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4. DESPUÉS SIGNIFICA ENCIMA
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NÚMERO 7
No en vano, él mismo llegó a decir: “En tanto poeta, ¡zas!, novelista”, y al prosificar
sus poemas o versificar su prosa se enfrentó enseguida a cuestiones de
composición. Por eso pensamos que sería buena idea hablar con César Aira —su
amigo y transcriptor— y encarar dos sistemas de escritura únicos.
Apreciado César,
Querida Andrea,
Me resulta difícil hablar de Osvaldo. Y no porque no tenga nada que decir. Desde
hace mucho, desde siempre, en realidad, planeo y postergo escribir un libro sobre
él, hacerle la justicia crítica que no ha tenido. ¿Pero se le ha hecho “justicia crítica”
a algún escritor, alguna vez? Quizás es esa misma fórmula, en su ambición
excesiva, la que me paraliza. Además, los escritores nos acostumbramos a que
nuestros amigos escritores no sean tan buenos escritores. Leemos lo que escriben,
nos gusta, lo elogiamos, pero lo hacemos porque son amigos, no por la calidad
propiamente dicha de lo que han escrito. Ésa es la situación normal. ¿Qué hacer
cuando el amigo escritor es realmente bueno? ¿Es un querido amigo o un gran
escritor? ¿Puede ser las dos cosas a la vez? Una de las soluciones provisorias a esta
anormalidad es poner a uno, el de más edad, en la posición de maestro, y al otro en
la de discípulo. Tratándose de Osvaldo y de mí, acepté sin problemas esta solución,
porque no me compromete a nada, al contrario, y porque es bastante cierta en los
términos de mi admiración y veneración. Pero no hubo maestro y discípulo que
desempeñaran peor sus papeles. Desde el comienzo hubo entre nosotros dos una
diferencia insalvable, que ponía a nuestras respectivas obras en planos diferentes y
las hacían incomunicables. Él, como poeta que era, tomaba la lengua directamente;
yo la hago pasar por el filtro del pastiche. Osvaldo estaba bastante intrigado, me lo
dijo más de una vez, al ver que yo no podía escribir sin ironizar sobre discursos
ajenos. Seguramente esa intriga persistió, y lo hizo probar, en Tadeys,la prosa
pastiche. Pero no podía evitar la firma de poeta. Está en todas partes, por ejemplo
en la primera línea: “cabreros de humilde condición”, eso es pastiche periodístico-
sociológico, como podría escribirlo yo. Claro que esos cabreros son “la familia Kab”,
con lo que la lengua triunfa sobre el pastiche.
Osvaldo Lamborghini en su piso de la calle Berna, en Barcelona, 1983. Foto de
Hanna Muck.
Apreciado César,
Al mencionar lo del pastiche me río. Pienso en cuando hacía a hablar a los indios de
la Pampa como si fueran Kant o Bergson. Más tarde leí que estaba reelaborando su
relación con la tradición, que en la literatura Argentina parece haber sido un gran
tema. Es más, mientras a usted le achacan un conflicto no resuelto con Borges,
al Martín Fierro Lamborghini le sacó un esclavo (Las hijas de Hegel), pero no
acabo de entender la dimensión de esa obsesión. Quizás podría decir algo sobre el
impacto de estas dos figuras (Borges/Hernández) en sus respectivas obras y cómo
lidiaron con ellas. Es que en España no sé si alguien se atrevió a dar continuidad al
Quijote, que es nuestro “trauma nacional”. Por supuesto hay excepciones, pero
parece que la mayoría ha preferido ignorarlo, dada la abundante cantidad de
novelas de café con leche que se siguen publicando. Es cierto que en vez de café con
leche ahora se habla de los Magnetic Fields, aunque yo sigo prefiriendo sus discos
que las conversaciones a las que dan pie. ¿Me explico?
Hola Andrea,
Aquí seguimos. No sé quién inventó eso de que los escritores nos preocupamos por
insertarnos en la tradición nacional, o por ajustar cuentas con los grandes autores
nacionales. Parece cosa de críticos sin ganas de leer. Puede ser que algún escritor
muy limitado, muy ignorante, o muy crédulo frente a los argumentos de esa clase
de críticos, elija sus lecturas, sus influencias, sus modelos, exclusivamente en el
radio nacional, pero es una (triste) excepción. Los lectores somos naturalmente
universalistas y la condición de lector es previa a la de escritor. Por lo que recuerdo,
las lecturas más constantes de Osvaldo fueron Dostoievski, Freud, Nietzsche y
Thomas Mann. Yo, que siempre fui un snob, leía Tel Quel. Coincidíamos en
Rimbaud. En cambio no le gustaban ni Lautréamont ni César Vallejo, dos favoritos
míos. Lo de Lautréamont puede deberse a que lo leyó en una mala traducción. Su
aversión por Vallejo nunca pude explicármela. Un punto ciego, quizás, como los
tenemos todos.
El Martín Fierro, lo mismo que Ascasubi, del Campo, Hidalgo, eran parte del
mobiliario mental de los lectores argentinos de aquel entonces, y no nos creaban
ningún problema de conciencia. La gauchesca fue un milagro literario, y los
milagros hacen felices a la gente. En todas estas cuestiones le dábamos la razón a
Borges, sobre todo porque tenía razón. Borges fue otro motivo de felicidad, quizás
el más grande, pero para eso no se necesita ser argentino.
@Andrea:
¡Qué insolencia! Siempre pensé que en cuanto uno empezaba a tener cierto
reconocimiento, la perdía, pero veo que en su caso la cosa va para largo. Me parece
bien que lo de gestionar tal o cual legado nacional le concierna menos que un par
de camellos2, pero déjeme meter el dedo en la llaga antes de abordar otras
cuestiones. Al morir su amigo-maestro, además de discípulo, pasó a ser el albacea,
transcriptor y editor de sus obras completas. Como sabrá, varios escritores y
críticos coinciden en que el Lamborghini que hoy conocemos fue el que usted se
inventó. En su día lo describió como un señor apuesto y de modales aristocráticos
cuando según Roberto Bolaño mejor le hubiera ido de chapero o matón a sueldo.
Elsa Drucaroff, en cambio, “le acusó” de arrancarlo de su contexto y despolitizarlo,
y es cierto que en la ficción usted lo disfrazó de payaso para dar cuerda a un chiste
viejo… ¡e indigesto!
@César:
@Andrea:
Las artes plásticas hoy han ampliado su campo de acción lo suficiente como para
incluir esta clase de experiencias. Me parece muy pertinente en Lamborghini. En él
la imagen siempre es calco, collage, recorte, pegado, carga de pigmento: la imagen
para él siempre es objeto, con los rastros temporales de su fabricación, tal como lo
es su escritura.
@Andrea:
@César:
¿Eso explicaría porqué en sus historias, en las que abundan tantos mecanismos e
inventos, no hay apenas high-tech? ¿Qué tiene la literatura con tecnología?
@César:
¿Y será cierto, como nos están diciendo siempre, que esos aparatos nos facilitan la
vida? Lo dudo. Un ordenador puede hacer cien mil operaciones matemáticas en un
segundo, pero antes crea la necesidad de hacer cien mil operaciones. Crean la
necesidad que satisfacen, con lo que la suma da cero y todo sigue igual que antes,
salvo que más complicado.
@Andrea:
@César:
@Andrea:
@César:
Muy buena la observación de Oubiña. Coincide con lo que dije antes sobre la
dominante poética de Osvaldo. Yo no busco deliberadamente la velocidad, como sí
lo hacía Copi, pero trato de aligerar lo más posible la carga lingüística de la
narración, con una prosa simplemente correcta, incluso estereotipada, de modo
que el lector no tenga que detenerse a degustarla y pueda seguir adelante. No estoy
muy seguro del valor de lo que hago, así que quiero ahorrarle tiempo y esfuerzo a
los lectores, con libros cortos y fáciles de leer.
@Andrea:
Para preocuparse por los lectores hay que presuponer que uno va a tener lectores, y
yo nunca fui muy optimista en ese aspecto. En los años sesenta, cuando empecé a
escribir, publicar era mucho más difícil que ahora, y había más voluntad de
experimentación, de escribir en contra de los burgueses, de las señoras, de los
católicos, del “público” en general. Yo ya escribía a los dieciocho años, pero empecé
a publicar bien pasados los treinta. Osvaldo publicó en vida tres libritos que no
suman más de cien páginas. “Los lectores” éramos nosotros mismos, o eran los
filisteos que no entendían nada. No había término medio. Con el paso del tiempo y
el desgaste natural de la fatuidad, fui matizando esta visión, pero la actitud sigue
siendo la misma.
@Andrea:
@César:
Sobre Artforum… se me ocurrió reunir las observaciones sobre mi relación con esa
revista, que había venido anotando a lo largo de los años. Se refieren sólo a la
revista como objeto material y objeto de deseo, para nada a su contenido. En otros
sitios he escrito sobre el arte contemporáneo, pero he decidido no hacerlo más. Es
un tema demasiado remanido, demasiado fácil, cualquier cosa que se diga puede
tener sentido y al final no tiene ninguno. Además, no querría ser uno de esos
escritores que se meten por la ventana al mundo de las artes plásticas, atraídos por
la mucha plata que circula ahí, y los viajes, las bienales, los cocktails. Este libro es a
la vez mi negativa y mi despedida.
@Andrea:
@Andrea:
@César:
1.El boom latinoamericano se vivió muy de cerca en el Flash Flash, local frecuentado por la
Gauche Divine, donde se sirven hamburguesas y una variedad de tortillas.
2.Guiño irónico a un famoso texto de Borges, El escritor argentino y la tradición, en el que
pone de ejemplo a Mahoma porque en el Alcorán no necesitó mencionar a los camellos para
hacernos ver que era árabe. Análogamente, Borges defiende que lo auténtico en la literatura
argentina no tiene nada que ver con el “color local”.
ANDREA VALDÉS
Andrea Valdés (Barcelona, 1979) es autora de una obra de teatro (Astronaut,
Theatre O). Colabora con frecuencia en exposiciones y proyectos de artista y ha
publicado en La Vanguardia, Cinemanía y Les Inrockuptibles.
César Aira (Coronel Pringles, 1949) es autor de diversas novelas entra las que
podrían citarse Cómo me hice monja, Un episodio en la vida del pintor viajero,
Parménides o Entre los indios. Además de custodiar el legado literario de su amigo
Osvaldo Lamborghini, ha escrito ensayos muy notables sobre Copi, Alejandra
Pizarnik y Edward Lear.