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“EL MAPOCHO NO ES RiO QUE SUENE, ES RIO
SONADO: PERFORMANCE DE CECILIA VICUNA EN
EL RIO MAPOCHO”
Elvira Hernandez, poeta chilena
El rio Mapocho no sélo es hoy linea divisoria de la ciudad
de Santiago que separa la zona norte de la zona sur sino que lo ha
sido desde su fundaci6n. A partir de un cuadrante inicial que lo
comprendia —terreno delimitado e incipientemente urbanizado,
iluminado e institucional— hubo una cruza del rio desde el sur al
norte por los recién Ilegados, h
tintiva, oscura, nativa— por lo general no reconocida; es decir,
a una tierra sin amarras —ins-
desde el comienzo, se establecia un limite liquido entre el bien y
el mal que luego se superpondria sobre el eje, arriba y abajo. Esa
parte norte, llamada La Chimba, es hasta el dia de hoy, donde
primero pone pie el extranjero en una suerte de cuarentena que a
menudo perdura. Desde una perspectiva hidrografica el rio Ma-
pocho, o mapuche, como lo han sefialado muchos, fue percibido
al comienzo en lo que era, una precipitacién de agua cordillerana
salvaje, que no reconocfa cauce y que la ciudad fue haciendo ma-
nejable, trazindole un curso y beneficidndose de sus aguas. En-
causado en los lugares donde predominaban intereses poderosos,
el rfo en su historia cotidiana, arriba y abajo, entreverd una vida
muy diferenciada; en la parte alta cobré un gran valor inmobili
rio y durante la dictadura, algunos de esos sectores fueron decla-
rados “exclusivos”, no aptos para cualquier santiaguino. La parte
baja, aquella que recibia los desbordes inclementes de las aguas-
lluvias y ser endo
las cuando todo iba a parar al rio, sigu
la ribera donde recala la basura, los cadaveres y continta en el
olvido, a pesar del tratamiento de aguas, de quienes regentan las
comunas de la ciudad, porque siempre se est estableciendo un“mas abajo”, sin mirar el rio. Pero es precisamente en los vados
abajinos donde se retine gente, en forma andénima, a orar por el
agua. A la fecha, el muy intervenido rio es casi, rio evaporado.
Desde su infancia, Cecilia Vicufta tejié un vinculo emocio-
nal con el rio Mapocho, como también lo hizo con las dunas de
Concén, los pescadores del litoral central y con los bosques de
la cordillera de San Fernando. Era el agua, la tierra y sus gentes
los que le hacfan sefiales. Pronto, los viajes y su obligacion de
persistir en ellos por razones politicas, convirtieron su amor al te-
rrufo en un amor a la tierra planetaria que su llegada y posterior
radicacién en la ciudad de Nueva York no lograron romper sino
que al revés, esa alianza con la naturaleza se incrementé para con-
vertirse, de manera visible, en la materia prima de su trabajo poé-
tico. No necesitaba descreer de esa unién o alucinar con la poesia
urbana para sentirse mas que moderna. Criada en los influjos de
la poesia y el arte populares sudamericanos, nuestra historia y
nuestra cultura no se le segmentaban en etapas que se opusieran
entre si; a la inversa, se tramaba allf una urdimbre, una comple-
mentariedad entre las creencias primeras llamadas primitivas por
el pensamiento lineal y dominante y un desarrollo tecnolégico
ultimo, elevado a una categoria mitica por esa misma visién de
las cosas. Un camino, sin embargo, expedito de recorrer para esta
poeta desde el mundo precolombino al mundo contemporineo,
pues ambos son puestos en un mismo nivel de conocimientos, el
uno con su sabiduria y el otro con su ciencia. Un hilo comunica-
tivo, que Cecilia Vicufia construia con la imagen del hilo de agua
proporcionado por la madre naturaleza y por la imagen de los
hilos de lana que mueven las tejedoras, imagenes muy mujeriles
y muy andinas, de las que tanto se ha hablado. Y, en esto, creo, en
lo que conozco, cercana y acompafiada mas que de postulados,
narraciones de sus mujeres sabias, artistas, y poetas como
y Snyder y Jerome Rothenberg, entre otros, aquellos relacio-
con lz
Ga
nados con los valores mas antiguos de la tierra, cuando el ser227
humano despertaba a lo que seria su historia, su conocimiento y
desconocimiento de si mismo.
Entonces no fue extrafio, observar a Cecilia Vicufia, cada
vez que retornaba circunstancialmente al pais y por breve perio-
do, que buscara el mismo lugar en donde permanecer y alojar:
una habitacién con una ventana y un balcén orientado hacia
el cerro El Plomo, cuna del rio Mapocho. A veces me parecia
que era tan intenso ese abocamiento y la emocién que percibia,
que en concreto me resultaba indescriptible. Siempre estaba en
relacién con ese lugar, caminando y escalando cerros aledafos
desde donde ofrecer un saludo al apu para, la cima del cerro en
el que se encuentra el centro ceremonial incaico, y sus misterios
milenarios. Como también, a la hora mas temprana, cuando to-
davia no rayaba el sol en los Andes, hallar a Cecilia Vicufia vuelta
hacia ese punto en meditacién. Ocurria que asi como el cerro
El Plomo era un posible adoratorio de una deidad solar incaica,
y por lo mismo un lugar sagrado, también lo habia sido para la
poeta ya que su iniciacién en el oficio, provenia de esas cumbres,
de aquellos afios adolescentes, cuando mirando en esa direccion
logré aprehender la composicién atémica de las palabras y sus
enlazamientos. Porque podremos establecer nexos, guifios, 0
paralelos estéticos, por ejemplo, entre la exhibicién de su obra
“Otofo” (1972) —las hojas que llenaron una sala del Museo de
Bellas Artes- y la instalacidén, por ejemplo, de Walter De Maria
con “Earth room” (1968) —una sala de una galeria llena de tierra—
pero se hard imprescindible establecer que por debajo de aquello
se desbordan conexiones raigales con el rio, y el origen del rio y
todo el entorno: las hojas de los arboles recogidas en su ribera,
la tierra misma y los lazos familiares con el Museo, parte ademas
de una historia personal, que son su precipitacién y penetracién
en la carnalidad de las acciones poéticas en las que arte y vida
cotidiana son anudadas.
Pues bien, Cecili
Vicufa preparaba la inauguracién de su
exposicin AURAL, en la galerfa Patricia Ready situada al borde228
del rio Mapocho en Vitacura —zona alta de la ciudad— para el 12
de abril del afto 2012. AURAL recogeria tres textos —digital, au-
ditivo y visual— relacionados con el nifio sacrificado y enterrado
en esa delicada zona de hielos del cerro El Plomo donde afloran
los manantiales del rio que nos abastece, Con sorpresa para mi,
ocho ho-
pues no lo esperaba, aproximadamente unas cuarenta )
ras antes de la apertura de la exposicién, Cecilia comunicé que
haria un “ritual” en el rio, lindante a la galeria e invitandonos
a él. Tendrfa lugar a una hora determinada pero el espacio de-
bid ser corregido porque no encontraba, creo, un acceso, alguna
rampa que condyjera a la orilla. Aquello no era extrafio: el rio ha
sido, en las intervenciones que ha sufrido, encajonado, alejado
de los habitantes. Sus cercanos, los que bajan hasta su lecho para
dormir entre ratones y desperdicios, que no es precisamente ha-
bitar, son aquellos que no tienen habitacién ni filiacién, los que
el lenguaje coloquial moteja de ratas; son los perseguidos y los
excluidos, los NN de la ciudad. Entonces, ese cajén que se ha
construido para el rfo es porque ya se tiene una intuicién de que
el Mapocho esta bajando muerto, viene confinado y que es ya rio
sonado. Cierto es, que en el tiltimo tiempo se han estado levan-
tando muchos puentes pero son para pasar el rio, dejarlo atrds,
no para mirarlo en lo que significa entregarle una mirada a algo,
Se le empieza a descubrir “potencialidad” que es como decir que
puede llegar a ser otro buen negocio pero sigue manteniéndose
en la categoria de obstéculo y nosotros, los chilenos, los obsta-
culos no los enfrentamos, los negamos y les damos la espalda.
Le tememos a todo aquello que pueda herir nuestra memoria,
tanto es asi que ni siquiera queremos oir esa corriente en su bati-
miento de aguas y quizds eso tenga una reciente explicaci6n que
s6lo puede ser la actualizada con razones mas profundas. La mas
proxima es que después de 1984, aito de una feroz inundacin
que caus6 panico en el sector residencial alto no acostumbrados a
los desastres de las aguas-lluvias y que, por otra pa
te, son el pan
de cada invierno en los sectores bajos, el Mapocho fue condenado329
sin apelaciones y el disefio urbanistico se las arreglé para que ya
no nos tocéramos con él porque si algo no serfamos nunca era
por cierto mapochinos.
Ubicado por fin un lugar posible para el cumplimiento de
este “ritual” y en antecedentes de que no serfamos sorprendidos
por lluvia alguna, pronosticada para la primera semana de ju-
nio, aquella tarde nos dirigimos a explorar la ribera norte con
el pequefio grupo que habia llegado a la cita. Estaban junto a la
poeta sus habituales acompafiantes, los musicos del conjunto La
Pichimuchina con sus instrumentos; los padres de Cecilia y una
tia; un cineasta, un videista y un pufiado de observadores conta-
dos con una mano. La poeta tomé la delantera y encontré una
pasada hechiza en la cerca levantada por una empresa disefiadora
de jardines que aplanaba el lugar y que buscaba que NO se pa-
sara hacia esa faja polvorienta. No obstante, se logré llegar a la
orilla y vimos a tres 0 cuatro metros mas abajo la hoyada seca con
algunos pozones de agua estancada y basura por doquier, las que-
ridas basuritas de Cecilia, quien con agilidad de experimentada
escaladora descendié por la muralla enmallada de los gaviones;
también lo hicieron los participantes de La Pichimuchina con
sus instrumentos autéctonos y los que harian los registros visua-
les, En minutos, sin detenerse a observar el lugar, los mtisicos
comenzaron a sacar sonidos de las flautas, trompe, sonajas, es
decir, a mover carrizos y semillas, cueros y tripas y Cecilia a verter
en la tierra el agua que llevaba y a dejar
caer en las pozas vellones
de lana cruda. Ahi estaba con un sonido en los labios, ininteligi-
ble para quienes permanecfamos en lo alto, y la vimos integrarse
al movimiento circular del grupo desde donde nos llegaba una
muisica que yo la recibi como plafidera y pigmentada con un
remanente audible humano y resoplante. La danza estaba pues
efectudndose sobre el lecho seco del rio y asi, como la camara del
video nos mostraria con posterioridad que el vell6n de lana lucia
al
como un pez, quizds pudiéramos decir que ese arrullo musix30
y vocal, un oido més interno y total hubiese podido percibirlo,
conjeturo, como undisono.
3Era lo que presencidbamos, performance o ritual? Sabemos
que la poeta ha hecho uso de manera indistinta de ambas pala-
bras en sus intervenciones y, para cualquier poeta, en especial
para Cecilia las palabras podran ser sutiles pero no anodinas.
Esta marca desigual en el lenguaje, creo, se generaria cuando ella
intenta reparar el tejido conectivo desgastado o concretamente
inexistente entre las cosas. Es en las situaciones especificas que las
palabras adquieren sus matices; en algunos momentos pareciera
que hay una inclinacién desacralizadora que pone la interven-
cién en la vereda del arte y en otros un movimiento contrario
que pone lo ejecutado muy cerca de una sacralidad. Y si sacraliza-
cién y desacralizacién son opuestos en la temporalidad histérica
del desarrollo del arte, en la urdimbre de Cecilia dejan de serlo,
por un expediente que no tiene ya que ver con esa logica comuin.
Pues bien, lo que escuchébamos y veiamos que ocurria en
el lecho seco del rio Mapocho era una de esa
cificas; un pequefio momento tenue, casi secreto, uno de esos
arredramientos que han caracterizado a la poeta y que es el punto
situaciones espe-
en que habiendo dado un paso atrés, no es otra cosa que una
toma de fuerza para dar el paso adelante; es decir, el punto don-
de aquello diseccionado y separado por las clasificaciones y las
analiticas de los estudios, 0 arrebatado por las pasiones y el poder
vuelve a adquirir la fuerza de su origen, con un guién diriamos
ahora que se estd escribiendo en el acto. Es el impulso por encon-
trar un pasadizo que permita reconstituir una totalidad perdida
en esta humilde ceremonia, apéndice del acto central. O quizas
fuera una pura ensofacién, un aunamiento de deseos, donde
a borbotones concurren las imagenes visuales y fénicas de un
caudal bajando incontenible por las quebradas con su canto de
aguas, su danza de ondas y un velo de humedad flotante. Por
qué no decir un rio con voz?>
Desde abajo (para los que nos mantenfamos en el borde)
seguia elevandose un rumor de misicas persistentes que reunian
voz humana e instrumental como una sola madeja todavia hilada
con insuficiencia para el oido de los presentes. Discurri que quiza
toda esa re:
onancia no nos estaba dirigida, no nos encerraba y
que en ese lugar los sonidos se abrian a perseguir otro tiempo;
aquel en el cual las estaciones del ano traian un compromiso, sig
nos, y “abril lluvias mil” era un dicho que hablaba de un entendi-
miento con la naturaleza y esta con la leyenda del ni
en la cuna de las aguas del Mapocho. Si en un tiempo arcaico el
mito era el encargado de seftalar los caminos de la subsistencia
congelado
para su comunidad, en ese hoy del 12 de abril, ese casi secreto
acto poético se ligaba a la vida cantandole al agua ya ausente del
rio sin la cual la subsistencia de la ciudad de Santiago se veia ame-
nazada. No olvidemos, lo comtin que era para la antigua poesia
gtiega identificar sus ciudades por el nombre de sus rios.
También ahi en ese movimiento danzante se rememoraba el
tiempo inicial de la poesfa occidental, en la Grecia remota, donde
la palabra, la musica y la danza no se habian separado todavia
buscando poderes diferentes y eran un solo cuerpo actuante. Se
lo celebraba ac4 en forma mapochina, llena de sentimientos ver-
naculos y aceptando las multiples tradiciones culturales que son
del espiritu de Cecilia Vicufa'.
1 Debo consignar, que al dia siguiente por la tarde, sorpresivamente, nubarrones
cubrieron Santiago y se precipité una lluvia furiosa. Meteorologfa no alcanzé a
comunicar: agua va. El volumen de agua que llevaba el Mapacho era invernal, de
lado a lado raspaba ambas riberas y se lo agradecimos. Cecilia Vicufia se vio en
la obligacion de concurrir al lugar. También es importante anotar que hace unos
dias, los municipios de Santiago y Providencia en conjunto, decidieron abrir para
los ciudadanos, las puertas al rio.