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Historia del ensayo

El ensayo, es quizá, dentro del mundo de la escritura, el género más cercano a la


libertad. Su mismo nombre nos exonera un poco de la responsabilidad que en la mayoría
de los géneros sugiere la acción de escribir: es un ensayo, una prueba, un sondeo.
Cuando se escribe un ensayo sobre un tema XY, se están explorando las múltiples
posibilidades que XY ofrece desde la subjetividad del autor. Esta subjetividad es
precisamente la ruptura del ensayo tradicional con los textos filosóficos y científicos.
Pocos textos ofrecen esa libertad de simplemente expresar, lo que se piensa y siente
sobre un asunto determinado.

En 1580 un escritor y pensador francés llamado Michel de Montaigne (1533-1592) fue el


primero en denominar y publicar un conjunto de textos con el título de “Ensayos”; sin
embargo, esta forma de escritura la podríamos rastrear hasta la Antigua Roma, e
incluso, si somos amplios en la definición, hasta la Antigua Grecia. En estos periodos
encontramos algunos textos de Seneca (4 a.C.-65 d.C.), Plutarco (46-120) y Epicuro (341
a.C.-270 a.C.) que guardan gran semejanza con estos textos que en la actualidad,
gracias al nombre que les dio Montaigne, conocemos como ensayos.

A partir de este momento, el siglo XVI, el ensayo empieza a ocupar un lugar privilegiado
en la historia del pensamiento occidental. El ser un género que ofrece grandes
libertades en la expresión y en la forma de escritura ha llevado a que un gran número de
personalidades de los últimos cuatro siglos expresasen sus ideas a través del mismo. La
mayoría de los filósofos, escritores de todos los rincones del mundo, periodistas y
políticos, han recurrido al ensayo para proponer ideas, discutir conceptos, divagar sobre
asuntos diversos. Son, no obstante, los siglos XIX y XX, los que marcan la consagración
del ensayo en los diferentes ámbitos del mundo occidental.

Durante el siglo XIX, las publicaciones periódicas como diarios y revistas alcanzaron su
madurez con tirajes de gran envergadura alrededor de todo el mundo. Por su extensión
y formato, el ensayo se presentaba como un texto ideal para presentar ideas y opiniones
en este tipo de publicaciones. Al ser un medio que cada vez alcanzaba a más personas,
desde políticos hasta científicos, encontraron en él una forma breve y sencilla de
alcanzar o ampliar un margen de influencia en la sociedad. Ya en la primera mitad del
siglo XX, antes de la aparición de los medios audiovisuales de comunicación, este
proceso se hizo mucho más evidente. A partir del inicio de La Primera Guerra Mundial
(1914-1918) los constantes y contundentes cambios en las sociedades y culturas de los
cinco continentes, generó a su vez una serie de revoluciones intelectuales y artísticas
que encontraron en el ensayo la voz para dar a conocer sus ideas y reflexiones. Diarios,
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revistas políticas, publicaciones literarias y artísticas, contaban entre sus páginas, día a
día, semana a semana, mes a mes, con ensayos escritos por todo tipo de personajes y
personalidades, desde reyes, hasta artesanos y personas del común.

Grandes ensayistas

Dentro de esta gran cantidad de personajes es posible encontrar algunos que se han
destacado, ya sea por la calidad de su escritura, la fuerza de sus reflexiones o el lugar
de sus ideas en un momento determinado de la historia. Montaigne, Bacon, Ortega y
Gasset, Baudelaire, Wilde, Poe, Dostoievski, Borges, Benjamin son solo algunos de los
nombres de una interminable lista. A continuación exploramos brevemente la vida y la
obra ensayística de algunos de estos autores.

Michel de Montaigne (1533-1592): fue un pensador humanista francés. Proveniente de


una familia adinerada tuvo la oportunidad de ser educado en el latín y en el griego,
antes que en el francés, su supuesta lengua materna. Luego de estudiar leyes se dedicó
durante varios años al ejercicio de su profesión en los tribunales, hasta que a la edad de
38 años, decidió retirarse en su castillo a escribir. Montaigne se caracterizaba por ser
muy crítico con el mundo que lo rodeaba, y fue precisamente esta inconformidad con su
contexto, lo que lo llevó a plantear sus ideas sobre diferentes temas en su libro
“Ensayos”. De alguna manera la forma de escritura que el propone en este libro es fruto
de la influencia que tuvo en su educación la lectura de autores latinos como los ya
mencionados Séneca y Plutarco. Sabemos que es un texto con cierta dificultad pero
miremos un ejemplo del mismo Montaigne, un fragmento de su ensayo “De la tristeza”:

“Yo soy de los más exentos de esta pasión y no siento hacia ella ninguna inclinación ni
amor, aunque la sociedad haya convenido como justa remuneración honrarla con su
favor especial; en el mundo se disfrazan con ella la sabiduría, la virtud, la conciencia;
feo y estúpido ornamento. Los italianos, más cuerdos, la han llamado malignidad,
porque es una cualidad siempre perjudicial, siempre loca y como tal siempre cobarde y
baja: los estoicos prohibían la tristeza a sus discípulos.

Cuenta la historia que Psamenito, rey de Egipto habiendo sido derrotado y hecho
prisionero por Cambises, rey de Persia, y viendo junto a él a su hija, también prisionera
y convertida en sirviente a quien se enviaba a buscar agua, todos los amigos del rey
lloraban y se lamentaban en su derredor mientras él permanecía quedó sin decir
palabra, y con los ojos fijos en la tierra; viendo en aquel momento que conducían a su
hijo a la muerte, mantúvose en igual disposición, pero habiendo observado que uno de
sus amigos iba entre los cautivos, empezó a golpearse la cabeza a dejarse ganar por la
desolación.

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Tal suceso podría equipararse a lo acontecido no ha mucho a uno de nuestros príncipes
que, habiendo sabido en Trento, donde se encontraba, la nueva de la muerte de -5-
su hermano mayor, en quien se cifraba el apoyo y honor de la casa, y luego igual
desgracia de otro hermano menor, la segunda esperanza, y habiendo sufrido ambas
pérdidas con una resignación ejemplar, como algunos días después a uno de sus
servidores le acometiese la muerte, fue muy sensible a esta nueva, y perdiendo la calma
se llenó de ostensible pena de tal modo, que algunos tomaron de ello pie para suponer
que no le había llegado a lo vivo más que la última desgracia; pero la verdad del caso
fue, que estando lleno y saturado de tristeza, la más leve añadidura hizo que su
sentimiento se desbordase. Lo mismo podría decirse del hecho anteriormente citado, y
la historia lo comprueba: Cambises, informándose de por qué Psamenito no se había
conmovido ante la desgracia de su hijo ni la de su hija, sufrió dolor tal al ver la de uno
de sus amigos: «Es, respondió, que sólo el último dolor ha podido significarse en
lágrimas; los dos primeros sobrepasaron con mucho todo medio de expresión.»

(…) Efectivamente, el sentimiento que un dolor ocasiona, para rayar en lo extremo,


debe trastornar el alma toda e impedir la libertad de sus acciones: como nos acontece
cuando recibimos súbitamente una mala noticia, que nos sentimos sobrecogidos,
transidos y como tullidos, e imposibilitados de todo movimiento; de modo que el alma,
dando luego libre salida a las lágrimas y a los suspiros, parece desprenderse, deshacerse,
y ensancharse a su albedrío: Et via vix tandem voci laxata dolore est.”

Tomado de: http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/ensayos-de-montaigne--


0/html/fefb17e2-82b1-11df-acc7-002185ce6064_157.html#I_8_

Observa cómo Montaigne inicia su texto con un “Yo soy”, este recurso tan común para
nosotros, en aquella época era poco usado para proponer ideas, dado que la subjetividad
–involucrar emociones propias en un texto que no fuera literario- se tenía por poco seria.
Básicamente lo que hace el autor en este fragmento y el resto del ensayo, es
presentarnos lo que para él es la tristeza, y para hacer esa idea más válida utiliza una
serie de recursos retóricos (argumentativos) que con sutileza buscan convencernos de
que él tiene la razón.

Francis Bacon (1561-1626): Fue un pensador y político inglés reconocido en la


actualidad por ser uno de los padres de la corriente empirista de la filosofía, y por haber
dedicado una buena parte de su obra a una reestructuración del método científico. Sin
embargo, dentro de su obra también de destacan sus reflexiones humanistas. En su libro
“Ensayos” de 1597 encontramos este fragmento sobre la amistad:

“Una de los frutos principales de la amistad es el alivio y la descarga de inflamaciones


y saturaciones del corazón, las cuales son causadas e inducidas por toda clase de
pasiones. Sabemos que enfermedades por paros o sofocaciones son las más peligrosas en
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el cuerpo; esto no es muy distinto en la mente: puedes tomar sarza para abrir el hígado,
acero para abrir la tristeza, flores o sulfuro para los pulmones, castóreo para el cerebro;
pero ninguna receta abrirá el corazón excepto un verdadero amigo, al cual le puedes
impartir tus penas, alegrías, miedos, sospechas, consejos, y lo que sea que pueda
oprimir el corazón, en una suerte de consideración cívica o confesión.

El segundo fruto de la amistad es sano y soberano para el entendimiento así como el


primero lo es para los afectos. Porque la amistad hace de tormentas y tempestades un
lindo día en los afectos. Pero de la oscuridad y confusión de pensamientos hace la luz
del día. Nada de esto debe ser comprendido sólo por el fiel consejo que un hombre
recibe de un amigo. Más antes de llegar a eso, se sabe que a quienquiera que haya
tenido la mente repleta de pensamientos se le aclarará el juicio y el entendimiento al
comunicarse y platicar con alguien más: lanzará sus ideas más fácilmente, las conducirá
más ordenadamente, verá cómo se ven cuando se convierten en palabras. Finalmente,
se expresará mejor que sí mismo, y un poco más con el discurso de una hora y la
meditación de un día.”

Tomado de: http://faena.com/en/node/1451#!/

Si lees con atención encontrarás que esta visión de la amistad no tiene nada de
científico, ni busca presentar una sólida argumentación; es casi un texto poético en el
que el autor nos comparte lo importante que es para él la amistad. Bacon no usa la
primera persona (el yo creo, yo pienso) como Montaigne, pero queda claro que lo que
presenta es una reflexión muy íntima y personal.

Fiódor Dostoievski (1821-1881): fue un escritor ruso, reconocido por ser uno de los
más importantes referentes del realismo literario. Su obra ensayística como gran parte
de sus novelas fueron publicadas en diarios y revistas. En sus artículos y ensayos
Dostoievski reflexionaba sobre asuntos cotidianos de la vida de Rusia y Europa, sobre
literatura y política. A continuación encontramos un fragmento de un ensayo sobre la
lengua:

“La lengua es, sin discusión, la forma, el cuerpo y el envoltorio del pensamiento [...], y,
por decirlo de algún modo, la palabra última y definitiva de la evolución orgánica. De
donde se deduce que, cuanto más ricos sean los materiales y las formas que adquiero
para expresar mi pensamiento, más feliz seré en la vida, más precisas y comprensibles
serán mis razones tanto para mí mismo como para los demás, más facilidades tendré
para dominar y vencer; podré decirme más rápidamente a mí mismo lo que quiero decir,
lo expresaré con mayor profundidad y con mayor profundidad también comprenderé lo
que quería decir; mi espíritu será más fuerte y más sereno y, por supuesto, seré más
inteligente. [...] Ni qué decir tiene que cuanto más rico, flexible y variado sea nuestro

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conocimiento de la lengua en que hemos decidido pensar, más facilidad, variedad y
riqueza habrá en la expresión de nuestro pensamiento.”

Tomado de: Obras Completas, tomo III. Madrid: Aguilar. 1961 Traducción directa del
ruso, introducción, prólogos y notas de Rafael Cansinos Asséns

Walter Benjamin (1892-1940): fue un gran pensador alemán, que halló en el ensayo
una de sus formas predilectas de escritura. Considerado por muchos uno de los filósofos
más influyentes de la segunda mitad del siglo pasado, dedicó gran parte de su obra a
realizar relaciones entre asuntos de la vida cotidiana, para muchos intrascendentes, y
los asuntos fundamentales de la vida de los hombres modernos. Veamos el primer
párrafo de su ensayo “Experiencia y pobreza” escrito en 1933

“En nuestros libros de cuentos está la fábula del anciano que en su lecho de muerte
hace saber a sus hijos que en su viña hay un tesoro escondido. Sólo tienen que cavar.
Cavaron, pero ni rastro del tesoro. Sin embargo cuando llega el otoño, la viña aporta
como ninguna otra en toda la región. Entonces se dan cuenta de que el padre les legó
una experiencia: la bendición no está en el oro, sino en la laboriosidad. Mientras
crecíamos nos predicaban experiencias parejas en son de amenaza o para sosegarnos:
«Este jovencito quiere intervenir. Ya irás aprendiendo». Sabíamos muy bien lo que era
experiencia: los mayores se la habían pasado siempre a los más jóvenes. En términos
breves, con la autoridad de la edad, en proverbios; prolijamente, con locuacidad, en
historias; a veces como una narración de países extraños, junto a la chimenea, ante
hijos y nietos. ¿Pero dónde ha quedado todo eso? ¿Quién encuentra hoy gentes capaces
de narrar como es debido? ¿Acaso dicen hoy los moribundos palabras perdurables que se
transmiten como un anillo de generación a generación? ¿A quién le sirve hoy de ayuda un
proverbio? ¿Quién intentará habérselas con la juventud apoyándose en la experiencia?”

Tomado de: http://www.scribd.com/doc/9709138/Ensayos-Varios-Walter-Benjamin

Nos encontramos de nuevo con un texto que asume la primera persona, esta vez en
plural, “nuestros libros”, que inicia con una historia tradicional una reflexión que en los
párrafos subsecuentes explicará por qué, según el autor, nos encontramos en un mundo
en el que cada vez es más difícil narrar las experiencias. De nuevo la subjetividad es el
motor de las ideas expuestas en el texto.

No hay una única forma de escribir un ensayo, lo realmente importante es tener algo
para decir… y querer decirlo.

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