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ANGEL PESTANA Setenta dias en Rusia Lo que yo vi ik ny A al “lh a R. 136 (AW wit. 239 BARCELONA Tipogratia COSMOS San Pablo, 95 A SACHA KROPOTKINE En prueba de amistad y compaferismo, le dedica este libro Ei Autor TER Camino de Rusia y primeras impresiones Mientras la represién iniciada por el gobernador civil, conde de Salvatierra, hacia estragos en la organizacié6n obre- ra barcelonesa, lenando la cércel de sindicalistas, el Comité de la Confederacién Nacional del Trabajo, y mas directa- mente el de la Confederacién Regional de Catalufia, trataban de cumplimentar el acuerdo del Congreso Nacional, cele- brado en Madrid, de enviar la adhesién del organismo con- federal obrero a la Internacional Comunista de Moscu. Como al acuerdo de adhesién iba anejo el deber de en. viar, si era posible, uno o varios delegados a Rusia, a fin de que, a su regreso informaran de cuanto alli hubieran ob- servado, la tarea del Comité resultaba bastante més dificil. La adhesion por escrito, era desde luego mas facil de hacez- Ja llegar, a pesar del bloqueo, que una delegacién cualquiera. Y¥ el interés de Ja organizacién estaba en que Degara la de- Jegacién; pues ‘m4s gue a una adhesién plat6nica, que esto representaba el acuerdo del Congreso, se aspiraba a tener el conocimiento mas exacto de la verdadera situacién de Rusia. La tarea, como se comprendera, no era escasa. El bloqueo estrechaba a Rusia en un cinturén de hierro, y el interés de los gobiernos comprometides en este bloqueo era el de impedir que penetrara en Rusia nadie que pudiera Mevar, no 8 _ANGEL PESTARA | ya socorros materiales, sino una voz de aliento y de sim- patia al pueblo que habia hecho su revolucién. Las dificultades con que tropezaba el Comité, queriendo organizar el itinerario desde Barcelona, parecian siempre insuperables, y hemos de decir que, desde Espata, realmen- te lo eran. Cuando se tuvo el convencimiento de que el éxito de la empresa no dependia del ndmero de previsiones, se confid el viaje al azar, a las posibilidades de lo impreviste; 3€ arriesgaron, pues, unos cientos de pesetas y s¢ envié a tres miembros de !a organizacién obrera hacia el centro de Bu- ropa. Siendo yo uno de los tres delegados, y por cierto el més afortunado en el viaje, después de numerosas peripecias y de haber logrado sortear grandes inconvenientes (alguno de ellos bastante pintoresco), el dia 25 de junio de 1920, pi- saba tierra rusa, entraba en el pais del encanto revolucio- nario, Habian transcurrido casi tres meses desde el dia. que * abandonara Barcelona. ¢Cual fué la primera sensacién recibida? De entusiasmo, de admiracién, de alegria intensa. ,Por qué? Serfa demasia-. do complejo el explicarlo. ake Una vez que se pasa de Narva (Estonia}—que ¢s por donde yo Iegué—la frontera rusa se encuentra al otro lado del rio que !leva también el nombre de Narva y a poca dis- tancia de la capital estoniana. Desde Narva en adelante, el tren se compone del vagén dinico que nos lleva, uno de los vagones-camas confiscados por los Soviets a la Compaiiia Internacional de Wangons-lits. Es, ademas, el coche del correo diplomatico, y en el que, a Ja sazon, van la valija del Emperador ruso en Estonia, ca- marada Gukosky y la de los delegados comerciales de Lon- dres y de Berlin. La frontera rusa nos la amuncia la presencia de un gran disco de madera pintada de blanco con una franja de rojo vivo, montado sobre un alto poste. Un pelotén Je soldados con su comandante al frente, que SETENTA DIAS EN RUSIA_ 9 suben al coche a informarse de quién viaja y por qué viaja da efectividad de nuestra entrada en Rusia y de nuestro fe. liz arribo, Tras breve itspeccién ¢ interrogatorio del comandante, reanuda el tren sa marcha y ya no se detiene hasta Yam- burgo, primera estacién rusa importante después de Ja fron- tera. Para esperar la composicién de un tren de mercancias que habia de adicionarse al vagén que nos conducia, pasamos unas seis horas en la estacién. Esta espera nos da ocasién de mezclarnos ccn los verdaderos y auténticos campesinos, con los sufridos mujics y de observarlos en su trdéfago co- tidiano, Sobre el dintel de la puerta principal de ia estacién se ven los retratos de Marx, Lenin y Trotzsky. Numerosas ban- deras rejas flamean al viento, con la hoz y el marttillo en el centro, emblema de la Reptiblica de los Soviets. Como viaja con nosotros Abramovich, 5 Abbrecht, o “El Qjo de Moscou”—que con estos tres nombres se le conoce a este importante funcionario ruso, uno de los que gozan de mayor confianza del Partido Comunista por ser de los més Prestigiosos representantes secretos del Gobierno—, se nos recibe con agasajos y deferencia en todas pattes. El jefe de la estacién nos invita a que Pasemos a su des- pacho, si nd queremos esperar en la sala de viajeros. De- clinamos la invitaci6n y aguardamos con una. treintena de wiajeros a que se forme el tren de mercancias. Un gtamétono repetia uno de Jos discursos que Trotzsky acababa de pronunciar en_el frente de batalla. El descono- cer el idioma ruso nos privé, por nuestra parte, de entender su—indudablemente—notabie discurso. Los campesinos no prestaban atencién a las voces del gram6fono. Tal vez de tanto repetirlo no les producia impresién. Cualquier me- diano cbservador habria notado en aquellos rostros la ex- Dresién inconfundible del aburrimiento. Cansados de la espera y del graméfono, decidimos salir a ios alrededores y acercarnos hacia el pueblo, que esta algo distanciado de Ja estacién, Liegamos hasta las pritneras isbas (casas) de Yamburgo y antes de internarnos por sus calles—nombre caprichoso para 10 ANGEL PESTANA designar vias tan poco urbanas como aquellas--vimos fija- dos sobre dos postes un gran tablero con dos ejemplares del “Tzvestia” y otros dos de la “Prawda”, érganos informativos del Gobierno de Moscou. Preguntamos a un miembro del Soviet local, comunista, probada, por conducto de Abramovich, que nos servia de in- térprete, por qué fijaban Jos periédicos asi y si se vendian o se repartian gratis. Nos dijo que no se vendian ni se repartian porque la es- casez de papel limitaba el nfimero de los que se podian ti- rar. ¥ cue para que todo ef mundo pudiese leerlos, se fija- ban en aquellos tableros, Esto se hacia en toda Rusia mien- tras la escasez de papel no permitiera hacer mayor tiraje. —gSe lee mucho?—preguntamos. _-Rastante—nos contesté—. No tanto, sin embatge, como quisiéramos; pues ef campesino ruso, dominado por ideas pequefio burguesas, se muestra bastante refractario al co- munismo. .-En Europa—continuamos—se nos ha dicho que este fil- timo invierno han muerte muchas petsonas de trio. Ahora comprendemos que se trata de una patrafia, Habiendo tantos bosques aqui, no es posible que la gente muera de frio. —Agui no ha muerto nadie de frio, pero en Moscou y Pe- trogrado, si. Hemos pasado muchisimo frio. Miren ustedes cémo tengo yo atin los dedos. ; Ven estas sefiales?——-Y nos mostré unas marcas como Jas que se hacen en casos de que- maduras 9 de lesiones—. Son Wagas que se me hicieron a consecuencia del frio, . —No me to explico—objeté—disponiendo de sebrados me- dios de calefaccién. .-Es que no se puede tolerar que cada cual haga Jo que le convenga y tome la lefia que quicra, Para cso esta el ser- vicio de reparto, que distribuye a cada cual Ja gue necesita. Claro es que no ha podido hacerse este afio; pera en lo su. césivo, cuando todo esté bien organizado y e] servicio de reparto-funcione normaimente, todo e] mundo tendré la lefia que necesite. Entretanto es preciso sufrir. Come nos alej4bames de ta estacién, optamos por volver sobre nuestros pasos. SETENTA DIAS EN RUSIA 1 Cuando Iegamos a la estacién, el tren estaba ya casi for- mado; sdle faltaba acoplarie una o dos unidades. Como no viera ningén vagén de viajeros, dije a Abramo- vich: —tremos ahora oprimidos en el vagén. Por qué? —Si no calculo mal, somos unos cincuenta. —En el coche que nosotros viajamos no viajara nadie mas —me respondi6, —Entonces jen dénde viajaran los demas si no hay mas coches de viajeros que el que nos ha traido a nosotros? —Todas esas gentes viajan en un vagén de mercancias. —iY por qué no en éste?—le respondi, refitriéndome al coche cama, —Porque lo estropearian y lo ensuciarian, En aque] momento vi que todo el grupo, como un rebafio de ovejas que se precipita en el] redil, se. dirigia hacia uno de tos vagones cubiertos de mercancias, forcejeando por su- bir todes al mismo tiempo. Mujeres, nifios, ancianos, todos subieron y-se acomoda- ‘ton como pudieron, Sentados en el suelo o en los bultes que levaban, hacinados, en montén, parecian satisfechos. Algunos, segiin me enteré, esperaban desde la noche anterior. El jefe de la estacién, que'se acereé a nosetros mientras conternplabamos aquel cuadro, nos indicé muy cortesmente que el tren iba a partir, que podiamos subir ye al vagén. Asi lo hicimos, y cuando me hube sentado er el comodo y blando asiento, la imaginacién me devolvié «l espect4culo que acababa de presenciar, Casi un dia tardamos en llegar a Petrogrado. La distancia, en tiempo normal, Ia recorrfa e] tren en unas horas; pero entonces no era posible tanta velocidad. Ello nos valié, en cambio, que pudiéramos contemplar los dafios aue la guerra civil habia causado. De Narva es desde donde salié Yudenich con su ejército blanco para conquistar Petrogrado y derribar a los co- munistas. En sa marcha todo habia sido destruide. Desde la venta- nilla del vag6n podiamos contemplar los hoyos que hicieron jas granadas al caer. Arboles completamente destrozados, ca-

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