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en un uropismo iresponsable, que con frecuencia carece de otro fin y efecto que el de proporcionar la euforia pasajera de las her- imosas esperanzas humanistas, casi siempre tan breve como la ado- lescencia, y que tiene efectos tan funestos en Ia vida de la investi- gacidn como en la vida politica, hay que volver, crco, a una visi “ctealista» de los universos donde se engendra lo universal. nos, como podtfamos estar tentados de hacer, a conferir a lo uni- versal el status de «idea reguladora», apta para sugerir principios de acci6n, significaria olvidar que hay universos donde se convier- te en principio «constitutivo», inmanente, de tegulacién, como el campo cientifica y, en menor medida, el burocrético y el juridico, Y que, més generalmente, en cuanto se expresan y se proclaman oficialmente unos principios que aspiran a la validez universal (los de la democracia, por ejemplo), ya no hay situacién social donde no puedan emplearse, por lo menos como armas simbélicas en las luchas de inteeés 0 como instrumentos de eritica por quienes es- dn interesados cn la verdad o la virtud (como, actualmente, quie- rics, en particular en el seno de la pequeita nobleza de Estado, tie- ren intereses en los logros universales asociados al Estado 0 al derecho). “Todo lo que acabamos de exponer se aplica de manera priori- taria al Estado, que, como todos los logeos histéricos vinculados a la historia més o menos autdnoma de los campos escolésticos, se caraetetiza por una profunda ambigtiedad: puede ser desctito y tratado a un mismo tiempo como transmisor, relativamente auté- homo, sin duda, de unos poderes econémicos y politicos poco preocupacios por los incereses universales, y como una instancia neutral que, por el hecho de conservas, en su propia estructura, las hhuellas de las luchas anteriores cuyos logras registra y garantiza, es capaa de ejercer una especie de arbitraje, siempre un poco sesgado, sin duda, pero menos desfavorable, en definitiva, para los intereses de los dominados, y para lo que cabe llamar la justicia, que lo que exaltan, enarbolande la falsa bandera de la libertad y el liberalis- ‘mo, los partidarios de dejar que las cosas sigan su curso, es decir, del ejercicio brutal y tirdnico de Ia fuerza econdmica, 168 4. El conocimiento por cuerpos Se plantea la cuestién del sujeto debido a la propia existencia de las ciencias que toman como objeto lo que sucle llamarse el esujetor, ese objeto para el que hay objetos, ciencias que implican, precisamente por ello, unos presupuestos filosdficos opuestos por completo a los que propugnan las «filosofias del sujeto. Siempre hhabré, incluso entre los especialistas en las ciencias sociales, quien niegue el derecho de objetivar otro sujeto, de producir su verdad objetiva. ¥ serfa ingenuo creer que quepa tranquilizer a los parti- darios de los derechos sagrados de la subjetividad dando garancfas de cientificidad y haciendo observar que los asettos de las ciencias sociales, que se basan en una labor especifica, provista de métodos € instrumentos especialmente elaborados, y sometida al control colectivo, no tienen nada en comtin con los veredictos perentorios de Ia existencia cotidiana, basados en una intuicién parcial e inte- resada, habladurfas, insultos, calumnias, rumores, halagos, que son moneda cortiente hasta en la vida intelectual. Muy al contra- rio. Es la propia intencién cientifica lo que se rechaza como una intomisién insoportable, una usurpacién tirénica del derecho im- presctiptible a decir la verdad que todo «creador» reivindica por definicién para s{ ~sobre todo, cuando el objeto no es otro que cl, en su singularidad de ser irreemplazable, o sus semejantes (como :muestran los gritos surgidos de la solidaridad herida que provoca ‘cualquier intento de someter a escritores, artistas 0 filésofos a la investigacién cientifica en su forma corriente). En determinadas regiones de! mundo intelectual, puede incluso suceder que quic- 71 nes se mucstran més preocupados por Ja dimensién espiritual de la persona», tal vez porque confunden los procesos merédicos de la objetivacién con las estrategias revéricas de la polémica, el pan- fleto o, peor atin, la difamacién o [a calurnnia, no dudan en consi- derar los enuunciados del sociélogo como «denuncias» que se creen, cen el derecho y el deber de denunciar, 0 como juicios que ponen de manifiesto una pretensién propiamente diabdlica de usur- par un poder divino y convertr el juicio de la ciencia en el juicio final De hecho, aunque algunos a veces lo olviden y se dejen llevar por las facilidades del proceso retrospectivo, los historiadotes 0 los socidlogos sélo pretenden establecer unos principios de explica- cién y comprensién universales, vilidos para cualquier «sujeto», incluso, evidentemente, pata quien los enuncia, quien no puede ignorar que podrd ser sometido 2 la critica en nombre de esos principios: expresiones de la Iégica de un campo sometido a la dialéctica impersonal de la demostracién y la refuracién, sus expo; siciones siempre cstarin sujetas a la critica de los competidores y la prucba de lo real, y, cuando se aplican a los propios mun- dos cientificos, todo el movimiento del peusau realiza gracias a cllas, en este retorno sobre s{ mismo y por medio ded. Dicho lo cual, soy perfectamente consciente de que el propio propésito de definir objetivamente, mediante categoremas por fuerza categéricos, y, peor atin, de explicar, y explicar genética- ‘mente, aunque sea con todas las prudencias mecodolégicas y l6gi- cas del razonamiento y el lenguaje probabilistas (por desgracia, ‘con frecuencia muy mal comprendido), est condenado a parecer especialmente escandaloso cuando se aplica a los mundos escolis- ticos, es decir, a unas personas que se sienten fundadas por su sta- ‘tus més para afundar» que para ser fundadas, més para objetivar {que para ser someridas a la objetivacién, y que no ven razén algu- na para delegar lo que perciben como un poder discrecional de vida y muerte simbélicas (que, por lo dems, les parece normal ejercer, de modo cotidiano, sin las cautelas que proporcions la dis- ciplina cientifica). Se comprende que los fildsofos siempre hayan «estado en los puestos de vanguardia en el combate contra la ambi- wo ciemtifico se 172 cién cientifica de explicar, cuando se trata del chombres, y hayan limitado las wciencias del hombres, segiin la vieja distincién de Dilchey, a la xcomprensién», més comprensiva, en apariencia, con sulibertad y su singularidad, o la ehermenéutica», que, por las tra- diciones vinculadas a sus origenes religiosos, se adapta mejor al es- tudio de los textos sagrados de la produccién escobistica.' ara salir de este debate interminable, basta con adoptar como punto de partida una constatacién paraddjica, condensada en una hermosa formula pascaliana, que lleva mis allf de la alternaciva centre objetivismo y subjetivisme: «[...] por el espacio, el universo me comprende y me absorbe como un punto; por el pensamiento, yo lo comprendo.s* El mundo me comprende, me incluye como tuna cosa entre las cosas, pero, cosa para la que hay cosas, un mun- do, comprendo este mundo; y ello, hay que afiadit, porgue me abarca y me comprende: en efecto, mediante esta inclusién mate- rial -a menudo inadvertida o rechazada~ y lo que trac como coro- lario, es decis, la incorporacién de las estructuras sociales en forma de estructuras de disposicién, de posibilidades objetivas en for- ma de expectativas y anticipaciones, adquicro un conocimiento y un dominio précticos del ecpacio cireundante (sé confusamente lo aque depende y lo que no depende de mf, lo que tes» 0 «no es para ini», 0 «no es para personas como yor, lo que ¢s «razonable» para mf hacer, esperar, pedir). Pero sélo puedo comprender esta com- prensién prdctica si comprendo lo que la define propiamente, por oposicién a la comprensién consciente, cientifica, y las condicio- nes (ligadas a unas posiciones en el espacio social) de estas dos for- mas de comprensién, E| lector habré comprendido que he ampliado técitamente la nocién de espacio para hacer caber en ella, ademds del fisico, en el que picnsa Pascal, lo que yo llamo el espacio social, sede de la coe- xistencia de posiciones sociales, de puntos mutuamente exclusivos que, para sus ocupantes, originan punwos de vista. El «yo» que comprende en ka practica el espacio fisico y el espacio social (suje- to del verbo comprendes, no es necesariamente un «sujetor en el sentido de las filosofias de la conciencia, sino mds bien un habi- tus, un sistema de disposiciones) est comprendido, en un sentido completamente distinto, es decis, englobado, inscrito, implicado, 173 en este espacio: ocupa en él una posicién, de la que sabemos (me- diante el andlisis estadistico de las corzelaciones empfticas) que ha- birualmente esté asociada a ciertas comas de posicién (opiniones, represcntaciones, juicios, etcétera) acerca del mundo fisico y el social. ‘De esta relacidn paraddjica de doble inclusién pueden dedu cirse todas las paradojas que Pascal reunia bajo el epigrafe de la miseria y la grandeza, y sobre Jas cuales deberfan meditar quienes siguen presos de la alternaciva escolar entre determinismo y liber- tad determinado (serie! hombe pus conacer ss deer naciones (grandeza) y esforzarse por superarlas. Paradojas que se originan ae mee neunen nena s que es miserable, Es, pues, miserable, porque lo es; pero es gran- de, porque lo sabe.» ¥ atin dice mas: «{.,.] la debilidad del hom- bre es més evidente en quienes no saben que son débiles que en quienes lo saben.»' En efecto, no cabe, sin duda, esperar grandeza, por lo menos cuando se trata del pensamiento, si no es del cono- cimiento de la «miseriaw. Y, tal vez, segein la misma dialéctica, fpi- camente pascaliana, de la inversiOn del pro y el contra, a sociolo- fa, forma de pensamiento denostada por los «pensadores» porque abte el acceso al conocimiento de las determinaciones sociales que ppesan sobre ellos y, por lo canto, sobre su pensamiento, esté capa citada para offecerles, mejor que las ruptutas de apariencia radical ‘que, a menudo, dejan las cosas como estaban, la posibilidad de es- capar de una de las formas ms comunes de la miseria y la debili- dad a las que la ignorancia o cl altivo rechazo del saber condenan tan @ menudo al pensamiento. «ANALYSIS SITUS» En tanto que cuerpo y que individuo bioldgico, estoy, con el mismo ticulo que las cosas, situado en un lugar y ocupo un sitio cen los espacios fisico y social. No estoy diapas, sin lugar, como de- cfa Platén de Sécrates, © «sin ataduras ni rafcess como dice, un poco a la ligera, quien es considerado a veces uno de los fundado- res de la sociologia de los intelectuales, Karl Mannheim. Tampoco 174 estoy dotado, como en los cuentos, de la ubicuidad fisca y social (Con la que sofiaba Flaubert) que me permitirfa hallarme en varios lugares y varias épocas a la vez, ocupar simulténeamente varias posiciones, fisicas y sociales. (El lugar, edpos, puede definirse ab- soluramente como el espacio donde una cosa 0 un agente «tiene lugar, existe, en una palabra, como localizacién o, relacionalmen- te, topolégicamente, como una posicién, un rango dentro de un orden.) La idea dé individuo separado se basa, de forma absolutamen- te paraddjica, en la aprehensi6n ingenua de lo que, como dice Heidegger en una leccién de 1934, «es percibido de nosotros des- de fuctan, y «sc puede coger y es sélido», es decir, el cuerpo: «Nada nos resulta mds familiar que la impresién de que el hombre es un set vivo individual entre otros y que la piel es su limite, que su ¢s- pacio mental os le sede de las experiencias, que tiene experiencias del mismo modo que tiene estémago y que esté sometido a in- fluencias divetsas a las que, por su parte, respondew Este materia- lismo espontineo, el mas ingenuo, el que, como en Platén, sélo quiere conocer lo que puede ser tocado wcon ambas manos» (das Handgreifliche, como dice Heidegger), podria explicar la tenden- cia al fisicalismo que, al tratar el cuerpo como una cosa que se puede medi, peser, contat, pretende transformar la ciencia del hombre», como cierta demografla, en ciencia de la naturaleza. Pero también podria explicat, més paraddjicamente, a la ver. la creencia epersonalista» en la unicidad de la persona, fundamento dela oposicién, cientificamente devastadora, entze individuo y s0- ciedad, y la propensién al «mentalismo», que es incorporado a la teorfa huserliana de la intencionalidad como noesis, acto de con- ciencia, que contiene noemas, contenidos de concicacia. (Que el personalismo sea el principal obstéculo a la construc- cin de una visién cientifica del ser hursano y uno de los focos de la resistencia, pretérita y presente, a la imposicién de una visiSn de esta indole, se debe, sin duda, a que es un compendio de todos los prejuicios tedricos -mentalismo, espiritualismo, individualis- ‘mo, etcérera- de la filosofia espontinea mds comtin, por lo me- nos, en las sociedades de cradicién cristiana, y, en especial, en las regiones mis favorecidas de estas sociedades. Y también a que 175 cuenta con la complicidad inmediata de todos los que, empefia- dos en pensarse como ucreadores» tinicos de singularidad, estén sicmpre dispuestos a entonar nuevas variaciones sobre la antigua melopea conservadora de lo cerrado y lo abierto, el conformismo y el anticonformismo, o a reinventar, sin saberlo, la oposicién, ela- borada por Bergson contra Durkheim, entre las «drdenes impues- tas por unas exigencias sociales impersonates y los «llamamientos hechos a la conciencia de cada uno por detetminadas personas», santos, genios, héroes2 Dirigidos desde un principio, a menudo a costa de mutilaciones indiscutiblemente cientificistas, concra la vi- sin religiosa del mundo, las ciencias sociales han llegado a consti- tuirse en baluarte central del campo de las Luces ~en particulas, con ka sociologia de la religidn, nticleo central del propésito dur- cheimiano y de las reticencias que ha suscitado— en la lucha poli- tico-religiosa a propésito de la visi6n del chombre» y su destino. Y la mayor parce de las polémicas en las que periddicamente se en- zarzan no hacen mas que extender a la vida intelectual fa Idgica de Jas luchas politicas. Por este motivo surgen en ellas todos los temas de las viejas luchas en las que se enzarzaron, en el siglo pasado, los cscritores, los Barrts, Péguy 0 Maurras, pero también Bergson, © Jos jovenes reaccionarios airados, como Agathon, seudénimo de Henri Massis y Alfred de Tarde, contra el «cientificismo» de Taine y Renan y la «Nueva Sorbona» de Durkheim y Seignobos.é Basta- rfa con cambiar los apellidos para que esa incombustible cantinela sobre el determinismo y la libertad, sobre la irreductibilidad del genio creador a cualquier explicaci6n de tipo sociolégico, o aquel grito del alma de Claudel ~«Por fin salia del mundo repugnante de un Taine o un Renan, de esos horribles mecanismos goberna- dos por leyes inflexibles que, para colmo, se pueden conocer y aprender’, pudieran ser atribuidos a uno u otto de quienes, hoy en dia, se etigen en defensores de los derechos del hombre o en profetas inspitados del wretorno al sujetor.) La visién «mentalista», que es inseparable de la ereencia en el dualismo del alma y el cuerpo, el espiritu y la materia, se funda- ‘menta en un punto de vista casi anatémico y, por lo tanto, tipica- mente escolistico, sobre el cuerpo como exterioridad. (Del mismo modo guc la visidn perspectiva se encarnaba en la camera obscura 176 de la Dioporique carcesiana, esve punto de vista se materializa, en cierto modo, en el anfiteatro circular, dispuesto alrededor de una mesa de diseccién para las clases de anatomia, que se puede visi- car en la Universidad de Uppsala.) «Un hombre es un agentes, cescribié Pascal, «pero zsi se lo anatomiza, sera ese agente la cabeza, el coraxbn, las venas, cada vena, un troz0 de vena, la sangre, cada humor de la sangre?» Este cuerpo-cosa, conocido desde fuera como mera mecénica, cuyo limite es el cadéver que se va a diseccionat, desguace mecanicista, o el crdneo de érbitas vactas de las vanida- des picxdricas, y que se opone al cuerpo habitado y elvidad, seni- do desde el interior como apertura, impulso, tensidn o deseo, y también como eficiencia, connivencia y familiaridad, es fruco de Ja extensién al cuerpo de una relacién de espectador con el mun- do, El intelectualismo, esa teorla del conocimiento de espectador escolistico, tiene asi que plantear al cuerpo, 0 a propésito del cuerpo, unos problemas de conocimiento, como los fildsofos car- tesianos que, sintiéndose en Ia imposibilidad de dar cuenta de la cficacia ¢jercida sobre el cuerpo, de tener un conocimiento inte- lectual de la accién corporal, se ven obligados a atribuir la accién humana a una intervencién divinas y la dificultad crece con el len guaje: cada acto de lenguaje, en tanto que sentido incorporal ex- presado mediante sonidos materiales, constituye un auténtico mi- Jagro, una especie de transubstanciacién. Por otra patte, la evidencia del cuerpo aislado, distinguido, es lo que impide tomar nota del hecho de que este cuerpo funciona indiscutiblemente como un principio de individuacién (en la me- dida en que localiza en el tiempo y el espacio, separa, afsla, etcéte- 12), ratificado y fortalecido por la definicién juridica de! individuo en tanto que ser abstracto intercambiable, sin cualidades, es tam- bign, en tanto que agente real, es decir, en tanto que habitus, con su historia, sus propiedades incorporadas, un principio de «colec- ivizaciSn» (Vergesellchaftung), como dice Hegel: al tener la pro- piedad (biolégica) de estar abierto al mundo y, por lo tanto, expuesto al mundo y, en consecuencia, susceptible de ser condi- cionado por el mundo, moldeado por las condiciones materiales y clturales de existencia en las que est colocado desde el origen, se halla sometido a un proceso de socializacién cuyo fruto es la pro- 77 ia_individualizacién, ya que la singularidad del «yon se forja en Les celaciones sociales y por medio de ella. (Se podria habla, como hace P. F. Strawson, pero en un sentido que cal vez no sea exactamente el suyo, de «subjetivismo colectivistay-)” EL ESPACIO SOCIAL Mientras que el espacio fisico se define, segiin Strawson,* por Ja exterioridad reciproca de las posiciones (otra manera de deno- rminar «el orden de las coexistencias», del que hablaba Leibniz), el espacio social se define por Ia exclusién mutua, o la distincién, de las posiciones que lo constiruyen, es decir, como estructura de yuxtaposicin de posiciones sociales (a st vez definidas, segiin ve- remos, como posiciones en la estructura de la distribucién de las diferentes especies de capital). Los agentes sociales, y también las cosas, en la medida en que los agentes se apropian de ellas y, por Jo tanto, las constituyen como propiedades, estén situados en un lugar del espacio social, lugar distinto y distintivo que puede ca- ractetizarse por la posicién relativa que ocupa en relacién con los otros lugares (por encima, por debajo, en situacién intermedia, et- cétera) y por la distancia (Ilamada 2 veces «respetuosa»: ¢ longin- uo reverentia) que lo separa de ellos. Por ello, son susceptibles de tun anabsis situs, de una copologla social (aquello precisamente que constitufa el objeto de mi obra ticulada La Distinction, *y que esté muy alejado, como vemos, de la interpretacién poco com- prensiva que, aunque se desmienta de antemano, se ha dado a me- nudo a ese libro, a partis, sin duda, del mero titulo, y segiin la cual Je busqueda de la distineién sexfa el principio de todos los com- portamientos humanos). é El espacio social tiende a reproducirse, de manera més 0 me- nos deformada, en cl espacio fisico, en forma de una determinada combinacidn de los agentes y las propiedades. De lo que resulta + Versién casellana: La distinc, ead. de Marfa del Carmen Ruiz de El- ‘Taurus, Madeid, 1991. (N. del 7) 178 que todas las divisiones y las distinciones de! espacio social (arti- balabajo, izquierda/derecha, etcétera) se expresan real y simbdlica- mente en el espacio fisico apropiado como espacio social codifica- do (pot ejemplo, con la oposicién entre los barrios elegantes, calle del Faubourg-Saint-Honoré 0 Quinra Avenida, y los bartios po- poulares y los suburbios). Este espacio se define por la correspon- dencia, més o menos estrecha, entre un orden determinado de coexistencia (0 de distribucién) de los agentes y un orden deter- sminado de coexiscencia (0 de distribucién) de las propiedades. Por Jo tanto, no hay nadie que no esté caracterizado por el {ugar don- de estd situado de forma m4s 0 menos permanente (no tener «casa tii hogar» 0 «domicilio fijo» significa catecer de existencia social; ser ede la alta sociedad» significa ocupar los niveles mds altos del mundo social). Se caracteriza también por la posicién telativa y, por lo tanto, por la rareza, generadora de rentas mareriales 0 simbs- lieas, de sus localizaciones temporales (por ejemplo, los lugares de honor y las precedencias en todos los protocolos) y, sobre todo, permanentes (domicilios particular y profesional, sitios reservados, buenas vistas, exclusivas, prioridades, etcétera). Y, por tiltimo, se caracieriza por la extensién, por el espacio que ocupa (por dere- cho) en el espacio gracias a sus propiedades (casas, tietras, etcé- tera), que son més menos «devoradoras de espacion (space con- stoning), LA COMPRENSION Lo que est comprendido en el mundo es un cuerpo para el cual hay un mundo, que esté incluido en ef mundo, pero de acuerdo con un modo de inclusién irreductible a la meta inclu- sign material y espacial. La illsio es una manera de estar en el mundo, de estar ocupado por el mundo, que hace que el agente pueda estar afectado por una cosa muy alejada, o incluso ausence, pero que forma parce del juego en el que esta implicado, El cuer- po estd vinculado a un lugar por una relacién directa, de contacto, que no es mas que una de tantas maneras de relacionarse con el mundo. El agente esté vinculado a un espacio, el del campo, den- 179 tro del cual la proximidad no se confunde con le proximidad en el espacio fisico (incluso, aunque, por lo demds, todas las cosas per~ ‘manezcan iguales, hay siempre una especie de privilegio préctico de lo que se percibe directamente). La illusio que constituye el ‘campo como espacio de juego es lo que hace que los pensamien- tos y las acciones puedan resultar afectados y modificados al mar- gen de cualquicr contacto fisico ¢ incluso de cualquier interaccién simbélica, en particular, en la relacién de compreasisn y por me- dio de ella. El mundo es comprensible, est inmediatamente dota- do de sentido, porque ef cuerpo, que, gracias a sus sentidos y su cerebro, tiene la capacidad de estar presente fuera de sf, en el mundo, y de ser impresionado y modificado de modo duradero por di, ha estado expuesto largo tiempo (desde su origen) a sus re- gularidades, Al haber adquirido por ello un sistema de disposicio- nes sintonizado con esas segularidades, tiende a anticiparlas y esté capacitado para ello de modo prictico mediante comportamien- tos que implican un conocimiento por el cuerpo que garantiza una comprensién prdctica del mundo absolutamente diferente del acto intencional de desciframiento consciente que suele introducirse en a Idea de comprensién, Dicho de vu snudu, ef agente tiene una comprensién inmediaca del mundo familiar porque las estructuras ccognitivas que pone en funcionamiento son el producto de la in- conporacién de las estructuras del mundo en el que acta, porque Jos instrumentos de elaboracién que emplea para conocer el mun- do estén claborados por el mundo, Estos principios pricticos de corganizacién de lo dado se elaboran a partir de la experiencia de situacfones encontradas a menudo y son susceptibles de ser revisa- dos y rechazados en caso de fracaso reiterado. (No ignoro la eritica, ritual y, por lo canto, ideal para facilitar grandes beneficios simbélicos a cambio de un bajo coste de refle- xién, de los conceptos relacionados con las «disposiciones». Pero, cen el caso particular de la antropologfa, no se ve cémo se podria, sin negat la evidencia de los hechos, evitar tener que recurtit a es- tas nociones: hablar de disposicién significa, lisa y lanamente, to- mar nota de una predisposiciéa natural de los cuerpos humanos, la tinica, segtin Hume -de acuerdo con Ia lectura de Deleuze-,? que una antropologfa rigurosa escé autorizada a presuponer, la ) 180 condicionabilidad como capacidad natural de adquirir capacidades nno naturales, arbicrarias. Negar la existencia de disposiciones ad- quiridas significa, hablando de seres vivos, negar la existencia del aprendizaje como transformacién selectiva y duradera del cuerpo que se lleva a cabo por reforzamiento 0 debilitamiento de las co- nexiones sindpticas.) Para comprender la comprensién préctica hay que situarse ims alld de la alternativa de la cosa y la conciencia, el materi ‘mo mecanicista y el idealismo constructivista; és decir, con mayor exactitud, hay que despojarse del mentalismo y del incelectuali mo que inducen a coneebir la relacién préccica con el mundo como una «percepcién» y esta percepcién como una «sintesis mental, y ello sin ignoras, por lo demés, la labor préctica de ela- boracién que, como observa Jacques Bouveresse, epone en funcio- namiento formas de organizacién no conceptuales»"! y que nada deben a la intervencién del lengua. En otras palabras, hay que elaborar una teorfa macerialista ca- paz. de rescatar del idealismo, siguiendo el deseo que expresaba Marx en las Thesen tiber Feuerbach, wel aspecto activo del conoci- mienco préctico que ka uadiciGn inatetialiota ha deja en su por der, Esta es, precisamente, la funcién de la nocién de habitus, que resticuye a la gente un poder generador y unificador, elaborador y clasificador, y le recuerda al mismo tiempo que esa capacidad de celaborar la realidad social, a su vez socialmente elaborada, no es la de un sujeto trascendente, sino la de un cuerpo socializado, que invierte en la practica de los principios organizadores socialmente claborados y adquiridos en el decurso de una experiencia social si tuada y fechada. DIGRESION SOBRE LA CEGUERA ESCOLASTICA, Que rodas estas cosas tan sencillas sean, en definisiva, tan diff- cies de pensar se debe, en primer lugar, a que los errores descar- tados, que habsfa que recordar en cada fase del anafisis, van por pares (slo nos libramos del mecanicismo gracias @ un constructi- vismo sobre el cual pesa la amenaza inmediata de caer en el idea- 181 lismo), y a que las tesis opuestas, que hay que tecusar, siempre es- tin dispuestas a renacer de sus cenizas, resucitadas por los intere- ses pokmicos, porque cotresponden 2 posiciones opuestas en el campo cientifico y el espacio social; tambien se debe, en parte, a aque estamos dominados por una larga tradicién te6rica sostenida y reactivada de modo permanente por la situacidn escoléstica, que se perpetia mediante una mezcla de reinvencién y reiterdci6n y, en lo esencial, no es més que una laboriosa teotizacién de la «filo- sofia» semicientifica de la accién. Veinte siglos de difuso placoni mo y lectutas cristianizadas del Fedén inclinan a considerat el ‘cuerpo no como un instrumento del conocimiento, sino como un obstéeulo para el conocimiento, y a ignorar la especificidad del conocimiento prictico, warado ora como un mero obstéculo para el conocimiento, ora como una ciencia que todavia estd en man- tills a rafe comtin de las contradicciones y las paradojas que el pensamiento banalmente escoléstico cree descubrir en una des- cripcién rigurosa de las légicas précticas no es mas que la Filosofia dela conciencia que implica, la cual no puede concebir la espon- taneidad y la cteatividad sin Ja incervencién de una intencién creadora, la finalidad sin la proyeccidn consciente de fines, a re- ggularidad al margen de la obediencia 2 unas reglas, la significacién, en ausencia de intencién significance. Una dificulead suplementa- ria de esta filosofla es que se apoya en el lenguaje cortiente y sus gitos gramaticales dispuestos de antemano para la descripcién fi- nalista, asf como en las formas convencionales de narracién, por ejemplo, la biograffa, el relaco histérico o la novela, que, en los si- los xvii y XIX, se identifica, paulatina y completamente, como ‘observa Michel Buror, con la narracién de las aventuras de un in- dividuo, y que casi siempre adopta la forma de concatenaciones de sacciones individuales decisivas, precedidas por una delibera- cin voluntaria, que se devetminan unas a otrasr.? Ta idea de edeliberacién voluntarias, que ha dado lugar a ran- tas disertaciones, lleva a suponer que coda decisién concebida como eleccién tebrica entze posibles teéricos constituidos como tales supone dos operaciones previas: primero, establecer Ia lista completa de las elecciones posibles; después, determinar las conse~ _ 182 ) cuencias de las diferentes estrategias y valoraslas comparativamen- te, Bsta representacién totalmente irrealista de la accién costiente, que implica de modo més o menos explicito a la teorfa econémica y se basa en la idea de que toda accién va precedida de un propé- sito premeditado y explicito, es, sin duda, particularmente tipica de la visién escoléstica, de este conocimiento que se desconoce Porque ignora el privilegio que fo inclina a privilegiar el punto de vista teérico, la contemplacién desinteresada, alejada de las preo- cupaciones pricticas y, segtin la expresién de Heidegger, «liberacla de sf misma como estando en el mundo». HABITUS E INCORPORACION Una de las fenciones mayores de la nocién de habitus consste cen descartar dos errores complementatios nacidos de la visidn es- colistica: por un lado, el mecanicismo, que sostiene que la acciéa os el efecto mecinico de la coercién por causas externas; por otro lado, el inalismo, que, en particular con la teotia de ln-accién ra. ional, sostiene que el agente acta de forma libre, consciente como dicen algunos uilcarstas, with full understanding. ya que la accién es fruro de un cileulo de las posibildades y fos benefcios En contra de ambas ceorias hay que plantear que los agentes socia. les estén dotados de habitus, incorporados a los cuerpos a través de las experiencias acumiladas: estos sistemas de esquemas de per. cepcidn, apreciacién y accién permiten llevar a cabo actos de co- nocimiento préctico, basados en la identificacién y el reconoci- riento de los estimulos condicionales, y convencionles a los que estén dispuestos a reaccionar, as{ como engendrar, sin posicién ex- plicia de fines ni cilewlo racional de los medios, unas estrategias adapradas y renovadas sin cesar, pero dentro de los Iimites de las impsiiones esuctraes de gue son producto y qu les de- El lenguaje de la estrategia, que nos vemos obligedos a em- plear para designar ls secuencias de acciones objetivamente dti- gides hacia un fin que se observan en todos los campos, no debe llamar a engafo: ls estaxepias mis eficaces, sobre codo en campos 183 dominados por valores de desinterés, son las que, al ser fruto de disposiciones moldeadas por Ja necesidad inmanente del campo, ienden a ajustarse esponténcamente, sin propésito expreso ni cél- culo, a esta necesidad. Lo que significa que el agente no es nunca del todo el sujeto de sus précticas: mediante las, disposiciones y la creencia que originan fa implicacién en el juego, todos los presu- ppuestos consticutivos de la axiomética del campo (la déxa episté- mica, por ejemplo) se introducen incluso en las intenciones en apariencia més Iicidas. El sentido préctico es lo que permite obrar como es debido (és def, decia Aristételes) sin plantear ni ejecurar un adebe ser» (kan- tiano), una regla de comportamiento. Las disposiciones que actua- Jina, maneras de ser resultantes de una modificacién duradera del cuetpo Hevada a cabo por la educacién, pasan inadvertidas micn- tras no se convierten en acto, y tampoco entonces, debido a la evi- dencia de su necesidad y su adapracidn inmediata a Ja situacién Los esquemas de! habitus, principios de visién y divisién de apli- cacién muy general que, al ser fruto de la incorporacién de las es- tructuras y las tendencias del mundo, se ajustan, por lo menos de fori burda, « Stas, pouniten udapuuse sin cesar a contextos par- cialmente modificados y claborar la situacién como un conjunto dotado de sentido, en una operacién prictica de anticipacién casi corporal de las cendencias inmanentes del campo y los comporta- mientos engendrados por los habitus isomorfos con los que, como en un equipo bien conjuntado o una orquesta, estén en comuni- cacién inmediata porque cspontineamente estén en sintonia con allos. (No es infrecuente que los defensores de la weorta de la ac- cién racionals reivindiquen alternativamente, en un mismo texto, la visién mecanicista, que esté implicada en el recurso 2 modelos romados de la fisica, y la visidn finalist, ambas arvaigadas en la al- ternativa escoldstica de la conciencia pura y el cuerpo-cosa ~pien- so en Jon Elster que tiene el mérito de decir claramente que identifica la racionalidad con Ia lucider consciente y considera cualquier ajuste de los deseos a las posibilidades mediante oscuras fuerzas psicolégicas como una forma de irracionalidad-); de este modo puede expicage la racionalidad de ls préctias,indisina- 184 mente, mediante la hipétesis de que los agentés actian bajo la coercidn directa de causas que el sabio esté en disposicién de de- sentrafiat, 0 mediante la hipétesis, en apariencia absolutamente puesta, de que los agentes actiian, por asf decitlo, con conoci- miento de causa y son capaces de hacer por si mismos lo que el sa- bio hace en su lugar en la hipétesis mecanicista Si resulta tan facil pasar de una a otra de estas posiciones ‘opuestas, ello se debe a que el determinismo mecanicista externo, por las causas, y el determinismo intelectual, por las razones ~del ‘interés bien entendido»-, se unen y se confunden. Lo que varia «s la propensidn del sabio, calculador casi divino, a atribuir 0 no a los agentes su conocimiento perfecto de las causas 0 su conciencia data de las razones. Pata los fundadores de la teorfa utilitarista, en particular Bentham, cuya obra principal se titula dn Increduction 10 the Principles of Morals and Legislation, la teoria de la cconomta de fos placetes era explicitamente normativa. En lx rational action theory tambin lo es, pero se cree positiva: toma un modelo nor- mativo de fo que el agente debe ser si quiere set racional en el sentido del sabio~ por una descripeién del principio explicativo de lo que hace realmente." Elo es inevitable cuando no se quiere reconocer como principio de las acciones razonables més que la intencién racional, el propésito ~purpose-, el proyecto, cuando no se acepta més principio explicativo de las propias acciones que la explicacién mediante razones o causas que son eficientes en tanto ‘que razones, ya que el interés bien entendido ~y la funcién de uti- lidad— no es, en rigor, més que el interés de la gence tal como se le presenta 2 un observador imparcial 0, lo que viene a ser lo mismo, a un agente que obedezce a unas «preferencias absolutamente pru- dentese,! es decir, absolutamente informado. Este interés bien entendido no esta tan lejos, como se ve, del «interés objetivo» que invoca una tradicién tebrica en apariencia radicalmente opuesta y que sustenta la idea de «conciencia de cla- se imputaday —fundamento de la idea, igual de fantasiosa, de «fal- sa conciencia» tal como la expresa Lukdcs, es decir, elas ideas, los sentimientos, eteétera, que los hombres, en tna situaciéa determi- nada, tendrfan si fueran capaces de captar esa situacién en su con- junto [es decir, desde un punto de vista escoléstico...J, asi como 185 los intereses que se detivan de esa situacién, los cuales conciernen a la ver ala accién inmediata y a la estructura de la sociedad que corresponderia a esos intereses». De lo que se deduce que los in- tereses escolsticos no necesitan ser unos intereses bien entendidos para ser moneda corriente entre los scholars...) Podrfamos, haciendo un juego de palabras heideggeriano, de- cir que la disposicidn es exposicibn. Y ello es as{ porque el cuerpo est (en grados desiguales) expuesto, puesto en juego, en peligro en el mundo, enfrentado al riesgo de la emocin, la vulneracibn, al dolor la muerte, a veces, y, por lo santo, abligado a tomar en setio al mundo (y no hay cosa mds seria que la emocién, que llega hasta lo més hondo de los dispositivos orgénicos). Por ello esté en condiciones de adquirirdisposiciones que también son apertura al mundo, es decir, a las estructuras mismas del mundo social del ‘que son la forma incoxporada. La relacién con el mundo es una relacién de presencia en el mundo, de estar en el mundo, en el sentido de pertenecer al mun- do, de estar pose(do por él, en la que ni el agente ni el objeco se plancean como tales. Fl grado en el que se invierte ol cnerpa en tsca rlacin es, sin duda, uno de los determinances principals del interés y la atencidn que se implican en él y de la importancia “mensurable por su dutacién, su intensidad, etoétera~ de las mo- dificaciones corporales resultantes. (Cosa que olvida la vsién inte- lectualista, directamente relacionada con el hecho de que los un ‘yers0s escolésticos tratan el cuerpo y todo lo relacionado con él, ys en particular, la urgencia vinculada con la satisfaccién de las nece- sidades y le violencia fisica, efectiva o potencial, de tal modo que cen cierta forma queda fuera de juego.) ‘Aprendemos por el cuerpo. El orden social se inscribe en los cuerpos a través de esta confrontacién permanente, més 0 menos ddramética, pero que siempre otorga un lugar destacado a la afeci vidad y, ms precisamente, a las ransacciones afectivas con el ene torno social. Evidentemente, sobre todo después de la obra de Mi- cchel Foucault, e! lector pensaré en la normalizacién ejercida por la (Giseiplina de las instituciones. Pero no hay que subestimar la pre- sidn o la opresién, continuas y a menudo inadvertidas, del orden ordinatio de las cosas, los condicionamientos impusstos por las 186 condiciones materiales de existencia, por las veladas conminacio- nes y la eviolencia inerten (como dice Sartre) de las estructuras econémicas y sociales y los mecanismos por medio de los cuales se reproducen. Las con: jones sociales mds serias no van dirigidas al inte- lecto, sino al cuerpo, tratado como un recordatorio, Lo esencial del aptendizaje de la masculinidad y la feminidad tiende a inscribir la diferencia entre los sexos en los cuerpos (en particular, mediante Ja ropa), en forma de maneras de andar, hablar, comportarse, mi- rat, sentatse, ercétera. ¥ los ritos de institucién no son més que el limite de todas las acciones explicitas mediante las cuales los gru- pos se esfuerzan en inculear los limites sociales 0, lo que viene a ser lo mismo, las clasificaciones sociales (la divisién masculino/ femenino, por ejemplo), en naturalizarlas en forma de dlivisiones ce los cuerpos, las héxis corporales, las disposiciones, respecto a las cuales se entiende que son tan duraderas como las inscripciones indelebles del tatuaje, y los principios de visién y divisién colecti- vos. Tanto en fa accién pedapégica diaria (xponte derecho», «coge clenchilla eon la mano detechao) come en los titor de instiucién, esta accién psicosomédtica se cjerce a menudo mediante la emo- cidn y el suftimiento, psicolégico o incluso fisico, en particular, el que se inflige inscribiendo signos distintivos, mutilaciones, escari- ficaciones 0 tatuajes, en la superficie misma del cuerpo. El frag- mento de Jn der Straflolonie donde Kafka cuenta que graban en el cuerpo del transgresor todas las letras de la ley que ha transgredi- do sradicaliza y lieraliza con una brutalidad grotesca», como su giere E. L. Santner,” la cruel mnémotécnica a la que, como traté de mostrar, recurren a menudo los grupos para naturalizat lo arbi- trario y ~otra intuicién kafkiana (0 pascaliana)~ conferrle de ese modo la necesidad absurda ¢ insondable que se oculta, sin més alld, tras las instituciones mis sagradas. UNA LOGICA EN ACCION El desconocimiento, o el olvido, de la relacién de inmanencia, a.un mundo que no se percibe come mundo; como objeto coloca- 187 do ante un sujeto perceptor consciente de si mismo, en tanto que cexpectéculo o representacién susceptible de ser aprehendido de un vistazo, constituye, sin duda, la forma elemental, y original, de la ilusién escoléstica. Fl principio de la comprensién prictica no es tuna conciencia conocedora (una conciencia trascendente, como en Husserl, 0 incluso un Darein existencial, como en Heidegger), sino el sentido préctico del habitus habitado por ef mundo que habita, pre-acupado por el mundo donde interviene activamente, cen una relacién inmediata de implicacién, tensidn y atencién, que labora el mundo y le confiere sentido. El habicus, manera particular, pero constante, de entablar re- lacién con el mundo, que implica un conocimiento que permite anticipar el curso del mundo, se hace inmediatamente presente, sin distancia objetivadora, al mundo y al porvenir que se anuncia en (lo que lo distingue de una mens momentanea sin historia). Expuesto al mundo, aa sensacién, el sentimiento, el suftimiento, excttera, es decir, implicado en el mundo, empefiado y en juego en el mundo, el cuerpo (bien) dispuesto respecto al mundo ests, en la misma medida, orientado hacia el mundo y hacia lo que se oftece inmediacamente en él a Ia vista, la sensaci6n y el presenti- micnto; es capaz de dominarlo ofreciéndole una respuesta adapta- da, de influir en él, de utlizaclo (y no de descfrarlo) como un ins- trumento que se domina, que se tiene por la mano (segin el famoso anilisis de Heidegges) y que, jamés considerado como tal, es traspasado, como si fuera transparente, por la tarea que permie llevar a cabo y hacia la que esté orientado. El agente implicado en la préctica conoce el mundo, pero con tun conocimiento que, como ha mostrado Metleau-Ponty, no se insraura en la relacién de exterioridad de una conciencia conoce- dora. Lo comprende, en cierto sentido, demasiado bien, sin dis- tancia objetivadora, como evidente, precisamente porque se en- ccucntra inmerso en él, porque forma un cuerpo con él, porque lo hhabita como si fuera un hébito o un habitat familiar. Se sience como en casa en el mundo porque el mundo esc4, a su vez, dentro de él en la forma del habitus, necesidad hecha virtud que implica una forma de amor de la necesidad, de amor fai La accién del sentido prictico es una especie de coincidencia 188 necesaria —lo que le confiere la apariencia de la armonfa preesta- blecida— entre un habitus y un campo (0 una posicién en un cam- po): quien ha asumido las estructuras del mundo (o de un juego pparticulat) «se orienta» inmediaramente, sin necesidad de delibe- rar, y hace surgir, sin siquiera pensarlo, «cosas que hacer» (asuntos, prigmata) y que hacer «como es debidox, programas de accién ‘que parecen dibujados mediante trazos discontinuos en la situa- cién, a titulo de potencialidades objetivas, de urgencias, y que orientan su préctica sin estar constituides en normas o imperati- vos, claramente perfilados por la conciencia y Ia voluntad y para cllas. Para estar en condiciones de utilizar un instrumento (u ocu- par un puesto), y de hacerlo, como suele decirse, félizmente —una felicidad a la vez subjetiva y objetiva, tan caracterizada pot la efi- cacia y la soltura de la accibn como por la satisfaccién y la felici- dac de quien la lleva a cabo-, hay que haberse adapcado a él me- te un uso prolongado o, a veces, mediance un entrenamiento metédico, haber adoptado los fines que le son propios, como un modo de empleo técico; en pocas palabras, haberse dejado usilizas, incluso instrumentalizat, por el instrumento. Con esta condicién puede alcanzarse la destreza de la que hablaba Hegel y que hace que se acierte sin tener que calculas, haciendo exactamente lo que «3 debido, como es debido y en el momento debido, sin gescos inttiles, con una economia de esfuerzos y una necesidad a Ia vez sencidas {ntimamente y perceptibles desde fuera. (Cabe pensar en lo que Platén describe como orthé déxa, la opinién correcta, edoc- ta ignorancia» que acierta, sin deberle nada al azat, mediante una especie de ajuste con la situacién no pensado ni propuesto como tak: «Gracias a ella», dice, «los hombres de Estado gobiemnan las ciudades con éxito; en lo que a la ciencia se refiere, en nada difie- zen de los profetas y los adivinos, pues éstos dicen a menudo la verdad, pero sin saber de lo que hablan.»)"* En tanto que es fruto de la incorporacién de un némos, un principio de visién y divisién consticutivo de un orden social o un campo, cl habitus engendra précticas inmediatamente ajustadas a este orden y, por lo tanto, percibidas y valoradas, por quicn las lle- va.a cabo, y tambign por los demds, como justas, correctas, hdbi- les, adecuadas, sin ser en modo alguno consecuencia de la obe- 189 diencia 2 un orden en el sentido de imperativo, a und norma oa Jas reglas del derecho, Fsta intencionalidad prictica, que no obe- dece a ninguna tesis, que nada tiene en comin con una cagitatio (0 una noesis) conscientemente orientada hacia un enginatwm (un, rnoema), arraiga en una manera de mantener y llevar el cuerpo (una Aéxis), una manera de ser duradera del cuerpo duraderamen- te modificado que se engendra y se perpetta, sin dejar de transfor- arse, continuamente (dentro de ciertos limites), en una relaci6n doble, estructurada y estructuradora, con el entorno. Fl habitus elabora el mundo mediante una manera concreta de orientarse ha- cia d, de dirigir hacia él una atencién que, como Ja del atleca que se concentra, es tensién corporal activa y constructiva hacia“ porvenir inminente (la allodéxia, error que se comete cuando, es- perando a alguien, se cree reconocerlo en todos los que llegan, da una idea correcta de esta tensién). (El conocimiento prictico se exige y es necesario de forma muy desigual, pero también es suficiente, y se adapta, de forma muy dlesigual, segtin las situaciones y los Ambitos de actividad. A la inversa de los mundos escalésticas, alunos universos, como los del deporte, la miisica o la danza, requieren una implieacién préc~ tica del cuerpo y, por lo tanto, una movilizacién de la sintligen- Gia» corporal, adecuada para determinar una transformacién, ¢ in- cluso una inversién, de las jerarquias ordinarias. ¥ habria que recopilar metédicamente las anotaciones y las observaciones dis- petsas, en particular en Ia didéctica de esas précticas corporales, Jos deportes, por supuesto, y, muy especialmente, las artes marcia les, pero también las actividades teatrales y la préctica de los ins- trumentos de miisica, que aportarian valiosas contibuciones a tuna ciencia de esa forma de conocimiento. Los entrenadores deportivos tratan de encontrar medios eficaces pata hacerse enten- der por el cuerpo, en las situaciones, que todo el mundo ha ex- petimentado, en las que se comprende con una comprensién intelectual el gesto que hay que hacer 0 no hay que hacer, sin ¢s- tar en condiciones de hacer efectivamente lo que se ha compren- dido, por no haber alcanzado una verdadera comprensién por el cuerpo.” Y muchos directores teatrales y cinematogrdficos recu- rren a précticas pedagSgicas que comparten el hecho de tratar de 190 dexerminar la suspensién de la comprensiéa intelectual y discutsi- va y conseguir que el actor, mediante una larga setie de ejercicios, sogtin el modelo pascaliano de la produccién de le creencia, en ‘cuentre de nuevo unas posturas corporales que, rebosantes de ex- Periencias mneménicas, sean capaces de despertar pensamientos, cemociones, imaginaciones.) De igual modo que no es ese ser instanténeo, condenado a la discontinuidad cartesiana de los momentos sucesivos, sino, en el Jenguaje de Leibniz, una vis inita que'asimismo es lex insita, una fuerza dotada de una ley y; por lo tanto, caracterizada por cons- tantes y constancias (a menudo reiteradas por principios explicitos de fidelidad 2 uno mismo, constantia sibi, como los imperativos de honor), el habitus no es, de ninguna manera, el sujeto aislado, ‘egolsta y calculador de la tradicién uetilitarista y los economistas (y siguiendo sus huellas, los «individualistas metodolégicos»). Bs sede de las solidaridades duraderas, de las fidelidades incoercibles porque se basan en leyes y vinculos incorporados, les del epirine de cuerpo (del que el espicitu de familia es un caso particular), adhesin visceral de un cuerpo socializado al cuerpo social que la ba formado y con el que forma un cuerpo. Por ello, constituye el fundamento de una colusién implicita enere todos los agentes que son fruto de condiciones y condicionamientos semejantes, y tam- bbién de una expetiencia préctica de la trascendencia del grupo, de sus formas de ser y hacet, pues cada cual encuentra en el compor- tamiento de sus iguales [a radficaci6n y ta legitimacidn («se hace asfo) de su propio comportamicnto que, a cambio, ratifica y, llega- do el caso, rectifica el comportamiento de los demés. Acuetdo in- ‘mediato en las maneras de juzgar y aewar que no supone la co- municacién de las concieneias ni, menos atin, una decisién contractual, esta collusio fundamenta una intercomprensién préc- tica, cuyo paradigma podrfa ser la que se establece entre los juga- dores de un mismo equipo y también, pese al antagonismo, entre €l conjuno de jugadores implicados en un partido. El principio de cohesién ordinaria que es el espfricu de cuerpo aleaniza su. méximo con los adieseramientos disciplinatios que im- ponen los regimenes despéticos mediante ejercicios y rituales for- malistas o lz uniformizacién, con el fin de simbolizar el cuerpo 191 (social) como unidad y diferencia, pero también de dominarlo imponiéndole un uniforme determinado (por cjemplo, la sotana, recordatorio permanente de la condicién eclesiéstica), 0 también mediante las grandes manifestaciones de masas, como los espec- tdculos gimnésticos o los desfiles militarcs. Estas estratcgias de manipulacién pretenden moldear los cuerpos para hacer de cada uno de ellos un componente del grupo (corpus corporatum in cor- ‘pore corporato, como decfan los canonistas)¢ instituir entre al grax po y el ctierpo de cada uno de sus miembros una relacién casi md- gica de «posesién», de ecomplacencia somética», una sujecién mediante la sugestién que domina los cuerpos y hace que funcio- nen como una especie de autémoaca colectivo. ‘Unos habitus esponténeamente armonizados entce sy ajusta- dos por anticipado a las situaciones en las que funcionan y de las que son fruro (caso particular, pero particularmente frecuente) tienden a producir conjuntos de acciones que, al margen de cual- quier acuerdo o concertacién voluntarios, estén, a grandes rasgos, sintonizadas entre si y son conformes 2 los incereses de los agentes implicados. El ejemplo mis sencillo es el de las estrategias de re produccién que producen Jas familias privilegiadas, sin concertar- sey sin deliberar al especto, es decir, por separado y a menudo en competencia subjetiva, con el propdsito de contribuir (con la co- laboracién de mecanismos objerivos tales como la légica del cam- po juridico o el campo escolar) a la reproduccién de las posiciones adquitidas y el orden social La armonizacién de habitus que, por ser fruto de unas mis- mas condiciones de existencia y unos mismos condicionamientos (con ligeras variaciones,ligadas a las trayectorias singulares), pro- ducen esponténeamente comportamientos adaptados a las condi- ciones objerivas y adecuados para satisfacer los inteseses individua- les compartidos, permite, de este modo, dar cuenta, sin recurrie a actos consciences y deliberados y sin dejarse levar por el funciona- lismo de lo mejor o lo peor, de la apariencia de teleologta que se observa a menudo a nivel de las colectividades y que se suele im- putar a la evoluntad (0 la conciencia) colectiva», o incluso a la conspiracién de entidades colectivas personalizadas y tratadas como sujetos que plantean colectivamente sus fines (la wburgue- 192 sfax, la wclase dominante», etcétera): pienso, por ejemplo, en las esteategias de defensa del cuerpo que, efecruadas a ciegas y a cfculo estrictamente individual, sin propésito expreso ni concertacién explicita, por los catedréticos de ensefianza superior franceses, en un perfodo de crecimiento espectacular de la poblacidn escolariza- dda, han petmitido reservar el acceso a las posiciones més elevadas del sistema de enseftanza a recién legados que estuvieran lo més conformes posible con los principios de seclutamiento antiguos, ¢s decir, lo menos diferentes posible del ideal del normalien, agré- géty varén2® Y también es la armonizacién de los habitus lo que petmie no caer en las paradojas, inventadas de cabo a rabo por el individualismo ucilitatista, como el free rider dilemma: la inver- sién, la creencia, la pasién, el amor fati, que se inscriben en la tela- ccidn encre el habitus y el mundo social (0 el campo) del que es fruto, hacen que haya cosas que no se pueden hacer en situaciones determinadas (uno se hace asi») y otras que no pueden no hacerse (todo lo que impone el principio enobleza obliga» podrfa consti- tuir el ejemplo por antonomasia de ello). Entre esas cosas. hay toda clase de comportamientos que Ja tradicién utilitarista es inca- pas de caplivas, eoiuy las Icaltadles v lus Liuclidades respect @ per sonas © grupos, y, mas ampliamente, todos los comportamientos de desinterés, cuyo limite es el pro patria mori, analizado por Kan- torowicr, el sactificio del ego egolsta, revo absoluto para todos los calculadores utilitaristas. LA COINCIDENCIA Por imprescindible que sea para romper con la visién escolds- tica de la visi6n corriente del mundo, la desctipcién fenomenolé- gica, aunque acerque a lo real, amenaza con convertitse en un obstéculo para la comprensién completa de la comprensién préc- tica y la propia préctica, porque es totalmente antihistérica e in- cluso antigenética. Por lo tanto, hay que rehacer el andlisis de la presencia en el mundo, pero historicizandolo, es decir, planteando + Caredrétco por opesicién de insticuto 0 universidad. (del T) 193 el problema de la elaboraci6n social de las estructuras 0 los esque- ‘mas que el agente pone en funcionamiento para elaborar el mun- do (y que excluyen tanto una antropologia trascendente de tipo kantiano como una eidética a fa manera de Husserl y Schittz y, tras ellos, la etnometodologfa, 0 incluso el andlisis, por lo demés muy ilustrativo, de Merleau-Ponty), y examinando después el pro- blema de las condiciones sociales absolutamente particulares que hay que cumplit para que sea posible la experiencia del mundo so- cial en tanto que mundo evidence que la fenomenologia describe sin dotarse de los medios para dar razén de él 1a experiencia de un mundo donde todo parece evidente su- pone el acuerdo entre las disposiciones de los agentes y las expec- tativas o las exigencias inmanentes al mundo en el que estén inser- tos. Pero esta coincidencia perfecta de los esquemas précticos y las estructuras objetivas sélo es posible en el caso particular de que los esquemas aplicados al mundo sean fruto del mundo al que se aplican, es decir, en el caso de Ja experiencia ordinaria del mundo familiar (por oposicién a los mundos extrafios o exéticos). Las condiciones de un dominio inmediato de estas caracteristicas per- manecen invariables cuando nos alejamos de la experiencia del mundo del sentido comtin, que supone el dominio de instrumen- tos de conocimiento accesibles a todos y susceptibles de ser adqui- ridos mediante fa préctica cozsiente del mundo —por lo menos, hasta cierto punto-, para dirigimnos hacia la experiencia de los mundos escolésticos o los objetos que se producen en ellos, como has obras arcisticas,liveraras o cientificas, los cuales no resultan in- mediatamente accesibles para cualquiera. Bl indiscutible encanto de las sociedades estables y poco dife- renciadas, sede por antonomasia, segin Hegel, que tuvo sobre ef particular una intuicién muy penctrante, de la libertad concreta como cestar-en-casa» (bei sich sein) en lo que 53" se basa en la coincidencia casi perfecta entre las habitus y el habitat, entre los cesquemas de la visién mitica del mundo y la estructura del espacio doméstico, organizado segiin las mismas oposiciones, 0, tam- bién, entre las expectativas y las posibilidades objetivas de levarlas 2 cabo. En las propias sociedades diferenciadas, toda una serie de 10s sociales tienclen a garantizar el ajuste de las disposi- 194 ciones con las posiciones y ofrecen con ello a quienes se benefician de ellas una experiencia vana (0 engaitosa) del mundo social. Se observa asf que, en universos muy diferentes (patronal, episcopa- do, universidad, etcétera), la estructura del espacio de los agentes distribuidos segin las propiedades adecuadas para caracterizar tunos habitus (origen social, formacién, ttulos, etcévera) vincula- dos ala persona social corresponde bastante estrechamente a la s- tructura del espacio de las posiciones 0 los puestos (empresas, obispados, facultades y disciplinas, etcétera) distribuidos segiin sus caracteristicas especificas (por ejemplo, para las empresas, el volu- ‘men de negocio, el nimero de empleadas, la ancigtiedad, el status juridico). ‘Ast pues, siendo el habitus, como el propio término indica, el producto de una historia, los instrumentos de elaboracién de lo social que invierte en el conocimiento prictico del mundo y la ac- cidn estén socialmente elaborados, es decir, estructurados, pot el mundo que estructuran. De lo que resulta que el conocimiento préctico esté informado por partida doble por el mundo que in- forma: esté coaccionado por Ia estructura objetiva de la configura- cién de propiedades que le presenta; también esté estructurado por él a través de los esquemas, fruto de la incorporacién de sus estructura, que utiliza en fa seleccién 0 la elaboracién de estas propiedades objetivas. Lo que significa que la accién no es «mera- mente reactivay, segiin la expresién de Weber, ni meramente cons- ciente y caleulada. Por medio de las estructuras cognitivas y moti- vadoras que pone en juego (y que siempre dependen, en parte, del campo, que acta como campo de fuerzas formadoras, del que es fruco), el habitus contribuye a determinar las cosas que hay 0 no hay que hacer, las urgencias, etcétera, que deseneadenan la accién. Ast, para dar cuenta del impacto diferencial de un acontecimiento como la crisis de Mayo del 68 ral como lo registran unas estadisti- cas que se refieren a Ambitos muy diversos de la préctica, estamos abocados a suponer Ja existencia de una disposicién general que podemos caracterizar coma sensibilidad al orden y el desorden (0 a Ia seguridad), y que varfa segcin las condiciones sociales y los condicionamientos sociales asociados. Esta disposicién hace que unos cambios objetivos a los que otros permanecen insensibles 195 (ctisis econémica, medida administrativa, eteétera) puedan tradu- cirse en determinados agentes en modificaciones de los comporta- rmientos en diferentes Ambitos de la préctica (hasta en las estrate- gias de fecundidad).® Se podria extender ast a la explicacién de los comportamien- tos humanos una propuesta de Gilbert Ryle: de igual modo que no hay que decir que la copa se ha roto porque una piedra la ha golpeado, sino que se ha roo, cuando la piedra la ha golpeado, ‘porque era rompible, tampoco hay que decir, como se ve de forma particularmente manifiesta cuando un acontecimicnto insigni cante, en apariencia fortuito, desencadena enormes consecuencias, capaces de parecer desproporcionadas a todos aquellos que estén dotados de habitus diferentes, que un acontecimiento histérico ha determinado un comportamiento, sino que ha tenido ese efecto determinance porque un habitus susceptible de ser afecrado por ese acontecimiento le ha conferido esa cficacia. La attribution theory establece que las causas que una persona asigna @ una expe- riencia (y que, cosa que la teorfa no dice, dependen de su habieus) son uno de los determinantes importantes de la acci6n que va a cuprender como respuesta a esa experiencia (por ejemplo, eacén- dose de una mujer maltratada, volver con su marido en unas con- diciones que quienes la asesoran consideran intolerables). Lo que rng ha de llevar a decir (como Sartre, por ejemplo) que el agente ige (con «mala fer) lo que lo determina, pues, si cabe decir que se determing, en la medida en que labora la situacién que lo-de- termina, queda claro que no ha elegido el principio de su elec- cidn, es decir, su habitus, y que los esquemas de elaboracién que aplica al mundo también han sido elaborados por el mundo. Siguiendo la misme ldgica, también se podria decir que el ha- bitus contribuye a determinar lo que lo transforma: si admitimos que el principio de la transformacién del habitus estriba en el des- fase, experimentado como sorpresa positiva © negativa, entre las expectativas y la experiencia, hay que suponer que la amplitud de este desfase y la significacién que se le asigne dependerin del habi- tus, ya que la decepcién de uno puede significar Ia satisfaccién inesperada de otro, con los efectos de refuerzo o inhibicién corres- pondientes. 196 Las disposiciones no conducen de manera determinada a una acciGn determinada: sélo se revelan y se manifiestan en unas cit- ccunstancias apropiadas y en relacién con una situacién. Puede, por lo tanto, suceder que permanezcan siempre en estado vireual, como el valor del soldado en perfodo de paz. Cada una de ellas puede manifestarse mediante précticas diferentes, incluso opues- tas, segdn la situacién: por ejemplo, la misma disposicién aristo- critica de los obispos de origen noble puede expresarse mediante précticas en apariencia opuestas en contextos histéricos diferentes, como el de Meaux, pequefia ciudad de provincias, en los afios treinta, y el de Saint-Denis, en el acinturén rojo» de Paris, en los afios sesenta. Dicho lo cual, Ja existencia de una disposicién (como lex insita) permite prever que, en todas las circunstancias concebibles de una especie determinada, un conjunto determina- do de agentes se comportard de una forma determinada. El habitus como sistema de disposiciones a ser y hacer es una potencialidad, un deseo de ser que, en cierto modo, trata de crear las condiciones de su realizacién y, por lo tanto, de imponer las condiciones més favorables para Jo que es. Salvo un trascorno de consideracién (un cambio de posici6n, por ejemplo), las condicio- nes de su formacién son también las de su realizacién. Pero, en cualquier caso, el agente hace todo lo que est en su mano para posibilitar la actualizacién de las potencialidades de que est dota- do su cuerpo en forma de capacidades y disposiciones moldeadas por unas condiciones de existencia. Y muchos comportamientos pueden comprenderse como esfuerzos para mantener 0 producir un estado de mundo social 0 un campo que sea capaz de ofrecer 2 tal 0 cual disposicién adquitida ~el conocimiento de una lengua muerta 0 viva, por ejemplo— las posibilidades y Ja ocasién de ac- tualizarse. Constituye éste uno de los principios mayores (con los medios de realizacién disponibles) de las elecciones cotidianas en materia de objetos © personas: impulsado por las simpatias y las antipatias, los afectos y las aversiones, los gustos y las repulsiones, uno se hace un entorno en el que se siente wen casa» y donde pue- de llevar 2 cabo esa realizacién plena del deseo de ser que se iden- tifica con [a felicidad. Y, de hecho, se observa (en forma de una re- lacién estadtstica significativa) una sintonia, llamativa, entre las 197 caracteristicas de las disposiciones (y las posiciones sociales) de Tos agentes y las de los objetos de los que se rodean ~casas, mo- biliario, ajuar doméstico, etcétera~ o las personas con las que se asocian més o menos duraderamente ~cényuges, amigos, cono- cides. Las paradojas del reparto de la felicidad, cuyo principio enun- cié La Fontaine en la fabula del zapatero y el financieto, se ex- plican bascance bien: como el deseo de realizacién esté, 2 grandes rasgos, adaptado a las posibilidades de realizacién, el grado de sa- tisfeccidn {ntima que experimentan los diferentes agentes no de- pende ranto como se podrla creer de su poder efectivo en cuanto capacidad abstracta y universal de satisfacer necesidades y deseos abstractamente definidos para un agente indeterminado; depende, mds bien, del grado en que el modo de funcionamiento del mun- do social © del campo en el que estén insertos propicia el pleno desarrollo de su habitus. EL ENCUENTRO DE DOS HISTORIAS El principio de la accién no es, por lo tanto, ni un sujeto que se enftentara al mundo como lo haria con un objeto en una rela- cién de mero conocimiento, ni tampoco un «medio» que ejerciera sobre el agente una forma de causalidad mecénica; no estd en el fin material o simbdlico de la accién, ni tampoco en las imposi- ciones del campo. Estriba en la complicidad entre dos estados de lo social, entre la historia hecha cuerpo y Ia historia hecha cosa, 0, sms precisamente, entie la historia objetivada en las cosas, en for- ma de estructuras y mecanismos (los del espacio social o los cam- pos), y en historia encarnada en las cuerpos, en forma de habitus, complicidad que establece una relacién de participacién casi mé- sgica entre estas dos realizaciones de la historia. El habitus, produc- to de una adquisicién histérica, es lo que permite la apropiacién del logro histérico. De igual modo que la letta s6lo abandona su ‘estado de letra muerta por medio del acto de lectura, que supone tuna aptirud adquirida para leer y descfrar, la historia objetivada (en unos instrumentos, unos monumentos, unas obras, unas téc- 198 niicas, etcétera) sélo puede convertirse en historia actuada y ac- ruance si la asumen unos agentes que, debido a sus inversionés an- teriores, tienen tendencia a interesarse por ella y estan dotados de Jas aptitudes necesarias para reactivarla, Bn la relaci6n entre ef habitus y el campo, entre el sentido del juego y el jucgo, se engendran las apuestas y se constituyen unos fines que no se plantean como «ales, unas potencialidades objeti- vas que, pese a no exist fuera de esa relacién, se imponen, dentro de clla, con una nccesidad y una cvidencia absolutas. El juego, para quien esté emetido» en él, absorto en él, se presenta como un universo trascendente, que impone sin condiciones sus fines y sus normas propios: si lo sagrado sdlo cxiste para cl scntido de Jo sa- grado, éste, no obstante, lo asume con plena trascendencia, y la illusio s6lo es ilusién 0 «diversién», como sabemos, para quien aprehende el juego desde firera, desde el punto de vista del wespec- tador imparcia Dicho esto, la correspondencia que se observa entre las posi- ciones y las tomas de posicién nunca tiene carécter mecénico y fa- tal; en un campo, por ejemplo, sélo se establece mediante escrate- gias prcticas de agentes dorados de habitus y capitales especificos diferentes y, por lo tanto, de un dominio desigual de las fuerzas de produccién especificas legadas por las generaciones precedentes y capaces de aprehender el espacio de las posiciones como espacios de posibles mds o menos abiertos donde se anuncian, de forma ‘més 0 menos imperativa, las cosas que se imponen como «por ha- cer», (A quienes traten de imputar esta constatacién a una especie de prejuicio adeterministar, quisiera expresarles solamente la sorpresa, siempre renovada, que he experimentado en miiltiples ocasiones ante la necesidad que la légica de la investigacién me Ilevaba a descubrir; y ello no para disculparme por alguna imper- donable infraccién contra la libertad, sino para animar a quienes se indignan ante tamafia determinacién por poner de manifiesto ciertos dezerminismos que llevan a abandonar el Jenguaje de la de- ouncia metafisca o la condena moral, a que se sitéten, en la medi- da de lo posible, en el terreno de la refutacién cientifica,) El cucrpo esté en cl mundo social, pero el mundo social esté ‘en el cuerpo (en forma de héxisy de efdes). Las propias estructuras 199 del mundo estén presentes en las estructuras (0, mejor ain, en los esquemas cognitives) que los agentes utilizan para comprenderto: ‘cuando una misma historia concurre en el habitus y el habitat, en las disposiciones y la posicién, en el rey y su corte, en el empresa- rio y su empresa, en el obispo y su didcesis, la historia, en cierto modo, se comunica consigo, se refleja en sf misma, La relacién déxica con el mundo natal es una relacién de pertenencia y pose sidn en la que el exerpo poseico por la historia se apropia de for- ‘ma inmediata de las cosas habitadas por la misma historia. Sélo cuando la herencia se ha apropiado del heredero puede éste apro- plarse de aquélla. ¥ esta apropiacién del heredero por la herencia, condicién de la apropiacién de éta por aquél (que nada tiene de fatal), se leva a cabo por el efecto combinado de los condiciona- mientos inherentes ala condicién de heredero y Ja accién pedagé- gica de los predecesores, propietatios apropiados. El heredero heredado, apropiado a la herencia, no necesita querer, es decit deliberar, elegir y decidie conscientemence para ha- cer lo apropiado, lo conveniente para los intereses de la herencia, de su conservacién y su incremento. En realidad, no puede saber Jo que hace ni lo que dice y, sin embargo, no puede hacer ni decir nada que no sea conforme a las exigencias de la perpetuacién de la herencia. (Gin duda, asf se explica el lugar que ocupa la herencia profesio- nal, en parcicular mediante los procedimientos, en gran parte oscu- 10s para si mismas, de cooptacién de los cuerpos ~en el sentido de grupos organizados: el habitus heredado y, por lo tanto inmediata- mente ajustado, y la coercién que ejerce el cuerpo por medio de él cs el aval mds seguro de una adhesién directa y toral alas exigencias, a menudo implicias, de los cuerpos sociales. Las estrategias de re- pproduccién que engendra constituyen una de las mediaciones gra- cias a las cuales se lleva a cabo la tendencia del orden social para perseverar en else, es decit, lo que podria lamarse su conatus,) Luis XIV esté tan plenamente identificado con Ja posicién que ocupa en el campo de gravitacién cuyo sol es, que resuleacfa tan vano tratar de determinar lo que, entre todas las aeciones que ssurgen en el campo, ¢5 0 no ¢s fruto de su voluntad como, en un concierto, distinguir lo que es obra del director de orquesta y lo 200 que lo es de los musicos. Su propia voluntad de dominar es fruto del campo que domina y que hace que todo tedunde en su benef cio: «Los privilegiados, apresados en las redes que se echaban mu- tuamente, se mantenfan, por as! decirlo, en sus posiciones unos otros, aunque sélo soportaran el sistema a segafiadientes. La pre- sidn que los inferiores o los menos privilegiados cjercfan sobre ellos les obligaba 2 defender sus privilegios. Y viceversa: la presién de los de artiba incitaba a los de abajo a librarse de ella imitando a quienes habian aleatorizado una posicién mds favorable; en otras palabras, encraban en el circulo vicioso de la rivalidad de rango.** ‘Asi, un Estado que se ha convertido en el sfmbolo del absolu- tismo y presenta en su grado més alto, para el propio monarca («El Estado soy yon), el mas directamente interesado en esa repre- sentacin, las apariencias del «Aparato, oculta, en realidad, un campo de luchas en al que e! detentador del «poder absoluto» tie~ ne que implicarse, por lo menos lo suficiente, para favorecer ¥ ex- plotar las divisiones y movilizar as{ en beneficio propio la energla engendzada por el equilibria de las tensiones. El principio del mo- vimiento perpetuo que agita el campo no esttiba en un primer motor inmévil ~en este caso el Rey Sul-, sino eu be propia lucha que, producida por las estructuras constitutivas del campo, tiende a reproducir sus estructuras, sus jerarquias. Reside en las acciones y las reacciones de los agentes: éstos no tienen mas eleccidn que luchar para conservar © mejorar su posicién, es decit, conservar 0 aumentar el capital especifico que sélo se engendra en el campo; de este modo contribuyen a imponer a los demds las coerciones, a menudo experimentadas como insoportables, fruto de la compe- tencia (salvo, claro esté, si se excluyen del juego mediante una re- nuncia heroica que, desde el punto de vista de la illusio, es la muerte social y, por lo tanto, una opcién impensable). En resu- men, nadie puede aprovecharse del juego, ni siquiera los que lo dominan, sin implicarse en él, sin participar en él: es decir, no ha- bifa juego sin la adhesién (visceral, corporal) a él, sin el interés en 4 como tal que origina los intereses diversos, incluso opuestos, de Jos diferentes jugadores, asi como de las voluncades y las expectati- vas que los estimulan, las cuales, producidas por el juego, depen- den de la posicién que ocupan en él. 201 De este modo, la historia objetivada sélo se convierte en ac- tuada y actuante si el puesto, mds o menos institucionalizado, con el programa de accién, més © menos codificado, que contiene, en- cuentra, como si fuera una pienda de vesti, una herramienta, un libro 0 una casa, a alguien a quien le resulte Gul y se reconozca en lo suficicnse para hacerlo suyo, utilzatlo, asumirlo y, al mismo tiempo, dejarse poseer por él. El camarero no juega a ser camare- ro, como pretendéa Sartre.” Al ponerse el uniforme, concebido para expresar usta forma democratizada y casi burocrdtica de la dlignidad servicial del exiado de casa seforial, y realizar el ceremo- nial de la diligencia y la solicitud, que puede ser una estrategia para ocultar retrasos u olvidos, o endosar un producto de mala ca- lidad, no se convierte en cosa (o «en sfv). Su cuerpo, donde figura inscrita una historia, se fiande con su funcién, es decir, con una historia, una tradicién, que sélo ha visto hasta entonces encarnada en cuerpos, 0, mejor dicho, en esas prendas de vestir habitadas por un habitus concreto que se suele llamar camatero. Lo que no significa que haya aprendido a ser camarero imitando 2 otros ca- ‘mareros, constituidos asf en modelos explicitos. Se mete en la piel del personaje del camarero no como un actor que interpreta un papel, sino mas bien como un nifio que se identifica con su padre y adopta, sin siquicra necesitar hacer vero, una manera de fruncir los labios al hablar 0 de desplazar los hombros al caminar que le parece constisutiva del ser social del adulto hecho y derecho. Ni siquicra cabe decir que se toma por camarero: esta metido tan de lleno en fa funciéa a la que socio-légicamente estaba abocado ~en tanto que, por ejemplo, hijo de tendero que ha de ganar lo suf ciente para instalarse por su cuenta-. En cambio, basta con colo- car a.un estudiante en su posicién (como se veta a veces después del 68, en algunos restaurantes de evanguardiay) para ver eémo marca, de mil maneras, la distancia que pretende mantener, simu- Iando precisamente interpretarla como un papel, respecto a una funcién que no carresporide a la idea (Socialmente constituida) que tiene de su ser, es decir, de su destino social, 0 sea, respecto a tuna profesién para la que no se siente nacido, y en la que, como dice cl consumidor sartriano, no piensa «dejarse atrapar». Y como prueba de que el intelectual no coma mayor distancia 202 aque el camarero respecto 2 su puesto, y a lo que lo define propia- mente en tanto que intelectual, es decir, la ilusién escoldstica de la distancia respecto a todos los puestos, basta leer como un documen- 10 ansropoldgico el andlisis mediante el cual Sartre prolonga y «uni- versalizay la famosa descripcién: «Por mucho que realice las fun- ciones de camarero, sélo puedo serlo de modo neutralizado, como el actor es Hamlet, haciendo mecénicamente los gestos tipicos de mi estado y tratando de verme como camarera imaginario a través de estos gestos tomados como andlogén. Lo que trato de realizar es tun ser en sf de camacero, como si no estuviera en mi poder confe- rir su valor y su urgencia a mis obligaciones y mis derechos de es- tado, como si no dependiera de mi libre albedrio levantarme todas las mafianas a las cinco © quedarme en la cama, aunque me despi- dieran. Como si por el hecho de dar vida a este papel no lo tras- cendiera por todas partes, no me constituyera como un mds alld de mi condicién, Sin embargo, no hay duda de que soy, en un sen- tido, camarero: si no, zno podria de igual modo llamatme diplo- mitico, 0 periodista?y™® Habsia. que detenerse en cada palabra de esta especie de pro- ducto milagroso del inconsciente social que, aprovechando el do- ble juego (0 el doble yo) autorizado por un empleo ejemplar del ‘yo fenomenol6gico y la identificacién «comprensivas con el otto (Sartre la ha practicado mucho), proyecta una conciencia de inte- lectual en una practica de camatero, 0 en el andlogon imaginario de esta prictica, y produce una especie de quimera social, un ‘monstruo con cuerpo de camarero y cabeza de fildsofo: zhay que tener, acaso, la libertad de quedatse en la cama sin ser despedido para aprehender a quien se levanta a las cinco de Ja madrugada para barrer los locales y poner en matcha la cafetera antes de la lle- gada de los clientes como liberndose (,libremente?) de la libertad de quedarse en la cama, aunque lo despidan? El lector habri reco nocido la Idgica, la de la identificacién con una entelequia, segiin la cual otros, tomando la relacién «intelectual» con la condicién dobrera por la relacién del obrero con esa condicién, han podido producir un obrero comprometido por entero en las eluchas» 0, por el conttario, por mera inversién, como en los mitos, desespe- radamente resignado a no ser mas que lo que es, a su «ser en six de 203 dobrero, carente de la libertad que conflere el hecho de contar en- tte sus propios posibles unas posiciones como la de diplomatico 0 petiodista. A DIALECTICA DE LAS DISPOSICIONES ¥ LAS POSICIONES. En los casos de coincidencia més 0 menos perfecta entre la evocacidn» y la amisiéns, entre las eexpectativas colectivas», como dlice Mauss, inscrias las més de las veces de manera implicita en la posicién, y las expectativas © las esperangas introducidas en las Aisposiciones, entre las estructuras objetivas y las esteucturas cog- nitivas mediante las cuales son aprehendidas, resultarfa vano tratar de buscar, de discinguir, en la mayoria de casos, Jo que, en las peticas se debe al efecto de las posiciones y lo que es fruco de las disposiciones que los agentes aportan a ells, as cuales tigen su re- lacién con el mundo y, en particular, su percepcién y su valora- cin de la posicién; por lo tanto, rigen también su manera de ocu- parla y, por ende, la erealidad» misma de esa posicién. Sélo hay accién, e historia, y conservacién o transformacion de las estructuras, porque hay agentes que no se reducen a lo que cl sentido comiin, y tras él el «individualismo metodolégico», in- toducen en la nocién de individuo y que, en tanto que cuerpos socializados, estin dotados de un conjunto de disposiciones que implican a la vez la propensidn y la aptitud para entrar en el juego y jugar a 4 con mds 0 menos éxito. Sélo recurriendo a las disposiciones se puede comprender realmente, sin establecer la hipétesis devastadora del célculo racio- nal de todos los pormenores de la accién, la comprensién inme- diata que los agentes se dan a s{ mismos del mundo al aplicarle uunas formas de conocimiento procedentes de la historia y Ia es- tructura del propio mundo al que las aplican; s6lo este recurso permite dar cuenta de ese sentimiento de evidencia que, de modo paradéjico, oculta de forma particularmente eficaz, incluso para quienes Jo desctiben mejor, como Husserl y Schiiv, las condicio- nes particulares (y, sin embargo, relativamente frecuentes) que lo posibilitan. 204 Pero los casos de ajuste de las disposiciones a las situaciones, constituyen, admis, una de las demostraciones més sobrecogedo- ras de la inanidad de la oposicién preelaborada entte el individuo y la sociedad o entte lo individual y lo colectivo. Que esta oposi- cidn pseudocientifica sea tan resistence a las tefutaciones se debe a que la sostiene la fuerza meramente social de las rucinas de pensa- Iiento y los auromatismos de lenguaje; la sostiene la légica de las coposiciones escolares que subyacen en los temas de disertacién y las lecciones magistrales (Tarde ~ Weber— contra Durkheim, conciencia individual contra conciencia colectiva, individualismo merodolégico contra holismo, RATS ~partidarios de la Rational Action Theory contra CATS ~pattidatios de la Collective Action Theory etcéreta); la sostiene la tradicién literariofilos6fica de la disidencia libertatia contra los poderes sociales y, en particulas, contra el Estado; finalmente, y sobre todo, la sostiene la fuerza y constancia de las oposiciones politicas subyacentes (liberalismo contra socialismo, capitalismo contra colectivismo), que los «teé- ticose poco sagaces y poco escrupulosos se apresuran a asumir ha- Giéndolas suyas en forma, a veces, apenas eufernizada.” La nocidn de habitus permite liberarse de esut alternative leral ysal mismo tiempo, superar la oposicién entte e! realismo, para el ‘cual s6lo existe el individuo (o el grupo como conjunto de indi duos), y el nominalismo radical, para el cual las ercalidades soc sv no son ms que palabras. ¥ ello, sin hipostasiar lo social en una entidad como la «conciencia colectivay durkheimiana, falsa solucién a un problema real: en cada agente, es decir, en el estado individuado, existen disposiciones supraindividuales que son ca- paces de funcionar dle forma armonizada y, si se quiere, colectiva (la nocién de habitus permite, como hemos visto, dar cuenta de procesos sociales colectivos y dotados de una especie de finalidad objetiva -como la tendencia de los grupos dominantes a asegurar su propia perpetuacién- sin recurtir a colectivos personificados ‘que plantean sus propios fines, ni a la agregacién mecénica de las acciones racionales de los agentes individuales, ni a una concien- cia o una voluntad central, capaz de imponerse por mediacién de una disciplina). Debicio a que lo social se instituye también en los individuos 205 bioldgicos, hay, en cada individuo socializado, una parte de lo co- lectivo y, por lo tanto, unas propiedades vélidas para coda una cla- se de agentes, que gracias ala estadistica se pueden conocer. El ha- bitus entendido como individuo 0 cuerpo bioldgico socializado, 0 como ente social biolégicamente individuado a través de la en- carnacién en un cuerpo, es colectivo, o transindividual, y, por lo tanto, ¢s posible claborar clases de habitus caracterizables estadisti- camente. Por ello, el habitus esté en condiciones de intervenir efi- cazmente en un mundo social o un campo con el que esté ajusta- do genéticamente. Pero no por ello la colectivizacién del individuo biolégico que leva a cabo la socializacién hace desaparecer todas las propieda- des antropolégicas relacionadas con el soporte biolégico. También. hhay que tomar nota de todo lo que lo social incorporado ~piénse- se, por ejemplo, en el capital cultural en estado incorporedo— debe al hecho de estar ligado al individuo biolégico y, pot lo tan- to, de ser dependiente de las debilidades y os fllos de! cuerpo: el deterioro de la ficultades, mneménicas en particular, o la posible imbecillitas del heredero de la corona, o la muerte. Y también todo lo que debe a la Idgica espectfica del funcionamiento del or: ganismo, que no cs la de un mecanismo sencillo, sino la de una estructura basada en la integracién de niveles de organizacién cada vez més complejos, y a la que hay que recurrir para dar cuen- ta de algunas de las propiedades ms caracteristicas del habicus, como la tendencia a la genetalizacién y la sistematicidad de sus disposiciones La relaci6n entre las disposiciones y las posiciones no siempre adopra la forma del ajuste casi milagroso y, por ello, condenado a pasar inadvertido, que se observa cuando los habitus son fruro de estructuras variables, precisamente aquellas en las que se actual ani en este caso, al estar los agentes abocados a vivir en un mun- do que no ¢s radicalmente diferente del que ha moldeado su habi- tus primario, la armonizacién se efectia sin dificultad entre la posicién y las disposiciones de quien la ocupa, entre la herencia y el heredero, entre el puesto y su detentador. Debido en particular a transformaciones estructurales que suprimen 0 modifican deter- minadas posiciones, y asimismo a la movilidad inter 0 intragene- 206 racional, la homologfa entre el espacio de las posiciones y el de ks disposiciones nunca es perfecta y siempre existen agentes en falso, desplazados, a disgusto en su lugar y también, como suele decirse, «dentro de su pielo. De la discordancia, como les ocurrlaa los «c2- balleros» de Port-Royal, puede surgir una disposicién a la lucidez y la crtica que Hleva al rechazo de aceptar como evidentes las ex- pectativas 0 los requerimientos del puesto y, por ejemplo, 2 cam- biar el puesto de acuerdo con las exigencias del habitus en vez. de ajustar el habitus a las expectativas del puesto. No hay caso més ilustrativo de le dialéctica entre las disposiciones y las posiciones que el de las posiciones situadas en zonas de incertidumbre del es- pacio social, como las profesiones todavia mal definidas, canco por ssus condiciones de acceso como por sus condiciones de ejercicio (educador, animador cultural, asesor de comunicacién, etoécera). Debido a que estos puestos mal delimitados y mal garantizados, peto sabiestos y, como se dice a veces, «con mucho porvenir», de- jan a sus ocupantes la posibilidad de definirlos introduciendo la necesidad incorporada que es constitutiva de su habitus, su futuro dependeré mucho de lo que hagan sus ocupantes, 0, por lo me- nos, aquellos que, en las luchas internas de la eprofesién» y las confrontaciones con las profesiones préximas y competidoras, consigan imponer la definicién de la profesién més favorable para lo que son. Sree roe eee eee en los habitus y las exigencias implicadas en la definicién del puesto no son de menor importancia en los sectores més regula- dos y rigidamente estructuradas de la estructura social, como las profesiones mds antiguas y mejor codificadas de la funcién pabli- «a, Asi, lejos de ser un producto mecénico de la organizacién bu- rocrética, algunos de los rasgos més caracteristicos del comporta- iento de los pequefios funcionarios, la tendencia al formalismo, el fetichismo de la puntualidad o ta rigidez en la relacién con el reglamento constituyen la manifestacién, en su situacién particu- Jarmente favorable a su actualizacién, de un sistema de disposicio- nes que se expresa también, al margen de la situacién burocrdtica, en todas las précticas de la existencia, y que bascasfa para predis- poner a los miembros de la pequefia burguesia para las cualidades 207 requeridas por el orden burocritico y exaltadas por la idcologia del «servicio puiblico»: probidad, minuciosidad, rigorismo y pro pensién a la indignacién moral. La tendencia del campo burocré- tico, espacio relativamente autnomo de relaciones (de fuerza y lucha) entre unas posiciones explicitamente constituidas y codi cadas (es decir, definidas en su rango, su competencia, etcétera), a edegenerat» y convertirse en «institucién total» que exige Ja identi- ficacién completa y mecénica del «funcionario» con su funcién y la cjecucién estricta y mecinica de las regis de derecho, regh- ‘mentos, directrices, crculares, no va mecanicamente ligada a los efectos morfoldgicos que la estatura y el niimero pueden ejercer sobre las estructuras (por ejemplo, mediante las cocrciones im- puestas @ la comunicacién): sélo puede realizaise en la medida en que cuenta con la complicidad de las disposiciones. ‘Cuanto més nos alejamos del funcionamiento habitual de los campos pata dirigitnos hacia los Ifmites, jamds alcanzados, sin duda, donde, con la desaparicién de toda lucha y toda resistencia ala dominacién, el espacio de juego se hace més rigido y se redu- ce a una sinstitucién totaly en el sentido de Goffiman o, ahora en tun sentide riguroso, a un apuratu, nds canbe a iasticuciou 4 conte sagrar a unos agentes que todo lo dan a la institucién (al partido, a la iglesia o a Ia empresa, por ejemplo), y que efectian esta obla- cién con mayor facilidad cuanto menos. capital poseen al margen de la institucién (los detentadores de «diplomas de la casa», por ejemplo) y, por lo tanto, menos dibertad tienen respecto a ella y respecto al capital y los beneficios especificos que la institucién oftece. El appardtebik que lo debe todo al aparato es cl aparato he- cho hombre, dispuesto a darlo todo a un aparato que le ha dado todo: se pueden poner en sus manos, sin temor, las mes alas res- ponsabilidades, puesto que nada puede hacer para hacer progresar sus intereses sin que, precisamente por eso mismo, satisfaga tam- bién las expectativas y los intereses del aparato; como el oblato, std predispuesto a defender la institucién, con plena conviccién, de las amenazas que representan para ella las desviaciones heré- ticas de aquellos a los que un capital adquirido al margen de la institucién permite tomar distancias respecto a las creencias y las jerarquias internas, o incluso los inclina a hacerlo, 208 DESFASES, DISCORDANCIAS Y FALLOS EI hecho de que las respuestas que engendra el habitus sin cileulo ni propésito parezcan, las més de las veces, adecuadas, co- herentes ¢ inmediatamente inceligibles, no ha de llevar a conver- tirlos en una especie de instinto infalible, capaz de producir al ins- tante milagrosas respuestas ajustadas a todas las situaciones. La concordancia anticipada entre ol habitus a las condiciones obj vvas es un caso particular, particularmente frecuente, sin duda (en los universos que nos son familiares), pero que no hay que univer- salizar. (Sin duda, a partir del caso particular de la concordancia entre el habitus y la estructura se ha entendido con frecuencia como un principio de repeticidn y conservacién un concepto que, como el de habitus, se me impuso inicialmente como el tinico medio de dar cuenta de los defixes que se observaban en una economia como la de la Argelia de los afios sesenta —y que todavia se observa, ‘en muchos paises considerados cen vias de desarrollo» entre las esttucturas objetivas y las incorporadas, entre las instituciones ccondiuivas laiporvadas © linpuestas por la colonizacién 0 im- puestas por el mercado en la actualidad— y las disposiciones eco- inémicas introducidas por unos agentes procedentes directamence del mundo precapitalista. Esta situacién casi experimental produ- cia el efecto de hacer que aparecieran en negativo, en todos los comportamientos que solfan describirse entonces como quebran- tamientos de la eracionalidads y axesistencias a ka modetnidad», y que solfan imputarse a mistetiosos factores culturales, como el is- lam, las condiciones ocultas del funcionamiento de las insticucio- nes econdmicas, es decir, las disposiciones econémicas que los agentes han de poseer para que las estructuras econémicas puedan funcionar armoniosamente, tan armoniosamente que hasta esa condicién misma de su buen fancionamiento pase inadvertida, ‘como en las sociedades donde las instituciones y las disposiciones econdmicas han seguido un desarrollo paralelo. ‘Me vi asi abocado a poner en cela de juicio la universalidad de las disposiciones econémicas lamadas racionales y, al mismo tiempo, a plantear el problema de las condiciones econdmicas -y 209 culturales~ de acceso a estas disposiciones, problema que, joh pa- tadoja!, los economistas omiten plantear, con lo que aceptan como universales antihistéricos nociones que, como las de accién racional o preferencias, de hecho, se determinan econémicamente y se moldean socialmente. No menos paradgjico resulta que pue- dda recurritse a Bergson para recordar una evidencia histérica que la deshistoricizacién asocinda @ la familiasidad suele hacer olvidar: «Hlacen falta siglos de cultura para producir un utilitaista como Stuart Mills2# es decir, lo que los economicistas que se remien al fundador del utilitarismo consideran como una naturaleza univer- sal. Lo mismo cabrla decir de todo lo que cf racionalismo prima- tio inscribe en la razén. La légica es el inconsciente de una socie- dad que ha inventado la légica. La accién l6gica, en la definicién que de ella da Pareto, o la accién racional, segiin Weber, es una accién que, al tener el mismo sentido para quien Ia lleva a cabo y para quien Ia observa, no tiene exterior, carece de excedente de sentido, salvo que ignora las condiciones histéricas y sociales de csa transparencia perfecta para consigo misma.) El habitus no estd necesariamente adaptado ni es necesaria- mente coherente. Tiene sus grados de integracidn, que correspon- den, en particulas,'a grados de scristalizacidan del status ocupado. Se observa asf que a posiciones contradictorias, aptas para ejercet sobre sus ocupantes «dobles coerciones» estructurales, correspon- den a menudo habitus desgarrados, dados a la contradiccién y la divisién contra s{ mismos, generadora de suftimiento. Ademés, aunque las disposiciones puedan deteriorarse o debilitarse debido a una especie de adesgaster relacionado con la ausencia de actuli- zaciéa (correlativa, en particular, con un cambio de posicién y condicién social), o debido al efecto de una coma de conciencia asociada a una labor de tcansformacién (como la correccidn de los acentos, de los modales, etestera), hay una inercia (0 una histéresis) de los habitus que tienen una tendencia esponténea (inscrita en la Biologia) a perpetuar unas estructuras que corresponden a sus condiciones de produccién. En consecuencia, puede ocurrir que, segin el paradigma de don Quijote, ls disposiciones estén en de- sacuerdo con el campo y las expectativas colectivasy que son constitutivas de su normalidad. Sucede, en particular, cuando un 210 campo experimenta una crisis profunda y sus regularidades (inclu- so sus reglas) resultan profindamente trastocadas. A la inversa de lo que ocutte en las situaciones de concordancia, cuando la evi- dencia unida al ajuste hace que se vuelva invisible ef habitus que lo posibilita, el principio de legalidad y regularidad relativamence auténomo que conse el habits surge enconces con carded Pero, mas generalmente, la diversidad de las condiciones, la diversidad correspondiente de los habitus y la multiplicidad de los desplazamientos intra ¢ intergeneracionales de ascensién 0 declive hhacen que los habitus puedan encontrarse enftentados, en muchos casos, a condiciones de actualizacién diferentes de aquellas en las due fueron producidos: asi ocurre, particularmente, en todos los casos en que los agentes perpetian disposiciones que se han vuelto obsoletas debido 2 las transformaciones de las condiciones objeti- vvas (envejecimiento social), o que ocupan posiciones que requie- zen disposiciones diferentes de aquellas que deben a su condiciéa de origen, sca de modo duradero, como los nuevos ticos, 0 coyun- tural, como Jos més necesitadas enanda tienen que afeoncar situa- ciones regidas por las normas dominantes, como determinados mercados econémicos o culcurales. ‘Los habitus cambian sin cesar en funcién de las experiencias nuevas, Las disposiciones estin sometidas a una especie de revi- sién permanente, pero que nunca es radical, porque se lleva a cabo a partir de las premisas instiuidas en el estado anterior. Se caracterizan por una combinacién de constancia y vatiacién que cambia segtin los individuos y su grado de agilidad o rigidez: si, recuperando la distincién de Piaget a propésito de la inteligencia, la adaptacién se impone demasiado, surgen habitus rigidos, cerra- dos sobre sf mismos y demasiado integrados (como ocurre con los ancianos); silo que se impone es la acomodacién, el habitus se di suclve en el opottunismo de una especie de mens momentanea, y ¢s incapaz de conectar con el mundo y tener un sentimiento inte- grado de sf mismo. En las situaciones de crisis o cambio dristico, y, en particular, las que se observan en los casos de contactos de civilizacién rel cionados con la situacién colonial o los desplazamientos muy ré- 2u1 pidos en el espacio social, los agentes tienen, menudo, dificulea- des para mantener unidas las disposiciones asociadas a estados 0 tapas diferentes, y algunos, con frecuencia los que, precisamente, estaban mejor adaptados al estado antetior del juego, tienen difi- cultades para ajustarse al nuevo orden establecido: sus disposicio- nes se vuelven disfuncionales, y los esfuerzos que pueden hacer para perpetuarlas contribuyen 2 hundirlos més profundamente en el fracaso, Es el caso de los herederos de grandes familias» bearne- sas que estudié durante los afios sesenta, los cuales, impulsados por antiguas disposiciones y estimulados por madres protectoras ¥ apegadas a un orden ca vias de extincién, se condenaban al celiba- toy una especic de muerte social; también es el caso de los elegi- dos de las escuclas de élite que, siempre durante los afios sesenta, perpetuaban, de forma inscnsata, una imagen de la realizacién universitaria, en particular a propésito de la tesis de doctorado, que los condenaba a ceder su sitio a los recién llegados, a menudo con mucho menos curriculum académico, pero que sabfan adop- tar los nuevos cinones, menos exigentes, del rendimiento acadé- mico 0 abandonar la via real para tomar atajos (dirigiéndose por ‘ejemplo hacia el CNKS —Centre national de la recherche scientifi- que-; la Escuela de altos estudios 0 las muevas disciplinas).* Re- sultaria fécil extraer de la historia innumerables ejemplos de atis- técratas que, por no querer, 0 no poder, rebajarse (habicus de nobleza~ oblige), dejaron que su privlegio se convirtiera en desventaja en la competencia con grupos sociales menos lina- judos. De manera més general, el habitus tiene sus fallos, sus mo- mentos criticos de desconcierto y desfase: la relacién de adapra- cién inmediata queda en suspenso en un instante de vacilacién en el que puede insinuarse una forma de reflexién que nada tiene que ver con la del pensador escoléstico y que, por medio de fos movi- mientos del cuerpo (por ejemplo, el que calibra con la mirada o el ademdn, como un tenista que repite una jugada fllida, los efectos del movimiento realizado 0 al desfase entre éte y el movimiento que hay que realizar), mantiene la mirada puesta en la préctica y no en quien la realiza. lay que plegarse a los hibitos de pensamiento que, como la 212 dicocomta de lo consciente y lo inconsciente, abocan a plantear el problema de la parte que corresponde, en la deretminacién de las précticas, a las disposiciones del habicus 0 a los propésitos cons- cientes? Leibniz daba, en Monadologia," una respuesta excrafia, que tiene ef mérito de orongar un espacio, de importancia, a lz srazén pricticas: «Los hombres obran como los animales, en tanto que las consecuciones de sus percepciones sélo se logran por me- dio de la memoria; se parecen a los médicos empiticos, que tienen tuna mera préctica sin teorias y s6lo somos emplticos en las tres ccuartas partes de nuestras acciones.»” Pero, en realidad, la distin- cidn no es facil, y muchos de los que han reflexionado sobre lo ‘que significa seguir una regla han observado que no hay regla que, por precisa y explicita que sea (como la regla juridica, 0 Ia mace- mitica), pueda prever todas las condiciones posibles de su ejecu- «ién y, por lo tanto, no deje, inevitablemente, cierto margen de juego o interprecacién, reservado a las estracegias précticas del ha- bitus (cosa que deberia plantear algunos problemas a quienes pos- tulan que los comportamientos regulados y racionales son necesa- riainente resultado de la voluntad de someterse a reglas explicicas y reconocidas). Pero, a la inversa, les improvisaciones del pianista 0 las figuras Hamadas libres de! gimnasta nunca se producen sin cietta presencia de espititu, como suele decirse, cierta forma de pensamiento o incluso de reflexion préctica, reflexién en situacién y accidn que es necesatia para valorar en el acto la accién o el ges- to realizado y corregir una mala posicién del cuerpo, rehacer un movimiento imperfecto (a fortiori, lo mismo vale para las conduc- tas de aprendizaje). ‘Ademés, el grado en el que cabe dejarse llevar por los auroma- tismos del sentido préctico varfa, evidentemente, segiin las situa- ciones y los Ambitos de actividad, pero también segiin la posicién cocupada en el espacio social: es probable que aquellos que estin sen sut lugar» en el mundo social puedan dejarse llevar més y mas completamente o fiarse de sus disposiciones (Ia famosa «soltura» de las personas de buena familia) que los que ocupan posiciones * Version castellana: Monadalogl, trad. de Pere Arnau Hilari Montaner, Madhid, Alhambra, 1989. (N. del T) 213 eit falso, como los nuevos ricos o quienes han descendido de cate- fa social; pero éstos tienen més posibilidades de tomar concien- cia de lo que, para otros, resulta evidente, pues estén obligados a controlarse y a corregir de modo consciente los «primeros movi- imientos» de un habitus generador de comportamientos poco adaprados 0 desplazados. 214° 5. Violencia simbélica y luchas politicas

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