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Ensayo Histórico Sobre la Ausencia de Democracia en Chile

Prof. Dr. Alfredo Riquelme Torres (*)

Nuestra Historia se encuentra pletórica de convicciones tan frecuentemente


consolidadas, que difícilmente alguien osaría siquiera someterlas a un juicio reflexivo
medianamente concienzudo. Lo alarmante es que tales convicciones no sólo han sido
ardorosamente acuñadas por segmentos menos instruidos de la sociedad, sino también
por buena parte de la población más crítica, y aun por la academia. Ahora bien, si
semejante situación se limitara a ³la incontrastable belleza de la mujer chilena´, a
nuestra ³honorable´ condición de ³ingleses de Latinoamérica´, a los internacionalmente
destacados atributos estéticos de ciertos emblemáticos símbolos patrios, tales como
nuestra bandera o nuestro himno, entonces no habría nada de qué preocuparse.

El problema surge con fuerza cuando, como incuestionable consecuencia de una


deficiente consideración de los procesos históricos por parte de diversos analistas
sociales, deviene a nuestra mente cierta sobreestima de momentos puntuales,
supuestamente porque en ellos habrían culminado una o más expresiones culturales
otrora rudimentarias, o bien, en proceso de refinamiento. Parafraseando a los clásicos,
se adjudica a una época ciertos logros inéditos que la constituyen en una especie de
³instante áureo´ cuyo desplome, en caso de no ser producto de fuerzas inmanentes,
orientará inexorablemente hacia los eventuales responsables el estigmatizante dedo
acusador de contemporáneos y futuras generaciones ³per seculaseculorum´.

En el contexto señalado se inscribe la democracia chilena de los años inmediatamente


precedentes al Golpe de Estado de 1973; un verdadero momento de esplendor donde por
fin, luego de un prolongado proceso de crecimiento y maduración cívica, habrían
alcanzado preclara expresión las distintas manifestaciones de la democracia, entendida
ésta en su sentido etimológico y real, esto es: ³gobierno del pueblo´. Tales
manifestaciones, exquisitamente consolidadas después de poco más de siglo y medio de
lenta evolución hacia la pureza, habrían sido abruptamente quebrantadas por la
irrupción militar de 1973, experimentándose en ese mismo instante una poco estética y
sufrida pausa de diecisiete años, tras lo cual se habría retomado la culminante
democracia de antaño, aunque con ciertas cortapisas no menores que poco a poco irían
cediendo, o que cederían ³en la medida de lo posible´, para utilizar deliberadamente la
célebre frase con que el entonces Presidente Aylwin se refiriera a la factibilidad de
justicia luego de los años de Pinochet.

En realidad, la consideración de la historia chilena en su conjunto me permite postular


que hacia 1973, cuando mucho, existía una aparente institucionalidad democrática cuya
fuente, esto es, la élite económica del país, en estrecha alianza con sus lugartenientes
políticos de siempre, consintió en conceder, sólo en tanto en cuanto sus intereses y
privilegios ancestrales jamás se vieran amagados. De hecho, el virtual escenario del
juego político había sido diseñado para que ello nunca pudiese ocurrir, razón por la cual,
a los ojos de la élite, realmente no había motivos de preocupación, aun teniendo en
consideración el sostenido ascenso electoral de los partidos que desde comienzos del
siglo XX representaban los intereses de los segmentos populares y medios. Tampoco
surgía la preocupación como fruto de la enrarecida atmósfera internacional de esos días,
donde agrupaciones armadas de claro cariz marxista habían logrado infligir duras
derrotas a los defensores del esquema institucional burgués, o bien, resistían con vigor
inesperado la tentativa estadounidense de dominio. Ciertamente los casos de Cuba y
Vietnam son dos ejemplos emblemáticos de lo que vengo señalando. Cuando la clase
dominante chilena percibió algún motivo de preocupación, éste fue rápida y fácilmente
neutralizado mediante la articulación de las piezas del tablero, pero siempre en el marco
de institucionalidad diseñado. Tal fue el caso, por ejemplo, de cuando en 1964 se volcó,
a regañadientes, tras el candidato democratacristiano Frei Montalva, con lo cual se
evitaba el mal peor: Allende.

Sólo la ocurrencia de síntomas verdaderamente alarmantes despertó la real


preocupación de la élite, a la vez que desencadenó en ella el ánimo conspirativo
respecto de una obra de teatro que ella misma se había encargado de escribir y producir.
El asesinato de Schneider, el surgimiento del movimiento de extrema derecha ³Patria y
Libertad´, el amenazante desfile de tanques por las calles santiaguinas en junio de 1973
y, finalmente, los ³rocket´ lanzados a La Moneda en septiembre de ese año, son, en
definitiva, cuatro expresiones sucesivas y crecientes de la decisión de socavar y destruir
un sistema artificialmente democrático que no aseguraba ya la mantención del dominio,
motivo por el cual se hacía imprescindible el diseño de uno nuevo, mucho más fuerte en
relación al ³sine qua non´ poder de la élite.

Francamente, me resulta inevitable recordar aquí el clásico cuento del niño que organizó
el partido de fútbol, que decidió invitar a sus amiguitos del barrio pobre contiguo, que
incluso eligió lugar, hora y árbitro, pues en su mente sólo se albergaba la convicción del
triunfo, pero que tan pronto recibió un gol en contra simplemente tomó la pelota y dio
por concluido el partido, no sin antes arrojar una verdadera lluvia de piedras a sus
contrincantes«

¿Qué fue realmente lo que motivó tamaña reacción de la élite? ¿Cómo fue que el
segmento social que históricamente se ha asegurado de elaborar y validar expresiones
culturales que no constituyen amenaza a su dominio, entre ellas las tan apreciadas
formas de urbanidad y resolución dialogada de conflictos, en total reprobación de
cualquier atisbo de protesta, reaccionó a una escala de violencia tan extrema y
terrorífica, que ni la más agitada jornada de ³Día del Joven Combatiente´ ha logrado
pisarle los talones? La respuesta a tales preguntas requiere de algo de historia.

La aristocracia criolla que llevó a buen puerto la emancipación de comienzos del siglo
XIX, logró asir para sí el incipiente Estado chileno, haciendo la más completa
abstracción de los demás grupos sociales que, tal vez sin ser claramente conscientes de
ello, habían contribuido en el campo de batalla con la expulsión del poderío peninsular.
La aristocracia aplicó al Estado los mismos cánones que solía emplear en cuanto
poderosos terratenientes, de tal modo que la regulación del juego ³democrático´ no
contempló sino la inclusión de quienes lideraron la independencia. A mi juicio,
predominó la intención deliberada de mantener el control del aparato estatal y, por obvia
derivación, de las instancias públicas que constituían la materialización operativa del
control, o fiscalización, del quehacer económico, fuente del poder de la élite.
De esta forma nació una oligarquía, esto es, ³unos pocos´, que con egoísta lucidez
comprendió que el campo electoral resultaba fundamental a la hora de mantener el
poder real. Efectivamente fue así, y lo fue por una doble razón: por un lado el
establecimiento legal de complejos requisitos de ciudadanía aseguraba que la
participación política fuera privilegio del club de los ³oligoi´; a la vez, semejante
montaje permitía exhibir la puesta en marcha de una democracia aparentemente
perfecta.

Como respaldo de lo señalado bastará recordar que, de acuerdo a la Constitución de


1833, la misma que concentra las concepciones políticas portalianas, y a cuya
prolongada vigencia suele adjudicarse el mérito de haber puesto las bases que
posibilitaron el orden y progreso chilenos, la participación política estaba reservada a
los hombres, sólo con lo cual más de la mitad de la población adulta era
discrecionalmente marginada. Además, era imprescindible cumplir con una serie de
exigencias de orden pecuniario, como contar con un bien raíz de altísimo valor, o recibir
una abultada renta mensual. Ciertamente los requisitos económicos constituían uno de
los principales parámetros de marginación. No obstante, nuestra alfabetizada realidad
actual no puede impedirnos reparar en lo difícil que resultaba por entonces contar con
un uso, aun rudimentario, de la escritura y la lectura. Así las cosas, sumando y restando,
concluimos que el número final de ciudadanos en poco difería de quienes
acostumbraban a reunirse en alguna residencia particular de la época, en un marco
donde los sorbos de mistela y las prolongadas conversaciones seguramente precedían
las decisiones que más tarde serían anunciadas y formalizadas en un ambiente de
apariencias institucionales.

Semejante entelequia política debió enfrentar su primera prueba importante cuando a


mediados del siglo XIX la sección algo más liberal de la élite, habitualmente
descendientes de los más ortodoxos, cuyas fortunas les habían permitido conocer ³in
situ´ la atmósfera ideológica europea que siguió a la Revolución Francesa. Tuvo la
admirable iniciativa de promover ciertas modificaciones al sistema impuesto. Desde
luego, las críticas incluyeron la normativa electoral y, más que eso, la intencionalidad
excluyente que la sustentaba. De este modo, la reforma electoral de 1874, fruto de la
cual la base electoral chilena fue considerablemente ampliada, fue consecuencia directa
de presiones liberales.

Sin embargo, pese a la reforma, la élite mantuvo el asa bien firme; en el mejor de los
casos estaba dispuesta a mejorar la estética de la aparente democracia, pero en ningún
caso a emprender mejoras de fondo que implicaran la inclusión real de otras clases
sociales en puestos estatales claves, ni aun cuando en Chile, ya a inicios del siglo XX,
se conociera la noticia según la cual la oligarquía rusa había sido presa del despojo de
bienes y de la persecución por parte de los bolcheviques de Lenin. Diría que la élite
chilena manifestó una poco decorosa incapacidad para dimensionar, más allá de todo
egoísmo y de toda pasión de cualquier tipo, las nuevas ideas, los nuevos hechos
históricos y, en suma, los nuevos tiempos que advenían con abrumador torrente, siendo
la mejor prueba de ello la dura reacción elitista que despertó el movimiento obrero y,
antes que ello, la sangrienta reacción que tuvo para con uno de sus propias filas; uno
que llevado exclusivamente de un genuino amor por la patria y sus recursos naturales,
no estuvo de acuerdo con que tras la Guerra del Pacífico el salitre quedara en manos de
especuladores extranjeros. La élite simplemente conspiró contra el Presidente
Balmaceda, lo derrocó y, acaso más importante, dejó meridianamente claro que en lo
sucesivo incluso estaba dispuesta a tolerar que se constituyera una nueva clase
gobernante, pero jamás perdería su sitial de clase dominante.

Ya en el siglo XX la clase media, cada vez más numerosa al amparo de un aparato


estatal también en crecimiento, y una clase obrera a la que el materialismo dialéctico y
el anarquismo estaban seduciendo en claro desmedro de la grey eclesiástica, se tornaban
conscientes de la marginación de participación y beneficios de que habían sido objeto,
razón por la cual, especialmente los grupos obreros, ya no estaban dispuestos a
mantenerse en el quietismo que había conducido la vida de sus padres y abuelos. En
efecto, la educación y el adoctrinamiento ideológico estaban rindiendo frutos, y ello se
canalizaría mediante la protesta.

Al igual que la hegemónica madre que desde siempre ha constatado la total obediencia
de su hijo, y que ya en la adolescencia se sorprende sobremanera cuando el joven
manifiesta por vez primera su disconformidad con algo, así también ocurrió a la madre
oligarquía cuando su hijo obrero realizó las primeras movilizaciones. Definitivamente la
clase dominante no supo qué hacer. Sólo en este contexto es posible encontrar una
explicación a la barbarie con que la élite afrontó, por ejemplo, el paro salitrero que
concluyó, en 1907, con la matanza de la escuela ³Santa María´, en Iquique. Esta es, tal
vez, la primera exhibición nítida de la verdadera fusión de intereses que había entre, por
un lado, quienes tenían el control del Estado y, por otro, quienes acopiaban para sí la
riqueza económica. Por este motivo, en un escenario de supuesta democracia, el poder
político decidió disponer de las Fuerzas Armadas, teóricamente de todos los chilenos,
para defender intereses económicos de parientes o amigos, en todo caso miembros de la
élite.

Ciertamente ésta no sería la última ocasión en que tal aberración ocurriría, más aún si se
considera que las aspiraciones de reivindicación de todo orden, por parte de segmentos
medios y populares, irían en crecimiento con el correr del siglo XX. La clase dominante
procurará acomodarse a esta nueva situación. Incluso ideará mecanismos algo más
sutiles en su afán de mantención del poder real, como cuando el juego de supuesta
democracia incluyó el arribo al poder político administrativo de líderes provenientes de
otras clases. Después de todo, como ya he dicho, una cosa era la clase gobernante y, otra
muy distinta, la dominante. Además, los riesgos aún no eran demasiados, pues el marco
constitucional que ella una vez más había diseñado, así lo garantizaba.

Sin embargo, el paso del tiempo demostraría que los poderosos chilenos no cursaron
con éxito el ramo de resolución de conflictos por vías civilizadas en un contexto de
respeto en cuanto seres humanos o, en una perspectiva cristiana, en cuanto hijos del
mismo Padre. En efecto, los procedimientos de fuerza extrema nunca fueron realmente
descartados por la élite. Sólo téngase presente lo ocurrido con la denominada ³ley
maldita´ propiciada por González Videla, o los cruentos hechos de 1973.

Definitivamente las tesis socio-mecanicistas de Arturo Valenzuela y Giovanni Sartori


no satisfacen del todo mi patológica suspicacia respecto del trasfondo del Golpe de
1973. Ciertamente ambas constituyen un bien intencionado interés por procurar
establecer correspondencia entre, de un lado, cierto tipo de crisis históricas y, por otro,
cierta causalidad. Siendo así, creo que la inexistencia de un centro político durante el
gobierno de la Unidad Popular, el mismo que desde hacía décadas había desempeñado
el rol de puente entre los polos de izquierda y de derecha, lo cual habría permitido el
equilibrio y no el quiebre del sistema, es, desde luego, un aporte explicativo que
necesariamente debe ser considerado. No obstante, con la indulgencia del lector, me
permito afirmar que la ausencia del choclo no resta a la esencia de cazuela, del mismo
modo que la ausencia circunstancial de centro político no resta a la esencia de no
democracia. Si alguien insistiera en aferrarse a semejante tesis, o extrañamente está
optando por un reduccionismo explicativo evidente, o bien, peor aún, arrastra cierta
odiosidad hacia la Democracia Cristiana, de lo cual, por de pronto, este humilde
pensador no puede ni desea hacerse cargo.

En realidad, tal como señalé en los primeros párrafos del presente ensayo, hacia 1973,
cuando mucho, existía una aparente institucionalidad democrática; si se quiere, no más
que una pseudo democracia. La élite, que como también se ha señalado, era y es ante
todo una élite económica, dejó jugar el juego de creerse en democracia, incluso
perdiendo en ocasiones la administración directa del Estado, es decir, incluso perdiendo
transitoriamente la condición de clase gobernante, pero nunca dejó de saberse clase
dominante. Tan pronto sus intereses fueran tocados la reacción de fuerza no se haría
esperar. Pues bien, ocurre que el programa del Presidente Allende provocó que la clase
dominante se sintiera afectada en su peculio privado como nunca había ocurrido en la
historia nacional. Como ejemplo baste recordar la intransigente disposición reaccionaria
que despertó la tercera y más profunda de las reformas agrarias implementadas en Chile.
Desde luego, ello era motivo suficiente para confabular contra la Unidad Popular, pues
era ya claro que el sistema había sido superado, y que todo lo diseñado para proteger los
intereses elitistas ³hacía aguas´ por diversos flancos.

Súmese a lo anterior la conocida colaboración conspirativa procedente desde Estados


Unidos, potencia imperialista que no estaba dispuesta a que la revolución socialista se
extendiera cada vez más por América Latina, sin contar el hecho indesmentible según el
cual la nacionalización de la gran minería del cobre sencillamente ocasionó la ira del
gobierno del país del norte, pues implicó la rauda salida de poderosas empresas
norteamericanas, sin un centavo de compensación de parte del fisco chileno, pues, de
acuerdo a lo estipulado por la respectiva ley aprobada por unanimidad en diciembre de
1970, tales compañías habían obtenido tan inmensas utilidades que no ameritaban
reparación expropiatoria alguna.

En suma, cuando la institucionalidad ya no fue suficiente para mantener la condición de


clase dominante, la élite económica chilena recurrió al conocido expediente de violencia
que ya había utilizado en tiempos de Balmaceda, o ante hechos puntuales como la
huelga salitrera. Esta vez fue el turno de Salvador Allende, tras lo cual Pinochet, que
para estos efectos no fue más que un mero instrumento desestabilizador, concluirá la
tarea encomendada con la puesta en marcha de una nueva Constitución Política, la de
1980; un nuevo diseño llamado a perpetuar el poder real y los intereses de la clase
dominante. Qué duda cabe de que así fue; la inclusión en el Senado de un número no
menor de parlamentarios designados, la inamovilidad de los comandantes en jefe de las
Fuerzas Armadas y de Orden, así como también otras normas aún vigentes como la ley
electoral que impone un sistema binominal en las elecciones de diputados y senadores,
sistema que genera una grave incongruencia entre la voluntad popular expresada en
votos y el número final de representantes progresistas presentes en el Congreso
Nacional, son, en fin, ejemplos contundentes de lo mencionado. Como si ello no fuera
suficiente, considérese la inédita elevación de los militares al rango de ³garantes de la
institucionalidad´, disposición jurídica que en términos algo más ramplones equivale a
advertir que cualquier empresa destinada a modificar el esquema que asegura el
monopolio del poder propio de la clase dominante, necesariamente se encontrará con la
dura respuesta de la represión militar una vez más metamorfoseada en guardia personal
de los poderosos.

Probablemente no faltará el agudo detractor que argumentará señalando que mis


reflexiones son fruto de una muy apasionada afición a teorías conspirativas que tanto
han proliferado en nuestros días. A él refuto anticipadamente recordándole que el
monopolio elitista se encuentra plenamente vigente, que incluye la totalidad de las
manifestaciones culturales del Hombre, que en nuestros días goza de alcances
impensados merced al proceso de globalización en marcha, y que logra mantenerse en
envidiable estado subrepticio en virtud de recursos comunicacionales cada vez más
sutiles y eficientes, como la ya clásica estrategia del ³pan y circo´: fútbol, telenovelas,
farándula, festivales y todo aquello capaz de mantener a la población más cerca del
³opio´ sensorial y más lejos de la crítica racional. Tal vez por ser consciente de esta
realidad Ricardo Lagos decidió reunirse privadamente, cuando apenas se iniciaba su
gobierno, con los líderes del empresariado chileno en la sede del Centro de Estudios
Públicos. Tal vez porque también fue consciente de ello la ex Presidenta Bachelet hizo
lo mismo cuatro años más tarde, depositando además una desmedida y nefasta
capacidad decisional en los tecnócratas que eran parte de su gobierno, según nos lo
revelara Francisco Vidal en entrevista hecha pública el primer fin de semana de junio
de 2010. Tal vez la imagen de un Presidente Allende derrocado y sin vida saliendo de
La Moneda ha pesado demasiado en la mente de quienes durante años se han
autodenominado progresistas, pero que en la práctica no han contado con el coraje para
abrazar sin complejos ni temores el río de la Historia. Enorme trauma que
adicionalmente parece redivivo con vigor tras lo sucedido a Manuel Zelaya y al
progresismo hondureño.

Habrá, pues, que observar atentos el devenir de la Historia. Cuando la ciudadanía


chilena recién ha experimentado un cierto hastío con quienes no quisieron (o no se
atrevieron) imprimir mayor fuerza al proceso social que, según he reseñado
escuetamente en este escrito, se ha venido desarrollando desde los albores mismos de la
emancipación criolla, no puede sino resultar del todo interesante dilucidar si esto
involucrará necesariamente un estancamiento, incluso un retroceso de todo lo logrado,
o, por el contrario, constituirá un paréntesis de cuatro años tras lo cual rebrotará con
renovado e inusitado vigor el genuino deseo popular de hacer realidad, por fin, la
auténtica ³demos kratos´.
³La puñalada por la espalda´. De la unidad heterogénea a la unidad uniforme: El
Peronismo y el Neoperonismo-Menemismo como forma dialéctica dentro del
Partido Justicialista de Argentina (1983-2000).

[Por Andrés Morasso Campos]

³La Iglesia posee una Unidad pero en Diversidad.

Una diversidad de ritos que muestran riqueza,

no es una uniformidad, por lo que somos bizantinos,

pero no ortodoxos, y católicos, pero no romanos (en rito).´

Exarca Católico-melquita Monseñor Gabriel Ghanoum.

³Me cargan los ambiguos, esos que

andan de la mano con Nazis y son

Antifascistas. Son fachos camuflados.

Hay que ser de un lado o del otro.´

Conversación con un Skinhead.


Durante la dictadura militar argentina (1976-1983) muchos líderes peronistas se
mantuvieron desde el exilio siendo oposición, sobre todo, por las constantes violaciones
a los derechos humanos sucedidas en el país. Terminado dicho régimen autoritario, se
abrió el proceso de transición hacia la democracia con la celebración de elecciones
libres, en donde triunfó Raúl Alfonsín apoyado por la coalición Unión Cívico Radical
(UCR). Con Alfonsín la inflación comenzó a decaer de forma lenta pero, al finalizar su
gobierno, estavolvió a subir a ritmo muy fuerte. Este hecho le costó las elecciones a la
UCR a causa del desprestigio propiciado por el manejo económico del gobierno.

El peronismo derrocado por el General Jorge Rafael Videla, sufrióuna especie de


mutación ideológica dentro del Partido Justicialista (PJ) a partir de la reformulación de
sus propios postulados. Son estos postulados los que terminaron, con su llegada al
poder, por desestabilizar el Estado populista creado por los militares y el coronel Juan
Domingo Perón desde el golpe de Estado efectuado el 4 de junio de 1943 y bajo la
presidencia del mismo coronel desde 1946. Estos gobiernos peronistas transformaron el
Estado oligárquico bajo los aleros del patriotismo, el capitalismo nacionalista, la
industrialización y la justicia social para las masas excluidas. Todo esto fue socavado
por la acción de Carlos Menem, un peronista que llegó al poder en 1989 mediante
elecciones populares y que fue reelecto en 1995. Su gobierno cambió totalmente
respecto al discurso peronista que se pronunció en las campañas por la presidencia,
girando hacia posiciones que ³reformulaban´ al ³Peronismo de Perón´ en relación ala
Matriz Estado-Céntrica que este mismo coronel en sus mandatos configuró. Menem dio
un giro hacia políticas neoliberales contrarias al Peronismo. En este sentido, muchos
autores han discutido en torno al término Populismo. De hecho, Perón es considerado
dentro de este rango como un caudillo populista. De lo anterior, ¿Qué sucede entonces
con el populismo del Partido Justicialista? ¿Cuál es el viraje del Peronismo en el poder
encarnado en Menen? ¿Hay una reformulación hacia un nuevo Peronismo llamado
Neoperonismo-Menemista? En este escrito haremos un análisis acerca de las
transformaciones que vivió el ³Peronismo de Perón´ y el ³Peronismo de Menem´, en
donde ambos, a pesar de sus diferencias, constituyen formas del llamado ³populismo´.
El cuanto al ³Populismo´ como forma de determinar algo, para los autores María
Mackinnon y Mario Petrone,el Populismo es un término que no tiene una precisión
debido a la multitud heterogénea de fenómenos que abarca (Mackinnon y Petrone,
1999: 11). Estos dos autores han señalado que el populismo ha sido definido desde
diferentes énfasis como, por un lado, un proceso de modernización, mientras que otros
autores dan más énfasis al discurso generado por este movimiento (Mackinnon y
Petrone, 1999: 21-22). Allan Knightha señalado que, tanto los populismos en su forma
de movimientos como en su estructura de regímenes fueron progresistas, reformistas,
nacionalistas y democráticos (a su manera); todo ello nos lleva a pensar que estos
fenómenos no se habrían formado como tendencias socialistas ni liberal-democráticos
(Knight, 2005: 134). Para Alain Touraine, el Populismo se configura como una tentativa
de control antielitista del cambio social. Bajo la perspectiva de este autor, el populismo
se establece comouna reacción, de tipo nacional, ante una modernizaron que está
dirigida desde el exterior (Touraine, 1984: 165).Esta situación es nominada por
Touraine como ³régimen nacional-popular´. De esta manera, los populismos tendrían
un toque de desarrollo nacionalista en contraposición a la sola exportación del
capitalismo oligárquico. Los populismos nunca se organizaron en torno a un tema
dominante, sea éste la defensa de los trabajadores o en el antiimperialismo. Estos
fenómenos cumplen con el objetivo de combinar los grandes temas (Touraine, 1984:
167-168). Es por ello que, algunos autores, caracterizan al Populismo como algo
supraideológico.

Por otro lado, tenemos al Neopopulismo como un fenómeno de la era neoliberal, el


cual,de acuerdo a nuestra perspectiva de análisis, es el resultado de las fallas en que han
incurrido los partidos políticos, en tanto estructuras de mediación y de organización de
la población (Mackinnon y Petrone, 1999: 36). Para Ernesto Laclau,el Populismo no es
algo peyorativo, pero tampoco su término contiene una significación positivapuesto que
poseeun contenido que se ensambla a partir del discurso (Laclau, 2005: 57). Una
especie de ³antialgo o anticosas´ que se encarnan en un momento histórico de crisis que
vive una sociedad determinada. Precisando esta noción, Laclau plantea que para la
aparición de un populismo debe estar presente la ³lógica de la equivalencia´, en la cual,
todas las demandas sociales de diferentes sectores políticos se convierten en demandas
políticas y que solo con ³momentos estructurales´ tenemos populismo (Laclau, 2005:
151). En este sentido, es a través del caso de Menem que podemos apreciar atisbos de
esta situación. El populismo de Menem provocó la reconstrucción de un nuevo orden
una vez que el anterior se hubo debilitado (Laclau, 2005: 221): Este es el Estado
populista que causó déficit e inflación.

El Peronismo aparece a partir de las ansias de modernización por parte del ejército
debido a la crisis oligárquica. Estos últimos ±el Ejército± son los que pierden la
hegemonía dentro del Estado, ya que éste, como señala Marcelo Cavarozzi, es
³disfuncional´ y no ³patriótico´ (Cavarozzi y Medina, 2002: 148). El componente
nacionalista se traduce en la seguridad nacional (Panaia, 1975: 90) el cual llama a un
desarrollo autónomo y a un Estado que intervenga en asuntos sociales y económicos. Es
por eso que para los militares y para Perón hay que cambiar al bloque de poder (Panaia,
1975: 99) representado por la oligarquía, por una nueva estructura que tenga en cuenta
las demandas de una sociedad que no ha sido escuchada por el Estado. Los militares, en
el año 1943, ejecutaron su primer plan nacional, el Plan Catalano, el cual nacionalizó
gran parte de los recursos del país para permitir una industrialización. Fue a través de
este proyecto que Perón introdujo a su movimiento populista comouna novedad: el
clivaje ideológico izquierda derecha (Cavarozzi y Medina, 2002: 148). Con esto, Perón
consiguió superar la división de clases y la ³lucha de clases´ planteada por los partidos
revolucionarios (comunista y socialista) y el movimiento anarquista. Luego de su
derrocamiento en el año 1955, hubo tensiones y divisiones dentro del PJ ya que, como
dice Anam Mustapic, el Peronismo se mantenía unido bajo la lógica del líder
carismático. Durante el exilio del coronel Perón, tanto las divisiones dentro del
sindicalismo Peronista como la gran masa de poder obrero que tenía como respaldo,
fueron aspectos que debieron ser controlados por él mismo desde la lejanía para evitar la
división o fragmentación.De esta forma es como surgió una relación tensa dentro de la
diversidad que era mantenida bajo la unidad del líder carismático.

Durante la década de los 70¶ Perón vuelve y es reelegido presidente por tercera vez,
gracias a su bien sentada base de apoyo creada en sus dos primeros gobiernos. Sin
embargo, en el año 1974 ocurre un hecho ines perado para el PJ: muere Perón. A
consecuencia de esto, asume Isabel Perón la presidencia, pero es derrocada mediante un
golpe de Estado en el 76¶. Frente a esta situación, el peronismo perdía no sólo el control
del Estado, sino también su criterio de unidad en diversidad: dicho criterio de no
fraccionalismo estaba basado en el mismo carisma de Perón. Gracias a esto, el PJ
comienza a tener nuevos liderazgos en su interior y en elaño 1983, con el retorno a la
democracia, hay elección de nuevos candidatos precisamente por la ausencia del
arbitraje de Perón (Cavarozzi y Medina, 2002: 149). Resultado: el PJ pierde las
elecciones frente a la UCR.

A partir del año 1984, al interior del PJ comienza a surgir el sector ³renovador´, el cual,
ante el fracaso electoral, concibe la idea de llenar el vacío dejado por Perón. En 1987
esta idea toma el control del PJ abandonando sus orígenes carismáticos de movilización
de masas. Bajo esta lógica, como señala Mustapic, la legitimidad de las decisiones del
partido ya no descansaría en el líder carismático sino que en las elecciones internas y
democráticas. El criterio de unidad, ahora, sería la democracia partidaria y no ³una
persona´. Sumado a lo anterior es que a través de este proceso se creó una alternativa
novedosa dentro del PJ: siempre que no renuncie a la identidad peronista puede optar a
la escisión, esto es, formar un nuevo partido político (Cavarozzi y Medina, 2002: 150-
152). El problema para ³esa identidad´fue, precisamente, el cambio realizado por
Menem.

De lo anterior es que podemos ver en las reformulaciones económicas los mecanismos


que trajeron consigo diferentes posiciones dentro del peronismo; por medio de estas
reformulaciones, líderes tales como Menem utilizaron estas normas como herramientas
para socavar el Estado Populista. El Peronismo se comenzaba a dividir en un ala
izquierdista y otra derechista, en las que las razones económico-sociales hacían chocar
los intereses del nacionalismo económico más estatista con las ³recetas´ neoliberales en
lo económico. Como consecuencia de esto, se asomaba a la palestra una especie de
Menemismo, que sería para muchos, un Neoperonismo argentino. Fue entonces queel
Menemismo reformuló el Peronismo y terminó dividiéndolo, siendo éste ±el
Menemismo±, un ala de la derecha capitalista-neoliberal que apoyó propuestas
neoliberales.
Luego de la euforia que se había provocado unos pocos años antes con la caída de la
dictadura y la instalación de un nuevo gobierno democrático-constitucional, la década
del 80 se cerró en la Argentina en medio de un desencanto generalizado de la
ciudadanía con la política y con los políticos. Tomando dichas razones, Menem logró
capitalizar parte de ese desencanto mediante una exitosa campaña presidencial de corte
netamente populista en su discurso que no se alejaba del Peronismo. Sin embargo, ya en
el gobierno, Menem se alió de inmediato a los más tradicionales adversarios locales del
populismo peronista, aplicandodecididamente políticas económicas neoliberales y, a su
vez, procurando por todos los medios un acercamiento incondicional con los Estados
Unidos. En términos generales, no dejó en pie casi ninguno de los dogmas peronistas
(Nun, 2000).

Menem fue un peronista sólo en el discurso para llegar a la presidencia y se convirtió en


una suerte de ³líder caudillesco´ que reunía supuestamente los intereses de la nación. El
mismo Menem se identificaba fervientemente con el peronismo del mismo Perón pero,
de alguna forma, contradecía las ideas del maestro tomando en cuenta que el peronismo
original buscaba amparar la justicia social. En este sentido, resultan muy pertinentes las
observaciones realizadas durante las pasadas elecciones, por Francesco Relea: ³no hay
que confundir el Peronismo con el Partido Justicialista PJ que llega a estas elecciones´
(Nun, 2000). El PJ (y con mayor razón el Menemismo) tiene poco que ver con sus
orígenes de fuerza política, que expresaban ³la identidad nacional basada en los
humildes y los pobres´. Esto lo podríamos definir a través de la siguiente afirmación:
³El peronismo es un sentimiento. Es el movimiento de los trabajadores y de la gente
humilde, que vio en Perón, y sobre todo en Evita, el símbolo de la justicia social«.Los
peronistas lo llevan en el corazón.« Juan Domingo Perón decía que el PJ es el
instrumento del Peronismo para ganar las elecciones y acceder al poder´ (Neira, 1999).

Para el primer gobierno de Menem, el PJ conquistó territorios antes reservados al


radicalismo. El justicialismo de Menem remedó a la coalición que llevó al gobierno al
general Perón en 1946: sectores de la clase media y de la clase alta convalidan la
voluntad de amplios sectores de clase baja y de clase media baja (Neira, 1999). El
supraclasismo del Menemismo era un punto que hacía que se pareciese al populismo
Peronista. La reorientación de la política económica del Menemismo se enfocaba en
ideas promercado; en ese nuevo clima de ideas, el cual notoriamente excedía las
fronteras nacionales de la mano de la oleada ³neoliberal´, hay que destacar la
reelaboración de una serie de tópicos de la vieja ³economía política Peronista´, por
parte de un grupo de economistas y técnicos que comenzaron a rodear al candidato
presidencial del justicialismo antes de las elecciones (Camou, 1996: 86). Estas
medidasfueron aplicadas durante su mismo gobierno en contraposición al
keynesianismo propiciado por Alfonsín yal mismo tiempo, frenteal fracasado ³Plan
Austral´, el cual pretendió apagar la excesiva inflación: estas medidas no consiguieron
parar el fenómeno, quedando una inflación disparada y golpeando fuertemente a la
sociedad argentina. Es allí donde entró el discurso Peronista tradicional de Menem, pero
que ³desapareció´, se podría decir, al asumir elmandato.

Para algunos, el triunfo de la UCR con Alfonsín puso en jaque al peronismo,


permitiendo de esta forma, el comienzo, en los sectores internos del partido, de una
corriente que pretendía la reconstrucción del PJ. Este movimiento de renovación tenía
como fórmula para volver al poder (Camou, 1996: 91), su alejamiento de las posiciones
Peronistas más tradicionales en lo que respecta a la defensa de aquella Matriz Estado-
Céntrica que dejo el Populismo. En el fragor deesa renovación peronista, Menem había
comenzado a dejar de lado esas posiciones para ir alineándose cada vez más con el
llamado Consenso de Washington. En 1991, el presidente argentinoindultó a militares
participantes de la dictadura que lo habían hecho preso. Con esta medida, Menem se
ganó el agrado de sectores nacionalistas de derechas y ciudadanía pro-dictadura militar.
Este Peronismo-Menemismo o Neoperonismo ±como quiera llamársele± aparecía como
un Neopopulismo de tendencia derechista afianzado en sectores conservadores de la
sociedad y de la Iglesia Católica. El ³ala de izquierda´ del Peronismo no se vio
identificada con Menem y muchos lo acusaron de no ser peronista. Este Peronismo
reaccionó a las políticas neoliberales que implementó el gobierno pero no pudo tener
voz más que como unaoposición, hasta después estabilizada la crisis económica del
2002 en la presidencia de Néstor Kirchner.
El desmantelamiento del Estado Populista impuesto por Perón, se llevó a cabo
privatizando varias empresas que pertenecían al Estado argentino.En este proceso se
entregaron recursos naturales tales como gas natural, petróleo y, sumado a ello,la
libertad de precios en relación a estos productos. Se confirmaba que este Neoperonismo
(que para algunos es un Neopopulismo) era un Peronismo que se había renovado hacia
el Neoliberalismo y en beneficio del sector empresarial.

Tanto el Peronismo como el radicalismo, a partir del proceso de redemocratización,


reformularon sus identidades políticas. Esta reformulación proponía, especialmente, la
ruptura respecto a la formación política previa donde el Menemismo aparece como la
renovación dentro del Peronismo mientras que el ³ala izquierda´ del Peronismo está
contra la renovación (Marenghi, 2002: 232), por las ideas aplicadas en concordancia al
neoliberalismo y no a políticas de justicia social. El Peronismo-Menemista (o
peronismo de ³ala derechista´) se planteó la pérdida de la dimensión populista de la
antigua identidad peronista donde en el discurso hay continuidades populistas, mientras
que en otras materias, hay rupturas al abandonar banderas básicas del peronismo de
Perón. El peronismo, por su parte, aloja ±ha alojado siempre± círculos y tendencias que
pertenecen a la familia doctrinaria de la derecha nacionalista y católica. A la inversa, si
se buscara en estas dos fuerzas políticas posiciones y enunciados ideológicos afines con
perspectivas de izquierda, también se las encontraría, sobre todo en su versión Nacional-
Populista que captura buena parte de la identidad de izquierda en la Argentina
(Altamirano, 1989: 2). Como dijimos anteriormente, el Populismo para algunos
corresponde a una esfera supraideológica.

En la década de 1990 aparecieron en América Latina nuevos líderes con amplio apoyo
social quienes siguieronrecetas neoliberales para lograr la austeridad económica y
realizar ajustes estructurales de mercado. Estos nuevos liderazgosinvocan la imagen de
líderesdel pasadorepresentantes del populismo, pero sus políticas presentan grandes
diferencias en los rangos estatistas y distribucionistas (Mackinnon y Petrone, 1999:
375). Uno de estos casos, bajo nuestra perspectiva de análisis, es el caso deCarlos
Menem en la Argentina.
El ³Peronismo de Perón´ configuró una relación paternalista (Campo, 1983: 26) con el
Estado y su líder. Esto fue aprovechado por el Menemismo como garantía de
legitimidad traducida en apoyo de las masas durante la campaña presidencial de fines de
la década de 1980.

En la presidencia, Menem desecha muchas de las cosas propuestas durante la campaña y


da un giro hacia posturas de Libre Mercado en alianza con sectores de la burguesía
argentina. Si el coronel Perón realizó cambios amparado por el ³poder fáctico´ del
Ejército, ahora Menem es quien ejecuta reformas amparado por el ³poder fáctico´ de los
grandes empresarios, con los cuales se alió, en pos de finalizar con la hiperinflación.
Menem coopta, de alguna manera, la emergencia de una nueva derecha electoral, la cual
sienta las bases de la liberalización económica (Garretón, 1993: 41) y la crítica al
Estado populista.

Si bien dentro del Peronismo, como ya dijimos anteriormente, existenideologías


ambiguas, no será sino durante los años 90¶ con Menem en el poder, que secomienzan a
estructurar dos grandes posiciones dentro de los peronistas: El ³Peronismo o
Neoperonismo de Menem´ y el ³Peronismo de Perón´. La Unidad en Diversidad, o más
bien, la heterogeneidad dentro del Peronismo, va tomando virajes hacia la Uniformidad.
Este es el punto central para la aparición del Neoperonismo-Menemista. Fenómeno que
deviene de todo lo anterior, las ideas de Perón ya no responden al contexto histórico de
los años 80¶ ni 90¶ debido, en gran parte, a la crisis del Estado que la misma estructura
estatal ha impulsado. Esta crisis trajo consigo mucho gasto social que, al correr del
tiempo, se tradujo en una hiperinflación terminando en la dictadura militar para el año
1983.

Las coyunturas de crisis, los momentos de rupturas y grandes transformaciones parecen


ser campo propicio para los populismos (Mackinnon y Petrone, 1999: 44). Para Laclau,
la ruptura del estado de las cosas se produce como consecuencia de una
institucionalidad débil que no es capaz de dar transformaciones a las estructuras: este
tipo de situación ocasiona la pérdida de legitimidad (Laclau, 2006: 57). Es por medio de
estas crisis que realiza su aparición la lógica de la equivalencia, como plantea el mismo
autor, la cual aglutina a una diversidad de demandas en una unidad, que al ser diversa
resulta heterogénea. Esa unidad se mantiene ya que las diferentes demandas van
tomando esa equivalencia. Ese es el problema que, asumimos, plantea el PJ. El tema de
su ambivalencia discursiva basada en un multiclasismo de intereses a veces
contradictorios. El discurso dicotómico viene dado por el Peronismo mediante la
apelación de éste para construir al pueblo como un actor colectivo contra otro campo al
cual se enfrenta. Es decir, una dicotomización del espacio social (Laclau, 2006: 56-57)
como lo podemos apreciar en el caso del ³Peronismo de Perón´.

De lo anterior,para el Peronismo la crisis tiene que ver con la modernización a partir de


un Estado controlado por las oligarquías y,para el caso del Menemismo, la crisis viene
como consecuencia de la inflación que es auspiciada por el Estado populista. En el
³Peronismo de Perón´ el movimiento Nacional-Popular estaba formado por un
componente social mixto, en el que coexisten tanto la dimensión de la modernización, la
integración política, como la de las relaciones de clase y los conflictos en el campo del
trabajo (Mackinnon, 1999: 181). El PJ convivió por mucho tiempo con esta mixtura que
se traducía en una especie de ³paz social´ entre peronistas de diferentes clases bajo una
atmósfera de conciliación en vez de lucha. ¿Dónde quedó con el tiempo Perón?
¿Quépasó con la ambivalencia y la dicotomía oligarquía v/s pueblo? Touraine, por
ejemplo, señala que en el Populismo no hay intereses de clase. Para el caso de esta
investigación podemos señalar que,bajo la acción de Perón y Menem, si los hay. Lo que
pasa es que se unifican de acuerdo a la lógica de la equivalencia que ya hemos
puntualizado con Laclau. Por su parte, Touraine señala que el discurso populista no es
un agente de representación social, sino un instrumento de participación política
(Touraine, 1984: 200). A diferencia de éste, para Laclau, es el líder el que encarna la
identificación popular (Laclau, 2006: 58). Ese líder fue, en su momento, Perón y luego
Menem. Es en este sentido que podemos señalar la existencia de una lógica político-
social que encarna el mismo líder. Ambos representan la masa del pueblo que tiene un
³enemigo común´ de acuerdo a la lógica de la equivalencia planteada por Laclau.Esa
equivalencia que concilia a las clases en torno a un ³enemigo común´, entró en crisis
dentro del PJ con la llegada de Menem al poder. De lo anterior, si bien la ³equivalencia´
en el Peronismo se fomentó ³desde abajo´, para el caso del Menemismo, la
insatisfacción de las demandas del pueblo produjo una ³equivalencia´ que se matizó a
partir del contexto de crisis que tuvo el Estado populista. Es por eso que tanto Perón
como Menem hacen una ³redefinición del enemigo´ (Campo, 1983: 151). Ambos
dicotomizan la situación social y económica de Argentina, dentro de sus respectivos
contextos. Para Perón la lógica era ³Pueblo´ v/s Oligarquía, mientras que para Menem
la lógica fue Neoliberalismo v/s Matriz Estado-Céntrica inflacionaria. Para Menem el
enemigo es la inflación y el responsable de esto, es el Estado populista.Si en el
Peronismo el enemigo es un grupo social, la oligarquía, en el Menemismo el enemigo es
un modelo de intervención económica, es decir, la Matriz Estado-Céntrica.En la misma
línea de argumentación,si en el Peronismo el enemigo es algo que afecta los intereses
sociales de las masas populares, en el Menemismo el enemigo es algo que afecta a los
intereses económicos de un grupo burgués que, al ser un grupo social bajo el esquema
de clases, también constituye un grupo con un interés de tipo social.

Ahora, si bien Menem tiene un discurso peronista clásico durante su campaña electoral,
es desde la toma del poder cuando éste configura el discurso social para la burguesía
señalando al enemigo. Es a partir de esto que podríamos decir que, en casos tales como
los de Menem y el Neopopulismo, a pesar de que éste tuvieraun discurso dirigido a las
masas, desde el poder Menem configura un discurso social dirigido no ³a los de abajo´
sino que ³a los de arriba´, ya que es a ellos a quienes perjudica este ³enemigo común´,
el Estado Populista.Este es el rivalque no satisface sus demandas para poder controlar,
en el caso argentino, la hiperinflación y la crisis económica que afecta a sus intereses
socioeconómicos. Así tenemos ±podríamos decir± una especie de ³populismo para
empresarios´. Por otra parte,si para Touraine el populismo oligárquico ayuda
políticamente al modelo económico de la oligarquía, manipulando a las masas populares
(Touraine, 1984: 193), en el caso Argentino sucede algo parecido pero a beneficio de la
economía. El fenómeno contribuye a desestabilizar el Estado populista a favor de
lógicas neoliberales que benefician a los empresarios argentinos, que en parte son la
burguesía nacional que nació gracias al proceso de industrialización propiciada por ³el
populismo de Perón´ pero, que en el contexto de la década de los 80¶ y 90¶, ya no
aparece como algo necesario debido a la crisis del mismo modelo de Estado ³que los
vio nacer´. Este grupo es ahora el que busca un cambio en la forma del Estado (Laclau,
2006: 57) para su beneficio. Ese cambio es dado por Menem con la introducción de
lógicas neoliberales y monetaristas para la Argentina, ante un Estado que está
erosionado y ya no da confianza. Es por eso que, si bien cuando las elites controlan el
Estado a beneficio propio y, producen la ruptura populista al dejar sin canales de
demandas al amplio sector popular (Laclau, 2006: 60), ahora, en el caso de Menem, la
ruptura ³populista burguesa´ se da desde el poder político respondiendo a las demandas
empresariales al formular políticas neoliberales. De esta forma, el gobierno puede
controlar la crisis económica, debido a su ausencia de canales para ³tocar´ a la Matriz
Estado-Céntrica. Son estos elementos los que hacen alianza con Menem ya en la
presidencia. Se politiza el conflicto social (Mackinnon y Petrone, 1999: 155) ³desde
arriba´.

La burguesía nacional argentina que surgió del populismo gracias al capitalismo


nacional, pide reformas neoliberales por el déficit fiscal y el enorme gasto social.
Menem es el ³líder´ que lleva el proceso desde un discurso populista pero que tiene
elementos de cambio y continuidad, por lo que el populismo se puede adaptar a la era
neoliberal (Mackinnon y Petrone, 1999: 376). Esa adaptación realizada por dicho
presidente argentino, permite que la unidad en diversidad dentro del PJ se rompa en los
años 90¶ a consecuencia de un peronista en el poder, pero que a la vez es Neoperonista-
Menemista (por el nombre de su presidente). Esto rompe la lógica multiclasista, social e
híbrida a partir de la separación del discurso ambivalente del populismo argentino
quedando marcado en dos bandos: un ala más derechista y otra más de izquierda.
Unidades en uniformidad en cuanto a proyectos políticos y no en diversidad, como el
populismo que el mismo Perón gestó. Estos liderazgos utilizan, para llegar al poder, una
plataforma populista para cambiar abruptamente el rumbo hacia políticas neoliberales
luego de la elección (Mackinnon y Petrone, 1999: 384). Es lo que señala Laclau, por
ejemplo, en el caso de Hugo Chávez, quien luego de su llegada al poder, vira hacia la
centroizquierda (Laclau, 2006: 60). Chávez en el año 1998 tiene un discursoambiguo
entre capitalismo y una especie de ³keynesianismo´, pero luego, ya en el poder, el
presidente venezolano declara que su gobierno se encamina hacia el Socialismo del
Siglo XXI.
En el caso de Menem, este aparece como un líder carismático, inspirado en el
³Peronismo de Perón´, y que ante la masa representa una esperanza. Así se gana los
votos para luego en el poder tener el viraje neoliberal. A fin de cuentas, el viraje
ideológico, según Laclau, sucede cuando el ³personaje populista´ se establece, ±a veces
anquilosadamente mediante la reelección presidencial± en el gobierno para controlar el
Estado. Un ala del PJ, la cual apoya a Menem, viene siendo un partido neoelitista
(Cavarozzi, 2002: 23), cuyo génesis viene precisamente desde el control del gobierno
por parte de alianzas burguesas con el Menemismo. Menem, desde la presidencia,
justificaba los cambios planteando que en el contexto actual³Perón hubiera hecho lo
mismo´. Con esa ³excusa´ reformula la tradición peronista (Burbano de Lara, 1998:
29).

El Populismo de Perón tranca la lucha de clases y adopta el multiclasismo. Con Menem


el multiclasismo tiende a la dicotomización por dentro de sectores sociales al interior
del PJ. Este multiclasismo es el que entra en contradicción como consecuencia de la
forma de gobernar de Menen dentro del Peronismo y de su mismo partido político. El
Menemismo tendría poco y nada que ver con el distribucionismo peronista-populista y
no habría dejado en pie ninguno de sus dogmas (Burbano de Lara, 1998: 81).

El liderazgo neoliberal del Menemismo trae consigo deslegitimidad en las masas ya que
no da derechos sociales (Cavarozzi, 2002: 18). Esto se produce, lamentablemente, como
una realidad ante las masas que depositaron esperanzas en Menem, cuando este se
encontraba ya en control del Estado. Este hecho lo podemos notar como una cierta
despolitización social debido a la pérdida de centralidad de la política y a una
desarticulación de los actores de la Matriz Estado-Céntrica. Este hecho obedece a la
ausencia de integración (Garretón, 1993: 23) que sí existió en el ³Peronismo de Perón´.
Bajo la visión de Laclau, se acaba la ³equivalencia´ dentro del mismo PJ creándose, al
mismo tiempo, un proyecto nuevo. Es por esta razón que el Menemismo es un
Neoperonismo.
Si para Perón la necesidad de implantar una revolución capitalista-nacionalista estuvo
orientada a darle peso al Estado teniendo como enemigo la oligarquía, para el caso de
Menem la realización de una especie de ³revolución neoliberal´, en donde el enemigo
es la hiperinflación y la Matriz Estado-Céntrica, estuvo dirigida a contrarrestar el
estatismo económico. El Neoperonismo-Menemista apareció desde el poder
produciendo un gobierno que realizaba alianzas con el capital argentino y extranjero, a
diferencia del mismo proyecto nacionalista de Perón. Podríamos decir que el gobierno
de Menem fue un nuevo tipo de populismo que causó la división de dos bandos
uniformes en el PJ. Luego de la crisis económica argentina del año 2001, el Peronismo
se dicotomiza radicalmente. Por un lado teníamos a Néstor Kichner y, por el otro, a
Menem.

El Peronismo, llamado ³oficial´ por los que apoyaron en aquel entonces a Kichner, hoy
en día se encuentra dentro del PJ, y el Peronismo de Menem, el llamado Peronismo
disidente, está ahora fuera del PJ. Esta situación se da,no como aconteció durante el
gobiernode Menemen elque el PJ fue partido de gobierno y oposición a la vez. Esta
disyuntiva terminó siendo una ³puñalada por la espalda´ para el génesis de un partido
nacido de un líder carismático con un discurso ambivalente, multiclasista y nacionalista
en lo económico. El PJ que era revolucionario, pero no marxista; que era capitalista y
nacionalista a la vez, se convirtió en una postura unida en la uniformidad y no en la
diversidad, ya que el criterio de ³unidad´ en Perón, ya no existía.
 L AFÍA

Libros:

-Burbano de Lara, Felipe (Edit.), El fantasma del Populismo. Aproximación a un tema


(siempre) actual, Editorial Nueva Sociedad, Venezuela, Caracas, 1998.

-Campo, Hugo del, Sindicalismo y Peronismo. Los comienzos de un vínculo perdurable,


CLACSO, Buenos Aires, 1983.

-Cavarozzi, Marcelo; Medina, Juan (Compiladores), El asedio a la política. Los


partidos latinoamericanos en la era neoliberal, Homo Sapiens Ediciones, Argentina,
2002.

-Garretón, Manuel Antonio (Edit.), Los partidos y la transformación política de


América Latina, Grupo de Trabajo partidos-CLACSO, Ediciones FLACSO-Chile,
Chile, 1993.

-Knight, Allan, —evolución, Democracia y Populismo en América Latina, Centro de


Estudios Bicentenario, Santiago de Chile, 2005.

-Laclau, Ernesto, La —azón Populista, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires,


2005.

-Mackinnon, María Moira; Petrone, Mario Alberto (Edit.), Populismo y Neopopulismo


en América Latina. El problema de la cenicienta, Editorial Universitaria, Buenos Aires,
1999.

-Panaia, Marta, Estudio sobre los orígenes del Peronismo, Editorial Siglo XXI, Buenos
Aires, 1975.
-Touraine, Alain, América Latina. Política y sociedad, Espasa Calpe, Madrid, 1984.

Artículos:

-Altamirano, Carlos, ³¿Hay una nueva derecha en Argentina?´, Nueva Sociedad, N°


102, Julio-Agosto, Argentina, 1989.

-Camou, Antonio, ³Saber técnico y política en los orígenes del menemismo´, Perfiles
Latinoamericanos, junio, vol. 7, N° 012, Facultad Latinoamericana de Ciencias
Sociales, México DF, 1996.

-Laclau, Ernesto, ³La deriva populista y la Centroizquierda Latinoamericana´, Nueva


Sociedad, Nº 205, Argentina, 2006.

-Marenghi, Patricia, ³Reseña de las dos fronteras de la democracia argentina: La


reformulación de las identidades políticas de Alfonsín y Menem´, América Latina Hoy,
abril, Vol. 30, Universidad de Salamanca, Salamanca, España, 2002.

Artículos de internet:

-Nún, José, ³Populismo, representación y menemismo´, CONICET/CLADE; Escuela


de Altos Estudios en Ciencias Sociales, Fundación Banco Patricios, Buenos Aires,
2000. Véase en el sitio de Internet www.politica.com.ar /Filosofia_politica/ Populismo_
representacion _ y_menemismo _ nun.htm [Última visita, 25 de julio de 2010].

-Neira Fernández, Enrique, ³Diez años de menemismo´. OBSERVATORIO DE


POLITICA INTERNACIONALFRONTERA, Argentina, 1999. Véase en el sitio de
Internethttp://www.saber.ula.ve/bitstream/123456789/13655/1/argentina2.pdf[Última
visita, 25 de julio de 2010].
` mo escribir un texto que no existe.

La Historiografía chilena y el problema de la integraci n latinoamericana

Por gnacio Sarmiento

Sería conveniente seguir la clásica fórmula de comenzar las narraciones desde el


principio, sin embargo, en este caso el comienzo de la narración es quizás el final
mismo.

Roger Chartier, famoso historiador e ilustre descendiente de la Escuela de los Annales,


tituló una conferencia realizada en Octubre del año 2008, en una casa de estudio de este
país, de la siguiente forma: ³¿Cómo leer un texto que ya no existe?´. La pregunta queda
planteada, y pese a que la única palabra de la que dispongo para adjetivar dicha
conferencia es la de ³magistral´, creo que desde el punto de vista crítico de nuestra
disciplina resulta aún más interesante otra pregunta que surge del título de esta charla;
esta es: ³¿Cómo escribir un texto que no existe?´. Si bien podríamos sentirnos
inclinados a desestimar esta pregunta por hacer alusión a una obviedad ±ya que ningún
texto existiría antes de ser escrito±, creo que debemos prestarle mayor atención.

Si seguimos la línea trazada por el estructuralismo, vinculado principalmente a la


lingüística, y a sus posteriores derivaciones, creo que estamos en condiciones de afirmar
que todo texto es a su vez un intertexto. Esta temática ya ha sido largamente debatida y
profundizada por autores como Bajtin, Zumthor y Kristeva, entre otros. Básicamente,
implica que todo texto puede ser entendido en torno a la red de significaciones e
influencias que pueden establecerse e identificarse en cada texto. Además, propone que
ninguna producción textual surge por generación espontánea y que en él confluyen y se
plasman, una infinitud de textos que de una u otra forma han formado parte, tanto de la
vida personal como profesional de cada autor.
Ahora bien, si estos planteamientos teóricos los trasladamos a la reflexión particular de
la historiografía, esta cuestión parece ser aún más evidente; no por nada afirmaba Peter
Burke que los historiadores somos aquellos que generamos nuestras narraciones a partir
de otras narraciones (Burke, 2003: 328). Si atribuimos el término de narraciones a los
elementos más cotidianos a los que se suele recurrir en el momento de historiar: fuentes
(en su concepto más amplio), filosofía de la historia, sumado al llamado ³Estado de la
cuestión´, creo que no son desestimables las palabras de Burke 1 . Con el fin de
establecer el cerco sobre el cual se cerrará el presente estudio, debo decir que me
interesa reflexionar en torno al vínculo, o mejor dicho la falta de éste, entre la
historiografía chilena y las ideas ±o ideales± de la integración latinoamericana.

En base a esto propondré lo siguiente: En primer lugar, que la historiografía chilena,


guiada por intereses políticos, ha contribuido a generar una visión de Chile como una
excepción dentro de la región sudamericana, y que al menos desde el punto de vista del
canon 2 historiográfico, el tema de la integración latinoamericana ha sido uno de los
grandes tópicos excluidos. A su vez, sostendré que tras el cuestionado quiebre de la
modernidad la historiografía chilena ha generado un alejamiento aún mayor de este
ideal, puesto que, aquel gran discurso articulado por casi un siglo, comenzó a ser
desmembrado en unidades menores lo cual generó un distanciamiento aún mayor de
esta perspectiva unitaria. En último punto, me detendré a reflexionar en torno a los
posibles requerimientos que serían indispensables para generar un discurso de
integración latinoamericana desde la historiografía y, de esta manera, poder escribir el
texto que no existe.

Concuerdo plenamente con Julio Pinto cuando plantea que: ³El oficio de la historia ha
sido en Chile más campo de batalla que torre de marfil, más enfrentamiento político que
mero ejercicio académico´ (Pinto, 2006: 21). Sin afán de realizar en estas páginas un
YYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYY YYYYYYYYYYYYYYYY
1
No es la intención en el presente ensayo ahondar en torno al concepto de narración, debemos tener
presente que la literatura en torno al tema es abundante, por lo que, de hacerlo, nos desviaríamos mucho
de la línea central que pretendemos establecer.
2
Debemos ser cuidadosos a la hora de hablar de un canon, ya que éste, si nos ceñimos a ejemplos dados
por la historia intelectual, tiende a plantearse como una manifestación personal del autor por establecerlo.
En el presente artículo no se pretende establecer un ³nuevo canon´, sino que por el contrario, valernos de
lo que otros han propuesto como tal, tanto a nivel de autores como unidades independientes o como
³escuelas´.
detallado repaso por lo que ha escrito la historiografía chilena ±ejercicio que, por lo
demás, cuenta ya con interesantes exponentes± sí es relevante fijar algunos puntos que
me servirán como guía para este veloz e incompleto recorrido.

Hacia 1590, Alonso de Ercilla escribió lo siguiente en su famoso poema La Araucana:


³Chile, fértil provincia y señalada en la región antártica famosa, de remotas naciones
respetadas por fuerte, principal y poderosa; la gente que produce es tan granada, tan
soberbia, gallarda y belicosa, que no ha sido por rey jamás regida ni a extranjero
dominio sometido´(Ercilla, 2007: 18). Estas líneas resultan particularmente llamativas,
ya que este texto constituye uno de los primeros registros de gran tiraje que fueron
producidos teniendo como foco lo que hoy denominamos ³nuestro país´. Resulta
bastante interesante la visión que se expresa sobre esta zona y sus habitantes, sobre todo
considerando que ³nuestro país´ es presentado como más importante o más destacado
que sus vecinos, en términos de valentía y braveza. Si bien es cuestionable la influencia
que esta obra tuvo,principalmente a lo largo del siglo XIX, resulta complejo rechazar
que la construcción del elemento araucano ha sido vital en la organización de la
³identidad chilena´. Se podría objetar el vínculo de esta obra con la historiografía
chilena en general, no obstante, no podemos perder de vista la configuración intelectual
de una idea que estará presente a través de los siglos venideros.

Ahora, si establecemos un punto de inicio en la ³historiografía chilena´, debemos


afirmar que ciertamente existe un consenso al interior de los historiadores, para señalar
a la figura de Andrés Bello como el primer representante de nuestra disciplina. Con
respecto a Bello, Cristián Gazmuri plantea que: ³sus características son haber estado
marcado ideológicamente por el liberalismo y metodológicamente por el positivismo
(«) tomó como ejemplo a historiadores del Viejo y nuevo continente («) sabemos que
conoció a Michellet, Tocqueville´ (De Mussy, 2007: 75). Según Gazmuri, Bello
propuso e impuso la generación de un discurso basado en el ³color local´ junto con la
búsqueda de un relato fiel(De Mussy, 2007: 77).
El vínculo expuesto por Gazmuri entre la historiografía chilena y la francesa ±esta
última como influencia de la primera± resulta particularmente llamativo, sobre todo al
darnos cuenta que éste será un vínculo que perduraría por varios siglos, quizás, hasta el
día de hoy. Sobre Bello quisiera resaltar particularmente su énfasis en la educación
pues, sin duda, la disciplina histórica fue un elemento fundamental en la constitución de
esta área republicana. Sabemos que, principalmente la segunda mitad del siglo XIX, fue
un periodo en que el que se pusieron diversos elementos socio-políticos al servicio de la
construcción del ³Estado-nación´. Es precisamente aquí cuando el grupo de
historiadores conocidos como ³liberales´, volcó todos sus esfuerzos en plantear su
³opción política sobre el tipo de Estado y de nación que se estaba en proceso de
construir´ (Pinto, 2006: 22).

Es probable que con figuras tales como Amunátegui, Barros Arana y Vicuña Mackenna,
la historiografía chilena se consolidó en su apego con la política. Si bien desde cierta
perspectiva teórico ³toda historia es política´, un estrecho vínculo entre la producción
del discurso histórico y enraizadas posturas políticas, constituyen elementos
dispensables pero no extraños unos de los otros. Esta situación se manifestó no solo
mediante las obras historiográficas, sino que también en su directa participación con el
aparato público. Este discurso político es magistralmente ejemplificado en el título que
dio don Diego Barros Arana a su obra magna: La Historia General de Chile.
Comenzando desde un punto básico y evidente, existe un énfasis por la existencia
indiscutida de este país, planteando, y a veces creando, figuras que resultarán comunes
para todos los habitantes nacidos en un territorio delimitado. Es a través de estos tomos,
que se plasmarán representaciones ideales de valentía y amor a la patria. Muy favorable
a estas ideas resultaron ciertos hechos acaecidos en el siglo XIX; dos guerras contra
Perú y Bolivia y un conflicto con Argentina, no fueron un gran aporte para la
generación de una perspectiva de unión continental, sino, más bien, una construcción de
choque frente a los vecinos.

De lo anterior, podríamos hablar de una re-consolidación entre la historiografía chilena


y un brazo intelectual de la política, al referirnos a la llamada ³Escuela conservadora´.
Esto, debido principalmente a que los intelectuales que conformaron la escuela, se
presentaron en directa oposición a los historiadores liberales, criticando el modelo de
sociedad que la oligarquía había conseguido formar, junto con su visión sobre la
independencia de Chile 3. Es en esta misma línea que el doctor Nicolás Palacios lanzó,
en 1918, su bullado libro —aza Chilena. En dicho texto, Palacios alabó y reconoció la
exclusiva conformación genética que poseeríamos los chilenos, como un hecho
vinculado, principalmente, al cruce entre la sangre ³araucana´ y la godo-germana.
Ciertamente, esta idea no careció de seguidores. El mismo Francisco A. Encina
afirmaba ser él, el autor original de esta noción. Esta polémica ya fue criticada y
ridiculizado en el pasado4. No obstante lo anterior, no podemos negar que esta misma
idea de la ³superioridad´ de la ³raza chilena´ fue un elemento clave de su pensamiento,
el cual quedó explícitamente plasmado en su principal obra: Historia de Chile. Desde la
Prehistoria hasta 1891. En el caso de Alberto Edwards, correligionario político de
Encina y claro exponente de la corriente nacionalista, Julio Pinto señala que este autor
concebía que ³la tarea del historiador no era otra que identificar esa alma nacional´
(Pinto, 2006: 26). Expuestos estos dos ejemplos acerca de las primeras ³corrientes´
historiográficas (liberal y conservadora), podemos establecer ±sin generar realmente
ninguna sorpresa± lo siguiente: el foco de la historiografía chilena ha estado
estrictamente centrado en la producción de un discurso, en primer lugar político, y en
segundo lugar, con un fuerte afán normativo, en relación a las directrices de la
construcción nacional y estatal. Ante este panorama, no hay luces aparentes de
integración latinoamericana.

Junto con lo anterior, hay un elemento que cabe resaltar. En ambas tendencias es
factible encontrar un discurso que apunta hacia un factor clave; la construcción de
³un´relato de la historia de Chile. Esta idea es de suma relevancia, puesto que, será uno
de los principales quiebres de la historiografía chilena de la segunda mitad del siglo XX.

YYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYY YYYYYYYYYYYYYYYY
3
No debe extrañar queesta crítica surja en los primero años del siglo XX, en pleno desarrollo de lo que se
ha denominado, quizás altamente influenciado por este grupo, como ³La crisis del centenario´
4
Si bien la crítica que levantó Encina tras su publicación de la obra mencionada fue cuantiosa, sobre el
punto en particular de la idea de la ³Raza Chilena´ baste revisar Donoso, Ricardo. rancisco Encina,
simulador, Tomo II. R. Neupertria, Santiago, 1970. p. 47.
Hacia mediados del siglo XX, asistimos a una serie de importantes cambios,
principalmente a nivel metodológico, influenciados en gran parte por las diversas
corrientes internacionales. Es así como podemos establecer la presencia de historiadores
declarados como marxistas, y posteriormente, una vertiente estructuralista. Vinculada a
esta última, sin que sea uno de sus grandes exponentes, se encuentra Sergio Villalobos.
Este historiador podría ser catalogado como una de las figuras más reconocidas de los
últimos años dentro de la disciplina en nuestro país, y que ha sido uno de los principales
continuadores de la idea de ³lo chileno´.Para esto, solo dos alusiones: ³Nuestra historia
tiene también una orientación geográfica que ha enmarcado al hombre en espacios
sucesivos de dominio a través de epopeyas colectivas que la enorgullecen´ (Parentini,
2008: 55) y ³El patriotismo es una tendencia que caracteriza al chileno en los asuntos
grandes y pequeños y que lo lleva a actuar de manera unitaria y comprensiva´(Parentini,
2008: 56). Desde las diversas perspectivas críticas que se han desarrollado en los
últimos años, todo lo expresado por Villalobos es ±por decirlo menos± rechazable.
Probablemente él sea en la actualidad una de las figuras vigentes más radicales en este
discurso, junto con el polémico discurso del historiador ya fallecido, Gonzalo Vial. En
cierta medida, dicho argumento es planteado como una directa oposición a las corrientes
y enfoques que en la actualidad intentan establecer cierta hegemonía en nuestro(s)
actual(es) paradigma(s).

El 11 de Septiembre de 1973 no sólo representó un quiebre profundo en la forma de


vida de la gran mayoría de la población, sino que trajo aparejado un ineludible remezón
en nuestra disciplina. Esto implicó, siguiendo nuevamente a Julio Pinto, una renovación
historiográfica que afectó a las más diversas posiciones, escuelas, estilos y
tendencias(Pinto, 2006: 69-88).

Sobre los años de la dictadura no quisiera explayarme en demasía, ya muchos lo han


hecho, y son bien sabidas las implicancias que esta tuvo. Sin embargo, creo que hay
algo que no se puede negar, yque en parte fue provechoso para el desarrollo de la
disciplina; el exilio. Hasta ese momento el número de historiadores o académicos que
habían realizado estudios en el extranjero resultaba bastante bajo. Sería un error afirmar
que no hay casos, como por ejemplo Álvaro Jara y su relación con Annales en Francia,
pero tampoco podemos afirmar que fuese algo recurrente.

Es en el exilio donde un gran número de los historiadores que hoy conforman parte del
³canon´ historiográfico chileno, se familiarizó con nuevos enfoques y perspectivas.
Surge así la revista Nueva Historia en el año 1981. Tal vez los efectos de esta revista,
durante la década de los ochenta, no fueron notados al interior de nuestro país. Sin
embargo, a su regreso en la década de los 90, gran parte de estos historiadores fueron
quienes lograron integrar con gran éxito la academia historiográfica chilena. Así, junto
con la vuelta (o llegada) de la democracia, también hizo irrupción en el suelo nacional
una de las corrientes que continúan dominando el escenario académico de nuestro
país:la (nueva) historia social.

A partir de la última década del anterior milenio, no solo la historia social logró penetrar
nuestras fronteras. Corrientes como la ³historia cultural´ o la ³nueva historia cultural´
comenzaron a nutrir el quehacer historiográfico. De esta manera, junto con los estudios
e investigaciones sobre el ³bajo pueblo´, se comienza a poner bajo la lupa de nuestra
historiografía nuevos focos del espectro social: género, historia de la mujer, la locura,
creación de raza, etnicidad, etc., son tópicos que comienzan a ser utilizados por los
investigadores. En este sentido, si bien todas estas ópticas habían copado a los
historiadores desde aquella década, aún existía un elemento que de una u otra forma
había sobrevivido a casi 150 años de historiografías: la idea misma de historiar ³Chile´.

Esto nos lleva a afirmar el segundo punto. Las vanguardias historiográficas surgidas
principalmente en la década de los noventa, han centrado su estudio en descomponer
aquel sueño de Barros Arana de la ³historiageneral´ como la configuración de ³una´
historia común para toda una nación. Estas nuevas generaciones han construido un
corpus históricoen busca de todo aquello que haya sido olvidado u obviado, de manera
casual o intencional. De esta forma, presenciamos un desarrollo de lo que podríamos
denominar como un particularismo y un³fragmentarismo´ en el historiar la ³historia de
Chile´. Esta tendencia, a su vez, ha provocado que la ya alejada y ajena mirada de la
historiografía chilena hacia la integración del subcontinente, se vea desmembrada en
varias unidades menores.

A modo de ejemplificar la situación anterior, simplemente cabría destacar ciertas obras


publicadas en los últimos años por algunos de los más reconocidos historiadores de
nuestro medio. Tenemos así el caso de Gabriel Salazar con Ser niño ³huacho´ en la
historia de Chile, Cuando Hicimos Historia de Julio Pinto, El modelo chileno.
Democracia y desarrollo en los Noventa de Iván Jaksic, entre otros. Probablemente el
único caso que podemos mencionar en la actualidad que posee cierto vínculo con la
historia ³unida´ más que ³fragmentada´, es la Historia General de Alfredo Jocelyn-
Holt. No obstante, debemos tener presente que el mismo autor plantea que no pretende
revivirel modelo tradicional, señalando que el título de su obra representa más bien una
ironía a esta vieja aspiración.

Lo ya expuesto, es respaldado por la importante reflexión teórico-historiográfica llevada


a cabo en los primeros años del actual milenio. En este sentido, quisiera rescatar la
figura de Miguel Valderrama quien afirma:

³Si la historiografía es ante todo un acto de escritura que busca dar


lugar a aquello que por principio se sustrae a la escena de la
representación de los imaginarios y las frases, también es, al mismo
tiempo un acto de olvido de sí, olvido de ese olvido que es propio
del acto de escribir. De ahí que la escritura de la historia, al
presentarse como una decisión de escribir la división, de narrar la
violencia originaria que la constituye, exteriorice, a su vez, sin
saberlo, la imposibilidad de lograr ese encuentro por el solo hecho
de que ya fue decidido (Valderrama, 2005: 72).

Si bien Valderrama centra gran parte de su reflexión en torno a cómo generar narrativas
sobre el periodo dictatorial en Chile, creo que es fundamental rescatar dos aspectos de
esta reflexión. El primero de ellos tiene que ver con la tardía influencia de las corrientes
internacionales en nuestro país. Este autor reflexiona, rebate y comparte, puntos de vista
de pensadores como La Capra y Hayden White ±solo por nombrar algunos± quienes
produjeron sus principales textos hace ya más de dos décadas. Más allá de este punto ±
que más que una crítica a Valderrama, lo es a gran parte a nuestro ³panteón´
historiográfico± quisiera enfatizar la idea de la ³división´. Frank Ankersmit señala con
respecto al postmodernismo que: ³el objetivo ya no es la integración, síntesis y
totalidad, sino esos trozos históricos que son el centro de atención´ (Ankersmit, 2004:
342). Sin duda, con lo mencionado anteriormente, es difícil no traer a la mente aquella
emblemática visión que propusiera François Dosse al referirse a una ³historia en
migajas´.

Con estas dos visiones expuestas, creo que es posible plantear, con cierta seguridad, que
la llegada paulatina, esquiva y rechazada de la llamada postmodernidad (si es que
efectivamente podemos hablar de la llegada de ésta) representa el fin de la esperanza de
producir un discurso historiográfico latinoamericano de corte integracionista. El
alejamiento de lo general, la búsqueda de la división y los particularismos, el hacer
notar los múltiples puntos de vista en torno a un suceso, son ±entre otros±los desafíos
que este quiebre epistemológico (o³ajuste´ según como se quiera apreciar) han
instaurado en nuestra disciplina. Vale decir, si desde las primeras décadas de nuestra
historiografía, los historiadores apuntaron a generar un discurso que ubicase a Chile
como algo excluido del resto de la región, las vanguardias historiográficas de las
últimas décadas han contribuido a fragmentar este discurso, centrándose cada vez más
en unidades menores pero de mayor densidad y complejidad. De esta forma, ha habido
un alejamiento aún mayor delposible discurso de integración latinoamericana.

Tras todo lo que ya he expuesto, sumado a lo planteado en un comienzo sobre la


producción misma del texto, hemos de preguntarnos: ¿cómo escribir un texto
historiográfico que apunte hacia la integración latinoamericana, siendo que este tipo de
textos no ha sido producido previamente? Creo que debo afirmar, en primer lugar, que
con el o los paradigmas que actualmente rigen la historiografía chilena, esto no resulta
factible. Este ejercicio implica, de forma bastante explícita, que un giro hacia la visión
de Chile como miembro cohesionado de Latinoamérica, solo sea posible mediante un
cambio a nivel de paradigma historiográfico.
Resultaría una ingenuidad, o mejor dicho una irresponsabilidad, pretender sentar las
bases de un nuevo modelo de investigación histórica que apuntase a la integración
latinoamericana. Sin embargo, creo que sería interesante plantear dos aspectos que
podrían facilitar en cierta medida las cosas.

El primero de ellos es una corriente que de a poco ha entrado en nuestras fronteras,


aunque no precisamente de la mano de historiadores chilenos, ella es la Historia
Transnacional. Esta vertiente, que puede encontrar ciertos orígenes en la década de los
80¶ con la masificación de la transnacionalidad ±principalmente en el ámbito
empresarial± ha logrado permear diversos aspectos académicos como por ejemplo la
historia. Dicha masificación de las empresas multi-nacionales a nivel mundial, ayuda a
la derivación de un gran debate sobre las nociones de ³globalización´, las cuales
llegaron a plantear, incluso como señala IanTyrell, la crisis del Estado-Nación (Tyrrel,
2007). La visión de crisis es complementada por posturas como la de David Thelen
quien concibe a la nación como una entidad ³frágil, construida e imaginada´ (Tyrrel,
2007). Esta idea incitaría a no respetar las fronteras de la política y, al mismo tiempo,
analizar la historia en términos de influencia entre las distintas naciones, según la
concepción tradicional de ellas. A su vez, el autor desarrolla una discusión del término
³nación´ y las implicancias que éste ha tenido, propendiendo a una nueva forma de
comprensión de la historia, la que busca ubicarse en una zona intermedia, sin
aspiraciones de neutralidad, para situarse en un espacio transnacional y común. En
palabras de Tyrell, ³la historia transnacional intenta contextualizar esos desarrollos
nacionales, explicando la nación en términos de sus influencias internacionales´
(Tyrrel, 2007).

Esta corriente, que como yase ha planteado previamentepretende establecer la historia


en términos de influencias entre los países, ha tenido una buena acogida en el escenario
internacional, especialmente en el lugar donde se encuentra mayormente avalada como
es el caso de los Estados Unidos. Un interesante ejemplo de esto es el llevado a cabo
por la historiadora norteamericana Heidi Tinsman, quien ha utilizado una metodología
de análisis transnacional para estudiar las relaciones e influencias entre nuestro país y
otras fronteras, principalmente, Estados Unidos5. Este modelo conlleva a, que de forma
paulatina, las fronteras imaginarias comiencen a transparentarse, dando paso a una
apertura de las herméticas ³historias nacionales´. Estas historiografías, bajo dicha
lógica, estarían posibilitadas para aceptar e incluir en ellas, lo que solía quedar excluido
por encontrarse más allá de las fronteras. Si bien este tipo de enfoque se ha aplicado, en
su mayoría, en lo que respecta a las relaciones económicas entre países, no sería
extraño que con el tiempo se ampliase la visión hacia otros temas.

Un segundo elemento que podría resultar beneficioso para quienes aspiran a este tipo de
historiografía, es el acercamiento a la literatura. El llamado ³Boom latinoamericano´
fue la manifestación literaria de las ideas de consolidación de América Latina como una
región unida por diversos hilos, uno de los más importantes -en este sentido-, fue la
noción de bloque ultrajado por las potencias europeas y norteamericanas. Autores como
García Márquez, Rulfo y Carpentier, se avocaron a narrar en una perspectiva literaria y
mediante fantásticas alegorías, la historia vivida por nuestra región. No obstante lo
anterior, cabe hacer la distinción que este carácter no corresponde a una particularidad
estrictamente privativa de estos escritores. Hace ya algunas décadas ha comenzado a
masificarse la llamada ³nueva novela con temática histórica´. Al interior de este
³movimiento´ encontramos escritores de renombre tales como Hernán Rivera Letelier,
Mario Vargas Llosa, Abel Posse, entre otros, quienes se han propuesto narrar desde la
literatura la historia de sus países y de su continente. Pese a que Gabriel García
Márquez suela ser encasillado dentro del ³Boom´, debemos reconocer que también su
obra la podemos clasificar como parte de esta tendencia. Esta situación la podemos
encontrar ejemplificada de forma notable, en su novela El general en su laberinto,
donde el autor narra con maestría el último viaje de Simón Bolívar.

A mi juicio, lo que permite que la literatura se haya acercado a esto, en tanto la


historiografía aún se pregunta el ³cómo´ ±si es que lo hace± radica en la aún enraizada
voluntad cientificista de nuestra disciplina. Si asumiéramos, como lo hizo la literatura
YYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYY YYYYYYYYYYYYYYYY
5
Un caso interesante de esta perspectiva puede apreciarse en su artículoTinsman, Heidi y
SandhyaShukla,Sandhya. ³Talking Across the Americas,´ Imagining Our Americas: Towards a
Transnational Paradigm, edited by SandhyaShukla and Heidi Tinsman, Duke University Press, Durkam,
2007, pp. 1-30.
al romper con las corrientes realistas y naturalistas, que nuestro producto y resultado
final es un texto ±al igual que la literatura± y no una ingenua aspiración de verdad,
podríamos sentirnos en plena libertad tanto de interpretar la fuente como de escribir con
respecto a ella. Es en esta línea que resulta interesante la propuesta llevada a cabo por
Hayden White, al plantear a modo de crítica que los historiadores ³han sido reticentes
en considerar las narrativas históricas como lo que manifiestamente son: ficciones
verbales cuyos contenidos son tanto inventados como encontrados y cuyas formas
tienen más en común con sus homólogas en la literatura que con las de las ciencias´
(White, 2003: 103)
. Es de esperar que estas ³sugerencias´ realizadas por White desde el año
1973 (año en que publicó Metahistoria) tengan alguna recepción en la historiografía
nacional.

Por otra parte, es cierto que en el campo de la literatura puede resultar un poco más
sencillo generar un quiebre con el modelo o paradigma anterior6 , sin embargo, esta
disciplina bien nos ha enseñado que las narrativas no son algo estático, sino más bien
deben su vida a una constante renovación. De no ser así, nunca habrían visto la luz
obras totalmente claves y revolucionarias de la literatura universal, como son los casos
de Don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes o Ulyses de James Joyce.

El por qué de la literatura como elemento clave en la renovación historiográfica se


vincula principalmente a las reflexiones en torno al llamado ³Giro Lingüístico´. Esta
corriente, surgida hace ya varias décadas, y que solo hace algunos años vio la luz en
nuestro país, nos abre las puertas a una multiplicidad de marcos reflexivos
metadisciplinarios. Entre otras cosas, nos permite preocuparnos no solo del fondo de la
narración sino que también de la forma, y junto con esto, permite la inclusión de una
serie de elementos literarios, que más que un mero embellecimiento del texto en sí
mismo,permiten ampliar la capacidad semántica del lenguaje utilizada por el creador
del discurso historiográfico.

YYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYY YYYYYYYYYYYYYYYY
6
La reflexión en torno a esto puede ser extensa. No obstante, es importante señalar que al vincularse más
con un ³arte´, la literatura se enfrenta a una discusión estética y de estilo, la que ha sido quebrada±con
mayor facilidad y en más ocasiones± que una disciplina que aspira a una capacidad cognoscitiva. En este
último caso, el problema se vuelve epistemológico.
Ahora bien, lo que hasta aquí se ha expresado son posibles directrices y solo el tiempo
podrá constatar si en algún momento, estas logran ser efectivas para dicho propósito.
Quisiera sí precisar que este ³problema´ de la autoexclusión no es estrictamente
nuestro. Jorge Hidalgo comenta en su artículo ³Chile profundo y latinoamericano´, una
conversación sostenida con el historiador francés SergeGruzinski: ³me decía que los
historiadores estamos atrasados en relación con lo que está pasando en este continente
[Europa]; la mayoría de los historiadores siguen haciendo la historia de Francia, Italia,
España. Cuando hay que pensar en una historia europea, los políticos y los pueblos nos
han superado´ (Parentini, 2008: 87). Esta interesante anécdota, logra demostrar un
elemento que no es menor. Esto es, y como ya se planteó al principio, que la
historiografía chilena ha sido tributaria en gran medida de la historiografía
francesa.Esto resulta ser válido tanto para los grandes aciertos como para las más
penosas debilidades.

Retomando y sintetizando los puntos aquí expuestos, lo que he pretendido plantear aquí
es que la historiografía chilena ha sostenido un profundo vínculo con la política chilena.
Esta situación ha llevado a que la continua producción de discursos historiográficos
haya sido orientada hacia la conformación de una identidad nacional y a la construcción
de un proyecto de país. Dicha tendencia se plasmó en nuestra disciplina desde
mediados del siglo XIX hasta bien entrado el siglo XX. Con el término de la dictadura
y la entrada de las vanguardias historiográficas internacionales, el foco se centró en las
particularidades y en los aspectos omitidos por los discursos tradicionales, cobrando
vital importancia la idea de la división.Esto significó que aquel discurso estructurado
por autores tales como Barros Arana y Antonio Encina, comenzase a ser desmembrado
en unidades ínfimas de estudio y de análisis. Todo ellotrajo consigo una voluntad de
producción historiográfica estéril respecto a la idea integracionista de América Latina,
ya que la producción de un texto implica necesariamente la existencia de otros textos,
lo que en este caso no aconteció.

La forma de generar el quiebre y producir un discurso con estas características en Chile,


pasa por un cambio en el paradigma historiográfico imperante. Esto es, mediante la
aproximación a la literatura o a la Historia Transnacional, u otro camino que se crea
conveniente. Sin afán de ser pesimista, creo que aquellos que anhelan la hegemonía de
este tipo de discurso al interior de nuestro círculo intelectual, deben tener mucha
paciencia y esperar con calma que esta producción sea realizada fuera de nuestras
fronteras, y, tardíamente, sea importada a nuestro país.

Mis últimas palabras.Creo que solo cuando aprendamos a leer un texto que no existe
seremos capaces de escribir un texto que no existe pues, todo acto de escribir, es a su
vez un acto de lectura.
 L AFÍA

Libros:

-Ankersmit, Frank. Historia y Tropología: caída y ascenso de la metáfora. FCE,


México, 2004.

-Burke, Peter. ormas de hacer Historia. Alianza, Madrid, 2003.

-De Ercilla, Alonso. La Araucana. Editora Nueva Generación, Santiago, 2007.

-Luis de Mussy (Edit.), Balance historiográfico Chileno. El orden del discurso y el giro
crítico actual. Ediciones UFT, Santiago, 2007.

-Luis Carlos Parentini (Comp.), Historiadores chilenos frente al bicentenario. Santiago,


2008.

-Palacios, Nicolás. —aza chilena. Libro escrito por un chileno y para los chilenos.
Editorial chilena, Santiago, 1918.

-Pinto, Julio. Cien años de propuestas y combates. La historiografía chilena durante el


siglo XX. Azcapotzalco, Santiago, 2006.

-Valderrama, Miguel. Posthistoria historiográfica y comunidad. Palinodia, Santiago,


2005.

-White, Hayden. El texto histórico como artefacto literario. Paidós, Barcelona, 2003.

Artículos:

-Tinsman, Heidi y SandhyaShukla, Sandhya, OurAmericas: Towards a


TransnationalParadigm. DukeUniversityPress, Durkam, 2007.
Artículos de internet:

-Tyrrel.³Whatis Transnacional History?´. Paris, 2007. Disponible en


http://iantyrrell.wordpress.com/what-is-transnational-history/ [Última visita realizada el
10/03/2010].
¢ 
 


Diego Vergara S.

La presente investigación tiene por objeto dar cuenta de las tensiones que se generan en
la escritura de Luisa Capetillo, intelectual, escritora, periodista y líder obrera
puertorriqueña, cuyo pensamiento se constituye como una singular amalgama de
anarquismo, pensamiento feminista, cristianismo, vegetarianismo y espiritismo; lo que
permite otorgar a su quehacer un carácter contradictorio, dado por las indefiniciones y
³callejones sin salida´ que su subjetividad configura, en cuanto expresa sus posiciones,
generalmente desde conceptos opuestos y, por tanto, conflictivos. Es por ello, que
podemos afirmar que Capetillo, se expresa a través de su quehacer como una identidad
eminentemente moderna.

Ahora bien, ¿Qué es el sujeto moderno? La pregunta puede resolverse, en alguna


medida, tomando como ejemplo la escritura de Capetillo. Diremos entonces que
estamos en presencia de una subjetividad llena de imprecisiones, representadas en la ya
mencionada contradicción en la enunciación.

Para entender el por qué de esta caracterización, es necesario primero establecer, qué
entenderemos por modernidad. Para ello hemos, inevitablemente, de acercarnos a la
mirada de Habermas al respecto. El autor expone en La modernidad, un proyecto
incompleto que, en tanto una actitud, la modernidad:

se rebela contra las funciones normalizadoras de la tradición; la


modernidad vive de la experiencia de rebelarse contra todo cuanto es
normativo. Esta revuelta es una forma de neutralizar las pautas de la
moralidad y la utilidad. La conciencia estética representa continuamente
un drama dialéctico entre el secreto y el escándalo público, le fascina el
horror que acompaña al acto de profanar y, no obstante, siempre huye de
los resultados triviales de la profanación. (Habermas, 1988: 24)
La modernidad se traduciría como un proceso constante de cuestionamiento de las
estructuras sociales, motivo por el cual se articularía siempre a partir de un ideal crítico
de renovación. Pese a ello, el autor aclara, siguiendo a Benjamin, que la constante
apelación a ³lo nuevo´ a la que aspira la época moderna, no puede sino estar en función
de una referencia a un contexto sociohistórico anterior:

El espíritu moderno, de vanguardia, ha tratado de usar el pasado de


una forma diferente; se deshace de aquellos pasados a los que ha
hecho disponibles la erudición objetivadora del historicismo, pero al
mismo tiempo opone una historia neutralizada que está encerrada en
el museo del historicismo. (Habermas, 1988: 25)

Es precisamente en este punto, desde donde se empieza a vincular el pensamiento de


Capetillo con su contexto epocal. Aún cuando su discurso aspira a una transformación
social a partir de doctrinas anarquistas 7 , recurre a elementos constitutivos del
cristianismo primitivo para generar una crítica al status quo. Como en el siguiente caso:
³Carlos: ±debe ser porque en él hay una idéntica analogía entre el anarquismo y el
primitivo cristianismo, en el cual todos los bienes fueron comunes, y no había
directores, ni amos, ni privilegiados.´ (Ramos, Julio, 1992: 160)

Luisa `apetillo

¿Quién es Luisa Capetillo? Aún cuando nuestro análisis no pretende, en ningún caso,
establecer una lectura a partir de aspectos biográficos, es necesario, para especificar el
contexto de producción de su obra, tomar ciertos elementos de su vida y formación.

YYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYY YYYYYYYYYYYYYYYY
7
Respecto de este punto, es necesario aclarar que los postulados de Capetillo encajan mejor dentro de lo
que conocemos como ³socialismo utópico´; aún cuando la autora use indistintamente los términos
³anarquismo´, ³socialismo´ y ³comunismo´. Por otro lado, y ajustándonos a lo propuesto por la
escritora, sería coherente definir su posicionamiento político como ³socialismo ácrata´.
Luisa Capetillo nació en octubre del 1879 en el pueblo puertorriqueño de Arecibo. Hija
de una madre francesa y padre español que habían emigrado a la isla caribeña. Ambos
eran influenciados por las ideas democráticas que surgieron de la Revolución del 1848
en Francia y los ideales anarquistas en el norte de España. Y aunque ellos llegaron en
busca de fortuna y buena vida, la situación social del país losforzó a entrar en la clase
trabajadora.

Trabajó como lectora en fábricas de tabaco en su pueblo natal, donde se unió a la


Federación de Torcedores de Tabaco, unión afiliada a la Federación Libre de
Trabajadores de Puerto Rico. Viajó por toda la isla organizando a los trabajadores del
tabaco y la caña en la lucha por mejores condiciones laborales. Fue partidaria del amor
libre, la escuela racionalista, el espiritismo, el vegetarianismo y el ejercicio como estilo
de vida. Fue además la primera mujer en usar pantalones en público (1880). En 1904
empezó a escribir ensayos. Tuvo dos hijos sin estar casada.

Vivió en Estados Unidos (Nueva York y Tampa), Cuba y República Dominicana. La


historia de su vida fue redescubierta durante la década de los setenta del siglo XX,
pasando a ser reconocida en Puerto Rico como ícono de las luchas libertarias del país.

Luisa recibió una educación no formal, la que estuvo a cargo de su madre. Sin embargo,
esto no fue signo de una instrucción menor. Por el contrario, la enseñanza para los
varones era de mejor calidad que el de las mujeres en las instituciones educativas. De
ahí que asumiera siempre con orgullo su condición de autodidacta:

Yo hablo con perfecta comprensión de lo que digo, con una profunda


intuición que me orienta; pero nada he podido estudiar de acuerdo con
los preceptos de los colegios, cátedras o aulas de educación superior [«]
Hoy me he presentado como propagandista, periodista y escritora sin
más autorización que mi propia vocación e iniciativa, sin más
recomendación que la mía, ni más ayuda que mi propio esfuerzo,
importándome poco la crítica que los que han podido cursar un completo
estudio general para poder presentar sus observaciones escritas, protestas,
o narraciones literarias, mejor hechas (Ramos, Julio, 1992: 74-75)

La instrucción académica para la masa, actividad eminentemente moderna, se cuestiona


desde la autoridad de un saber en función de su carácter institucional. La modernidad,
otra vez en palabras de Habermas, ha entendido la cultura como un conjunto de
conocimientos que surgen desde espacios especializados y por ende, cerrados:

El discurso científico, las teorías de la moralidad, la jurisprudencia y


la producción y crítica de arte podían, a su vez, institucionalizarse.
Cada dominio de la cultura se podía hacer corresponder con
profesiones culturales, dentro de las cuales los problemas se tratarían
como preocupaciones de expertos especiales (Habermas, 1988: 28)

Cuando el saber se construye fuera de la institución y del canon no tiene


(supuestamente) validez, por cuanto se asume una no-instrucción en el discurso. Sin
embargo, este conocimiento ³otro´ se legitima a sí mismo a partir de dos mecanismos:
la experiencia y la intuición. El subalterno se validará porque ha sido capaz de construir
un saber a partir de lo que observa e infiere. No repite; deduce. El objetivo será articular
un discurso liberado de las redes de poder, y por ende, autónomo. Estamos en presencia
de un nuevo tipo de intelectual, cuya experticia se va construyendo en lo cotidiano, vale
decir, se autoconstruye. Por tanto, su saber tendrá un fin pragmático y por lo mismo,
material. En este punto Capetillo es, claramente, un sujeto moderno, por cuanto,
hastiada del dominio de la estructura institucional de la cultura, se lanza, por medios
propios, al trabajo de hacer valer su quehacer. La teoría no ha de tener efectividad sin
praxis. Es por tal razón que su escritura tiene también destinatarios diferentes: no se
trata de escribir para ser incluida; se escribe para una clase. He aquí una aceptación de
la subjetividad, característica de vital importancia en el pensamiento de la
puertorriqueña, y que confirma su condición moderna, pues elabora la emergencia de
una voz cansada de ser anulada por escapar a la tradición.
Ahora bien, impugnar a la alta cultura es, en este contexto, un acto extremadamente
riesgoso, pues a la ya mencionada sectarización, se le agrega ahora la censura. Sin
embargo, el intento es el de abrir un nuevo espectro cultural; no se trata de ser aceptado
por los núcleos de poder, sino de constituirse como una voz alternativa. Tomando en
cuenta lo anterior, es que podemos concebir la escritura de Capetillo como una
³literatura menor´; siguiendo las ideas de Deleuze y Guattari (1978). Los autores
plantean que tal etiqueta, la obtiene un texto que cumple con tres características: en
primer lugar, ser la creación de una minoría en una lengua mayor (que en este caso, se
cumple de manera evidente); la segunda es que establezca un estrecho vínculo con la
contingencia, convirtiéndose en una literatura política; aspecto que se aprecia, tanto en
su declarada simpatía por ideas libertarias, así como en la constante expresión de su
opinión sobre su entorno. Y en tercer lugar, debe ser una literatura que adquiera valor en
lo colectivo, por cuanto se relaciona con lo que afecte a la masa. Del mismo modo,
Capetillo escribe para una clase y su palabra tiene destinatarios definidos (las mujeres,
los obreros). De ahí, también, su claro tono pedagógico. Sin embargo, es necesario
hacer algunas distinciones en torno a la noción de literatura. La autora no se inscribe en
géneros particulares, vale decir, no se trata de una escritora que aborde solamente lo
literario (recordemos su calidad de periodista). Razón por la cual creemos coherente
hablar, en lo sucesivo de ³escritura´ en lugar de literatura, por ser más amplio e
inclusivo en este caso.

Como dijimos un poco más arriba, la teoría no encuentra utilidad si no se relaciona con
una praxis que la sustente y compruebe. Sólo en lo segundo, lo primero adquiere
utilidad y justificación. De ahí que el trabajo intelectual sea una labor estrechamente
ligada a lo cotidiano. Nuevamente encontramos relación con Habermas: ³El proyecto
apunta a una nueva vinculación diferenciada de la cultura moderna con una praxis
cotidiana que todavía depende de herencias vitales, pero que se empobrecería a través
del mero tradicionalismo´ (Habermas, 1988: 28)

Desde esta perspectiva la escritura de Capetillo será la construcción de un sujeto crítico,


que asume sus posiciones políticas y visiones de mundo, a partir de una percepción
netamente personal. Por lo tanto, su quehacer tiene justificación por cuanto se ha de
reflexionar todo en pos de una utilidad inmediata, es decir, teniendo una aplicabilidad
en la vida común. Se escribe para la masa, por ello, el discurso debe comunicar ideas de
manera clara y pragmática.

A partir de esto podemos puntualizar una primera contradicción en la escritura de


Capetillo: la negación de una moral pero que inevitablemente inserta otra. A
continuación revisaremos una serie de ejemplos que confirman esta idea.

El ethos cultural

Luisa Capetillo busca permanentemente hacer la distinción entre la alta cultura, la del
dominador, y la de un proyecto emancipador que apunte a una democratización del
saber. Niega la condición letrada de la elite, y con ello la figura del intelectual, por ser
éste el encargado de normar los imaginarios y criterios que, por una parte, definirán el
canon, y por otro, determinarán la porción de tal acervo que llegará a manos de las
clases inferiores. En este sentido, el intento es el de demoler los cimientos de un
estamento normativo y censor en pos de apelar a la autonomía del individuo. Sin
embargo, y pese a esta voluntad, es inevitable encontrarse con el mismo tipo de
discurso, al que tanto refiere y rechaza: ³La instrucción se adaptará sin banderas ni en
determinado estado o nación; el respeto absurdo e idolátrico de los gobiernos será
abolido del futuro sistema educacionista´ (1992: 83) Aunque pretende romper con la
tradición, cae en el mismo discurso, al instaurar nuevos, pero igualmente rígidos
patrones de conducta. El ³deber ser´ que se quiere abandonar es reemplazado por una
nueva ³ética´ cultural, que se aborda ±desde una perspectiva libertaria± para configurar
un nuevo perfil social.

Aún cuando el tono es bastante menos restrictivo que el discurso dominante, se cae
irremediablemente en la imposición de ciertas costumbres culturales. La experiencia y
la intuición, bases de la construcción de este saber alternativo, funcionan también como
elementos de autoridad:
[«] Este plato con su buen pedazo de pan, y un flan, o un poco de
dulce de casquillo de guayaba, es alimento suficiente para mí hasta el
otro día por la mañana que vuelvo a emplear la fruta y el pan. Luego
me pongo a escribir, a contestar la correspondencia que recibo, y a
revisar mis trabajos o a producir nuevos (Ramos Julio, 1992: 99)

Sobre la base de una relación de causa y efecto, la autora propone un modo de


alimentación que, aunque austero, es preciso para adquirir la suficiente energía para
realizar el quehacer diario. Lo ³bueno´ es tal porque se ha comprobado empíricamente.
Este rasgo cientificista que aparece, será abordado más adelante. Del mismo modo el
carácter educativo que adquiere el conocimiento es también un mecanismo de
homogeneización, por cuanto se hace presente de nuevo el ethos de conducta que sería
correcto para la vida libertaria.

La Moral

En primer lugar, y como ya hemos visto, existe un intento de reformar ciertas


estructuras sociales, principalmente aquellas que constituyen algún tipo de opresión, o
bien, un perjuicio para la clase obrera. Hasta el momento la lectura ha abordado
principalmente el ámbito de la cultura, mas existen implicancias en otros
ámbitosconflictivos. Uno de ellos es el del matrimonio como institución avalada por una
moral: ³¿Podrá existir verdadera felicidad en el matrimonio siendo el hombre el único
que puede resolver, y disponer de su albedrío y satisfacer sus deseos, sin observar si le
gusta o no a su mujer?´ (Ramos Julio, 1992: 23)

Aquí la consigna es clara: contradecir la calidad de conductor a la felicidad que la


sociedad atribuye al matrimonio, por cuanto se trataría de un medio de subyugación de
la voluntad femenina y el detrimento de su soberanía, en beneficio malicioso de la
satisfacción de los hombres. Sin embargo, no es de extrañar que nos encontremos
conposiciones contradictorias.
Por otra parte es permanente la aguda crítica hacia una concepción moral burguesa,
otorgando calificativos peyorativos a lo que para Capetillo son vicios sociales que el
capitalismo ha generado: la prostitución, el alcoholismo, la mendicidad, la delincuencia,
etc.: ³Esos esconden la mano para no levantarte. Niegan la ayuda, para mejor
despreciarte. ¡Estúpidos! después que saborearon tus besos, y estrecharon tu cuerpo de
diosa, te desprecian. [«] No temas, te defendemos, eres nuestra; eres de los que sufren,
formas parte de nuestro batallón, de los que sufren«´ (Ramos Julio, 1911: 137)

En este caso, la prostitución se percibe como un vicio, como grave consecuencia de un


sistema social, donde la moral funciona con estándar dual, pues por un lado, condena
estos comportamientos, mientras que, solapadamente, los avala. De ahí el llamado a la
incorporación; tal injusticia convierte a la prostituta en una víctima de clase.

Sin embargo, su proyecto inclusivo y desmitificador no es del todo abierto. Así como
reivindica al nivel de víctimas a tales marginados sociales, menciona como verdaderos
vicios (o al menos establece cierta condena) a las uniones homosexuales:

Porque es ridículo, estúpido que dos enamorados no puedan


pertenecerse, porque es inmoral, por formulismos caducos y que al
separarse vayan a saciar su pasión contenida donde otra mujer, y ella se
masturba o tiene ³relaciones´ [«] sexuales con otra mujer, atrofiando de
este modo su cerebro y perjudicando su belleza. Esto es criminal
(Ramos, Julio, 1992: 76)

Si bien se pretende dar cuenta de una moral decadente y caduca, hay una tensión
evidente entre lo ³normal´ y lo que no se ajusta a ese patrón. El ya mencionado ethos
cultural se inserta ahora en la praxis. El ³deber ser´, se instala en términos de una moral
proletaria que va de la mano con un afán instructivo. Dicho de otro modo, se quiere
abandonar ciertas prácticas culturales para adoptar otras igualmente reguladas. El valor
de lo pedagógico en el discurso de Capetillo tiene su manifestación más explícita en
torno a este ámbito. Tomando en cuenta esto, podemos señalar que el proyecto moral
aborda desde el carácter institucional de la vida social (el Clero o la Universidad) hasta
el plano cotidiano (el rol de la mujer, el actuar del proletario)

La religiosidad y el espiritismo

Es curioso que un personaje que se declara a sí mismo, como ácrata, feminista y


libertario, reconozca también vínculos profundos con una perspectiva espiritual. Esta es
quizá la mayor de las tensiones al interior de la escritura de Capetillo: por un lado, la
expresa concepción materialista de la sociedad y por otro, la inclusión de elementos que
no tienen mayor conexión con tales visiones. Texto representativo de tal contradicción
es ³Mi profesión de fe´, incluido en Mi Opinión sobre los Derechos, —esponsabilidades
y Deberes de la Mujer, que en algunos pasajes muestra esta extraña unión de
contrariedades: ³Está equivocado el que se crea socialista y acepte los dogmas, ritos y
prácticas fanáticas de las religiones, pues el Socialismo es la verdad y las religiones
impuestas son errores. Está equivocado el que se crea socialista y es ateo, escéptico o
materialista´ (Ramos, Julio, 1992: 163)

El ser socialista implica, necesariamente, la abolición de los mecanismos impositivos y


normativos del sistema capitalista. Sin embargo, la tensión surge en el minuto en que se
le atribuye, a este discurso reformador el carácter de ³verdad´. Tal postura es considerar
el pensamiento en un sentido doctrinal, cayendo en el mismo tono totalitario con que se
enfrenta. Se asume un ideario alternativo como revelación. El tono religioso inunda un
discurso que intenta negar este carácter por considerarlo errado e impuesto, sin
embargo, esta nueva ³verdad´ se impone del mismo modo.

Otro elemento a considerar es la utilización (dentro de este discurso reformista y laico),


de la figura de Cristo, con la finalidad de sindicarlo como el perfil más idóneo de un
proyecto verdaderamente libertario: ³Cristo oró en plena naturaleza, este es el verdadero
templo digno y hermoso para elevar nuestros pensamientos y pensar los que tienen estas
creencias en el futuro, aunque todos debemos de pensar, pues tendremos que ir, y
debemos estar preparados´ (Ramos, Julio, 1992: 10)

Al ícono del cristianismo, descontextualizándolo para otorgarle un valor heroico y


material. Se le utiliza para establecer un nexo entre razón y naturaleza, el cual sería el
camino de verdadero crecimiento espiritual. Sin embargo, no pierde su carácter de
ídolo; sigue siendo un símbolo: ya no de fe eclesiástica sino de un proyecto de
emancipación. El discurso moral otra vez entra en juego, pues se enjuicia una
perspectiva valórica en función de ensalzar otra.

Por su parte, la cuestión del tono de la enunciación es otro signo de estas


contradicciones. Es posible apreciar, en varios momentos, una intención que
denominaremos pedagógico-doctrinal:

Propaguemos las máximas cristianas, que son las máximas de libertad


humana, propaguemos y prediquemos que los humanos deben
instruirse, para no tener la necesidad de gobierno, ni códigos ridículos
y antihumanos, no olvidemos que él dijo ³quien se encuentre sin
pecado que tire la primera piedra´ y todavía nadie puede arrojarla, por
tanto unos pocos no pueden gobernar ni condenar a los otros (Ramos,
Julio, 1992: 118)

Es fácil percibir un tono cercano al del sermón religioso en el discurso. Curiosamente,


se apela al autogobierno y a la liberación de estructuras normativas, mas se insiste en
recurrir a un referente máximo de tales construcciones (Cristo) para ejemplificar. La
escritura de Capetillo parece tener una intención más bien anticlerical que antirreligiosa,
sin embargo, recurre a las mismas tretas retóricas de la institucionalidad para comunicar
su mensaje; su ³verdad´.
El espiritismo es otro tema que genera tensiones, por cuanto se intenta establecer un
nexo entre la actividad política (material) y una dimensión que no cabe en estos
esquemas. En una carta dirigida a su hija Manuela Ledesma, se unifican estos
conceptos, como en el siguiente ejemplo: ³Nuestro yo espiritual puede ver, palpar y
hacerse visible, sin el cuerpo material; esto no es religión. ¡Es ciencia! ¡Descubríos!...
Es observación metódica, persistente, analítica, de sabios científicos.´ (Ramos, Julio,
1992: 111)

De alguna extraña manera, se concilia el culto al espíritu y la esfera de lo material, a


través de un trabajo cientificista. Para la autora, el trabajo interior de los sujetos
descansa sobre la base de un método.

El equiparar espiritismo y ciencia se traduce en un intento de validación. La


profesionalización del conocimiento, característica distintiva de la era moderna obliga ±
a quienes proponen y se asumen como productores de conocimientos± a comprobar las
ideas que postulan. El discurso positivista ingresa a la vida moderna y la escritura de
Capetillo no es la excepción, por lo que, en su posición de generadora de saberes (por
alternativos que sean) debe también delimitar una metodología para producirlos. En este
sentido, el espíritu cobra el valor de un artificio, por cuanto se constituye a través de una
autoconstrucción. Así, se lograría compatibilizar el quehacer político del sujeto, en tanto
habría una relación entre espíritu, actividad, y ciencia.

Esta concepción ³material´ de lo inmaterial, sobre la base de lo empíricamente


comprobable, constituye otra de las contradicciones de la escritura de la autora
puertorriqueña. Esto último permite también hablar de una subjetividad típicamente
moderna y aún más: es posible sindicar la de Luisa Capetillo como una escritura
representativa de la modernidad, por cuanto permite y genera estas tensiones entre un
discurso científico y elementos que no pertenecen a lo comprobable (como esta
dimensión espiritista)
El cuerpo y la higiene

En una de sus tantas declaraciones de principios, Luisa Capetillo señala: ³Sólo sé que
me siento humana, altamente humana´ (Ramos, Julio, 1992: 171) Y como vimos
anteriormente, lo material atraviesa su pensamiento, incluso materializando lo que no
posee tal carácter. Pues bien, su condición humana remite indefectiblemente al cuerpo,
rasgo que a continuación revisaremos y que constituye otra de las contradicciones en su
escritura.

La dimensión del cuerpo es otro de los rasgos que, especialmente las mujeres, ponen en
la palestra durante la modernidad, por cuanto representa el refugio físico de la
subjetividad y por ende, del ³ser´ humano. Es la máxima representación de la
materialidad de la humanidad (Lutz, Bruno, 2006: 216)

Hasta este entonces el cuerpo es una barrera inviolable, por lo que es posible unificarlo
con el pensamiento haciendo del ser humano una entidad cerrada. El avance científico y
tecnológico moderno permite que este límite pierda tal cualidad y se asuma su
vulnerabilidad, por lo que es necesario hacer la distinción entre lo concreto (físico) y lo
abstracto (en este caso, la subjetividad de los sujetos). La ciencia rompió con su
indivisibilidad y convirtió al cuerpo en un objeto, por cuanto se pudo adentrar en él y
dar cuenta de sus particularidades de manera pública. La subjetividad, pasó a ser el
único dominio de los individuos y su único rasgo distintivo, mientras que el cuerpo se
integró al acervo social. Como señala David Le Breton: ³La individuación del hombre
se produce paralelamente a la desacralización de la naturaleza´ (Le Breton, 2002: 45).
Es por tal razón que el cuerpo pasa a ser la dimensión natural del sujeto y, por lo
mismo, susceptible de apropiación para el sistema social. Se avala su invasión, porque
se puede aprender de él, en pos del bien común. Del mismo modo como la modernidad
pretende el progreso de la sociedad, la ciencia aspirará al progreso del cuerpo, lo que se
traduce en su limpieza. El saber médico pretenderáborrar aquello que no es funcional y
útil. La enfermedad será vista como algo de lo que hay que deshacerse. Así, el sujeto
enfermo no cabe en el sistema social, por lo que su anulación es el objetivo para
mantener ³la salud´. Se necesita entonces curar el cuerpo, curar al enfermo.

Desde esta perspectiva, el sujeto moderno será aquel que esté sano, limpio, higiénico.
De ahí que cuidarse del otro sea también cuidarse de la infección. Inevitablemente, tal
posición traerá implicancias sociales. Si trasladamos estas perspectivas a lo que en
términos foucaultianos denominaríamos la ³bíopolítica´ (2007), es coherente señalar
que todo atentado a la estabilidad del ³cuerpo social´ debe ser borrado. En este sentido,
la moral constituye un elemento censor de lo correcto o incorrecto, vale decir, de lo
³sano´ o lo enfermo´.

La civilización, el progreso moderno descansa sobre la higiene. Por


tanto, para estar con el progreso y llamarse civilizado es necesario
hacer un poco de gimnasia y bañarse diariamente y además antes de
acostarse volver a lavar las partes expuestas al aire libre; sin
recomendar que para comer es obligatorio lavarse y desinfectarse las
manos bien (Ramos, Julio, 1992: 97)

Tal es la consigna que guía el pensamiento de la autora que nos convoca. La limpieza
del cuerpo es signo de cultura e instrucción y por ello es un instrumento de validación
social. Curiosa apreciación si consideramos que uno de los fines primeros de Capetillo
es acortar la brecha entre el que sabe y el que no. La idea de civilización adquiere, en
este contexto, un tono sumamente censor, pues establece una oposición insalvable entre
civilización y barbarie. No es necesario mencionar la tensión que surge entre esta
perspectiva y el ideal libertario que se intenta construir. Aún cuando aluda a elementos
relativos a lo cotidiano, tales ideas representan una fisura en el discurso, en lo referente
al tono de la enunciación.

Así como el cuerpo es percibido en cuanto un bien que debe ser cuidado y mantenido
limpio, la higiene es signo de un nivel intelectual más elevado, por tanto, de un sujeto
culto. Civilización aquí es equivalente a limpieza.
La moral vuelve a aparecer, esta vez como expresión de una higiene mental que
pretende por un lado, negar ciertas escalas valóricas que se consideran atrasadas, y por
otro, promover un ideario de conducta nuevo:

¿Tiene derecho el amante, que no pierde ocasión en serle infiel y de


un modo estúpido en castigarla? No, únicamente en separarse; (¿he
dicho en separarse? Si nunca vivieron juntos) en no volver más donde
ella. Pero tampoco es razonable, ¿por qué si no le agrada que su
amante sea de otro, él prefiere ir donde otras que son de individuos
enfermos y de todas su clases? ¡Es incomprensible esta moral! A él le
repugna que su amante le pertenezca a una persona distinguida, culta
e higiénica, y no tiene reparos en ir donde mujeres que la brutalidad
de los tiranos han empujado a pertenecer a muchos, y que recogen
enfermedades y aún enfermándose desaira a la que continuamente le
espera, y vuelve a serle infiel (Ramos, Julio, 1911: 24)

El objetivo es claro: denunciar una conducta abusiva por parte de los hombres hacia sus
parejas, que está solapado bajo un ideario moral hipócrita que claramente no es
paritario. La enfermedad es consecuencia de este sistema de inequidades, tanto como
terrible motor que empuja a ciertas mujeres a ejercer la prostitución, o bien como mal
que recibe injustamente la amante fiel por los malos actos del marido. La higiene en este
caso, será la manifestación de una vida recta, por lo que una conducta contraria traerá
como consecuencia la enfermedad, tanto a nivel social como físico. El cuerpo es, por
tanto, la evidencia de la decadencia moral del individuo.

Por todos los elementos expuestos en este trabajo es que podemos afirmar, con
propiedad, que la escritura de Capetillo ±inmersa en un contexto emancipador, y por
ello, reformador de las estructuras sociales± es altamente representativa de lo moderno,
siendo innegable su afán transformador. Sin embargo esevidente que también están
presentes una serie de elementos ambiguos que tensionan el discurso, al punto de
ponerlo en duda.
La formación autodidacta de la autora, podría conferirle cierto grado de inexactitud en
la percepción del mundo, por contener, en su discurso, componentes de la alta cultura,
pero también de la cultura de la masa. De ahí que entren en juego con particular
facilidad, saberes populares y técnicos que no hacen sino dar cuenta de una subjetividad
en crisis, pero extremadamente afanada por saber. La búsqueda de conocimiento de
Capetillo es tan multiforme como su escritura y por eso constituye un objeto de análisis
sumamente interesante.
ibliografía

  

Y Ramos, Julio: [estudio y edición] Amor y anarquía. Los escritos de Luisa


Capetillo. Río Piedras, Ed. Huracán, 1992.

î  

Y Deleuze, Giles, Guattari, Felix: ƒafka. Por una literatura menor. México,
Ediciones ERA, 1978.

Y Foucault, Michel: El nacimiento de la biopolítica. Buenos Aires, FCE, 2007.

Y Habermas, Jurgen: ³La modernidad, un proyecto incompleto´ en Foster, Hal


(editor) La posmodernidad. México, Editorial Kairós, 1988 p. 23 ± 31

Y Le Breton, David: Antropología del cuerpo y modernidad. Buenos Aires,


Ediciones Nueva Visión, 2002.

Y Lutz, Bruno: ³El cuerpo y sus representaciones en la modernidad´, en Revista


Convergencia (Universidad Autónoma del Estado de México) Volumen XIII, N°
041 (mayo ± agosto de 2006) p. 216.
Esbozo de una narrativa del pensamiento crítico y literario en el período colonia*

El registro o textualización de un pensamiento americano ±consciente de la libertad y


del lugar geopolítico± no se puede reducir sólo al siglo XIX, puesto que los estudios del
período colonial han certificado en el siglo XVII, no sólo escrituras de
la diferencia asumidas por letrados mestizos, sino también textos de letrados indígenas,
que incorporaron una radicalización de la denuncia y una interpelación al sujeto
dominador. Este trabajo propone un registro provisional de textos que ya en el período
colonial enunciaron narrativamente un pensamiento crítico y literario. Estas narrativas,
junto con profundizar la memoria, asumieron la justicia de nombrar y el acto narrativo
que expuso desde el lugar del otro, la historia o las historias de esos hechos en América.

Un hombre salvaje es en verdad


un animal lamentable,
pero que vale la pena ver.
Charles Darwin

[E]l Otro como sujeto es inaccesible a


pensadores como Foucault o Deleuze
GayatriSpivak

1. ¿El pensamiento se narra?

En un ensayo reciente dedicado al pensamiento filosófico latinoamericano se dice con


franqueza que ³cuando se opta por reemplazar filosofía por pensamiento, pare[ce] más
bien como un ejercicio vergonzante, un mal menor encaminado a rescatar y a valorar a
personajes menores ante la falta de filósofos de raza[subrayado por el autor]´
(Beorlegui, 2006: 26). En Literatura, por fortuna esas ordenanzas, aunque existen
pueden ser desechadas. A pesar de acreditar un pensamiento literario indudable en
Rulfo, Borges, García Márquez, Paz, Cortázar, Parra o Bolaño, sistematizar y
desarrollar teoría sobre ello ha sido ±hasta ahora± una tarea desapegada de las
exigencias y compromisos del papers.
De manera heurística, se tratará de postular o más bien reafirmar un pensamiento
crítico-literario desde los Estudios Coloniales. Recoger este desafío implica documentar
conocimiento nuevo sobre un área de estudio (más o menos reducida al siglo XIX) en
América Latina. Como investigador en temas coloniales ±específicamente el siglo
XVIII en Chile y el área andina± considero que la formación de un pensamiento crítico
y literario ocurre mucho más temprano de lo que se piensa1. Kevin Power
en Pensamiento crítico en el nuevo arte latinoamericano manifiesta en su introducción:
³Hay un argumento latinoamericano que dice que el circo de la Modernidad todavía no
ha incluido la periferia en su debate, si esto es así, esta recopilación de textos críticos
contribuirá en una pequeña parte a este campo en expansión´ (Power, 2006: 11). En un
artículo publicado el año 2006 me hacía una pregunta, que más que retórica, respondía a
la indagación por los usos del posmodernismo por parte de algunos latinoamericanistas
latinoamericanos en Estados Unidos, posteriormente tuve que admitir que la escuela
posmo tenía carácter casi institucional en muchas capitales de América Latina2. Y
bueno, como sujeto deliberante insisto en justificar mi opción por la respuesta Pos
Occidental frente a la crisis de la modernidad (Hachim, 2006: 15-28).
En cuanto al pensamiento, el objeto de esta exposición se reducirá a lo siguiente:
especificar algunas de las narrativas histórico culturales que constituyen diferentes
versiones del pensamiento literario antes de la formación del Estado-Nación y junto con
ello solo proponer una nueva aproximación a la Historia de las constelaciones
semánticas que han contribuido a crear una engañosa perspectiva del sistema colonial,
en general me refiero a nociones como ³Indias´, ³descubrimiento´, ³indio´,
³evangelización´, etc. A mayor abundamiento, desde el siglo dieciséis hasta el siglo
dieciocho, nos encontramos con un espacio vacío de información historiográfica, ±
también crítica y literaria±, salvo la que aportan eruditos y especialistas españoles que
pese a su versada perspectiva, no pueden más que reflejar ³un marcado influjo del modo
español de concebir el pasado´, como el mismo Esteve Barba reconoce en
su Historiografía Indiana (Esteve Barba, 1992: 11).

En perspectiva de actualizar los estudios coloniales, suscribo este aserto simple:

no disponemos de una Historia del pensamiento del sujeto colonial, a lo más se


ha enfatizado su diferencia con el pensamiento del sujeto colonizador. Por
pensamiento me refiero al proceso de intelección de naturaleza discursiva,
inscrito en los textos coloniales y que incorpora el acto mediante el cual un
sujeto otro, interpela al sujeto hegemónico sobre su condición. El discurso
escrito como huella de tal situación, también es insuficiente. Esta dimensión de
la lengua del imperio, ±poco flexible para criticar su propio proyecto de
occidentalización± a pesar de implicar violencia epistémica, para los mestizos,
criollos e indígenas educados, implicó un complejo proceso de adquisición y
competencia enunciativa que hizo peligrar la dificultosa unidad del español
(Hachim, 2006: 17).

A partir de lo anterior, situamos la plataforma básica para estudiar el archivo escrito del
período colonial hispanoamericano. Con todo, suscribo el énfasis discursivo de esta
definición de pensamiento, puesto que disponemos mayoritariamente de textos, que
desde el punto de vista ³crítico y literario´ despliegan diferentes representaciones
discursivas de tipo narrativo que los letrados europeos, criollos e incluso indígenas
construyeron de sí mismos. Más aún, el carácter narrativo del pensamiento literario nos
perturba actualmente por su insostenible invisibilidad. Por tanto, en los textos que
constituyen la historia cultural del continente desde el período prehispánico,
reconocemos tres grandes temas que acreditan una poética narrativa y por tanto el
acceso literario; una estructura, modos de representación y lenguaje. Por estructurame
refiero a la organización macro y micro narrativa de la experiencia. Como formas de
representación, la tendencia del sujeto enunciacional por una escritura que reconstruye
la realidad mediante modalidades de la ficción narrativa, y por último el problema de
referir o no la versión historiográfica a una tradición del lenguaje literario. El estudio de
las características y de la naturaleza narrativa del pensamiento en el caso de las
Historias naturales hispanoamericanas, se encuentra en proceso de investigación y se
constituye en la etapa de profundización de este esbozo.

Considerando que en el período superior de la Colonia (siglo XVIII) el concepto de


Literatura se ve sometido a los cambios y transformaciones que crearon nuevas
configuraciones discursivas en la ciencia y disciplinas en general, podríamos afirmar sin
dudas, que la Literatura cambió su estatuto de bellas letras, desencadenando la
bancarrota de la literaturidad (propiedades literarias del lenguaje) y de su carácter
unívoco y preceptivo. La narrativa historiográfica ya mostraba afanes retóricos,
figurativos y hasta ficcionales, cuyo impacto en la recepción dio curso a lecturas que
complementaron la interpretación y la reflexión sobre los hechos acontecidos. Las ideas
clásicas sobre el carácter literario de los textos, también cambiaron, incluso la
argumentación estética fue el intento para explicar la obra literaria de acuerdo a criterios
exclusivamente racionalistas e ilustrados. Este acceso racional y estético a la obra, no
fue inmediatamente comprendido. Por otro lado, se empieza a afianzar la idea que la
recepción, en sus diferentes y plurales prácticas lectoras van a definir o constituir
consensos, acerca del carácter ³literario´ de los textos, complejizando aún más el
panorama de los géneros y proliferación de formas literarias.

Por otro lado, la denominación ±algo tautológica± de este pensamiento narrativo, como
pensamiento ³crítico´, apunta no sólo a su carácter valorativo y axiológico (la crítica
como juicio y valoración), sino también a la acepción más descuidada en los estudios: el
significado de crisis que apunta a la ruptura del sentido. Es decir, etimológicamente
³crisis´ conforma la raíz de crítica. A primera vista es notable el predominio de la
acepción de ³juicio´ y ³valoración´ que aparece en los diccionarios y en los textos de
crítica y terminología literaria. Pierre Menard opinaba ³que censurar y alabar son
operaciones sentimentales que nada tienen que ver con la crítica´ (Borges, 1974: 445).
Por otro lado, en el Diccionario de la Real Academia, junto a las acepciones
dominantes, apenas es visible el significado de crítica como ³Perteneciente o relativo a
la crisis´ (DRAE, 1992).

Plantearse el conocimiento del pensamiento crítico y literario en el período


hispanoamericano, implica reconocer previamente que el aporte mayoritario de la crítica
tradicional ha sido mimético, un trabajo sobre lo mismo, incluso podríamos afirmar que
esa reflexión ha sido groseramente facsimilar.

En el año 1967 Octavio Paz dictaminaba ³todavía somos parásitos de Europa´, para
sustentar la idea que ³la crítica es el punto flaco de la literatura hispanoamericana´ (Paz,
1967: 39-44). Su perspectiva, que en su momento tenía más adherentes que
contradictores, se constituyó desde una enunciación situada en la cultura europea y que
para él era la verdadera ³tradición moderna de la poesía´ como lo enunció en Los hijos
del limo (1987).

Antes, Alfonso Reyes en El deslinde afirmaba que la crítica era inherente al acto del
pensamiento. En el desarrollo de una reflexión sobre la Literatura, no carecemos de
crítica en el sentido de una actividad intelectual, que al plantearse el objeto literario
como problema de conocimiento, sitúa igualmente esa práctica artística en el ámbito de
la epistemología. Obviamente, faltaría delimitar el carácter de esa epistemología que
incorporó la diferencia frente la tradición euro céntrica. Asimismo, no estaría demás
declarar que esa tradición imperial abusó del criterio de raza como uno de los ejes de
dominación colonial y que igualmente instituyó otros dos: la hegemonía de un modo de
conocimiento y las modalidades de explotación capitalista que sustentaron y siguen
sustentando la colonialidad de la cultura y el poder (Cf. Quijano, 2000: 201 -246).

El año 36 el mismo Reyes planteaba en ³Notas sobre la inteligencia americana´ que esta
particular inteligencia, pensada literariamente implica un: ³drama [que] tiene un
escenario, un coro y un personaje´ y más adelante ³hoy por hoy, existe ya una
humanidad americana característica, existe un espíritu americano. El actor o personaje,
para nuestro argumento, viene a ser la inteligencia´ (Reyes, 1936). Posteriormente, José
Gaos especifica aun más esta inteligencia como pensamiento.

2. Pensar

Si tuviéramos que establecer la procedencia de los textos que constituyeron un aporte a


la formación del pensamiento en nuestra América, con toda propiedad debemos incluir
los cuicatl (cantos) de Netzahualcoyotl, junto a otros textos de creatividad indígena
como el Diálogo de lor y canto en nahuatl y que la tradición literaria traduce como
poesía, arte y símbolo. Este ³diálogo tiene lugar hacia el año 1490. Varios maestros de
la palabra venidos de diversos lugares se reúnen en la casa de Tecayehuatzin, príncipe
de Huexotzinco´ (León-Portilla, 1978: 122). Ya en el período hispanoamericano, es
igualmente importante la—etórica cristiana (1578) de Diego de Valadés, fraile mestizo
que se preocupó de enseñar a leer a los niños tlaxcaltecas, mezclando las grafías
alfabéticas españolas con imágenes y objetos de la cultura indígena. En 1608, una dama
peruana publica el ³Discurso en loor de la poesía´, ³como paratexto anónimo entre los
preliminares de la Primera Parte del Parnaso Antártico de obras Amatorias [«]
vertidos en tercetos castellanos por Diego Mexía de Fernangil, poeta sevillano´
(Cornejo Polar, 2000: IX). Esta mujer erudita, enumera más de veinticinco letrados
españoles-americanos (criollos) que escriben en las Antárticas regiones y que en
perspectiva del pensamiento literario, se constituye en uno de los primeros catálogos de
la vida intelectual de la América meridional. Del mismo modo, en el desarrollo de una
investigación sobre dispositivos biobibliográficos escritos durante el período colonial,
pude revisar un conjunto de repertorios obibliotecas de papel, que en sus partes
nuncupatorias y prólogos, incorporaban el pensamiento crítico y literario en función de
la diferencia y de la cultura situada3.

Igualmente pertinentes, son las Historias naturales hispanoamericanas escritas por los
jesuitas expulsos en el exilio italiano. Actualmente hemos continuado esta investigación
estudiando la Literatura y la narración en el Compendio de la Historia Geográfica,
Natural y Civil del —eyno de Chile (1776) del Abate Juan Ignacio Molina, la Historia
antigua de México (1780) de Francisco Javier Clavijero, Historia del —eino de Quito en
la América Meridional (1788) del riobambeño Juan de Velasco y la Historia
geográfica, natural y civil del —eino de Chile (1789) del padre Felipe Gómez de
Vidaurre.

Para una extensión del corpus citado, convendría considerar además El nuevo Luciano
de Quito (1779) de Eugenio de Santa Cruz y Espejo, médico quiteño, hijo de padre
indígena y madre criolla. También a Juan Pablo Viscardo y Guzmán y su ³Carta
dirigida a los españoles americanos´ (1791), que ha servido para explicar sintéticamente
el funcionamiento de la Crítica en una narrativa criolla, caracterizada en primer lugar,
por su aporte a la constitución del pensamiento emancipador español americano y en
segundo lugar, dar cuenta de los ejes que explican el carácter colonial así como
la colonialidad del poder, después de la autonomía política en América (Hachim, 2008:
47-65).

En la mayoría de estos textos, documentamos la enunciación de discursos narrativos del


sujeto español- americano, es decir, criollo, que textualiza una conciencia ³geopolítica´
y un saber de la diferencia. En una segunda etapa, José Gaos, filósofo español exiliado,
en su ensayo del año 1944 El pensamiento hispanoamericano, intentó desafiliar al
pensamiento del reducto exclusivamente filosófico, atendiendo a la simple acción
de pensar que define la actividad humana:
³El 'pensamiento' es aquel pensamiento que no tiene por fondo los objetos sistemáticos
y transcendentes de la filosofía, son objetos inmanentes, humanos, que por la propia
naturaleza de las cosas, históricas, éstas, no se presentan como los eternos temas
posibles de un sistema, sino como problemas de circunstancias, es decir, de las de lugar
y tiempo más inmediatas, y, por lo mismo, como problemas de resolución urgente; pero
que usa como formas los métodos y el estilo de la filosofía o de la ciencia; o que no
tiene aquellos objetos, sino los indicados, ni usa estos métodos y estilo, pero que idea y
se expresa en formas, orales y escritas, literarias ±géneros y estilo±, no usadas, al menos
en la misma medida, por aquel primer pensamiento. Al ³pensamiento´ se le considera
frecuentemente por ello como literatura.´ (Gaos, 1993: 27)

Esta idea refuerza una de las alternativas del pensar, pero las consecuencias implícitas
nos refieren al registro discursivo, soporte que sirve a la enunciación del pensamiento y
que mayoritariamente se presenta como escritura organizada narrativamente. Sin
embargo, aclaro que la narración a la que me refiero, contrasta con la pauperización
semántica que arrastra la especulativa ³crisis de los relatos´ contemporánea.

3. Narrar

Si [«] escribiera sus aventuras sin poner en lo


que escribe ninguna pretensión literaria, lo
escrito sería siempre un relato; si lo hiciera con
ánimo literario, sería una narración.
Manuel Rojas

En el contexto colonial, la narrativa se fundamentaba en la creencia del ajuste entre la


³palabra y la cosa´. Posteriormente, este ajuste fue cuestionado, sin embargo para
efectos del estudio, en los textos biobibliográficos, historias naturales y proclamas, no
surge explícitamente el problema, por tanto, consideraremos que el análisis debe partir
de los elementos comunes a este tipo de obras: en primera instancia los definimos
como textos (Mignolo, 1982: 57) y en segundo lugar, adoptan mayoritariamente
estrategias discursivas que las constituyen en narrativas. El carácter textual y narrativo
facilita la diversidad de perspectivas disciplinarias para su estudio. A pesar de la
polisemia del término narrativa, propongo como punto de partida, considerar la forma
simple narrar. Un erudito historiador escribe que ³en latín medievalhistoriare era lo
mismo que narrare o que dicere´ (Topolsky, 1992: 49). La acción de narrar tiene en el
Diccionario RAE la siguiente acepción: ³Contar, referir lo sucedido, o un hecho o una
historia ficticios´. La última palabra introduce el problema que ha encajonado el diálogo
por mucho tiempo. Sin embargo, creo que para el estudio del narrar, es preciso que el

³sentido [a] tener en cuenta es el comprendido por la díada


narración/descripción. En este caso, el criterio opositivo pasa por la dinámica
imprimida [impresa] a la narrativa, entendiéndose lanarración, en contraste
con la descripción [«], como aquel procedimiento representativo dominado
por el relato expreso de eventos y conflictos que configuran el desarrollo de
una acción, lo que obviamente sólo se entiende en función de un movimiento
temporal que trasmita a la narrativa la dinámica mencionada.´ (Reis y Lopes,
2002: 152)

Hace treinta y cuatro años en el prefacio de Metahistoria, Hayden White escribió


provocativamente:

³Considero la obra histórica como lo que más visiblemente es: una estructura
verbal en forma de discurso en prosa narrativa. Las historias (y también las
filosofías de la historia) combinan cierta cantidad de ³datos´, conceptos
teóricos para ³explicar´ esos datos, y una estructura narrativa para presentarlos
como la representación de conjuntos de acontecimientos que supuestamente
ocurrieron en tiempos pasados.´ (White, 1992: 9)

Este postulado historiográfico no amedrentó a los Notarios de los ³hechos que en


realidad suceden´. En los años noventa, el antropólogo CliffordGeertz sugirió que ³Las
raíces del miedo hay que buscarlas en otro lado: en el sentido de que, tal vez, de llegar a
comprenderse mejor el carácter literario de la antropología, determinados mitos
profesionales sobre el modo en que se consigue llegar a la persuasión serían imposibles
de mantener (Geertz, 1989: 13). A su vez, en la discusión sobre narrativas post
coloniales, Spivak advierte:³Esto no significa describir las cosas >según lo que en
realidad sucede< ni tampoco privilegiar la narración de la historia como un
imperialismo que da la mejor versión de la historia. Más bien, se trata de ofrecer un
aporte a la idea de cómo una explicación y narración de la realidad fue establecida como
una norma.´ (Spivak, 1998: 189)

Entonces, importa saber cómo se reflexiona sobre el lenguaje y la específica forma de la


expresión que se construye por medio del verbo narrar. ¿Qué implica la narración para
los objetivos disciplinarios? No obstante, esto no implica promover el privilegio de la
Literatura sobre la Antropología, la Historia, o la Filosofía. En la práctica, el trabajo
transdisciplinario ha sido el que ha aportado los resultados más estimulantes y
fructíferos, en aquellos textos y narrativas que han cruzado la mirada de los
investigadores.

s. `onclusiones narrativas

En el sistema colonial afirmamos en consecuencia, la importancia de la narración de los


hechos históricos y esto importa más allá del carácter literario. En las tierras usurpadas
por el Imperio se ha cometido un crimen o más bien se perpetró el genocidio ³de los
naturales´ ±tal vez las primeras víctimas de la modernidad± tainos, nahuas, quiches,
otomíes, quechuas, aimaras, mapuches, es decir, el exterminio de los mal denominados
³indios´. A más de quinientos años del establecimiento de Occidente, no se
conocereparación. El derecho suscribió la impunidad. Sin embargo, por esto no se trata
de negar o afirmar Occidente, sino de actualizar una narrativa de sanidad en función de
curar el trauma del ³Descubrimiento´, entonces el pensamiento reclama esa reparación.
Las narrativas americanas junto con profundizar la memoria, asumieron la justicia, la
justicia de nombrar y el acto narrativo que registró y relató la historia o las historias de
esos crímenes, aunque no podemos reducir su papel a estas demandas. Sabemos hoy que
la Iglesia ha pedido perdón, aunque el perdón no es reparación. Un importante teólogo
católico reconoce que: ³En menos de un siglo la iglesia perseguida se convirtió en una
iglesia perseguidora. Sus enemigos, los herejes» [ ], eran ahora los enemigos del
imperio y eran castigados por ello´ (Küng, 2007: 64). Por su parte los Estados
Nacionales (criollos y etnocéntricos) no han asumido su responsabilidad y aún hoy
persisten en tratar el ³conflicto´, con estrategias no muy diferentes de la violencia
originaria del conquistador, ahora contra estos indígenas que más que disfrutar la
modernidad, siguen sufriendo la colonialidad del poder en América.

En síntesis, los Estudios Coloniales no pueden seguir afirmando el ³Descubrimiento´ ni


un ³proceso de evangelización´ puesto que las consecuencias del Patronato Real o la
cesión de ³Las Indias´ al Rey de España ±Primera Bula Inter caetera de Alejandro VI
del 3 de mayo 1493± privilegiaron el poder del Imperio, transformando el clero en una
institución subordinada y a los sacerdotes en funcionarios. Es decir, lasconstelaciones
semánticas habituales en los manuales de estudio, constituyen referentes falsos. Otro
caso paradigmático, la denominación ³indio´ que está siendo cada día más estudiada.
Conciente que el análisis de estas ³nociones´ excede los límites del trabajo, limitamos
la propuesta a la necesidad de una nueva aproximación a esas historias. Ahora y en
consecuencia con los presupuestos y el desarrollo de estas bases del conocimiento
narrativo para el estudio del pensamiento crítico y literario colonial hispanoamericano,
una segunda etapa de investigación debe profundizar narratológicamente en los textos
que configuran el corpus, incorporando también los que han sido excluidos y pertenecen
al archivo colonial y que cruzan y van más allá del enunciado español y español
americano (criollo).

Notas

*
Este trabajo se enmarca en el proyecto Fondecyt Nº 1085194 ³Literatura y narrativa en
las Historias naturales hispanoamericanas del siglo XVIII´.

1
En este sentido coincido con las propuestas de Nelson Osorio en: ³Formación del
pensamiento crítico y literario en la Colonia´. José Anadón [ed.] —uptura de la
conciencia hispanoamericana (1993). Cf. Luis Hachim Lara: Tres estudios sobre el
pensamiento crítico de la Ilustración americana (2000).

2
El posmodernismo ³de oposición´ que propone Boaventura de Sousa Santos pareciera
tener poca convocatoria entre los oficiantes. Ver El milenio huérfano, 2005, 97-113.

3
Hachim, Luis, 2001, ³De León Pinelo a Beristain: Ensayo sobre la tradición de los
repertorios literarios hispanoamericanos´. En ese artículo se consignaron al menos los
siguientes repertorios: Epítome de una Biblioteca (1629) Antonio de León Pinelo. Idea
de una Historia (1746) Lorenzo BoturiniBenaduci. Biblioteca Mexicana (1755) Juan
José de Eguiara y Eguren. Memorias Histórico-ísicas-Apologéticas (1761) José
Eusebio de Llano Zapata. Arca de Letras y Teatro Universal (1783) Juan Antonio
Navarrete. Bibliotheca Americana (1791) Antonio de Alcedo y Bejarano. Biblioteca
Hispano Americana Septentrional (1816) José Mariano Beristáin de Souza y otros.
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* Profesor y Licenciado en Historia Pontificia Universidad Católica de Valparaíso

Estudios de Magíster en Filosofía Política Usach

Estudios de Doctorado en Historia Pontificia Universidad Católica de Chile

Doctor en Sociología UniversitéBordeaux, Fr.

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