EL HISTORIADOR Y LA HISTORIA
EL HISTORIADOR, SU PRESENTE Y FL PASADO HISTORICO
Como acabamos de ver en el capitulo precedente, Ia historia —o la
historiografia— no puede entenderse al margen del historiador. De
1 depende y ha dependido siempre el tipo de historia que se realiza,
el método utilizado, las teorias histéricas y, en definitiva, el produc-
to historiogréfico resultante. De tal manera que no puede entender-
¢ el conocimiento histérico sin el historiador.
Pero el historiador, ese hombre como cualquier otro hombre que
vive en una sociedad, se acerca al conocimiento del pasado a partir
de su propio presente. La historia, asi, «es la relacién, la conjun-
Gién establecida por iniciativa del historiador, entre dos panos de la
hhumanidad: el pasado vivido por los hombres de otrora y el pre-
sente en que se desarrolla el esfuerzo por la recuperacién de aquel
pasado para beneficio del hombre actual y del hombre venidero»
Carr establecia a misma relacién cuando definfa Ia historia como
‘«un proceso continuo de interaccién entre el historiador y sus he-
chos, un didlogo sin fin entre el presente y el pasado».
EI historiador, pues, se enfrenta a un pasado que trata de com-
prender a partir de su presente. Su punto de partida es, inevitable-
mente, el presente en que se halla, cuyos problemas, motivaciones y
vivencias proyecta hacia el objeto de su estudio. Comprender esta
relacién supone comprender, en primer lugar, el cardcter de toda
Obra histérica, en el momento preciso en que fue elaborada. El his-
toriador briténico Collingwood escribié que «san Agustin vio Ia his-
toria desde el punto de vista del cristiano primitivo; Tillamont,
1. Marrow: E1 conocimiento histérico, pég. 3
2 Cann: Qué es ta historia?, pig. 40,4 EI historiador y la
storia
desde el de un francés del siglo xvi; Gibbon, desde el de un inglés
del xv; Mommsen, desde el del aleman del siglo x1x; a nada con-
duce preguntarse cual era el punto de vista adecuado. Cada uno de
ellos era el sinico posible para quien lo adoptés.’
Desde esta perspectiva, la ciencia de la historia —en cada mo-
mento de su evolucién— se comprende a partir de la época en que
se inscribe, del propio presente del historiador. ¥ por eso es fun-
damental, antes de penetrar en una obra historiogréfica, conocer su
marco histérico. En el ejemplo de Collingwood, «el punto de vista»
sobre Ia historia de cada uno de los autores citados se configura,
Pues, a partir de las preocupaciones y motivaciones de su época co-
rrespondiente.
En 1938, Croce formulé ideas parecidas, que han motivado hasta
el presente arduas polémicas, cuando situé el conocimiento histéri-
co a partir de la estricta contemporaneidad del historiador. Para
Croce la historia era «el acto de comprender y entender, inducido
por los requerimientos de la vida préctica»,' requerimientos que po-
dian situarse en el plano moral, econémico, estético o intelectual,
pero que, en cualquier caso, «el conocimiento de “la situacién ac.
tual”, como se le llama, se refiere al curso que la vida real ha seguido
para llegar a este punto, y en cuanto asi lo hace, es conocimiento
hhist6rico»’ La conclusion a que Megaba Croce no dejaba lugar a
dudas: «Los requerimientos pricticos que laten bajo cada juicio
histérico, dan a toda la historia cardcter de “historia contemporé-
nea” por lejanos en el tiempo que puedan parecer los hechos por
ella referidos; 1a historia, en realidad, esté en relacién con las nece-
sidades actuales y la situacién presente en que vibran aquellos he-
choss!
La tesis crociana, ciertamente, afirma con rotundidad que toda
historia es contempordnea, en la medida en que responde a los in-
centivos que Ie plantea su presente al historiador. Quiz queria
decir 1o mismo el historiador argentino José Ingenieros cuando afir
mé que
cada generacién debe repensar la historia, Los hombres envejecidos se
la entregan corrompida, acomodando los valores histéricos al régimen
2 lado por Cum: Thi ne. 3
{_Soumeo Core! La storia como hacaia de ta libertad, México, Fondo
de Cultura Econémica, 1960, pag. 9. » Fone
Sid. nae
6: ei Pas
EI historiador, su presente y el pasado histérico 4
de sus intereses creados. Es obra de los jévenes transfundirle su sangre
nueva, sacudiendo el yugo de las malsanas idolatrias. La historia que de
tiempo en tiempo no se repiensa va convirtiéndose de viva en muerta,
reemplazando el zigzagueo dramético del devenir social con un quieto
panorama de leyendas convencionales?
En la historiografia espafiola més reciente el peso del presente
ha sido determinante incluso a la hora de escoger los temas de es
tudio y andlisis. En 1952, Vicens Vives recordaba el triste panorama
de la historiografia académica del momento, lamentando «tanto Is
rigidez de los viejos moldes que todavia constrifien su expansién
[se refiere a la historia de Espafial, como las faciles estructuras
ideologistas con que se pretende poner remedio, por parte de algue
nos, al evidente colapso del pensamiento espafiol».’ En 1960, si bien
Vicens podia ya resefiar avances historiograficos importantes, adn
tenia que referirse a aquellos historiadores «que descienden a la
palestra con odios politicos y lanzan sus dardos parapetados en co
modos e inmerecidos reductos oficiales»? Recientemente, el historia
dor catalin Miquel Izard ha puesto de relieve cémo a partir de los
‘afios 60 se produjo entre los historiadores jévenes un acrecentada
interés por la historia del movimiento obrero espafiol, y destacaba
que este interés respondfa a una forma de militancia antifranquistai
«sus cultivadores nos interesamos casi exclusivamente por 10s, mo
vimientos de resistencia, y en especial por los que tuvieron una
participacién més destacada en el bando tepublicano de una guerra
civil que degeneré en la dictadura que estébamos padeciendor.” Des:
de este mismo punto de vista, Ia polémica sobre si en Espafia se
habia producido 0 no Ia revolucién burguesa en el siglo x1x estaba
viciada desde sus origenes: en el fondo, enfrentaba andlisis distin
tos sobre la significacién del régimen franquista, y de estos. andlisis
se derivaban estrategias diferenciadas para la lucha antifranquista,
Por otra parte, la influencia del presente en el historiador se ma
nifiesta también en la utilizacién de las categorfas dél lenguaje. Es
sabido que en historia, como en cualquier otra ciencia de la. socie:
7, Citado por Foxtaxa: La Historia, pigs. 3031.
8, JauMe Vicexs Vives en el Prélogo a la primera edicién de la Aproxime
cién a ta historia de Espafa. Barcelona, Teide, 1952, pég. 6
9, "En el Prologo a la segunda ediciOn dela misma obra, publicado por
Ed, ‘Vicens Vives, Barcelona, 1960, pig. 11.
0. -Miocr, Tznp: hace cien afios), sino que’ contiene una pauta descu-
drible y que avanza continuamente (no retrocede, no describe circulos
ni da saltos inexplicables), en términos generales, de una fase inferior
fa una fase superior de desarrollo. Aprendi, asimismo, que las vidas y ac.
ciones de la gente comin constituyen el contenido mismo de la historia,
¥ que aun cuando los factores «materiales» tienen precedencia sobre los
institucionales 0 ideologicos, las propias ideas se convierten en una «fuer-
za materials al entrar en Ja conciencia activa de los hombres. Mas ain,
también aprendi de Engels que, por excelentes que sean los «sistemas»
hhistéricos (como el suyo propio y el de Marx, por ejemplo), «toda la
historia debe ser estudiada de nuevo».
A principios de la década de los afios 70, el historiador briténico
Eric J. Hobsbawm sefialaba también con gran rotundidad la inciden-
cia de los fenémenos politicos contemporéneos en la historiografia
y, en especial, en el ascenso experimentado por la historiografia mar
xista:
La extraordinaria importancia de los historiadores marxistas en 1a ac
tualidad, 0 de los historiadores formados en la escuela marxista, se debe
sin duda, en gran parte, a la radicalizacién de los intelectuales y'los estu-
diantes en la pasada década, al impacto de las revoluciones del Tercet
Mundo, la desintegracién de ias ortodoxias marxistas opuestas al trabajo
cientifico original, y también a un factor tan simple como la sucesién de
Jas generaciones.”
Pero si nos apartamos del campo especifico de 1a historiografia
marxista, la relaci6n y las interinfluencias entre politica-ideologia €
historiograffa son también evidentes. ¢Hasta qué punto el papel que
desempefié Marc Bloch en Ja historiografia europea de entreguerras
fue la causa de que el gran historiador galo acabase sus dias tortu-
rado en los campos de concentracién nazis? ¢Pudo Bloch diferen-
ciar, en su misma persona, su actitud frente a la vida —y por lo
tanto st antifascismo— de su concepcién histérica? El historiador
norteamericano Thomas Garden Barnes, tras relatar sus experien-
cias militantes como miembro de la Unién Liberal de Harvard y
‘como vicepresidente de la Sociedad de Harvard por Ios Derechos de
16, Ibid, ibid.
17, B,J” Hoasanwa: «La contribucién de Karl Marx a la historiogratiay, en
RRonttt BLACKBURN (ed.): Tdeologla y ciencias sociales. Barcelona, Grijalbo, 1977,
ae. 316.0 EI historiador y la historia
Jas Minorias, concluye con la Japidaria evidencia segin la cual «es-
cribir historia siempre es hacer un ensayo de Ia experiencia, y por
ello es la historia de uno mismo tanto como una historia del inde-
pendiente objeto del estudio."
Situémonos ahora a la derecha del espectro de Ia politica: hoy
en la historia de la historiografia contempordnea se puede hablar
de Ia existencia de una historiografia fascista-racista estrechamente
vinculada a la estrategia politica, al modelo de sociedad y a la con-
cepcién del mundo elaborada por el fascismo. En la Alemania nazi,
era materia de estudio en Tas escuelas y Universidades la ensefianza
de la superioridad aria a lo largo de la historia, hasta el extremo de
que Jakob Graf, aplicando a la historia las ideas raciales de Ludwi
Ferdinand Clauss, profesor de la Universidad de Berlin, llegé a es-
cribir que «en todas partes el poder creador nérdico ha construido
imperios y expandido la cultura y lenguas arias por una gran parte
del mundo» y que «la raza nérdica ha producido mucha. mayor
cantidad de grandes talentos que ninguna otra raza." Sin llegar a
estos extremos, en la reciente historiografia espafiola, uno de los
historiadores que se precia de ser el historiador que ha vendido mas
millares de ejemplares de libros de historia que ningin otro —nos
referimos, claro esta, al profesor Ricardo de la Cierva— no ha ocul
tado jamés su militancia en la derecha espafiola, concretada en los
muchos cargos politicos que ha desempefiado tanto durante el fran-
quismo como después de la dictadura.
Con estos ejemplos concretos queda claro, creemos, el hecho
de que la adscripeién ideolégica, la militancia politica y la. situa-
cién de clase actiian como condicionamientos inevitables sobre el
historiador. Pero cabria precisar més sobre un aspecto que conside-
ramos importante: Ja influencia del marco cultural que se deriva,
tanto de la situacién social (0 socie-familiar) del historiador, como
de su contexto, nacional, En cuanto a la primera vertiente, es evi-
dente que la pertenencia a una clase determinada imprime a su
formacién cultural unos caracteres de clase concretos. Que la cul-
tura es siempre clasista (de la clase que sea) es de una obviedad in-
discutible, aunque el hombre —y por supuesto el historiador— sea
capaz de romper los limites y las barreras de su cultura originaria
18, ‘THowas Ganex BARNES: «Sin mucho respeto a conceptualizaciones ante-
rloress, en FI taller det historiador, pag. 17.
18. ‘Véase Goonce L. Masse: La’ cultura nati. La vida intelectual, cultural y
social en ef Tercer Reich, Barcelona, Grijalbo, 1973, pa. 10?
Los condicionamientos sociales y culturales st
y asumir comportamientos culturales diferentes a los propios de su
Clase. En este caso nos hallamos ante un fenémeno cominmente Ila-
mado de desclasamiento. Pero en cualquier caso la cultura de clase
muy a menudo adquirida en el ambiente familiar— representa
otro condicionante para el historiador. No siempre se posee la var
lentia de reconocer este influjo, tal y como lo hace el historiador
norteamericano Lynn T. White, Jr:
‘Mis propias aficiones me hacen atribuir el mayor peso al poder condi-
cionante del ambiente religioso. Después de todo, soy hijo de un liberal
r de ética cristiana, y entre mi graduacién en Stanford
en 1928 ym
de la Uni6n, a los pies del mas apasionado neoagustiniano de nuestros
tiempos, Reinhold Niebuhr: tengo una mens naturaliter theologica”
En mi caso concreto, y por primera vez hablo en primera per-
sona, mis condicionamientos culturales originarios tienen mucho
que ver con el aislamiento y las estrecheces de Ia sociedad rural
catalana de los afios 50 y principios de los 60, con una escuela repre-
siva y alienante desde todos los puntos de vista, con el brasero de
carbonilla en invierno y, ;c6mo no!, con la leche en polvo repartida
en las escuclas, «regalo» de los americanos al gobierno espatiol como
compensacién a Jas bases militares que se estaba
pafia. Ni que decir tiene que durante muchos afios de mi infan
leche fue uno de los alimentos que mis legué a odiar.
Esta breve injerencia personal me lleva a plantear los condicio-
namientos nacionales —de cultura nacional— del historiador. Porque,
efectivamente, la historiografia catalana —y es s6lo un ejemplo—
no ha podido sustraerse durante los tiltimos siglos de la margina-
cién a que la ha condenado, y en buena medida sigue condenando, la
cultura espafiola hegeménica. Los mismos condicionantes, aunque
desde una posicién de hegemonia, rigen, qué duda cabe, el que-
hacer historiografico de los historiadores espafioles. Los, ejemplos
de los condicionamientos nacionales son también muy numerosos ¥
van desde 1a historiografia roméntica del siglo x1x, cuando la histo-
ria erigié auténticos monumentos nacionales que servian a Ios com-
bates nacionalistas de la época, hasta las mAs recientes historias na-
cionales de Bretafia 0 Irlanda, el Quebec, Cataluria o el mas pequefio
de los Estados africanos de reciente independencia. La cultura na-
20, Lyxw T. Witte, Jr: «Historia y clavos de herradura», en El taller del
historiador, pag. 83.