Memoria
PARA EL olvido
oi los ensayos de
~“SRROBERT Louis STEVENSON
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Fea ba toe!
TEZONTLECaminos
Ningtin aficionado negara que le puede producir mas placer
un tinico cuadro, frente al cual puede estar sentado toda una
manana tranquila y, de ese modo, empaparse gradualmente
del humor del artista, que aquel que puede obtener del brillo
y la acumulacién de impresiones incongruentes con que sale,
cansado y estupefacto, de algtin museo famoso. Pero lo que si
se admite en el terreno del arte no se aplica a las bellezas na-
turales (tal y como las Ilaman): el exceso de sublimes perfiles
montanosos o la gracia de las tierras bajas de cultivo se su-
pone que no contribuyen a debilitar 0 de} ‘gradar el gusto. No
obstante, no podemos estar seguros de que la moderacion, y
un régimen tolerablemente austero, incluso en el paisaje, no
sean sanos y fortificantes para el gusto, y de que la mejor es-
cuela para un amante de la naturaleza no se halle en uno de
esos paises donde no hay efectos escénicos —nada prominente
o repentino-, sino un tranquilo espiritu de apacible y orde-
nada belleza que emana de todos los detalles, de forma que
podemos fijarnos con calma en cada uno de esos pequenos
toques que nos transmiten, en conjunto, el tono sutil del pai-
saje. En paisajes como ésos nos encontramos con el talante ade-
cuado para buscar la belleza sutil y aislada. La repetic
tante de combinaciones parecidas de lineas y de colores nos
transmite poco a poco la sensacién de cémo se ha formado la
nm cons-
69armonia, y nos acostumbramos a algunos manierismos de la
naturaleza. Ese es el verdadero placer del «voluptuoso rural»: no
quedarse sobrecogido delante de un monte Chimborazo,
no quedarse sordo por los grandes timbales de la orquesta, sino
conocer una belleza nueva todos los dias, percibir una nueva
sensaci6n difusa y tranquila que se nos habia escapado antes.
No son las personas que «han anhelado y ansiado la naturale-
za durante muchos anos, en la gran prisi6n de la ciudad», co-
mo dijo Coleridge en el poema que tanta vergiienza causé a
Charles Lamb las que hacen los mayores progresos en esa inti-
midad con la naturaleza, o las mas rapidas en ver y en tener la
mayor capacidad de disfrute. En esto, como en todo lo demas,
son el conocimiento de los detalles y la aplicaci6n prolongada
y amorosa los que hacen al verdadero aficionado. Un hombre
tiene que haber pensado mucho en un paisaje antes de empe-
zar a disfrutarlo de veras. No es con el entusiasmo juvenil en la
cumbre de las colinas con lo que se capta la esencia Ultima de
la belleza. Lo mas probable es que las cabezas de la mayoria
de las personas se estén quedando calvas antes de que vean en
un paisaje todo lo que serian capaces de ver; e, incluso entonces,
ése seria s6lo un breve momento de consumaci6n antes de que
las facultades volvieran a decaer, y de que la vista de los que mi-
ran por las ventanas comenzase a enturbiarse y a fallar. Por
eso, el estudio de la naturaleza debe realizarse concienzuda y
sistematicamente. Toda satisfacci6n debe ser largamente silen-
ciada, y tenemos que estar siempre dispuestos a analizar y com-
parar para poder dar una raz6n plausible a nuestra admira-
ci6n. Es cierto que resulta dificil expresar con palabras, aunque
sea de forma aproximada, el tipo de sentimientos que se dan
en estos casos. Hay un peligroso vicio inherente a todo refina-
miento intelectual de una sensacion imprecisa. El analisis de
esas satisfacciones se presta muy facilmente a la cursileria lite-
raria, y todos nos acordamos de ejemplos en los que ha demos-
trado ejercer una influencia perniciosa, incluso en la elecci6én
de palabras del autor y la forma de sus frases. Y sin embargo,
hay muchas cosas que hacen interesante el empeno, ya que
70cualquier expresi6n, por imperfecta que sea, una vez dada a
un sentimiento amado, parece una suerte de legitimacién del
placer que obtenemos de él. Un sentimiento compartido es
uno de esos grandes bienes que hacen que la vida resulte agra-
dable y siempre nueva. Saber que otros han sentido lo que he-
mos sentido, y que han visto cosas, aunque s6lo sean cosillas,
de forma no muy distinta de como las hemos visto nosotros, se-
ra hasta el final uno de los placeres mas exquisitos de la vida.
Que el lector, pues, vaya con el d4nimo que hemos reco-
apacible de paisaje inglés. En esos acoge-
dores y placidos distritos agricolas, la costumbre resaltara mu-
chas cosas dignas de atencion, que se le haran agradablemente
visibles mediante una especie de amable repetici6n; como, por
ejemplo, la maravillosa y vivificante rapidez de las aspas del mo-
lino sobre el campo inmévil, la aparicién y reaparici6n de la
misma torre de iglesia al fondo de un extenso paisaje tras otro
y, destacando entre esas fuentes de sosegado placer, el caracter y
la variedad del propio camino por el que se emprende la
marcha. No solo de cerca, en los agiles recodos con que se
adapta a los cambios de nivel y pendiente, sino también en
lontananza, al verlo subir cien pies por una colina y brillar ba-
jo el sol de la tarde, le parecera un objeto tan cambiante y de-
licioso que su mente siempre podra estar placenteramente
ocupada con él. Podra apartarse de la orilla del rio, 0 alejarse
de los pueblos, pero el camino siempre le acompanara; y, en el
verdadero danimo de observaci6n, le parecera compania sufi-
ciente. De sus sutiles giros y cambios de nivel surge un vivo y
continuo interés que mantiene la atencion siempre alerta y ale-
gre. Cada ajuste de los sentidos al contorno del terreno, cada
pequena bajada y cambio de direccién parecen estar imbui-
dos de vida y de una exquisita sensaci6n de equilibrio y be-
lleza. El camino se extiende por las suaves colinas del campo,
como un barco largo en los abismos del mar. Incluso los m:
genes de tierra yerma, cuando se apartan un poco del camino
abierto, o retroceden de nuevo hacia el cobijo del seto, tienen
algo de la misma espontanea delicadeza en el trazado, de la
mendado al tipo mi
71misma oscilacion e intencion. Puedes pasar todo un dia de v
rano pensando (y no haber Ilegado a ninguna conclusién por
la tarde) sobre el cimulo y la sucesi6n de circunstancias que
han producido la menor de esas desviaciones; y quizd sea ahi
donde debamos buscar el secreto de su interés. Un sendero a
través de un prado —con toda su humana arbitrariedad e im-
precision, con toda la grata protervitas de su direcci6n cam-
biante- siempre significara mas para nosotros que un ferroca-
rril bien planificado a través de un terreno dificil.” Ninguna
secuencia racional nos llama la atencion: parece que nos he-
mos zafado durante un instante de la regla férrea de la causa
y el efecto, y entonces volvemos de inmediato a ciertas viejas y
agradables herejias de la personificaci6n, siempre poética-
mente ortodoxas, y atribuimos una suerte de libre albedrio,
una vida activa y espontanea a la cinta blanca de camino que
se extiende y se retuerce y se adapta arteramente a las desi-
gualdades del terreno ante nuestros ojos. Recuerdo, mientras
escribo, varias millas de una carretera magnifica y ancha que
discurria con consciente artificio estético en una extension de
terreno desigual y densamente cultivado. Se dice que el inge-
niero pensaba en la linea de la belleza de Hogarth cuando la
construy6. Y el resultado es asombroso. Una espléndida y sa-
tisfactoria curva da paso a otra en una suave transicion, sin que
haya nada que perturbe o interrumpa la estable continuidad
de la linea principal de la carretera. Y, sin embargo, falta algo.
No hay aqui ninguna imperfecci6n redentora, ninguna de esas
curvas secundarias ni de esos ligeros titubeos en la trayectoria
que nos llaman poderosamente la atenci6n en los caminos de
la naturaleza. Uno siente de inmediato que esa carretera no se
ha formado como un camino natural, sino que se ha adaptado
laboriosamente a un disefo, y que, por mucho que un mode-
lo sea académicamente correcto en el trazado, siempre sera
comparese con Blake, en el Matrimonio del cielo y el infiemo: «El progre-
so trae caminos rectos; pero los caminos con curvas, sin progreso, son Los ca-
minos del Genio».inanimado y frio. El viajero también nota una concurrencia de
Animo entre él y el camino que recorre. Todos hemos visto sen-
das que se pierden en la arena densa cerca de la costa, y que
avanzan lénguidamente por las dunas como una serpiente
aplastada: aqui también tenemos que caminar con paso mo-
notono y laborioso, de forma que se conserva la armonia entre
nuestro dnimo y la expresion de las curvas suaves y pronuncia-
das del camino. Ese fenémeno quiza se puede entender racio-
nalmente si reflexionamos un poco sobre él. Podemos decir
que el camino en el que estamos surgié en una extensién que
siguieron esponténeamente varias generaciones de caminan-
tes primitivos, y podemos ver en su expresion un testimonio de
que esas generaciones, una tras otra, se sintieron afectadas en
ese mismo terreno del mismo modo que nosotros nos senti-
mos hoy. Podemos proseguir con la reflexi6n, y recordar que
la mirada del caminante, alla donde el aire es tonificante y el
suelo firme bajo sus pies, tiende a apreciar cualquier pequena
ondulacién, y que aquél se apartara despreocupadamente del
camino recto donde haya algo hermoso que examinar o la pro-
mesa de una vista mas amplia: de modo que hasta un rosal sil-
vestre puede condicionar y deformar de forma permanente el
camino recto del prado, mientras que, donde el terreno es di-
ficil, a uno s6lo le preocupa el esfuerzo de avanzar, y va con la
cabeza muy gacha y camina sin observar. La razon, sin embar-
go, no nos Ilevara hasta el final del camino, ya que el senti-
miento vuelve a aparecer con frecuencia en situaciones en las
que resulta muy dificil imaginar una explicacion posible y, si
viajamos velozmente en un vehiculo abierto por un camino
bueno y bien construido, experimentaremos esa armonia casi
en su maxima expresiOn. Sentimos el abrupto cambio de di-
reccion en un recodo curiosamente curvo; después de una su-
bida pronunciada, el aire fresco acaricia nuestro rostro mien-
tras bajamos por el otro lado traqueteando, precipitadamente,
y es dificil no atribuir una impaciencia, una especie de aban-
don, al propio camino.
Solo las vueltas de un camino bastan para alegrar una larga
73caminata de un dia hasta en un paisaje vulgar o triste. Algo que
hemos visto millas atras, en un promontorio, se nos oculta du-
rante tanto tiempo, mientras paseamos por valles cerrados 0
por bosques, que nuestra esperanza de volver a verlo se con-
vierte en un fuerte deseo, y, conforme nos aproximamos, apre-
tamos el paso con impaciencia y doblamos cada recodo con el
corazon en un puno. Y es por esas extensiones de la espera, ese
paso de una esperanza a otra, por lo que pasamos largas tem-
poradas de placer en un paseo de pocas horas. Es siguiendo
esas sinuosidades caprichosas como conocemos, poco a poco y
a través de una coqueta reticencia tras otra, del mismo modo
que conocemos el coraz6n de un amigo, toda la belleza del
campo. Esta disposicion siempre deja algo nuevo por ver, y nos
lleva, como un atento cicerone, hacia lugares muy distintos
que se ven a lo lejos, antes de dejar que nos acerquemos por
fin al destino anhelado.
En su relaci6n con el trafico, y en amistosa conversaci6n
con el paisaje, hay algo muy agradable en la sucesién de pa-
seantes y de briosos y atareados transetintes que pueblan nues-
tros caminos y que contribuyen a formar lo que Walt Whitman
lama «la alegre voz del camino ptiblico, el sentimiento dicho-
so y fresco del camino». Pero dentro de la extensa red de ca-
minos que une la vida de la granja de la colina con la ciudad,
hay algo individual en casi todos y, en general, casi tanto don-
de elegir en el Ambito de la companiia como en el ambito de la
belleza o del viaje placentero. En algunos nunca estamos mu-
cho rato sin oir unas ruedas, y la gente pasa a nuestro lado tan
continuamente que dejamos de saber cudntos son. Pero en
otros, en distritos poco frecuentados, un encuentro es cosa de
un momento; vemos a lo lejos que alguien se aproxima, la cre-
ciente definicion de la persona, y luego el camino se queda va-
cio delante de nosotros, quizd durante mucho tiempo. Esos
encuentros tienen un interés melancélico que no puede en-
tender el que vive en lugares mas populosos. Me acuerdo de
una vez que me encontraba al lado de un campesino, a la en-
trada de una tranquila callejuela en una ciudad que estaba mas
74animada y abarrotada que de costumbre; parecia perplejo y
anonadado por el continuo transito de rostros distintos, y, al
cabo de una larga pausa, durante la que parecié estar buscan-
do la expresién adecuada, dijo timidamente que parecia que
se producian muchos encuentros por aquellos lares. La frase es signi-
ficativa. Expresa la vida de ciudad en el idioma de las largas y
solitarias carreteras del campo. Este hombre estaba acostum-
brado a encuentros individuales en las tierras altas de pastores
de las que procedia, y la concurrencia en las calles solo era, a
su entender, una extraordinaria multiplicaci6n de esos «en-
cuentros».
Y ahora llegamos a la ultima y mas sutil cualidad de todas, a
la sensacién de perspectiva, de panorama, que un camino pro-
duce tan poderosamente en nuestras mentes. En la auténtica
naturaleza, asi como en los paisajes antiguos, bajo esa luz del
sol imparcial que bana e inunda toda una Ilanura multicolor,
la linea del camino guia la vista con una vaga sensaci6n de
deseo hasta el verde limite del horizonte. Nos damos cuenta
de lo que significa viajar, y visitamos en espiritu cada bosquecillo
y aldea que nos tienta a lo lejos. La sehnsucht -la pasion por lo
que siempre queda mas alla— tiene su viva expresion en esa cin-
ta blanca de viaje posible que atraviesa el paisaje desigual, y ca-
da labrador que conduce su arado por el surco brillante, y el
humo azul de cada casa en un valle, esa titubeante linea de
unién nos hace percibirlos con la sensacion de que estan cerca
y a nuestro alcance. Hay un parrafo apasionado en Werther que
lo expresa a la perfecci6n. «Cuando Hegué aqui», escribe, «jc6-
mo me Ilamaba el hermoso valle desde todas las laderas, cuan-
do lo miré desde la cima de la colina! ;Oh, perderme en sus
misterios! Corri a su encuentro, y volvi sin hallar nada de lo
que anhelaba. jAy! La distancia es como el futuro. Un todo
enorme se extiende en el creptisculo ante nuestra alma; la vis-
ta y el sentimiento se adentran y se pierden en la perspectiva,
pero ansiamos entregar todo nuestro ser, y dejar que se Ilene a
rebosar del éxtasis de una tinica sensacién gloriosa; y desgra-
ciadamente, cuando corremos a su fructificaci6n, cuando el
75allise ha tansformado en el aqui, todo esta como estaba antes,
y nos quedamos en nuestro pobre y exiguo estado, y nuestra al-
ma ansia un elixir que atin burbujea». Es ese errante e inquie-
to espiritu de anticipacion lo que proporcionan los caminos.
Cada panorama, cada vistazo que echamos a lo que tenemos
delante, da rienda suelta a la imaginaci6n impaciente, para
que se desprenda del cuerpo y se adentre en la sombra de los
bosques, y contemple desde la cima de la colina la Ilanura que
se extiende mas alla, y recorra los recovecos de los valles que atin
estan muy por delante. El camino esta ahi; no tardaremos mu-
cho. Es como si marchaéramos en la retaguardia de un gran
ejército y, desde atras, oyéramos el clamor de la vanguardia al
entrar en una amistosa y jubilosa ciudad. :No se sentiria cual-
quiera, en la distancia del camino, como si él también estuvie-
ra dentro de las puertas?