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Dist inti yevbiera: RAG Perry Anderson Imperium et Consilium La politica exterior norteamericana y Sus tedricos Reservas todos los derechos. De acuerdo a lo dispaesto en el at. 270 “Traduccién de del Codigo Penal, podrin se catigados con penas de multa Jaime Blasco Castiieyra y priacion de ihertad quienes sin Is preceptiva utorizacin ‘eproduzcan,plagien, distribuyen o comuniquen pablicameate en todo o en parte, una obra iteraia avtica 0 clenstca, Pala esa cl era ke dale cus. E77¢. A732, . © Peay Anderon.2013 ynquig FY W/IPZ. © Ediciones Akal, S.A., 208 CHA: € LOL eee PROCED. { eanene Ze9 eranelona Madkid - Espasa FAD IIEY usin 081996 S-- 19S 9922 ww wakal.com ISBN: 978-84-460-4000-2 FH 2/972 3. SEGURIDAD Roosevelt se llevé a la tumba su despreocupacién, Una vez que el Ejército Rojo se atrinchers en a Europa del Este y los regime- nes comunistas se escudaron detrés, la actividad de los partidos comunistas se inerementé en Occidente y en el Norte, en Fran- cia, Italia y Finlandia, las prioridades de Washington se invirtie~ ron. Enfrentarce a la amenaza soviética era més urgente que afi- nat la Pax Americana y bubo que aplazar algunos de los principios de esta paz para combatir el comunismo. La prioridad era Ia vic- toria en lo que con el tiempo se definiria como Ja Guerra Fria, ‘Truman, que en tiempos se habia alegrado de que los nazis inva- dieran la Uni6n Soviética, con la esperanza de que ambos Estados se destruyeran mutuamente, estaba bien preparado para liderar un cambio de rumbo!. Cuatro dias después de la rendicién alema~ na, retir6 de buenas a primeras las ayudas de la Ley de Préstamo y Arriendo a Rusia. Al principio se mostré inseguro, y oscilaba entre las bravatas -un reflejo de su temperamento- y la jovialidad del de su predecesor-, pero una vez que las armas nucleares ¢s- tadounidenses demostraron en Japén lo que podian hacer, rara "Asi lo expresarfa en un famoso discurso: «Si vemos que Alemania est .ganando la guerra, deberemos ayudar a Rusia; si va ganando Rusia debere~ ‘mos ayudar 2 Alemania y asi dejarlos que se maten entre ellos lo mas posi- ble». Discurso ante el Senado, 5 de junio de 1941. Desde la presidencia, ‘Truman afirmarfa en mds de una ocasién que el falso testamento de Pedro el Grande -el equivalente polaco y decimonénico de Los protocols de los sa~ bios de Sién- era el anteproyecto de los planes soviéticos para conquistar el ‘mundo. Segin el severo juicio de su bidgrafo més licido, cuyas conclusio- nes al respecto son categoricas, «En el transcarso de su mandato, Truman nunca dejé de actuar como un nacionalista provinciano», Arnold Offner, Another Such Victory: President Truman and the Cold War, 1945-1953, Stan ford, 2002, p. 177, 37 vez, volvié la vista atris. En la primavera de 1946, las relaciones conciliadoras con Mosctt que Roosevelt habia imaginado vaga- mente y Stalin esperaba sin demasiado conveneimiento, llegaron a su fin. Un afio después, la Doctrina Truman fue el toque de corneta que mareé el comienzo de la lucha en defensa de las na- ciones libres del mundo amenazadas por Ia agresién y la subver- sidn del totalitarismo, y el presidente estaba encantado de haber despertado a su pafs de su letargo®. En la Guerra Fria que se habfa puesto en marcha, los dos ban- dos en contienda eran asimétricos. Bajo Stalin, la politica exterior soviética era en esencia defensiva: inflexible en su exigencia de un glacis de seguridad en la Europa del Este para evitar que se repi- tiera la invasién que acababa de suftir el pais, sin importar el gra- do necesario de represién politica o militar para conseguitlo, pero mas que dispuesto a dejar de lado o a poner trabas a cualquier posible revolucién que surgiera fuera de esta zona de seguridad -en Grecia o en China y que pudiera desatar el conffieto con un Occidente mucho mas poderoso que la propia Unidn Soviética’ ? La erudeza y la violencia de la actitud de Truman le diferenciaba de Roosevelt y, por ello, Wilson Miscamble ofrece una semblanza muy positi- va de este persongje en su vehemente obra From Roosevelt to Truman: Pats- lars, Hirashima and the Cold War, Cambridge, 2007. Lo nico gue lamenta el autor es que no se desmareara antes de la actitud colsbaradora que habia mantenido Roosevelt con Stalin: pp. 323-328. No ereo que Roosevelt, al destituir a un miembro de su gabincte, bubiera voeiferado que «todos los “Artistas”, con A mayéscula, los rojillos de sal6n y los hombres con vor de soprano» representaban un y constituian un «fren- te de sabotaje» de Stalin; véase A. Offner, Another Such Victory, cit, p. 177. * En los sikimos meses de le guerra, Stalin estaba tan preocupado por mantener las buenas relaciones con los Aliados que desaprovechs la oportu- aidad de tomar Berlin cuando el Grupo de Ejército de Zhukov se encontraba tan solo a unos sesenta kilémetros de la ciudad. El 5 de febrero, orden6 a su comandante tomar la ciudad el 15 0 el 16 de ese mismo mes, pero rectficé al dia siguiente por miedo a herit las susceptibilidades de los Aliados en Yalta, donde las tres grandes potencias habian empezado a negociar, y no recibis aingtin favor a cambio, Si hubiera dejado que sus genersles avanzaran como habia decidido en un principio, la posicién soviética en las negociaciones en relacién con la Alemania de la posguerra habrfa sido distinta. «Hacia finales de marzo, Zhukov lo encontr6 cansado, tenso y visiblemente deprimido. Su angustia se agravaba cuando pensaba que todas aquellas incertidumbres se 38 La URSS solo construia el socialismo lo reconstrufa, en reali- dad, después de la destruccién provocada por los nazis~ en un {inico pais. Stalin nunca abandoné a conviccién bolchevique de que el comunismo y el capitalismo eran enemigos mortales*, pero Ja perspectiva final de una asociacién libre y mundial de produc- tores ~la sociedad sin clases que Mars habfa vaticinado— era muy remota. Por el momento, el equilibrio de fuerzas se inclinaba del ado del capital. Con el tiempo, las contradicciones inter-imperia- listas darian problemas de nuevo y debilitarian al enemigo, como ya habia sucedido en dos ovasiones en el pasado, y los obreros tomarian la delantera’, Entre tanto, era vital que las fuerzas revo- lucionarias que se encontraban més alld del perimetro del bloque soviético no amenazaran su seguridad provocando al imperialis- mo antes de tiempo y que no cuestionaran la autoridad del PCUS. Tanto desde el punto de vista doctrinal como en lo que res- pecta a la fuerza, la posicién de Estados Unidos era muy distinta. Tdeolégicamente, los dos universalismos entablaron una lucha en- carnizada en el transcurso de Ja Guerra Fria, pero existia una di- ferencia ontol6gica entre ellos. Segiin Ia mordaz formulacién de Stephanson, «mientras que la Union Soviética, que representaba (segiin declaraban los propios soviéticos) la pentltima etapa de la podrian haber evitado si hubiera autorizado al Bjército Rojo a atacar Berlin ; posiblemente, la guerra habria terminado en febrero, como se habia pla- heado en un principio», Vojtech Mastny, Russia’s Road to the Cold War. Diplo- acy, Warfare and the Politics of Communism, 1941-1945, Nueva York, 1979, pp. 238-239, 243-244, 261. Esta no seria Ia tinica metedura de pata desasero~ sa de Stalin y estos ertores no se debian a un exceso de agresividad, sino de pradencia, en ios altimos compases de la Segunda Guerra Mundial. * Para una brillante descripci6n del punto de vista de Stalin al final de la guerra, wéase Vladislav Zubok y Constantine Pleshakov, Inside the Kremlin's Cold Win; Cambridge, Massachusetts, 1996, pp. 11-46 5 Este fue el ema del discurso que promuneié ante ef Soviet Supremo el 9 de febrero de 1946. Habida cuenta de que le primera gucrra entre imperios hhabia dado lugar ala Revolucion de Octubre y en la segunda el Ejército Rojo habia legado hasta Berlin, una tercera guerra podrfa acabar con el capitalismo, tuna perspectiva que ofrecia la victoria definitiva sin alterar su estrategia pasiva, Hasta el final de su vida Stalin siguié pensando que les contradicciones inter- imperalistas seguian teniendo una importancia primordial. Las contradiccio— nes entre el bando capitalsta y el soelista ocupaban un lugar secundario, 39 historia, se enzarzaba en una lucha dialéctica por Ia liberacién definitiva de la humanidad, Estados Unidos es esa liberacién. Es el fin, ya es un imperio mundial sin parangén, no existe un Otro dialéctico. Lo que no es como Estados Unidos no puede, en prin- cipio, funcionar. Puede ser una perversidn o, en el mejor de los casos, una potencialidad»®. En el plano material, por otra parte, no existia una unidad de medida comiin que permitiera comparar alos Estados rivales que habjan surgido de la guerra. La URSS de los afios 1946-1947 no podia aspirar ni remotamente a Ja ambicién en la que se basaba la gran estrategia norteamericana: la «prepon- derancia de la fuerza» en todo el mundo, anunciada y escenificada en Hiroshima y Nagasaki. La iniciativa en el conflicto entre los dos bandos tenfa que Ilevarla el mis fuerte. La ctiqueta ideol6gica ue se manejaba era la de la , y pudicron ‘zalinearse alegremente con el movimiento més dindmico de Europa». Ast es ‘coma se resume la opinién que defendia Kennan entonces en la mejor crénica de esta ctapa de su carrera, En Polonia, segiin Kennan, «la esperanza en una ‘mejora de las condiciones materiales y en una administracidn eficente y orde- nada quiz baste para colmar las aspiraciones de un pueblo cuya educacién politica ha sido siempre primitiva», Véase David Mayers, George Kennan and the Dileramas of US Foreign Policy, Nueva York, 1988, pp. 71-73. Para la carta de Kennan correspondiente al 24 de junio de 1941, dos dias después de que Hitler lanzara su ataque contra la URSS, una campafia que describia sencilla- mente como «los esfuerzos bélicos de los alemanes», véanse sus Memoirs, 1925-1950, Nueva York, 1968, pp. 133-134, donde no se alude en ningiin ‘momento a su reaccién inicial ante Ia ocupacién nazi de lo que quedaba de CChecoslovaquia y tampoco se menciona su visita 2 la Polonia ocupads a dremos razones para considerar la posibilidad de una guerra pre- ventiva», desplegando armas nucleares. «Con diez. impactos cer= teros de bombas at6micas», afirmaba Kennan, « para desestabilizar al régimen de Mosct y a sus relevos en la Eu- ropa del Este!?. En lo que atafie a su propésito, la politica de con- tencién y la del rollback, que consistfa en hacer retroceder al ene- migo, fueron idénticas desde el principio. La contencién, un eufemismo burocritico, era un término de- masiado drido para lograr que la opinién piblica apoyara la estra- tegia de la Guerra Fria. Pero se podia traducir ficilmente y trans- formarla en otra nocién que se convertiria desde entonces en el motivo central de la ideologia imperialista norteamericana: la se- guridad. En el periodo decisivo que se extendié entre 1945 y 1947 sta palabra pasarfa a ser Ja consigna clave que establecié una re- laci6n entre la atmésfera interior y las operaciones exteriores y las agrupé en un frente Gnico que permitié la transicién desde el New Deal a la Doctrina ‘Truman. La Ley de Seguridad Social con bombas el norte del pais durante tres afios consecutivos. Véase Brace Cumings, The Korean War, Nueva York, 2010, pp. 147-161. 1 David Foglesong, «Roots of “Liberation”: American Images of the Fu- ture of Russia in the Early Cold War, 1948-1953», International History Review 21, 1 (marzo de 1999), pp. 73-74. Gregory Mitrovich, Undermining the Krem- din: America's Strategy to Subrcert the Soviet Blo, 1947-1956, Tehaca, 2009, pp. 6, 29, 180. Mitrovich observa que «habia que acruar sin demora: la estrategia de ‘contencién y lade “presién” debian aplicarse ala vee, no de forma conscoutiva». © Schurmann fue el primero en darse cuenta de este fendmeno y lo si- tué en un lugar central de su explicacién del imperialismo norteamericano: . Kennan hizo un Liam: miento a sus compatriotas a luchar en la Guerra Fria y expresé acierta gratitud a la Providencia, la cual, al enfrentar al pueblo norteamericano con este desafio implacable, ha permitido que la totalidad de su seguridad como nacién dependa de la unién de sus fucrzas y de la aceptaci6n de la responsabilidad del liderazgo mo- ral y politico que es evidente que la historia ha querido impo- nernose'*, Ese mismo mes, en virtud de la Ley de Seguridad Na- cional se creé ef Departamento de Defensa (que dejé de llamarse Departamento de Guerra), El Estado Mayor conjunto, el Conse- jo de Seguridad Nacional y la Agencia Central de Inteligencia, la pitce de résitance. En torno a este complejo institucional se desarro- ilé Ia ideologia permanente de la seguridad nacional que ha guia~ do al imperio norteamericano hasta nuestros dias!’, Aunque esta ideologia arraigé profundamente en el imaginario nacional como consecuencia de la Guerra Fria, los temores en los que se basaba tenjan una larga prehistoria, basada en el alarmismo que siempre habia generado la presunta vulnerabilidad de EEUU a un ataque 44 ©X", "’. E piblico no estabe al tanto de este tipo de confidencias. Oficialmente, la democracia era un valor tan prominente en la misién que tenfan que llevar a cabo los nortea- ‘mericanos en el mundo como lo habia sido en su época la doctrina del Destino Manifiesto. Esa doctrina, sin embargo, habfa experimentado un cambio. Después de la guerra contra Espana perdi6 su caricter territorial y con Wilson se convirtié en una creencia metafisica. Durante la Guerra Fria, se expresarfa con una actitud menos extitica, en un registro politico-moral que ocupaba una posicién inferior en la jerarquia ideol6gica. Pero el vinculo con la religion seguia estando presente. «Dios Todopoderoso ha bendecido a nuestra tierra de ‘muchas maneras», sefialaba Roosevelt en su discurso de investidu- ra en 1944. «Ha dotado a nuestro pueblo de corazones y armas poderosas con los que asestar golpes contundentes en nombre de nuestra libertad y nuestra verdad. Ha otorgado a nuestro pais una fe que se ha convertido en la esperanza de todos los pueblos angus- tiados del mundo.» ‘Truman, el mismo dia que ordené lanzar la segunda bomba atémica sobre Nagasaki, también aludiria directa- mente a las armas de la nacién: . Era un mensaje demasiado directo. Truman objeta~ ba que de esta manera «da la sensacién de que el texto no es mas gue un folleto para promocionar las inversiones> y Acheson se aseguré de que no se descubriera el pastel”. El libre comercio, % Th. J. McCormick, America’s Half-Century, city p. 77. El semanario Business Week, que podia expresarse de forma més directa, observaba que la 50 aunque era esencial para la Pax: Americana, tampoco podia ser uno de los imperativos ideolégicos mis destacados. Pero los aconteci- inientos acabarian demostrando que estos principios, que por el momento no ocupaban un lugar prominente en la jerarqufa de la legitimacién imperial, serfan absolutamente decisivos en su mapa operativo, Lo primero era ganar la Guerra Fria, y el catecismo de Ja seguridad era primordial. ‘Todavia se considera que la Gran Contienda, que es como de- finié Deutscher a este conflicto, fue el marco que definié la gran estrategia norteamericana en la época de la posguerra. Pero las exigencias de la lucha contra el comunismo, que con el tiempo serian cada vez més absorbentes, no fueron més que una fase, una fase prolongada, eso si, dentro de una trayectorin mas general y mucho ms duradera de la proyecci6n de poder norteamericano. Desde el fin de la Guerra Fria han aparecido numerosas mono- grafias sobre este conflicto, extraordinarias en muchos casos. Pero en casi todas ellas se ignora la existencia de una dindmica que antecedi6, acompaié y sobrevivi6 a esta guerra, En palabras de tuno de los autcres que representa una excepcién a la regla que acabamos de mencionar, a pesar de su aleance y su intensidad la Guerra Fria no fue mas que «una trama secundaria» en la historia general de la hegemonia global norteamericana™. Esta obra excepcional hunde sus raices en la tradicién pionera de los estudios modernos acerca del imperialismo norteamerica- no, inaugurada en Wisconsin por William Appleman Williams en los afios cineuenta, En American-Russian Relations (1952), Tragedy af American Diplomacy (1959) y The Contours of American History tarea del gobiemo de EEUU era «mantener el capitalismo a flote en el Me- diterrneo ~y en Europa», y que en Oriente Medio «ya se ha demostrado que el comercio tiene una enorme importancia, cualquiera que sea el papel que desempeiie EEUU». 4 Th. J. McCormick, America’s Half Century, cit, p. xii. 31 (1961), Williams habia afirmado que el avance de la frontera in- terior dentro de Norteamérica, que habia favorecido la aparicién de una sociedad de colonos ajena a las contradieciones de raza y de clase caracteristicas de Ia emergente economia capitalista, se habia propagado a través del Pacifico gracias al impulso de un emporio comercial basado en la politica de Puertas Abiertas y, después, en la huida hacia adelante del intento por alcanzar un dominio hege- ménico que no consentia ni siquiera la existencia de una Unién Soviética defensiva. Para Williams, esta trayectoria habia sido de- sastrosa desde el punto de vista morai, pues suponia un alejamien- to de la idea de una comunidad de iguales que habia servido de inspiraci6n a los primeros colonos que llegaron a Norteamérica procedentes del Viejo Mundo. La idea de un imperialismo nor- teamericano de larga duracién que defendia Williams en esta obra, publicada antes de la guerra de Vietnam, tuvo un impacto tremendo en los sesenta por su cardcter profético. Los historiado- res sometidos a su influjo -Lloyd Gardner, Walter LaFeber, Tho- mas McCormick, Patrick Hearden- se despojaron del idealismo de su marco explicativo y llevaron a cabo estudios més rigurosos y mejor documentados de la dindmica econémica de la diplomacia, de las inversiones y de las guerras en Norteamérica desde el si- glo xix hasta el final del xx, La Escuela de Wisconsin no fue la ‘inica que produjo una historiografia critica del imperio. La mo- numental obra Politics of War de Kolko, aunque tenia una filiacién intelectual diferente, surgié en este mismo ambiente politico de repulsa a la guerra de Vietnam. Para el liberalismo imperante de la época, y para el posterior, esta visidn del papel que habia desempefiado Norteamérica en el mundo después de la guerra era una aberracién. La politica exte- rior estadounidense no se regia por los requisitos de rentabilidad, sino por la seguridad, y no estaba condicionada por. los objetivos de la politica de Puertas Abiertas, sino por el confficto de la Gue- rra Fria. Al frente de esta postura se situaba John Lewis Gaddis, un autor que Hleva mas de cuatro décadas desgranando incesante- mente las verdades patristicas acerca de su pais y de los peligros que tiene que afrontar. El gobierno norteamericano, explicaba Gaddis en 1972, cuando EEUU estaba bombardeando Vietnam, 52 se habia visto obligado, por motivos de seguridad, a participara su pesar en la Guerra Fria. La responsabilidad del conflicto recafa exclusivamente sobre un dictador soviético que no tenia que rendir cuentas a ia opini6n publica y que, por tanto, podia haber evitado un enfrentamiento que los dirigentes democriticos de Washing- ton, obligados a tomar en cuenta el sentir de un pueblo indignado con el comportamiento soviético, no lo podian pasar por alto. La actuacién de la naci6n en el Ambito exterior no habia estado de- terminada por consideraciones de indole econémica, sino por su sistema de politica doméstica®. Si existia algo que se pudiera de~ finir como el imperio norteamericano ~quiz4, a fin de cuentas, los «”, Para entonces, el clima intelectual habia cambiado. Desde me- diados de los ochenta en adelante, la trayectoria del Estado nortea- mericano durante la Guerra Fria se empez6 a juzgar con mayor escepticismo. Su actuacién en dos escenarios distintos atrajo nu- merosas ctiticas por parte de los estudiasos posteriores, que consi- deraban que habia sido excesiva ¢ innecesariamente agresiva, En primer lugar, se criticaba el papel que habia desempefiado EEUU. en Europa al principio de la Guerra Fria y, en segundo lugar, las intervenciones posteriores en el ‘Tercer Mundo. El estudio de es- tos fenémenos favorecié 2 su vez la ampliacién y la especializaci6n de la historiografia de la Guerra Fria, impulseda ademas por la desclasificacién de los archivos soviéticos y chinos, y por la apari- cién gradual de una corriente critica en la interpretacién de las ® J. L. Gaddis, We Now Know: Rethinking Cold War History, Oxford, 1997, pp. 51, 199-201, 280, 286-287, 292. * J.L. Gaddis, «And Now This: Lessons from the Old Era for the New One», en Strobe Talbott y Nayan Chanda (eds.), The Age of Terror, Nueva York, 2001, p. 21;]. L. Gaddis, Surprise, Security, and the merican Experien- ce, it, pp. 115, 117. En este ensayo, se habla de «la transformacién mas sorprendente de un dirigente nacional infravalorado desde que el Principe Hal se convirtiera en Enrique V», ye compara Ia guerra de Afganistin con la Batalla de Azincourt, véanse pp. 82, 92; mas adelante, pp. 115, 117. Con cltiempo, Gaddis escribirfa alguno de los discursos del presidente texano, 34 fuentes occidentales™, La imponente Cambridge History of the Cold War (2010) en tres volimenes, un monumento a la investigacién actual, da fe de este giro y se puede considerar que sus coeditores, Melvyn Leffler y Odd Arne Westad, encarnan el avance que ha representado esta nueva literatura y sus limitaciones. Estos dos autores han escrito sendas obras profundas de reflexién histérica que se pueden considerar las mejores en sus campos respectivos: ‘A Preponderance of Power: National Security, the Truman Administra tion and the Cold War (1992) de Leffler y The Global Cold War: Third World Interventions and the Making of Our Times (2005) de Westad. La conclusién inequivoca que se desprende de la lectura del impo- nente y minucioso andlisis que ofrece Leffler de las doctrinas y las acciones norteamericanas, en Jos cinco primeros afios de la Guerra Fria, es que el gobierno de Washington impulsé una campafia de hegemonia global -la «preponderancia» total y que, sin tener en cuenta los previsibles temores de Mose, que acababa de sufrir una invasion de Alemania y no queria que aquello se volviera a repetir, dividieron el pais para mantener la region del Ruhr a su alcance’!. Elestudio de Westad, por su parte, representa una ruptura decisi- va con la tradicién, pues en lugar de centrarse en Europa estudia los campos de batalla del Tercer Mundo, que a juicio de este autor fueron el frente individual més importante de la Guerra Fria, con consecuencias desastrosas para los pueblos que se vieron atrapados en el fuego cruzado de los intentos norteamericanos y soviéticos por controlar su destina. 20 Para las sucesivas fases de esta historiografia, véase A. Stephanson, « Para la refutacion que lleva a cabo Leffter de la versiGn de la Guerra Fria de Gaddis, véase su ataque despiadado a We Now Know: «The Cold ‘War: What Do “We Now Know"?», American Historical Review 104, 2 (abril de 1999), pp. 301-524. Leffler ya habia cuestionado esta interpretacion en 1984: «The American Conception of National Security and the Beginnings of the Cold War, 1945-1948», American Historical Review 89, 2 (abril de 1984), pp. 346-381. 35 Es cierto que estas obras ocupan una posicién dominante en su campo, pero se trata de un campo restringido. En lo que respecta a su alcance histérico, ninguno de estos estudios se puede compa- ar con la obra de Kolko, que abarca en un solo estudio la totalidad de los objetivos estratégicos y de las acciones de los norteameri- ‘canos en la época en que el Ejército Rojo luchaba contra la Webr- ‘macht, y estudia detenidamente el sufrimiento y las rebeliones de los pueblos que se encontraban més alld de las fronteras de EEUU, desde el Yangtsé hasta el Sena”. En la bibliografia de cuarenta paginas que se incluye en el primer volumen de la Cambridge His- tory of the Cold War no encontramos ni una sola alusién a Politis of War, una omisién muy elocuente. En sus expresiones més sofisti- cadas, este enfoque ha dado lugar a importantes y clarividentes estudios de historia politica. Pero, aunque hay que reconocer que ya no son ensayos apologéticos, a menudo prestan una atencién excesiva a los injustificados excesos y errores de la politica exterior norteamericana que impidieron obtener mejores resultados diplo- miticos después de la guerra, o a los erimenes que cometieron los norteamericanos en el mundo subdesarrollado por miedo a come ter otros peores, pero no saben explicar por qué todas estas deci- siones les parecian suficientemente racionales para aleanzar sus propésitos. Un sintoma de esta incapacidad es que no mencionan en ningdin momento las obras de aquellos historiadores estadouni- denses que se han dedicado a estudiar este fendmeno. Aunque es- tén de acuerdo en que las causas de los juicios erréneos o la con- ducta equivocada de los norteamericanos en el extranjero fueron las distorsiones debidas a la ideologia y los excesos en cuanto a la percepcién de inseguridad, la légica politica de una dindmica eco- noma continental que era la sede del capital mundial es objeto, en el mejor de los casos, de evasivas 0 de ineomodidad’®. 3 En 1990, Kolko afiadi6 un prologo a su reedicién de The Politics of War en el que wtlizaba su teorfa para llevar a cabo un estudio comparado del ‘6gimen alemin y del japonés, as{ como de sus gobernantes respectivos, y analizaba ademas los diferentes resultados politicos de la experiencia popu- lar de la guerra en Francia y en Alemania, con una brillantez extreordinaria. 38 Cuando Bruce Camings le pregunt6 a Leffler por qué no analizaba ni ‘mencionaba la obra de Kolko 0, en términos més generales, a de la Escuela 56 Esto no sucedia a principios de los setenta, cuando la influencia de Williams se encontraba en su punto algido. En esa época vieron Ia luz dos perspicaces criticas a la Escuela de Wisconsin, criticas cuya claridad y rigor contrastan notablemente con el abotarga- miento posterior. El blanco de Robert Tucker y John Thompson de Wisconsin heredera de Williams, se limité a defenderse aduciendo que para él, «las obras de William Appleman Williams siguen siendo el mejor fundamento de las reconfiguraciones arquitecténicas que yo he concebido», pues «Williams supo captar ia verdad esencial de que la politics exterior nor- teamericana siempre ha girado en tomo a la expansidn del territorio, el co- ‘mercio y la caltura de los norteamericanos». De esta trinidad, el tinico ele- mento que ocupa un lugar destacado en la obra de Leffler sobre la Guerra Fria es, sin embargo, el de la cultura. Véase, para este dilogo, Michael Ho- gan (ed.), America in the World: The Historingraply of Ameriaan Foreign Rela- tions since 1941, Cambridge, 1995, pp. 52-59, 86-89. Por su parte, Westad afirmaba perplejo en una fecha tan tardia como el aito 2000 que «los respon- sables de la politica norteamericana parecen haber entendido de una manera ‘mis inmediata de lo que pensamos la mayoria que exista una relacién inerin- seca entre a difusicn del capitaismo como sistema y el triunfo de los valores politicos norteamericanos», ©. A. Westad (ed), Reviewing the Cold War: Ap- proaches, Interpretations, Theory, Londres, 2000, p. 10. Cinco afios después, en The Global Cold War, incluiria algunas paginas nerviosas ¢ indecisas sobre la dimension econémica de la politica exterior estadounidense que no pare~ cen guardar demasiada relacién con la explicacién que ofrece después, antes de concluir, visiblemente aliviado que, como habia demostrado la invasién de Imag, «la libertad y la seguridad han sido y son ain las fuerzas que han impul- sado la politica exterior estadounidense~, pp. 27-32, 405. Sobre Kimball, el autor explica en una discreta nota a pie de pégina que «solo abora empiezan los historiadores @ lidar con las fascinantes cuestiones que planted William Appleman Williams» y sefiala que Gardner y Kolko se muestran contrarios al «punto de vista mis aceptado, que hace hineapié en la politica de la fuerza yeenel idealismo wilsoniano» y que «en realidad no aborda la cuestién de los bjetivos econémicos generales de Nortcamérica y sus efectos en la politica exterior, un tema que se analiza de forma un tanto canta, o incluso sin un atisbo de realismo, en el siguiente capitulo sobre la Ley de Préstamo y Arriendo. The Juggler cit. pp. 218-219, pp. 43-61. A propésito de las teorias alternativas a la ortodoxia tradicional de la Guerra Fria, McCormick sefialé en cierta ocasién con razén que «si bien los postrevisionistas suelen dejar debida constancia de los factores materiales, después los esconden en una lista indiferenciads e inconexa de variables. La premisa operativa es que lo sofisticado es la multiplicidad, no la articulacién», «Drift or Mastery? A Cor- poratist Synthesis ‘or American Diplomatic History», Reviews in clmerican History 10 (diciembre de 1982), pp. 318-319. 37 eran as carencias del término

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