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Los pueblos afrocaribeños nacieron como resultado del choque dramático de culturas. Vinieron entonces
las expresiones musicales y danzarias criollas, mulatas, nacionales y regionales, en las que está aún
palpitante el embrujo poético de los tambores de África.
En algunas danzas de ascendencia africana hay una imitación de los bailes de la Europa cortesana. Así ha
ocurrido con las conocidas tumbas francesas de Cuba, Cayena y con algunas danzas anglocaribeñas. En
el caso primero ocurrió una imitación de los bailes de los amos franceses; así aparece el masón,
sustantivo que según Ortiz es una derivación de la palabra gala maison. Esa tendencia mimética era
frecuente en los esclavos, sobre todo en los que compartían el espacio físico y espiritual de los amos, de
quienes asimilaron hábitos y costumbres que les eran atractivos. Los bailes “franceses” presentan
elegancia nobiliaria y cortesana, su música es interpretada con grandes tambores de evidente oriundez
dahomeyana; el catá y el sentido rítmico también recuerdan el África negra. Las tumbas francesas
muestran una fase interesante del proceso de transculturación ocurrido en esta parte del planeta.
En 1988 participamos en el Festival Caribeño de Quintana Roo, México. Una de aquellas noches, en
medio de la penumbra, los tamboreros se arrimaban a sus abarrilados atabales y con entusiasmo
comentamos a un amigo mexicano: “ Ahí está nuestra gente”; pero muy pronto quedamos cohibidos, ¡ no
eran cubanos, eran puertorriqueños!
Eran los hermanos Ayala de Loiza Aldea, descendientes de una vieja familia llegada del África tropical,
que desde hacía siglos tocaban y bailaban la bomba. Saqué una conclusión hipotética, quizás elemental:
las danzas caribeñas y su música inspiradora muestran rasgos, caracteres simbólicos y determinados
componentes comunes de inspiración africana. No es ociosa entonces la aspiración de mostrar algunos
rasgos simbólicos comunes de las danzas de estos pueblos, constituidos a partir del mestizaje progresivo.
Sin la pretensión de arribar a conclusiones definitivas ni absolutas en tema tan intrincado, expondremos
una síntesis de rasgos danzarios de homogeneidad simbólica caribeña.
SEGUNDO: Hay una variedad sorprendente de danzas afrocaribeñas en las que la polirritmia de ciertos
tambores produce un contrapunteo o diálogo con el bailarín más hábil. Es una competencia de destreza y
habilidad entre un tambor y un figurante apreciado por su virtuosismo en el baile. Los ejecutantes
mueven con arte y agilidad su cuerpo, pero especialmente sus piernas y pies, donde se concentra la
mayor atención. Esas puestas en escena representan verdaderas confrontaciones competitivas entre el
bailarín y el tambor que hace función de quinto. Así ocurre en los bailes de las comparsas tajonas, cuando
el bailarín principal se enfrenta al tambor denominado repique. En la rumba ocurre algo semejante con el
tambor agudo llamado quinto. En las tumbas francesas de Santiago de Cuba y Guantánamo la
competencia se produce al ejecutarse el frente con el tambor conocido como premier o primero. En los
bailes abakuá o ñáñigos, tan comunes en los barrios populares de La Habana y Matanzas ( Cuba ) esto
ocurre con el tambor bonkó enchemiya, de origen carabalí. En la bomba de Puerto Rico la controversia
tambor-bailarín también es frecuente cuando alguien pide licencia para entrar en el ruedo y se dice
popularmente que “está subido” y pide la bomba. Entonces un tamborero adelanta su tambor repicador,
lo acuesta y se sienta sobre él a manera de jinete. En la danza popular cubana conocida como el baile de
la chancleta, propia del carnaval, se produce una interesante controversia rítmica entre todos los
bailarines y sus propios pies, pues deben moverse en perfecta sincronía y producir un ritmo unitario sobre
el suelo con sus cutaras o chancletas de madera.
TERCERO: La planta del pie del bailarín afrocaribeño, por lo general, se apoya en toda su extensión en
el piso. Las danzas más tradicionales se distinguen porque sus protagonistas desempeñan su papel con los
pies desnudos sobre suelos de tierra. Las celebraciones mágico religiosas de ascendencia afro se
caracterizan por la presencia de oficiantes descalzos, recurso ritual para establecer comunicación con los
antepasados o con determinadas deidades. Un palero famoso expresó: “ Tierra come cosas buenas”, con
lo que significaba su valor. La tierra es parte importante de las danzas religiosas africanas, a través de
ellas los caribeños encuentran un camino de aproximación a los misterios de lo desconocido que está en
convivencia permanente con el hombre, según el pensamiento mítico africano. El pensamiento
tradicional en el África tropical y del sur está íntimamente vinculado con la sociedad tribal, cuyas leyes
consuetudinarias están matizadas de religiosidad; por ello algunos investigadores consideran que las
culturas africanas tienen en esencia un carácter sagrado. Asimismo, para los africanos el valor de la tierra
era fundamentalmente sacro. La tierra en general en el África negra, adquiere una connotación sagrada
por cuanto es una suerte de registro, de receptáculo de todo aquello que ha sido creado por las
divinidades superiores y en ese sentido está impregnada de la voluntad de Nzambi, entidad superior
conga, o de Olofi, entidad suprema lucumí.
La tierra posee una relación mítica con los antepasados, con los difuntos, y ella garantiza y simboliza el
equilibrio, la integridad y la permanencia del grupo étnico. La tierra es un elemento simbólico religioso
de gran significado en la tradición afrocaribeña y justamente esto se expresa en sus formas danzarias más
representativas. El culto a los antepasados está muy extendido en toda el África, al sur del Sahara y la
tierra es la morada eterna y natural de sus cuerpos físicos y espirituales. El investigador José Millet
observó el kalandú, danza de carácter colectivo y vinculada a ritos mortuorios entre los quimbundos de
Angola. Él destaca dos cuestiones: “ primero, que es ejecutada por mujeres y segundo, que los pasos se
realizan con los pies descalzos, arrastrándolos por la arena o el suelo, como si con esto último se quisiera
familiarizar el espíritu con la tierra”.
En bailes no religiosos, colectivos o por parejas, más occidentalizados, es común utilizar calzado.
Aunque las condiciones del piso pueden determinar la utilización conveniente de zapatos u otras prendas;
tal es el caso de los bailes ambulatorios colectivos y procesionales, que recorren grandes distancias, como
las congas y las comparsas gagá, urbanas y rurales respectivamente.
CUARTO: Música y danza ocupan un lugar cíclico en el calendario
anual. Así los haitiano-cubanos bailan su gagá para Semana Santa. Los
santiagueros desde el mes de junio, con San Juan, comienzan a invadir
las calles con sus ambulatorias congas, que se hacen seguir por una
multitud que se adueña del escenario callejero. Arrollar en el carnaval
es una costumbre bien enraizada en esta región de Cuba, donde la
influencia de la cultura bantú es notable en la música, en determinados
tambores y en figuras danzarias. Cuando la muchedumbre arrolla tras
la conga se produce una suerte de posesión o éxtasis colectivo de
intensidad visible, motivado por el tamboreo afrocubano; necesidad
espiritual que es más profunda en practicantes de religiones de
inspiración afro. Varios congueros me han confirmado la existencia de
una fuerza espiritual misteriosa que los atrae a los tambores. No es
sólo placer, sino algo más profundo y complejo que forma parte de
fuerzas tradicionales.
El bailador aspira a una jerarquía dentro de la fiesta, en esos momentos de euforia posesiva se expresa a
través del movimiento de su cuerpo. Se produce una entrega total al espíritu de la música y de la danza;
pero siempre con un sentido de participación anímica y sicológica de la comunidad congregada para la
ocasión.
El danzante afrocaribeño continuamente crea una ampliación del círculo que sirve de escenario natural
para su actuación, ya sea individual o colectiva; puede darse en una casa, en un patio, en un batey, bajo
una ceiba, en una calle o plaza. La apropiación expansiva colectiva de la vía pública ya ocurría en La
Habana del siglo XIX cuando se celebraba la fiesta afrocubana del Día de Reyes. En Santiago de Cuba,
desde hace más de cien años, los cabildos, las congas, tajonas y paseos deambulan por callejones y calles
en los días del carnaval.
SEXTO: Sensualidad y erotismo son particularidades muy notorias de las danzas y pantomimas
afrocaribeñas. Contra ellas arremetieron los representantes de las administraciones coloniales en
América. En particular el etnocidio cultural iba dirigido contra los cultos religiosos, la música y la
danza, considerados como pecaminosos, diabólicos e inmorales. Esas danzas son supervivencias de ritos
de fertilidad que debían favorecer la caza, agricultura y más exactamente la procreación de la naturaleza
viviente y de la etnia o tribu.
El erotismo y la sensualidad sugerente de los bailes folklóricos afroamericanos se han infiltrado y han
influido en bailes populares nacionales, conocidos en buena parte del mundo. Así tenemos la cumbia de
Colombia, el tamborito de Panamá, la plena de Puerto Rico, el merengue dominicano, y de Cuba el
danzón, el son, el mambo, el chachachá, hasta llegar a la salsa, que hoy se escucha por doquier.
A MANERA DE EPÍLOGO.
Probablemente se hayan escapado a nuestra observación otros rasgos y componentes de las danzas
legadas por los africanos y sus descendientes. Sin embargo, lo más importante es comprobar, en términos
etnoculturales, la supervivencia y la fuerza inmanente de los valores espirituales africanos, que se
expresan con vitalidad progresiva en la identidad y personalidad cultural caribeña.
Las auténticas danzas caribeñas son expresiones culturales de extraordinario valor y poco tienen que ver
con espectáculos de ostentosos cabarets que hoy pululan en nuestros países.
El Caribe es el hogar de los que venimos de muy cerca y de muy lejos: de América, de Europa, de Asia y
de África. Es el lugar de nuestras culturas mezcladas; vivimos en una región multicultural,
multilingüística y multirreligiosa. En todos nuestros pueblos están vivas las esencias simbólicas de
milenarias culturas africanas. Ellas nos emparentan y aproximan. La ruta del esclavo debe ser, para
nosotros ahora, ruta de fraternidad y de unidad, porque bailando en el mar hay un tambor cimarrón.
Rafael Brea López es profesor de Historia de la Cultura Occidental en la Pontificia Universidad Católica
Madre y Maestra, Recinto Santo Tomás de Aquino, en la ciudad de Santo Domingo.