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Sería más razonable llegar a un acuerdo con los árabes sobre la base de una vida
comuna pacífica que crear un Estado judío. La consciencia que tengo de la naturaleza
esencial del judaismo choca con la idea de un Estado judío dotado de fronteras, con un
ejército, y con un proyecto de poder temporal, por modesto que sea. Temo los perjuicios
internos que el judaismo sufrirá en razón del desarrollo en nuestras filas, de un
nacionalismo estrecho. Nosotros no somos ya los judíos de la época de los Macabeos.
Volver a ser una nación, en el sentido político del término, equivaldría a apartarse de la
espiritualidad de nuestra comunidad que hemos recibido del genio de nuestros Profetas.
Una vez más, terminamos el año con una nueva masacre de inocentes en "Tierra Santa".
Y todos aquellos que nos atrevamos a manifestarnos en contra de la política criminal de
Israel, seremos acusados de antisemitas. De manera parecida, cuando el presidente iraní
Mahmud Ahmadineyad sorprendió a occidente con unas declaraciones en las que ponía
en duda la legitimidad del estado de Israel, fue acusado ridículamente de antisemita.
Según Ahmadineyad: "Si vosotros cometisteis ese gran crimen, ¿por qué obligáis a los
palestinos oprimidos a pagar el precio? Debéis ser vosotros quienes asumáis la
responsabilidad". Después añadió: "Entregadles parte de vuestra tierra en Europa, EE
UU, Canadá o Alaska, donde los judíos puedan establecer su país". La simplicidad del
razonamiento usado por Ahmadineyad ha puesto en jaque a las potencias occidentales,
interesadas en la continuidad del estado de Israel. Más de 60 años después del
reconocimiento del estado de Israel por las Naciones Unidas tras la Segunda Guerra
Mundial, las palabras del presidente iraní no pueden ser más acertadas, en tanto que la
respuesta europea se demuestra una nueva huida hacia adelante, basada en los mismos
viejos tópicos sobradamente refutados por los historiadores y en los mismos equívocos
términos que se arrastran desde antiguo.
Uno de los errores históricos que más han contribuido a complicar el debate es el
equívoco nombre utilizado para designar esta comunidad religiosa. Judío proviene de
Judá y Judá era una de las 12 tribus o clanes familiares que, según la Torah (nombre
hebreo que designa los cinco primeros libros del Antiguo Testamento o Pentateuco),
formaban el Pueblo de Israel. Así pues, judío no es un término adecuado para referirnos
al conjunto de esta comunidad religiosa, puesto que se trata de un término que
solamente puede llegar a representar a una parte del conjunto. El término más adecuado
es el de hebreos, término que algunos historiadores han querido relacionar con una
antigua tribu de Oriente Medio que aparece en algunas inscripciones con el nombre de
Habiru. No obstante, todo origen del término que se pretenda rigurosa debe reconocer
de antemano la falta de fuentes y documentación sobre este tema, puesto que en éste,
como en tantos otros periodos de la historia, cualquier evidencia arqueológica pequeña
se sobre dimensiona forzosamente ante la falta de información. En realidad hay muy
pocas pruebas arqueológicas del pueblo hebreo hasta la invasión de Babilonia por el
Imperio Persa, en el siglo VI adne. Siendo humildes debemos reconocer que el término
hebreo está desprovisto de connotaciones raciales y sirve para designar una comunidad
cultural, en la que todos los llamados incorrectamente judíos se pueden reconocer sin
problemas.
Los hallazgos nos demuestran que aquellos que sí consiguieron levantar un reino
sedentario en Oriente medio durante la Edad Antigua fueron los Filisteos, uno de los
Pueblos del Mar que hacia el 1200 se expandieron por todo el mediterráneo. Los
Filisteos (en griego, amigos de Dios) estaban emparentados con los actuales griegos y
son el pueblo que dio nombre a la actual región de Palestina (en árabe, filistina). Los
palestinos, pues, no son árabes, son un pueblo indoeuropeo que, tras el paso de 20 siglos
de asentamiento en la región, terminó teniendo por lengua propia el árabe, una lengua
semita.
5.- LOS ÁRABES TAMBIÉN SON SEMITAS
Lo cierto es que, cuando los persas conquistaron Oriente Medio en el año 606 adne, se
encontraron con un conjunto de tribus nómadas dispersas por los desiertos y las
llanuras, desde el extremo oriental de Arabia hasta la península de Anatolia, que
controlaban las principales rutas comerciales entre las más importantes y florecientes
ciudades-estado. El emperador Nabucodonosor II mandó exiliar a los jefes tribales de
estos nómadas y los mantuvo encerrados en Babilonia. Fue durante este histórico
cautiverio que los pueblos nómadas del desierto, obligados a convertirse en sedentarios
a la fuerza, tomaron conciencia por primera vez de su identidad como pueblo y gestaron
su reivindicación nacional. Todos los historiadores saben que el Pentateuco no lo
redactó Moisés en la antigüedad mítica, sino que fue redactado en este periodo por un
grupo escogido de sacerdotes.
Todos los lingüistas que han estudiado el Pentateuco coinciden en señalar que el
Pentateuco es el resultado de la fusión de un mínimo de cuatro textos. Los dos
principales son los conocidos como texto yahvista (donde dios es llamado Yahvé) i
texto elohista (donde Dios es llamado Elohim, literalmente "los Dioses"). El primer
texto tiene un origen sumerio-acadio y se ha establecido que, por la temática y las
formas, se inspira claramente en la mitología milenaria acadia y la tradición del Dios Ea
(en acadio) o Iaó (en griego) del sur de Babilonia. El segundo texto proviene del norte,
concretamente del área de influencia asiria y del culto al Dios Ea (Babel es literalmente
en árabe actual Bab-El, "puerta de Dios" o "puerta de El"). Las excavaciones realizadas
principalmente en el Irak actual durante la primera mitad del siglo XX, revelaron la
existencia de millares de tablillas cuneiformes que nos han dejado constancia de los
mitos de los antiguos sumerios, acadios y babilonios. Gracias a los textos
mesopotámicos se han podido descubrir sorprendentes paralelismos entre estos mitos y
la mayor parte de las escenas bíblicas, desde la creación del universo hasta algunas de
las leyendas de los patriarcas, pasando por la expulsión del paraíso, el diluvio y un
sinfín de escenas sobradamente conocidas por todos. Así pues, no existen pruebas de
ningún éxodo desde Egipto y éste es además un episodio que no tiene paralelismo
ninguno, ni en la abundante literatura de mesopotamia, ni en los copiosos jeroglíficos
egipcios. Lo que tenemos son pruebas evidentes de la construcción de un texto religioso
con pedazos robados a distintas mitologías, redactado con la finalidad política de
edificar una teoría nacional, por parte de unas aristocracias nómadas cercadas por un
imperio sedentario.
Los historiadores coinciden en que en el año 517 adne los persas permitieron a los
hebreos construir en Jerusalén un templo como el que decían haber tenido y les
otorgaron cierta autonomía política en el marco de su Imperio, que se caracterizó por
una política bastante tolerante respecto a los pueblos dominados. Sin embargo, la
arqueología tampoco ha dado pruebas materiales de este supuesto segundo templo, que
en realidad parece haber sido el primero y tampoco nadie ha sido capaz de demostrar
que esta vez el Templo fue un templo de piedra según nuestra concepción clásica, y no
el tabernáculo sagrado propio de los nómadas. Durante el periodo helenístico, Oriente
Medio estuvo sujeto a luchas constantes por el poder político y la suerte de los hebreos
se zarandeó en función del sátrapa de turno. Desde el año 150 adne gozaron de cierta
autonomía en el marco del Imperio de los Asmoneos y éste parece haber sido el periodo
histórico más cercano a la independencia. Después de siglos de guerras imperiales en
Oriente Medio, en el año 64 el Imperio Romano entra en Jerusalén y se inicia un
periodo de violentas revueltas nómadas y de contundente represión por parte del
Imperio. Tras la revuelta del año 70, el emperador Tito inicia un duro proceso de
represión contra los nómadas que seguirán sus sucesores. En el año 132 el emperador
Adriano ordena construir un Templo a Júpiter sobre el lugar en el que se levanta el
Tabernáculo en Jerusalén. La revuelta hebrea será muy violenta y llevará al emperador a
prohibirles la entrada en la ciudad, por lo que se verán obligados a iniciar su dispersión
o diáspora.
La mayor parte de los hebreos exiliados en el año 70 emprendieron una migración hacia
el oeste que les llevó hasta el extremo occidental del continente, Sefarad, la península
ibérica: son los sefarditas. Muchos otros se establecieron en países del norte de África.
Todos ellos son los considerados Sefarditas. Un grupo destacado siguió muy vinculado
al comercio y a las caravanas a lo largo del continente asiático y el mar mediterráneo,
eran los llamados Radanitas (literalmente, "los conocedores del camino"). Desde el año
711, a consecuencia de la revolución islámica y de la ascensión de los Omeyas al
Califato de Córdoba, los Sefarditas gozaron de buena posición en Al-Andalus, al
amparo de la tolerante política de los musulmanes con las otras religiones. De hecho,
muchos Sefarditas desempeñaron cargos de poder en el gobierno del Califato, el más
célebre de ellos Hasday Ibn Shaprud, ministro y médico personal de Abderrahmán III.
Dado que los hebreos dispersos por el mundo estaban especializados en el comercio y el
control de las rutas caravaneras de comercio, durante toda la Edad Media siguieron
haciendo lo mismo. Las intensas luchas religiosas entre el catolicismo romano y el
Islam, colocaron a los hebreos en una situación sino más bien singular, puesto que, tanto
unos como otros daban por válido el Antiguo Testamento, los hebreos veían reforzada
su particularidad. Este hecho, añadido a la prohibición explícita de católicos y
musulmanes para practicar la usura, permitió a los hebreos, realmente mucho menos
estrictos con sus tabúes religiosos de lo que se piensa, convertirse "de facto" en los
únicos que manejaban el mercado financiero del préstamo y el interés en Europa. A
pesar de que la revolución protestante permitió a los escindidos (ingleses, alemanes y
holandeses) penetrar en el mundo de las finanzas, en la Edad Moderna los más
importantes bancos del mundo eran propiedad de familias hebreas, las más pudientes
eran las afincadas en Gran bretaña. Es cierto que este hecho fue utilizado a lo largo de la
historia, durante la Edad media y hasta nuestros días, para crear verdaderas cortinas de
humo político. Que los principales poderes financieros estuvieran en manos de familias
hebreas nunca debería haber sido excusa suficiente como para justificar las terribles
persecuciones sufridas por el resto de los hebreos en determinados momentos históricos,
de la mano de las monarquías europeas que los utilizaron como cabeza de turco de la ira
popular en repetidas ocasiones. No obstante, las persecuciones de hebreos durante la
edad media sólo pueden ser entendidas como antisemitas si se colocan en la perspectiva
de una estrategia de propaganda religiosa católica (no solamente contra los hebreos,
sino también contra los árabes) que era utilizada para justificar las cruzadas y la
conquista de Oriente Medio.
El sionismo es una doctrina política fundada en el siglo XIX por Theodor Herzl que
propugna el restablecimiento de una patria para el pueblo hebreo en Eretz Israel, según
una interpretación literal de la Torá, por la cual los hebreos son la raza escogida por
Dios para reinar tras el Día del Juicio Final, en el que les serán restablecidos sus
derechos sobre la tierra y la capital de su reino será reconstruida en Jerusalén. Nacido
paralelamente al desarrollo del movimiento obrero internacional y de las primeras
luchas nacionales que tenían por bandera "una nación, un estado", el sionismo original
fue planteado como una utopía socialista en muchas ocasiones y la propaganda de sus
primeros años hacía hincapié en el carácter cooperativista y fraternal de las primeras
expediciones de colonos que construían granjas comunales (kibutzz) en el paraíso
israelita (en realidad, un duro desierto inhóspito en el que solamente sobrevivían los
beduinos árabes nómadas). Sin embargo, el sionismo de los primeros años, fue un
fracaso rotundo como movimiento político. La verdad es que la mayor parte de los
hebreos que habitaban Europa en el siglo XIX se habían integrado perfectamente a las
naciones que les habían acogido: eran poco ortodoxos religiosamente, habían olvidado
su lengua y la mayor parte de los rasgos culturales que constituían su particularidad
como pueblo y, por si fuera poco, buena parte de ellos encabezaban los movimientos
socialistas y comunistas, eran científicos e ilustres investigadores, esencialmente ateos y
humanistas. Por otra parte, las experiencias de los primeros colonos no fueron tampoco
muy positivas: el desierto es duro y lo es mucho más para aquellos que se han
acostumbrado al modo de vida sedentario y que pretenden vivir de la misma forma entre
las dunas, recreando el estilo de vida europeo en medio de una tormenta de polvo. Eran
suficientes estos elementos disuasorios para que la idea de abandonarlo todo e irse a
vivir al desierto fuera contemplada como una locura para la mayoría de los hebreos
europeos. Por si fuera poco, no tardaron en surgir conflictos entre estos primeros
colonos y los habitantes de la zona, que muy pronto fueron violentos. No obstante,
durante los años 30, paralelamente al crecimiento de las ideologías raciales fascistas en
Alemania, España e Italia, el Sionismo vivió una nueva inyección de vigor, ahora desde
una perspectiva ideológica que ya nada tenía que ver con el socialismo utópico de los
primeros años y mucho con supremacías raciales, derechos religiosos y fanatismos
ortodoxos. En efecto, el sionismo sufrió en aquél entonces una derechización hacia
postulados raciales que lo acercaban al nazismo. La actitud de las élites sionistas hacia
la ayuda británica se deterioró al quedar destapados los propios intereses de Gran
Bretaña en Palestina.
Al acabar la IIa Guerra Mudial, el nuevo panorama de la Guerra Fría entre los bloques
socialista y capitalista determinó el posicionamiento del sionismo, que se convirtió en
un aliado imprescindible del eje británico-norteamericano en Oriente Medio, tanto por
su influencia en el ámbito monetario, como por la misma situación estratégica de
Palestina, en el punto de encuentro de los tres continentes. Durante toda la segunda
mitad del siglo XX y hasta la actualidad, el Estado de Israel ha sido financiado
abiertamente por la Reserva Federal Norteamericana y ha mantenido una estrecha y
pública colaboración con la banca británica, debido a una convergencia total de
intereses contra el peligro comunista. El Estado de Israel se ha desvelado como parte de
una estrategia del capitalismo internacional para sostener una base militar en Oriente
Medio con capacidad nuclear. Bajo el pretexto de una persecución genocida que fue
financiada y alentada por el mismo movimiento sionista, se ha logrado legalizar un
Estado ilegítimo, racista y militarizado. Un Estado que ha ha legalizado un sistema de
discriminación racial mucho más perverso todavía que el Apartheid de Suráfrica. Un
Estado que se ha impuesto a través de ilegítimas políticas de hechos consumados,
guerras contra la población civil y agresivas políticas de control social que no tienen
parangón en toda la historia. Un Estado financiado desde sus inicios por el fascismo
internacional que ha causado millones de muertos, desplazados, refugiados y
asesinados. Un Estado levantado sobre criterios raciales, habitado por poco más de 7
millones de personas, la mayor parte de las cuales, viven encerradas en una concepción
psicótica y militarizada de la realidad, obligados por ley a servir al ejército durante un
mínimo de dos años, al servicio del genocidio del pueblo palestino. Un Estado criminal
que ha violado sistemáticamente todas las resoluciones de la Organización de las
Naciones Unidas y los más elementales Derechos Humanos, en nombre de una raza
inexistente, una historia falseada y una concepción fanática de la religión. El Estado de
Israel no es una Democracia, es un peligroso sistema fascista teocrático, cuyo primer
ministro ha tenido la poca vergüenza de afirmar en público que para el Estado de Israel:
"la vida de un niño israelita vale más que la de un niño palestino" o que "si los
palestinos no tienen gasolina, pueden caminar". Es, en definitiva, un Estado fascista
levantado en su totalidad sobre justificaciones históricas falseadas y manipulaciones
perversas de la realidad, cuya misma existencia pone en duda la función de la
Organización de las Naciones Unidas y la legitimidad de todas las instituciones
supuestamente democráticas que existen a nivel internacional.