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Francamente, me resulta inevitable recordar aquí el clásico cuento del niño que organizó
el partido de fútbol, que decidió invitar a sus amiguitos del barrio pobre contiguo, que
incluso eligió lugar, hora y árbitro, pues en su mente sólo se albergaba la convicción del
triunfo, pero que tan pronto recibió un gol en contra simplemente tomó la pelota y dio
por concluido el partido, no sin antes arrojar una verdadera lluvia de piedras a sus
contrincantes«
¿Qué fue realmente lo que motivó tamaña reacción de la élite? ¿Cómo fue que el
segmento social que históricamente se ha asegurado de elaborar y validar expresiones
culturales que no constituyen amenaza a su dominio, entre ellas las tan apreciadas
formas de urbanidad y resolución dialogada de conflictos, en total reprobación de
cualquier atisbo de protesta, reaccionó a una escala de violencia tan extrema y
terrorífica, que ni la más agitada jornada de ³Día del Joven Combatiente´ ha logrado
pisarle los talones? La respuesta a tales preguntas requiere de algo de historia.
La aristocracia criolla que llevó a buen puerto la emancipación de comienzos del siglo
XIX, logró asir para sí el incipiente Estado chileno, haciendo la más completa
abstracción de los demás grupos sociales que, tal vez sin ser claramente conscientes de
ello, habían contribuido en el campo de batalla con la expulsión del poderío peninsular.
La aristocracia aplicó al Estado los mismos cánones que solía emplear en cuanto
poderosos terratenientes, de tal modo que la regulación del juego ³democrático´ no
contempló sino la inclusión de quienes lideraron la independencia. A mi juicio,
predominó la intención deliberada de mantener el control del aparato estatal y, por obvia
derivación, de las instancias públicas que constituían la materialización operativa del
control, o fiscalización, del quehacer económico, fuente del poder de la élite.
De esta forma nació una oligarquía, esto es, ³unos pocos´, que con egoísta lucidez
comprendió que el campo electoral resultaba fundamental a la hora de mantener el
poder real. Efectivamente fue así, y lo fue por una doble razón: por un lado el
establecimiento legal de complejos requisitos de ciudadanía aseguraba que la
participación política fuera privilegio del club de los ³oligoi´; a la vez, semejante
montaje permitía exhibir la puesta en marcha de una democracia aparentemente
perfecta.
Sin embargo, pese a la reforma, la élite mantuvo el asa bien firme; en el mejor de los
casos estaba dispuesta a mejorar la estética de la aparente democracia, pero en ningún
caso a emprender mejoras de fondo que implicaran la inclusión real de otras clases
sociales en puestos estatales claves, ni aun cuando en Chile, ya a inicios del siglo XX,
se conociera la noticia según la cual la oligarquía rusa había sido presa del despojo de
bienes y de la persecución por parte de los bolcheviques de Lenin. Diría que la élite
chilena manifestó una poco decorosa incapacidad para dimensionar, más allá de todo
egoísmo y de toda pasión de cualquier tipo, las nuevas ideas, los nuevos hechos
históricos y, en suma, los nuevos tiempos que advenían con abrumador torrente, siendo
la mejor prueba de ello la dura reacción elitista que despertó el movimiento obrero y,
antes que ello, la sangrienta reacción que tuvo para con uno de sus propias filas; uno
que llevado exclusivamente de un genuino amor por la patria y sus recursos naturales,
no estuvo de acuerdo con que tras la Guerra del Pacífico el salitre quedara en manos de
especuladores extranjeros. La élite simplemente conspiró contra el Presidente
Balmaceda, lo derrocó y, acaso más importante, dejó meridianamente claro que en lo
sucesivo incluso estaba dispuesta a tolerar que se constituyera una nueva clase
gobernante, pero jamás perdería su sitial de clase dominante.
Al igual que la hegemónica madre que desde siempre ha constatado la total obediencia
de su hijo, y que ya en la adolescencia se sorprende sobremanera cuando el joven
manifiesta por vez primera su disconformidad con algo, así también ocurrió a la madre
oligarquía cuando su hijo obrero realizó las primeras movilizaciones. Definitivamente la
clase dominante no supo qué hacer. Sólo en este contexto es posible encontrar una
explicación a la barbarie con que la élite afrontó, por ejemplo, el paro salitrero que
concluyó, en 1907, con la matanza de la escuela ³Santa María´, en Iquique. Esta es, tal
vez, la primera exhibición nítida de la verdadera fusión de intereses que había entre, por
un lado, quienes tenían el control del Estado y, por otro, quienes acopiaban para sí la
riqueza económica. Por este motivo, en un escenario de supuesta democracia, el poder
político decidió disponer de las Fuerzas Armadas, teóricamente de todos los chilenos,
para defender intereses económicos de parientes o amigos, en todo caso miembros de la
élite.
Ciertamente ésta no sería la última ocasión en que tal aberración ocurriría, más aún si se
considera que las aspiraciones de reivindicación de todo orden, por parte de segmentos
medios y populares, irían en crecimiento con el correr del siglo XX. La clase dominante
procurará acomodarse a esta nueva situación. Incluso ideará mecanismos algo más
sutiles en su afán de mantención del poder real, como cuando el juego de supuesta
democracia incluyó el arribo al poder político administrativo de líderes provenientes de
otras clases. Después de todo, como ya he dicho, una cosa era la clase gobernante y, otra
muy distinta, la dominante. Además, los riesgos aún no eran demasiados, pues el marco
constitucional que ella una vez más había diseñado, así lo garantizaba.
Sin embargo, el paso del tiempo demostraría que los poderosos chilenos no cursaron
con éxito el ramo de resolución de conflictos por vías civilizadas en un contexto de
respeto en cuanto seres humanos o, en una perspectiva cristiana, en cuanto hijos del
mismo Padre. En efecto, los procedimientos de fuerza extrema nunca fueron realmente
descartados por la élite. Sólo téngase presente lo ocurrido con la denominada ³ley
maldita´ propiciada por González Videla, o los cruentos hechos de 1973.
En realidad, tal como señalé en los primeros párrafos del presente ensayo, hacia 1973,
cuando mucho, existía una aparente institucionalidad democrática; si se quiere, no más
que una pseudo democracia. La élite, que como también se ha señalado, era y es ante
todo una élite económica, dejó jugar el juego de creerse en democracia, incluso
perdiendo en ocasiones la administración directa del Estado, es decir, incluso perdiendo
transitoriamente la condición de clase gobernante, pero nunca dejó de saberse clase
dominante. Tan pronto sus intereses fueran tocados la reacción de fuerza no se haría
esperar. Pues bien, ocurre que el programa del Presidente Allende provocó que la clase
dominante se sintiera afectada en su peculio privado como nunca había ocurrido en la
historia nacional. Como ejemplo baste recordar la intransigente disposición reaccionaria
que despertó la tercera y más profunda de las reformas agrarias implementadas en Chile.
Desde luego, ello era motivo suficiente para confabular contra la Unidad Popular, pues
era ya claro que el sistema había sido superado, y que todo lo diseñado para proteger los
intereses elitistas ³hacía aguas´ por diversos flancos.
El Peronismo aparece a partir de las ansias de modernización por parte del ejército
debido a la crisis oligárquica. Estos últimos ±el Ejército± son los que pierden la
hegemonía dentro del Estado, ya que éste, como señala Marcelo Cavarozzi, es
³disfuncional´ y no ³patriótico´ (Cavarozzi y Medina, 2002: 148). El componente
nacionalista se traduce en la seguridad nacional (Panaia, 1975: 90) el cual llama a un
desarrollo autónomo y a un Estado que intervenga en asuntos sociales y económicos. Es
por eso que para los militares y para Perón hay que cambiar al bloque de poder (Panaia,
1975: 99) representado por la oligarquía, por una nueva estructura que tenga en cuenta
las demandas de una sociedad que no ha sido escuchada por el Estado. Los militares, en
el año 1943, ejecutaron su primer plan nacional, el Plan Catalano, el cual nacionalizó
gran parte de los recursos del país para permitir una industrialización. Fue a través de
este proyecto que Perón introdujo a su movimiento populista comouna novedad: el
clivaje ideológico izquierda derecha (Cavarozzi y Medina, 2002: 148). Con esto, Perón
consiguió superar la división de clases y la ³lucha de clases´ planteada por los partidos
revolucionarios (comunista y socialista) y el movimiento anarquista. Luego de su
derrocamiento en el año 1955, hubo tensiones y divisiones dentro del PJ ya que, como
dice Anam Mustapic, el Peronismo se mantenía unido bajo la lógica del líder
carismático. Durante el exilio del coronel Perón, tanto las divisiones dentro del
sindicalismo Peronista como la gran masa de poder obrero que tenía como respaldo,
fueron aspectos que debieron ser controlados por él mismo desde la lejanía para evitar la
división o fragmentación.De esta forma es como surgió una relación tensa dentro de la
diversidad que era mantenida bajo la unidad del líder carismático.
Durante la década de los 70¶ Perón vuelve y es reelegido presidente por tercera vez,
gracias a su bien sentada base de apoyo creada en sus dos primeros gobiernos. Sin
embargo, en el año 1974 ocurre un hecho ines perado para el PJ: muere Perón. A
consecuencia de esto, asume Isabel Perón la presidencia, pero es derrocada mediante un
golpe de Estado en el 76¶. Frente a esta situación, el peronismo perdía no sólo el control
del Estado, sino también su criterio de unidad en diversidad: dicho criterio de no
fraccionalismo estaba basado en el mismo carisma de Perón. Gracias a esto, el PJ
comienza a tener nuevos liderazgos en su interior y en elaño 1983, con el retorno a la
democracia, hay elección de nuevos candidatos precisamente por la ausencia del
arbitraje de Perón (Cavarozzi y Medina, 2002: 149). Resultado: el PJ pierde las
elecciones frente a la UCR.
A partir del año 1984, al interior del PJ comienza a surgir el sector ³renovador´, el cual,
ante el fracaso electoral, concibe la idea de llenar el vacío dejado por Perón. En 1987
esta idea toma el control del PJ abandonando sus orígenes carismáticos de movilización
de masas. Bajo esta lógica, como señala Mustapic, la legitimidad de las decisiones del
partido ya no descansaría en el líder carismático sino que en las elecciones internas y
democráticas. El criterio de unidad, ahora, sería la democracia partidaria y no ³una
persona´. Sumado a lo anterior es que a través de este proceso se creó una alternativa
novedosa dentro del PJ: siempre que no renuncie a la identidad peronista puede optar a
la escisión, esto es, formar un nuevo partido político (Cavarozzi y Medina, 2002: 150-
152). El problema para ³esa identidad´fue, precisamente, el cambio realizado por
Menem.
En la década de 1990 aparecieron en América Latina nuevos líderes con amplio apoyo
social quienes siguieronrecetas neoliberales para lograr la austeridad económica y
realizar ajustes estructurales de mercado. Estos nuevos liderazgosinvocan la imagen de
líderesdel pasadorepresentantes del populismo, pero sus políticas presentan grandes
diferencias en los rangos estatistas y distribucionistas (Mackinnon y Petrone, 1999:
375). Uno de estos casos, bajo nuestra perspectiva de análisis, es el caso deCarlos
Menem en la Argentina.
El ³Peronismo de Perón´ configuró una relación paternalista (Campo, 1983: 26) con el
Estado y su líder. Esto fue aprovechado por el Menemismo como garantía de
legitimidad traducida en apoyo de las masas durante la campaña presidencial de fines de
la década de 1980.
Ahora, si bien Menem tiene un discurso peronista clásico durante su campaña electoral,
es desde la toma del poder cuando éste configura el discurso social para la burguesía
señalando al enemigo. Es a partir de esto que podríamos decir que, en casos tales como
los de Menem y el Neopopulismo, a pesar de que éste tuvieraun discurso dirigido a las
masas, desde el poder Menem configura un discurso social dirigido no ³a los de abajo´
sino que ³a los de arriba´, ya que es a ellos a quienes perjudica este ³enemigo común´,
el Estado Populista.Este es el rivalque no satisface sus demandas para poder controlar,
en el caso argentino, la hiperinflación y la crisis económica que afecta a sus intereses
socioeconómicos. Así tenemos ±podríamos decir± una especie de ³populismo para
empresarios´. Por otra parte,si para Touraine el populismo oligárquico ayuda
políticamente al modelo económico de la oligarquía, manipulando a las masas populares
(Touraine, 1984: 193), en el caso Argentino sucede algo parecido pero a beneficio de la
economía. El fenómeno contribuye a desestabilizar el Estado populista a favor de
lógicas neoliberales que benefician a los empresarios argentinos, que en parte son la
burguesía nacional que nació gracias al proceso de industrialización propiciada por ³el
populismo de Perón´ pero, que en el contexto de la década de los 80¶ y 90¶, ya no
aparece como algo necesario debido a la crisis del mismo modelo de Estado ³que los
vio nacer´. Este grupo es ahora el que busca un cambio en la forma del Estado (Laclau,
2006: 57) para su beneficio. Ese cambio es dado por Menem con la introducción de
lógicas neoliberales y monetaristas para la Argentina, ante un Estado que está
erosionado y ya no da confianza. Es por eso que, si bien cuando las elites controlan el
Estado a beneficio propio y, producen la ruptura populista al dejar sin canales de
demandas al amplio sector popular (Laclau, 2006: 60), ahora, en el caso de Menem, la
ruptura ³populista burguesa´ se da desde el poder político respondiendo a las demandas
empresariales al formular políticas neoliberales. De esta forma, el gobierno puede
controlar la crisis económica, debido a su ausencia de canales para ³tocar´ a la Matriz
Estado-Céntrica. Son estos elementos los que hacen alianza con Menem ya en la
presidencia. Se politiza el conflicto social (Mackinnon y Petrone, 1999: 155) ³desde
arriba´.
El liderazgo neoliberal del Menemismo trae consigo deslegitimidad en las masas ya que
no da derechos sociales (Cavarozzi, 2002: 18). Esto se produce, lamentablemente, como
una realidad ante las masas que depositaron esperanzas en Menem, cuando este se
encontraba ya en control del Estado. Este hecho lo podemos notar como una cierta
despolitización social debido a la pérdida de centralidad de la política y a una
desarticulación de los actores de la Matriz Estado-Céntrica. Este hecho obedece a la
ausencia de integración (Garretón, 1993: 23) que sí existió en el ³Peronismo de Perón´.
Bajo la visión de Laclau, se acaba la ³equivalencia´ dentro del mismo PJ creándose, al
mismo tiempo, un proyecto nuevo. Es por esta razón que el Menemismo es un
Neoperonismo.
Si para Perón la necesidad de implantar una revolución capitalista-nacionalista estuvo
orientada a darle peso al Estado teniendo como enemigo la oligarquía, para el caso de
Menem la realización de una especie de ³revolución neoliberal´, en donde el enemigo
es la hiperinflación y la Matriz Estado-Céntrica, estuvo dirigida a contrarrestar el
estatismo económico. El Neoperonismo-Menemista apareció desde el poder
produciendo un gobierno que realizaba alianzas con el capital argentino y extranjero, a
diferencia del mismo proyecto nacionalista de Perón. Podríamos decir que el gobierno
de Menem fue un nuevo tipo de populismo que causó la división de dos bandos
uniformes en el PJ. Luego de la crisis económica argentina del año 2001, el Peronismo
se dicotomiza radicalmente. Por un lado teníamos a Néstor Kichner y, por el otro, a
Menem.
El Peronismo, llamado ³oficial´ por los que apoyaron en aquel entonces a Kichner, hoy
en día se encuentra dentro del PJ, y el Peronismo de Menem, el llamado Peronismo
disidente, está ahora fuera del PJ. Esta situación se da,no como aconteció durante el
gobiernode Menemen elque el PJ fue partido de gobierno y oposición a la vez. Esta
disyuntiva terminó siendo una ³puñalada por la espalda´ para el génesis de un partido
nacido de un líder carismático con un discurso ambivalente, multiclasista y nacionalista
en lo económico. El PJ que era revolucionario, pero no marxista; que era capitalista y
nacionalista a la vez, se convirtió en una postura unida en la uniformidad y no en la
diversidad, ya que el criterio de ³unidad´ en Perón, ya no existía.
L AFÍA
Libros:
-Panaia, Marta, Estudio sobre los orígenes del Peronismo, Editorial Siglo XXI, Buenos
Aires, 1975.
-Touraine, Alain, América Latina. Política y sociedad, Espasa Calpe, Madrid, 1984.
Artículos:
-Camou, Antonio, ³Saber técnico y política en los orígenes del menemismo´, Perfiles
Latinoamericanos, junio, vol. 7, N° 012, Facultad Latinoamericana de Ciencias
Sociales, México DF, 1996.
Artículos de internet:
Concuerdo plenamente con Julio Pinto cuando plantea que: ³El oficio de la historia ha
sido en Chile más campo de batalla que torre de marfil, más enfrentamiento político que
mero ejercicio académico´ (Pinto, 2006: 21). Sin afán de realizar en estas páginas un
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No es la intención en el presente ensayo ahondar en torno al concepto de narración, debemos tener
presente que la literatura en torno al tema es abundante, por lo que, de hacerlo, nos desviaríamos mucho
de la línea central que pretendemos establecer.
2
Debemos ser cuidadosos a la hora de hablar de un canon, ya que éste, si nos ceñimos a ejemplos dados
por la historia intelectual, tiende a plantearse como una manifestación personal del autor por establecerlo.
En el presente artículo no se pretende establecer un ³nuevo canon´, sino que por el contrario, valernos de
lo que otros han propuesto como tal, tanto a nivel de autores como unidades independientes o como
³escuelas´.
detallado repaso por lo que ha escrito la historiografía chilena ±ejercicio que, por lo
demás, cuenta ya con interesantes exponentes± sí es relevante fijar algunos puntos que
me servirán como guía para este veloz e incompleto recorrido.
Es probable que con figuras tales como Amunátegui, Barros Arana y Vicuña Mackenna,
la historiografía chilena se consolidó en su apego con la política. Si bien desde cierta
perspectiva teórico ³toda historia es política´, un estrecho vínculo entre la producción
del discurso histórico y enraizadas posturas políticas, constituyen elementos
dispensables pero no extraños unos de los otros. Esta situación se manifestó no solo
mediante las obras historiográficas, sino que también en su directa participación con el
aparato público. Este discurso político es magistralmente ejemplificado en el título que
dio don Diego Barros Arana a su obra magna: La Historia General de Chile.
Comenzando desde un punto básico y evidente, existe un énfasis por la existencia
indiscutida de este país, planteando, y a veces creando, figuras que resultarán comunes
para todos los habitantes nacidos en un territorio delimitado. Es a través de estos tomos,
que se plasmarán representaciones ideales de valentía y amor a la patria. Muy favorable
a estas ideas resultaron ciertos hechos acaecidos en el siglo XIX; dos guerras contra
Perú y Bolivia y un conflicto con Argentina, no fueron un gran aporte para la
generación de una perspectiva de unión continental, sino, más bien, una construcción de
choque frente a los vecinos.
Junto con lo anterior, hay un elemento que cabe resaltar. En ambas tendencias es
factible encontrar un discurso que apunta hacia un factor clave; la construcción de
³un´relato de la historia de Chile. Esta idea es de suma relevancia, puesto que, será uno
de los principales quiebres de la historiografía chilena de la segunda mitad del siglo XX.
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No debe extrañar queesta crítica surja en los primero años del siglo XX, en pleno desarrollo de lo que se
ha denominado, quizás altamente influenciado por este grupo, como ³La crisis del centenario´
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Si bien la crítica que levantó Encina tras su publicación de la obra mencionada fue cuantiosa, sobre el
punto en particular de la idea de la ³Raza Chilena´ baste revisar Donoso, Ricardo. rancisco Encina,
simulador, Tomo II. R. Neupertria, Santiago, 1970. p. 47.
Hacia mediados del siglo XX, asistimos a una serie de importantes cambios,
principalmente a nivel metodológico, influenciados en gran parte por las diversas
corrientes internacionales. Es así como podemos establecer la presencia de historiadores
declarados como marxistas, y posteriormente, una vertiente estructuralista. Vinculada a
esta última, sin que sea uno de sus grandes exponentes, se encuentra Sergio Villalobos.
Este historiador podría ser catalogado como una de las figuras más reconocidas de los
últimos años dentro de la disciplina en nuestro país, y que ha sido uno de los principales
continuadores de la idea de ³lo chileno´.Para esto, solo dos alusiones: ³Nuestra historia
tiene también una orientación geográfica que ha enmarcado al hombre en espacios
sucesivos de dominio a través de epopeyas colectivas que la enorgullecen´ (Parentini,
2008: 55) y ³El patriotismo es una tendencia que caracteriza al chileno en los asuntos
grandes y pequeños y que lo lleva a actuar de manera unitaria y comprensiva´(Parentini,
2008: 56). Desde las diversas perspectivas críticas que se han desarrollado en los
últimos años, todo lo expresado por Villalobos es ±por decirlo menos± rechazable.
Probablemente él sea en la actualidad una de las figuras vigentes más radicales en este
discurso, junto con el polémico discurso del historiador ya fallecido, Gonzalo Vial. En
cierta medida, dicho argumento es planteado como una directa oposición a las corrientes
y enfoques que en la actualidad intentan establecer cierta hegemonía en nuestro(s)
actual(es) paradigma(s).
Es en el exilio donde un gran número de los historiadores que hoy conforman parte del
³canon´ historiográfico chileno, se familiarizó con nuevos enfoques y perspectivas.
Surge así la revista Nueva Historia en el año 1981. Tal vez los efectos de esta revista,
durante la década de los ochenta, no fueron notados al interior de nuestro país. Sin
embargo, a su regreso en la década de los 90, gran parte de estos historiadores fueron
quienes lograron integrar con gran éxito la academia historiográfica chilena. Así, junto
con la vuelta (o llegada) de la democracia, también hizo irrupción en el suelo nacional
una de las corrientes que continúan dominando el escenario académico de nuestro
país:la (nueva) historia social.
A partir de la última década del anterior milenio, no solo la historia social logró penetrar
nuestras fronteras. Corrientes como la ³historia cultural´ o la ³nueva historia cultural´
comenzaron a nutrir el quehacer historiográfico. De esta manera, junto con los estudios
e investigaciones sobre el ³bajo pueblo´, se comienza a poner bajo la lupa de nuestra
historiografía nuevos focos del espectro social: género, historia de la mujer, la locura,
creación de raza, etnicidad, etc., son tópicos que comienzan a ser utilizados por los
investigadores. En este sentido, si bien todas estas ópticas habían copado a los
historiadores desde aquella década, aún existía un elemento que de una u otra forma
había sobrevivido a casi 150 años de historiografías: la idea misma de historiar ³Chile´.
Esto nos lleva a afirmar el segundo punto. Las vanguardias historiográficas surgidas
principalmente en la década de los noventa, han centrado su estudio en descomponer
aquel sueño de Barros Arana de la ³historiageneral´ como la configuración de ³una´
historia común para toda una nación. Estas nuevas generaciones han construido un
corpus históricoen busca de todo aquello que haya sido olvidado u obviado, de manera
casual o intencional. De esta forma, presenciamos un desarrollo de lo que podríamos
denominar como un particularismo y un³fragmentarismo´ en el historiar la ³historia de
Chile´. Esta tendencia, a su vez, ha provocado que la ya alejada y ajena mirada de la
historiografía chilena hacia la integración del subcontinente, se vea desmembrada en
varias unidades menores.
Si bien Valderrama centra gran parte de su reflexión en torno a cómo generar narrativas
sobre el periodo dictatorial en Chile, creo que es fundamental rescatar dos aspectos de
esta reflexión. El primero de ellos tiene que ver con la tardía influencia de las corrientes
internacionales en nuestro país. Este autor reflexiona, rebate y comparte, puntos de vista
de pensadores como La Capra y Hayden White ±solo por nombrar algunos± quienes
produjeron sus principales textos hace ya más de dos décadas. Más allá de este punto ±
que más que una crítica a Valderrama, lo es a gran parte a nuestro ³panteón´
historiográfico± quisiera enfatizar la idea de la ³división´. Frank Ankersmit señala con
respecto al postmodernismo que: ³el objetivo ya no es la integración, síntesis y
totalidad, sino esos trozos históricos que son el centro de atención´ (Ankersmit, 2004:
342). Sin duda, con lo mencionado anteriormente, es difícil no traer a la mente aquella
emblemática visión que propusiera François Dosse al referirse a una ³historia en
migajas´.
Con estas dos visiones expuestas, creo que es posible plantear, con cierta seguridad, que
la llegada paulatina, esquiva y rechazada de la llamada postmodernidad (si es que
efectivamente podemos hablar de la llegada de ésta) representa el fin de la esperanza de
producir un discurso historiográfico latinoamericano de corte integracionista. El
alejamiento de lo general, la búsqueda de la división y los particularismos, el hacer
notar los múltiples puntos de vista en torno a un suceso, son ±entre otros±los desafíos
que este quiebre epistemológico (o³ajuste´ según como se quiera apreciar) han
instaurado en nuestra disciplina. Vale decir, si desde las primeras décadas de nuestra
historiografía, los historiadores apuntaron a generar un discurso que ubicase a Chile
como algo excluido del resto de la región, las vanguardias historiográficas de las
últimas décadas han contribuido a fragmentar este discurso, centrándose cada vez más
en unidades menores pero de mayor densidad y complejidad. De esta forma, ha habido
un alejamiento aún mayor delposible discurso de integración latinoamericana.
Un segundo elemento que podría resultar beneficioso para quienes aspiran a este tipo de
historiografía, es el acercamiento a la literatura. El llamado ³Boom latinoamericano´
fue la manifestación literaria de las ideas de consolidación de América Latina como una
región unida por diversos hilos, uno de los más importantes -en este sentido-, fue la
noción de bloque ultrajado por las potencias europeas y norteamericanas. Autores como
García Márquez, Rulfo y Carpentier, se avocaron a narrar en una perspectiva literaria y
mediante fantásticas alegorías, la historia vivida por nuestra región. No obstante lo
anterior, cabe hacer la distinción que este carácter no corresponde a una particularidad
estrictamente privativa de estos escritores. Hace ya algunas décadas ha comenzado a
masificarse la llamada ³nueva novela con temática histórica´. Al interior de este
³movimiento´ encontramos escritores de renombre tales como Hernán Rivera Letelier,
Mario Vargas Llosa, Abel Posse, entre otros, quienes se han propuesto narrar desde la
literatura la historia de sus países y de su continente. Pese a que Gabriel García
Márquez suela ser encasillado dentro del ³Boom´, debemos reconocer que también su
obra la podemos clasificar como parte de esta tendencia. Esta situación la podemos
encontrar ejemplificada de forma notable, en su novela El general en su laberinto,
donde el autor narra con maestría el último viaje de Simón Bolívar.
Por otra parte, es cierto que en el campo de la literatura puede resultar un poco más
sencillo generar un quiebre con el modelo o paradigma anterior6 , sin embargo, esta
disciplina bien nos ha enseñado que las narrativas no son algo estático, sino más bien
deben su vida a una constante renovación. De no ser así, nunca habrían visto la luz
obras totalmente claves y revolucionarias de la literatura universal, como son los casos
de Don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes o Ulyses de James Joyce.
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La reflexión en torno a esto puede ser extensa. No obstante, es importante señalar que al vincularse más
con un ³arte´, la literatura se enfrenta a una discusión estética y de estilo, la que ha sido quebrada±con
mayor facilidad y en más ocasiones± que una disciplina que aspira a una capacidad cognoscitiva. En este
último caso, el problema se vuelve epistemológico.
Ahora bien, lo que hasta aquí se ha expresado son posibles directrices y solo el tiempo
podrá constatar si en algún momento, estas logran ser efectivas para dicho propósito.
Quisiera sí precisar que este ³problema´ de la autoexclusión no es estrictamente
nuestro. Jorge Hidalgo comenta en su artículo ³Chile profundo y latinoamericano´, una
conversación sostenida con el historiador francés SergeGruzinski: ³me decía que los
historiadores estamos atrasados en relación con lo que está pasando en este continente
[Europa]; la mayoría de los historiadores siguen haciendo la historia de Francia, Italia,
España. Cuando hay que pensar en una historia europea, los políticos y los pueblos nos
han superado´ (Parentini, 2008: 87). Esta interesante anécdota, logra demostrar un
elemento que no es menor. Esto es, y como ya se planteó al principio, que la
historiografía chilena ha sido tributaria en gran medida de la historiografía
francesa.Esto resulta ser válido tanto para los grandes aciertos como para las más
penosas debilidades.
Retomando y sintetizando los puntos aquí expuestos, lo que he pretendido plantear aquí
es que la historiografía chilena ha sostenido un profundo vínculo con la política chilena.
Esta situación ha llevado a que la continua producción de discursos historiográficos
haya sido orientada hacia la conformación de una identidad nacional y a la construcción
de un proyecto de país. Dicha tendencia se plasmó en nuestra disciplina desde
mediados del siglo XIX hasta bien entrado el siglo XX. Con el término de la dictadura
y la entrada de las vanguardias historiográficas internacionales, el foco se centró en las
particularidades y en los aspectos omitidos por los discursos tradicionales, cobrando
vital importancia la idea de la división.Esto significó que aquel discurso estructurado
por autores tales como Barros Arana y Antonio Encina, comenzase a ser desmembrado
en unidades ínfimas de estudio y de análisis. Todo ellotrajo consigo una voluntad de
producción historiográfica estéril respecto a la idea integracionista de América Latina,
ya que la producción de un texto implica necesariamente la existencia de otros textos,
lo que en este caso no aconteció.
Mis últimas palabras.Creo que solo cuando aprendamos a leer un texto que no existe
seremos capaces de escribir un texto que no existe pues, todo acto de escribir, es a su
vez un acto de lectura.
L AFÍA
Libros:
-Luis de Mussy (Edit.), Balance historiográfico Chileno. El orden del discurso y el giro
crítico actual. Ediciones UFT, Santiago, 2007.
-Palacios, Nicolás. aza chilena. Libro escrito por un chileno y para los chilenos.
Editorial chilena, Santiago, 1918.
-White, Hayden. El texto histórico como artefacto literario. Paidós, Barcelona, 2003.
Artículos:
Diego Vergara S.
La presente investigación tiene por objeto dar cuenta de las tensiones que se generan en
la escritura de Luisa Capetillo, intelectual, escritora, periodista y líder obrera
puertorriqueña, cuyo pensamiento se constituye como una singular amalgama de
anarquismo, pensamiento feminista, cristianismo, vegetarianismo y espiritismo; lo que
permite otorgar a su quehacer un carácter contradictorio, dado por las indefiniciones y
³callejones sin salida´ que su subjetividad configura, en cuanto expresa sus posiciones,
generalmente desde conceptos opuestos y, por tanto, conflictivos. Es por ello, que
podemos afirmar que Capetillo, se expresa a través de su quehacer como una identidad
eminentemente moderna.
Para entender el por qué de esta caracterización, es necesario primero establecer, qué
entenderemos por modernidad. Para ello hemos, inevitablemente, de acercarnos a la
mirada de Habermas al respecto. El autor expone en La modernidad, un proyecto
incompleto que, en tanto una actitud, la modernidad:
Luisa `apetillo
¿Quién es Luisa Capetillo? Aún cuando nuestro análisis no pretende, en ningún caso,
establecer una lectura a partir de aspectos biográficos, es necesario, para especificar el
contexto de producción de su obra, tomar ciertos elementos de su vida y formación.
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Respecto de este punto, es necesario aclarar que los postulados de Capetillo encajan mejor dentro de lo
que conocemos como ³socialismo utópico´; aún cuando la autora use indistintamente los términos
³anarquismo´, ³socialismo´ y ³comunismo´. Por otro lado, y ajustándonos a lo propuesto por la
escritora, sería coherente definir su posicionamiento político como ³socialismo ácrata´.
Luisa Capetillo nació en octubre del 1879 en el pueblo puertorriqueño de Arecibo. Hija
de una madre francesa y padre español que habían emigrado a la isla caribeña. Ambos
eran influenciados por las ideas democráticas que surgieron de la Revolución del 1848
en Francia y los ideales anarquistas en el norte de España. Y aunque ellos llegaron en
busca de fortuna y buena vida, la situación social del país losforzó a entrar en la clase
trabajadora.
Luisa recibió una educación no formal, la que estuvo a cargo de su madre. Sin embargo,
esto no fue signo de una instrucción menor. Por el contrario, la enseñanza para los
varones era de mejor calidad que el de las mujeres en las instituciones educativas. De
ahí que asumiera siempre con orgullo su condición de autodidacta:
Como dijimos un poco más arriba, la teoría no encuentra utilidad si no se relaciona con
una praxis que la sustente y compruebe. Sólo en lo segundo, lo primero adquiere
utilidad y justificación. De ahí que el trabajo intelectual sea una labor estrechamente
ligada a lo cotidiano. Nuevamente encontramos relación con Habermas: ³El proyecto
apunta a una nueva vinculación diferenciada de la cultura moderna con una praxis
cotidiana que todavía depende de herencias vitales, pero que se empobrecería a través
del mero tradicionalismo´ (Habermas, 1988: 28)
El ethos cultural
Luisa Capetillo busca permanentemente hacer la distinción entre la alta cultura, la del
dominador, y la de un proyecto emancipador que apunte a una democratización del
saber. Niega la condición letrada de la elite, y con ello la figura del intelectual, por ser
éste el encargado de normar los imaginarios y criterios que, por una parte, definirán el
canon, y por otro, determinarán la porción de tal acervo que llegará a manos de las
clases inferiores. En este sentido, el intento es el de demoler los cimientos de un
estamento normativo y censor en pos de apelar a la autonomía del individuo. Sin
embargo, y pese a esta voluntad, es inevitable encontrarse con el mismo tipo de
discurso, al que tanto refiere y rechaza: ³La instrucción se adaptará sin banderas ni en
determinado estado o nación; el respeto absurdo e idolátrico de los gobiernos será
abolido del futuro sistema educacionista´ (1992: 83) Aunque pretende romper con la
tradición, cae en el mismo discurso, al instaurar nuevos, pero igualmente rígidos
patrones de conducta. El ³deber ser´ que se quiere abandonar es reemplazado por una
nueva ³ética´ cultural, que se aborda ±desde una perspectiva libertaria± para configurar
un nuevo perfil social.
Aún cuando el tono es bastante menos restrictivo que el discurso dominante, se cae
irremediablemente en la imposición de ciertas costumbres culturales. La experiencia y
la intuición, bases de la construcción de este saber alternativo, funcionan también como
elementos de autoridad:
[«] Este plato con su buen pedazo de pan, y un flan, o un poco de
dulce de casquillo de guayaba, es alimento suficiente para mí hasta el
otro día por la mañana que vuelvo a emplear la fruta y el pan. Luego
me pongo a escribir, a contestar la correspondencia que recibo, y a
revisar mis trabajos o a producir nuevos (Ramos Julio, 1992: 99)
La Moral
Sin embargo, su proyecto inclusivo y desmitificador no es del todo abierto. Así como
reivindica al nivel de víctimas a tales marginados sociales, menciona como verdaderos
vicios (o al menos establece cierta condena) a las uniones homosexuales:
Si bien se pretende dar cuenta de una moral decadente y caduca, hay una tensión
evidente entre lo ³normal´ y lo que no se ajusta a ese patrón. El ya mencionado ethos
cultural se inserta ahora en la praxis. El ³deber ser´, se instala en términos de una moral
proletaria que va de la mano con un afán instructivo. Dicho de otro modo, se quiere
abandonar ciertas prácticas culturales para adoptar otras igualmente reguladas. El valor
de lo pedagógico en el discurso de Capetillo tiene su manifestación más explícita en
torno a este ámbito. Tomando en cuenta esto, podemos señalar que el proyecto moral
aborda desde el carácter institucional de la vida social (el Clero o la Universidad) hasta
el plano cotidiano (el rol de la mujer, el actuar del proletario)
La religiosidad y el espiritismo
En una de sus tantas declaraciones de principios, Luisa Capetillo señala: ³Sólo sé que
me siento humana, altamente humana´ (Ramos, Julio, 1992: 171) Y como vimos
anteriormente, lo material atraviesa su pensamiento, incluso materializando lo que no
posee tal carácter. Pues bien, su condición humana remite indefectiblemente al cuerpo,
rasgo que a continuación revisaremos y que constituye otra de las contradicciones en su
escritura.
La dimensión del cuerpo es otro de los rasgos que, especialmente las mujeres, ponen en
la palestra durante la modernidad, por cuanto representa el refugio físico de la
subjetividad y por ende, del ³ser´ humano. Es la máxima representación de la
materialidad de la humanidad (Lutz, Bruno, 2006: 216)
Hasta este entonces el cuerpo es una barrera inviolable, por lo que es posible unificarlo
con el pensamiento haciendo del ser humano una entidad cerrada. El avance científico y
tecnológico moderno permite que este límite pierda tal cualidad y se asuma su
vulnerabilidad, por lo que es necesario hacer la distinción entre lo concreto (físico) y lo
abstracto (en este caso, la subjetividad de los sujetos). La ciencia rompió con su
indivisibilidad y convirtió al cuerpo en un objeto, por cuanto se pudo adentrar en él y
dar cuenta de sus particularidades de manera pública. La subjetividad, pasó a ser el
único dominio de los individuos y su único rasgo distintivo, mientras que el cuerpo se
integró al acervo social. Como señala David Le Breton: ³La individuación del hombre
se produce paralelamente a la desacralización de la naturaleza´ (Le Breton, 2002: 45).
Es por tal razón que el cuerpo pasa a ser la dimensión natural del sujeto y, por lo
mismo, susceptible de apropiación para el sistema social. Se avala su invasión, porque
se puede aprender de él, en pos del bien común. Del mismo modo como la modernidad
pretende el progreso de la sociedad, la ciencia aspirará al progreso del cuerpo, lo que se
traduce en su limpieza. El saber médico pretenderáborrar aquello que no es funcional y
útil. La enfermedad será vista como algo de lo que hay que deshacerse. Así, el sujeto
enfermo no cabe en el sistema social, por lo que su anulación es el objetivo para
mantener ³la salud´. Se necesita entonces curar el cuerpo, curar al enfermo.
Desde esta perspectiva, el sujeto moderno será aquel que esté sano, limpio, higiénico.
De ahí que cuidarse del otro sea también cuidarse de la infección. Inevitablemente, tal
posición traerá implicancias sociales. Si trasladamos estas perspectivas a lo que en
términos foucaultianos denominaríamos la ³bíopolítica´ (2007), es coherente señalar
que todo atentado a la estabilidad del ³cuerpo social´ debe ser borrado. En este sentido,
la moral constituye un elemento censor de lo correcto o incorrecto, vale decir, de lo
³sano´ o lo enfermo´.
Tal es la consigna que guía el pensamiento de la autora que nos convoca. La limpieza
del cuerpo es signo de cultura e instrucción y por ello es un instrumento de validación
social. Curiosa apreciación si consideramos que uno de los fines primeros de Capetillo
es acortar la brecha entre el que sabe y el que no. La idea de civilización adquiere, en
este contexto, un tono sumamente censor, pues establece una oposición insalvable entre
civilización y barbarie. No es necesario mencionar la tensión que surge entre esta
perspectiva y el ideal libertario que se intenta construir. Aún cuando aluda a elementos
relativos a lo cotidiano, tales ideas representan una fisura en el discurso, en lo referente
al tono de la enunciación.
Así como el cuerpo es percibido en cuanto un bien que debe ser cuidado y mantenido
limpio, la higiene es signo de un nivel intelectual más elevado, por tanto, de un sujeto
culto. Civilización aquí es equivalente a limpieza.
La moral vuelve a aparecer, esta vez como expresión de una higiene mental que
pretende por un lado, negar ciertas escalas valóricas que se consideran atrasadas, y por
otro, promover un ideario de conducta nuevo:
El objetivo es claro: denunciar una conducta abusiva por parte de los hombres hacia sus
parejas, que está solapado bajo un ideario moral hipócrita que claramente no es
paritario. La enfermedad es consecuencia de este sistema de inequidades, tanto como
terrible motor que empuja a ciertas mujeres a ejercer la prostitución, o bien como mal
que recibe injustamente la amante fiel por los malos actos del marido. La higiene en este
caso, será la manifestación de una vida recta, por lo que una conducta contraria traerá
como consecuencia la enfermedad, tanto a nivel social como físico. El cuerpo es, por
tanto, la evidencia de la decadencia moral del individuo.
Por todos los elementos expuestos en este trabajo es que podemos afirmar, con
propiedad, que la escritura de Capetillo ±inmersa en un contexto emancipador, y por
ello, reformador de las estructuras sociales± es altamente representativa de lo moderno,
siendo innegable su afán transformador. Sin embargo esevidente que también están
presentes una serie de elementos ambiguos que tensionan el discurso, al punto de
ponerlo en duda.
La formación autodidacta de la autora, podría conferirle cierto grado de inexactitud en
la percepción del mundo, por contener, en su discurso, componentes de la alta cultura,
pero también de la cultura de la masa. De ahí que entren en juego con particular
facilidad, saberes populares y técnicos que no hacen sino dar cuenta de una subjetividad
en crisis, pero extremadamente afanada por saber. La búsqueda de conocimiento de
Capetillo es tan multiforme como su escritura y por eso constituye un objeto de análisis
sumamente interesante.
ibliografía
î
Y Deleuze, Giles, Guattari, Felix: afka. Por una literatura menor. México,
Ediciones ERA, 1978.
A partir de lo anterior, situamos la plataforma básica para estudiar el archivo escrito del
período colonial hispanoamericano. Con todo, suscribo el énfasis discursivo de esta
definición de pensamiento, puesto que disponemos mayoritariamente de textos, que
desde el punto de vista ³crítico y literario´ despliegan diferentes representaciones
discursivas de tipo narrativo que los letrados europeos, criollos e incluso indígenas
construyeron de sí mismos. Más aún, el carácter narrativo del pensamiento literario nos
perturba actualmente por su insostenible invisibilidad. Por tanto, en los textos que
constituyen la historia cultural del continente desde el período prehispánico,
reconocemos tres grandes temas que acreditan una poética narrativa y por tanto el
acceso literario; una estructura, modos de representación y lenguaje. Por estructurame
refiero a la organización macro y micro narrativa de la experiencia. Como formas de
representación, la tendencia del sujeto enunciacional por una escritura que reconstruye
la realidad mediante modalidades de la ficción narrativa, y por último el problema de
referir o no la versión historiográfica a una tradición del lenguaje literario. El estudio de
las características y de la naturaleza narrativa del pensamiento en el caso de las
Historias naturales hispanoamericanas, se encuentra en proceso de investigación y se
constituye en la etapa de profundización de este esbozo.
Por otro lado, la denominación ±algo tautológica± de este pensamiento narrativo, como
pensamiento ³crítico´, apunta no sólo a su carácter valorativo y axiológico (la crítica
como juicio y valoración), sino también a la acepción más descuidada en los estudios: el
significado de crisis que apunta a la ruptura del sentido. Es decir, etimológicamente
³crisis´ conforma la raíz de crítica. A primera vista es notable el predominio de la
acepción de ³juicio´ y ³valoración´ que aparece en los diccionarios y en los textos de
crítica y terminología literaria. Pierre Menard opinaba ³que censurar y alabar son
operaciones sentimentales que nada tienen que ver con la crítica´ (Borges, 1974: 445).
Por otro lado, en el Diccionario de la Real Academia, junto a las acepciones
dominantes, apenas es visible el significado de crítica como ³Perteneciente o relativo a
la crisis´ (DRAE, 1992).
En el año 1967 Octavio Paz dictaminaba ³todavía somos parásitos de Europa´, para
sustentar la idea que ³la crítica es el punto flaco de la literatura hispanoamericana´ (Paz,
1967: 39-44). Su perspectiva, que en su momento tenía más adherentes que
contradictores, se constituyó desde una enunciación situada en la cultura europea y que
para él era la verdadera ³tradición moderna de la poesía´ como lo enunció en Los hijos
del limo (1987).
Antes, Alfonso Reyes en El deslinde afirmaba que la crítica era inherente al acto del
pensamiento. En el desarrollo de una reflexión sobre la Literatura, no carecemos de
crítica en el sentido de una actividad intelectual, que al plantearse el objeto literario
como problema de conocimiento, sitúa igualmente esa práctica artística en el ámbito de
la epistemología. Obviamente, faltaría delimitar el carácter de esa epistemología que
incorporó la diferencia frente la tradición euro céntrica. Asimismo, no estaría demás
declarar que esa tradición imperial abusó del criterio de raza como uno de los ejes de
dominación colonial y que igualmente instituyó otros dos: la hegemonía de un modo de
conocimiento y las modalidades de explotación capitalista que sustentaron y siguen
sustentando la colonialidad de la cultura y el poder (Cf. Quijano, 2000: 201 -246).
El año 36 el mismo Reyes planteaba en ³Notas sobre la inteligencia americana´ que esta
particular inteligencia, pensada literariamente implica un: ³drama [que] tiene un
escenario, un coro y un personaje´ y más adelante ³hoy por hoy, existe ya una
humanidad americana característica, existe un espíritu americano. El actor o personaje,
para nuestro argumento, viene a ser la inteligencia´ (Reyes, 1936). Posteriormente, José
Gaos especifica aun más esta inteligencia como pensamiento.
2. Pensar
Igualmente pertinentes, son las Historias naturales hispanoamericanas escritas por los
jesuitas expulsos en el exilio italiano. Actualmente hemos continuado esta investigación
estudiando la Literatura y la narración en el Compendio de la Historia Geográfica,
Natural y Civil del eyno de Chile (1776) del Abate Juan Ignacio Molina, la Historia
antigua de México (1780) de Francisco Javier Clavijero, Historia del eino de Quito en
la América Meridional (1788) del riobambeño Juan de Velasco y la Historia
geográfica, natural y civil del eino de Chile (1789) del padre Felipe Gómez de
Vidaurre.
Para una extensión del corpus citado, convendría considerar además El nuevo Luciano
de Quito (1779) de Eugenio de Santa Cruz y Espejo, médico quiteño, hijo de padre
indígena y madre criolla. También a Juan Pablo Viscardo y Guzmán y su ³Carta
dirigida a los españoles americanos´ (1791), que ha servido para explicar sintéticamente
el funcionamiento de la Crítica en una narrativa criolla, caracterizada en primer lugar,
por su aporte a la constitución del pensamiento emancipador español americano y en
segundo lugar, dar cuenta de los ejes que explican el carácter colonial así como
la colonialidad del poder, después de la autonomía política en América (Hachim, 2008:
47-65).
Esta idea refuerza una de las alternativas del pensar, pero las consecuencias implícitas
nos refieren al registro discursivo, soporte que sirve a la enunciación del pensamiento y
que mayoritariamente se presenta como escritura organizada narrativamente. Sin
embargo, aclaro que la narración a la que me refiero, contrasta con la pauperización
semántica que arrastra la especulativa ³crisis de los relatos´ contemporánea.
3. Narrar
³Considero la obra histórica como lo que más visiblemente es: una estructura
verbal en forma de discurso en prosa narrativa. Las historias (y también las
filosofías de la historia) combinan cierta cantidad de ³datos´, conceptos
teóricos para ³explicar´ esos datos, y una estructura narrativa para presentarlos
como la representación de conjuntos de acontecimientos que supuestamente
ocurrieron en tiempos pasados.´ (White, 1992: 9)
s. `onclusiones narrativas
Notas
*
Este trabajo se enmarca en el proyecto Fondecyt Nº 1085194 ³Literatura y narrativa en
las Historias naturales hispanoamericanas del siglo XVIII´.
1
En este sentido coincido con las propuestas de Nelson Osorio en: ³Formación del
pensamiento crítico y literario en la Colonia´. José Anadón [ed.] uptura de la
conciencia hispanoamericana (1993). Cf. Luis Hachim Lara: Tres estudios sobre el
pensamiento crítico de la Ilustración americana (2000).
2
El posmodernismo ³de oposición´ que propone Boaventura de Sousa Santos pareciera
tener poca convocatoria entre los oficiantes. Ver El milenio huérfano, 2005, 97-113.
3
Hachim, Luis, 2001, ³De León Pinelo a Beristain: Ensayo sobre la tradición de los
repertorios literarios hispanoamericanos´. En ese artículo se consignaron al menos los
siguientes repertorios: Epítome de una Biblioteca (1629) Antonio de León Pinelo. Idea
de una Historia (1746) Lorenzo BoturiniBenaduci. Biblioteca Mexicana (1755) Juan
José de Eguiara y Eguren. Memorias Histórico-ísicas-Apologéticas (1761) José
Eusebio de Llano Zapata. Arca de Letras y Teatro Universal (1783) Juan Antonio
Navarrete. Bibliotheca Americana (1791) Antonio de Alcedo y Bejarano. Biblioteca
Hispano Americana Septentrional (1816) José Mariano Beristáin de Souza y otros.
ibliografía
Borges, J. L. (2000). Pierre Menard, autor del Quijote. Obras completas. Buenos Aires:
Emecé.
Hachim Lara, L. (2001). De León Pinelo a Beristain: Ensayo sobre la tradición de los
repertorios literarios hispanoamericanos. Revista Chilena de Literatura, 59,139-150.