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La sociedad colonial: raza, etnicidad, clase y género.

Siglos XVI y XVII por ANA MARÍA PRESTA

Los que llevaron a cabo la conquista y colonización de la América hispana no provenían de los
estratos elevados de una pirámide social peninsular. Los conquistadores, hidalgos sin fortuna,
pequeños propietarios rurales, estaban influidos de una ideología señorial, basada en el poder de
explotación de la tierra y los hombres que la trabajaban. La nobleza castellana se había forjado en
los siglos antes de la expansión interoceánica, había alcanzado status y bienestar al ser
recompensada tras participar en la consolidación del territorio peninsular. Mirándose en el espejo
de la nobleza, los conquistadores abrazaban, ideales caballerescos, entre los cuales un sitio
destacado lo ocupaba la actividad militar, fuente de una recompensa inicial que podía dar lugar a
exitosos tratos mercantiles. De tal manera, los conquistadores imprimieron en la colonia, el
estrato superior en el Nuevo Mundo, como elite conquistadora. Esos patrones socioculturales
reflejaban dos paradigmas que se expresaban bajo los viejos valores peninsulares atados al status:
el honor, la fama, la gloria, los títulos y la propiedad de la tierra combinados con las nuevas
prácticas mercantiles que reconocían el valor del comercio y el dinero para ascender en la escala
social.

La escasa movilidad social peninsular y el más que cercano antecedente de la Reconquista, tras la
lucha de 700 años contra el moro "infiel", llevaron a los conquistadores de América a emprender
su tarea cómo hazaña material y espiritual. El heterogéneo grupo conquistador se adentró en la
ventura de obtener por fuerza de las armas lo que le estaba negado por cuna: honor, fama, gloria,
bienestar material y hasta títulos, logrando que sus actos de servicio la obtención de status. En la
temprana colonia las distinciones más marcadas entre los hombres eran las de raza. Ésta no existe
como categoría biológica de diferenciación social; sin embargo, españoles e indios fueron términos
opuestos que con el tiempo tendería a complejizarse cuando otras variables, como las de
pertenencia étnica, clase y género, profundizaron las diferencias iniciales entre conquistadores y
conquistados.

La sociedad ibérica se dividía en tres estamentos: el de los nobles, entre los cuales se situaba la
casa gobernante, el del clero y el de la gente del común. Entre ellos, las diferencias quedaban
plasmadas por privilegios. Así, el 10% de la población peninsular propietaria —noble y clero—
gozaba del tributo. En el siglo de los descubrimientos, la intolerancia racial y cultural cristalizó en
el concepto de limpieza de sangre. El status de un individuo quedaba condicionado por la
demostración fehaciente de no poseer sangre de moros o judíos. Esta práctica fue el antecedente
de la discriminación racial, étnica y cultural, que junto con el asumido derecho de conquista se
constituyó en la base de la estratificación social colonial. Si bien la primera generación de mestizos
que produjeron los conquistadores fue asimilada al interior del estrato superior español, a
posteriori sólo peninsulares o sus descendientes legítimos lograron un espacio en la sociedad. De
manera que a fines del siglo XVI, la sociedad colonial se parecía cada vez más a la peninsular.

ESPAÑOLES La conquista ofreció la posibilidad de trascender social y económicamente al recibir


una encomienda de indios. Repartido el botín entre los miembros de una hueste conquistadora, el
jefe procedía a recompensar los servicios de sus fieles seguidores con la mano de obra de la
población indígena, de manera que la encomienda se convirtió, en la fuente de adquisición de
recursos humanos y naturales. Asimismo, la encomienda logró satisfacer las aspiraciones
señoriales de los conquistadores, quienes se convirtieron en señores de vasallos, ejerciendo
responsabilidades políticas como miembros del poder municipal (cabildo) en tanto vecinos de los
recién fundados centros urbanos.

Conforme a las regulaciones del derecho indiano, las mercedes de encomienda se concedían por
dos vidas (la del primer titular y la de su legítimo sucesor). De tal manera, el estrato social de los
encomenderos tuvo corta vida, la corona castellana y el diseño de una cadena de funcionarios e
instituciones pusieron freno a las apetencias individuales y a ciertas familias de beneméritos de la
conquista. No obstante, en el Tucumán colonial los encomenderos subsistieron a lo largo del siglo
XVII. El Tucumán fue una zona de colonización tardía la guerra en torno a los valles Calchaquíes y
la dificultad del monte chaqueño. La pacificación del Tucumán hizo redoblar esfuerzos a las
autoridades de Charcas, de las que entonces dependía.

Durante el primer siglo de dominio colonial, los encomenderos tuvieron acceso a los múltiples
negocios que ofrecía un mercado en formación. Así fue como la minería nació con los inicios de la
colonia, los metales preciosos constituían los recursos más preciados cuya extracción convocó a
gran cantidad de inversores, personal especializado y trabajadores. Así ocurrió en los asientos
mineros de Porco y Potosí, en territorio de la Real Audiencia de Charcas, donde hasta la década de
1560 los propietarios de vetas y socavones eran mayoritariamente los encomenderos y su mano
de obra los indios de las encomiendas. Potosí se convirtió en el centro del desarrollo regional y
motor de la diversificación económica zonal con su espectacular producción de plata. Fuente de
desarrollo de los mercados regionales conforme a sus ciclos productivos, Potosí movilizaba
recursos y producción de Quito, Lima, Cuzco, Charcas, Tucumán y el RÍO de la Plata

A lo largo del siglo XVI, la expresión del status social se plasmaba en la utilización del "Don" como
representación de un reconocido linaje. Sólo el soberano podía concederlo cuando un individuo
que no lo poseía por cuna lo alcanzaba en mérito a sus servicios. El status y la riqueza de la elite
española se reflejaron en la adquisición de la tierra, símbolo de prestigio, imagen del señorío y
cuna del poder de la nobleza.

Los peninsulares buscaban acrecentar o perpetuar el status adquirido, para ello era necesario
acceder al mejor matrimonio, las uniones demostraron que la elección de cónyuges para evitar la
dispersión del patrimonio. La formando un linaje que se casaron entre primos hermanos y clientes
donde el parentesco real y simbólico o profundos vínculos clientelares y económicos unieron en
una misma red a varias encomiendas e innumerables emprendimientos agrícolas, mineros y
comerciales que enlazaban en damero el centro de Charcas, Potosí y el Tucumán. El matrimonio
era pactado entre los padres o parientes de los contrayentes. Para asegurar que los bienes
adquiridos permanecieran en el linaje, la elite eligió la figura del mayorazgo. De esta manera, los
que habían acumulado un patrimonio considerable y temían que se dispersara en una generación
al distribuirse entre los numerosos herederos legítimos, concentraban tierra y derechos, en uno de
los hijos, el mayor varón.

Los altos dignatarios religiosos arribaron con los conquistadores, los obispos y arzobispos se
hicieron cargo de la dirección de las provincias eclesiásticas, residiendo en las ciudades capitales
en catedrales y basílicas que mostraban el esplendor de las economías regionales. Desde la llegada
de la primera generación, los peninsulares motivaron la vocación religiosa de alguno de sus hijos.
En tal caso, preferían su ingreso en el clero secular que permitía a sus miembros libertad suficiente
como para continuar administrando la propiedad familiar. Mientras que las donaciones para
solventar el ingreso de un hijo a cualquiera de las órdenes constituían una pérdida. De una o varias
propiedades, las familias hacían donación de una parte de sus frutos o rentas, cuyo monto anual
subsidiaba los gastos del religioso. De esta manera, los criollos coparon el clero secular y desde
comienzos del siglo XVII se alzaron gradualmente como obispados, formando parte de los
gobiernos catedralicios.

El status económico familiar, la educación y la ocupación comenzaron a marcar las distinciones


entre los peninsulares. De manera tal que se hicieron visibles en el grupo español las diferencias
de clase. Aparecieron pequeños propietarios rurales y comerciantes, curas que ejercían en las
iglesias de provincia y en pueblos de reducciones, fleteros o dueños de cabañas que transportaban
mercadería a distancia. Los peninsulares con oficio, administradores, escribanos, mineros,
herreros, carpinteros, arquitectos, constructores y en el artesanado urbano, dependiendo de un
empleador de mayor jerarquía.

Los descendientes de los españoles heredaron la arrogancia y aspiraron al estilo de vida de sus
progenitores. Si bien el comercio y los altos puestos burocráticos quedaron en manos de los
nacidos en la península, los criollos acumularon propiedades rurales e invirtieron en la minería. A
pesar de llevar sangre española y disfrutar de bienestar económico, la elite criolla sufrió una
discriminación étnica que le impedía acceder a posiciones de poder. La primera generación de
conquistadores se caracterizó por su libertad sexual. Muchos disfrutaron de uniones eventuales y
otros vivieron en concubinato. De ello surgió la primera generación de mestizas. Aunque para
casarse con un peninsular nada mejor que una española, debido al status paterno y a la escasez de
elemento femenino, las hijas naturales de los conquistadores no sólo llevaban el título de "Doñas"
sino que se constituyeron en las mejores candidatas en el mercado matrimonial. Considerada
como función femenina atada a un mandato social, cultural e ideológico cuyo resultado era la
subordinación femenina al mundo masculino. El pilar de esa subordinación era la institución
familiar; En torno al patriarcalismo, el matrimonio constituía el rito de pasaje por el cual una mujer
pasaba de la tutela de su padre a la del marido. Otras mujeres concretaron matrimonios sagrados
y pasaron sus días en conventos y monasterios en los que sus dotes eran menores que las
requeridas por un mercado del patrimonio familiar. Por su parte, alejadas del mundo de los
sirvientes indios y negros, las peninsulares y criollas esposas e hijas de artesanos, pequeños
propietarios y dependientes vieron transcurrir sus vidas trabajando en las tareas del hogar.

INDIOS Previo a la conquista y colonización, el territorio americano estaba ocupado por etnias que
se diferenciaban, por su hábitat, ocupación, lengua y cultura. Agricultores o sociedades complejas,
como los incas, sociedades de jefatura, tribus y bandas de cazadores, pescadores y recolectores.
La etnicidad constituyó un elemento adicional de la estratificación social y fue preexistente a la
presencia española. Cuando Francisco Pizarro y su hueste llegaron al norte peruano, se
enfrentaron a una sociedad estratificada y presa de conflictos interétnicos: la guerra de sucesión
incaica, donde dos facciones se batían en torno a los candidatos al gobierno del Tawantinsuyu. De
la conmoción interna sacaron provecho los españoles, quienes desde su ingreso a la tierra
cosecharon aliados y enemigos. De tal manera, los aliados —dentro de la relación conquistador-
conquistado— obtuvieron privilegios como auxiliares de la conquista. El Tawantinsuyu era un
rompecabezas étnico tan extenso y variado como su territorio, en el que las diferencias de status
étnico eran tal vez tan discriminatorias como en la sociedad pos incaica.
Lo primero que hicieron los españoles con los conquistados fue someterlos a trabajos,
contribuciones en especie y dinero, los indígenas fueron divididos en encomiendas primero y
luego en jurisdicciones administrativas para facilitar a los funcionarios el cobro de las tasas. La
cobranza del tributo tuvo su correlato en la creación de las reducciones o pueblos de indios,
asentamientos que pretendían concentrar en un sitio determinado a la población campesina
comarcana que desde tiempo inmemorial acostumbraba a vivir dispersa en un paisaje.

Las respuestas de los naturales a la alienación provocada por la colonización no se hicieron


esperar. El mundo rural había sido siempre fuente de amparo y solidaridad, la opresión de
corregidores, tenientes, capitanes de mita, se encargó de hacer estragos en las relaciones de
cooperación, ayuda mutua y reciprocidad entre los nativos. Las migraciones fueron una salida a la
opresión humana y tributaria que pesaba sobre los indios de comunidad, muchos eligieron escapar
de sus propios ayllus para afincarse en tierras ajenas como trabajadores estacionales y engrosar la
masa de forasteros. Otros prefirieron las ciudades y el aprendizaje de oficios artesanales.

Compañera de su marido y celosa de su cultura, la india se desdobló en una multiplicidad de


tareas que iban desde la maternidad a la siembra y la confección de tejido, conservación de
granos. Las obligaciones tributarias la hallaron en tareas similares trabajando para los patrones
españoles en el servicio doméstico. Pieza clave en el desarrollo de los mercados al menudeo, las
mujeres indias comenzaron por vender chicha y coca, para luego traficar toda clase de productos
desde sus pequeñas tiendas y puestos callejeros. Como hábiles comerciantes, algunas lograron
acumular ganancias que acostumbraron a prestar a interés dentro del mismo círculo indígena. Sus
ahorros se materializaban en la compra de solares. El apego a la ciudad las hizo mudar parte de su
vestimenta o combinarla con faldas europeas, bordados en oro, que anticipaban los cambios
graduales de la indumentaria femenina indígena, pero que seguían utilizando la lengua originaria
como símbolo de identidad y vehículo de comunicación.

ESCLAVOS llegó a América con la conquista. Por entonces, los africanos conservaban un status
superior al de los indios en la medida en que habían llegado como sirvientes de los
conquistadores. Algunos negros eran libres y asimilados culturalmente a los europeos, aunque
conservaban el estigma del color. Ello no impidió que fueran utilizados para agraviar a los indios,
que como "raza conquistada" estaba sometida a los conquistadores y sus servidores. Las noticias
de tales abusos llegaron a la corte peninsular, que pronto legisló la separación de negros e indios,
prohibió el matrimonio entre ambos. Tal como los españoles, los negros no podían habitar en los
pueblos de indios.

Son conocidas ya las diferencias étnicas de los esclavos africanos. A veces, los apellidos tomados al
cristianizarse ofrecían pistas de su pertenencia. Juan Angola, Pedro Congo, expresaban la geografía
étnica del desarraigo. Cuando la legislación protegió a los indígenas de realizar determinados
trabajos para evitar su desaparición, fue el turno de los esclavos, quienes fueron importados para
trabajar en las haciendas azucareras, viñas, olivares. En el siglo XVI, la prosperidad de Charcas
permitió a encomenderos y propietarios rurales contar con mano de obra esclava para trabajos
específicos. Los esclavos fueron hábiles en el aprendizaje de artes y oficios y suplieron, al igual que
los indios, la falta de un artesanado español en los centros urbanos. A pesar de existir legislación
en contra del ejercicio de oficios, los esclavos ingresaron al mercado urbano y proveyeron a sus
amos con ingresos adicionales al ejercer como herreros, carpinteros, zapateros.
CASTAS el mestizaje entre españoles, indios y negros fue amplio, produciendo grupos humanos de
compleja inserción en los tres campos raciales reconocidos por los peninsulares. En el diseño
social original, los tres grupos debían vivir separados: los conquistadores junto a sus
intermediarios negros constituían el mundo español, y los indios el propio. Fueron los propios
conquistadores, los iniciadores de una sexualidad abierta que iba a provocar toda clase de
especulaciones, en un intento de definir el mestizaje colonial y su carencia de lugar en la
sociedad.

Asimilados al status y cultura de sus padres, la primera generación de mestizos acumuló los
privilegios de sus progenitores conquistadores. Pero legalmente, si no mediaba un testamento que
los beneficiara, los mestizos sólo tenían derecho a la décima parte de los bienes paternos. Por ello
fortunas enteras, iban a parar a los parientes peninsulares que preferían ignorar a sus sobrinos y
primos mestizos americanos. Las diferencias de status entre los españoles derivaron en que
muchos de sus hijos mestizos vivieran marginalmente en la sociedad blanca, mientras que otros lo
hicieron en torno a los hogares maternos. Sin embargo, los mestizos eran sometidos a toda clase
de discriminación y prejuicios, los mestizos fueron tenidos por "pendencieros", "viles" y "viciosos"
por una casta peninsular.

Con el tiempo, y arrinconados en los espacios que dejaban los negros, los mestizos sobrevivieron
de los trabajos manuales, el comercio minorista, quienes siempre permanecieron en el fondo de la
escala social. Generación tras generación, las mezclas se hicieron mayores. Los negros se
mezclaron con indios y también con blancos y sus productos entre sí, dando categorías
intermedias, como lo eran las de mulato, zambo, cholo, etcétera.

Si por el mestizaje las barreras del color eran fáciles de pasar, las diferencias culturales eran
determinantes en fijar a indios y negros en su respectivo lugar social. El destino de negros e indios
estuvo atado a la discriminación por la condición de esclavos y de vencidos. Los indígenas
permanecieron firme a sus lenguas, instituciones, costumbres, creencias, rituales.

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