Francisco Cajiao

Una década para afianzar la paz

Se necesitan transformaciones profundas de las instituciones educativas para que los
niños aprendan estas conductas desde la primera infancia.

La anhelada firma de unos acuerdos de paz con las Farc y, ojalá, con el Eln son apenas
el inicio de un largo proceso de reconciliación nacional. Sabemos que el conflicto no se
reduce a la confrontación con las guerrillas, pues más aguda ha sido la confrontación
histórica entre grupos de poder cuyas ambiciones se disputan azuzando y financiando la
violencia entre los más débiles. Por fortuna la humanidad avanza, aunque parezca lenta,
hacia horizontes éticos más elevados en los cuales ya la barbarie de la guerra no se ve
como una herramienta valiosa, como un ideal humano o como un escenario para el
heroísmo. Del guerrero espartano hecho para la batalla, la sangre y la muerte hemos ido
marchando hacia el Mahatma Gandhi, el Dr. Luther King, el prisionero Nelson
Mandela, capaz de derrotar al opresor con la resistencia enorme de quien se niega al
odio, de quien deja en manos del otro la vergüenza del agresor sanguinario.

Este progreso ético requiere un largo proceso de afianzamiento en la mente de las

personas, líderes convencidos de que siempre la paz es mejor que la guerra, y
persistencia en hacer de la paz un ideal colectivo, generador de nuevas prácticas de
convivencia desde la primera infancia. Se requieren el tiempo y el espacio para una
reflexión colectiva que ponga en contacto a maestros y estudiantes, universidades y
colegios, organizaciones civiles, representantes de las diversas ramas del Estado,
familias, empresarios, para imaginar cómo queremos ser en una década, qué clase de
jóvenes podrán construir otro futuro. En efecto, la educación es un asunto de todos, y
así lo define la Constitución de 1991. En desarrollo de la carta se expidió en 1994 la
Ley 115, que regula el sistema de educación básica, y se establecieron mecanismos de
participación ciudadana de la mayor importancia. En el nivel institucional, los gobiernos
escolares de los cuales hacen parte estudiantes, maestros y padres de familia. En los
municipios y departamentos, los foros educativos anuales, que culminan con un foro
nacional. Y quizá el más ambicioso fue la obligación del Gobierno de convocar cada
diez años a la ciudadanía para la elaboración de planes decenales.
El primer Plan Decenal se realizó a lo largo de 1995 y despertó un gran entusiasmo en
todas las regiones. En ese entonces hubo planes municipales y departamentales,
centenares de mesas de trabajo, eventos locales e institucionales de enorme valor. Si
bien muchas de las propuestas no tuvieron el seguimiento apropiado, para el 2005 el
país había conseguido indudables logros en sus indicadores de cobertura y eficiencia.
En el 2006 se convocó el segundo Plan Decenal, que concluye este año, y en él se hizo
énfasis en la calidad con aportes de todas las regiones del país, aprovechando las nuevas
tecnologías de la información. Sin duda, habrá que hacer una evaluación de los logros
más relevantes y, simultáneamente, convocar la tercera edición de este ejercicio de
movilización social por la educación. Seguramente el Ministerio de Educación está
trabajando en un esquema temático y metodológico, responsabilidad que le asigna la
ley, para convocar a la ciudadanía. En mi opinión, se debería enfatizar en la
construcción de una ética de la convivencia, que supone la búsqueda de altos estándares
de formación intelectual y humana capaces de generar condiciones de equidad, acceso a
las mejores oportunidades para los más pobres, estímulo a los mejores maestros, uso de
la razón en la solución de conflictos, sanción social a los comportamientos que afecten
los bienes públicos, valoración de los mecanismos institucionales para aplicación de la
justicia...

Se necesitan transformaciones profundas de las instituciones educativas para que los

niños aprendan estas conductas desde la primera infancia. Solo instituciones que
trabajan en paz pueden formar ciudadanos pacíficos.

Francisco Cajiao