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Yanis Varoufakis (Atenas, 1961) apenas necesita presentación para aquellos interesados en
Economía, en particular en las visiones críticas de la Gran Recesión y las respuestas a la misma.
Profesor de Teoría Económica en la Universidad de Atenas, y en la Universidad de Texas en
Austin, Varoufakis fue asesor del gobierno de George Papandreu de 2004 a 2006, para luego
pasar a ser uno de sus más acérrimos críticos. De hecho, buena parte de su fama en círculos de
la izquierda política (al menos en España) viene de la mano desu apoyo a la coalición de
izquierdas griega Syriza. Autor de varios libros sobre teoría de juegos, Varoufakis ha escrito
también el exitoso “El Minotauro Global“, en el cual traza la historia del comportamiento de la
economía global desde la década de los 70 hasta la Gran Recesión de 2008, estableciendo el
vínculo entre ambos momentos.
El Último Enemigo del Igualitarismo: una reseña crítica de “El Capital en el Siglo XXI de
Thomas Piketty”
Yanis Varoufakis (Universidad de Atenas, Grecia, y Universidad de Tejas en Austin, USA) [1]
1-Introducción
“Los ricos… comparten con los pobres el producto de todas sus mejoras. Se ven guiados por una
mano invisible a efectuar la misma distribución de las necesidades de la vida que se hubieran
cumplido si la tierra se hubiera dividido en iguales porciones entre todos sus habitantes, y de
este modo, sin pretenderlo, sin saberlo, hacen avanzar los intereses de la sociedad y permiten
los medios para la multiplicación de la especie”. Adam Smith, “La Teoría de los Sentimientos
Morales”, Parte IV Capítulo 4.
“Pues al que tiene se le dará, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene”. Evangelio
Según San Marcos.
El optimismo de Adam Smith y su reencarnación neoliberal vulgar, “el efecto de goteo” [trickle
down economics] están por suerte de capa caída hoy en día, perdiendo fuerza en favor de una
narrativa más “bíblica” (ver la cita de Marcos[2]). El crash de 2008, los rescates que siguieron y
el “estancamiento secular” que está manteniendo la fracción salarial en mínimos históricos (en
un tiempo de una inflación de los activos impulsada por la flexibilización cuantitativa y las
burbujas) han hecho rendir cuentas a la conmovedora creencia de que la mano invisible,
dejada a su albedrío, distribuye los frutos del esfuerzo humano con mayor equidad.
El triunfo comercial y discursivo del El Capital en el Siglo XXI de Thomas Piketty simboliza un
gran cambio en el humor público tanto en los EEUU como en Europa. Súbitamente se retrata al
capitalismo como un sistema que genera una desigualdad intolerable que desestabiliza la
democracia liberal y que, cuando llega a su límite, engendra el caos. Los economistas
disidentes, que llevan muchos años haciendo la guerra por su cuenta contra esta fantasía, es
lógico que se vean tentados a dar la bienvenida al fenómeno editorial del profesor Piketty.
Está claro que anima mucho la resurrección de la verdad fundamental de que el mejor
predictor del éxito socio-económico es el éxito de los padres de uno, en contraste con las
banalidades de los modelos del capital humano. Igualmente ocurre con el aire de desilusión de
la tolerancia de la economía convencional con la desigualdad creciente que se hace evidente
leyendo el libro del profesor. Y sin embargo, a pesar del efecto sedante de la narrativa de
Piketty sobre la desigualdad, este artículo tratará de defender que la obra supone un mal
servicio a la causa del igualitarismo más pragmático.
Detrás de este veredicto tan polémico y duro en apariencia, se halla el juicio de que en dicha
obra:
-Su principal tesis teórica precisa de varios axiomas indefendibles que animan y movilizan las
tres “leyes” económicas, siendo la primera una tautología, estando basada la segunda en un
supuesto heroico, y no siendo la tercera sino una nonada.
-El método económico emplea los trucos lógicamente incoherentes que han permitido a la
teoría económica convencional camuflar su enorme fracaso teórico como modelos relevantes
y científicos.
-El enorme acopio de datos confunde al lector más que lo ilustra, y esto es resultado directo de
la deficiente teoría detrás de la interpretación de los mismos.
-La filosofía política implícita en la obra, invita a una réplica futura por parte del campo liberal
que será devastadora para los que se dejen seducir por los argumentos, la filosofía y el método
del autor francés.
El profesor Piketty, no siente necesidad alguna de desprogramar a sus lectores. Pues el mismo
define el capital como la suma del valor neto de todos los activos (excluyendo las destrezas
humanas y la fuerza de trabajo) que pueden ser comprados y vendidos por cortesía de
derechos de propiedad bien definidos sobre los mismos, y medidos en términos de su valor
neto de mercado (menos, claro está, las deudas) A partir de este prisma particular, el capital
agregado (de una persona, nación o empresa) es la suma de los precios de mercado no sólo de
las líneas de montaje robóticas y los tractores, sino también activos como acciones y otros
títulos, colecciones de sellos, cuadros de Van Gogh, los derechos de garantía que pesan sobre
las viviendas de la gente (su precio menos cualquier préstamo impresionante sobre ella) [4].
Desprogramar a nuestros estudiantes para que puedan diferenciar entre capital y riqueza, en
la forma en que el profesor Piketty desdeña a hacer con sus lectores, es una dura y
desalentadora tarea que preferiríamos no tener que hacer. Pero lo hacemos con buen motivo,
pues sin esa desprogramación es imposible presentar a la audiencia cualquier cosa que se
parezca a una teoría coherente de la producción y de los precios.
Coleccionar sellos es una recreación romántica y ciertamente muy digna. También puede ser
rentable. Lo mismo pasa con las colecciones artísticas. O con un garaje lleno de Ferraris. Sin
embargo ninguno de estos activos puede ser empleado como insumo en algún proceso de
producción. Incluso si se imprime un libro que ilustre fotográficamente estas colecciones,
necesitamos maquinaria, papel, tinta, etc para producirlo.
Los bienes de capital (en el sentido de “medios de producción producidos) deben ser
mezclados con trabajo humano para hacer el álbum. De otro modo, por muy espléndida que
pueda ser la colección, no producirá nada más allá de si misma.
En breve, la producción y el crecimiento dependen del capital material o físico. Y en tanto que
el capital es una forma de riqueza, gran parte de la riqueza no tiene forma de capital, o lo que
es lo mismo no es insumo en cualquier proceso productivo que genera mercancías hasta
entonces no existentes. Por lo tanto el crecimiento económico no puede basarse en la riqueza.
Precisa de una índole especial de riqueza: bienes de capital. Así que si confundimos capital con
riqueza, nuestra teoría de la producción sufrirá en la medida en que hemos voluntariamente
descrito mal un insumo clave, confundiendo todo incremento de la riqueza como incrementos
en la contribución del capital en el proceso productivo.
En 2010, muchos griegos acaudalados que huyeron de la crisis en la que acababan de sumir a
su país, se llevaron sus ahorros a Londres y adquirieron casas principescas en Belgravia y
Holland Park, haciendo aumentar los precios de la vivienda en Londres en tal proceso. Sin
quererlo hicieron subir la medida de Piketty del capital agregado del Reino Unido. Pero si un
economista experto en econometría empleara esa medida en alguna función de producción
agregada de la economía británica, esperando un ligero aumento en el PIB, tal vez quedaría
muy defraudado y hallaría imposible estimar los parámetros de su modelo como es debido. Si
el profesor Piketty puede defender que su definición de capital es coherente lógicamente, no
puede ayudarnos a comprender el eslabón entre el capital y el PIB, o entre los aumentos en el
stock de capital, su “precio” y el crecimiento; un eslabón que es, como veremos
posteriormente (Sección 3) crucial para la propia narrativa de Piketty.
Una vez que se inserta en un análisis una definición problemática del capital agregado, se
extienden los problemas a la definición de los retornos sobre el capital. Cuando un bien de
capital tiene una forma física, sabemos más o menos su utilidad material puesto que es una
cuestión técnica averiguar, por ejemplo, cuanta electricidad produce un generador por hora
dada una cantidad de diesel. ¿Pero cual es el retorno de una colección de obras de arte que no
está subastando el dueño? ¿O de una casa ocupada por su dueño en la que insiste en vivir?
¿Ciertamente, qué fundamento racional tiene tratar (como debe hacer Piketty para ser
coherente con su confusión entre capital y riqueza) la renta de un coleccionista de sellos por
comerciar con estos como un retorno sobre el capital (y no como un ingreso del trabajo)
mientras los bonos sobredimensionados de los traders financieros se cuentan no como
retornos del capital sino como… ingresos salariales?
Por descontado, todo esto no lo ignora el profesor. Por tanto, ¿por qué ha elegido confundir
capital y riqueza? Una respuesta razonable es que su preocupación principal ha sido presentar
un estudio empírico que rastreaba la evolución de la riqueza de la civilización occidental y de la
distribución de la renta, para mostrar que la desigualdad se está extendiendo como un
incendio forestal desde los setenta, volviendo a niveles y tendencias propias del siglo XIX. Para
hacer esto no necesita referirse al capital agregado en absoluto (que por cierto es imposible de
cuantificar)
Sin embargo, el profesor es un hombre ambicioso y pretendía hacer más que eso: quería
demostrar, como si se tratara de un teorema matemático, la proposición de que esta
tendencia histórica de desigualdad creciente es una tendencia “natural” del capitalismo.
Para conseguir esa demostración, necesitaba hablar del capital como un insumo en el proceso
de producción; como el motor del crecimiento que determina la riqueza futura de una
sociedad (y por lo tanto las “leyes” de la evolución de la distribución de la riqueza). Pero ¡ay!
Para esto era menester una demostración de que su medición de la riqueza es intercambiable
con una medición del capital fiable; una demostración que es imposible y que, por
consiguiente, no aparece en las infinitas páginas del libro.
En suma, el capital del profesor es una medida de la riqueza. Una medida enormemente
importante puesto que, en cualquier sociedad, la riqueza relativa determina el poder relativo
entre los que tienen un montón y los que no tienen. Uno podría recordar que Adam Smith se
hizo un nombre con un libro maravilloso que trataba de explicar “la naturaleza y las causas de
la riqueza de las naciones”. Así que, ¿por qué el profesor Piketty no trató de emular al gran
Adam Smith, santo patrón de la economía convencional, puesto que él, en esencia, ha escrito
un enorme volumen sobre la… riqueza de las naciones? ¿Por qué escogió el título de otro
clásico, Das Kapital, que no refleja en lo más mínimo los contenidos de su propia obra ni su
enfoque ni su método?
Una explicación es que Smith no ofreció un eslabón teórico entre el capital y la creación de
riqueza que pueda tener mucho predicamento en los debates del siglo XXI. [5]
Una segunda explicación es que Smith, como la cita al comienzo de este artículo revela, tenía
precisamente la perspectiva opuesta a la del profesor Piketty sobre el futuro de la desigualdad
de riqueza. Por contraste, la épica narrativa de Marx sobre la notable capacidad del
capitalismo para crear, simultáneamente, riqueza sin cuento y miseria sin procedente suena
más parecido al mensaje de Piketty; es decir, que el capitalismo, sin trabas, tiene una
tendencia “natural” para crear una enorme y desestabilizadora igualdad. Es por tanto
enteramente posible que el “Capital en el Siglo XXI” tuviera la ambición de avisar a una
sociedad complaciente (incluyendo a su super-burguesía) y de un modo tan apocalíptico como
Das Kapital había hecho en el siglo XIX, sobre las tendencias autodestructivas del capitalismo,
mientras, que, al mismo tiempo, se rechaza el método analítico de Marx y por supuesto su
programa político.
Con el fin de evitar seguir al profesor Piketty en su confusión de riqueza (W) y capital (K) y la
tasa de retorno de la inversión en bienes de capital (r) con la tasa en la que la riqueza valorada
en dólares engendra más riqueza valorada en dólares, la sección presente se expondrá con una
notación diferente que es coherente con los supuestos de Piketty (al contrario que su propia
notación designada para confundir W y K) Así que, done el menciona capital (K)
confundiéndolo con riqueza medida en su valor mercantil, me referiré explícitamente a esta
última como (W); y donde habla de “retornos del capital” que denota como r, empleare la letra
griega ρ que definiré como la ratio de ingresos que se acumula como riqueza (R) sobre la
riqueza agregada valorada en términos monetarios (W)
Tres son las “leyes” del capitalismo que se postulan, y que constituyen la espina dorsal teórica
del Capital en el Siglo XXI.
La segunda “ley” trata de explicar la misma preponderancia de la riqueza del mundo real (ω)
uniéndola con los ahorros netos y el crecimiento. Por último, la tercera “ley” describe el modo
en el que las distribuciones desiguales de riqueza engendran distribuciones de riqueza aún más
desiguales a través del mecanismo de la herencia.
En más detalle:
Ley 1:
ω = x/ρ, donde
ω = W/Y es la porción de riqueza (W) del ingreso agregado Y (por ejemplo el PIB)
x = R/Y es la ratio de ingresos que se acumula como riqueza (R) sobre el ingreso agregado Y; y
ρ = R/W es la renta acumulándose como riqueza (R) por unidad (o dólar) de riqueza (W)
Ley 2:
σ = s/ω
g = es la tasa proporcional de cambio, a través del tiempo, del ingreso agregado Y; esto
es
Ley 3:
ψ = i/Y es la ratio de transferencias agregadas por herencia (i) sobre el ingreso agregado Y.
d= la tasa de mortalidad.
En la introducción me referí a la primera “ley” como una tautología, que la segunda estaba
basada en un supuesto discutible y a la tercera como trivial [7]. Que la primera ley es una
identidad, desprovista de contenido teórico, es evidente por sí mismo, como lo es que la ley 3
es una simple codificación de la inevitable compensación de las disparidades de riqueza
cuando los ricos legan su riqueza a sus descendientes [8]. En este sentido la Ley 2 es el
“caballo” teórico que da energía al análisis de Piketty, animando su dinámica de la riqueza con
el auxilio indispensable de un teorema (que trataré en la sección siguiente) que concierne a la
relación entre las variables W y ρ en la “Ley” 1.
Los ahorros netos agregados de una economía (S) alimentan directamente incrementos en la
riqueza agregada (W) (esto es, ). Por lo tanto sí y sólo si= = σ-g; por ejemplo la
tasa de crecimiento entre la porción de la riqueza en el ingreso total será equivalente a la
diferencia entre:
Para que nos entendamos, sólo cuando los ahorros netos equivalgan a la nueva riqueza un
exceso de ahorro por unidad de riqueza (σ) por encima de la tasa de crecimiento (g) causa que
la preponderancia de la riqueza en el ingreso total de la sociedad (ω) aumente a través del
tiempo. [9]
Basta lo anterior para expresar, en forma breve, el principal argumento analítico que es el
fundamento del libro de Piketty:
“Vivimos en una época de crecimiento bajo (g) Por cortesía de la “ley” 2, los ahorros netos
hacen subir la ratio de riqueza en relación con el PIB (ω) porque los ahorros como porcentaje
de la riqueza total (σ) aumentan a mayor velocidad que la tasa de crecimiento de la economía.
La “Ley” 1 ahora aparece con fuerza. Como la ratio de riqueza y PIB (ω) aumenta, los que ya
son ricos acceden a una tasa más elevada de retorno en proporción a la riqueza existente (o
sea, ρ aumenta) Eso significa que los retornos sobre la riqueza también aumentan frente al
ingreso nacional (x aumenta por simpatía) Finalmente la “Ley” 3 asegura, el multiplicador de la
riqueza y la desigualdad descrito más arriba se convierte en un acelerador de riqueza y
desigualdad puesto que la herencia permite la creación de concentraciones dinásticas de
riqueza que añaden combustible al infierno de la desigualdad. Por tanto, dadas las tendencias
establecidas durante las últimas tres décadas, con las tasas de ahorro al 10% y con un
crecimiento que no supera el 1,5%, el presente estado estacionario del capitalismo nos está
llevando a una situación donde la riqueza excederá 6 veces el PIB y la proporción del PIB que
irá a los que viven de la riqueza (y no de los salarios) será al menos de un tercio [10]. Esto es
una tendencia insostenible que opera como una bomba de efectos retardados sobre los
fundamentos de las democracias liberales.
Sin la menor duda, aquellos de nosotros que ya estábamos convencidos de que el capitalismo
va por un camino insostenible aceptaremos este veredicto como razonable. Pero ¡ay! Bajar la
guardia analítica sólo porque a uno le gusta la conclusión del análisis que hemos expuesto está
lleno de peligros (por ejemplo un contraataque potente por los partidarios de una desigualdad
todavía mayor) por no hablar de que no es digno de una mente inquisitiva.
Si se contempla una vez más la estructura lógica del argumento de Piketty, su fragilidad se
hace rápidamente patente.
Dos son las condiciones que deben concurrir para que el guión anterior se sostenga. Una se
aplica a la “Ley” 2 y precisa del supuesto de que, como se dijo más arriba, los ahorros netos
deban transformarse ellos mismos, sin ningunas “filtraciones” en nueva riqueza. La segunda es
que, en el contexto de la “Ley” 1, los aumentos de ω deben hacer aumentar, o al menos ser
coherentes con, aumentos en ρ y en x.
Axioma 1: (i) Todos los ahorros netos se convierten en nueva riqueza. (ii) No puede haber
nueva riqueza a no ser que haya ahorros netos positivos a partir de los cuales esta pueda
materializarse [11].
Si bien este axioma parece razonable, la cuestión es si es coherente con la definición particular
de la riqueza que se ha ofrecido. En tiempos caracterizados por una sobreabundancia de
ahorro (por ejemplo los miles de millones de dólares ociosos y euros “aparcados” al presente
con los Bancos Centrales o en cuentas corrientes de cero interés) y de precios inmobiliarios
que fluctúan de forma salvaje, parece un poco “risqué” presumir que no existen ni filtraciones
en el proceso de transformar el ahorro neto en riqueza “fresca” ni casos en los que la riqueza
se crea en ausencia de nuevos ahorros netos.
Por ejemplo, consideremos la periferia europea de hoy, con el colapso en los precios de las
viviendas y caídas catastróficas de la riqueza agregada en un tiempo en que los ahorros netos
está aumentando (a medida que el sector privado se desapalanca) Esta observación ya debería
arrojar por si misma grandes dudas sobre la noción de que los ahorros netos se convierten
automáticamente en mayor riqueza, como debería arrojar dudas a si mismo los prolongados
periodos anteriores a 2008 cuando la inflación de los precios de los activos consiguió inflar la
riqueza sustancialmente incluso si los ahorros netos eran cero o incluso negativos (como en
Irlanda o el Reino Unido de 2001 a 2008) En otras palabras no es cierto que toda nueva riqueza
surja de ahorros netos o que sin ahorros netos no pueda haber nueva riqueza.
Se podría responder que la riqueza no se puede crear de la nada. Dile esto, si te atreves, al
ejército de ingenieros de las finanzas cuyo trabajo cotidiano es sumar riqueza de papel
manipulando manojos de deuda existentes. Por supuesto, uno puede decir con todo el
derecho que esto no es riqueza “real”. Pero sea como fuere, este es un argumento que no
puede usar el profesor Piketty desde el momento en que eligió definir la riqueza como la suma
el valor neto de mercado de todos los activos, excluyendo el trabajo humano, la fuerza de
trabajo y los artículos de consumo duraderos. Los derivados tóxicos, son, por tanto, parte del
stock de riqueza, y por esa razón, su axioma 1, que está detrás de la Ley 2, choca con nuestra
experiencia del capitalismo financiero realmente existente.
Otra posible respuesta del profesor Piketty es que sus leyes sólo se predican del largo plazo.
Resistiendo el deseo comprensible de citar a Keynes sobre el destino de todos nosotros en el
largo plazo, es un hecho empírico que las “desviaciones” mencionadas anteriormente, que
contradicen su primer axioma, duraron casi tanto como el principal hallazgo empírico de su
libro, es decir, que ρ ha estado aumentando desde los setenta. Si estas cuatro décadas han
durado lo suficiente para establecer su principal regularidad empírica, son bastante tiempo
como para cualificarlas como una desviación de largo plazo, y por lo tanto, una refutación, de
su primer axioma.
Volvamos ahora a la segunda condición o pre-requisito de validez del principal argumento del
profesor: una relación positiva entre el valor de mercado del stock de riqueza, W, y su tasa
auto-reproductiva ρ (=R/W). Sin esta relación positiva, la Ley 1 no puede demostrar, como
pretende que lo haga el autor, que la desigualdad de renta también está aumentando.
Ciertamente, incluso si aumenta la ratio entre riqueza y PIB, también puede ser verdad que los
retornos el retorno por unidad de riqueza (ρ), caiga, (al menos en tanto caiga más rápido que
x, la ratio de retorno entre riqueza y PIB)
Como no quiere dar lugar a esa posibilidad, que haría que su guión le quedara poco fino, el
profesor Piketty quiere encontrar una sólida base teórica con el fin de defender que junto con
ω, x y ρ tienen una tendencia “natural” a subir también. Solamente para realizar esto necesita
un modelo de ρ. El problema con ρ, como se explicó en la sección anterior, e que el numerador
(R) confunde muchos flujos de ingresos dispares (por ejemplo, los beneficios de comerciar con
CDO´s basura, los beneficios de una fábrica, los ingresos de un coleccionista de sellos que se
dedica a su compraventa) y excluye otros flujos de ingresos que deberían ser relevantes (por
ejemplo los bonos salariales de los banqueros) Esta confusión hace difícil elaborar un modelo
que aporte una teoría coherente de las fluctuaciones de ρ.
Uno de los, seguramente menores, problemas que existen con esta confusión es que hace
prácticamente imposible comparar los resultados teóricos del profesor con los de otros
economistas que se centran, como deberían, en el capital (en contraposición a la riqueza) para
contarnos una historia sobre su tasa de retorno r (en contraposición a ρ). Por ejemplo, Karl
Marx es famoso por predecir, polémicamente, sobre la base de su supuesto de una
composición orgánica creciente del capital (o del uso de capital por unidad d producto), que la
tasa de retorno del capital, o la tasa de beneficio, declinaría (la infame hipótesis de la ley de la
tendencia al descenso de la tasa de ganancia). Desconcertantemente, es perfectamente
posible tener una economía en la que la r de Marx desciende en el largo plazo mientras que la
ρ de Piketty aumenta en el largo plazo.
Igual sucede con la hipótesis de Keynes de la eutanasia del rentista, que propone una relación
negativa entre K y r, y pronostica que una sociedad que mecaniza y automatiza la producción
se caracterizará por una r descendiente. Está hipótesis también puede reconciliarse con una ρ
creciente. Después de todo, ¿acaso no ha crecido ρ inexorablemente desde 2008 en tanto que
r (al menos disfrazada como súbita tasa de interés real de los Bancos centrales) ha llegado al
“límite cero inferior”?
Ninguna de estas incertezas parecen haber evitado que el profesor se dedique a contar una
historia determinada que concierne a la determinación de su ρ, como preludio a una
conclusión de su modelo de riqueza y de dinámica de ingresos de modo que refuerza su
argumento de que w, ρ y x (ver Ley 1) tienen una tendencia a subir todas a la vez. Mediante un
movimiento espectacular, y pasmosamente inadvertido, cuyo propósito es aportar la teoría
desaparecida de la determinación de ρ, pasa subrepticiamente de su ρ a la r de los
economistas (ya sean neoclásicos, marxistas o keynesianos). De repente (en la página 216) su
tasa de retorno de la riqueza monetaria se trata como si fuera la tasa de retorno del tipo de los
bienes de capital físicos que se encuentran en los manuales de economía neoclásicos
convencionales. ¿Por qué? Porque el profesor Piketty quiere tomar prestado de estos últimos
su teoría de la determinación de r, con el supuesto oculto de que r y ρ son idénticas o poseen
una elevada correlación.
Teorema: La tasa de retorno del capital, r, se determina por su productividad marginal y por lo
tanto , r = α
La prueba de ese teorema estándar neoclásico precisa de dos axiomas familiares, que, resulta
intrigante, nunca se mencionan demasiado en la obra.
Por descontado el profesor no necesita hacer explícito el Axioma cuatro puesto que ya lo ha
subsumido haciendo que K y r se refieran, respectivamente a W y ρ en su obra.
Con este juego de manos, y el resto de los axiomas en su lugar, puede defender ahora que:
ρ=r=α =α =α
Sustituyendo en la primera “ley” (ver la sección primera) halla que x=α . Todo lo que
ahora necesita para completar su narrativa es el Axioma 5 que se expone:
Ciertamente, si ε>1 entonces ρ,ω y x ascienden todos a la vez, como cree el profesor que es la
tendencia innata del capitalismo. ¿Y qué significa que ε>1? A ε=1, la función de producción es
de la clase de Cobb-Doublas. Esto no funcionará, en tanto que la “tecnología” resultaría en una
relación inversa entre K y r. Pero cuando ε>1, la tecnología de producción se mueve hacia un
tipo lineal donde el trabajo y el capital pueden ser mutuamente sustituidos a una tasa
constante y K y r aumentan o caen juntos. Además, aunque no se menciona por el profesor
Piketty, puede demostrarse que cuando más grande sea ε más crece la economía en un estado
estacionario (ver Klump y Preissler 2000).
Con el modelo subyacente ahora claramente a la vista, es posible valorar los supuestos uno
por uno.
El Axioma primero es imposible comprenderlo dada la definición de riqueza del profesor (W) y
sus retornos (R), mientras que el Axioma 4, como ya hemos visto (ver la sección previa) es
difícil mente defendible por cualquier escuela de pensamiento económico, incluso por la
economía académica neoclásica.
Por otro lado, el Axioma 5, es el menos problemático [12], si uno está preparado para adoptar
el axioma 2 que es, de hecho, un axioma que los programas de investigación neoclásicos deben
realizar incluso si se ha mostrado incoherente lógicamente.
¿Por qué es el segundo axioma lógicamente incoherente? Porque, como los llamados “Debates
sobre el capital” revelaron en los 60, el capital agregado (K) no puede medirse con
independencia de su tasa de retorno (r) en cuyo caso no se puede decir que r esté
determinada por la derivada de primer orden de Y w.r.t K. (ver Harcourt, 1972, y Cohen and
Harcourt, 2003).
La razón por la que los teóricos neoclásicos hacen caso omiso a esta “pequeña” dificultad
lógica y adoptan habitualmente el axioma 2, es que su única alternativa sería abandonar el
programa de investigación neoclásico (y cambiar a una teoría de producción como la de Luigi
Pasinetti [13], un programa que les da un tremendo poder discursivo en la academia [14].
Haría falta una disposición de ánimo heroica para hacer esto. Piketty está con ellos, pues se
apega a la función de producción neoclásica pero, de forma intrigante, escoge representar mal
el significado y el resultado de los debates sobre el capital en vez de hacer caso omiso a ellos
(como suele ser la praxis neoclásica) [15].
De los 5 axiomas del profesor, el axioma 3 es el más revelador puesto que muestra que su
teoría económica no es meramente neoclásica, sino una especie de anticuado y vulgar
neoclasicismo. Asumiendo empresas que fijan salarios y trabajadores, por un lado consigue
determinar ρ de modo que es coherente con una creciente ω y x, pero por otro lado paga el
gravoso precio de asumir:
-La perfecta incapacidad del trabajo para negociar colectivamente o para ejercer una influencia
más allá del mercado en el proceso de determinación del salario y del empleo.
Los economistas novatos de aluvión, que quieren “cerrar” algún modelo neoclásico trivial y
publicar en alguna revista de aluvión (para tener su puesto) pueden tener excusas por adoptar
el axioma 3. Pero el axioma 3 ha sido superado por miembros ilustrados del mainstream hace
mucho tiempo y en tal medida que el mainstream económico rechaza ahora el tercer axioma
por demasiado tosco. Por ejemplo Akerlof (1980, 1982) y Akerlof y Yellen (1986) demostraron
que es perfectamente posible que el desempleo involuntario persista en los modelos
neoclásicos.
Todo lo que hace falta es admitir que los salarios y el desempleo tienen influencia en la
productividad del trabajo, una afirmación terriblemente poco polémica y muy razonable.
Además como Varoufakis (2013, Capítulo 2) demuestra, incluso un grado limitado de poder de
negociación colectiva por los trabajadores (ya sea un sindicato o una asociación informal)
basta para arrojar a la curva de demanda de trabajo no sólo los niveles actuales de salarios y
empleo sino incluso los objetivos de salarios y empleos tanto de trabajadores como de
patronos. En breve, cualquier nivel de desempleo involuntario, especialmente cuando se
combina con cierto poder de negociación por parte del trabajo, socava de manera radical la
teoría de la distribución de renta de Piketty [17].
La cuestión ahora aparece con claridad: ¿por qué el autor de un importante tratado sobre la
desigualdad global adoptaría el Axioma 3? ¿Por qué haría caso omiso no sólo a las persuasivas
objeciones de los economistas disidentes sino también a cuarenta años de esfuerzo neoclásico
para introducir un mínimo de realismo en sus propios modelos?
¿Cómo no reconoce que, como un socialdemócrata veterano (que sin duda es) puede tener
ciertas dificultades explicando (incluso a si mismo) esto:
-Un rechazo implícito de la noción de que la inversión está influida por la demanda agregada.
-El supuesto de que los ahorros se adaptan a la inversión (en vez de lo contrario) y
-La adhesión a la economía de la oferta que ha causado tanto daño a los pobres de cuyos
males se preocupa ostensible y apasionadamente el autor de este libro.
No tengo la menor duda de que el profesor sabe todo esto demasiado bien, pero sin embargo,
ha optado por una forma particularmente vulgar de neoclasicismo que encaja muy mal con sus
propias credenciales socialdemócratas. La siguiente sección ofrece una explicación de esta
elección tan peculiar.
Los supuestos controvertibles tienen una razón se ser, sólo si no hay otro modo de (i) generar
cierta hipótesis deseada o (ii) “cerrar” el modelo de uno. En el caso de los controvertidos
axiomas del profesor, es claro que (ii) debe haber sido su principal motivación. Pues si
simplemente quería señalar que la desigualdad de riqueza tiende a reproducirse y a reforzarse
a si misma, no necesitaba ninguno de sus discutibles axiomas.
No hay que ser un lince para demostrar que cuando los ricos tienen una mayor propensión al
ahorro que la persona media, las posibilidades son a favor de que aumente su porción de
riqueza. En tanto que ahorren más que los pobres y reciban ingresos totales (salariales más
retornos sobre su riqueza) por encima de los ingresos del ciudadano promedio, los ricos
estarán en una escalera perpetua que les garantizará una porción que se incrementará
constantemente de la riqueza agregada. E incluso si disfrutan de menos de la mitad de los
ingresos agregados, aún será posible demostrar que su porción de riqueza seguirá
aumentando en tanto que su propensión marginal al ahorro es mucho mayor que la de los
ciudadanos de menos ingresos [18]. En breve, ninguno de los trucos en los modelos que dejan
al descubierto al profesor son necesarios para demostrar que la desigualdad tiende a
reforzarse a si misma.
¿Así que por qué? ¿Por qué basar un tratado tan sesudo, como es su libro, en fundamentos
económicos tan frágiles? Si se nos permite especular sobre la cuestión, me atrevería a apuntar
dos razones. Una es la conveniencia. El análisis del profesor le permite sacar unos números
muy resultones, por ejemplo, el resultado de que cuando la tasa de retorno en relación con la
riqueza está en su promedio histórico de alrededor del 5% hay una tendencia a que la riqueza
crezca más de seis veces el nivel del PIB y que los ingresos que aumentan la riqueza converjan
a un tercio del PIB (ver nota 9)
Y esa es la cosa que contribuye a los titulares que los periodistas y la opinión pública están
dispuestos a consumir. Pero para salir con estas cifras, y luego defender que están reflejadas
en los datos empíricos, el autor tenía que “cerrar” su modelo: tenía que agarrar una
determinación de las fauces de una radical indeterminación. Y si esto requiere supuestos
incorregibles que están en muy mala disposición para aguantar la fría luz del análisis crítico,
uno puede estar tentado de asumir que al publico general no le importará ni podrá conocerlo.
Números resultones, en combinación con una excelente mercadotecnia, lo normal es que
reduzcan a la nada objeciones como las que aparecen en esta revista en general y en el
presente artículo en particular.
Una segunda razón relacionada con ello, tiene que ver con la predilección de apartarse de
algunos debates fascinantes, pero que consumen mucho tiempo dentro de la economía
política. Para dar sabor a esto, considérese la única alternativa decente a los axiomas del
profesor. Sin los axiomas 2 y 3, por ejemplo tendría que haber elegido entre (o alguna
combinación de):
6- Explicando la “aberración”
Los hallazgos empíricos del profesor confirman el hecho ampliamente reconocido de que la
desigualdad de riqueza creció de manera exorbitante en el siglo XIX pero comenzó su reflujo
en la década de 1910, continuando su deslizamiento durante las dos guerras mundiales hasta
que el sistema de Bretton Woods se derrumbó. Desde entonces, ha vuelto a su tendencia
ascendente. Si se da por sentado su análisis, aceptando que la desigualdad en circunstancias
normales debe subir y subir, entonces el grueso de lo que Eric Hobswam denominó el “breve
siglo XX” (1914-1989) se manifiesta a si mismo como una “aberración”, una desviación de la
tendencia “natural” del capitalismo para elevar ω a una tasa mantenida por la operación de ρ.
Para explicar esta notable “aberración” [19] que duró al menos una sexta parte del siglo X el
profesor Piketty cuenta al lector los efectos de las dos guerras mundiales en la consagración al
igualitarismo de los políticos, la imposición de estrictos controles sobre el capital por los “New
Dealers” (que después se extendió por el mundo bajo Bretton Woods), el efecto positivo de los
sindicatos sobre la tasa salarial, políticas fiscales que civilizaron la sociedad mediante
impuestos progresivos, etc. Sin lugar a dudas estos factores forjaron una distribución más
equitativa de la renta y la riqueza.
Sin embargo uno podría esperar una explicación del profesor relativa al hecho de que estas
políticas e instituciones sobrevivieron de 1949 a 1970 pero no después.
¿Por qué, por ejemplo los “New Dealers” como Galbraith (2014) nos recuerda, pudieron ser
capaces de prevenir (tanto durante la guerra como especialmente después) la aparición de
multimillonarios? ¿Por qué las administraciones republicanas de EEUU o los gobiernos de los
Tory en el Reino Unido (bajo Harold Macmillan) tuvieron tan poco interés en hacer retroceder
el descenso de la desigualdad y adoptar las fantasías del “goteo” que prevalecieron después de
los setenta tanto bajo los demócratas como los republicanos, los Tory y los Laboristas y parte
de las administraciones socialdemócratas? ¿Fueron los shocks exógenos que empujaron al
capitalismo a una posición más igualitaria ocasionados por la visita de un espíritu ético
“exógeno” sobre los poderosos y grandes, tal vez provocado por la guerra? ¿O puede que la
respuesta esté, por el contrario, en alguna dinámica obrante más profunda que es endógena al
capitalismo como la tendencia de este último de enriquecer más a los que ya son ricos? ¿Y
puede argumentarse que la mencionada dinámica se evaporó en los setenta por razones que
no son en ningún sentido “naturales”?
El profesor Piketty, más que tratar de abordar estas cuestiones, parece ansioso de
trascenderlas implicando que los factores que ocasionaron la aberración del siglo XX tenían
una fecha de caducidad exógena. Una vez que esta llegó, la desigualdad volvió a su sendero de
equilibrio a largo plazo. Como mínimo es reconfortante notar que ese acorazado determinismo
histórico encaja perfectamente en su determinismo analítico (como se ha desarrollado antes),
incluso si no arroja luz sobre la historia económica del siglo XX o del temprano siglo XXI.
En otros lugares (ver Varoufakis 2011, segunda edición 2013) he tratado de aportar la
respuesta que no aporta Piketty. Aunque este no es el lugar para presentar mi argumentación
en toda su extensión, podría ser de ayuda para el lector ilustrar una posible explicación de por
qué el siglo XX no constituyó una aberración sino más bien una ilustración de que si bien no
hay nada “natural” o determinista sobre la distribución de renta y de riqueza que se dan en el
capitalismo, sin embargo son posibles explicaciones coherentes de la compensación entre
política y economía. En suma, Varoufakis (2011, 2º edición 2013) plantea la hipótesis de que,
habiendo llevado la economía de guerra con éxito, los “New Dealers” temían, y con buenas
razones, una recesión de posguerra. Estando a cargo de la única economía con excedentes que
quedaba después de la guerra que había demolido la mayor parte de Europa, comprendieron
que la única alternativa a una recesión global, que podría haber amenazado un capitalismo
occidental la debilitado, sería fortalecer la demanda agregada en los EEUU mediante (a)
unaumento de los salarios reales y (b) reciclar los excedentes agregados de EEUU hacia Europa
y Japón para crear la demanda que mantendría funcionando las fábricas norteamericanas.
Bretton Woods fue el marco global en el que se insertaba este proyecto. Sus tipos de cambio
fijos, controles de capitales y un consenso subyacente internacional sobre las políticas del
mercado laboral que mantendrían la porción salarial por encima de cierto nivel, eran aspectos
de la misma lucha para prevenir que el mundo de posguerra regresara a la depresión.
Naturalmente, la riqueza resultante y la dinámica de ingresos redujeron la desigualdad,
incrementaron la disponibilidad de trabajos decentes y produjeron la edad de oro del
capitalismo. ¿Fue esto una aberración? ¿Claro que no? El Plan Marshall, las instituciones de
Bretton Woods, la estricta regulación bancaria, etc, no hubieran sido políticamente factibles si
el capitalismo no hubiera amenazado con suicidarse a finales de los cuarenta, como hace de
vez en cuando (el último episodio en 2008)
¿Eran esas políticas y nuevas instituciones inevitables? ¡Por supuesto que no! Mientras las
intervenciones políticas que tenían el producto de reducir la desigualdad de ingresos fueron
completamente endógenas a la dinámica capitalista del periodo, las últimas son siempre
indeterminadas tanto en términos de las políticas que engendran como en sus resultados
económicos.
Ay, Bretton Woods y las instituciones de los “New Dealers” que habían sido instauradas en los
cuarenta no pudieron sobrevivir a finales de los sesenta. ¿Por qué? Porque se predicaban
sobre el reciclaje de los excedentes americanos a Europa y Asia (ver más arriba) Una vez que
los EEUU se situaron en una posición de déficit, en algún momento a partir de 1968, esto ya no
fue posible. América tendría bien que abandonar su posición económica, junto con el
“privilegio exorbitante” del dólar, o tendría que encontrar algún otro modo de quedar en el
centro del reciclado del excedente global. O, por citar una frase acuñada por Paul Volcker, “si
no podemos reciclar nuestros excedente, bien podemos reciclar los excedentes de otros
pueblos”.
Según la narrativa de mi libro, esto es la explicación de por qué los tempranos setenta y el fin
de Bretton Woods se mostraron tan importantes: los EEUU, mediante sus déficit gemelos,
comenzó a absorber del resto del mundo tanto exportaciones netas como capital excedentes,
cerrando así el círculo de reciclaje. Aportaba a los exportadores netos (Alemania, Japón y luego
China) la demanda agregada que necesitaban tan desesperadamente a cambio de un tsunami
de capital extranjero (generado en las economías mediante sus exportaciones netas a América,
y a otras economías energizadas por el déficit comercial de EEUU)
Sin embargo, para que este tsunami se materializara tuvieron que abandonarse los controles
de capital, las subidas salariales en los EEUU tuvieron que quedar por debajo de sus
competidores, las políticas de renta tenían que ser abandonadas, y la financiarización tenía
que tener pie firme. Desde esta perspectiva, el resurgimiento de la desigualdad en los setenta,
el interminable ascenso de las finanzas a expensas de la industria, y la disminución de la
negociación colectiva en todo el mundo, eran todo síntomas de una vuelta del revés en la
dirección y la naturaleza del reciclaje global del excedente. La manera en la que la resultante
desigualdad y la resultante financiarización se fundieron para desestabilizar el capitalismo,
hasta que chocó contra el muro en 2009, es un proceso sobre el que han arrojado luz varios
estudios en tiempos recientes (ver Galbraith, 2012).
Pero el intento algo simplista de Piketty de construir a cualquier coste un argumento simple y
determinista, no es uno de ellos.
El capital en el siglo XXI se ha ensalzado como una obra que hará retroceder la marea de la
desigualdad, un tratado que dará buen viento a las velas del igualitarismo. Mucho me temo
que hará justamente lo contrario. Por dos razones.
¡Palabras inspiradoras! Hasta, que, claro, uno examina la propuesta actual. Galbraith y
Varoufakis (2014), que se pusieron a ello muestran que las propuestas de Piketty para Europa
son:
-Una forma de unión política que como defiende Varoufakis, puede describirse mejor como
una jaula de hierro que extinguirá cualquier esperanza de que Europa pueda convertirse en
una Federación democrática.
Volviendo a la zona euro, de largos padecimientos, vamos a hacer una visita a una de las miles
de familias irlandesas, cuyos miembros siguen sin empleo, o terriblemente mal pagados y
subempleados, pero cuya casa ha ‘logrado’ escapar de las tribulaciones de un valor patrimonial
negativo . Según el profesor Piketty, estos desgraciados ahora deben pagar un nuevo impuesto
sobre el patrimonio sobre el valor de sus hogares, además de lo que les queda de hipoteca.
¡Independientemente de sus fuentes de ingresos!
Pasemos ahora a un industrial griego que lucha por sobrevivir contra los ataques conjuntos de
una demanda inexistente y de la severa contracción del crédito. Supongamos que su capital no
ha perdido aún todo su valor. Bueno, poco después de que se lleve a cabo la política del
profesor Piketty, con toda seguridad lo perderá, ya que ahora debe lidiar con un impuesto
sobre el patrimonio que se va a pagar a partir de un flujo de ingresos inexistente.
¿Cuánto tiempo va a pasar, querido lector, antes de que los liberales comprometidos, que
creen que la riqueza y la desigualdad de ingresos no sólo está bien, sino que es una
repercusión inevitable de la obra de la “libertad”, señalen sin piedad las repercusiones de las
propuestas políticas del profesor Piketty? ¿Por qué habrían de pensarlo dos veces antes de
machacar su análisis y exponer las consecuencias de esas políticas castigando a estas como
chapuceras y basadas en una teoría que simultáneamente (a) empeora una mala serie de
circunstancias socio-económicas y b) pone en peligro libertades y derechos fundamentales.
Por otra parte, ¿hay un mejor regalo para los euroescépticos cometidos, empeñados en
demostrar que la Unión Europea es un paso en el camino a la servidumbre, con las propuestas
del profesor Piketty para la zona euro?
Pasando al ámbito de la filosofía política, hace algunos años opiné que ciertos
bienintencionados defensores de la justicia distributiva y la igualdad eran quizás la mayor
amenaza contra el igualitarismo. Varoufakis (2002/3) argumentó que la filosofía política estuvo
dominada demasiado tiempo por el choque entre:
(A) Los que buscaban sin cesar el Santo Grial de algún grado óptimo de desigualdad (GDO),
(por ejemplo, Rawls, 1971), y
(B) los libertarianos que insisten en que no hay tal cosa como la GDO (por ejemplo, Nozick,
1974); o lo que es lo mismo, que lo importante es el el proceso de adquisición de la riqueza y
los ingresos.
Notas
[1] Mis agradecimientos a Joseph Halevi por guiar mis reflexiones y a James Galbraith por su
extenso comentario sobre mi temprano borrador. Los errores, naturalmente, son sólo mi
responsabilidad.
[2] Por supuesto cuando Marcos el evangelista pronosticaba que se daría más a los que tienen
y se quitaría a los que no tienen no se refería a la riqueza, sino al entendimiento, a la
prudencia, al decoro. Aún así la cita es tan pertinente en relación con las dinámicas de renta
que hubiera sido una pena no emplearla en este contexto.
[3] Hacer que los estudiantes vayan más allá de considerar el capital como “medios de
producción producidos” a la idea de Karl Marx de que el capital es, aparte de máquinas y
cosechadoras, una “relación social entre personas”, precisa de un grado de desprogramación
que la mayoría de los profesores no pueden hacer por falta de tiempo.
[4) El profesor Piketty decide no incluir bienes de consumo duraderos en su medida del
“capital”. Así que las lavadoras no cuentan, ni los coches, a menos que sean antigüedades y
puedan ser subastados por algún coleccionista.
[5] Ciertamente, el propio Adam Smith comprendía perfectamente lo difícil que era combina
una teoría del crecimiento con una teoría de distribución de la renta. Ciertamente Varoufakis,
Halevi y Theocarakis (2011) demuestran que esta combinación (es decir una gran teoría que
conjuga y explica el crecimiento y la distribución) no es que sea difícil de construir, es que es
imposible.
[8] En tanto que la riqueza promedio de las personas más mayores es más elevada que la
riqueza promedio (p.ej (i.e. d>1), aumentos en la preponderancia de la riqueza de una
economía (ω) incrementan la riqueza heredada por unidad del ingreso total (ψ) lo que, en un
círculo interminable, refuerza ω de este modo incrementando ψ que aumenta ω etc.
[10] Para ver como se derivan estas cifras, necesitamos analizar el estado estacionario de la
ecuación diferencial temporal en la Ley 2. Si asumimos que podemos reformular este
supuesto como . Dividiendo los dos términos
por obtenemos: o bien
[12] El Axioma 5 es el menos problemático en este análisis. Si tuviéramos que adoptar una
función de producción agregada CES podríamos muy bien optar por un valor de elasticidad
suficiente para dar cuenta del hecho de que, en el mundo real, es frecuentemente imposible
sustituir el trabajo con el capital sin afectar a la producción.
[14] Para un análisis de la sociología del conocimiento detrás de esta “elección” ver el capítulo
1 en Varoufakis (2013)
[15] En su única referencia a los Debates del Capital de Cambridge el autor le cuenta al lector
que la objeción al enfoque neoclásico de producción agregada tiene que ver con la aversión a
la posibilidad de reemplazar el capital con el trabajo (cuando la objeción atañe a la falacia
lógica de tener que determinar r antes de medir K de modo que se pueda determinar r)
También afirma, como si estuviera fuera de duda, que los neoclásicos ganaron la discusión
(cuando por supuesto, la verdad es lo contrario)
[16] Incluso un examen superficial del Tercer Axioma revela que, en tanto que los salarios se
igualan a la productividad marginal y los patronos son libres de elegir el nivel de empleo de su
curva de demanda de trabajo, nunca puede haber un solo trabajador dispuesto a trabajar por
el salario corriente que no encuentra trabajo.
[17] Galbraith (2000) muestra la importancia de las rentas laborales específicas de ciertas
industrias.
[18] Considérese que y iguala la tasa con la que la riqueza de los acaudalados crece en relación
Donde
N=Y +R es la renta total de la sociedad (tanto por trabajo como por posesión de riqueza)
Para que la distribución de riqueza cada vez favorezca más a los ya ricos o sea, para que y>1,
ξ>1 es una condición necesaria pero no suficiente. Si M>N entonces y>1 y de este modo la
distribución de la riqueza será cada vez más desigual, favoreciendo a los ricos, esto es, si los
ricos reciben más del 50% del ingreso total, y ahorran más que la media, serán dueños de una
cada vez mayor porción de la riqueza social. Pero incluso si los ricos reciben menos del 50% del
ingreso social (si M<N) la riqueza se concentrará en sus manos en tanto que
Por ejemplo, si los ricos disfrutan del 40% del ingreso total, pero ahorran más del 12,5% de sus
ingresos, cuando el ciudadano promedio ahorra solo el 5%, entonces el rico puede esperar ser
dueño de una mayor y mayor porción de la riqueza total.
[19] Otros autores han analizado los datos empíricos del profesor Piketty más diligentemente,
y con mayor detalle, que yo. Ver por ejemplo Galbraith (2014) Mi enfoque se centrará en las
explicaciones que el autor ofrece para la “aberración” observada.
[20] Esto no es afirmar que el professor renuncie a Viejas ideas, como impuestos sobre la renta
progresivos, de sucesiones, etc. Sin embargo como su libro se supone que trata de ser
impactante e innovador, revolucionario, el lector naturalmente se centra en las nuevas ideas y
recomendaciones políticas que ofrece.
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