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ESTETICA distinguirlos. Por otro lado, muchos creen que fa riqueza emocional y cognitiva de la ficcidn esta en parte conectada con el hecho de que pose una habilidad especiatl para poner en juego nuestras emocio- anes y el marco de juicios y valores que suele acompafiar a las mis- mas, Si las emociones que experimentamos no son reales, resulta mas problemtico dotar a las experiencias ante la fieci6n de cierto estatuto cognitive. Finalmente, parece que algunas de las manifesta ciones que suelen acompaiar a ta experiencia emocional ante la fic- ciéa parecen apuntar que estos estados son tan reales como los cau satclos por Ta creencia adecuada. Por estos motivos ha habido un intento de desarrollar una terce~ ra via de explicacién que, sin renunciar a la realidad de It emocion ante la ficcion, no condene a la ernocién al dmbito de la irracionali- dad. Entre los defensores més fervientes de esta tercera opcién se encuentran Noel Carroll (2001), Peter Lamarque (1981), Richard Moran (1994) y Derek Matravers (2006). La esttategia que adoptan es la de mostrar que para que nuestras emociones sean racionales no es necesario que tengamos una creencia sobre el objeto. En rea lidad ef mero pensamiento de que el objeto es de cierta manera 0 de que posee ciertos rasgos puede justificar una emocién, Carcoll, por ejemplo, ha seialado que es posible reformutar la teoria cognitiva de las emociones de la siguiente manera. Para que tuna emocidn sea racional basta con que esté motivada por el pensa- miento adecuado; esto es, no es nevesario que el sujeto erea que cl contenido del pensamiento es verdadero o que adopte la actitud de ereencia hacia dicho contenido. En realidad, en algunas ocasiones, las consideraciones acerca de la verdad o falsedad del pensamiento ni si quiera se plantean puesto que la mera consideracion de un con- tenido o su imaginacién bastan pata que el sujeto reaccione emocio- nalmente ante dicho contenido, Por ejemplo, el mero pensamiento de que puedo resbalar y caer al vacio mientras pasco al borde de un precipicio puede desencadenar la emocién correspondiente de mie- do incluso puede desencadenar cierto comportamiento preventi- vo—. En realidad no podemos decir en sentido estricto que el sujeto crea que va a caer, s6lo Io piensa, lo considera en sut imaginacién. El pensamiento evaluativo de que puede ser peligroso caminar descuida- damente junto al precipicio basta, pues, para generar la emocion. Con ello, Carroll estaria mostrando gue le concepcidn cognitiva de las emociones ha sido expresada de una forma demasiado exigente. Escierto que sin la valoracion adecuada del objeto como peligroso no podriamos justificar la racionalidad de una emocién de miedo, pero no es necesario que cteamos que el objeto existe realmente ante noso- ARTE, FICCION Y VERDAD 233 tros para generar esa etnocién, Basta con que pensemos acerca del objeto o situacién bajo una deseripcion que justifique la emocién. ‘Matravers, por ejemplo, ha sefialado que si la condicion de creer que el objeto de muestra emocion es indispensable para que poda- mos responder emocionalmente y racionalmente, tendriamos que rechazar un gran mimero de casos en los que, a pesar de no poseer la cteencia existencial correspondiente, podemos decir que sentimos una emocion verdadera y racional. Por ejemplo, a menudo respon demos emocionalmente ante situaciones que han tenido lugar en el pasado y de las que no podemos tener la creencia de que cxisten actualmente. En otras ocasiones parece que podemos responder emocionalmente ante hipdtesis que consideramos; por ejemplo, puedo responder con ansiedad anie la consideracién o imaginacion de que mi hermana puede tener un accidente de tréfico en su cami- no hacia mi casa, pese a que no crea en sentido estricto que lo ha tenido. Una vez que aceptamos que las emociones pueden estar racio- nalmente justificadas por los pensamientos adecuados —al margen de que consideremos dichos pensamientos destle una actitud de creencia— resulta menos probiematico explicar como es posible que nuestras reaceiones emocionales ante la ficci6n sean racionales. Siel ‘mero pensamiento de que Anna Karenina sufre y ha destrozado su vida basta para justificar mi compasién por ella, podemos dar cuen~ ta de la existencia real de emociones ante la ficcién sin tener que asumir que éstas son irracionales. No obstante, y pese a que la pro- pUesta parece oforgar una estructura a nuestras emociones menos Tigurosa que a formulacién inicial de la teoria cognitiva parece con- coder, existe un peligro que acecha a la concepcién que acabamos de sefialar. Parece cierto que en algunos casos reaccionar emocional- mente ante el mero pensamiento de que algo pueda ser el caso no ‘nos resulta irracional. Sin embargo, no esta claro que todos los ca- 508 de este tipo sean casos en los que consideramos que ta emocién resultante es racional. De hecho, los casos tipicos de emocién irra~ ‘ional son aquellos en los que pase a que el sujeto dice no poscer la creencia correspondiente no puede evitar reaccionar emocional- ‘mente como si la tuviera, El pénico a volar suele ir acompaiiado por la confesion de que se es consciente de que volar no es tan peligroso © el miedo a las araias a menudo se manifiesta en sujetos que no cereen en absoluto que las arafias (al menos algunas de ellas) sean peligrosas. En estos casos, decimos que la emocion es irracional y lo es porque supuestamente deberia desaparecer una vez que el sujeto reconoce carécer de la creencia que la justificaria,

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