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Trumpilandia

Gonzalo X. Villava Alberu

El presidente de Estados Unidos de América insite en su plan de construir un muro a lo


largo de la frontera méxico-estadounidense. Esta medida podría resultar contraproducente
para su objetivo declarado de detener la migración indocumentada y el tráfico de
estupefacientes por la frontera, pues, vista con un poco de perspectiva, equivaldrá a tratar
de acabar con las hormigas echando azúcar.
Existe una herramienta lógica para demostrar la falacia de un argumento, la reducción al
absurdo, que consiste en desarrollar el argumento hasta hacer notar sus contradicciones.
Aprovechando la ocasión, le invito a que me siga en este planteamiento.

Vamos a suponer que es el año 2019 y que Trump finalmente consiguió que se construyera
el muro y que, por una tontería del gobierno mexicano, logró que el muro fuera pagado por
nosotros.
Lo que este empresario capitalista convertido en presidente de Estados Unidos de
Norteamérica no habría tomado en cuenta es que, para construirlo sobre territorio
norteamericano, el gobierno de Estados Unidos se vería obligado a expropiar las tierras
sobre las que eventualmente se construiría el muro. Esta acción constituye un pecado
capital para el sistema capitalista. Trump no se vería bien frente a sus electores.

Aparte, cuando uno paga por lo que otro hace, el que paga se convierte en el dueño de lo
fabricado o edificado. Por lo tanto, como consecuencia jurídica de hacernos pagar el muro a
los mexicanos, resulta que la propiedad del muro dejaría de ser de los norteamericanos,
sería nuestra.

Tomando en cuenta que no es práctico construir a la mitad del río Bravo, el dichoso muro
se habría de construir algunos metros adentro de la ribera del río, internándose en territorio
estadounidense. Esta posibilidad dejaría una larga franja de territorio de -por lo menos- 15
o 20 metros de ancho entre el margen del río y el muro.

Esta tierra baldía, por su característica de quedar del otro lado del muro, no podría ser
eficientemente cuidada por el gobierno estadounidense y se convertiría fácilmente en
territorio de nadie. Presto para la ocupación por parte de mexicanos, hondureños y demás
nacionales del sur de esa frontera que, siendo pobres, carecen de tierra sobre la cual
construir su vivienda.

Probablemente, como en muchas ciudades amuralladas medievales, los vecinos


comenzarían a usar este lado del muro fronterizo como pared medianera de sus propias
viviendas. Pasando el tiempo, ahí tendremos miles de casas construidas sobre la extensa
franja de terreno, formando una especie de pirámide trunca que aprovechara, como sostén,
los cimientos y la estructura del muro.
Seguramente muchas de esas casuchas se convertirían en una escalera virtual para ascender
hasta la cima del muro, con lo que a cualquiera le resultaría sumamente sencillo deslizarse
por el lado opuesto del muro, colgando de alguna cuerda, o lanzar paquetes de contenido
altamente estimulante.

Tendríamos que agradecer a Trump, primero, la virtual donación de una franja de terreno
de tres mil kilómetros de largo por 15 metros de ancho, lo que significa cuarenta y cinco
millones de metros cuadrados. Además, la construcción de una estructura para lo que será
una rampa especialmente idónea para lanzar alijos o saltar el muro y entrar a Estados
Unidos de América.

Me parece que ni en sus sueños más guajiros pensó Trump, el autonombrado magnate de
los bienes raíces, en una operación inmobiliaria de semejantes proporciones. Perder
45,000,000 de metros cuadrados o 484'375,900 pies cuadrados a favor de nadie por el gusto
de construir un muro que no le servirá a los propósitos declarados por él, constituye -a
todas luces- un desperdicio monumental.

Enero de 2018

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