un modo cada vez més activo en la lucha politica dentro de Alemania. Durante este mismo perfodo habfa comenzado a diferenciarse la orientacién de Marx, més inclinado a la préc- tica, con respecto a la critica teérica y el lenguaje académico que solian ejercer los jévenes hegelianos de izquierdas. En fe- brero de 1842 remite a Arnold Ruge su primer articulo de in- tervencién en torno a la wiltima ordenanza prusiana concer- niente a la censura. En abril de 1842 Marx ha iniciado su colaboracién con la Gaceta Renana, el diario liberal radical més importante de entonces. En octubre asumiré la direccién del mismo. El periédico se orienta al gran piblico. Allf Marx llega a re- belarse ~por ejemplo en sus intervenciones sobre la ley del ro- bo de lefia~ como algo més que un liberal radical opositor al régimen prusiano y defensor de las libertades burguesas. Apa- rece, mas que eso, asumiendo la defensa de los intereses del pueblo oprimido en general; es decir, también de los desposef- dos, de los postrados por las fuerzas del mercado y de los so- cialmente sujetados. La censura actuaré sobre algunas de sus notas. El diario mismo no tardé en ser oficialmente prohibido y dejé de aparecer en marzo de 1843. Como ha quedado registrado en una epistola a Ruge, Marx considera entonces que no podré hacer nada en Alemania y ese mismo afio se traslada a Francia. Allf su punto de vista continuaré nutriéndose, fundamentalmente, del contacto con la experiencia y conocimientos del més avanzado movimiento obrero europeo de la época. Después de que la calificacién de agitador determinara su expulsién de este pafs, y también de su traslado y residencia en Bélgica, Marx sélo regresa a Ale- mania en la coyuntura revolucionaria de 1848-1849, para intervenir una vez mas como jefe de redaccién de un nuevo periédico: la Nueva Gaceta Renana. A partir de 1850, en Londres, se dedicaré basicamente a desarrollar su critica de la economia politica, dominio del que habfa comenzado a ocuparse en las notas de la Gaceta Renana, y en el que habia continuado investi- gando sisteméticamente durante sus estancias en Francia y en Bélgica. En el contexto de 1842-1843 la fuente fundamental de los contenidos que, como Iineas de continuidad, parten de estos tempranos escritos y se prolongan hasta el final de su obra, no puede ser otra que aquella decidida orientacién del pensador hacia la intervencién préctica transformadora del mundo, ese mp8 0 wor usr, Dimesién Cision © gen mundo vivo y real que rodea como verde hierba a la gris teo- ria, Ciertamente, no deben perderse de vista las distinciones: el autor de las notas de la Gacela Renana atin no es comunista, ni materialista. Pero que llegue a ello habré de ser fundamen- talmente una consecuencia de su amplitud de horizontes sub- jetivos, de una ética social generosa, de una radical voluntad de superacién de la miseria del mundo y de la experiencia re- flexionada en la préctica de intervencién sobre el mismo. La voluntad de accién opera como principio generador del poste- rior desarrollo de su pensamiento. Aqui la teorfa marxista se encuentra en su momento de surgimiento; los contenidos que aqui alborean se extendern hasta el final de su obra posterior. Que este surgimiento se produzca en el momento del advenimiento de la voluntad transformadoray del vuelco hacia la accién practica de su autor revela, también, de inmejorable manera, la esencia del pensa- miento que surge: el pensamiento de la praxis, un pensamiento que proviene de la accién transformadora y se orienta hacia la misma. En la primavera de 1845 Marx escribirfa, a propésito de Ludwig Feuerbach, una onceava tesis con destino de celebri- dad: «Los fildsofos se han limitado a interpretar el mundo de distintos modos; de lo que se trata es de transformarlo». Inter- pretando la obra desde la vida y la vida desde la obra, en los articulos dela Gaceta Renana puede reconocerse el mismo y au- téntico origen de la teorfa marxista. Victor Rau LOS DEBATES DE LA DIETA RENANA Karl Marx Los debates sobre la Ley acerca del Robo de Lefia Gaceta Renana, n° 298, 25 de octubre 1842, suplemento Hasta ahora hemos expuesto dos de las acciones politicas principales de la Dieta, sus convulsiones respecto de la liber- tad de prensa y su falta de libertad respecto de las convulsio- nes. Ahora nos moveremos sobre tierra llana. Antes de pasar a la verdadera cuestién terrena en tamafio natural, a la cuestién de la parcelacién de las propiedades rurales,' daremos a nues- tros lectores algunos cuadros de género en los que se reflejaré de miiltiples modos el espfritu y, quisiéramos agregar atin, el cardcter fisico de la Dieta. Laley sobre el robo de lefia, al igual que la ley sobre delitos cinegéticos, forestales y campestres,? mereceria por cierto co- ‘mentarse no solamente en referencia a la Dieta sino también 1. El gobierno prusiano de Renania habia presentado a la Dieta un proyecto de ley que limitaba la parcelacién de la tierra, con el argumento de paliar as‘ la creciente miseria de los campesinos, opinién a la que se opondré Marx en el articulo «Justificacién de un corresponsal del Mosela» (pp. 79 1ysss. de la presente edicién). El proyecto fue discutido y rechazado el 25 ‘de julio de 1841, apayando la gran mayorfa de los diputados la total liber- tad de compra y venta de a tierra. 2. Ban los meses de junio y julio de 1841 la Dieta traté tres proyectos de ley ue determinaban los procedimientos a seguir respecto de delitos de caza, forestales y campestres. por sf misma. No disponemos, sin embargo, del proyecto de ley. Nuestro material se limita a algunos agregados apenas bosquejados que han realizado la Dieta y su comisién a leyes que s6lo figuran como ntimeros de pardgrafos.®La comunica- cién de los propios debates de la Dieta es tan absolutamente yn. AL juzgar por lo visible, la Dieta ha querido con su pasivo silencio mezquina, inconexa y apécrifa que parece una mistifica brindar un acto de cortesfa a nuestra provincia. Inmediatamente salta a la vista uno de los hechos caracte- risticos de los presentes debates. La Dieta aparece como legis- lador complementario junto al legislador estatal. Sera de sumo interés desarrollar con un ejemplo las cualidades legislativas de la Dieta. Desde esta perspectiva, el lector nos disculparé si le exigimos paciencia y perseverancia, dos virtudes que hubo que tener continuamente para elaborar nuestro estéril objeto. Alexponer los debates de la Dieta sobre la ley del robo de lefia exponemos al mismo tiempo los debates de la Dieta sobre su misién legislativa. Inmediatamente, al comenzar el debate, un diputado de las ciudades se opone al titulo de la ley, por el que se extiende la categoria de robo» al simple delito forestal. Un diputado de la nobleza responde «que precisamente por no considerar un robo la sustraccién de lefia, ésta ocurre tan frecuentemente>. Segiin esa analogfa, el mismo legislador tendria que razo- nar: por no considerar un golpe mortal a las bofetadas son és- tas tiltimas tan frecuentes. Por lo tanto hay que decretar que una bofetada es un golpe mortal. Otro diputado de la nobleza encuentra atin «mas peligroso no emplear la palabra “robo” porque la gente que supo de la 5. Se destinaba a la prensa sélo un resumen de las actas en el que no consta- ba el nombre de los diputados que intervenfan. gy i a Dinmesién Clisce © gediza discusién bajo este nombre podria ser Ilevada facilmente a pensar que tampoco la Dieta considera como tal la sustraccién de lefia». La Dieta tiene que decidir si considera que un delito fores- tal es un robo, pero sila Dieta declara que el delito forestal no es un robo, la gente podrfa creer que la Dieta considera real- mente que un delito forestal no es un robo. Por eso, lo mejor es abandonar esta controversia sofistica. Se trata de un eufemis- mo, y los eufemismos deben evitarse. El propietario del bos- que no deja que el legislador llegue a hablar porque las pare- des tienen ofdos. El mismo diputado va atin més alla. Considera que todo es- te andlisis de la expresi6n «robo» es «una dudosa ocupacién de la asamblea plenaria con mejoras de redaccién». Después de estas convincentes demostraciones la Dieta vo- 16 el titulo. Desde la perspectiva que acaba de recomendarse, que ve en la transformacién de un ciudadano en un ladrén una pura negligencia de redaccién y rechaza como un purismo gramati- cal toda oposicién contra ella, resulta evidente que la sustrac- cién de lefia suelta o la recoleccién de lefia seca se subsume ba- jo la ribrica de robo y se pena de la misma manera que la sustraccién de lefta de 4rboles en pie. El diputado de las ciudades mencionado antes sefiala: «Puesto que la pena puede elevarse a una larga reclusién, una severidad tal Ilevaria por el camino del delito a gentes que de otro modo aiin estarfan en el buen camino. A esto tam- bién contribuye el hecho de que en prisién estarfan junto con ladrones habituales; por eso considero que la recoleccién o sustraccién de lefia suelta seca deberfa castigarse sdlo con una simple pena policial»; pero otro diputado de las ciuda- des lo refuta con el profundo argumento de «que en los bos- ques de su regién se hieren con frecuencia 4rboles jvenes y cuando como consecuencia de ello se echan a perder se los trata como lefia suelta» Es imposible someter de modo més elegante y al mismo tiempo més simple el derecho de los hombres al derecho de los drboles jévenes. De un lado, con la aceptacién del pardgrafo, esté la necesidad de que una masa de seres humanos sin inten. ciones delictivas sea talada del arbol verde de la moralidad y lanzada como lefia menuda al infierno del delito, la infamiay ia miseria. Del otro lado, con el rechazo del pardgrafo, esté la po- sibilidad de que se maltraten algunos arboles jévenes, con lo que, no se necesita casi decirlo, los fdolos de madera vencen y caen las ofrendas humanas. La Carolina‘ subsume bajo robo de lefia sélo la sustraccién de lefia cortada y el cortado furtivo de lefia. Si, nuestra Dieta no lo querré creer: «Si alguien durante el dia recoge frutos pa- ra comer, y al llevarlos no produce grandes daiios, seré casti- gado civilmente (es decir, no penalmente) segtin la cualidad de personas 0 cosas». Las disposiciones carolinas del siglo xvi nos invitan a protegerlas de la acusacién de excesivo humani- tarismo contra una Dieta renana del siglo XIX, y nosotros aceptamos esta invitacién. Recoleccién de lefia suelta y robo de lefia. Ambos tienen una determinacién en comtin. La apropiacién de madera aje- na, Por lo tanto ambos son robos. A esto se resume la clara I6- gica que acaba de dictar leyes. Por ello lamaremos primero la atencién sobre la diferen- cia, y si debe admitirse que el hecho es por esencia diferente seré dificil afirmar que sea el mismo por ley. 4, Se trata de la Constituti criminalis carolina, promulgada en Ratisbona en 1652 durante el reinado de Carlos Vy que en Alemania siguié siendo el Cédigo Penal vigente hasta mediados del siglo xvm. Las penas que esta blecfa para todo tipo de delitos eran especialmente severas y crueles, ‘pao wo1FID uprowc, Dimesién Clinica © gina Para apropiarse de lefia verde hay que separarla con vio- lencia de su conjunto orgénico. Es un abierto atentado al érbol ¥ por lo mismo un abierto atentado al propietario del arbol. Por otra parte, si se sustrae a un tercero lefia cortada, la le- fia cortada es un producto del propietario. Esta es ya madera elaborada. En lugar de la relacién natural con la propiedad aparece la relacién artificial. Por lo tanto quien sustrae leita cortada, sustrae propiedad. En el caso de la lefia suelta, en cambio, nada se separa de la propiedad. Lo ya separado de la propiedad se separa de la propiedad. El ladrén de lefia dicta un juicio arbitrario contra la propiedad. El recolector de leita suelta sélo lleva a cabo un juicio que ha dictado la misma naturaleza de la propiedad, pues poseéis solamente el drbol y el arbol ya no posee esas ramas. La recoleccién de lefia suelta y el robo de lefia son por lo tanto cosas esencialmente diferentes. E] objeto es diferente, la accién en referencia al objeto no es menos diferente, y la in- tencién por lo tanto tiene que ser también diferente, pues qué medida objetiva le pondriamos a la intencién que no fue- ra el contenido y la forma de la accién? Y a pesar de esta dife- rencia esencial denomindis a ambos robo y los pendis como tal. Incluso pendis la recoleccién de lefia suelta con mayor se- veridad que el robo, pues la penéis ya al declarar que es un ro- bo, pena que no imponéis evidentemente al robo de lefia. Po- driais haberla denominado asesinato de lefia y haberla castigado como un asesinato. La ley no esta dispensada de la obligacién general de decir la verdad. Por el contrario, la tiene en doble medida, ya que es quien debe expresar de modo ge- neral y auténtico la naturaleza juridica de las cosas. La natu- raleza jurfdica de las cosas no puede por lo tanto guiarse por laley, sino que la ley tiene que guiarse por la naturaleza juridi- cade las cosas. Sila ley denomina robo de lefia una accién que no es un delito forestal, la ley miente y el pobre es sacrificado una mentira legal. «Il y a deux genres de corruption» dice Montesquieu- «l'un lorsque le peuple n‘observe point les lois; Tautre lorsque'l est corrompu par les loix: mal incurable par- ce qu'il est dans le remade méme».* Asi como no conseguiréis forzar a que se os crea que hay un delito donde no hay ninguno, conseguiréis en cambio que el propio delito se transforme en un hecho justo. Habéis con- fundido los limites, pero os equivocdis si creéis que la confu- sién obra sdlo en interés vuestro. El pueblo ve la pena y no ve el delito, y puesto que ve la pena donde no hay delito no vera ningiin delito donde haya una pena. Al aplicar la categoria de robo cuando no debe ser aplicada, también la habéis desfigu- rado en los casos en que tiene que ser aplicada. LY acaso no se elimina a sf misma esta brutal opinién que mantiene una determinacién comin en acciones diferentes y hace abstraccién de la diferencia? Si toda lesién de la propie- dad, sin diferencia, sin determinacién mds precisa, es robo, {no serfa toda propiedad privada un robo? ,Con mi propie- dad privada no excluyo a todo terreno de esa propiedad, no lesiono, pues, su derecho de propiedad? Si negdis la diferencia entre especies esencialmente diversas del mismo delito, negais el delito en cuanto diferencia del derecho y asi elimindis el de- recho mismo, pues todo delito tiene un lado en comin con el derecho. Por ello, es un hecho tanto histérico como racional que la dureza indiferenciada elimina todo efecto de la pena, pues ha eliminado la pena como efecto del derecho. Pero jde qué estamos discutiendo? La Dieta rechaza la di- ferencia entre la recoleccién de lefia suelta, el delito forestal y el robo de lefia. Rechaza la diferencia propia de la accién como 5. De leaperit des lois, t.1, libro b, cap. 12. (Deleaptritu de las leyes, Alianza Edi- torial, Madrid, 2003.) Papal © wep uptouncy Dimesin Clésice © gain determinante cuando se trata del interés del contraventor, pe- rola reconoce cuando se trata del propietario del bosque. En este sentido, la comisién propone el siguiente agregado: «calificar como circunstancia agravante el hecho de que la ma- dera verde se corte o tale con herramientas cortantes y se utili- ce sierra en lugar de hachas: La Dieta aprueba esta distincién. La misma agudeza que es tan escrupulosa como para distinguir entre un hacha y una sierra en interés propio, carece de los escriipulos insuficientes como para diferenciar lefia suelta de lefia verde en interés ajeno. La diferencia es significativa como circunstancia agravante, pero carece de importancia como cii cunstancia atenuante, aunque una circunstancia agravante no es posible si son imposibles circunstancias atenuantes. La misma légica se repite varias veces en el curso del debate. Respecto del § 65, un diputado de las ciudades expresa su deseo «de que el valor de la lefia sustraida se aplique también como criterio para determinar la pena», «lo que es rechazado por el referente por poco prictico». El mismo diputado co- menta respecto del § 66: «En general, en toda la ley falta la de- terminacién de un valor de acuerdo con el cual se aumente 0 disminuya la pena». Resulta evidente la importancia del valor para determinar la pena en las lesiones de la propiedad. Si el concepto de delito exige la pena, del mismo modo la realidad del delito exige una medida de la pena. El delito real es limitado. La pena tendré que ser limitada para ser real, y tendré que ser limitada de acuerdo con un principio juridico para ser justa. De lo que se trata es de convertir la pena en consecuencia real del delito. Tiene que aparecerle al delin- cuente como un efecto de su propia accién, y por lo tanto co- mo su propio hecho. El mite de la pena tiene que ser, por con- siguiente, el limite de su accién. El contenido determinado que se lesiona constituye el limite de ese determinado delito. La medida de ese contenido es pues la medida del delito. Respec- to de la propiedad, esta medida es el valor. Mientras que en cualquier limitacién la personalidad esta siempre completa, la propiedad sélo existe dentro de un mite que no sélo es determinable sino determinado, no sélo medible sino medido. E] valor es la existencia social de la propiedad, la palabra légica con la que adquiere comprensibilidad y comu- nicabilidad social. Es evidente que esta determinacién objet va, dada por la naturaleza misma del objeto, también tiene que constituir una determinacién objetiva y esencial de la pena. Si al tratarse de ntimeros la legislacién sélo puede proceder exte- riormente para no perderse en una determinacién infinita, por Jo menos tiene que regularlos. No se trata de agotar las dife- rencias sino de hacerlas. Para la Dieta, en cambio, no vale la gir su distinguida atencién a tales nimiedades. aero cregis poder deducir quizas que la Dieta ha excluide totalmente el valor en la determinacién de la pena? Conclusién irreflexiva y poco préctica. El propietario del bosque ~més adelante trataremos esto con mayor extensién~ no sélo se hace restituir por el ladrén el simple valor general, sino que ademés le proporciona al valor un cardcter individual y sobre esta indi- vidualidad poética basa la exigencia de una reparacién particu- pena lar de los dafios. Ahora comprendemos lo que el referente com- prende por «préctico». El préctico propietario del bosque razona del siguiente modo: esta determinacién legal es buena en la medida en que me es itil, pues mi utilidad es lo bueno. Es- ta determinacién es superflua, es nociva, poco prictica, en la medida en que por pura extravagancia jurfdica teérica deba aplicarse también al acusado. Puesto que el acusado es nocivo para mf, es evidente que es nocivo para mi todo lo que no le ha- ga llegar al mayor perjuicio. Esto es sabiduria préctica. Nosotros, en cambio, hombres poco précticos, reclamamos para la multitud politicamente pobre y socialmente desposeida eapa8 o wong uppowng, Dimesién Clisica © gen aquello que la servidumbre erudita y décil de los llamados chistéricos»® ha descubierto a modo de piedra filosofal para transformar en oro jurfdico toda pretensién ilfcita. Reivindica- mos para la pobreza el derecho consuetudinario, un derecho consuetudinario que no es local sino que pertenece a los po- bres de todos los pafses: Vamos atin mas lejos y afirmamos que el.derecho consuetudinario, por su naturaleza, slo puede ser el derecho de esta masa inferior, desposeida y elemental Lo que se entiende por las llamadas costumbres de los pri- vilegiados son costumbres contra el derecho. La fecha de su nacimiento cae en el perfodo en el que la historia de la huma- nidad constituye una parte de la historia natural y todos los dioses, confirmando la leyenda egipcia, adoptan figuras ani- males. La humanidad aparece desintegrada en diferentes ra- zas animales cuya relacién no es la igualdad sino la desigual- dad, una desigualdad que fijan las leyes. El mundo de la esclavitud exige derechos de la esclavitud, pues mientras que el derecho humano es la existencia de la libertad, este derecho animal es la existencia de la esclavitud. El feudalismo en su sentido mas amplio es el reino animal del espiritu, el mundo de Ja humanidad separada en contraposicién al mundo de la hu- manidad que se diferencia, cuya desigualdad no es mas que la refraccién de la igualdad. Por eso en los pafses del feudalismo ingenuo, en los paises en los que rige la divisién en castas, don- de los hombres estiin encasillados en el verdadero sentido de la palabra, y donde los miembros nobles y homogéneamente co- nectados del gran santo, de san Humanus, estén cortados, azotados y separados con violencia, encontramos la adoracién del animal, la religién animal en su forma primitiva, pues para el hombre su verdadera esencia es siempre el ser supremo, La ‘inica igualdad que se destaca en la vida real de los animales es 6. Referencia a la escuela histérica del derecho. la igualdad de un animal con otro de su misma especie deter- minada, la igualdad de la especie determinada consigo misina, pero no la igualdad del género. El género animal mismo sdlo aparece en el comportamiento hostil de las diferentes especies que hacen valer unas contra otras sus diferentes cualidades particulares. La naturaleza tiene preparada en el estémago de la fiera la morada de la unién, la fragua de la fusién interna, el 6rgano de la conexién de las diferentes especies animales. Del mismo modo, en el feudalismo una raza vive de la otra, hasta llegar en el extremo inferior a la raza que como un pulpo sur- gido de la gleba sélo tiene sus muchos brazos para recoger los fratos de la tierra para los de arriba, mientras que ellos sélo se alimentan de polvo, pues si en el reino animal natural las abe- jas obreras matan a los zénganos, en el espiritual son los zén- ganos los que matan a las abejas obreras, y precisamente por medio del trabajo. Si los privilegiados por el derecho escrito apelan a sus derechos consuetudinarios, en lugar del conteni- do humano exigen la imagen animal del derecho, que ahora se ha transformado en una mera méscara animal. Gaceta Renana, n° 300, 27 de octubre de 1842, suplemento Los derechos consuetudinarios nobiliarios se oponen por su contenido a la forma de la ley general. No pueden ser transfor- mados en leyes porque han sido formados por la falta de leyes. Estos derechos consuetudinarios, al oponerse por su contenido ala forma de la ley, ala generalidad y la necesidad, demuestran que son injusticias consuetudinarias y no se los debe hacer valer en contra de la ley sino que, en cuanto contrarios a ella, deben ser derogados ¢ incluso, en ocasiones, penados, por. que nadie deja de actuar de modo injusto porque ese modo de =*p99@ vopeng Lorouncr imesion Cision © geisa actuar sea su costumbre, del mismo modo que no se disculpa al hijo de un bandido por su carécter familiar. Si una persona ac- ‘tia con intencién contra el derecho, debe penarse su inten- ci6n; silo hace por costumbre, debe penarse su costumbre co- mo una mala costumbre. El derecho consuetudinario racional no es, en la época de las leyes generales, més que la costumbre del derecho escrito, porque el derecho no ha dejado de ser cos- tumbre por haberse constituido como ley, aunque sf ha dejado de ser sélo costumbre. Ahora bien, si para el justo se convierte en una costumbre propia, al injusto se le impone aunque no sea su costumbre. El derecho ya no depende de la castalidad de que la costumbre sea racional, sino del hecho de que la cos- tumbre se vuelve racional porque el derecho se ha vuelto legal, porque la costumbre se ha vuelto costumbre de Estado. Por lo tanto, el derecho consuetudinario como dominio aparte del derecho legal sélo es racional cuando el derecho existe al lado y fuera de la ley, cuando la costumbre es la anti- cipacién de un derecho legal. No se puede hablar de ningyin modo, por consiguiente, de derechos consuetudinarios de los estamentos privilegiados. En la ley han encontrado no sélo el reconocimiento de su derecho racional, sino también, con fire- cuencia, el reconocimiento de sus pretensiones irracionales. No tienen derecho a anticiparse a la ley, porque la ley ya ha anticipado todas las posibles consecuencias de su derecho. Por lo tanto, sélo se los reclama como un dominio reservado a los ‘menus plaisirs, para que el mismo contenido que es tratado en la ley de acuerdo con sus limites racionales encuentre en la costumbre un margen para las arbitrariedades y pretensiones que van més allé de los limites racionales. Pero si estos derechos consuetudinarios nobiliarios son costumbres contrarias al concepto de derecho racional, los de- rechos consuetudinarios de los pobres son derechos contra la costumbre del derecho positivo. Su contenido no se opone a la forma legal, sino a su propia carencia de forma. No se le opone la forma de la ley, sino que atin no la ha alcanzado. No se necesitan muchas reflexiones para darse cuenta de cudn unilateralmente han tratado y tenfan que tratar las legislacio- nes iluministas a los derechos consuetudinarios de los pobres, cuya fuente mas fértil puede considerarse que han sido los di- ferentes derechos germénicos. Respecto del derecho privado, las legislaciones més libera- les se han limitado a formular y generalizar los derechos que encontraban. Cuando no encontraban derecho alguno, tampo- colo concedfan. Eliminaron las costumbres particulares, pero se olvidaron de que mientras que la injusticia de los estamen- tos aparecfa en forma de pretensiones arbitrarias, el derecho de los desposefdos lo hacfa en forma de concesiones contin- gentes. Su procedimiento era correcto frente a quienes tenfan costumbres fuera del derecho, pero era incorrecto frente a quienes tenfan costumbres sin poser el derecho. Asi como, en la medida en que se podia encontrar en ellas un contenido ra- cional, han transformado las pretensiones arbitrarias en exi- gencias legales, del mismo modo tendrian que haber transfor- mado en necesarias las concesiones contingentes. Podemos aclarar esto con un ejemplo, el de los monasterios. Se han eli- minado los monasterios, se ha secularizado su propiedad y de este modo se ha actuado con justicia. Pero el apoyo contingen- te que encontraban los pobres en los monasterios no se ha transformado de ningtin modo en otra fuente positiva de in- gresos. Al convertir la propiedad del monasterio en propiedad privada y, por ejemplo, indemnizar a aquél, no se ha indemni- zado a los pobres que vivian del monasterio. Por el contrario, se les ha marcado un nuevo limite y se los ha separado de un antiguo derecho. Esto tuvo lugar en todas las transformacio- nes de prerrogativas en derechos. El aspecto positivo de estos abusos, que también constitufan un abuso en la medida en que ‘pad 9 woe519 dooune Dimesién Clisice © gain volvfan contingente el derecho de una de las partes, no se ha climinado transformando la contingencia en necesidad sino haciendo abstraccién de ella. La unilateralidad de estas legislaciones era necesaria, pues todos los derechos consuetudinarios de los pobres se basaban en que cierta propiedad tenia un cardcter fluctuante que no hacia de ella con claridad una propiedad privada, pero tampo- co con claridad una propiedad publica, una mezcla de derecho privado y priblico que se nos presenta en todas las institucio- nes de la Edad Media. El érgano con el que las legislaciones aprehendian tales formaciones ambiguas era el entendimiento, y el entendimiento no sdlo es unilateral sino que su tarea esen- cial es hacer unilateral el mundo, trabajo grande y admirable, pues s6lo la unilateralidad arranca lo particular de la viscosidad inorgénica del todo. El cardcter de las cosas es un producto del entendimiento, Cada cosa tiene que aislarse y ser aislada para ser algo. Al conducir todo contenido del mundo a una determi- nacién fija y, de cierto modo, petrificar la esencia fluida, el en- tendimiento engendra la multiplicidad del mundo, pues éste no serfa miiltiple sin las muchas unilateralidades. El entendimiento elimind, pues, las formas hfbridas y fluc- tuantes de la propiedad, aplicando las categorias ya existentes, del derecho privado, cuyo esquema se encontraba en el dere- cho romano. El entendimiento legislador se crefa atin més au- torizado a eliminar las obligaciones que tenia esta propiedad oscilante con las clases més pobres por el hecho de eliminar también sus privilegios estatales; se olvidaba, sin embargo, de que, aun considerado exclusivamente desde el punto de vista del derecho privado, existfa un doble derecho, el derecho pri- vado del propietario y el del no propietario, prescindiendo de que ninguna legislacién abolié los privilegios de derecho pi- blico de la propiedad sino que sélo le quité su cardcter fabulo- soy le proporcioné un carécter civil. Pero si bien toda figura medieval del derecho, y por lo tanto también la propiedad, te- nfa en todos sus aspectos una naturaleza hibrida, dualista y ambigua, y el entendimiento hacia valer con derecho su prin- cipio de unidad frente a esta determinacién contradictoria, Por otra parte se le pasaba por alto que existen objetos de la Propiedad que por su naturaleza no pueden aleanzar nunca el caréeter de la propiedad privada antes determinada, y que Por su esencia elemental y su existencia contingente recaen en el derecho de ocupacién,’es decir, en el derecho de ocupa- cién de la clase que, precisamente por el derecho de ocu- pacién, es excluida de toda otra propiedad, y que en la socie- dad civil ocupa la misma posicién que aquellos objetos en la naturaleza. Podré verse que las costumbres que son costumbres de to- da la clase pobre saben aferrar con seguro instinto la parte ms indecisa de la propiedad, y se veré que esta clase no slo siente el impulso de satisfacer una necesidad natural, sino también la necesidad de satisfacer un impulso de justicia. La lefia suelta nos sirve de ejemplo. Su relacién orgénica con el 4rbol viviente no es mayor que la que mantiene con la vibora la piel que ésta ha cambiado. Con el contraste entre las ramas secas y rotas, separadas de la vida orgénica, y los troncos y Arboles de firmes rafces, plenos de savia, que asimilan de mo- do orgénico el aire, la luz, el agua y la tierra en provecho de su forma propia y su vida individual, la naturaleza representa de cierto modo el contraste entre la pobreza y la riqueza. La po- breza humana siente este parentesco y deduce de esa sensa~ cin su derecho de propiedad, y si deja por lo tanto la riqueza fisicamente orgdnica al propietario, reivindica en cambio la pobreza fisica para su necesidad y contingencia. En esta ac- cién de las fuerzas elementales ve una fuerza amistosa, més humanitaria que la humana. En lugar del arbitrio contingente de los privilegiados se encuentra la contingencia de los ele- ‘pa @ sown uprouney Dimesiin Clésce © gaita mentos, que arrancan a la propiedad privada lo que ella no cede por sf misma. Del mismo modo que las limosnas que se dan por la calle, tampoco estas limosnas de la naturaleza per- tenecen a los ricos. También en su actividad encuentran los pobres su derecho. En la recoleccién, la clase elemental de la sociedad humana se enfrenta, ordendindolos, a los productos del poder natural elemental. Algo similar ocurre con los pro- ductos que crecen salvaje formando un accidente puramente casual de la propiedad y que por su poca importancia no se constituyen en objeto de la actividad del auténtico propieta- rio; algo similar ocurre con la rebusca, el espigueo y derechos consuetudinarios de ese tipo. En estas costumbres de la clase pobre vive pues un sentido juridico instintivo, su rats es positiva y legtima y la forma del derecho consuetudinario es tanto mas adecuada cuanto la exis- tencia de la propia clase pobre es hasta ahora una mera cos- tumbre de la sociedad civil que no ha encontrado atin un lugar adecuado dentro de la estructuracién consciente del Estado. El presente debate muestra inmediatamente un ejemplo de cémo se tratan estos derechos consuetudinarios, un ejemplo en el que se agotan el método y el espiritu de todo el procedi- miento. Un diputado de las ciudades se opone a la disposicién por la que se trata también como robo la recoleccién de mirtilos y ardndanos. Se refiere sobre todo a los hijos de gente pobre que recogen esos frutos para que sus padres ganen una insignifi- cancia, lo cual se ha permitido desde tiempos inmemoriales, originéndose de este modo un derecho consuetudinario en fa- vor de los nifios. Este hecho es refutado por el comentario de otro diputado: «En su regién estos frutos son ya artfculos de comercioy se los envia por toneles a Holanda». Se ha llegado realmente en un lugar a convertir un derecho consuetudinario de los pobres en monopolio de los ricos. Se ha dado la prueba concluyente de que se puede monopolizar un bien comin; de ello se desprende evidentemente que hay que monopolizarlo, La naturaleza del objeto requiere el monopolio Porque el interés de la propiedad privada lo ha inventado. La moderna ocurrencia de unos tenderos évidos se vuelve irrefu- table apenas proporciona desechos al antiquisimo interés ten- ténico por la tierra. El legislador sabio impediré el delito para no tener que castigar, pero no lo impediré impidiendo la esfera del derecho, sino quitandole a todo impulso de justicia su esencia negati- va, concediéndole una esfera positiva de accién. No se limita- r4 a eliminar la imposibilidad de que los miembros de una clase pertenezcan a una esfera superior, sino que elevard su propia clase a una posibilidad real de derechos, y si el Estado no es lo suficientemente humano, rico y amplio de miras para ello, es por lo menos su deber incondicional no transformar en delito lo que s6lo las condiciones han convertido en una contravencién, Con la mayor benevolencia tiene que corregir como desorden social lo que sélo con suprema injusticia se podrfa penar como delito antisocial. De lo contrario, comba- firfa el impulso social diciendo que combate la forma asocial del mismo. En una palabra, cuando se reprimen derechos consuetudinarios populares, su ejercicio sélo puede tratarse co- mo una simple contravencién policial, pero nunca penarse como un delito. La pena policial es la respuesta a un hecho al que las circunstancias han marcado como desorden externo, sin que sea una lesién del orden jurfdico eterno. La pena no debe causar mayor horror que la contravencién, la ignominia del delito no debe transformarse en la ignominia de la ley; se socava el terreno del Estado cuando la desdicha se convierte en delito 0 el delito en desdicha. Muy alejada de esta perspec- tiva, la Dieta ni siquiera observa las primeras reglas de la le- gislacién. r i é : 2 F Dimes Clisice © gion El alma pequefia, torpe, vulgar y egofsta del interés sélo ve un punto, el punto en que es herida, al modo de aquel hombre basto que toma a un pasante por la criatura més infame y abyec- ta bajo el sol porque le ha pisado sus callos. Convierte a sus ojos de gallo en los ojos con los que ve y juzgas hace del punto en el aque el pasante lo toca el tnico punto en el que la esencia de ese hombre toca el mundo. Ahora bien, un hombre puede tranqui- lamente pisarme los callos sin por ello dejar de ser una persona honrada e incluso excelente. Lo mismo que con los ojos de ga- Ilo, tampoco tenéis que juzgar a los hombres con los ojos de vuestro interés privado. El interés privado hace de la esfera en la que el hombre se encuentra hostiimente con él laesfer vital de ese hombre. Hace de la ley un cazador de ratas que quiere eliminar los bichos, porque no siendo un investigador de la na- turaleza sélo ve bichos en las ratas; el Estado, en cambio, tiene que ver en un contraventor forestal algo mas que el autor de la contravencién, que el enemigo de la lefia. {No esta cada uno de sus ciudadanos unido a él con mil nervios vitales?, gpuede cor- tarlos todos porque ese ciudadano ha cortado arbitrariamente uno de ellos? El Estado deberé ver en un contraventor forestal también un ser humano, un miembro viviente en el que circula sangre de su corazén, un soldado que defender la patria, un testigo cuya voz tiene validez ante un tribunal, un miembro de la comunidad que desempefiaré cargos publicos, un padre de familia cuya existencia es sagrada, y sobre todo un ciudada- no del Estado, y éste no excluird irreflexivamente de estas de- terminaciones a uno de sus miembros, pues se amputa a sf mis- mo al hacer de un ciudadano un delincuente. Y sobre todo, un legislador moral consideraré como el trabajo més serio, doloro- soy peligroso subsumir bajo la esfera de las acciones delictivas una que hasta el momento habfa sido irreprochable. Pero el interés es précticoy nada més préctico en el mundo que derribar a mi enemigo. «{Quién odia algo y no lo destrui- ria con gusto!», ensefia ya Shylock.’ El verdadero legislador no debe temer nada més que la injusticia, mientras que el in- terés legislador sélo conoce el temor a las consecuencias del derecho, el temor a los malvados contra los que existen leyes. La crueldad es el cardcter de las leyes que dicta la cobardia, porque la cobardia s6lo puede ser enérgica siendo cruel. El in. terés privado siempre es cobarde, pues su corazén, su alma, es un objeto que en cualquier momento puede ser quitado y da- fiado, y quién no temblarfa ante el peligro de perder el cora- z6ny el alma? ,Cémo habria de ser humano el legislador in- teresado si lo inhumano, un ser material extrafio, es su ser supremo? «Quand il a peur, il est terrible», dice el National’ de Guizot. Este lema podria escribirse sobre todas las legislacio- nes producidas por el interés, 0 sea por la cobardia. Cuando los samoyedos matan un animal le aseguran con la mayor seriedad, antes de sacarle la piel, que son sélo los rusos la causa de este mal, que es un cuchillo ruso el que lo corta y que por lo tanto sélo hay que vengarse de los rusos. Se puede transformar la ley en un mar ruso aunque no se tenga la pre- tensién de ser un samoyedo. Observemos. En el § 4 la comisién propuso: «Si existe una distancia max yor de dos millas, el guardia que efectiia la denuncia determi- naré el valor de acuerdo con los precios locales». En su contra protesté un diputado de las ciudades: «La propuesta de que el guardia forestal fije el valor de la lefia sus- trafda es muy peligrosa. El funcionario denunciante merece ciertamente fides, pero sélo en referencia al hecho, de ninguna manera respecto del valor. Este tendria que determinarse de acuerdo con una tasa propuesta por las autoridades locales y 7. W. Shakespeare, El mereaderde Venecia, acto, I" escena. 8. Le National, diario republicano fra ta *Publicano francés que aparecié en Paris de 1830 a pa @ 1919 uoroung, Dimesién Cisica © geizn fijada por el Consejo Provincial. Ahora bien, se ha propuesto que no se acepte el § 14, por el que el propietario del bosque debe recibir la multa», etcétera, «pero si se mantiene el § 14, la presente disposicién resulta doblemente peligrosa. En efecto, el guardia forestal que esté al servicio del propietario del bos- que y es pagado por él habré de fijar, como se desprende de la naturaleza de la relacién, lo mAs alto posible el valor de la lefia sustrafda». La Dieta aprobé la propuesta de la comisi6n, ‘Nos encontramos aqui ante la constitucién de una jurisdic~ cién patrimonial. El guardia patrimonial es al mismo tiempo quien emite en parte la sentencia. La determinacién del valor es una parte de la sentencia. Esta resulta, pues, parcialmente anticipada en el acta de denuncia. El guardia que denuncia se sienta entre los jueces, es el experto a cuyo dictamen tiene que atenerse el tribunal, ejerce una funcién de la que excluye a los demas jueces. Es una insensatez oponerse al procedimiento in- quisitorial cuando existen gendarmes y denunciantes patrimo- niales que cumplen al mismo tiempo la funcién de jueces. Prescindiendo de la lesién fundamental de nuestras institu- ciones, si observamos las cualidades del guardia denunciante resultaré evidente la poca capacidad objetiva que posee de ser al mismo tiempo tasador de lefia sustraida. En cuanto guardia es la personificacién del genio protector dela madera. La proteccién, y mucho ms la proteccién perso- nal, fisica, requiere una fuerte y enérgica relacién de amor del guardabosques con su protegida, una relacién que, por asf de- cirlo, crece con la madera. Esta tiene que ser todo para él, tiene que poseer un valor absolute. El tasador, por el contrario, tiene una desconfianza escéptica respecto de la lefia sustrafda, la calcula con un ojo agudo y prosaico respecto de una medi- da profanay os dice hasta el iltimo céntimo cuénto cuesta. Un protector y un tasador son dos cosas tan diferentes como un mi- neralogista y un comerciante de minerales. El guardia no pue- de estimar el valor de la lefia sustrafda porque en cada acta en la que tase el valor de lo robado tasa al mismo tiempo su pro- pio valor, pues es el valor de su propia actividad, y zereéis aca- so que no protegerd tan bien el valor de su objeto como su sus. tancia? Las actividades que se transfieren a una persona cuyo de- ber profesional es la brutalidad no sélo se contradicen respec- to del objeto de la proteccién, sino también respecto de las personas, _Como guardian de la lefia el guardabosques debe proteger el interés del propietario privado, pero como tasador también debe proteger el interés del contraventor contra las exigencias extravagantes del propietario. Mientras que quizds tenga que actuar con el pufio en defensa del bosque, tendré que actuar con la cabeza en defensa del enemigo del bosque. El interés encarnado del propietario del bosque, ;puede ser una garantia contra el interés del propietario del bosque? _ Elguardia es ademés el denunciante. El acta es una denun- cia. El valor del objeto se convierte por lo tanto en objeto de la denuncia; pide asf su decoro judicial y la funcién del juez.que- da rebajada al méximo al no poder diferenciarla por un mo- mento de la funcién del denunciante. Por iiltimo, el guardia denunciante, que ni en cuanto de- nunciante ni en cuanto guardia esta preparado para ser ex- perto, esté al servicio del propietario del bosque y es pagado por 41. Con el mismo derecho se podria dejar la tasacién al pro- pietario mediando un juramento, ya que en realidad no ha he- cho més que adoptar en su guardidn la figura de una tercera persona. En lugar de encontrar siquiera cuestionable esta posicién del guardia denunciante, la Dieta, por el contrario, sélo en- cuentra cuestionable la inica disposicién que constituye un liltimo reflejo del Estado dentro de la magnificencia del bos- THe 9 WHR uomoUICT Dimesién Césica © gen que, el empleo vitalicio del guardia denunciante. Contra esta disposicién se levanta la mas violenta oposicién y apenas si pa- rece apaciguarse la tormenta con la explicacién del referente de «que ya Dietas anteriores han apoyado el abandono del em- pleo vitalicio, pero que el gobierno se ha declarado contrario a elloy ha considerado que el empleo vitalicio es una proteccién para los siibditos». O sea que la Dieta ya ha regateado anteriormente con el gobierno el abandono del empleo vitalicio, y se ha quedado en el regateo. Examinemos las razones tan generosas como irre- fatables que se aducen en contra del empleo vitalicio. Un diputado de los municipios rurales «encuentra que los pequetios propietarios de bosques se encuentran muy perjudi- cados por la condicién de credibilidad que se establece por medio del empleo vitalicio y otro insiste en que la proteccién tiene que ser igualmente efectiva para los grandes y pequefios propietarios forestales». Un miembro del estamento de los principes sefiala «que el empleo vitalicio por parte de personas privadas es muy desa~ consejable y en Francia no se lo exige para dar credibilidad a las actas de los guardias, pero que algo debe ocurrir necesaria- mente para controlar el aumento de los delitos». Un diputado de las ciudades opina que «tiene que darse fe a todas las de- nuncias de guardabosques jurados y debidamente empleados. El empleo vitalicio es, por asf decirlo, imposible para muchos municipios y especialmente para los propietarios de pequefias parcelas. Con la disposicién de sélo dar fides a aquellos guar- dias forestales empleados vitaliciamente se retira toda protec- cidn a los pequefios propietarios de bosques. En una gran par- te de la provincia, los municipios y los propietarios privados han tenido que entregar a los guardias rurales también la cus- todia de sus bosques, porque éstos no eran lo suficientemente grandes como para emplear guardabosques. Resultarfa extra- Fo, entonces, si estos guardias rurales, que también serfan ju- rados como custodias forestales, no gozaran totalmente de fides cuando comprobaran una sustraccién de lefia mientras que gozaran de fides cuando denunciaran el descubrimi ad an el descubrimiento de un Gaceta Renana, n°303, 50 de octubre de 1842, suplemento Ast han hablado la ciudad, el campo y los principes. En lugar de equilibrar la diferencia entre los derechos del a forestal y las pretensiones del propietario del bosque, no se la encuentra suficientemente grande. No se busca la proteccién del propietario y del contraventor forestal, se trata de llevar tuna misma medida la protecci6n del propietario. Aquf debe ser ley la igualdad mas minuciosa, mientras que alli la dest, gualdad es axioma. ;Por qué reclama el pequetio propietario forestal la misma proteccién que el grande? Porque ambos son Propietarios forestales. No son el propietario y el contrave, tor ambos ciudadanos del Estado? ;Si lo tienen un pequefio. , un gran Propietario forestal, no tendrfan con més razén atin un Pequefio y un gran ciudadano el mismo derecho a la - cién del Estado? Prowse . Alreferirse a Francia el miembro. del estamento de los prin- cipes —el interés no conoce antipatfas politicas— se olvide de agregar que en Francia el guardia denuncia el hecho pero no el valor. Del mismo modo, el honorable orador de las dade se olvida de que el guardia rural es improcedente aqui, ya cue no se trata sélo de comprobar la sustraccién de lene ei bién de la tasacién de su valor. sane tan ZA qué se reduce el mticleo del razonamiento que acaba- ‘mos de escuchar? El pequeiio propietario forestal no tiene PSO woHyID Hou, imesién Clic los medios para emplear a un guardia vitalicio. ;Qué se sigue de este razonamiento? Que el pequefio propietario no tiene que hacerlo. {Qué conclusién saca el pequefio propietario? Que tiene que emplear a un guardia tasador hasta que decida despedirlo, Su falta de medios es para él el titulo de un privi- legio. El pequeiio propietario forestal tampoco tiene los medios para mantener un cuerpo de jueces independientes. Por lo tan- to, desista el Estado de un cuerpo de jueces independiente y que haga de juez el criado del pequeito propietario forestal, 0 sino tiene criado, su doncella, o si no tiene doncella, él mismo. {No tiene el acusado el mismo derecho al poder ejecutivo en cuanto érgano del Estado que al poder judicial? ;Por qué no organizar entonces también los juzgados de acuerdo con los medios del pequefio propietario forestal? {Puede alterarse la relacién del Estado y el acusado a cau- sa de la insuficiente economia de la persona privada, del pe- quefio propietario forestal? El Estado tiene un derecho frente al acusado porque se presenta ante ese individuo en cuanto Estado. De ello se sigue inmediatamente que tiene el deber de comportarse con el delincuente como Estado y en el modo del Estado. El Estado no sdlo tiene los medios de actuar de una manera que sea adecuada tanto a su razén, su universalidad y dignidad como al derecho, la vida y la propiedad del ciudada- no acusado; es ademés su deber incondicional tener esos me- dios y aplicarlos. Del propietario forestal, cuyo bosque no es el Estado y cuya alma no es el alma del Estado, nadie lo exigird. {Qué consecuencia se saca? Ya que la propiedad privada no tiene los medios para elevarse a la perspectiva del Estado, el Estado tiene el deber de rebajarse a los medios de la propiedad privada, contrarios a la razén y el derecho. Esta arrogancia del interés privado, cuya alma mezquina no ha sido nunca iluminada y sacudida por un pensamiento re- lativo al Estado, es para éste una leccién seria y profunda. Si el Estado condesciende en un solo punto a actuar en el modo de la propiedad privada en lugar de en el suyo propio, se sigue in- mediatamente que tiene que acomodarse en cuanto a la forma de sus medios a los Ifmites de la propiedad privada. El interés privado es suficientemente astuto como para extremar esta consecuencia y convertirse en su forma més reducida y pobre en limite y regla de la accién estatal, de lo cual, y prescindien- do del total rebajamiento del Estado, se sigue, ala inversa, que se pondré en movimiento contra el acusado los medios més contrarios a la razén y al derecho, pues la mayor considera. ci6n respecto del interés de la limitada propiedad privada se transforma necesariamente en una desmedida falta de consi- deracién del interés del acusado. Pero si aquf se muestra clara- mente que el interés privado quiere y tiene que degradar el Es- tado a medio del interés privado, zeémo no habria de seguirse que una representacién de los intereses privados de los esta- mentos quiera y tenga que degradar el Estado a los pensa- mientos del interés privado? Todo Estado moderno, por poco ue corresponda a su concepto, se verd obligado a’exclamar, ante el primer intento préctico de un poder legislativo de este tipo: «Tus caminos no son mis caminos, tus pensamientos no son mis pensamientos». No podemos mostrar de manera més evidente lo totalmen- te insostenible que resulta el empleo temporal del guardian de- nuneiante que gracias al siguiente argumento contra el empleo vitalicio, el cual no podemos decir que se haya deslizado porque fue lefdo ante la Dieta. En efecto, un miembro del estamento de las ciudades leys el siguiente comentario: «Los guardias fo- restales empleados de forma vitalicia por los municipios no es- ‘én ni pueden estar bajo el mismo estricto control que los fun- cionarios reales. Con el empleo vitalicio se paralizan todos los motivos que espolean a un fiel cumplimiento del deber. Si el ‘mp9 9 wos9I9 uorswig, Dimesién Clisca © geen guardabosques cumple su deber sélo a medias y se cuida de que no le puedan acusar de ningiin verdadero delito, sempre encontrard el apoyo necesario como para que sea imiitil la pro- puesta de despido de acuerdo con el § 56. En estas circunstan- cias, los afectados ni siquiera se atreverdn a presentar la pro- Pe Recordemos eémo se decretaba una total confianza al guardia denunciante cuando se trataba de entregarle Ia fun- cién de tasacién, Recordemos que el § 4 era un voto de con- ra el guardia. ee eet emer ciante necesita control, y ademés un control severo. Por pri- mera vez se nos aparece no sélo como ser humano sino tam- bién como caballo, ya que las espuelas y el pan son los tinicos impulsos de su conciencia y que sus miisculos del deber no e6lo se distienden con un empleo vitalicio, sino que se parali- zan totalmente. Como se ve, el egofsmo tiene dos pesos y me- didas con los que pesa y mide a los hombres, dos concepeio- nes del mundo, dos pares de lentes, uno de los cuales tifte a negro y otro de color todo lo que se ve a través suyo. = se trata de entregar otros hombres a sus herramientas y de embellecer medios dudosos, el egofsmo se pone los lentes que tifien de color, que le muestran con fantéstica gloria sus me- dios y sus instrumentosyy se enreda a sf mismo ya los otros en el apacible y poco practico sentimentalismo de un a tierna y plena de confianza. Cada arruga de su rostrorevela su son- riente bonhomfa. Al darle la mano a su contrincante se la ma~ gulla, pero lo hace por confianza. De pronto, sin embargo, trata de su propio beneficio, se trata de probar concienzuda~ mente la utilidad de las herramientas y los medios entre bam- balinas, donde desaparecen las ilusiones de la — Ri- gorista conocedor del ser humano, se pone, precavido y desconfiado, los lentes con experiencia del mundo, los que ti- fien de negro, los lentes de la préctica. Al igual que un experi- mentado comerciante de caballos, somete a los seres humanos a una larga inspeceién ocular a la que no se le escapa nada y éstos se le aparecen tan pequefios, miserables y sucios como el propio egofsmo. No queremos discutir la concepcién del mundo del egos- mo, pero queremos obligarla a ser consecuente. No quere- mos que se reserven para s{ la experiencia del mundo y de- jen para los demés las fantasfas. Por un momento tenemos el espiritu del interés privado unido a sus propias conse- cuencias. Si el guardia denunciante es el hombre que describfs, un hombre al que el empleo vitalicio, lejos de dare un sentimien- to de independencia, seguridad y dignidad en el cumplimiento de su deber; le quita, por el contrario, los motivos que lo es- polean a cumplirlo, ;qué habriamos de esperar para el acusa- do de la imparcialidad de ese hombre si es siervo incondicio- nal de vuestro arbitrio? Si sélo las espuelas lo conducen al deber y vosotros sois los que las levis, ;qué tenemos que augurarle al acusado, que carece de ellas? Si incluso vosotros no podeis ejercer un control suficientemente severo sobre 1, {cémo habrian de controlarlo el Estado y la parte perse- guida? {No vale més bien para un empleo revocable lo que vosotros afirmais dél vitalicio, «que si el guardia cumple su deber sdlo a medias siempre encontrar el apoyo necesario co- mo para que sea inttil la propuesta de despido de acuerdo con el § 56»? {No os convertiréis todos vosotros en apoyo st- yo mientras cumpla la mitad de su deber, la defensa de vues- tro interés? La transformacién de la confianza ingenua y desbordante en el guardabosques en una desconfianza llena de refunfufios y criticas nos muestra dénde esté la cuestién. La enorme con- fianza en la que debfan creer como en un dogma el Estado y el ‘pa @ wonyIg upsbengy Dimesin Clisica © gedica contraventor no la habfais depositado en el guardia forestal si- no en vosotros mismos. No ha de ser el cargo piblico, ni el juramento, ni la concien- cia del guardia lo que ofrece al acusado una garantfa frente a vosotros, no, ha de ser vuestro sentido de la justicia, vuestro humanitarismo, vuestro desinterés, vuestra mesura lo que le ofrezea una garantfa frente al guardia. Vuestro control es su Sleima y diniea garantfa, Con una nebulosa imagen de vuestra excelencia personal, con poético entusiasmo por vosotros mis- mos, ofrecéis al afectado vuestras individualidades como pro- teccién ante vuestras leyes. Confieso que no comparto esta imagen novelesca de los propietarios forestales. No creo que las personas tengan que ser una garantia frente a las leyes; por el contrario, creo que las leyes tienen que ser una garantfa frente a las personas. {Y podria acaso la fantasfa més osada imaginarse que hombres que en la excelsa tarea de legislar no son capaces en ningtin momento de elevarse del sentimiento oprimente y vil del egofsmo a la altura teérica de las perspecti- vas generales y objetivas, hombres que tiemblan y recurren a todo ante la sola idea de futuras desventajas, que esos mismos hombres se volversin filésofos ante el rostro del verdadero pe- ligro? Nadie, ni siquiera el mas excelente legislador, puede po- ner su persona por encima de la ley. Nadie esté autorizado a decretarse votos de confianza a s{ mismo que tienen conse- cuencias para terceros. Los siguientes hechos nos aclararén si tenéis derecho a pe- dir que se os ofrezca una especial confianza.

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