El centro de la doctrina bíblica sobre la disciplina eclesiástica está en Mateo 18:15-18 y su
aplicación práctica en la Iglesia apostólica procede de 1 Corintios 5 y 2 Corintios 2:4-8. Un miembro de la congregación de Corinto se había unido en matrimonio con su madrastra y la congregación toleraba el hecho. Entonces Pablo escribió a los corintios que el ofensor debería ser excomulgado y "entregado a Satanás." Sus palabras produjeron tal impresión, no sólo en la congregación, sino también en el ofensor, que, cuando escribió de nuevo a los corintios, Pablo pudo recomendar misericordia. Sin embargo, no sólo para tales fragantes ofensas como la mencionada demanda el apóstol castigo, sino también por faltas menores, por las que un hombre se convierte en una carga para sus compañeros (2 Tesalonicenses 3:6), avisando a las congregaciones contra la herejía, que devora como un cáncer (2 Timoteo 2:17). Un hereje, tras ser amonestado una o dos veces en vano, ha de ser evitado (Tito 3:10); incluso negándole la bienvenida (2 Juan 10,11). Sin embargo, el castigo nunca debe ser administrado en espíritu de represalia. La disciplina de la Iglesia, aunque necesaria para su autoprotección, tiene como fin la recuperación del que ha ofendido, de ahí que el espíritu de amor debe dictar su castigo (2 Corintios 2:6-8). Que la disciplina es ejercida por la Iglesia se indica en todos los pasajes citados excepto el de Tito, donde la instrucción se da para guía personal sólo (cf. versículo nueve). Las instituciones apostólicas sobre la excomunión y la reconciliación permanecieron en la Iglesia post-apostólica, haciéndose durante el período de persecución incluso más perentorias. Bajo Decio, cuya meta parece haber sido la destrucción total del cristianismo, ocurrieron al lado de los más admirables ejemplos de fidelidad casos de abandono y defección de la fe que hicieron necesaria una regulación especial para la reconciliación de los apóstatas. Esta regulación, que continuó siendo válida hasta el siglo quinto, establecía una disciplina que pasaba por varias etapas y comprendía un periodo de siete años; pero su severidad naturalmente provocó mecanismos de evasión y subterfugio, tales como los libelli de los confesores y la disciplina de la Iglesia se hizo de alguna manera laxa. Una reacción hacia una mayor severidad fue la consecuencia de los montanistas, al declarar que los excomulgados deberían permanecer durante toda su vida en un estado de disciplina, mientras que los novacianos afirmaron que la Iglesia no tenía derecho a perdonar a los apóstatas, aunque el Señor pudiera estar dispuesto a hacerlo. Mientras tanto el desarrollo organizativo de la Iglesia había alcanzado el departamento de la disciplina y los penitentes, que habían sido excomulgados y deseaban ser recibidos en la comunión, quedaron divididos en cuatro clases, siendo obligados a pasar por varias etapas de penitencia.
Promedio de iglesias evangélicas nuevas fundadas en los
últimos 5 años Mientras en América Latina el promedio de evangélicos se estima en 20 %, en Centroamérica solamente Costa Rica se encuentra debajo de dicha cifra, con 15 % de evangélicos; los demás países del área registran un nivel de presencia más alto: Guatemala y Honduras más del 40 %; El Salvador 35 % y Nicaragua 25 %. Algunos analistas han identificado diversas variables socio-económicas como posibles causas del rápido crecimiento de la iglesia evangélica, particularmente en el área centroamericana; atribuyéndolo a la situación de pobreza, los altos índices de desempleo y criminalidad. Otros estudiosos del tema, destacan la intensa y efectiva actividad evangelista, especialmente de parte de las iglesias de trasfondo pentecostal o neo-pentecostal.
A efecto de facilitar un mejor entendimiento sobre el desarrollo, presencia e incidencia de la
iglesia evangélica en la región centroamericana, me permito ofrecer algunas consideraciones bajo otra perspectiva. En primer lugar, debemos resaltar el enfoque innovador y bíblico de la iglesia evangélica, que la iglesia somos los creyentes; contrario a una visión tradicional que concebía la iglesia como el templo donde se congrega el pueblo de Dios. De ello se deriva que la misión no consiste en traer la gente a la iglesia, sino llevar la iglesia a la gente.