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¿QUÉ ESTAMOS GLOBALIZANDO?

REINEL MAYA OJEDA

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¿QUÉ ESTAMOS GLOBALIZANDO?


Reinel Maya Ojeda

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¿Cuál es la relación entre globalización y educación? Ante esta simple interrogante hay
quienes manifiestan que se ha dado una Cultura Educacional Mundial Común, y aquellos
más atrevidos refieren la existencia de una Agenda Globalmente Estructurada para la
Educación. En la primera, proveniente del ambiente universitario de Stanford
(California)1, la connotación descansa en la existencia de sociedades constituidas sobre
políticas internacionales autónomas mientras que la más pretenciosa quiere
convencernos de la existencia de fuerzas económicas obrando silenciosamente para
romper fronteras internacionales y reconstruir relaciones entre las diferentes naciones.
Ambas interpretaciones tienen connotaciones muy marcadas por lo que difieren a la hora
de explicar el fenómeno de la relación entre globalización y educación, pero ambas
describen una realidad que evidencia la injerencia externa en las políticas y decisiones
internas de las naciones.

1
Cfr., DALE Roger, “GLOBALIZAÇÃO E EDUCAÇÃO: Demonstrando a existência de uma «cultura educacional
mundial comum» ou localizando uma «agenda globalmente estruturada para a educação»?”, en: A
Educacão, Sociedade & Cultura, No 16, O Porto 2001, 133-169.

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INTRODUCCIÓN
“Lo evidente no necesita ser demostrado”

Durante los últimos años han surgido numerosas incertidumbres y estudios sobre
el fenómeno de la globalización y sus consecuencias; la educación como tantas otras
esferas sociales es susceptible de sus efectos e influencias y ha visto en tan poco tiempo
alzarse sobre el estrado a innumerables profetas y falsos mesías que han pretendido
construir un nuevo lenguaje mundial que responde más a intereses económicos que a
la mera necesidad de un entendimiento común, y aún menos, específico. La escuela
empresa se impone sobre toda noble aspiración, y más que una globalización de las
verdades y valores morales lo que parece mundializarse es la urgente necesidad de
producir un hombre en serie capaz de generar bienes que satisfagan las necesidades
que nos han creado gracias a la inmensa red de comunicación que hoy se impone y que
nos va esculpiendo con los cincelazos amellados del capital y el poder financiero aunque
esto violente, reprima o incluso suprima la identidad personal y cultural que nos ha sido
heredada.

La globalización, en la medida en que afecta a las políticas y prácticas educativas


de una nación, implica también la apreciación de la naturaleza y de la fuerza que viene
de un empeño extraterritorial, eso es inevitable, y tangible, al menos en sociedades
construidas sobre el cimiento de los derechos y la democracia; pero viciado es ya en
muchas naciones el reducir la relación entre la globalización y la educación a unas
meras reformas copiadas o muy similares entre algunos países.

DESARROLLO
“Dame un patrocinio y moveré al mundo”

Hay una teoría desarrollada hace ya algunos años, cuyo principal representante
es John Meyer, que aborda el efecto de la globalización sobre la educación en el
supuesto de una Cultura Educacional Mundial Común (CEMC). En esencia, él, sus

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colegas y alumnos de la Universidad de Stanford defienden que el desarrollo de los


sistemas educativos nacionales y las categorías curriculares se explican a través de
modelos universales de educación más que de factores nacionales y culturales
distintivos, como ya hemos mencionado. Tras constatar que existe un elevado nivel de
isomorfismo –como así le llaman- o similitud de categorías curriculares de los estados-
nación con diferentes niveles de desarrollo y con tradiciones educativas muy diversas,
estos autores hacen una revisión (muy por arribita) y descubren al currículo como una
especie de saber patrocinado que reproduce internacionalmente algo que
indiscutiblemente debería presentarse con una considerable diversidad y no sucede. La
CEMC no es otra cosa que un argumento funcionalista que no ve a la educación
respondiendo a las necesidades nacionales de industrialización y urbanización, y por
consiguiente al desarrollo nacional, sino a un interés extraterritorial que reproduce
(por el grado de similitud evidente) los currículos de los demás países. Así,
prescindiendo del necesario conocimiento sobre el impacto social que tienen las
variaciones curriculares sale a flote la marcada presencia de una presión mundial sobre
el modelo general de educación como vehículo de un cierto progreso patrocinado que,
aunque superficial, descubre a la larga un interés extranjero que se aleja del bien
general.

Visto lo anterior cabe preguntarnos: ¿Qué estamos globalizando? O si lo ponemos


en términos de cifras, ¿Cuánto nos cuesta “la gracia” y que beneficios nos reporta? La
globalización, como otros fenómenos sociales que han tenido lugar en las diferentes
etapas del desarrollo de la humanidad, se ha planteado como objetivo, mejorar el
bienestar de la sociedad a nivel global, y aunque al principio se basó en procesos
económicos y comerciales, posteriormente se buscó universalizar el comercio mediante el
uso de las tecnologías para contribuir en la unión mundial, rebasando fronteras,
universalizando culturas y fomentando la unidad entre todos los seres humanos.2 Aunque
este bello planteamiento no ha pasado de ser una quimera de infantes e ingenuas

2
PACHECO Giselle, Globalización y Educación, Red Tercer Milenio, Tlalnepantla 2012, 26.

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pretensiones académicas. Porque en realidad, ¿cuáles han sido los resultados?: “la
globalización está en manos de empresas transnacionales capitalistas que la usan para
invadir el mercado con sus productos, y de esta forma, lograr la supremacía económica
y financiera para tener ventajas sobre la mayoría de los pueblos, olvidando el principio
humano de igualdad entre todos los hombres, sin importar raza ni cultura. En este caso,
aplican el principio egoísta y mercantilista de obtener capital y riqueza a costa de los
valores y principios humanos más elevados.3

La calidad de los centros educativos y las empresas guardan una íntima relación
de maridaje. Los centros de estudio requieren recursos para su desarrollo, y las
empresas quieren que su personal esté bien capacitado y –sobre todo- sea competente,
lo cual es responsabilidad de los centros de estudio y formación profesional. Es una
complicidad de dependencia mutua en la que la necesidad que tienen los centros de
estudio de obtener recursos para su desarrollo, hace del factor económico un pilar
importante para el desarrollo, la convierte en una mercancía más en el mercado,
transformando su misión y convirtiéndola en un servicio más que la sociedad puede
consumir, lo que los doblega a las exigencias y demandas de las empresas
patrocinadoras.4

CONCLUSIONES
“En la pregunta está la respuesta”

Aquí es donde me importa sobremanera presentar un aporte personal sobre esta


problemática, no como respuesta plenamente objetiva e indiscutible, pero sí original
desde un análisis filosófico que bien pudiera ser luz ante los confusos y numerosos
claroscuros.

3
Cfr., PACHECO, op. cit., 26.
4
Cfr., Idem, 60-61.

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La intencionalidad del hecho nos descubre lo pernicioso que puede ser, ya que la
globalización no es un fenómeno que se busque y se consiga con ahínco desmedido ni
depende de las fuerzas humanas, ni siquiera económicas, que se le pongan. La
globalización es un proceso espontáneo que puede llevar a proporciones mundiales
tanto lo bueno como lo menos deseable, es algo que fluye independientemente de
nuestro interés o querencia. No globalizamos nada, todo se globaliza; no es
consecuencia de un ejercicio activo sino que es ella el agente mismo. Querer globalizar
algo tiene más que ver con el ejercicio capitalista que con su natural origen y desarrollo.
Por tanto, cuando el ser humano o las instituciones se despojan de su carácter paciente
ante este fenómeno y usurpan su rol activo para crear las políticas y planes educativos
lo que en realidad están procurando es un jugoso rubro a beneficio personal.

BIBLIOGRAFÍA BÁSICA CONSULTADA


“De aquí, de allá y acullá”

 Giselle Pacheco Rial, Globalización y Educación, Red Tercer Milenio, Tlalnepantla 2012.
 A Educacão, Sociedade & Cultura, No 16, O Porto 2001.

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