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DIALOGOS 4 A OBRAS DE CREACION Y CRITICA LITERARIA ——— recientemente aparecidas En ‘Letras Mexieanas" Obras completas de ALFON: Tome XVi. "Religion a1 (al. especial, 618 pp. Emp.) eae ‘Tres lhros de JULIO TORR! “ensayee y poemas". “De ‘fuslamientes”. “Prosas disperse (ol. especial. 184 6. Emp.) a Poesia de JOSE GOROSTIZA “Notas sobre Poesia. “Canciones para cantar en las barcas™. “Da poema ftustrado”."Muerte sin fin", (ol, especial. 162 pp. Emp.) i La poquetia edad, LUIS SPOTA (Novela. No. 77. 525 pp, Emp.) os errores, JOSE REVUELTAS ‘@ovela, No. 78, 384 pp. Emp.) NDO0 0 Misica concreta, AMPARO DAVILA (Cuentes. Na, 78. 150 pp. Emp.) * Enta ‘Biblioteca de. Breviartos’’ Ponsia de nuestro tiempo, J. M. COHEN * (No. 171, 368 pp. Emp) t En "'Golecolén Popular’ a El cuenta hispancamericano (Antetogia eritiestlstérica) Soieccién, prologe y notes de 8. MENTON. (io, 51. 2 vols. $54 pp.) fj | Pedro Péramo, JUAN RULFO | (Novels. 6a. €4, No. 58. 130 pp.) Sb En todas as librerias y an Ave. Uni ESTE NUMERO: Octavio Paz Roger Caillois Mario Vargas Llosa Ali Chumacero José Bianco Elena Garro Homero Aridjis Tomés Segovia Gorgias Epigrafe, 2 Tumba del poeta, 3 En busea de lo fantastico en el arte, 5 La casa verde, 7 La imprevista, 11 Recuerdos de Borges, 12 Qué hora es? 18, Perséfone, 24 Abro mi alta ventana, 25 EL ETERNO RETORNO: Elena de Troya no tuvo la culpa, 26 LAS ARTES Tamayo, Moore, Varo, Atl, Cuevas, 27 TEATRO: gCritiea 0 crisis? 30 LECTURAS: de Torri, Golding, Reyes, Garcia Ascot, Gareia Ponce, Rubert de Ventés, 31 Noticias, 35 COLABORADORES, 37 Galerias, 37 Correo, 38 Vifietas de JUAN SORIANO Portadé: Mujer en la noche de RUFINO TAMAYO DIALOGOS REVISTA BIMENSUAL LETRAS “) ARTES VOLUMEN I, - NUMERO 1 NOVIEMBRE -DICIEMBRE/ 1964 Registro en trémite. EES Direccién: Enrique P. Lépez, Ramén Xirau. Redatecién: . José Emilio Pacheco Administracién: Alicia Keesling Asistente de Direcoién: José Maria Sbert a aeaeel Correspondencia, suseripeio- nes y canje: Insurgentes Sur 594 - 302 México 12, D. F., México Precio del ejemplar: en la Repa- blica Mexicana $ 5.00, cinca pe- ses, moneda nacional. Otros paises: $ 0.50, cineuenta centavos de, délar, Suseripeién anual: en In Repibli- ca Mexicana: § 25.00 pesos, moneda nacional. Otros paises: $ 3.00 délares, COLABORACION SOLICITADA Impreso en México: LaBREn{A BADERO 5. A. EPIGRAFE Nance se ha hablado de la comunicacién como en nuestros dias. El hecho es sintomético puesto que solemos hablar de aquello que carecemos y deseamos, Didlogos pretende darse cuenta de esta carencia y de este afin. Como Jo indica su propio nombre, Didlogos quiere ponerse al servicio de una auténtica comunicacién entre personas y emplea, desde un principio, la palabra persona para indicar con ella que la comunicacién a que aspira es libre. También el desacuerdo. Una conversacién hipotética en la cual todos los participantes hablarén al mismo tiempo mediante las mismas palabras seria una especie de mutismo a voces. La concordia no es nunca identidad: es auténtica colaboracién matizada; es, precisamente, didlogo. Por lo dicho debe quedar claro que Diélogos no quiere imponer ningin punto de vista. Lo que se propone es que los escritores y los artistas hablen. Es asi que Didlogos pertenece a una generacién. Colahorarén en la revista maduros y jévenes y en sus paginas podrén oirse las palabras de hombres muy antiguos cuya actualidad es a veces més real que la de los modernos. Didlogos cree en la necesidad de abrir sus puertas a escritores de todas las nacionalidades; cree que esta necesidad es, en nuestros dias, una obli- gacién. Cree, sobre todo que junto a la natural colaboracién de autores mexicanos —el diélogo empieza en casa— es ya indispensable Ja colabo- raci6n asidua, mimero a mimero, de escritores de Hispanoamérica. Es hora de conocernos; es hora de renunciar a falsas lejanias y a falsas barreras geograficas. Que los eseritores de México, de Hispanoamérica, de Espafia, de Euro- pa, y de los Estados Unidos, de Jas nuevas naciones del mundo vean en Diélogos por lo menos una habitacién de su casa counin. Niel grito ni el silencio. Didlogos, como una vez més Io indica su titulo, se ofrece a la Palabra. Lugar de comunidad entre los eseritores, aspira a ser el puente necesario entre quien eseribe y quien lee. También del lector, esperamos el didlogo. Nada podré servimnos como su consejo, su comen- tario, su advertencia, Diseutir, conversar, distinguir, reflexivamente: esto es, dialogar. “_ tumba del poeta OCTAVIO PAZ E] libro El vaso El verde oscurameute tallo El disco Y la bella durmiente en su lecho de misica El reloj el libro el vaso Las cosas anegadas en sus nombres Decirlas con los ojos En un alld no sé dénde Y en ese espacio nulo Clavarlas Lémpara lépiz retrato Esto que veo Clavarlo como cruz Como un templo vivo Plantarlo . Como un bosque que babla Como un dios Coronarlo con un nombre . . Inmortal Invisoria corona de espinas jLenguaje! El libro el vaso Arrancarlos del suefio de su nombre El tallo y su flor inminente La flor sin nombre Sol - sexo - sol La flor sin sombra Decirlas Pastor de nombres En un alla sin donde Como la luna en la estepa Se abre Como el borizonte Se despliega La extensién inmaculada Sin nombre Sobrehaz Transparencia que sostiene a las cosa: Suspensas en sf mismas La mesa Se ahinca en su ser obstinado El libro se obstina Cada cosa se ahinca En su espesor caida Mundos Selvas andantes de astros Marea Almas errantes que busean un cuerpo Fugaces palacios del viento y el fuego y el hielo, Milenios de arena cayendo sin término Entre los escombros de sus nombres Resucitan Todos los tiempos del tiempo Ser Una fraceién de segundo Lampara lapiz retrato En un aqui no sé donde Yo soy el fin de su pasién Yo soy su nombre Donde acaban comienzo Otra historia comienza eoumigo No mia Un nombre Comienza Asirlo decirlo plantarlo Como un bosque pensante Encarnarlo Un linaje comienza En un nombre Un adén Como temple vivo Nombre sin sombra Clavado Como un dios En este espacio nulo iLenguaje! Acabo en su comienzo En este que digo acabo Ser Sombra de un nombre instanténeo En este aqui sin donde Nunca sabré mi desenlace en BUSCA de lo FANTASTICO en el ARTE [PReFActo A UNA oBRA FUTURA] ROGER CAILLOIS ME 2 iente atrafdo, por ot misterio. Tsto no signi- fica que me abandone complaciente a los en- cantos de los cuentos de hadas, 0 a la poesia de lo maravilloso, La verdad es muy distinta: no me gusta no entender, Io cual es muy diferente de guster lo que no se entiende; sin embargo, las dos actitudes se acer- can en un punto muy preciso que es el encontrarse como si'nos imantase lo indescifrado. La semejanza no va mis lejos, ya que en vez de estimar, desde un principio, lo indescrifrade-indescifrable y permanecer en asombro satisfecho, lo tomo, al contrario, para descijrarlo, con al firme propésito de legar, si puedo, de un modo o de otro al fondo del enigma. Al bojear las obras consagradas al arte fantistico, me ba sorprendido, una y otra vez, comprobar hasta qué punto sus autores aceptan fécil, por no decir perezosa- mente, asombrarse ante las imagenes que reiinen, y que en su mayor parte, no son en lo absolute asombrosas, por poco que uno se tome el trabajo de restituirlas a su contexto, o de situarse en la intencién del artista; la cual puede ser, precisamente, el asombro barato o la simulacién del misterio. Aumenta mi perplejidad el que, en una superficie ese a todo ampliada caprichosamente hasta sbarcar mis 0 menos cuanto contraria cn cualquier forma el buen sentido sumario o la representacién fotogréfica de la realidad, falten invariablemente las obras que, por mi parte, veo como las més impregnadas de un misterio difcilmente reducible a una rareza local, a un dato desconocido 0 a una decisién premeditada, Me puse a reflexionar sobre una diferencia de apre- ciacién que no dejé de sorprenderme. Acumulé las sorpresas. Qué la Alegoria del Purgatorio de Bellini fuese casi siempre descartada, me parecié poco com- prensible; y casi inverosimil el deserédito en que esta- ban Chisi y Raimondi. Y acabé de turbarme que de Jerénimo Bosch; no beyan logrado fama —a excepcién de Las Bodas de Caanén, secrétamente extrafias—, mis que las diabluras ostensibles, en verdad ingeniosas, pero te todo mecinicas, una vex admitido el principio del jerto y de la hibridacién sisteméticas. Tal fue el punto de partida de mis reflexiones. De- cidido a ir basta el extremo de mis preferencias, para mayor claridad me impuse por primer regla descartar Jo que Iamo lo fantéstico decidido; es decir, las obras de arte ereadas expresamente para sorprender, para desconcertar al espectador con la invencién de un uni- verso imaginarie, magico, donde nada ocurra ni se presente como en el mundo real. Asi, aparté lo fantis- tico voluntario y forzado, con la certeza de que lo fan- tastico resistente, auténtico, casi no podia nacer de la simple decisién de pintar, e toda costa, obras adecuadas para el desconcierto. No precisaba heber sido resultado de un juego, de nna apuesta o de una estética, Convenia que surgicra, por asi decirlo, a pesar del obsticulo, sin duda con Ia complicidad y por a mediacién del artis. la; pero casi forzando en él la inspiracién y la mano; en ciertos casos extremos, sin que se diera cuenta el mismo artista, No me detuve en tan buen camino; inmediatamente repudié lo jantéstico por institucién, es decir lo mara- villoso de los cuentos infantiles; de las leyendas y de la mitologia pindosa de las religiones y las idolatrias, los delirios de la demencin y hasta la fantasia decidida, Eso significaba rechazar, de golpe, la casi totalidad de Ja escultura y la pintura aceptadas. Negué alegremente los fetiches y las mascaras de la etnografia, los demonios libetanos, los avatares de Vishnu, las magias inextrin- cables de las epopeyas indias. Igualmente renuncié a Jas tentaciones de los amacoretas, a las danzas macabras medievales, a los triunfos de Ja muerte, a los suplicios del infierno o de los infiernos, a los esqueletos que surgen en el espejo de las jévenes preocupadas por lo efimero de su belleza, a los aquelarres presidides por el Macho Cabrio y a las brujas cabalgando su escoba; en una palabra, renuncié 2 toda 1a moneda corriente de Ia credulidad y' aun de la fe. Llegué a descartar hasta Ia extrafieza que deriva de las costumbres vigentes o de las creencias admitidas en cualquier Iatitud lejana o préxima, en cualquier Gpova, terminada o presente, Efectivamente, esas ilus- traciones, devueltas a su contexto, forman parte: del lote de las imagenes generalmente aceptadas, y nada tienen de fantésticas. Esta severidad, que se estiniaria casi presa de un vértigo, se explica por el hecho de que, para imi, lo fantéstico significa, por principio, inquietud y tuptura, Al mismo tiempo, acaricié el sueiio, irrazo- nable, de lo fantistico permanente y universal, En fin, mayor razén sin duda, lo fantastico me parece salir mas que del tema, de la manera de tratazlo. Con respecto a las fabulas de las mitologias o los 5 misterios de las religiones, a decir verdad, no los creo en si mismos fuentes bastantes de Ia intrusién fantéstica, precisamente porque le maravilloso esté instalado en ellos por derecho divino, y por naturaleza, todo resulta alli prodigio o milagro. Me parece, no obstante, injusto ¥> de becho, inexacto negarse a admitir que un elemento extrafio o rebelde pueda llegar a incorporarse a ellos y ogre, de algiin modo, desnaturalizarlos de su cardcter sobrenatural. Entonces, se abre la fisura, la dislocacién la contradiccién, por las cuales se manifiesta de ordi- nario la ponzosia de lo fantéstico. Cualquier cosa insélita © inadmisible se encuentra introducida paradé- jicamente, en esos universos libres, sin regularidad ni leyes naturales, Por consiguiente, senti un placer particular ante ciertas ilustraciones de las Metamorjosis de Ovidio y algunas obras de inspiracién religiosa de Nicola dell’Abbate y de Jacques Bellange, particularmente, en las que el tema estaba como contradicho por la manera de tratarlo. Igualmente, entre tantas brujas, di mi preferencia a las de Baldung Grien, que son simples mujeres desnudas aunque retoreidas por extrafios sobresaltos, desprovistas por lo dems de los accesorios rituales, salvo el pebo- tero maléfico, y que forman un grupo en que el hilito de la magia naciente sélo es revelado por I invisible tempestad que alisa las cabelleras. Por contraste con esas frenéticas desvestidas retuve la fiera, imposible Circe de Dosso Dossi, majestuosa y teatral en sus ata- vios de sullana, antorcha y grimorio en mano; junto a lla, el ave posada on la armadura vacia y el perro pensativo, intimidado, liigubre, que se esfuerza por pa- recer tranquilo. Del mismo modo, entre las milltiples Tentaciones de San Antonio, contemplé con mayor simpatia la de Pa- tenier, en que el ermitafio es presentado como un timido burgués al que se dirigen tres resueltas muchachas, bien vestidas y todavia mejor intencionadas. No son de nin- gin modo impidicas, y si no fuera por la alcahueta que las impulsa, no se comprenderia que el santo se mostrase tan asustedo. En este campo sonriente, tan lejos de las grutas pobladas de murciélagos, donde otros pintores situaron a menudo In tentacién, lo sobrenatural no aflora sino por los detalles que escapan a la primera mirada, Como puede advertirse, antes que lo fantastico declarado, busqué decididamente lo fantéstico discrete, insidioso, latente, Por las mismas razones, tengo en particular estima el Arca de Noé que ilustra una de las numerosas obras del padre Athanase Kircher, gran maestro ignorado en este imperio de lo insdlito. Ante el angar flotante, junto fa las cumbres, enmedio de las grutas, entre despojos de hombres y de caballos, agonizan peces monstruosos, bicéfalos, 0 con Jos ojos circunseritos de pétalos de cruciferas, sumergidos también por la irresistible inun- ¥ como sofocados por la abundancia de su propio elemento. Lo horrible es que parecen evitados per la luvia, cuya cortina de aterradoras nubes tormen- tosas, se deliene misteriosamente ante el aterrado con- 6 junto que forman tales deshechos. No sofiamas que el Diluvio debié de haber destruido hasta a los seres ncud- ticos, Al mismo tiempo, me demoré en el problema que plantea la alegorfa, de la cual toda una escuela, si no toda una generacién, tuvo intenciones, hacia finales del Renacimiento, de hacer un lenguaje total, capaz de reemplazar felizmente por una intuicién instanténca, la necesaria sucesién de palabras e ideas on el discurso. Se trataba nada menos que de poner un término, por virtud de la imagen, a las bumillantes servidumbres del alfabeto. Era una extravagancia, mas por ese subler- fugio, se propagé un movimiento del espiritu de que nacié, ademis, lo fantéstico. Los emblemas de la alqui- mia me parecen, desde este punto de vista, un terreno elegido para Ia misién de expresarse mediante figuras que pretenden ser algo més que ilustraciones. Sin perder de vista mi intencién inicial: formular una definicién precisa de lo fantistico y de lo que es capaz de justificarlo, continué reuniondo, para forta- Jecer mi argumentacién, documentos muy diversos que a menudo el solo azar me ha hecho conocer. De prefe- rencia, los tomé, no sin espiritu de provocacién, de donde menos podia esperarse encontrarlos; de obras ciontifices por ejemplo, Formé poco a poco una colec- cién de obras, al fin tan peligrosamente variadas como Jas que al principio me habian convencido de que la nocién de To fantistico, tal como surge de los estudios en su honor, era poco mas o menos incomprensible, si no enteramente negativa, Estoy a punto de caer en el mismo error que he reprochado, y lo que es més, con conocimiento de causa, sin poder alegar que no estoy advertide. Invoco, sin embargo, dos excusas para eoli- citar el perdén: Ia primera es que me aventuro en un dominio poco explorado, al menos bajo este angulo, y que desdefiando los caminos trillados y las obras cata- iogadas, reiino un expediente personsk, y por consi- guiente, es cierto, parcial y arbitrario, pero nuevo en gran parte. Mi segunda excusa es que en vez de am- pliar y diluir al extremo la nocién de lo fantéstico, hasta abarcar todo lo imaginario y ain mas, como me he dado cuenta que es peligroso hacerlo, trato, multiplicando los ejemplos incluso disparatados, pero bien situados en el tiempo y en el espacio, si no en la intencién, de circunscribir un reducto central, lo mas estrecho posible. No busco anexar sino excluir, un poco como el afi. cionado depura su coleccién, a medida que se vuelve mas exigente o restringe su campo. Siento Ia tentacién de limitarme a describit meticulosamente ese tenay resi- duo: algunas obras comentadas, menos por sf mismas que por ser las mis adecuadas para manifestar los moti- yos de una predileccién acaso en su origen instintiva, pero répidamente razonada y fortificeda en su per- juicio inicial. No obstante, bien sé que mo Ilegaré, y que, distraido como soy, no podré hacer resistencia al gusto de deducir una teoria. (Traduccién de J.E.P.} La casa verde MARIO VARGAS LLOSA “Ce lien de perdi fantastique. On le désignait par des pe Fipkrases: | “D'endroit que vous savez, une certaine rue, an bas des Ponts”. lermiéres des alentours en tremblaient pour leurs maris, les bourgecises le re doutaient pour leurs Bornes, parce que la cuisiniére de M, le souspréfet y avait été surprise; et était, bien entendu, Pobses- sion secréte de tous les adolescents”. Custave Pravoent vp asi QUE, nacié la Casa Verde. Su edificacién demoré muchas semanas, porque los tablones, las vigas y los adobes debian sor arrastrados desde cl otro limite de Ia cindad y las mulas alqniladas por don Anselmo andaban lastimosamente por el arenal. El tra- bajo se iniciaba en las mafianas, al cesar la Huvia seca, y terminaba al arreciar el viento. En la tarde, en la roche, el desiorto englutia los cimientos y enterraba las paredes, las iguanas rofan los maderas, los gollinazos armaban sns nidos en la incipiente construccién y, cada majiona, habia que rehacer lo empezado, corregir los planos, reponer los materiales, en un combate sordo que fue subyugando a la ciudad. “ZEn qué momento se daré por vencido el jorastero?”, se proguntaban los vecinos. Pero transcurrien los dias y don Anselmo, sin dejarse abatir por los percances, sin contagiarse por el pesi- mismo de conocidos y de amigos, seguia desplegando una asombrosa actividad. Dirigia los trabajos semides- nude, la maleza de vellos de su pecho himedo de sudor, Ja boca Wena de euforia; distribuia eafiazo y chicha a los peones y él mismo acarresba adobes, clavaba vigas, iba y venia por la ciudad azuzando a las mulas, sin demostrar fatiga. Y un dia los piuranos admitieron que don Anselmo venceria, al comprobar que al otro lado del rio, frente a la eiudad, como un emisario de ella, se alzaba en cl umbral del desierto, un esqucleto do madera y de tierra cocida, sélido, invicto. A partir de entonces, el trabajo fue rapido. Las gentes de Cas- tilla y de las rancherias del Canal, venian todas las mafianas a presenciar las labores, daban consejos y, a ‘veces, esponténeamente, echaban una mano a los peones, Don Anselmo ofrecia de beber a todo el mundo. Los ‘iltimos dias, una atmésfera de feria popular reinaba en torno a la obra: chicheras, fruteras, tamaleras, vende- dores de quesos, dulees y refrescos, acudian a ofrecer su mercancia a trabajadores y curiosos. Los hncendados hhacian un alto frente ala obra y, desde sus cabalga- duras, dirigian a don Anselmo palabras de estimulo. Un dia Chapiro Seminario, el poderoso agricultor, re- gal6 uni buey y una docena de eéntaros de chicha y los eones prepararon una gran pachamance. Cuando la ‘casa estuvo edificada, don Anselmo dispuso que fuera integramente pintada de verde, Hasta los nifios reian a carcajadas al ver cémo esos muros se cubrian de una piel esmeralda donde se estrellaba el sol y retrocedian reflejos escamosos. Viejos y jévenes, ricos y pobres, hombres y mujeres, bromeaban alogremente por el capri- 7 cho de don Anselmo de pintarrajear su vivienda de tal manera, La bautizaron de inmediato: “La Casa Verde”. Pero no sélo los divertia el color, también su extrava- gante anatomia. Constaba de dos plantas, pero la infe- ior apenas mereeia ese nombre: era un espacioso salén de atmésfera cortada por cuatro vigas, también verdes, que sostenian el techo y, junto a él, un patio descubierto, tapizado de piedrecillas pulidas por el rio y cercado de un muro circular, alto como un hombre, La segunda planta comprendia seis cuartos minisculos, alineados ante un corzedor con balaustrada de madera que sobre- volaba el salén del primer piso. Ademis de la entrada principal, la Casa Verde, tenfa dos puertas traseras, una eaballeriza y una gran despensa, En el almacén del espaficl Eusebio Romero, don An- selmo compré esteras, lamparas de aceite, cortinas de colores Iamatives, muchas sillns. Y una maiiana, los dos carpinteros de la Gallinacera amumeiaron: “Don Anselmo nos encargé un escritorio, un mostrador igua- lito al de ‘La Estrella del Norte’ y jmedia docena de camas!” Entonces, don Eusebio Romero confeso: “¥ a mi me compré en secreto seis lavadores, seis espejos, seis basinicas”. Una especie de efervescencia gand todos os barrios, una rumorosa y agitada curiosidad. Brotaron las sospechas. De casa en casa, de salén en salén cuchicheaban las beatas, las sefioras miraban 1a sus maridos con desconfianza, los vecinos cambiaban sonrisas perplejas y, un domingo, en la misa de doce, el Padre Garcia afirmé desde el pilpito: “Se prepara una agresién contra la moral de ia ciudad”. Los piuranos asaltaban a don Anselmo en plena calle, le exigion ha- blar. Pero era initil: “Bs un secreto, les decia, regoci- jado como un colegial; un poco de paciencia, ya sabran”. Indiferente al revuelo de los barrios, seguia viniendo en las mafianas a “La Estrella del Norte”, y hebia, bro- meaba, y distribuia brindis y piropos a las mujeres que cruzaban la Plaza. En las tardes se encerraba en la Casa Verde, « donde se habia trasladado después de re- galar a Melchor Espinoza, un cajén de botellas de pisco ¥ una montura de cuero repujedo. Poco después don Anselmo partié. En un caballo ne- gro, que acababa de comprar, abandoné la ciudad como habia Wegado, una mafiana al alba, sin que nadie lo viera, con rumbo desconocido. Se ha hablado tanto en Piura sobre la primitiva Casa Verde, esa vivienda matriz, que ya nadie sabe con exacti- tud cémo era realmente, ni los auténticos pormenores, ee su historia. Los supervivientes de la época, muy pocos, se rollan y contradicen, han acabade por confundir lo que vieron y oyeron con sus propios embustes. Y los intérpretes estin ya tan decrépitos, y es tan obstinado su mutismo, que de nada serviria interrogarlos. En todo caso, la originaria Casa Verde, In mitica, ya no existe, Hasta hace algunos afios, en el paraje donde fue levantada —la extensién de desierto limitada por Cas- tilla y Catacaos— se encontraban pedazos de madera y objetos domésticos carbonizados, pero al desierto, y la carretera que construyeron, y las chacras que surgieron 8 por el contorno, acabaron por borrar todos esos restos y ahora no hay piurano capaz de precisar en qué sector del arenal amarillento se irguié Ia Casa Verde, con sus Iuces, su miisica, sus risas, y ese resplandor diurno de sus paredes que, a la distancia y en las noches, Ja sonvertia en un cuadrado, fosforescente reptil. En las historias mangaches se dice que existié en las proximi- dades de la otra orilla del Viejo Puente, que era muy grande, la mayor de las construcciones de entonces, y que habia tantas lamparas de colores suspendidas en sus ventanas, que su luz heria la vista, tefia In arena del rededor y hasta clumbraba el puente. Pero su virtud principal era la miisica que, puntualmente, rompia en su interior al comenzar la tarde, duraba toda la noche y se ofa desde In misma catedral. Don Anselmo, dicen, recorria incansablemente las chicherias de los barrios, y aun las de: pueblos vecinos, en busca de artistas, y de todas partes traia guitarristas avezados, tocadores de. cajén, rascadores de quijadas, flautistas, meestros del bombo y la corneta, Pero nunca arpistas, pues él tocaba ese instrumento y su arpa presidia, inconfundible, 1a miisica de la Casa Verde. —Era como si el aire se hubiera envenenado —decian las viejas del Malecén—. La miisica entraba por todas partes, aunque cerrdramos puertas y ventanas, y la ofa- mos mientras comiamos, mientras rezdbamos y mientras dormiamos. —Y habia que ver cémo cambiaban las caras de los hombres al oirla —dicen las beatas ahogadas en velos—. Y habia que ver cémo los arrancaba del hogar, y los sacaba a la calle y los empujaba hacia el Viejo Puente. ~Y de nada servia resar —decian las madres, las esposas, las novies—, de nada nuestros Uantos, nuestras stiplicas, ni los sermones de los Padres, ni las novenas, ni siquiera los trisagios. —Trenemos el infierno a nuestras puertas —tronaba el Padre Garcia—, cualquiera lo veria, pero ustedes estén ciegos, Piura es Sodoma y Gomorra, —Quizé sea verdad que la Casa Verde trajo la mala suerte —dicen los viejos, relamiéndose—. Pero hay que ver lo que-se disfruzaba en la maldita, ‘Alas pocas semanas de regresar a Piura don Ansel- mo con la caravana de habitantes, la Casa Verde habia impuesto su dominio. Al principio, sus visitantes salian de la ciudad a ocultas; esperaban la oscuridad, discre- tamente cruzaban a trancadas el Viejo Puente y se su- mergian en el arenal. Las incursiones aumentaron dia a dia, los javenes eran cada vez mas imprudentes, ya no les importaba ser reconacides por las sefioras apos- tadas tras las celosias del Malecén. En ranchos y salones, en las mismas haciendas, no se hablaba de otra cosa. Los pilpitos multiplicaban advertencias y exhor- tos, el Padre Garcia estigmatizaba la licencia con citas hiblieas. Un Comité de Obras Piss y Buenas Costumbres fue creado y las damas que lo componion visitaron al Prefecto y al Alcalde, Las autoridades asentian, cabiz- bajos: cierto, elles tenian razén, la Casa Verde era una afrenta a la ciudad, pero jqué hacer? Las leyes dictadas en esa podrida capital que es Lima amparaban ‘2 don Anselmo, In existencia de Ia Casa Verde no con- tradecia In Constitucién ni era penada por el Cédigo. Las damas quitaron el saludo a las autoridades, les ce- rraron las puertas de sus salones. Entre tanto, los adolescentes, los hombres y hasta los pacifices anci ‘se precipitaron en bandadas hacia el bullicioso y Iuciente edificio. Cayeron los piuranos mis sobrios, los mas trabaja- dores y rectos. En Ia ciudad, antes tan silenciosa, se instalaron como pesadillas el ruido, el movimiento noc- tumos. Al alba, cuando el arpa y las guitarras de la Casa Verde callabon, un ritme indisciplinado y milltiple se clevaba al ciclo desde la misma ciudad: los que regze- saban, solos o en grupos, revorrian las calles riendo a carcajadas y cantando. Los hombres lucian el desvelo en los rostros averiados por Ja mordedura de la arena yen “La Estrella del Norte” referian estrambaticas anéc- dotas que corrian de boca en boca y repetian los me- ores, —Ya ven, ya ven —decia, trémuilo el Padre Garcia—, silo falta que lueva juego sobre Piura, todos los males del mundo nos estén eayendo encima, Porque es cierto que todo esto coincidié con dess gracias. El primer afio, el rio Piura crecié y siguié creciendo, y despedazé las defensas de las chacras, mu- chos sembrios del valle se inundaron, algunas bestias perevieron ahogadas y la humedgd tid snchos sectores del desierto de Sechura: los hombres maldecfen, los ni- fios hacisn estatuas y castillos con la arena contaminada. EL segundo afio, come en represalia contra Jas maldi- ciones que le lanzaron los’ duefios de las tierras ane- gadas, el rio no entré y bubo sequia. El cauce del Piura se cubrié de hierbas y abrojos que murieron poco des- pués de nacer y quedé sélo una larga hendidura tapizada de grietas: los cafiaverales se secaron, el slgodén broté prematuramente. Al tercer afio, las plagas dieamaron las cosechas. —Estos son los desasires del pecado —rugia el Padre Garcia, mostrando el pufio a los hombres—. Todavia hay tiempo, el enemigo estd en sus venas, matenlo con oraciones. Los brujos de los ranchos rociaban los sembrios con sangre de cabrites tiernos, se revolcaban sobre los surcos profiriendo conjuros para atraet el agua y ahuyeutar Jos insectos. —Dios mio, Dios mio —se lamentaba el Padre Gar- ‘cia— Hay hambre y hay miseria y en ver de escar- mentar, pecan 'y pecan. Porque ni 1a inundacién, ni la sequia, ni las plagas detuvieron Ia gloria creciente de la Casa Verde. El aspecto de Ja ciudad cambid, sas tranquilas ca- es provineianas se poblaron, de forasteros que viajaban 4 Piura los fines de semana, desde Sullana, Paita, Huancabamba, y aun ‘Tumbes y Chiclayo, seducidos por la leyenda de Ia Casa Verde que se habia propagedo a través del desierto. Pasaban la noche en ella y cuando venfan a la ciudad se mostraban soeces y descomedidos, paseaban su borrachera por las calles como una procza, Los vecinos odiaban a estos extranjeros y para alejarlos, los provocaban y a veces surgian rifias, no de noche y en el tradicional escenario de los desafios piuranos, la pampita que esté Bajo el Puente, sino a plena luz y en la Plaza de Armas, en la Avenida Grau y en cualquier parte, Llegaron a estallar pleas colectivas. Las calles se volvieron peligrosas. Cuando, pese a la prohibicién de las autoridades, alguna de les habitantes se aventuraba por la ciudad, las sefioras arrastraban a sus hijas al interior del hogar y corrian las cortinas. El Padre Gareja salia al encuentro de la intrusa, desencajado y vociferante, los vecinos de- Dian sujetarlo para impedir una agresién. El primer afio, el local albergé a cuatro habitantas solamente, pero al afio siguiente, cuando esas pioneras partieron, don Anselmo viajé y regres con ocho y dicen que en su apogeo Ia Casa Verde llegé a tener veinte Juan Soriano . 9 habitantas. Llegaban directamente a la construccién, de as afueras, Desde el Viejo Puente se las vefa llegar, se ofan sus cbillidos y desplantes. Sus indumentarias de colores, sus pafiuelos y afeites, contrastaban con el Arido paisaje como la centelleante coraza de los crus- taceos. Don Anselmo, en cambio, si frecuentaba la ciudad. Recorria las calles en su caballo negro, af que habia ensefiado coqueterias: sacudir el rabo alegremente cuan- do pasaba una mujer, doblar una pata en sefial de saludo, ejecutar pasos de danza al oir misica. Don Anselmo babia engordado, se vestia con exceso chillén: sombreros de paja blanda con el ala caida, bufanda de sede, camisas de hilo, correa con incrustaciones de plata, pantalones ajustados, botas de tacén alto y espue- las, Sus manos hervion de sortijas. A veces se detenia a beber unos tragos en “Le Estrella del Norte” y muchos principales no vacilaban en sentarse a su mesa, charlar con él y acompafiarlo luego basta las afueras, La prosperidad de don Anselmo se tradujo en amplia- ciones laterales y verticales de In Casa Verde. Esta, como un organismo vivo, fue creciendo, madurando, hasta convertizse en fortaleza, La primera innovacion fue un cereo de piedra, coronado de cardos, cascotes, pias y espinas para desanimar a los ladrones, que en- volvia la planta haja y la ocultaba. El espacio encerrado entre el cerco y la casa fue primero un patiecille pedre- goso, luego un nivelado zaguén con macetas de cactus, después un salén cireular con suclo y techo de esteras y, por fin, la madera reemplazé a la poja, el salén fue empedrado y el techo se cubrid de tejas. Sobre la segunda planta surgié otva, pequefia, alta y cilindrica como un torreén de vigia. Cada piedra afiadida, cada teja o madera era sistemtionmente pintads de verde. El color elegido por don Anselmo acahé por imprimir al paisaje una nota refrescante, vegetal, casi liquida. Des- de lejos, los viajeros avistaben la construccién de muros verdes, diluida a medias en la vive luz amarilla de la arena, y tenian la sensacién de acercarse a un onsis de palmeras y cocoteros hospitalarios, de aguas crista- Hinas, y era como si esa lejana presencia prometiera toda clase de recompensas para el cuerpo fatigado, ali- cientes sin fin para el énimo deprimido por el bochorno del desierto. Don Anselmo, dicen, tenia su habitacién particular en cl iiltimo piso, esa angosta cispide, y que nadie, ni sus mejores clientes —Chipiro Seminario, el Prefecto, don Eusebio Romero— tenia acceso a ese lugar. Desde él, sin duda, observaba don Anselmo el desfile de los visi- tantes por el arenal, les siluctas desdibujadas por los torbellinos de arena, esas hambrientas hestiss que co- mienza a merodear alrededor de la ciudad al caer el sal. ‘Ademés de las habitantas, a Casa Verde hospedé en su buena época a Angélica Mercedes, joven mangache que habia heredado de su madre la sahiduria, el arte de los picantes. Con ella iba don Anselmo al mercado, a los almacenes, a encargar viveres y bebidas: comer- 10 ciantes y placeras se doblaban a su paso como cafias al viento, Los cubritos, cuyos, chanchos y corderos que Angélica Mercedes guisaba con misteriosas yerbas ¥ especies, legaron a ser uno de los incentivos de la Casa Verde y habia viejos cinicos que aseguraban: “sélo vamos allé por saborear esa comida fina”. ‘Los contornos de la Casa Verde estaban siempre ani- mados por multitud de vagos, mendigos, vendedores de baratijas y fruteras que asediaban a los clientes que Tegaban y salian, Los niiios de la ciudad eseapaban de sus casas en la noche y, disimulados tras los matorrales, espiaban a los visitantes y escuchaban la miisica, las carcajadas. Algunos, arafiandose manos y piernas, esca- aban el cerco y ojeaban codiciosamente el interior. Un dia (que era fiesta de guardar), el Padre Garcia se planté en el arenal, a pocos metros de Ia Casa Verde, y, uno per uno, acometia a los visitantes y los exhortaba a retornar a la ciudad y a arrepentirse. Pero ellos in- ventaban excusas: una cita de negocios, una pena que es preciso aliogar para que no envenene el elma, una apuesta que compromete el honor. Algunos se burlaban e invitaban al Padre Gareia a acompaitarlos y hubo quien se ofendié y sacé su pistola. Surgieron nuevos mitos en Piura sobre don Anselmo, Para algunos, hacia viajes relampagos y sccretos a fin de evar el dinero acumulado a Lima, donde adquiria propiedades. Para otros, era un simple escaparate de tuna empresa que contaba entre sus miembros accionistas al Prefecto, al Alcalde y a muchos hacendados. En la fantasia popular, el pasado de don Anselmo se enti- quecfa en peripecias, a diario se afindfan a su vida hechos sublimes 0 sangrientos. Viejos manganches ase- guraban identificar en él un adolescente que afios atrés. perpetré atracos eu el barrio y otros juraban: “es ua pre« sidiario desertor, un antiguo montonero, un politico en desgracia”. Sélo el Padre Gareia aseguraba: “su cer- cania es intolerable porque su cuerpo huele a azujre”. Juan Soriano, la imprevista ALI CHUMACERO Mirame asi, a la frente: deshacias en himno la apariencia semejante al suefio, y la lujuria en el sudor ardia témpanos de mal, araba en oquedades los remordimientos. Cuando con esa voz de lejanias invoeabas los.sitios, las costumbres, era tu cabellera la humedad del alma en el verano, parecida a insomnios dilatados por la ausencia. Después de ti, el asombro del pecado y la virtud donde el placer coneluye nada eran y en nada convertian el ultimo solaz, el desafio ante e] olor cansado de lo inmévil. En la conciencia un muro desvanece Ia furia, la piedad, el movimiento, y de aquellos sollozos esparcidos en medio del relémpago el fulgor de su imagen anima las tinieblas. Deja el ayer, desciibrete en mis ojos: sobre el vacio caen Jas palabras . y en su oscilar las horas resplandecen hasta tornarse en el espacio adonde asciende la mujer desconocida. lL RECUERDOS DE BORGES JOSE BIANCO IN © paste decir nada vilido en estas apresurades paginas que me solicita L’Herne, a pesat de que admiro tanto a Jorge Luis Borges desde la época de mi juventud, Otros, con mayor autoridad y menos urgidos por el tiempo que yo, hebrén de analizar con eficacia su talento de poeta y de prosista, su destreza en el manejo de las ideas, Ia nobleza de su estilo, su audacia, su ronfa, su dramaticidad. Yo, por desgracia, incurriré en vanes prolijidades. Al escribir estos recuerdos, mn- ches circunstancias afluyen del olvido, y es inutil, aunque lo pretenda, detenerme en Jorge Luis Borges sin bablar de mi mismo y de otras personas que conoci junto con él, a fines de abril de 1933, una noche en que Eduardo Mallea, que habia tenido ia gentileza de pu blicar algunas colaboraciones mias en el Suplemento Literario de La Navidn, me invits a una reunién en nombre de Victoria Ocampo. Esta preparabs el mimero 10 de su revista, que hasta entonces aparecia cuatro veves por afio. A partir de ese nimero, habia el proyecto de que saliera todos los meses. Yo era entonces joven y vanidoso, yo era snob, yo era sensible al prestigio de Victoria Ocampo, Habia lefdo sus ensayos, asistide a sus conferencias, y en una ocasién quedé muy emocionado oyéndola recitar poe- mas de Baudelaire y de Mallarmé. Aquella noche, sin embargo, no tenfa ganas de ir a Ja seunién, Pasaba por una época dificil de mi vida (ahora, al escribir estas paginas, la recuerdo con nostalgia), y después de comer, mientras caminaba por Avenida Alvear bajo el follaje liviano de los arboles, reflexionaba en mi mala suerte, En un momento dado, estuve a punto de hacer sefias a un taximetro con I intencién de hundirme en 2 un cinematégrafo. Pero legué fatalmente a la casa de Ja calle Posadas, subi al quinto piso. No bien entré al departamento me presentaron a Victoria y a Angélica Ocampo, Ins dos muy altas, cada cual con un cigarrillo en la mano, de pie contra la chimenea. Eran, con Maria Rosa Oliver, las tnicas mujeres de la reunién. Hasta entonces no babia tenido ocasién de reparar en Angélica Ocampo, de un tipo en nada semejante al de sn hermana (por eso, quizé,.se complementan tan ), con el pelo rubio ceniciento, los parpados alar- gados sobre los ojos verdes o grises, la nariz levemente aguilefia, de aletas méviles, la tez blanca, luminosa, la sonrisa un poco triste. La directora de la revista, en una de sus conferencias, alaba el sentido eritico y la pers- picacia literaria de su hermana Angélica. No estoy seguro de que use, a propésito de ella, la palabra inte- lectual, En todo caso, Angélica Ocampo no pertenece a esa clase de mujeres intelectnales a que se refiere Tolstoy, en La guerra y la paz, que tratan de recordar las palabras del interlocutor para enriquecer sus cono- mientos y repetirlas en la primera oportunidad, o bien, adecudndolas a sus propias “ideas”, secan a relucir con gran diligencia los sutiles comentarios elaborados en los pequefios talleres de sus cerebros. Desde el primer momento, admiré su reservada simpatfa, el timbre justo de su voz, una voz grave, de registro mny extenso, modulada por el pensamiento, y a la ver lena de fres- cura y de laneza. Después, con Silvina, su bermana menor, le diriamos que se parecia a una herofna de Henry James. Borges, aquella nocbe, la comparaba a tun retrato incluide en la edicién inglesa de Orlando, cuya traduecién le habian encomendado. Como tenia confianza con ella, se permitia hacerle bromas sobre su belleza. La amaba “el gran perfil”. ‘A. buen: seguro, si hubieran estado Silvina Ocampo y ‘Adolfo Bioy Casares, Borges habria conversado exclu- sivamente con ellos, Como faltaban aquella nocke, an- daba de un grupo a otro, introduciendo el desorden. Entre sus ocurrencias, afirmaha que la revista debia sesignarse a ser menos “antolégica” (velado sinénimo de tediosa tal vez) y que hacia falta en ella un colabo- rador puntual, adicto, modesto, diligente, Este modelo de virtudes tenia que ser por fuerza un ente de razén, como el imaginario Mr. Bunbury, de Wilde. En los niimeros venideros, y bajo un mismo seudénimo, todos debian comprometerse a escribir sin ambages lo que pensabin, Propuso varios seudénimos, y a cada nuevo nombre inventado por él, compuesto, mny argentino, absurdo, verosimil, extrafamente verosimil, hacia reir y aligeraba la atmésfera de la reunién, Borges no es aficionado a las revistas, Debia igno- rar, por lo tanto, algunas colaboraciones que yo, con la inocente pedanteria de la juventud, me creia en obligacién, no sélo de leer, sino de tomar en serio: colaboraciones nacionales y extranjeras, estas ltimas no siempre bien traducidas del inglés y del francés, y que, parafraseando al mismo Borges, “niegen el prin- cipio de identidad, veneran las maydsculas, confunden el porvenir y el pasado, el suefio y In vigilia; no estén destinadas a la lectura sino a satisiacer, tenebrosamente, las vanidades de! antor...” Borges repudiaba la pro- fundidad y cl patetismo simulades. Entre ciertos cau- dalosos galimatfas publicados en los primeros némeros, qué alivio procuraban las tan exactas notas de Borges sobre El Martin Fierro, tas inscripciones de cartos, que titulaba Séneca en las orillas, las peliculas del momento, El arte narrativo y la magia, Las Kenningar, 0 Nuestras imposibilidades. Recogié esta altima nota, sincera y dolorida, en Ia cual denunciaba “los caracteres mis in- mediatamente afligentes del argentino de las ciudades”, en su libro Discusién; boy, cuande los acontecimientos no han hecho sino confirmar sus quejas de 1931, no aparece en la nueva edicién del libro, Se ha creido en el deber de suprimirla por escripulos politicos, a mi juicio equivocados, Equivocados, en la medida en que Borges es capaz de equivocarse. Todas sus paginas podrian llevar como epigrafe las Iineas de ‘Thomas de Quincey que encabezan su estudio sobre Evaristo Carriego: “...una forma de la verdad, no de una verdad coherente y ventral, pero silateral y disgregada”. ;Acaso, me pregunto, podemos alcanzar otra forma de la verdad, esa diosa euyo mismo resplandor nos enceguece y nos hace tropezar a cada aso, esa diosa en cierto modo antipética, tan rica, tan ambigua, y que preside de tun lejos nuestras modestas indagaciones humanas? Sin embargo, Borges la tuvo en cuenta desde sus primeros hasta sus iiltimos libros, Se propuso decir, si no Ja verdad, a lo menos su verdad. Con la moral se ha conducido de igual manera, ;La verdad, la moral! jOh moral, cudntos crimenes se co- meten on tu nombre! A lo sumo, en nombre de la verdad y de la moral, Borges ha cometide pecados ve- niales. No ha vivido escudado en sus principios, a semejanza de muchos escritores; tampoco, a semejanza de los actores de teatro, ba intentado “hacerse uua ca- beza”. Como no tuvo miedo de cambiar de opinién, rara vez se ha desmentido, Entendimonos: es un buen escritor, lo cual equivale a decir que a menudo se contradice, ya simultineamente, en un mismo axticulo © en un mismo libro, ya sucesivamente, en diversos articulos o libros. En el primer caso, hace reservas,. sefiala excepciones, matiza su pensamiento y consigue Uegar a una sintesis persuasiva; en el segundo, el lector Megara a esta sintesis combinando las ideas dispares 0 las verdades parciales que Borges ha descubierto en el curso del tiempo, En suma, Borges ejercita todas las formas de In independencia, empezando por la més dificil: 1a independencia con respecto a si mismo, De- bido a ello, pocas obras més coberentes que la suya. Cuando yo lo conoci, sélo sus amigos podian ofrlo y conversar con él. Ahora, aunque, conferencista y pro- fesor de la universidad, continia entablando un tacito didlogo con sus oyentes: enuncia timidamente, dubita- tivamente, no ya sus ideas, sino sus opiniones, como a la espera de que le salgan al encuentro con alguna 0} nién interesante que se halla pronto a admitir y conciliar con Ia suya de la manera mas légica y por lo general menos prevista. Los que asisten a sus conferencias y a sus clases no pueden no reconocer la superioridad de este hombre lejano y enigmatic que tiene cl don de asociar todo con todo. Y en un momento dado, por distrafdos que estén 0 incapaces que sean, entienden 0 creen entender los delicados araheseas de su pensa- miento. Henry James, que en los iltimos tiempos dictaba sus libros, dejé que su obra escrita privara sobre su conversacién; al hablar, utilizaha pirrafos tan laberin- ticos como los de sus novelas; era dificil, segiin cuentan, seguir lo que decia. En Borges ha ocurtido lo contrario. Tal vex sus clases y sus conferencias hayan influido para despejar su estilo. Abora es un escritor clésico, fundamentalmente clésico. No creo que se puedan for- mular de una manera més tersa, de una manera més facil, ideas menos faciles y mis cargadas de sentido. Con todo, es diferente oirle hablar detrés de un escri- torio que a solas con uno, o rodeado de pocos amigos. Otra caracteristica de Borges es que no sube a vor. Eseribié, en una nota que causé bastante revuelo sobre un libro de Américo Castro: “No he observado jamis gue los espafioles hablaran mejor que nosotros (hablan en voz més alta, eso si, con el aplomo de quienes ignoran la duda)", Agreguemos que se interesa en los demas, También ha escrito, en unas paginas sohre Bernard Shaw: “En el didlogo, un interlocutor no es Ja suma 0 promedio de lo que se dice: puede no hablar y traslucir que ¢s inteligente, puede emitir opiniones inteligentes y traslucir estupidez”. Sin embargo, como Borges es tan inteligente, cuando conversamos con 4l nos da la segu- ridad de que también lo fuéramos. Aunque no estemos 13 de acuerdo con su punto de vista, no por ello nos reduce al silencio, Extrae, en suma, lo mejor que hay en nos- otros, No en vano ha dicho Proust que “una idea vigorosa comunica un poco de su vigor a quien la con- tradice. Como participa del valor universal de los espi- ritus, se inserta, se injerta en el espiritu de quien la refuta, en medio de ideas adyacentes, con ayuda de las cuales readquiriendo cierta ventaja, aquél la completa, la reetifica, de tal modo que la sentencia final es obra, en cierta forma, de las dos personas que discutian”. Por eso, sin duda, es fecundo conversar con Borges. Debo decir que yo, aquella primera noche que lo hard pronto treinta affos, no conversé con él: me limi a observar a ese hombre joven y ya famoso entre los que éranios mucho mas jévenes que él, desalifiado, jovial, atento al mundo y a la vez apartado del mundo, exento de toda solemnidad y completamente ajeno a la im- presién que causaba, Aunque afable, Borges se parecia al profesor Higgins, de Pygmalion, en que no tenia “buenos © malos modales, o cualquier otra clase de peculiares modales, sino los mismos modales con todos los seres humanos: se conducia, en suma, como si estu- viera en el cielo, donde no hay vagones de tercera clase y un alma es tan buena como Ia otra”. Adiestrado en el estinulante ejercicio de la paradoja, le ocurria echar por tierra con una broma cualquiera de esas conver- saciones insoportables a fuerza de consabidas, aboriosos monuimentos al tedio que alguna ver todos, sin darnos cuenta, nos empefiamos en levantar. Hasta el dia de hoy no ba perdido esa buena costumbre. Me contaron que antes de ir a los Estados Unidos, invitado a dar cursos en la Universidad de Texas, concurrié a un almuerzo muy formal, No faltaban el embajador de Francia, ni el director de uno de nuestros diarios més importantes, un diario bien informado, pero que no se caracteriza por su levedad. Con motivo del viaje de Borges y de su puesto de Director de le Biblioteca Nacional, se hablé de los tesoros que encicrra la Biblioteca de Washing- ton y de la obra que realize. Alguien, para encarecer esa obra, dijo que alli le facifitaron en seguida no sé qué libro de malos versos que traté vanamente de en- contrar en Buenos Aires, donde habia sido impreso por primera y tiniea vez. Borges lo interrumpié: “Pero entonces resliza una obra més bien nefasta, Merece que la incendien”. Esta clase de bromas, perfeceionadas por el estilo es- crito, solian aparecer eu sus libros. En la actualidad, Borges reniega de ellas. Ha dicho que “el humorismo es un género oral, un sibito favor de la conversacién”, y ya por los afios en que lo conoei repudiaba esa otra forma del humorismo que es “la cuidadosa inccheren- cia”, Sin embargo, afirmar que el humorismo no es uno de los valores perdurables de, la literatnra, no es ponerlo refido con la emoctén, la lucidez, Ia profun- didad misma de una obra, a cuya seriedad contribuye muchas veces, todos ellos valores con los cuales el humo- rismo puede hallarse ligado? Por afiadidura, en el prélogo de su Antologia personal, Borges se declara uw enemigo de la doctrina de Croce. El arte dice, Borges, no puede ser expresién. “A esta doctrina, o a ung deformacién de esta doctrina, debemos la peor litera- tura de nuestro tiempo”. En 1949, en cambio, seitalé con sensater que “hay escritor que piensa por imagenes (Shakespeare, o Donne, o Victor Hugo) y escritor que piensa por abstracciones (Benda, o Bertrand Russell) ; a priori, los unos valen tanto como los otros”. Sea como fuere, nunca he podido separar el pensamiento de Borges de sus medios de expresién, Antes de conocerlo, sabia de memoria algunas frases suyas ingeniosas y asom- brosamente exactas. Cémo no reir y darle la razin cuando afirmaba que todo escritor empieza por un concepte fisico de lo que es el arte? y luego de enume- rar minuciosamente las partes materiales de que consta un libro, “esa confusién —agregaba— de papel de Ho- landa con estilo, de Shakespeare con Jacobo Peuser (editorial argentina), es indolentemente comin y per- dura, apenas adecentada, entre los retéricos”? O cuando este enemigo de la longitud para quien “las muchas paginas, en general, son promesa de tedio y obra de la mera rutina”, destacaba lo falsa concisién de algunos aforistas; “Ejemplos normativos de esa charlataneria de la brevedad, de ese frenest sentencioso, pueden ballarse en la diccién del célebre estadista danés Polonio, de _ Hamlet, o del Polonio natural, Baltasar Gracian”, O cuando este escritor que maneja varios idiomas y en tres de ellos puede expresarse literariamente, no vaci- laba en decir a propésito de una traduccién espafiola, hecha por Néstor Ibarra, de Le Cimétiere Marin: “La croyance & Pinjeriorité normale des traductiones —monnayée en Vadage italien trop connu— découle @une expérience distraite. I suffit de relire un bon texte un nombre suffisant de fois por qu'il s'affirme inconditionnel et certain. Quant aux livres célebrés, 1a premiére fois qe nous les Tisons est déjé la deuxitme, puisque nous les connaissons d’avance. La prudente déclaration: ‘Je relis mes classiques’ devient ainsi véri- digue innocemment. De ego qui quondam... je ne sais plus si ce renscignement serait approuvé par une divi- nité impartiale, je sais seulement que toute modification est sacrilige et que ne saurais concevoir autre debut de LEndide. Virgile, je crois, se dispensait de cette lagére-superstition, et peut-étre n'aurait-it pas identifié Ta passage: mais nous, nous répudierons Ia moindre divergence. invite cependant le quelqueconque amér- icain —mon semblable, mon frire— d se saturer de la cinguitme strophe du Cimetiére dans la texte espagnol, jusqwé éprouver que le vers original de Saint-Ybars: la pérdida en rumor de la ribera est inaccesible, et que son imitation par Valéry: le changement des rives en rumeur ne le rend quiimparfaitement. Soutenir le contraire avec une conviction excesive serait abjurer Vidéologie de Valéry on faveur de homme temporel qui Va proposée”. Por lo general, los escritores argentinos no bebian directamente en lus fuentes. Si se trataba de literatura de imaginacién, rara vez. lefan por el placer de leer; de ahi que nunca pudieran considerar a los personajes de una novela como seres reales, que nunca los incor porasen a su propio pasado. Wilde, en un didlogo lebre, ha dicho que una lectura asidua de Balzac con- vierte a nuestros amigos en sombras. Una de las mayores tragedias de mi vida —agregaba— es Ia muerte de Julien de Rubempré, A diferencia de Wilde, nuestros eseritores (y entiendo que ain subsiste la costumbre) estaban al corriente de los libros por otros libros. Ocul- taban lo mejor posible su informacién a trasmano, pero después de conversar un rato con ellos daban la impre sién de cierta melancélica, descolorida omniescenc {No era cémico que Borges, este anémalo erudito do- biado de un lector comin, confesara (mis ain; se rego- cijara), a propésito de un film, ignorar una novela tan freenentada como Los hermanos Karamazov?: “culpa feliz que me ha permitido gezarlo (el film) sin Ia conti- nus tentacién de superponer el espectiéeulo actual a la recordada lectura, a ver si coincidian”. Las citas ante- riores pemiten advertir que el humorismo no es acciden- tal sino consustancial al pensamiento de Borges. A veces, hasta Wega a insinuarse en los momentos mis desesperados de su obra, Y la persona de Borges se parece a su obra, Era extrafio que en 1935 deslun- brara a los escritores de su generacién y de la gene- racién inmediatamente posterior a la suya? jEs extraiio que continée, sino deslumbrando, interesando a los jovenes actuales? : Ese aio, después de conocetlo, nos encontramos varias veces. Ese afio, o al siguiente, fue a su casa y me present a su madre, una mujer que parece menor, mucho menor que su verdadera edad, y que lo continia pareciendo. Delante de ella, Borges me pregunté: —{Cuantos afios le das a madre? Por entonces, las mujeres usaban un maguillage muy acentuado. Mas que ahora, todavia, prodignban vale- rosamente sus afeites con esa especie de candor que Baudelaire preconiza en L’Art Romantique. La sejiora de Borges ni siquiera condescendia a pintarse los labios. No pareefa Ia hermaua mayor de su hijo, sino la her- mana, simplemente. Borges agregé; orgulloso de la juventud de su madre: —Va a cumplir sesenta afios, La sefiora de Borges, que tanto admira a su hijo, mu- cho ha hecho -por él en el doble sentido espiritual y material de la palabra. Es algo asi como la cuerda que sujeta a la tierra un barrilete. Sin su madre, este hombre tan ajeno a las realidades de la vida quiza se hubiera perdido en las nubes para caer enredado, después, en los hhilos grises del telégrafo. También he conocido al padre de Borges, un sefior buen mozo, lacénico, de ojos nextos Y apagados. Fue en el hotel Las Delicias, de Adrogué, donde Borges me convidé a comer un par de veces. En la mesa, ol sefior Borges sdlo participé en la conversa- cién para ocuparse de mi. Deoia: “Quiz Bianco quiera tomar vino, gPor qué no Ie ofrecen a Bianco un poco mas de este postre, que no parece malo?” Recordé a este sefior tan cortés, que habia conocido en el verano de 1937, cuando lei Tlén, Ugbar, Orbis Tertius en mayo de 1940: “Alain recuerdo limitado y menguante de Herbert Asher persiste en el hotel de Adrogué, entre las efusivas madreselvas y el fondo ilusorio de los espejos. Mi padre habia estrechado con él (el verbo es excesivo) una de esas amistades inglesas que empiezan por excluir la con- fidencia y que muy pronto omiten el didlogo, Solian ejercer un intercambio de libros y periédicos; solfan botirse al ajedrez; taciturnamente...” Mucho después he leido El caudillo, una novela de ambiente eutrerriano, escrita por el seiior Borges, que inteuté sin éxito hacer reeditar, Alguna vez Borges me conté que su padre era un hombre letrado, liberal, am- plio de espfritu, a quien impacientaban un poco cicrtos miembros de su familia, muy convencionales y catélicos, de una piedad excesivamente apegada a las minucins. Sospecho que Borges ha heredado de su padre buena parte de su talento y originalidad, Mi relacién con Borges se hizo mis asidua a través de Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares, dos eserito- res notables y dos verdaderos amigos. Silviua Ocampo, muy aficionada a la misica, acabaha de sbandonar la pintura por la literatura, En 1937 era la reciente auto- ra de un singular libro de cuentos y empezeba a. publi- car poemas apasionados, descriptivos y subjetivos a la ver, sobre temas regionales, infundiendo un soplo nue- vo, completamente original en estas latitudes, a los me- tros clisicos. Bioy Casares publicaba libros desde que salié de la infancia, me alzevo a decir, ¢ inmediatamente abjuraba de ellos. A la menor pregunta que se le hacia sobre sus cuentos fantésticos, eambiaba de conversacién con una especie de malestar. Muchas cosas, no s6lo inte- lectuales y artisticas, sino morales, he aprendido de ellos, Lectores fervorosos, no caian jamas en eso que se Hama hacer acepcién de personas, y que es tan fre cuente en los ambientes literarios. La celebridad no los impresionaba: podian encontrar distracciones y felacias eu autores ilustres del pasado y del presente, podian discornir aciertos en escritores medianos o desconocidos. Tampoco les importaba estar al dia. Dotados de una excelente memoria, creaban con Borges una atmésfera en que lo real y lo irreal se confundian. La literatura, para los tres, era el més embringador de los filtros. los exalteba, los conmovia, los hacia meditar. Tam- ign los hacia reir. Recuerdo una época en que ba- blaban entre si en una jerga anglo-italo-espafiola, siguiendo el ejemplo de aquel inglés, Pinkerton, a quien De Quincey, que lo lamaba “abssurdisimo Pin- kertonio”, se refiere en sus Orthographical Mutineers. Desde Pardo, en el verano de 1940, Silvina Ocampo y Bioy Casares me participaron su casamiento —Borges fue uno de los testigos— con un telegrama que rezaba 15 ast: “Mucho registro civil, mucha iglesia, dont tell any- bodini whateverano”, Al buscar el telegrama entre mis papeles, encuentro un soneto de José-Maria de Hérédia, que data de 1897, escrito por Borges en colaboracién con Néstor Ibarra, Se titula Le Gaucho. Copio el altimo terceto. Tendis qu’aw ciel du Sud ta Croix monte déja, Et declare, malgré la jungle qui ricane, La foi de Trente-Trois et de Lavalleja, Los Treinta y Tres Orientales se mencionan en un cuento de Barges rocogido en su primer libro traducido al francés, y en una coleceién que se titula precisamente “La Croix du Sud”: alli pasan a ser “trente-trois en chif- fres arabes". Borges mismo me contd el error, junto con algunos otros que se habian deslizado en In traduc- cién francesa, Parecia regecijado. Quieé 1a stbita metamorfosis de los guerreros uruguayos en gusrismos se le figuraba una invencién no menos fantastica que el libro de cuentos fontisticos en que estaba incluida, Quiz, como é mismo lo ha dicho, y en su caso los he- chos Io han demostrado, “la pagina que tiene vocacién de inmortalided puede atravesar el fuego inquisitorial de las enemistades, de las erratas, de las versiones apro- ximativas, de las distraidas lecturas, de las incompren- siones, sin dejar el alma en la prueba”. (Hubiese podido agregar: de los dislates.) Quiz, como hacia bastantes afios que su cuento se habia publicado en espaficl, su traduccién al francés habia dejado de interesarlo, Borges no hace nada por aferrarse a su obra escrita, Una vez que la publiod, la corta y Ia arroja lejos de si, como quien deegaja del arhol una rama cargada de frutos. En ¢asa de los Bioy, donde yo veia a Borges con frecuencia, se hablaba mucho de literatura, ‘También se cia misica, incesantemente. ‘Tenian un graméfono provisto de un bracito automético que daba vuelta a pilas y pilas de discos de pasta y en ocasiones (;Oh primi- tiva y falible cibernética!) los destrozaba. Ahora, al recor- dar esa época dichosa, pienso en Ravel, y después en otro miisico que no era de Ia predileceién de Ravel: Brahms; pienso en Luron, un caniche de Silvina, muy aficionado a la misica y eaprichoso como suelen ser las personas sensibles, que para escuchar mejor cerraha los ‘ojos, com el propésito de que ninguna impresién visual Jo perturhars, y simulaba dormir; pienso en Constantino, un boxer muy bien educado que sueedié a Luron, que también escuchaba miisica cerrando los ojos, pero que 8 veces tenia la costumbre de acompafiarla con sus ronquides, y no siempre a compas. {Cuanto Brahms! Alguna vez, en la meso, Silvina Ocampo nos hacia callar un minuto pasa que prestiramos atencién a un cuarteto nuevo que acababa de comprar. Yo protesteba: “Para mi no es nuievo. Lo conozco mucho”. {Como para no cono- cerlo! —me contestabe—. Desde que Ilegaste, lo has ofdo, por Jo menos, cinco veces”. 16 ‘A Borges la mnisica cliisioa lo aburria. Entonces, espe- cialmente para él, los Bioy Casares ponfan en el gramé- fono tangos viejos, o la Milonga del 900, o el St. Louis Alwes, Indefectiblemente, en el momento de irnos, Bor- ges tenia sed. Entonces {a duefia de casa traia del ante- comedor una copa y una jarra chata, redonda, ador- nada (todavia me parece verla) con bolitas de cristal. Borges tomaba, una tras otra, varias copas de egu Palmedndolo en el hombro, Silvina Ocampo lo despedia: “Au réservoir!” Borges, tan buen amigo del agua, En el verano lo hhe visto baiiarse largas horas en el mar, soslayando con alegria infantil las olas rizadas de espuma, contemplando ese océano que Victor Hugo, como él mismo lo cita en tras inquisiciones, equipara a Shakespeare por ser un almacigo de formas posibles. En Mar del Plata, siempre en casa de los Bioy, hemos compartido el mismo cuarto; sobre Ia mesa que separaba nuestras camag, un globo blanco y refulgente, Yo, que suiro de insomnio, Jeo hasta Ia madrugada, leo mucho y mal, leo, en cierto modo, para que el libro se me caiga de las manos. {Llegaré por fin “el inocente suefio, el suefio que devana Ia madeja enredada de las preocupaciones, el sueiio, muerte de la vida diaria”? Aunque no me persiguen los suntuosos remordimientos de Macbeth, a veces, lo con- fieso, tengo mala conciencia. Me da léstima la lectura cuando pienso en el papel ancilar que representa noc- turnamente para ini. Dormir en el mismo cuarto, que Borges me ereaba to- do un problema. Ni siquiera tenia el recurso de ladear Ye pantalla de 1a limpara para que la lus no le diera en la cara, Le preguntaba una y otra vez, con esa especie de masoquismo que es una de las formas de la buena educacién (y también de la moral): “Puedo per- fectamente no leer, {Querés que apague la luz?? “No”. “No te molesta?” “No”, “zNo te molesta de verdad?” “No te preocupés por mi", Borges cerraba los ojos y cruzaba las manos sobre el pecho. Instantes después yo escuchaba su confiada Tespiracién. Borges, en efecto, no necesita recurrir a la Tectura para que muera'su vida de todos los dias porque su vida de todos los dias os leer, reflexionar so- bre lo leido, pensar, en una palabra, y después, en forma oral o escrita, articular admirablemente su pensamiento, En el prologo de Discusién escribié wna frase que sua detractores quisieron esgrimir contra él: “Vida y muerte han faltado a mi vida”, Pero antes hubia escrito que vida y muerte sou hechos en cierto modo ajenos al hombre, bechos que no pueden imputarse al hombre sino al destino, que los realiza a través de él, ‘hechos' de tan infinita responsabilidad (procrear o matar) que el remordimiento o la vanagloria por ellos es una insen+ satez”, En La secta del Féniz retoma festivamente la idea. Alli dice, aludiendo al acto de las tinieblas: He merecido en tres continentes la amistad de muchos devotos del Fénix; me consti que el Secreto, al prin cipio, les parecié ‘baladt, penaso, vulgar y (lo que es

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