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235 “EL MAPOCHO NO ES RiO QUE SUENE, ES RIO SONADO: PERFORMANCE DE CECILIA VICUNA EN EL RIO MAPOCHO” Elvira Hernandez, poeta chilena El rio Mapocho no sélo es hoy linea divisoria de la ciudad de Santiago que separa la zona norte de la zona sur sino que lo ha sido desde su fundaci6n. A partir de un cuadrante inicial que lo comprendia —terreno delimitado e incipientemente urbanizado, iluminado e institucional— hubo una cruza del rio desde el sur al norte por los recién Ilegados, h tintiva, oscura, nativa— por lo general no reconocida; es decir, a una tierra sin amarras —ins- desde el comienzo, se establecia un limite liquido entre el bien y el mal que luego se superpondria sobre el eje, arriba y abajo. Esa parte norte, llamada La Chimba, es hasta el dia de hoy, donde primero pone pie el extranjero en una suerte de cuarentena que a menudo perdura. Desde una perspectiva hidrografica el rio Ma- pocho, o mapuche, como lo han sefialado muchos, fue percibido al comienzo en lo que era, una precipitacién de agua cordillerana salvaje, que no reconocfa cauce y que la ciudad fue haciendo ma- nejable, trazindole un curso y beneficidndose de sus aguas. En- causado en los lugares donde predominaban intereses poderosos, el rfo en su historia cotidiana, arriba y abajo, entreverd una vida muy diferenciada; en la parte alta cobré un gran valor inmobili rio y durante la dictadura, algunos de esos sectores fueron decla- rados “exclusivos”, no aptos para cualquier santiaguino. La parte baja, aquella que recibia los desbordes inclementes de las aguas- lluvias y ser endo las cuando todo iba a parar al rio, sigu la ribera donde recala la basura, los cadaveres y continta en el olvido, a pesar del tratamiento de aguas, de quienes regentan las comunas de la ciudad, porque siempre se est estableciendo un “mas abajo”, sin mirar el rio. Pero es precisamente en los vados abajinos donde se retine gente, en forma andénima, a orar por el agua. A la fecha, el muy intervenido rio es casi, rio evaporado. Desde su infancia, Cecilia Vicufta tejié un vinculo emocio- nal con el rio Mapocho, como también lo hizo con las dunas de Concén, los pescadores del litoral central y con los bosques de la cordillera de San Fernando. Era el agua, la tierra y sus gentes los que le hacfan sefiales. Pronto, los viajes y su obligacion de persistir en ellos por razones politicas, convirtieron su amor al te- rrufo en un amor a la tierra planetaria que su llegada y posterior radicacién en la ciudad de Nueva York no lograron romper sino que al revés, esa alianza con la naturaleza se incrementé para con- vertirse, de manera visible, en la materia prima de su trabajo poé- tico. No necesitaba descreer de esa unién o alucinar con la poesia urbana para sentirse mas que moderna. Criada en los influjos de la poesia y el arte populares sudamericanos, nuestra historia y nuestra cultura no se le segmentaban en etapas que se opusieran entre si; a la inversa, se tramaba allf una urdimbre, una comple- mentariedad entre las creencias primeras llamadas primitivas por el pensamiento lineal y dominante y un desarrollo tecnolégico ultimo, elevado a una categoria mitica por esa misma visién de las cosas. Un camino, sin embargo, expedito de recorrer para esta poeta desde el mundo precolombino al mundo contemporineo, pues ambos son puestos en un mismo nivel de conocimientos, el uno con su sabiduria y el otro con su ciencia. Un hilo comunica- tivo, que Cecilia Vicufia construia con la imagen del hilo de agua proporcionado por la madre naturaleza y por la imagen de los hilos de lana que mueven las tejedoras, imagenes muy mujeriles y muy andinas, de las que tanto se ha hablado. Y, en esto, creo, en lo que conozco, cercana y acompafiada mas que de postulados, narraciones de sus mujeres sabias, artistas, y poetas como y Snyder y Jerome Rothenberg, entre otros, aquellos relacio- con lz Ga nados con los valores mas antiguos de la tierra, cuando el ser 227 humano despertaba a lo que seria su historia, su conocimiento y desconocimiento de si mismo. Entonces no fue extrafio, observar a Cecilia Vicufia, cada vez que retornaba circunstancialmente al pais y por breve perio- do, que buscara el mismo lugar en donde permanecer y alojar: una habitacién con una ventana y un balcén orientado hacia el cerro El Plomo, cuna del rio Mapocho. A veces me parecia que era tan intenso ese abocamiento y la emocién que percibia, que en concreto me resultaba indescriptible. Siempre estaba en relacién con ese lugar, caminando y escalando cerros aledafos desde donde ofrecer un saludo al apu para, la cima del cerro en el que se encuentra el centro ceremonial incaico, y sus misterios milenarios. Como también, a la hora mas temprana, cuando to- davia no rayaba el sol en los Andes, hallar a Cecilia Vicufia vuelta hacia ese punto en meditacién. Ocurria que asi como el cerro El Plomo era un posible adoratorio de una deidad solar incaica, y por lo mismo un lugar sagrado, también lo habia sido para la poeta ya que su iniciacién en el oficio, provenia de esas cumbres, de aquellos afios adolescentes, cuando mirando en esa direccion logré aprehender la composicién atémica de las palabras y sus enlazamientos. Porque podremos establecer nexos, guifios, 0 paralelos estéticos, por ejemplo, entre la exhibicién de su obra “Otofo” (1972) —las hojas que llenaron una sala del Museo de Bellas Artes- y la instalacidén, por ejemplo, de Walter De Maria con “Earth room” (1968) —una sala de una galeria llena de tierra— pero se hard imprescindible establecer que por debajo de aquello se desbordan conexiones raigales con el rio, y el origen del rio y todo el entorno: las hojas de los arboles recogidas en su ribera, la tierra misma y los lazos familiares con el Museo, parte ademas de una historia personal, que son su precipitacién y penetracién en la carnalidad de las acciones poéticas en las que arte y vida cotidiana son anudadas. Pues bien, Cecili Vicufa preparaba la inauguracién de su exposicin AURAL, en la galerfa Patricia Ready situada al borde 228 del rio Mapocho en Vitacura —zona alta de la ciudad— para el 12 de abril del afto 2012. AURAL recogeria tres textos —digital, au- ditivo y visual— relacionados con el nifio sacrificado y enterrado en esa delicada zona de hielos del cerro El Plomo donde afloran los manantiales del rio que nos abastece, Con sorpresa para mi, ocho ho- pues no lo esperaba, aproximadamente unas cuarenta ) ras antes de la apertura de la exposicién, Cecilia comunicé que haria un “ritual” en el rio, lindante a la galeria e invitandonos a él. Tendrfa lugar a una hora determinada pero el espacio de- bid ser corregido porque no encontraba, creo, un acceso, alguna rampa que condyjera a la orilla. Aquello no era extrafio: el rio ha sido, en las intervenciones que ha sufrido, encajonado, alejado de los habitantes. Sus cercanos, los que bajan hasta su lecho para dormir entre ratones y desperdicios, que no es precisamente ha- bitar, son aquellos que no tienen habitacién ni filiacién, los que el lenguaje coloquial moteja de ratas; son los perseguidos y los excluidos, los NN de la ciudad. Entonces, ese cajén que se ha construido para el rfo es porque ya se tiene una intuicién de que el Mapocho esta bajando muerto, viene confinado y que es ya rio sonado. Cierto es, que en el tiltimo tiempo se han estado levan- tando muchos puentes pero son para pasar el rio, dejarlo atrds, no para mirarlo en lo que significa entregarle una mirada a algo, Se le empieza a descubrir “potencialidad” que es como decir que puede llegar a ser otro buen negocio pero sigue manteniéndose en la categoria de obstéculo y nosotros, los chilenos, los obsta- culos no los enfrentamos, los negamos y les damos la espalda. Le tememos a todo aquello que pueda herir nuestra memoria, tanto es asi que ni siquiera queremos oir esa corriente en su bati- miento de aguas y quizds eso tenga una reciente explicaci6n que s6lo puede ser la actualizada con razones mas profundas. La mas proxima es que después de 1984, aito de una feroz inundacin que caus6 panico en el sector residencial alto no acostumbrados a los desastres de las aguas-lluvias y que, por otra pa te, son el pan de cada invierno en los sectores bajos, el Mapocho fue condenado 329 sin apelaciones y el disefio urbanistico se las arreglé para que ya no nos tocéramos con él porque si algo no serfamos nunca era por cierto mapochinos. Ubicado por fin un lugar posible para el cumplimiento de este “ritual” y en antecedentes de que no serfamos sorprendidos por lluvia alguna, pronosticada para la primera semana de ju- nio, aquella tarde nos dirigimos a explorar la ribera norte con el pequefio grupo que habia llegado a la cita. Estaban junto a la poeta sus habituales acompafiantes, los musicos del conjunto La Pichimuchina con sus instrumentos; los padres de Cecilia y una tia; un cineasta, un videista y un pufiado de observadores conta- dos con una mano. La poeta tomé la delantera y encontré una pasada hechiza en la cerca levantada por una empresa disefiadora de jardines que aplanaba el lugar y que buscaba que NO se pa- sara hacia esa faja polvorienta. No obstante, se logré llegar a la orilla y vimos a tres 0 cuatro metros mas abajo la hoyada seca con algunos pozones de agua estancada y basura por doquier, las que- ridas basuritas de Cecilia, quien con agilidad de experimentada escaladora descendié por la muralla enmallada de los gaviones; también lo hicieron los participantes de La Pichimuchina con sus instrumentos autéctonos y los que harian los registros visua- les, En minutos, sin detenerse a observar el lugar, los mtisicos comenzaron a sacar sonidos de las flautas, trompe, sonajas, es decir, a mover carrizos y semillas, cueros y tripas y Cecilia a verter en la tierra el agua que llevaba y a dejar caer en las pozas vellones de lana cruda. Ahi estaba con un sonido en los labios, ininteligi- ble para quienes permanecfamos en lo alto, y la vimos integrarse al movimiento circular del grupo desde donde nos llegaba una muisica que yo la recibi como plafidera y pigmentada con un remanente audible humano y resoplante. La danza estaba pues efectudndose sobre el lecho seco del rio y asi, como la camara del video nos mostraria con posterioridad que el vell6n de lana lucia al como un pez, quizds pudiéramos decir que ese arrullo musi x30 y vocal, un oido més interno y total hubiese podido percibirlo, conjeturo, como undisono. 3Era lo que presencidbamos, performance o ritual? Sabemos que la poeta ha hecho uso de manera indistinta de ambas pala- bras en sus intervenciones y, para cualquier poeta, en especial para Cecilia las palabras podran ser sutiles pero no anodinas. Esta marca desigual en el lenguaje, creo, se generaria cuando ella intenta reparar el tejido conectivo desgastado o concretamente inexistente entre las cosas. Es en las situaciones especificas que las palabras adquieren sus matices; en algunos momentos pareciera que hay una inclinacién desacralizadora que pone la interven- cién en la vereda del arte y en otros un movimiento contrario que pone lo ejecutado muy cerca de una sacralidad. Y si sacraliza- cién y desacralizacién son opuestos en la temporalidad histérica del desarrollo del arte, en la urdimbre de Cecilia dejan de serlo, por un expediente que no tiene ya que ver con esa logica comuin. Pues bien, lo que escuchébamos y veiamos que ocurria en el lecho seco del rio Mapocho era una de esa cificas; un pequefio momento tenue, casi secreto, uno de esos arredramientos que han caracterizado a la poeta y que es el punto situaciones espe- en que habiendo dado un paso atrés, no es otra cosa que una toma de fuerza para dar el paso adelante; es decir, el punto don- de aquello diseccionado y separado por las clasificaciones y las analiticas de los estudios, 0 arrebatado por las pasiones y el poder vuelve a adquirir la fuerza de su origen, con un guién diriamos ahora que se estd escribiendo en el acto. Es el impulso por encon- trar un pasadizo que permita reconstituir una totalidad perdida en esta humilde ceremonia, apéndice del acto central. O quizas fuera una pura ensofacién, un aunamiento de deseos, donde a borbotones concurren las imagenes visuales y fénicas de un caudal bajando incontenible por las quebradas con su canto de aguas, su danza de ondas y un velo de humedad flotante. Por qué no decir un rio con voz? > Desde abajo (para los que nos mantenfamos en el borde) seguia elevandose un rumor de misicas persistentes que reunian voz humana e instrumental como una sola madeja todavia hilada con insuficiencia para el oido de los presentes. Discurri que quiza toda esa re: onancia no nos estaba dirigida, no nos encerraba y que en ese lugar los sonidos se abrian a perseguir otro tiempo; aquel en el cual las estaciones del ano traian un compromiso, sig nos, y “abril lluvias mil” era un dicho que hablaba de un entendi- miento con la naturaleza y esta con la leyenda del ni en la cuna de las aguas del Mapocho. Si en un tiempo arcaico el mito era el encargado de seftalar los caminos de la subsistencia congelado para su comunidad, en ese hoy del 12 de abril, ese casi secreto acto poético se ligaba a la vida cantandole al agua ya ausente del rio sin la cual la subsistencia de la ciudad de Santiago se veia ame- nazada. No olvidemos, lo comtin que era para la antigua poesia gtiega identificar sus ciudades por el nombre de sus rios. También ahi en ese movimiento danzante se rememoraba el tiempo inicial de la poesfa occidental, en la Grecia remota, donde la palabra, la musica y la danza no se habian separado todavia buscando poderes diferentes y eran un solo cuerpo actuante. Se lo celebraba ac4 en forma mapochina, llena de sentimientos ver- naculos y aceptando las multiples tradiciones culturales que son del espiritu de Cecilia Vicufa'. 1 Debo consignar, que al dia siguiente por la tarde, sorpresivamente, nubarrones cubrieron Santiago y se precipité una lluvia furiosa. Meteorologfa no alcanzé a comunicar: agua va. El volumen de agua que llevaba el Mapacho era invernal, de lado a lado raspaba ambas riberas y se lo agradecimos. Cecilia Vicufia se vio en la obligacion de concurrir al lugar. También es importante anotar que hace unos dias, los municipios de Santiago y Providencia en conjunto, decidieron abrir para los ciudadanos, las puertas al rio.

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