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TRANSHUMANISMO, LOS ARQUITECTOS DEL FUTURO

Cuenta la mitologíía que ÍÍcaro fue uno de los primeros


humanos en volar. Y lo hizo gracias a la habilidad de su
padre: Deí dalo construyoí unas alas a base de plumas y cera
para que ambos pudieran escapar de la torre de Creta en la
que estaban presos. Esta historia demuestra que la
tecnologíía ha estado unida a la humanidad desde hace
milenios. Los seres humanos siempre han buscado ir maí s
allaí de sus posibilidades y para lograrlo han utilizado
todos los medios a su alcance, modificando su entorno y, tambieí n, sus cuerpos.
Hoy ya no fabricamos alas pero síí trasplantamos oí rganos de otras personas,
fecundamos a nuestros hijos fuera del uí tero o implantamos dispositivos para
aliviar la sordera. Pero todavíía no hemos llegado a nuestro líímite, todavíía
podemos mejorar. Eso es lo que opinan los cientííficos, ingenieros y
filoí sofos adscritos a una corriente de pensamiento llamada
transhumanismo.
En pocas palabras, los transhumanistas sostienen que gracias a la
tecnologíía y los avances meí dicos los seres humanos podraí n mejorar
sus capacidades, tanto fíísicas como mentales, y corregir los aspectos
negativos de la vida (como el sufrimiento, la enfermedad o el
envejecimiento). La consigna de este movimiento es “liberar a la
raza humana de sus limitaciones bioloí gicas” y su objetivo llegar a la
posthumanidad, el siguiente estadio de la evolucioí n.

Los profetas del transhumanismo describen un futuro en el que moriremos a los


1000 anñ os, tendremos un cociente intelectual de 200 y podremos eliminar gran
parte de las enfermedades gracias a la seleccioí n geneí tica. Ante estas
afirmaciones caben dos preguntas: ¿estaí n en lo cierto o son teoríías sin
fundamento? y, en caso de que se cumplan sus predicciones ¿el resultado seraí
positivo o se desvirtuaraí la esencia del ser humano?
Antes de abordar estas cuestiones veamos a queí nos referimos exactamente al
hablar de transhumanismo. Primero vamos a examinar los aspectos de la vida
que seguí n los transhumanistas seraí n modificados y despueí s descubriremos a los
principales promotores de este movimiento.

LOS CAMBIOS
Longevidad
Se calcula que hasta el siglo XÍX, la esperanza media de vida al nacer no superaba
los 40 anñ os. Hoy llega a los 80 anñ os en los paííses desarrollados. Las razones de
esta evolucioí n se deben a los progresos meí dicos y sanitarios, a la conjuncioí n de
higiene y antibioí ticos. Surge entonces una duda: ¿existe un líímite bioloí gico para
la extensioí n de la vida humana?
Los transhumanistas aseguran que es posible sobrepasar los 150 anñ os, incluso
hay quien afirma que igualaremos a Matusaleí n, que seguí n el Geí nesis vivioí casi
un milenio. La clave reside en actuar en los genes que producen el
envejecimiento; si se desactiva su funcioí n, dicen, se abre la puerta a vivir
eternamente.

Modificación genética
En el anñ o 1997 se logroí secuenciar el primer genoma humano; costoí 1 milloí n de
doí lares. Hoy es posible secuenciar tu propio ADN por lo que cuesta un iPad.
El diagnoí stico y tratamiento de enfermedades mediante terapia geneí tica ya no
es una utopíía. En las uí ltimas semanas hemos conocido un caso
de curacioí n de ceguera mediante la insercioí n de un gen y el nacimiento en
Espanñ a del segundo “bebeí -medicamento”, un ninñ o concebido con la misioí n de
salvar a su hermano de una enfermedad mortal. Tambieí n es posible modificar
los genes de un embrioí n para que no padezca ciertas dolencias mediante el
diagnoí stico geneí tico preimplantacional.
Los transhumanistas auguran que la ingenieríía geneí tica seraí una teí cnica comuí n
en el futuro. No soí lo podremos evitar enfermedades, tambieí n elegir las
caracteríísticas fíísicas de nuestros hijos. Y cuando cada paciente pueda
secuenciar su genoma con la misma naturalidad que hoy nos hacemos un
anaí lisis de sangre se podraí n elaborar faí rmacos a medida de la estructura
genoí mica de cada persona; asíí se potenciaríían los efectos de la medicacioí n y se
evitaríían rechazos.

Aumento de la inteligencia
Actualmente existen meí todos de estimulacioí n craneal que modifican la actividad
cerebral; se utilizan, por ejemplo, en enfermos de Parkinson. Esta teí cnica
tambieí n ha demostrado mejorar la neuroplasticidad, facilitando las conexiones
entre neuronas.
Tambieí n hay faí rmacos destinados al tratamiento de enfermedades o problemas
mentales y que si se aplicann a cerebros sanos aumentan la capacidades
cognitivas. Son el metilfenidato y el modafinilo. El primero se prescribe para la
narcolepsia pero los soldados del ejeí rcito de Estados Unidos y numerosos
estudiantes en eí poca de exaí menes lo utilizan para no dormir y estar en alerta
maí s tiempo de lo normal. El modafinilo se disenñ oí como tratamiento en ninñ os con
deí ficit de atencioí n y muchos universitarios lo consumen para aumentar su
concentracioí n. El periodista Jonathan Hari escribioí un reportaje sobre su
experiencia con esta droga.
Como en otros campos, los transhumanistas argumentan que este tipo de
teí cnicas seraí n comunes dentro de unos anñ os.
Las smartdrugs seraí n tan frecuentes como las las pastillas de hierro o la pííldora
anticonceptiva y nuestro cerebro evolucionaraí .

Cyborgs
En realidad, ya existen. Neil Harbisson es el primer cyborg reconocido por un
gobierno. Nacioí sin la facultad de ver los colores y a los 20 anñ os se instaloí un
dispositivo en la cabeza que traducíía los colores del mundo a notas musicales.
El transhumanismo afirma que en un futuro cercano
la implantacioí n de chips en el cuerposeraí la norma. Ya no llevaremos la
tecnologíía con nosotros (como un reloj, unas gafas o un moí vil) sino dentro de
nosotros; la integracioí n entre las partes fíísicas y las partes ciberneí ticas seraí
total. ¿Llegaraí el díía en que tengamos instalado un navegador web en el cerebro?

LOS “PROFETAS”
Ray Kurzweil
A los 17 años creó un ordenador capaz de componer música; hoy dirige
varias companñ íías dedicadas, entre otras cosas, a inventar productos de
reconocimiento de voz que puedan ser utilizados por invidentes y en
instalaciones meí dicas.
Su principal contribucioí n al movimiento transhumanista es el concepto de
Singularidad Tecnoloí gica, desarrollado en su
libro La era de las maí quinas espirituales. Kurzweil sostiene que llegaraí un
momento en que las maí quinas seraí n maí s inteligentes que los humanos;
entonces podraí n mejorarse a síí mismas y transformaraí n el entorno hasta tal
punto que alguien nacido antes de ese momento no comprenderaí la realidad.
¿Cuaí ndo seraí eso? Seguí n Kurzweil alrededor del anñ o 2040.
Nick Bostrom
Filoí sofo sueco asociado a la Universidad de Oxford. En 1998 fundoí la World
Transhumanist Association, hoy renombrada como Humanity+. Sus trabajos son
especulativos y abordan cuestiones como el fin de la Tierra o de la Humanidad
(lo que denomina “riesgo catastroí fico”) o la hipoí tesis de que nuestra realidad no
sea maí s que una simulacioí n creada por un ser superior
(algo parecido a Matrix).
Ya en un terreno maí s concreto, es partidario de mejorar las
capacidades fíísicas y cognitivas del ser humano, tal y como
expone en su libro Human Enhancement. En esta faí bula se
acerca a la posibilidad de impedir o retrasar el
envejecimiento.
Aubrey de Grey
Este gigante barbudo estaí convencido de que llegaremos a
vivir mil anñ os. Estudioí ingenieríía de software y se introdujo
en la biologíía gracias a su esposa; el dominio de estas dos
disciplinas le faculta para aproximarse al tema del envejecimiento desde un
punto de vista uí nico.
Seguí n de Grey, el envejecimiento y la muerte no son necesarios; por lo tanto, no
debemos resignarnos a ellos. Cinco son las causas del envejecimiento, todas
relacionadas con la degeneracioí n y mutacioí n de las ceí lulas. Reparando estos
tejidos, nos dice, lograremos retrasar la decadencia fíísica de forma
extraordinaria.
Pero el verdadero reto, argumenta de Grey, no es alcanzar la destreza cientíífica y
teí cnica necesaria para retrasar el envejecimiento (algo que llegara maí s pronto
que tarde), sino organizar una nueva sociedad en la que las vidas se miden en
siglos y no en deí cadas.
Gregory Stock
Es el abanderado de la modificacioí n geneí tica. Stock sostiene que “estamos
empezando a comprendernos a un nivel tan ííntimo que empezamos a controlar
los procesos de la vida y nuestro propio futuro evolutivo”. No cree que estemos
en el punto final de la evolucioí n, sino que nos queda mucho camino por recorrer;
y gracias a la tecnologíía podemos decidir coí mo lo recorremos. Stock desarrolla
sus argumentos en el libro Redesigning Humans: Our Inevitable Genetic Future.
Stock se muestra partidario de poder seleccionar los genes de nuestros hijos
para mitigar las enfermedades y aumentar las capacidades fíísicas y cognitivas.
Dentro de 200 anñ os seremos maí s guapos, maí s fuertes y maí s listos. Conocer
nuestra estructura geneí tica, dice, tambieí n serviraí para personalizar todavíía maí s
los tratamientos meí dicos y aumentar su efectividad.
Se ha acusado a Stock de jugar a ser Dios, pero eí l responde que es normal querer
lo mejor para nuestros hijos. Tambieí n aparta el argumento de que el futuro
habraí dos clases de humanos (los ricos, guapos y listos frente a los pobres, feos y
tontos); la tecnologíía se estandarizaraí , igual que ha sucedido con los moí viles o
los ordenadores.
Kevin Warwick
Profesor de Ciberneí tica en la Universidad de Reading.
Es conocido por probar los experimentos del
Proyecto Cyborg en sus propias carnes. Literal.
Hace 15 anñ os se implantoí un chip en el brazo y
durante unos díías lo usoí para controlar las puertas,
luces y temperatura de su casa. Poco despueí s,
introdujo en su munñ eca un dispositivo maí s complejo
el que podíía controlar objetos a distancia, desde una
mano roboí tica a una silla de ruedas. El tercer
experimento consistioí en conectar el sistema nervioso de su esposa con el suyo,
cuando ella movíía la mano, Warwick lo sentíía. Todas estas experiencias han sido
relatadas en su libro I, Cyborg.
Warwick preconiza que dentro de un tiempo las personas con alguí n tipo
amputacioí n o paraí lisis podraí n utilizar un miembro o un exoesqueleto bioí nico,
conectado directamente a su sistema nervioso. En uí ltima instancia, seraí posible
conectar nuestro cerebro a un ordenador y llegar a descargar o subir
informacioí n entre ambos.
EL DEBATE
Las crííticas al transhumanismo se pueden agrupar en 3 bloques, atendiendo a su
caraí cter tecnoloí gico, social o moral.
Hay voces que consideran inviables muchas las predicciones de este
movimiento; dentro de unos anñ os, aseguran, los libros y artíículos sobre
transhumanismo formaraí n parte delpaleofuturo, el futuro imaginado que nunca
llegoí a suceder. Entre los propios transhumanistas tambieí n hay debates teí cnicos.
Gregory Stock, por ejemplo, no confíía en la integracioí n hombre maí quina; los
cambios vendraí n, dice, del lado de la modificacioí n geneí tica.
La desigualdad en el acceso a estas tecnologíías y avances meí dicos centra el
segundo bloque de crííticas. Seguí n autores como Bill McKibben, las tecnologíías
de perfeccionamiento humano soí lo estaríían disponibles para los ciudadanos con
maí s recursos. Esta desigualdad tendríía un caraí cter distinto a la puramente
econoí mica; aquellos con medios seríían en cierto modo superiores a los humanos
que no pudieran costearse un mapa geneí tico o pastillas para aumentar su
intelecto. A muy largo plazo, aseguran los maí s crííticos, existiríían dos clases de
humanos: los ricos, guapos y listos frente a los pobres, feos y tontos. Tambieí n
existe preocupacioí n ante la posibilidad de que los gobiernos o las grandes
corporaciones puedan controlar las tecnologíías de modificacioí n geneí tica o de
control del cerebro y, a traveí s de ellas, a nosotros mismos.
Pero el grueso de las crííticas tienen un marcado componente moral, eí tico y
religioso. El ser humano, dicen muchos, es demasiado importante como para
jugar con eí l, casi sagrado. De llevarse a cabo todos esos hipoteí ticos avances ¿cuaí l
seríía el resultado? Una criatura disenñ ada geneí ticamente, alimentada con
pastillas para aumentar su intelecto y conectada a un ordenador a traveí s de una
entrada de USB implantada en su nuca ¿es un ser humano?

EL DEBATE: A FAVOR
La tecnologíía no es buena o mala per se; lo importante es el uso que queramos
darle. Es necesario abandonar los argumentos apocalíípticos y discutir
serenamente las posibles implicaciones de la biotecnologíía. Sobre todo porque
eí sta parece inevitable y cuanto maí s preparados estemos, mejor. Aunque, como
dice Gregory Stcock, la sociedad nunca estaí preparada para ninguí n cambio.
Parece que es correcto tomar pastillas para retrasar la evolucioí n del alzheimer o
tratar el deí ficit de atencioí n pero no lo es tomar medicacioí n para aumentar la
inteligencia. Algo similar ocurre con los faí rmacos que quitan el suenñ o; ¿pero
acaso no tomamos cafeí cada manñ ana? ¿Doí nde estaí el líímite? Hoy las smart
drugs, todavíía presentan importantes efectos secundarios; una vez eliminados o
reducidos, no veo por queí no utilizarlos.
Se suele argumentar que el cerebro humano puede modificar su estructura y
funciones si se toman ciertos faí rmacos. Pero tambieí n la lectura modificoí nuestro
cerebro hace unos cuantos siglos, y tambieí n existen indicios de que Ínternet lo
estaí modificando. Si todos los oí rganos deben evolucionar
¿porqueí nuestro cerebro no?
Estaí n en lo cierto quienes afirman no todos los ciudadanos tendraí n acceso a la
tecnologíía, que habraí brecha entre humanos y “superhumanos”. Pero el
problema aquíí no es la tecnologíía sino la desigualdad. Tambieí n hoy hay brecha
entre ricos y pobres; la clave estaí en erradicarla, no en detener las
investigaciones meí dicas. En la actualidad resultaríía ridíículo prohibir la
fabricacioí n de ordenadores bajo el argumento de que soí lo un porcentaje de la
poblacioí n puede acceder a ellos; la misma loí gica deberíía aplicarse a otros
avances.
El disenñ o geneí tico es el aspecto del transhumanismo que produce un rechazo
casi unaí nime. Los crííticos advierten del peligro de seleccionar a los hijos no soí lo
para evitar enfermedades, algo que cada vez estaí maí s aceptado, sino para
conseguir unas caracteríísticas fíísicas e intelectuales determinadas. Se teme que
en 50 anñ os una pareja pueda acudir a una clíínica a “pedir” un hijo guapo, rubio,
atleí tico y con un coeficiente intelectual de 150. Se teme, en definitiva, que
juguemos a ser Dios.
Mi pregunta es: ¿por queí va a ser peligrosa esta situacioí n? Todos los padres
quieren lo mejor para su hijo. Ya desde su concepcioí n, la madre trata de cuidar
su alimentacioí n, deja de fumar y beber y toma los faí rmacos que le aconseja su
meí dico; una vez nacido, los padres lo alimentan con comida sana, le matriculan
en una buena escuela y controlan sus amistades… Los
avances geneí ticos simplemente extenderíían este
cuidado hasta el instante previo a la concepcioí n.
El argumento definitivo contra los avances meí dicos y
cientííficos es que es antinatural. ¡Queí paradoja!
Vivimos en una sociedad tecnificada y muchos sienten
un extranñ o deseo de volver al estado “natural”. Pero lo
cierto es que casi nada es natural. No es natural el
coche, los antibioí ticos o Ínternet; tampoco la gastronomíía y el erotismo; la
lectura y la escritura, claves de la cultura y el progreso, son actividades
sumamente artificiales.
TS Elliott se preguntaba: “¿Doí nde estaí la sabiduríía que perdimos con el
conocimiento?” A veces se olvida que la humanidad ha llegado donde ha llegado
porque ha limitado y arrinconado su naturaleza, porque ha sustituido el instinto
y la tradicioí n por el pensamiento cientíífico.
Cada vez que se ha producido un avance en ciencia o medicina, han surgido
voces que aseguraban que aquello (rotacioí n de la Tierra, autopsias, Teoríía de la
Evolucioí n, fecundacioí n in vitro…) iba contra natura. Tambieí n hubo quienes no
quisieron mirar a traveí s del telescopio de Galileo; hoy nos parece absurdo. Quizaí
la frontera se vaya moviendo, quizaí siempre haya crííticos. Tal vez en 100 anñ os
nos burlemos de quienes eran reticentes a implantarse un chip en su nuca o
elegir los genes de sus hijos.
Por uí ltimo, se ha argumentado que los seres que habitaran este hipoteí tico futuro
no seríían humanos. Los propios transhumanistas estaí n de acuerdo: seríían
posthumanos. Pero las crííticas van en otro sentido. ¿Hasta queí punto llevar un
chip en la nuca o ser disenñ ado geneí ticamente no desvirtuaríía nuestra esencia?
Para eso, claro, hay que saber queí nos hacehumanos. No es tarea faí cil.
¿Se es menos humano por llevar un chip? ¿Y por llevar un corazoí n de una
persona muerta? Los transplantados ¿son cyborgs? Yo tengo una placa de metal
anclada en mi pierna; ¿soy menos humano? El atleta Oscar Pistorius no tiene
piernas; en cambio, corre a velocidades asombrosas gracias a unas proí tesis. Este
anñ o hubo un serio debate sobre su aceptacioí n en los Juegos Olíímpicos, no en los
Paralíímpicos; muchos adujeron que sus proí tesis le daban ventaja sobre los
atletas no discapacitados. ¿Es Pistorius un cyborg?
Hay quien afirma que, en realidad, todos somos cyborgs, que nuestra interaccioí n
con ordenadores y moí viles nos convierte en una especie algo diferente al Homo
Sapiens: el HomoÍnterneticus.
De nuevo, la pregunta se repite: ¿doí nde estaí el líímite? Quizaí exista un punto de
no retorno, una líínea divisoria entre un humano y… otra cosa. Pero todavíía no
sabemos doí nde estaí .
Un estudio del Ínstituto Max Planck afirma que los humanos nos diferenciamos
de los simios, entre otros factores, porque tenemos genes que hacen nuestro
cerebro maí s plaí stico. Es decir, que puede formarse y cambiar durante maí s
tiempo (hasta los 5 anñ os) que el de los simios (soí lo hasta el anñ o). Asíí que quizaí al
modificar nuestro cerebro ya de adultos uí nicamente estemos llevando la funcioí n
de estos genes maí s lejos. Quizaí la posibilidad y el deseo de mejorar nuestros
cuerpos y nuestras mentes sea lo que nos hace humanos.
En cualquier caso, debemos recorrer con precaucioí n este camino. No nos pase
como a ÍÍcaro y el Sol queme nuestras alas.
La Educacioí n, que deberíía ser cuestioí n de debate sereno y reflexivo, se ha
convertido en arma arrojadiza. Ya dejoí claro el escritor ingleí s del siglo XVÍÍ, John
Wilmot, que tampoco es una cuestioí n faí cil:
Antes de casarme tenía seis teorías sobre el modo de educar a los niños. Ahora
tengo seis hijos y ninguna teoría.
Pero estaremos todos de acuerdo en que siguiendo este decaí logo tendremos
futuras generaciones de necios, irresponsables, vagos.

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