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Por razones que no vienen al caso, hoy a la siesta tuve que hacer un par de horas

de tiempo en algún lugar de Puerto Madryn, y a esa hora que no es ni chicha ni


limonada.
Ningún café a la vista.
Bueno, si no es chicha ni limonada y no hay café a la vista, que sea cerveza, me dije,
y busqué y encontré un kiosco de esos que por todo anuncio ponen un par de
tristes sillas de lona en la vereda y un perro atravesado en la puerta. Pedí una
Imperial, pedí permiso para sentarme en una de las sillas de lona, pedí disculpas al
perro por pisarle la cola y me senté a hacer lo que mejor sé hacer: nada. Hacer
nada y tomar cerveza y mirar pasar la vida y la gente: para eso nací.
Y pasa la vida y pasa la gente: una viejita con andador, un mecánico engrasado
hasta el tuétano, un adolescente, dos adolescentes, tres adolescentes, una madre
llevando a una nena en cochecito, la nena lleva unos anteojos de sol enormes que
parecen antiparras de aviador, y la boquita fruncida en un gesto que no sé si es
miedo o placer: debe ser su primer viaje en avión. A pesar de las antiparras me doy
cuenta de que me viene mirando fijamente. Le saco la lengua. Me saca la lengua. La
manera correcta de saludarse al cruzarse en cualquier viaje aéreo. Bien ahí, pibita.
Durante algunos minutos la esquina permanece desierta. Después pasan unos
estudiantes, tres tipos de saco y corbata, un vendedor de plumeros, un hombre, un
niño, un hombre y después una mujer de una belleza salvaje.
No alcanzo a reponerme de la impresión que ya se me acerca un hombre cerca de
los treinta y pregunta con voz muy bajita y muy jujeña: señor, me puede decir
dónde está el centro. Me veo a mí mismo, casi cuarenta años atrás, preguntando lo
mismo en una esquina no muy lejos de allí.
El centro de qué, estoy a punto de preguntar a mi vez.
El centro está en todas partes, estoy a punto de decirle.
No hay ningún centro, casi le grito: sólo esta puta circunferencia hecha de un solo
punto, este círculo que no da puntada sin nudo, el centro sos vos, soy yo, es esa
mujer que deja huella por donde pasa, es la viejita de piernas artríticas, es la mamá
de la nena pensando si le alcanza para los pañales y la nena que sabe volar a diez
centímetros de la vereda y esos adolescentes que no saben la que les espera y ese
perro, sobre todo ese perro que se caga en todos los centros, en vos y en mí y sobre
todo en la vereda, los perros cagan mucho en las veredas, no importa en qué
vereda, decime, a ver, para qué carajo estás buscando el centro, mejor sentate acá
con el perro y conmigo. Yo invito.
Pero no dije nada de todo eso. En cambio, me levanté educadamente y señalé: una
cuadra para allá, tres a la izquierda, doblás a la derecha y después le das y le das,
seis cuadras, más menos. Ahí vas a encontrar el centro.
Como baqueano que soy, se lo dije.
Muy seguro se lo dije.
Como si supiera.

Bruno di Benedetto, de su muro de FB, 25 oct 17

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