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“El eapitén Alonso Lopez de Avila prendis tna moza india y bien dispuesta y gentit anger, andando ‘en la guerra de Bacalar. Esa prometié.a su marido, lemiendo que en la guerra no lo matasen, no conocer otro hombre sino él, y asi no bast6 persuasién con ella para que no se quilase la vide por no quedar ex peligro de ser ensuciada por otra varén, por lo cual la hicieron aperrear, DIEGO DE de Yueatin, 3 ANDA, Relacidn de las cosas 2 Escribo este libro con el tin de que no caiga en el olvido este relato, ni otros miles mds del mismo tenor. A la pregunta acerca de cdmo comportarse frente al otro no encuentro mas manera de responder que contando una historia ejemplar: la del descubrimiento y conquista de América. Al mismo tiempo, esta investigacién ética es una reflexién sabre los signos, la interpretacién y la comunicaci6n: pues la semidtica no puede pensarse fuera de la relacién con el otro. TT. Tavetan Todorov es investigador del Centre National de la Recherche Scientifique. De 6 hemos publicado el Diccionario enciclopédico de las ciencias del lenguaje, escrito en colaboracién con Oswald Ducrot. Isa 968 soc. IMM ig aditores oN 5968, El problema del otro Erica. La Conquista de Am Tzvetan Todorov La Conquista de América EI problema del otro Tzvetan Todorov 58 escummn de la fe cristiana. “Espero en Nuestro Seftor que Vuestras Altezas se determiiaarin a ello [a enviar religiosos] con mucha diligencia, pata tocnar a la Iglesia tan grandes pucblos, y los convertirin, asi com han destruido aquellos que no quisieron confesar el Padre y el Hijo yeel Espiritu Sancto” (6.11.1492). Pero también podemos ver las dos acciones como dirigidas en sentidos opuestos, y no complementa- rios: una expulsa la heterogeneidad del cuerpo de Espafa, la otra la introduce irremediablemente en él. A su manera, Colin mismo participa en este doble movimiento. ‘Como ya hemos visto, no percibe al otro, y le impone sus propios valores, pero el término que mis frecuentemente enplea para refe~ isa stmio y que uan abies contrnprinss ex el Extan- jero; y si tantos patses han buscado el honor de ser su pattia, ¢s por ‘que no teria ninguna j ? 2, CONQUISTAR LAS RAZONES DE LA VICTORIA Fl encuentro entre el Antigua y el Nuevo Mundo que el descubri- tiento de Coldn hizo posible es de un tipo muy particular: la gue- fra, o més bien, como se decia entonees, la Conquista. Un misterio sigue ligado a la conquista; se trata del resultado mismo del comba- te: spor que esta victoria Fulgurante, cuando la superioridad numéri~ cade los habitantes de América frente a sus adversarios es tan gran dle, y cuando estin luchando en su propio terreno? Quedémonos en la conquista de México, la més espectacular, puesto que la civiliza~ cin mexicana es la mas beillante del mundo precolombino: zedmo explicar que Cortés, a la cabeza de algunos centenares de hombres, haya logrado apoderarse del reino de Moctezuma, que disponia de varios cientos de miles de guerreros? Intentaré buscar una respuesta cen ta abundance literatura que provoed, ya desde su época, esta fase de la conquista: los informes del propio Cortés; las crdnicas espaiio- las, la mis notable de las cuales ¢s la de Bernal Diaz del Castillo; por tlkimo, los relatos indigenas, transcritos por los misioneros espano- les 0 redactados por los propios mexicanas. A propdsito de la forma en que me veo llevado a emplear esta Interatura, se plantea una cuestidn preliminar, que no se presentaba cen el caso de Cold. Los escritos de este tiltimo podian contener fal- sedades, técnicamente hablando; eso no disminuia en nada su valor, pues yo podia interrogarlos ante todo en cuanto actos, no en cuanto Gescripciones. Ahora bien, el tema aqui ya rio es la experiencia de tun hombre (que esctibié), sino un acontecimiento no verbal en sf la conquista de México; los documentos analizados ya no valen sola- mente (6 no tanto) en cuanto gestos. sino como frentes de informa- cién sobre una realidad de la que no forman parte. El caso de los textos que expresan el punto de vista de los indios es especialmente igeave: en efecto, dada la falta de una escritura indigena, todos son posteriores a la conquista y. per lo tanto, lan suftido ta inluencia de los conquistadores; valveré : hablar de esto en el alsime capitulo de este libeo. En términos generates, debo formular una excusa y una justificacién, La excusa: si renurciamos a esta fuente de informacion, 69) 0 conguistan no la podemos sustituir por ninguna otra, a menos que renunciemos a toda informacién de este tipo. El tinico remedio es no leer estos textos como enunciados transparentes, sino tratar de tencr cn cuenta al mismo tiempo el acto y las circunstancias de su enuneiacién. En enanto a la justificacion, podria expresarse en el lenguaje de los an ‘guos ret6ricos: los problemas que aqui se presentan remiten mis a tun conocimiento de lo verosimil que de lo verdadero. Me explico: un, hecho pudo no haber ocurrido, contrariamente a lo que afirma un cronista determinado, Pero el que éste haya podido afiemarlo, que haya podido contar con que seria aceptado por el piiblico contem- poraneo, es algo por lo menos tan reveladar como la simple ocu= rrencia de un acontecimiento, la cual, después de todo, tiene que ver con la casualidad, La recepcién de los enunciados es mas reveladora para la historia de las ideologias, que su produccién, y cuando un autor se equivoca 6 miente, su texto no es menos significative que catando dice la verdad; lo importante es que la recepcidn del texto sea posible para los contemporsineos, 0 que asi lo haya crefdo su pro ductor. Desde este punto de vista, el concepto de “falso” no es per= tinente Las grandes etapas de la conquista de México son bien conocidas, a expedicin de Cortés, en 1519, es la tercera que toca castas mex canas; esta formada por unos centenares de hombres. Cortés es envia do por el gobernador de Cuba pero después de la sala de los bar~ cos cambia de parecer y trata de destituir a Cortés, Este desembarca en Veracruz y declara que su autoridad viene direceamente del re Espana (ef, fig. 5). Habiendo sabido de la existenecia del iniperio azteca, ‘empieza una lent pr las poblacio haciendo la igresién hacia el interior, eratando de ganarse a 's por cuyas tierras ateavi ierra. La batalla mis dificil es la que se libra contra los laxcaltecas, que sin embargo habein de ser nis tarcle suis mejores alia dos, Cortés llega por fin a Mésico, donde es bien recibido; al cabo dle poco tiempo, decide tomar prisionera al soberana azteca, y logea hacerlo. Se entera entonces de que ha Hlegado ala costa una nueva cexpedicion espaitols, env iada en sit contra por el gobernador de Cub los recién Hlegadas son mis numerosas que sus propios soldados, Cor= tés sale con una parte de los suyos al encuentrd de este ejército, mic tras los restantes se quedan en México, al mando de Pedra de Alva~ rado, para custodiar a Moctezuma, Cortés gana la batalla contra sus compatriotas, encarcela a su jefe Panfilo de Narviee, y convence a los dems ee que se queden a sus drdenes. Pero se enters entances de que, en su ausercia, las cosas han ido mal en México: Alvarado LAS RAZONES DE LA VICTORIA ‘1 haexterminado a un grupo de mexicanos durante una fiesta religio- sa, y ha empezado la guerra, Cortés vuelve a La capital y se retine ccon sis tropas en su fortaleza siciada; en este momento muere Moc~ temuma. Los ataques de los aztecas* son tan insistentes que decide dejar la ciudad, de noche; se descubre su partida, y mas de la mitad ide su cjército es aniquilado en la batalla subsiguiente: es la noche tris te, Cortés se retira a Tlaxcala, recupera sus fuerzas y regresa a sitiar la ciudad; corta todas las vias de acceso, y hace construir veloces ber~ gancines (la ciudad estaba enton: wedio de lagos). Después de cae México; la conquista duro poco mis 0 algunos meses de si menos dos anos. Volvamios primero a las explicaciones que se proponen general~ mente para la fulgurante victoria de Cortés, Una primera razén es el comportamiento ambiguo y vacilante del propio Mocteauima, que casi no le opone ninguna resistencia a Cortés (se refiete, pot lo tan~ hasta la muerte de Moctezuma) to,a la primera fase de la conquist es posible que este comportamienco, aparte de tener motivaciones culturales a las que volve razones mas personales: difiere en muchos puntos del comportamiento de los otros dirigentes aztecas, Bernal Diaz, al informar de las palabras de los dig natarios de Cholula, lo describe asi: “Y dijeron que la verdad es que su sefior Montezuma supo que ibamos [a] aquella ciudad, y que cada dia estaba en muchos acuerdos, y que no determinaba bien lt cosa, ¥y que unas veces les enviaba a mandar que si alld fuésemos que nos hhiciesen mucha honra y nos encaminasen a su ciudad, y otras veces les enviaba a decir que ya no era su voluntad que fuésemos a Méxi~ sa [chi- 0; que ahora nuevamente le han aconsejada su Teacatepuaca Lobos, en quien ellos tienen gran devocisin, que alli en Cholula nos addos a Mexico” (83), Tenemos la impr aque se trata de una verdadera ambiguedad, y no de una simple tor- pera, cwando los mensajeros de Moctezuma anuncian al mismo tiem~ po los esparioles que el reino de los artecas se les oftece como regalo y que les piden que no vayan a México, sino que vuelyan a sus casas, vacilaci6n, En cicttas erdnicas se pinta a Moctezuma como un hombre melan~ calico y resigeado, también se afin cia, puesto gute expia en persona un episodio poco elorioso dela his matasen o Hlevasen nde que lo corroe la mala concien= 62 conquisran toria azteca anterior: los actecas gustan presentarse como los legitimos sucesores de los toltecas, la dinastia anterior a ellos, cuando en re: dad son usurpadores, recién Ilegados. ale habra hecho imaginar este complejo de culpa nacional que los espanoles eran descendientes directos de los antiguos toltecas, que habian venido a recuperar lo te por los espanoles, y es imposible afirmar con certeza que Mocte- zuma haya creido en ella Una vez que los espafioles han Hlegado a su capital, el comporta- miento de Moctezuma es todavia mas singular. No s6lo se deja enc celar por Cortés y sus hombres (este encarcelamiento es la mis asom= brosa de las decisiones de Cortés, junto con la de“ realidad, de hacer encallar— sus prop bres que le obedecen arresta al emperador, cuando é1 mismo esta rodeado por el tadopoderoso ejército azteca}; sino que también, usa ‘vex cautivo, séle se preocupa por evitar todo derram: gre. Contrariamente a lo que habeia de hacer, por ejemplo, el tiltimo emperador azteca, Cuauhtemoc, trata de impedir por todos los meslios, que se instale la guerra en su ciudad: prefiere abandonat su poder, sus privilegios y sus riquezas. Incluso durante la breve ausencia de Cortés, cuando éste va a enfrentarse a la expedicién punitiva cnvia- da en su contra, no tratara de aprovechar la situacién paca deshacer- se de los esparicles. “Bien entendido teniamos que Montezuma le pes6 de ello [del comienzo de las hostilidades}, que si le plugiera 0 fuera por su conseja, dijeron muchos soldados de los que se queda- ron con Pedro de Alvarado en aquellos traces, que si Montezuria fuera en ello, que a todos les mataran, y que Montezuma los aplaca~ bba que cesasen la guerra” (Bernal Diaz, 125). La historia o la leyenda (pero para el caso poco importa), transcrita en este caso por el jesita Tovar, incluso nos lo presenta, en la vispera de su muerte, dispuesto a convertitse al cristianismo; pero, para colmo de ridiculo, el cura espafiol, ocupado en recoger oro, no encuentra tiempo para hacerlo, “Dizen que pidi6 cl baptismo y se convistid a la verdad del Sancto gelio, ¥ aunque venia alli un clérigo sacerdote entienden que se ocupd mis ex: buscar riquezas con los soldados que no en eathe- quizar al pobre rey" (Tovar, p. $3). Falean, por desgracia, los documentos que nos hubieran permii- do penetrar en ef universo mental personal de este extrafio empera~ sino estuviera seguro de querer vencer; como lo dice Gomara, cape- lin y bidyrato de Cortés: “No pudicron saber la verdad nuestros mato de san LAS RAZONES DE LA VICTORIA 63 spaiioles, porque ni entonces entendian el lenguaje, ni hallaron vivo a ninguno con quicn Moctezuma hubiese comunicado este secreto” (107). Los historiadores espanoles de la época buscaron en vano la respuesta a estas preguntas, viende en Moctezuma ora un loco, ora tun sabio. Pedro Mictir, cronista que se quedé en Espafia, mis bien siende a esta tiltima solucion. “[Aguantaba] unas zeglas més duras que las que se dictan a los nifios imberbes, y [soportabalo] todo tran quilamente, para evitar la rebelién de los ciudadanos y de los mag~ nates. Parecfale que cualquier yugo cra mis llevadero que la revuclta de stt gente, como si le inspirase el ejemplo de Diocleciano, que pre firié apurar el veneno a tomar de nuevo las riendas del abandonado imperio” (v, 3). Gémara a veces lo trata con desprecio: “Hombre sin corazén y de poco debia ser Moctezuma, pues se dejé prender, y ya preso, nunca procuré la libertad, convidandole a ella Cortés y rogindole los suyos” (89). Pero otras veces admite que esta perple- Jjo, ¥ que es imposible decidir: “La poquedad de Moctezuma, 0 el carifio que a Cortés y a los otros espatioles tenia. ..* (91), 0 tam= bign: “A mi parecer, o fue muy sabio, pues pasaba asi por las cosas, ‘© muy necio, que no las sentia” (107). Seguimos sin salie de la duda Bl personaje de Moctezuma seguramente tiene algo que ver con sta no resistencia al mal. Sin embargo, esta explicacién s6lo vale para 1a primera mitad de la campafia de Cortés, pues Moctezuma muere en medio de los acontecimientos, tan misteriosamente como habia vivido (probablemente apurialado por sus carcelcros espafioles), y sus sucesores a la cabeza del estado azteca habedn de declarar inmediata~ mente a los espafoles una guerra feroz y sin cuartel. Empero, en la segunda fase de la guerra hay otro factor que empieza a tener un papel decisivo: es la exploracién que hace Cortés de las disensiones inter- nas entre las diferentes poblaciones que ocupan la ticrra mexicana Tiene gran éxito cn esta via: durante todo el transcurso de la campa~ fia sabe sacar provecho de las luchas intestinas entre facciones riva~ les y, durante la fase final, tiene a sts ordenes un ejército de tlaxcal- tecas y de otras tndios aliados, 1 delos mexicanos: ejércita del que los espafoles ya sto representan, en cierta forma, el apoyo logistico, o la fuerza de mando: sus unida- des parecen estar compuestas a meaudo de diez jinetes espaiioles y sliez mil combatientes indios de a pie. Asi lo perciben ya entonces los contemporineos: segrin Motolinia, franciscano e historiador de "Nueva Espana”, “los conquistadores dicen que Tlaxcallan es digna de que su mayestad la haga muchas mercedes, y que si no fuera por Thaxcallan, que todos murieran cuando los mexicanos echaron de néricamenre comparable con el 64 Conquista México a los cristianes, si no los recibieran los Tlaxcaltecas” (0, 16) Y de hecho, durante largos afios los tlaxcaltecas gozan de numero- sos privilegios concedidos por la corona: dispensados del pago de impuestos, son muy a menudo los administradores de las regiones cecién conquistadas. ‘Al leer la historia de México, uno no puede dejar de preguntarse: apor qué no resisten mas los indios? zAcaso no se dan cuenta de las ambiciones colonizadoras de Cortés? La respuesta cambia el enfo- que det problema: los indios de las regiones que atraves6 Cortés al principio no se sienten especialmente impresionados por sus objeti- ‘vos de conquista porque esos indios ya han sido conquistados y colo- nizados —por los aztecas. El México de aquel entonces no es un esta~ do homogéneo, sino un conglomerado de poblaciones, sometidas por los zeteeas, quienes ocupan Ia cumbre de la pirimide. De modo que, lejos de encarnar el mal absoluto, Cortés a menudo les parecer un mal menor, un liberador, guardadas las proporciones, que permite romper el yugo de una tirania especialmente odiosa, por my cercatia Sensibilizados como lo estamos a los males det colonialismo euro- peo, nos cuesta trabajo entender por qué los indios no se sublevan de inmediato, cuando todavia es tiempo, contra los espanoles. Pero os conquistadores no hacen mas que seguir los pasos de los aztecas, Nos puede escandalizar el saber que los espafioles solo buscan oro, esclavos y mujeres, “En lo que mas se empleaban era en buscar una buena india o haber algiin despojo”, escribe Bernal Diaz (142), y cuenta la anécdota siguiente: después de la caida de México, “Gua~ temure (Cuauhtémoc’ y sus capitanes dijeron a Cortés que muchos soldados y capitanes que andaban en los bergantines y de los que andabamos ett las calzadas batallando les habiamos tomado muchas hijas y mujeres de principales; que le pedian por merced que se las hiciesen volver, y Cortés les respondid que serian malas de haber de poder de quiet las tenian, y que las buseasen y erajesen ante él, y veria si eran cristianas o se querfan volver a sus casas con sus padres y maridos, y que luego se las mandaria dar.” El resultado de la inves tigacidn no es sorprendente: “Habfa muchas mujeres que no se que= rian ir con sus padres, ni madres, ni maridos, sino estarse con los soldados con quienes estaban, y otras se escondian, y otras decian que no querian volver a idolatrar; y aun algunas de ellas estaban ya prefiadas, y de esca manera no llevaron sino tres, que Cortés expre- samente mandé que las diesen" (157) Pero es que los indios de las otras partes de México se quejaban exactamente de lo mismo cuando celataban la maldad de los aztecas: LAS RAZONES DE LA VICTORIA 65 “Todos aquellos pueblos [. J dan tantas quejas de Montezuma y de sus recaudadores, que les robaban cuanto tenfan, y las niujeres e hijas, si eran hermosas, las forzaban delance de ellos y de sus mari~ dos y se las tomaban, y que les hacian trabajar como si fueran escla~ vyos, que les hacian Hevar en eanoas y por tierra madera de pinos, y piedra, y lena y maiz y otros muchos servicios” (Bernal Diaz, 86), El oro y las piedras preciosas, que hacen corer a los espaiioles, ya eran tetenidos como impuestos por los fancionarios de Macte zuma; no parece que se pueda rechazar esta atirmacién como un puro invento de los espafioles, con miras a legitimar su conquista, algo hay de eso: demasiados testimonios concuerdan en el mismo sentido. El Ciice flrentino representa a los jefes de las eribus vecinas {que vienen a quejarse con Cortés de la opresisn ejercida por los mexi- canos; “Motecuhzomatzin y los mexicinos nos agobian mucho, 110s tienen abrumados. Sobre las narices nos lega ya ls angustia y la con goja. Todo nos lo exige como un tributo™ (Su, 26). ¥ Diego Durin, clominico simpatizante al que se podeia calificar de culearal tizo, descubre el parecido en el momento mismo en que culpa a los aateeas: “Donde [, J habia algin descuido en proveerlos de lo ne sario, {los mexicanos] robaban y sagueaban los pueblos y destiuda- bana cuanitos en aquel pueblo topaban, aporeesbanlos y quitabanles cuanto tenian, deshonrindolos, destruianles las sementeras; hacian~ les mil injurias y danios. Temblaba la tierra de ellos, cuando To hactan de bien, cuando se habian bien con ellos: tanco lo hacian de mal, cuan= do no lo hacian, ¥ ast a ninguna parte Hegaban que no les diesen cuanto habfan menester [...} eran los mis ceueles y endemoniados que se puede pensar, porque trataban 3 los vasallos que ellos debajo de su dominio tenéan, peor mucho que los espafioles los trataron y tratan” (it, 19). “Iban haciendo cuanto mal podian, Como lo hacen ahora nuestros espaftoles, sino les van a la mano” (Ht, 21), Hay muchas semejanzas entre antiguos y nuevos conquistadores, y-eses filtimos lo sintieron asi, pu co cue ellos mismos describieron 3 los aztecas como invasores recientes, conquistadores comparables von ellos. Mas exactamente, y aqui también prosigue el parecido, la relacidn de cada uno con su predecesor es la de una conti ridad impli~ cita y a veces inconsctente, acompafiada de una negacién refer aes misma relacién. Los espa los mesicanos para borrar su rel les habrin de quemar los libros de jon; romperin sus monumentos, pas hacer desaparecer todo recuerdo de una antigua grandeza, Pero, twos cien aftos antes, durante el reinado de Itze6atl, los mismos aztecas habfan destruido todos los libros antiguos, para poder reescribir la 68 conQuistan historia a su manera, Al mismo tiempo, como Lo hemos visto, a los antecas les gusta mostrarse como los continusdores de los toltecas, y los espafioles escogen con frecuencia una cierta fidelidad al pasa- do, ya sea en religién o cn politica; se asimilan al propio ticmpo que asimilan, Hecho simbélico entee otros, la capital del nuevo Estado sera la misma del México vencido. ‘*Viendo que la ciudad de Temix- titan [Tenochtitlan], que era cosa tan nombrada y de que tanto caso y memoria siempre se ha hecho, pareciénos que en ella era bien poblar, [.-] como antes fue principal y senora de todas estas pro~ vincias, que lo sera también de aqui adelante” (Cortés, 3). Cortés quiere fabricarse una especie de legitimidad, ya no a los ojos del rey de Espafa, lo cual habia sido una de sus principales preocupaciones durante la campana, sino frente a la poblacidn local, asumiendo la continuidad con el reino de Moctezuma. El vitrey Mendoza volveri a utilizar los registros fiscales del imperio azteca Lo mismo ocurre en el campo religioso: en los hechos, la con= quista religiosa consiste a menudo en quitar ciertas imagenes de un sitio sagrado y poner otras en su higar —al tiempo que se preservan, ¥y esto es esencial, los lugares de culto, y se queman frente a ellos las mismas hierbas aromaticas. Cuenta Cortés: “Los mas principales de estos idolos, y en quien ellos mis fe y creencia tenian, derroqué de sus sillas y los hice echar por las esealeras abajo e hice limpiar aque- Has capillas donde los tenian, porque todas estaban enas de sangre {que sactifican, y puse en ellas imagenes de Nuestra Sefiora y de otros santos” (2). ¥ Bernal Diaz atestigua: "Y entonces [.. .] se dio orden ‘cmo con cl incicnso de la tierra se incensasen la santa imagen de Nuestra Sefiora y ala santa cruz" (52). “Lo que habfa sido culeura de demonios, justo es que sea templo donde se sieva Dios”, escribe por su lado fray Lorenzo de Bienvenida. Los sacerdotes y los frailes Cristianos van a ocupar exactamente el lugar dejado vacante después de la represion eereida contra los profesionales det culto religioso indigena, que los espafioles llamaban por cierto con ese nombre sobre~ determinado de papas (contaminacidn entre el término indio que los nombra y la palabra “papa"); supuestamente, Cortés hizo explicica la continuidad: “Este acatamiento y recibimiento que hacen a los fra les vino de mandarlo el sefior marqueés del Valle don Hernando Cortés 4.los indios; porque desde el principio les mand que tuviesen mucha reverencia y acatamiento a los sacerdotes, como ellos solian tener a los ministros de sus idolos" (Metolinga, 1, 3) ‘A las reticencias de Moctezumta durante la primera fase de la con= quista, a las divisiones internas entre mexicanos durante la segunda, IAS RAZONES DE LA VICTORIA 69 se sucle atadir un tercer Factor: Ia superioridad de los espaioles en materia de armas. Los aztceas no saben trabajar el metal, y tanto sus cespadas como sus armaduras son menos eficientes; las Mechas (no envenenadas) no se equiparan con los arcabuces y los canones de los spa stos son mucho mis rapides para desplazarse: si van por tierra tienen caballos, mientras que los azcecas siempre van a pie, y, en el agua, saben construir bergantines, cuya superioridad frente a Ins canoas indias tiene un papel decisivo en la fase final del sitio de México; por diltimo, los espafoles también inauguran, sin saberlo, In guerra bacteriologica, puesto que teaen la viruela que hace estra~ gos en el ejército enemigo. Sin embargo, estas superioridades, indis~ cutibles en sf mismas, no bastan para explicarlo todo, si se toma en cuenta al mismo tiempo la relacién numérica entre los dos bandos. Y¥ ademas los arcabuces son realmente poco numerosos, y los cai: nes todavia menos, y su potencia no es la de tuna bomba moderna; por lo dems, la pélvora esti frecuentemente mojada. Bl efecto de las armas de fuego y de los caballos no puede medirse directamente en el nimero de vietimas, No trataré de negar la importancia de esos Factores, sino mis bien deencontrarles una base comdn, que permita articularlos y compren~ derlos, y. al mismo tiempo, afladirles varios otros, que parecen haberse percibido menos, Al hacer eso, me veré llevado a tomar al pie de Ia letra un respuesta sobre las razones de la conquista-derrota que se encuentra en las créni¢as indigenas y que hasta ahora se ha des cuidado en Occidemte, sit duda porque se la tomé como una pura formula poética, En efecto, la respuesta de los relatos indios, que es ins una descripeién que una explicacisn, consistiria en decir que todo ‘ocurrié porque los mayas y los aztecas perdieron el dominio de la comunicacidn. La palabra de los diases se ha vuelto ininteligible, o bien esos dioses se han callado. “La comprensién se ha perdido, la sabidueia se ha perdido” (Chilam Balam, 22). “Ya no habia un gran maestro, un gran orador, un sacerdate supremo, cuando cambiaron los soberanos, a su Hlegada” (ibid. 5), Ellibra maya det Chilam: Balam esti vegulamente miarcado por esta pregunta desgarradora, q plantea incansablemente, pues ya no puede recibir respuesta: “Cuil seri el profeta, cual serd el sacerdote que dé el sentido verdadero de la palabra de este libro?” (24). En euanto a los aztecas, describen el comienzo de su propio fin como un silencio que cae: los dioses ya no les hablan. “[Sactificaban a los dioses} pidiéndoles favor y victo- ria contra los espafioles y contra los demis sus enemigos. Pero ya era dems, porque aun respuesta de sus dioses en sus oriculos no iol 0 CONQUISTAR wn, teniéndoles ya por mudos y mucrtos” (Durin, 1, 77) Sera que los expaitoles vencieron a los indios con ayuda de los signos? MOCTEZUMA Y LOS SIGNOS Los indios y los espaiioles practican la comunicacién de diferente manera, Pero el discurso de la diferencia es un discurso dificil. Ya lo vimos con Colén: el postulado de diferencia lleva facilmente con- sigo cl sentimiento de superioridad, y el postulado de igualdad, el de in-diferencia; siempre cuesta trabajo resistir a este doble movi- miento, con més razén cuanto que cl resultado final de este encuen= tro parece indicar sin ambigiedad al vencedor: acaso los espaioles ho son superiores, y no s6lo diferentes? Sin embargo la verdad, 0 lo que haré las veces de ella, no es tan sencilla Digamos de entrada que evidentemente no hay, ni en el plano lin- giiistico ni cn ef simbélico, ninguna inferioridad “natural” por el lado de los inclios: hemos visto, por ejemplo, que en tiempos de Colén eran ellos los que aprendian la lengua del otro, y, durante las prime- ras expediciones hacia México, también son dos indios, llamados Julian y Melchor por los espanoles, los que sirven de intérpretes. Pero evidentemente hay mucho mas. Sabemos, gracias a los tex- tos de la época, que los indios dedican gran parte de su tiempo y de sus fucrzas a |: interpretacion de los mensajes, y que esta inter- pretacién tiene formas notablemente claboradas, relacionadas con las diferentes especies de adivinacién. La primera de ellas seria la adivi- cicliea (ejemplo de ésta es, entre nosotros, la astrologia). Los cuentan con un calendatio teligioso, compuesto de trece meses de veinte dias; cada uno de estos dias tiene su propio caracter, fausto 6 infausto, que se transmite a los actos realizados en ese dia, y ain mis a las personas en él nacidas. Saber el dia del nacimiento de alguien es conocer su destino: por ello 6s que. apenas nace un nino, se acude al intérprete profesional, que es al mismo tiempo el sacerdote de La comunidad (€f, fig. 6) “En naciendo que nacia el nino 0 nia, iba Inego el padte, o parien- tes del nacido a los astrologos, hechiceros y sortilegos, que los habia sin niimero, y rogibanles les declarasen la ventura en que su hijo, ohija, haban nacido, [...| Elastedlogo y soxtilego hechiicero sacaba lucgo cl libro de sus suertes y calendario, y vista la letea del dia, pro- MOCTEZUMA ¥ LOS SIGNOS ii nosticaban y echaban suertes y decianles la ventura, buena o mala, segiin habia cafdo la suerte. Porque la ciencia de su astrologia y qui- romancia no sc extendia a mas de un papel pintado de cuantos ido- los habia. [. | Baste saber que, si habia de ser rico, 0 pobre, o valien- tc, 0 animoso, 0 cobarde, religioso, o casado, 0 ladron, 0 borracho, ‘0 casto, 0 lujurioso, alli en aquella pintura y sucrtes lo hallaban™ (Durin, 0, 2) Acesta interpretaci6n establecida y sistematica, que viene del caric- ter de cada dia del calendario, decidide de una vee para siempre, se afade un segundo tipo de adivinacién, puntual, que toma la forma de presagio. Todo acontecimiento que se salga de lo comin, del orden establecido, por poco que sea, sera interprctado como anunncio de otto acontecimiento, generalmente infausto, que habra de ocurrir (lo cual implica que nada en este mundo se éa por casualidad). Por ejemplo, cs de mal agiiero que un prisionero se ponga triste, porque los azte~ ‘eas no se lo esperan, También es de mal agiiero que un péjaro grite nun momento particular, o que un ratén attaviese el templo, o que se cometa un lapso al hablar, o haber visto determinado suefio. Cierto ls que a veces estos presagios no sélo son hechos raros, sino clara~ mente sobrenaturales. “Y guisando entre los manjares que habian de comer de aquellas cosas que las mexicanas traian a vender, acontecis tuna cosa prodigiosa y espantosa, de que los xuchimilcas quedaron espantados y atSnitos. Y fue, que estando todos sentados en sus liga res para comer, todos los manjares que sacaban de las indias mexica- nas quee habfan comprado, se les volvian, puestos delante de ellos pies y manos de hombres, brazos, cabezas, corazones de hombres yasaduras, tripas. Ellos, viendo una cosa tan espantosa y nunca ofda ni vista, lamaron a los agoretos, y preguntironles qué podria ser aqucllo. Los agoreros les pronosticaron ser muy mal agdero, pues significaba la destruicién de su ciudad y muerte de muchas gentes (Durin, tt, 12), Asi pues, tanto en el orden eotidiano como en el de lo excepcional, “creian en mil agtieros y sefiales” (Motolinia, 11, 8) un mundo sobredeterminado forzosamente habri de ser también un mundo sobreinterp Por lo dems, cuando los signos se hacen esperar, no dudan en ira buscarlos, y para ello también van con ef adivino profesional Ese contesta recurriendo a una de sus técnicas habitusles: por el agia pot los granos de maiz, por los hilos de algodén. Este prondstico. gue permite saber si determinada persona ausente esta viva o muer- 1, sital 0 cual enfermo va.a sanar o no, si un marido inconstante volver con su esposa, se prolonga en verdaderas profecias, R CONQUISTAR que los grandes jefes aztecas acuden regularmente con el adivino antes de acometer una empresa importante. Atin mas: sin que se les haya preguntado, diferentes personajes afirman haberse comunicado con los dioses y profetizan el porvenir. Toda la historia de los aztecas, tal coma se cuenta en sus propias crénicas, esti lena de profecias cumplidas, como sie’ hecho no pudiera suceder sino ha sido anun~ ciado previamente: la salida del lugar de origen, la eleccién de un sitio para instalarse, tal o cual guerra victoriosa 0 tal derrota. Aqui, sélo puede volverse acto lo que antes ha sido verbo. Los aztecas estin convencidos de que todas esas especies de pre~ vision del porvenir se cumplen, y slo excepcionalmente tratan de resistirse a la suerte que se les anuncia; en maya, la misma palabra significa “profecia “Que lo que esti determinado, que no Jo puede huir" (Durin, wt, 67). “Estas cosas se cumplirin, Nadie podri detenerlas” (Chilam Balam, 22). ¥ las cosas efectivamente se ‘cum plen, puesto que los hombres hacen cuanto pueden para que asi sea, En otros casos la profecfa es tanto mis cierta cuanto que sélo sera realmente formulada de manera retrospectiva, después de ocu- rrido el hecho. En tedos los casos, estos presagios y adivinaciones gozan del mayor prestigio, y si hace falta se arriesga la vida para con- seguirlos, sabiendo que la recompensa esta a la medida del peligro: el poseedor de la profeeia es el favorito de los dioses, el amo de la interpretacién es el El mundo se plantea de entrada como algo sobredeterminado; los hombres responden s esta situacién reglamentando minuciosame su vida social. Todo -s previsible, y por lo tanto todo esta previsto, y la palabra clave de la sociedad mesoamericana es: orden, Leemos ‘en una pagina del lib:o maya del Chilam Bolam: “Conocfan el orden de sus dias. Completo era el mes; completo el aio: completo el dia; completa la noche; también el aliento de vida cuando pa pleta la sangre, cuando ellos llegaban a sus lechos, en sus esteras, en sus cronos. En buen orden recitaban las buenas plegarias; en buen orden buscaban los cias faustos, hasta que veian las estrellas faustas entrar en 30 reinado; entonces obsetvabani cuindo empezacia el rei- nado de las buenas estrellas. Entonces todo era bueno” (5). Duran, uno de los mejores observadores de la sociedad azteca, cuenta por su parte la siguiente anécdota: “Preguntando yo a un viejo que qué cra la causa de sembrar el frijol pequeno can tarde, que pocos afios hay que no sc les hiele, respondio que todo tenia su cuenta y razén y dia particular" (1, 2). Esta reglamentacién impregina los mis infi- ‘mos detalles de la vida, de los que se pensaria que eran dejados a la aba; com- MOCTEZUMA ¥ LOS SIGNOS a libre decision del individuo: el ritual propiamente dicho no es sino la punta mis sobresaliente de una sociedad ritualizada de parte a parte ahora bien, los ritos religiosos son en si mismos tan numerosos y tan complejos que movilizan un verdadero ejército de oficiances, ‘Como la multicud de cerimonias era tanta, no era posible que un ministro pudiese acudir a todas" (Durin, 1, 19) Asi que es la sociedad —por intermedio de la casta de los sacer- dotes, que sin embargo no son mas que los depositarios det saber social— la que decide la suerte del individuo, con to cual resulta que {te no es un individuo en el sentido en que habitualmente entende- ‘mos la palabra, En la socicdad india de antaft, el individuo no repre~ senta cn si mismo una cotalidad social, sino que solo es el elemento constitutivo de esa otra totaidad, la coleetividad. Durdn también dice, enn pasaje donde se siente su admiracisn tefida de nostalgia, pues ya no encuentra en su propia sociedad los valores a los que aspira porque era grande el ntimero de oficiales que esta naci6n tenia para cada cosita y, asi, era tanta la cuenta y raz6n que en todo hab zo faltaba punto en las cuentas y padrones; que para todo hal oficiales y mandoneillos de los que habian dle barrer. Habia y era et orden que ninguno habia de entremeterse en el oficio de otro, ni hablar palabra, porque luego era rechazado™ (ut, 41) Lo que mas aprecian los aztecas no es realmente la opinidn perso~ nal, la iniciativa individual. Tenemos una prueba adicional de esta preemineneia de lo social respecto a fo individual en el papel que desempetia La familia: se quiere a los padres, se adora a los hijos, y In atencion que se dedica a unos y otrosabsorbe gran parte de la gia social. Reciprocamente, se considera que el padre y la madre son responsables de las malas acciones que puiera realizar su hijo; entre los tarascos, a solidaridad en la responsabilidad se extiende hasta los sievientes. Mandaba matar también sis ayos y amas que le habian criado [al hijo que se mandaba matar] y los criados, porque ellos le habian mostrado aquellas costumbres” (Relaciin de Michoacan, mh, 8: cf, 12). Pero la solicacidad familiar no es un valot supremo, pues a pesar de ser transindividual, la célula familiar todavia no es la sociedad; los lazos familiares son relegados de hecho al diltimo plano, después de ls obligaciones hacia el grupo. Ninguna cualidad personal hace invulnerable respecto a la ley social, y los padres acepean de buen Brado las sanciones cuando éstas castigan infracciones cometidas por sus hijos. “Y aunque a los padres les pesaba del mal tratamiento de sus hijos, por ser gente que los aman entraablemente, no por eso "4 CONQUISTAR ‘osaban hablar palabra sino conceder que aquel castigo eta justo y bic no" (Durin, t, 21). Otro relato nos deseribe e6mo el rey Nezahual= pilli, de Texcoco, élebre por su sabiduria, castiga con la muerte a su propia hija porque ha permitido que le diija la palabra un joven; a los que tratan de intervenir en favor de su hija, contesta “que no se habia de quebrantar fa ley con nadie, y que daria mal ejemplo a los otros sefiores y quedaria muy deshonrado” (Zorita, 9), Es que la muerte s6lo es una catastrofe dentro de una perspectiva estrechamente individual, mientras que, desde el punto de vista social, el beneficio que rinde la sumision a la regla del grupo pesa mas que la pérdida de un individuo. Por eso vemos a los futuros sacrificados aceptar st suerte, si no con alegria, en todo caso sin desesperacion, ¥ lo mismo vale para los soldados en el campo de batalla: su sangre contribuird a mantener viva a la sociedad. O mis exactamente, ésa es la imagen que quisiera tener de si mismo el pucblo azteca, aun cuando no es segura que todas las p el asunto sin protestar: para evitar que los prisioneros estén tristes en la vispera de su sactificio (lo que, como ya hemos visto, cs un mal presagio), se les administran drogas, y Moctezuma necesita recor~ dar [a ley a sus soldidos llorosos, alligidos por la muerte de sus com~ paneros: "Para eso hemos nacido y para eso salimos al campo y esto sla muerte bienaventurada de-que nuestros antepasados nos deja~ ron noticia y tan encomendada” (Duran, a, 62), En esta sociedad sobreestructurada, un individuo no puede ser el igual de otro, y las distinciones jerarquicas ad quieren una imporcan= Cia primordial. Es bastante impresionante el ver que cuando Mocte- zuma 1 decide, a mediados del siglo xv, después de haber ganado muchas batallas, codificar las leyes de su propia sociedad, formula catorce prescripciones, de las cuales s6lo las dos iltimas recuerdan nnuestras leyes (castigo del adulterio y del robo), mientras que dicz reglamentan lo que, para nosotros, sélo serian cuestiones de etique- ta (volveré mas tarde a las dos leyes restantes}: las insignias, las ropas, los ornamentos que uno tiene o no derecho a usar, el tipo de casa apropiado para cada capa de la poblacién, Duran, siempre nostilgi- co de ta sociedad jerirquica y asqueado por el sgualitarisno naciente que ve entre los espriioles, escribe: “En las casas ceales y en los tem= plos habia lugares y aposentos, donde se aposentaban y recibian dife- rentes calidades de personas. para quc los unos no estuviesen mez= clados con los otros, ni se igualasen los de buena sangre con los de baja gente. [. -] En las buenas y bien concertadas eepiiblicas y con- gregaciones se habia de tener gran cuenta, y no en el desorden que onas que lo constituyen acepten MOCTEZUMA ¥ LOS SIGNOS 5 entre las cepiblicas el dia de hoy se usa, que apenas se conoce cual esclcaballero y cual el arriero, ni cuil el escudero, ni cual el marine~ ro. [. -| Empero, para evitar esta confusién y variedad y para que ‘cada uno fuese conocido, tenian estos indios grandes leyes y prag~ miticas y ordenanzas™ (i, U1). ‘Asi que, debido a esta fuerte integracién, la vida de la persona de hingdn modo es un campo abierto ¢ indeterminado, que puede ser moldcado por una voluntad individual libre, sino la realizacion de tun otden siempre anteriormente presente (aun sino esta totalmente excluida la posibiltdad de influie en el propio destino). El porvenir del individuo esta ordenado por el pasado colectivo; el individue no construye su porvenit, sino que éste se revela; de ahi el papel del calendatto, los presagios, de los augurios. La pregunta caracteristica de este mundo no es, com entre los conquistadores espafioles o entre los revolucionarios rusos, de tipo praxeoldgico: "‘zqué hacer?”, sino epistemico: “zeémo saber?” Y la interpretacién del hecho, mas que cen funcidn de su contenido concrete, individual y Gnico, se hace en fancién del orden preestablecido y que se debe restablecer, en fun~ én de la armonia universal 2Estariamos forzando el sentido de la palabra “comunicacion" si dijeramos, a partir de es0, que existen dos grandes formas de comu- nicacion, una entre el hombre y el hombre, y otra entre el homtbre yel mundo, ¥ comprobaramos entonces que los indios cultivan sobre todo la segunda, mientras que los espantoles cultivan la primera? Esta~ mos acostumbrados a no concebir la comunicacién més que en su aspecto interhumiano, pues, como el “mundo” no es un sujeto. el did logo con él es muy asimétrico (si es que hay didlogo). Pero quizis sea ésta una visién estrecha de las cosas, cuando mucho responsable dl sentimiento de superioridad que tenemos en esta materia. El con~ cepto seria mas productivo si se entendiera de modo que incluyera, al lado de Ia interaccién de individuo a individuo, la que tiene lugar entre la persona y su grupo social, la persona y el mundo natural la persona y el universo religioso. Y este segundo tipo de comunica- cidn es el que desempeta un papel preponderante en la vida del hom- bre azteca, el cual interpreta lo divino, lo natural y lo social por medio de los indicios y presagios, y con la ayuda de ese profesional que es cl sacerdote-adivino, No se debe pensar que ese predominio excluye el conocimiento de los hechos. lo que mis estrechamente se podria Hanae la leccidn de informacién. Por el contratio, lo que aqui se queda en esta- do embrionario es la accion sobre @ otro por intermedio de los sig 16 coNQUISTAR nos’ en cambio, nunea dejan de informarse sobre el estado de las cosas, aungue sean vivientes: el hombre importa aqui como objeto del dis- ‘curso, més que como su destinatario. Lemos en la Relacign de Michoa- «dit que antes de una guerra siempre hay que enviar espias. Después de efectuar un cuidadoso reconocimiento, éstos regeesan a dar cuen~ ta de su mision. “Las espias sabian todas las entradas y salidas de quel pucblo, y los pasos peligrosos y dénde habia rios. Estas dichas espias lo trazaban toéo donde asentaban su real, y lo sefialaban todo en sus rayas en el suelo, y lo mostraban al capitin general, y cl capi~ * (at, 4). Durante la invasion espaiola, Moctezuma (fg 7) nunca deja de enviar espias al campo contrario, y esta perfectamente al corriente de los hechos: asi es como sabe de la legada de las pri~ meras expediciones cuando los esparoles todavia ignoran su exis tencia. Lo vemos enviar sus instrucciones a los gobernadores loca- les: “Dad orden: que haya vigilancia por todas partes en la orilla del agua [.. .]. En donde ellos vienen a salir” (Cidice floremtino, que se representari en adelante con las siglas CF, xi, 3). De igual manera, mis tarde, cuando Cortés esti en México, Moctezuma es informado, inmediatamente de la legada de Narvie2, que su huésped ignora. “De palabra, y por pintura o memoriales, se les daba muy a menudo razén de todo cuanto se oftecia. Para este efecto habia hombres de grandi= sima ligereza, que servian de correos, que iban y venian y desde muchachos los criaban en eercicio de correr, y procuraban fuesen muy alentados, de suerte que pudieren subir una cuesta muy gran- de, corriendo, sin cansarse” (Acosta, vi, 10). A diferencia de los tarascos de Michoacin, los aztecas dibujan sus mapas y sus mensajes sobre papel, y asi peeden transmitirlos a distancia Pero los constantes Exitos en la recoleccion de informacién no van a la par con un dominio de la comunicacién interhumana, como se hubiera podido imaginar. Hay algo de emblemitico en la negacién constantemente reiterada por Moctezuma a comunicarse con los inerasos. Durante la primera fase de la conquista, cuando los espa fioles todavia estin carca de la costa, el principal mensaje que envia Moctezuma ¢s jque ro quiere que haya ineercambio de mensajes! Si recibe las informaciones, pero no se alegra de ello, sino todo lo con- trario. Asi es como lo pintan los relatos de los aztecas: ““Motecuh~ zoma bajé la cabeza y, sin responder palabra, puesta la m: Ia boca, se qued6 por muy grande rato, como muerto 0 mudo, que tno pudo hablar ni responder” (Durin, 11, 69). “Y euando lo oy Motecuhzoma, no hizo mas que abatir la frente, quedé con la cabeza inclinada, Ya no hablé palabra, Dejé de hablae solamente, Largo tiem- cin ala gent 10 sobre MOCTEZUMA ¥ LOS SIGNOS n po asi estuvo cabizbajo"* (CF, xit, 13). Moctezuma no esta simple- mente astistado por cl contenido de los relatos; se nos muestra como Iiteralmente incapaz de comunicar, y el texto pone significativamente paralclo ““mudo" con “muerto". Esta parilisis no s6lo debifita la recoleccién de informacién; simboliza ya la derrota, puesto que el soberano azteca es ante todo un amo de la palabra —aeto social por excelencia (cf. ig. 8)—, y que la renuncia al lenguaje es Ia confesion de un fracaso En Moctezuma se asocian en forma totalmente coherente este tn do aa informacién recibida y el miedo a la informacion solicitada pot los dems, muy especialmente cuando esta tiltina se refiere a su propia persona. “Yvan y venian muchos mensajeros cada dia a dar noticia al rey Motecuguma de todo lo que pasava, diziéndole como los espanoles preguntavan mucho por él pidiendo s modo de proceder y casa; desto se angustiava grandemente vacilan- do qué haria de si, si se huyria 0 se esconderia 0 si esperarfa, porque esperava grandissimos males y afrentas sobre sf y todo su reyno” (Tovar, p. 75). “Pues cuando ia Motecuhzoma que mucho se inda- gaba sobre él, que se escudrifiaba su persona, que los “dioses’ deseaban verle la cara, como que se le apretaba el corazdn, se Menaba de grande angustia” (CF, xt, 9). Segin Duran, la reacci6n inicial de Mocteauma es querer esconderse en el fondo de una profunda cue va, Segtin los conquistadores, los primeros mensajes de Moctezuma afirman que estari dispuesto a offecerles todo lo que hi ho, pero con una condicidn: que renuncien a su desco de ir a verlo. Fsea negacién de Moctezuma no es un acto personal. La primeri- ley enunciada por su antepasado Mactezuma f ordenaba “que Jos reyes nunca saliesen en paiblico, sino a cosas muy necesarias y forzosas" (Duran, ut, 26), y Moctezuma IT la aplica escrupulosamen- te, prohibiendo ademas a sus stibditos que lo miren en aquellas oca~ sjones en que debe mostrarse en priblico. “Por s6lo alzar los ojos a mirarle, como fuese hombre bajo (quien tal hacia), luego le ma daba matar."" Duan, que refiere este hecho, se queja de que su t bajo de historiador sure por ello. “Y aqui quiero contar lo que 1 respondié un indio, a quien yo preguntaba por la fisonomia de Mote- cuhzoma y por su estatura y maneta, £l cual me respondio: —"Padce, yono te he de mentie, ni he de decir lo que no sé. Yo nunca le vide as de su persona, 2 cgi de nao varior snnoe El procedimiemts dl paaldsmo es hs Peaks, Sakagon. a 80 CONQUISTAR Ia cara’ " (a, 53). No es sorprendente encontrar que esta ley enca- beza las reglas referentes a la diferenciacién jerérquica de la socie~ dad: lo que se deduce en ambos casos es la pertinencia del individuo frente al reglamento social. El cuerpo del rey sigue siendo indivi~ dual, pero la funcién del rey, ms completamente que otra, es un puro efecto social; asi que hay que sustracr ese cuerpo a las miradas. AL dejarse ver, Mocteruma contradiria sus valores tanto como to hace al dejar de hablar: se sale de su esfera de accién, que es el intercam= bio social, y se convierte en un individuo vulnerable. Es igualmente revelador ver que Moctezuma recibe la informa ‘cién pero castiga a sus portadores, y fracasa asi en el plano de las relaciones humanas. Cuando un hombre llega de la costa a descri~ irle lo que ha visto, el rey le da las gracias, pero ordena a sus guar~ dias que lo encarcelen y lo vigilen bien. Los magos tratan de tener suctios proféticos y de interpretar los presagios sobrenaturales, “Motecuhzoma, habiendo estado atento a lo que los viejos y viejas habfan dicho, viendo que no era nada en su favor, sino que antes argiifan a los malos prondsticos pasados, con wna fia y rabia ende~ moniada mand6 que aquellos viejos y viejas fuesen echados en car- cel perpetua y que les diesen de comer por tasa y medida hasta que muriesen. Los sacerdotes de los templos [. ..] hiciéronse de concier- to entre todos de no declarar cosa ninguna, temiendo no les sucedie~ se lo que a los viejos y vicjas” (tt, 68). Pero resulta que poco dese pués ya no los encuentran en su prisin; Moctezuma decide entonces ‘eastigarlos de manera cjemplar: ordena alos carceleros “fuesen a todos Ios lugares de que aquellos hechiceros eran naturales, que les derti= basen las casas, les matasen a sus mujeres e hijos y les cavasen los sitios de las casas hasta que saliese el agua de ellos; que todas sus haciendas fuesen saqueadas y robadas (..] y que, si clos pareciesen © fucsen hallados en algun templo, fuesen apedreados y echados a las bestias” (ibid.). Se comprende que, en tales condiciones, los volun= tarios dispuestos a informar sobre cl comportamiento de los espa- fioles, o a interpretarlo, fuesen mas bien escasos ‘Aun cuando la informacién llega a Mactezuma, su interpretacién, necesatia, se hace dentro del marco de la comunicacién con el mun= do, no de la comunicacisn con los hombres. Esa sus dioses a quic~ nes pide consejo sobre cSmo comportarse en estos asuntos puramente humanos (y es que siempre fue asi, como lo sabemos a partir de las historias indigenas del pueblo azteca). “Parece ser, como Montez ma era muy devoto de sus idolos, que se decian Tezcatepuca e Hui- hhilobos; el uno decian que cra dios de la guerra y el Tezcatepuca MOCTEZUMA ¥ LOS SIGNOS i el dios del infierno, y les sacrificaba cada dia muchachos para que le diesen respuesta de lo que habia de hacer de nosotros” (Bernal Diaz, 41).°Y supimos muy de cierto que cuando lo supo Montezuma 4 sintié. gran dolor y enojo, y que luego sacrifics ciertos indios a su fdolo Urchitobos, que le tenian por dios de la guerra, porque le dijese cen lo que habia de parar nuestra ida a México, o si nos dejaria entrar en su ciudad” (ibid, 83), Asi que, cuando los dirigentes del pais desean entender el presen te, se dirigen con toda naturalidad no a conocedores de los hombres, sino a los que practican el intereambio con los dioses, a los maestros en interpretacién. Asi ocurre en Tlaxcals. “[. .. y dizque no los qui~ sieron escuchar de buena gana, y lo que sobre ello acordaron fue que Juego mandaron llamar todos los adivinos y papas y otros que echa~ ban suertes, que Haman tacalnaguas, que son como hechiceros, y di ron gue mitasen por sus adivinanzas y hechizos y suertes qué gente éamos y si podriamos ser veneidos dindonos guerra de dia y de noche” (Bernal Diaz, 66). Pero la reaccién es exactamente la misma en Mexico: “El rey [. . .] mandé luego juntar toda su corte a conseja y proponiéndoles ls triste nueva pidioles el remedio para que estos dioses enemigos que les venian destruyr los echasen de sus tierras, y-contiriendo el negocia prolixamente como tan grave cosa reque- ria, determinose que mandasen llamar a todos los hechizeros y sabios nigronténticos que tenianpacto con el demonio, y que éstondiessen el primer acometimiento invocando con su arte cosas muy espanto- p75) Moctezuma sabia c6mo informarse acerca de sus enemigos cuan- do tos cran laxcaltecas,tarascoso huastecos. Pero é erg un inter= cambio de informacion perfectamente establecido. La identidad de los espafioles es tan diferente, su comportamiento es a tal punto imprevisible, que se sacude todo el sistema de comunicacién, y los aztecas ya no tienen éxito ni en aquello en lo que antes eran excelen- tes: la recolecci6n de informacién, Silos indios hubieran sabido, eseri~ be en varias ocasiones Bernal Diaz, qué pocos éramos en’ aquel momento. qué débiles y agotadosestibamos...Ineluso, todas fs acciones de los espanoles toman a lés indios por sorpresa, como si fueran eos los que levaban una guerra regular y como si f los espafioles los que los acorealaban con acciones guerrilleras. __Encontramos tna confirmacidn global de esta actitud de tos indios frente a los espanoles en la misma construceién de los relatos indi sgenas de la conquista, Estos invariablemente empiezan con la enw: CONQUISTAR meraci6n de los presagios que anuncian la llegada de los espavioles Parece que Mactensma sufre un verdadero bombardeo de mensajes que, ademas, predicen todos Ia victoria de los recién llegados. * este tiempo anuncié el ¥dolo Quetzaledatl, dios de los Cholultecas, Ia venida de gente esteaiia a poseer estos reynos. Assimesmo el rey de Tezcuco [Nezahualpilli}, que tenia pacto con el demonio, le vino 8 visitar [1 Mocteeuma] una ver a deshora y le certficé que le havyan dicho los dioses que se le aparejavan a él y a todo su reyno grandes travajos y pérdidas; muchos hechizeros y brajos dezian lo mismo" (Tovar, p. 69). Tenemos indicaciones semejantes no s6lo en lo que se reficre a los aztecas del centro de México sino también a los tainos del Caribe “descubicrtos” por Coldn, a los tarascos de Michoacin, os mayas de Yucatén y de Guatemala, alos incas de Pera, ete. Un profeta maya, Ah Xupan Nauat, supuestamente previ6 desde el siglo xique la invasién de Yucatin empezaria en 1527. Tomados en su conjunto, estos relatos, provenientes de poblaciones muy alejadas entte s, impresionan por su uniformidad: la legada de los espaioles siempre va precedica de presagios, su victoria siempre se anwncia como segura, Mas atin: estos presagios tienen un extrafio parecido, de un extremo a otro del continente americano. Siempre se trata de un ‘cometa, el rayo, ua incendio, hombres de dos eabezas, personas que hablan en estado de trance, etcétera ‘Aun si no quisiéramos excluir a prior’ la realidad de esos presa- ‘ios, un niimero tan geande de coincidencias ameritaria que nos pusié= ramos en guatdia Todo Hleva a ereer que los presagios fueron inven tados después de los hechos; pero gpor qué? Veamos ahora que esta forma de vivir el acontecimiento va totalmente de acuierdo con las nnormas de la coman al como la practican los indios. En vez de percibir este hecho como wn encuentro puramente humano —la llegada de hombres ividos de oro y de poder— pero, cierto es in dito, los indios lo integean dentro de una red de relaciones natucales, sociales y sobrenaturales, en la que el acontecimiento pierde de gol- pe su singularidad: de alguna manera se encuentra domesticado, ibsorbido en un orden de creencias ya existente. Los azcecas perc ben la conquista —es decir, la derrota— y al mismo tiempo la supe- ran mentalmente,inscribiéndola en una historia concebida segdin sus eexigencias (no som los Gnicos que proceden asi): cl presente se vuelve inteligible, y al propio tiempo menos inadmisible, en el momento en que podemos verlo ya anunciado en el pasado. ¥ el remedio ¢ tan apropiado a la situacion que, al oir el relato, todos ereen recor dar que efectivamente habian aparecido presagios antes de la con- MOCTEZUMA Y LOS sIGNoS 83 quista. Pero, mientras tanto, esas profecias ejercen un efecto parali- 2ulor en los indi qu las conocen, dismuyen proparcioahonane su resistencia; sabemos, por ejemplo, que Montejo sera especialmente bien recibido en aquellas partes de Yucatan de donde vienen las pro- fecias del Chilam Balam. Este comportamiento contrasta con el de Cortés, pero no con el de todos los espafioles; ya hemos encontrado un ejemplo espaiiol de ina concepcién asombrosamente patecida de la comunicacién: la de Col6n. Colén, como Moctezuma, recogia atentamente las inforina ciones referentes a las cosas, pero fracasaba en su comunicacién con {os seres humanos, ¥ lo que es atin mis notable es que Colén, al vol- ver de su excepcional descubrimiento, se apresura a escribie su pro- pio Chilam Balan: no descansa hasta que produce un Libro de las pro- Jecias, coleecion de formulas extraidas de los Libros sagrados (o qe se les atribuyen) y que, supuestamente, predecian su propia avencu- ray las consecuencias de ella. Por sus estetcturas mentales, que lo gan con lt concspeiu medieval del saber, Coldn esti mis cerca de aquellos que descubre que algunos de sus propios companeros; cudn- tole hubiera chocado saberlo! No por ello es el Gnice, Magutsrelo, tcérico del mundo del futuro, escribe poco después en los Discursos “Es nocorio por ejemplos antiguos y modernos que jamis ocurre nin giin grave accidente en una ciudad 0 un estado sin set anunciado o por adivinos. o por revelaciones, prodigios u otros signos celestes” (1, 56). Las Casas dedica todo un capitulo de su Historia de las Indias al ema siguiente: “En el cual se tracta de cémo la Providencia divi- ‘na nunca consiente venir gosas sefialadas para bien del mundo, ni per~ mite para castigo dél, sin-que primero, 0 por sus siervos los sanctos, © por otras personas, aunque sean infeles y malas, y algunas veces por los demonios, las prenuncien y antedigan que ellas acaczcan”™ (i, 10). jMis vale una profeca del demonio que la falta total de pro- feclas! A fines del siglo, el jesuita José de Acosta es mis prudente, pero todavia muestra la misma estructura de pensamicnto: “Parece cosa muy razonable que de un negocio tan grande [como el desc brimionto de América] haya alguna mencién en las Sagradas Escr turas” (1, 15). Esta forma particular de practicar la comunicacién (descuidando la dimension intechumana, dando { la prefetencia al contacto con el mundo) es responsable de la imagen deformada que habran de tener los indios de los espaiioles, a lo largo de los primeros contactos, especialmente de la idea de que éstos son dioses; también esta idea tien un efecto paralizador. Este hech 19 parece muy poco frecuente a4 conquisrar en la historia de las conquistas y de las colonizaciones (lo volvemos a encontrar en Melanesia, y es el responsable del triste destino del capitin Cook); s6lo puede explicarse por una incapacidad de perci- bit la identidad humana de los otros, es decir, de reconocerlos a la vez como iguales y como diferentes. La primera reaccisn, espontinea, frente al extranjero es imaginarlo inferior, puesto que es diferente de nosotros: ni siquiera es un hom- bre 0, si lo es, es un barbaro inferior; si no habla nuestra lengua, es que no habla ninguna, no sabe hablar, como pensaba todavia Colon. Y asi, los eslavos ce Europa llaman a su vecino alemin nemec, ef mudo; los mayas de Yucatin Haman a los invasores toltecas nunc, los mudos, y los mayas cakchiqueles se refieren a los mayas tam como “tartamudos" 0 “tudos". Los mismos aztecas Haman a las genites ‘que estén al sur de Veracruz nanowaea, los mudos, y los que no hablan nabuatl son Ilamades fenime, birbaros, 0 popoloca, salvajes. Compar~ ten el desprecio de todos los pucblos hacia sus veeinos al considerar {que los mis alejados, culeural o geogeificamente, ni siquiera son pro~ pios para ser sacrificidos y consumidos (el sacrificado debe ser al mis- mo tiempo extranjero y estimado, es decir, cercano). “[A] nuestro dios no le son grates Ias carnes de esas gentes birbaras, tiénelas en lugar de pan bazo y duro y como pan desabrido y sin sazén, porque, como digo, son de extrafia lengua y birbaros” (Duran, i, 28). Para Moctezuma las diferencias entre aztecas, tlaxcaltecas y ch chimecas existen, claro esti; pero son inmediatamente absorbidas den- tro de la jerarquia interior del mundo azteca: los otros son aquellos que subordinamos, entre los cuales reclutamos —o no— a las victi~ mas para los sactificios. Pero, incluso en los casos mis extremos, no hay sentimiento de exteafeza absoluta: de los totonacas, por ejem- plo, los aztecas dicen al mismo tiempo que hablan una lengua bar- bara y que evan una vida civilizada (CF, xu, 29), es decir, una vida que puede parecerles civilizada a los aztecas ‘Ahora bien, la extrafieza ante los espafioles es mucho mas radical Les primeros testigos de su llegada se apresuran a dar parte de sus impresiones a Moctezuma: “Le diremos qué hemos visto. Cosa muy digna de asombro, jNunca cosa asi se vio!” (CF, xi, 6). Al no poder integratlos en el mismo casillero que los totonacas —portadores de tuna otredad nada radical— los aztecas renuncian, frente a los espa- oles, a su sistema de otredacles humanas, y se ven Hevados a recu= rir ala nica otra formula accesible: el intercambio con los dioses ‘También cn eso pedemos compararlos con Colén, y sin embargo aparece también una diferencia esencial: al igual que ellos, Colin no MOCTEZUMA ¥ LOS SIGNOS ae Jogra ver ficilmente al otro como humano y diferente al mismo tiem= po; lo trata entonces como si fuera un animal, Por lo demas, el error de los indios no habrd de durar mucho, pero si lo suficiente para que [a batalla esté definitivamence perdida, y América se encuentre some~ tida a Europa. Como lo dice en otras circunstancias el Libro de Chi lam Balame: “Aquellos que na puedan comprender, moririn; aquellos que comprendan, vivirin™ (9) Observemos ahora, ya no la recepcidn, sino la produccién de los dis~ cursos y de los simbolos, tal como se practica en las sociedades indias en la €poca de la conquista, No hace falta remontarnos al libro santo del Popol Vuh, que pone la palabra en el origen del mundo, para saber aque las pricticas verbales son altamente estimadas: nada seria mas falso que imaginar a los aztecas indiferentes frente a esa actividad Como muchos otros pueblos, los aztecas interpretan su propio nom= bre como algo que se refiere a su excelencia lingiiistica, por oposi- Gi6n a las otras tribus: ‘Los indios de esta Nueva Espan comntin relacida de las historias dellos, proceden de dos naciones dif ferentes: la una dellas llaman nauatlaca, que quiere dezir ‘gence que se explica y habla claro’, a differencia de la segunda nacién, porque centonces era muy salvaje y barbara; s6lo se ocupavan en andar a caga; [.. .] les pusieron por nombre ‘chichimeca’, que significa gente caga dora y que vive de aquel officio agreste y campesino” (Tovar, p. 9) El aprender a bien hablar forma parte de la educacién familiar, cs lo primero en lo que piensa los padres: “Instruian al nifio éstos gue andaban con él, para que hablase palabras bien criadas y buen vit, 20, p. 71), y un prezepto antiguo, que los padres ensefian a los hijos, dice: “No des mal ejemplo ni hables indisereta- nte ni cortes a atcos sus pliticas ni los estorbes; y si no hablan bien y concertadamente, mira té no hagas lo mismo; y si no es aa cargo hablar, calla” (Olmos, en Zorita, 9). Los padres no olvidan decieles a sus hijos: “Conviene que hables con mucho sosiego: ni hables apresuradamente, ni con desasosiego, ni alces la vor, porque no se diga de ti que eres vocinglero y desentonado, o bobo 0 aloca- do 0 nistico: [...] sea suave y blanda tu palabra” (CF, vi, 22), EL que se haya dedicado tanta atencién a lo que las retdricas lati ras Hamaban actio © prommntiaio permize suponer que los indios no son indiferentes a los dems aspectos de la palabra; y sabemos que esta educacidn no se deja s6lo a los padres, sino que se imparte en escuelas especiales. Hay en el estado azteca dos clases de escuelas, sewn la 86 Conquista tunas que preparan para el oficio de guerrero, otras de donde salen los sacerdotes, les jueces y los dignatarios reales: en estas sltimas, amadas calmécac, es donde se presta especial atencién al verbo: “Les mostraban a los muchachos a hablar bien, {...] y el que no hablaba bien o no saludaba a los que encentraba, [..-] luego le punzaban con las puntas de maguey. [...] Les ensefiaban todos los versos de can- to, [..] que se llamaban divinos cantos, los cuales versos estaban escritos en sus libros por caracteres, y mis les ensefiaban Ia astrolo- gia indiana, y las interpretaciones de los suefios y Ia cuenta de los aos” (CF, ul, Apéndice, 8). El cabmécac es efectivamente una escue- la de interpretacén y de habla, de retérica y de hermenéutica, Se J toman todas las disposiciones necesatias para que los alumnos hablen con elegancia y sean buenos intérprete Y es que, como lo dice otto cronista (Juan Bautista Pomar, en la Relacidn de Texcoo), aprendian “a bien hablar y a bien gobernar” al mismo tiempo. En la civilizacién azteca —al igual que en muchas otras— los altos dignatatios reales son escogidos en buena medida en funcin de sus cualidades de elocuencia, Sahagdn informa que “entre los mexicanos, [...] os sabios retsricos, y virtuosos, y esfor- zados, eran tenidos en mucho” (v1, “Prélogo”, 2), y recuerda: “Los setores siempre trafan consigo muy expertos oradores, para respon- der y hablar cuaato fuera menester, y esto desde el principio de su leccion" (vi, 12, 8). Los antiguos mayas van todavia mis lejos: los fuaturos jefes son elegidos con la ayuda de un procedimiento que recucrda una prueba por enigmas: deben saber interpretar ciertas expresiones figuradas, que sc llaman “lenguaje de Zuyua". El poder exige la sabiduria, la cual se comprucba al saber interpretar. “Tales son las cosas que hay que entender para ser jefe de aldea, cuando uno es llevado frente al soberano, al jefe superior. Tales son las palabras Si los jefes de aldca no las comprenden, nefasta es entonces la estre- Ila que adorna la noche" (Chilam Balam, 9), Silos candidatos no pasar esta prueba, son castigados severamente. “Los jefes de aldea son apre- sados porque ne han sabido comprender. {, --] Por eso son ahorca- dos ¥ por eso les cortan las puntas de las lenguas y por eso les a:tai~ age. a los fatucos can los ojos” (ibid.). Como a las victimas de ta es jefes se les pone ante este dilema: interpretar 0 morir (a diferencia, bargo, de los personajes de Las mil y una noches, cuya ley es * Pero sin duda existen civifizaciones iis bien: "Cuenta o muere narrativas y civilizaciones interpretativas), y se cuenta qu clegido, el jefe es marcado con la inseripcion de pictogramas en st ‘cuerpo: su garganta, su pie, su mano, ew MOCTEZUMA Y LOS SIGNos ier La asociacién del poder con el dominio del lenguaje esta clara~ mente marcada entre los aztecas. El jefe del estado es llamado tlatoa- ni, que significa, literalmente, “aquel que posee la palabra” (algo pare~ cido a nuestro “dictador”), y la periirasis que designa al sabio es “el pos:edor de la tinta roja y de la tinta negra”, es decir, aquel que sabe pintar e interpretar los manuscritos pictogedficos. Las crénicas indi- genas dicen que Moctezuma era “naturalmente ret6rico y orador y tenia tan galano frasis en el hablar que a todos ateaia y enamoraba con sus profundas razones. [Todos quedaban] muy pagados y con- tentos de su apacible conversaci6n” (Duran, tt, 54). En Yucatan, los profetas-intérpretes gozan de la mis alta estimacién y de los mayo- tes privilegios: "El oficio de los sacerdotes era tratar y ensefiar sus y declarar las necesidades y sus remedios, predicar y echar las fiestas, hacer sacrificios y adminiscrar sus sacramentos. El oficio de los chilanes [profetas] era dar al puzblo las respuestas de los demo- nios y cran tenidos en tanto que acontecia Hevarlos en hombros” (Landa, 27) Incluso después de la conquista, los espafioles no pueden dejar de admirar la clocuencia de los indios. Quince aios después del fin del imperio azteca, Vasco de Quiroga cuenta: "Se despidieron [. ..) dando las gracias, cada uno por si, [...] con tan buena mancra como si hubieran aprendido oratoria toda su vida" (p. 317). Sebastian Rami~ rez de Fuenleal, presidente de la segunda audiencia (que, ademas de ser el tribunal, cra la fuente de todo poder legal, de la que es miem= bro Vasco de Quiroga, siente tanto placer en oft hablar a los indios que olvida el disgusto que le causa el contenido de sus palabras: "No ha diez dias que los seiiores de la provincia de Mechoacan vinieron con los hijos det cazonzi [el rey local] a se quejar de los espaiioles de aquella provincia, y hicieron una platiea larga y bien ordenada, ytan cucrdamente dicha y de tan buenas cosas, que holgara havella entendido a ellos como la declaré Ia lengua. Los espaitoles de la época sienten 'a misma fascinacién por el len- guaje. Pero la mera existencia de la atencién que se concede a la pro- ducidn verbal entre unos y otros no significa que unos y otros valo fen los mismos aspectos del habla. La palabra privilegiada entre los aatecas es la palabra ritual, es decir, reglamentada en sus formas y en sus funciones, palabra memorizada y, por lo tanto, siempre cita~ da, La forma mas notable de la palabsa ritual esté constituida por los duchuetatol, discursos aprendidos de memoria, mas © menos largos: que cubren una amplia variedad de temas y corresponden a toda una serie de circunstancias sociales: oraciones, ceremonias de la corte 88 conquisran diversos ritos de paso en la vida del individuo (nacimiento, puber~ tad, matrimonio, muerte), separaciones, encuentros, ete. Siempre estin formulados en un lenguaje cuidadoso y se supone que datan de ti pos inmemoriales, lo cual explica su areaismo estilistico. Su funcion és la de toda palabra en wna sociedad sin escrieura: materializan la memoria social, es decir, el conjunto de leyes, normas y valores que deben transmitirse de una generacién a otra para asegurar la identi~ dad misma de la colectividad: es0 explica también la excepcional importancia que se concede a la educacién publica, a diferencia de Jo que pasa en las sociedades del libro, donde la sabiduria a la cual tunos tiene acceso por si mismo equilibra los valores transtnitidos por! la institucién colectiva Ta falta de escritura es un elemento importante de la situacion, quiais el mis importante. Los dibujos estilizados, los pictogramas aque usaban los aztecas no son un grado inferior de escritura: son una notacién de la experiencia, no del lenguaje. La escritura de los euro~ peos es tan poco familiar para los indios que ctea reacciones que la tradicin literaria babed de apresurarse a explotar: asi, gusta repre= sentar al indio portador de un fruto y de un mensaje escrito, que m cigna el hecho; ef indio se come el fruto por el camino perplejo cuando lo descubre el destinatario de la carta. “EI rumor, esparcido por la isl, de que dichas hojas hablan al arbitrio de los nuestros, obliga a sus habieantes a corresponder con fidclidad a lo gue se les confia” (Pedro Marti, ut, 8). Los dibujos de los codices s6lo conservan los principales puntos de la historia, que, en esa for- ma, son ininteligibles; los vuelve comprensibles el discurso ritual que tos acompafta: ios percatamos claramente de ello hoy en dia puesto que algunos dibujos siguien siendo opacos para nosotros, ext ausen- cia de todo comettario antiguo. Hay otto hecho que parece ilustrar que la ausencia de escritura es reveladora del comportamiento simbélico en general, ¥ al propio tiempo, de la capacidad de percibir al oteo. Las tres grandes civil ciones amerindias encontradas por los espafioles no se sitiian exacta- mente en el misme nivel de evolucidn de la eseritura. Entre los incas faa por completo (ticnen un sistema mnemorécnico de cordelillos, que por lo demas es muy elaborado): los aztecas poscen pictogea- ‘mas; encontramosentre los mayas eudimentos de uns escritura fone tica, Ahora bien, se observa una geadacibn comparable en la sntens dad de la ereencia en la divinidad de los espatioles. Los incas ereen fiememente en esa naturalezs divina. Los aztecas slo creen cn ella al principio. Los mayas se plantean la pregunta y contestan con una MOCTEZUMA Y Los siGNOS. 89 nogativa: mas que “dioses”, laman a los espaitoles “extranjeros”. o bien "'comedores de anonas”, fruto que ellos no se dignan consu- mir, 0 “barbados” 0, en rigor, “poderosas”, pero nunca “dioses"” Si bien se refiere que tuvieron un momento de duda al respecto (como cen los Anales de los cakchiqueles, es decir, en Guatemala, pero no en Yucatin), vemos que este momento se supera muy pronto, y que Ja visién de los espafioles sigue siendo fandamentalmente humana. El asunto es tanto mis notable cuanto que los iniciados en la escritu~ 1a maya s6lo son algunos sacerdotes 0 nobles; pero lo que cuenta noes el empleo efectivo de la escricura, la escritura como instrumento, sino la escritura como indicio de la evolucién de las estructucas men~ tales. Sin embargo, hay que afi n (a no ser que, estrictamente hablando, sea la misma): los mayas también son clinico de los tres grupos que ya ha suftido una invasion extranjera (la de los mexicanos); ellos saben lo que es una ci al mismo tiempo superior, aqui otra explicaci iaaci6n otra, y ‘sus erdnicas muchas veces se confor rman con registrar a los espafioles ajo &. encabezado que eseaba reser vado para los invasores toltecas, Lo que aqui importa es que la escritura, ausente, no puede asumir 1 papel de apoyo de la memoria, que incumbe entonees a la palabra A.esto se debe la importancia de los huehuetlatoll, y el hecho de que, incluso fuera de esos géneros fijos. vemos, al leer a los informantes de Sahagtin, por ejemplo, que sus respuestas expresan un saber que conocen de memoria, sin vatiaciones individuales. {ncluso si pensa~ mos que esos informantes, viejos sin duda, exageran el papel de los discursos rituales en decrimento del habla improvisada, no pueden dejar de impresionarnos cl ntimero y las dimensiones de esos dis «cursos y, por lo tanto, ef lugar que ocupa lo ritual en el seno de la vida verbal de la comunidad El rasgo esencial de estos discursos es, entonces, que vienen del pasado: su produccién, al igual que su interpretacién, esti mas domi nada por el pasado que por el presente;el nombre mismo de hucte- Hlatoll significa“ palabras de los antiguos”. Estas palabras, este men= sale, dice un viejo, “era la costumbre de los antiguos, y viejos y vie}as, el cual est4 atesorado y muy bien doblado en vuestras entrafas y en vuestra garganta”” (CF, vi, 35). Esto se ve confirmado por otros cro= nistas: “Para conservatlos [los discursos] por las mismas palabras que los dixeron sus oradores y poetas, havja cada dia exercicio dello en os collegios de los mogos prineip: 'sque havyan de ser sucesores 2 éstos, y con la continua repeticidn se les quedava en la memoria sin discrepar palabra", escribe Tovar ("Carta a Acosta”) 0, CONQUISTAR, De manera mis general, la referencia al pasado es esencial para Jamentalidad azteca de la época, Encontramos una conmovedora tlus~ tracion de esto en un documento bastante excepcional, titulado Co loguios y doctrina cistiana, y que data de 1524, 0 sea silo tres afos des treed In conguista, Los doce primesosfraniscans han Hegado a México y han empezado su labor de conversién, Pero un dia, en la ciudad de México, un hombre se pone de pie y protesta: ciertamente no es capaz de contestar a los argumentos teolégicos de los cristia~ hos, peo también los mexicanos tienen sus especialistas evi asuntos divinog, y éstos podrian hacer frente a los franciscanos, explicarles por qué los dioses de los aztecas no son inferiores a los de los espa~ holes. Los franciscanos aceptan el desafio, y el propio Cortés da érde~ nes para la organizacién del encuentro, Seguramente tuvieron lugar otros debate del mismo tipo en eos primeros aos posterior a ‘conquista; disponemos en Ia actualidad de un relato azteca, recogido for bahapin, que se presenta como la reseRa del encuentro de México de 1524, pero que en realidad debe set una rep y generalizada de este tipo de debates, El conjunto del debate se sitda dentro del marco de la ideologia cristiana, pero su valor de testimo- nio es impotante, ‘Ahora bien, ;cual ser el argumento inicial de los religiosos azte- ‘eas? Nuestra religin, dicen, es antigua; nuestro antepasados ya crcfan en ella; por lo tanto, no hay razén alguna para que renunciemos a ella. “Es una palabra nueva, /ésta que les decis,/ por ella estamos afl- gidos, / por ella estamos muy atemorizados. / Pues aquellos que nos hicieron, { aquellos que llegaron a ser, aquellos que vinieron a vivir cen la tierra, / no hablaron de esta manera” (7, 950-956). “Solian decie que, ciertamente, ellos, los dioses, por cuya gracia vivimos, / ellos nos merecteron” (7, 970-972). "“z¥ acaso ahora somos nosotros, / aquellos que habrin de destruitla, / la antigua ley?” (7, 1016-1018). Los padres franciscanos no fueron convencides por estos argumen- tos. A su manera, el relato mismo que tenemos ilustea la mayor efica- cia del discurso cristiano: este dilogo es muy asimétrico, pues las palabras de los evangelizadores no solo ocupan mas espac Mah eh aumento tenemos la impresiOn de que la voz de los sacerdo- tes mexicanos, afirmando sus lazos con el pasado, va siendo progre- sivamente ahogada por los abundantes discursos de los franciscanos. Este no es un emplo aislado; encontramos un eelato casi dente iortés, que tefiere este debate improvisado: “Y a esto les hablé diciéndoles que mirasen citin vana y loca creencia era la suya, pues ‘creian que les podia dar bienes quien asi no se podia defender y tan sncaci6n literaria mio gue MOCTEZUMA ¥ LOS SIGNOS a ligeramente veian desbaratar; respondiéronme que en aquella secta los dejaron sus padres” (5). Cuarenta o cincuenta afios mis tarde, Durin vuelve a oft la misma respuesta: “Yo he preguntado a algu- nos viejos de dénde tenian esta ciencia de conocer las venturas y sins Responden que los viejos antiguos se las dejaron y se las ensefiaron yy que no saben otra cosa. [...| Dana entender que por ciencia parti~ cular no conocen nada” (0, 2) Desde nuestro punto de vista actual, la posicién de los eristianos rho ¢5, en si, “mejor” que la de los aztecas, ni esta mas cerca de la “verdad”. La religi6n, cualquiera que sea su contenido, es efeeti mente un discurso transmitido por la tradicién y que importa en cuan- to garantiza una identidad cultural. La religion eristiana no es en si misma mis racional que el “paganismo" indio. Pero seria ilusorie ver a los sacerdotes aztecas como antropélogos de lo religioso. El helo de saber que la religidn no es mas que un discurso tradicional de ningtin modo los hace tomar su distancia frente a ella; por el con- trario, éta es la raz6n por la que no pucden cuestionaela. Como hemos visto, la opinién personal cerece de valor en este contexto, y no se aspira a un saber que el individue pudiera alcanzar por medio de su propia biisqueda. Los espafioles tratan de racionalizar su clec~ ‘ign de la religion cristiana; de este esfuuerzo (o mis bien de su frac so) nace, ya desde entonces, la separacion entre fe y razén, y la posi- bilidad de un discurso no religioso acerca de la religién La sumision del presente frente al pasado sigue siendo, entonces, tuna caracteristica significativa de la soctedad india de la época, y pode- ‘mos observar sus huellas en muchos otros campos diferentes del reli gioso (0, sise prefiere, encontramos lo religioso mucho mas allé de los limites dento de los que estamos acostumbeados a encerrarlo) Es frecuente que los comentaristas recientes no puedan contener su admiracion frente a un estado en que se atendia tan cuidadosamente la educacidin de los nifios: tanto ricos como pobres estan “escolari- zados”, ya sea en la escuela religiosa o en la militar. Pero esta claro que no se trata de un rasgo que pueda ser admirado aisladamente 1h educacion publica es esencial en toda sociedad en la que el pasado pesa sobre el presente, o bien, Io cual equivale a lo mismo, en que Ia colectividad tiene Ia preferencia fente 2 lo individual. Una de las catorce leyes de Moctezuma I consagra esta preeminencia de lo anti- {uo frente a lo moderno y de los viejos frente a los jévenes: “Que hubiese maestros y hombres ancianos que [a los j6venes] reprendic- sen y corrigiesen y castigasen y mandasen y ocupasen en cosas de ‘ordinarios ejercicios y que no los dejasen estar ociosos, ni perder tiem 2 CONQUISTAR po" (Durin, 1, 26). Las pruebas por enigmas a las que son someti~ dos los jefes mayas no se refieren a una capacidad de interpretacion cualquiera: no se trata de dar una respuesta ingeniosa, sino la res- puesta correcta, es decir, tradicional; conocer la respuesta implica que uno pertenece al buen linaje, puesto que se cransmite de padres a hijos. La palabra que, en nahuatl, nombra la verdad, neltiliztl, esta etimo- légicamente relacioncda con “raiz", “base”, “fundamento”; la ver~ dad esté intimamente relacionada con la estabilidad, y un huehwetla~ tolli pone en paralelo estas dos preguntas: "zPosee el hombre la verdad? isten cosas fijas y duraderas?” (Colecriin, 10, 15), A este mundo vuelto hacia el pasado, dominado por la tradicisn, Iega la conquista: un zcontecimiento absolutamente imprevisible, sor- prendente, tinico (a pesar de lo que puedan decir los presagios reco- gidos posteriormente). Trae otra concepcién del tiempo, que se pone ala de los aztecas y los mayas. Son pertinentes aqui dos rasgos del Calendario indio, en los que esta ultima concepcién se expresa en for- ma especialmente clara. Primero, un dia en particular pertenece a un néimero de ciclos mayor que entre nosotros: esti el aiio religiaso de 260 dias y el afio astronémico de 365 dias; los anos, a su vez, for- man ciclos, a la manera de nuestros siglos, pero de un modo que se impone mis: de veirte aos, o de cincuentaidés, etc. Luego, este calendario descansa en la intima conviccién de que el tiempo se repite Nuestra cronologia tiene dos dimensiones, una ciclica y otra lineal Si digo ‘miércoles veinticinco de febrero", slo indico el lugar del dia en el interior de tres ciclos (semana, mes, afio); pero al anadic 1981" someto el ciclo al desarrollo lineal, puesto que la cuenta de los afios sigue una sucesién sin repeticién, del infinito negativo al infinito positivo. Entre los mayas y los aztecas, por el contratio, es el ciclo el que domina en relacién con la linealidad: hay una sucesi6n en el interior del mes, del afio o del “haz” de afios; pero estos dilti- ‘mos, mis que estar sitsados en una cronologia lineal, se repiten exac~ tamente cada ver. Si hay diferencias en el interior de cada secuencia, [pero tuna secuencia es idéntiea a la otra, y ninguna esta situada en tun tiempo absolut (le ahi las dificultades que se presentan para tra- duc'r las cronologtas indias a la nuestra). No es casual el que la ima~ gen, tanto grifica como mental, del tiempo entre los aztecas y los imayas esté dada por la rueda (mientras que la nuestra mis bien esta tia representada por la flecha). Como lo dice una inscripcién (tardia) del Libro de Chilarn Bolam: “Trece veces veinte pre volveri a comenzar™ (22) Los libros antiguos de los mayas y de los aztecas ilustean esta con 8, ¥ después sie MOCTEZUMA ¥ LOS SIGNOS 3 cepcién del tiempo, tanto por lo que encierran como por el uso que de ellos se hace. Los llevan, en cada regién, los adivinos-profetas y son (entre otras cosas) erénieas, libros de historia; al mismo tiempo, permiten prever el futuro, y es que, como el tiempo se repite, el cono~ cimiento del pasado Heva al del porvenir, 0 mis bien, son lo mismo. Vemos asi, en los Chilam Balam mayas, que siempre importa situar elacontecimiento en su lugar denteo del sistema (tal dia, de tal me: de tal veintena de afios), pero que falta la referencia al desatrollo lineal, incluso para hechos posteriores a la conquista; de tal manera que no tenemos ninguna duda en cuanto al dia de la semana en que se pro dujo un hecho determinado, pero podemos dudar entre veinte aiios mis 0 menos. La naturaleza misma de los acontecimientos obedece a este principio ciclico, puesto que eda secuencia incluye los mis~ ‘mos acontecimientos; los que ocupan lugares idénticos en secuen- cias diferentes tienden a confundirse. Asi, en esos libros, la invasion tolteca presenta rasgos indudablemente propios de la conquista espa~ ola; pero también vale lo recipraco, de tal modo que nos percata~ mos que se trata efectivamente de una invasi6n, pero no podemos estar Seguros si se trata de la una o la otra, aunque estén separadas por siglos enteros, ig s6lo son las secuencias del pasaco las que se parecen, sino tam= bign las del porvenir. Por eso los hechos se remiten ora al pasado, como en una crénica, ora al futuro, ea forma de profecias: otra vez s, da lo mismo. La profecia esti enraizada en el pasado, puesto que el tiempo se repite; el caricter, fausto o infausto, de los dias, meses, aos, siglos por venir es establecido por la biisqueda intuit va de un comin denominador para los petiodos correspondientes del pasado, Reciprocamente, nuestras informaciones sobre el pasado de esos pueblos las tomamos actualmente de las profecias, que a menudo son lo tinico que se ha preservado. Durin informa que, entre los ahos estin distribuidos en ciclos segiin los puntos c dinales: “los anos de que ellos mas temian eran los septentrionales y los occidentales, por la experiencia que tenian de grandes infortt- ios que en ellos les sucedian” (it, 1). El relato de la invasion espa ola, entre los mayas, mezcla de manera inextricable el futuro y el pasado, y procede por prospecciones retrospectivas. “Hay que amar esas palabras como se aman las picdras preciosas, pues nos hablan de la Futura introduccién del cristianismo” (Chilam Balam, 24). “Ast ‘huestro Padre Dios envia una senal al tiempo en que vendrin, por~ que no hay acuerdo. Los descendienses de los antiguos soberanos estin deshonrados y sumidos en la miseria; nos hemos vuelto cris~ oO conquistan, tianos y ellos nos tratan como animales” (ihid., 11). Un copista tar- dio anade esta nota significativa: “En este decimoctavo dia de 1766 Hegé un huracan, Lo he registrado aqui para que se pueda ver cuan~ tos afios pasarsin antes de que Hlegue otro” (ibid., 21). Bien se ve que, sise establece una vez el término de la serie, lz distancia que separa dos hnuracanes, se podran prever todos los huracanes por venir. La pro~ fecia es memoria Los mismos libros existen entre los aztecas (pero menos bien con- setvados); en ellos se consignan, al lado de las delimitaciones terci~ toriales o del monto de los impuestos, los acontecimientos del pasa- do, y son aquellos a los que se consulta cuando se quiere conocer cl porvenir: pasado y futuro pertenecen al mismo libro, son asunto del mismo especiaiista. También Moctezuma acude a ese libro para saber qué es lo que haran los extranjeros. Primero lo vemos pedir un cuadro que representari exactamente lo que sus mensajeros han visto en la orilla cel mar. Se encarga su ejecucién al mas habil de los pintores de México; una vez terminado el cuadro, Moctezuma le pregunta: “Hermano, ruégoce me digas la verdad de lo que te quie- ro preguntar. :Por ventura sabes algo de esto que aqui has pintado? eDejéronte tus antepasados alguna pintura, 0 relacién de estos homi- bres, que hayan de venir o aportar a esta terea?” (Duran, it, 70) Vemos cémo Mocteruma no quiere admitir que se pueda producit un hecho completamente nuevo, que ocurra aquello que los ante sados no hubieran conocido ya. La respuesta del pintor es negativa, pero Moctezuma no se conforma con eso y consulta a todos los demis pintores del reino; sin resultado. Al final le recomiendan a un viejo Hamado Quilaztli, “muy docto y entendido en esto de antiguallas y pinturas”, Quilaztli, a pesar de que no ha ofdo hablar de la llegada de los espaitoles, lo sabe todo sobre los extranjeros que habrin de venir, y dice al rey: “"Y porque lo creas que lo que digo es verdad, ctalo aqui pintado: la pintura me dejaron mis antepasados’. Y sacando una pintura muy vieja, le mostré el navio y los hombres vestidos a la manera que él los tenia pintados fen la pintura nueva] y vido alld oteas bow do, y todos vestidos de diferentes colores, con sus sombreros cabezas y sus espadas ceniidas” (ibid). El relato es visiblemente muy literario; no por ello es menos reve~ lador de la concepcién azteca del tiempo y del aconeecimiento: claro que es mis la del narrador y sus oyentes que la de Moctezuma. No podemos creer que existiera un dibujo, muy anterior a la legada de los espafoles, que representara sus barcos y sus espadas, sus trajes res Caballeros ext caballos, y otros en aguilas volan= 1 Las endian, cok ates MOCTEZUMA ¥ LOS sIGNOS 95 yy sus sombreros, sus barbas y el color de su piel (y qué podemos pensar de los hombres montados en iguilas voladoras?). Se teata una vez mis de una profecia fabricada a posteriori, de una prospeccién retrospectiva. Pero es revelador el que se sienta la necesidad de fabricar esta historia: no puede haber un acoatecimiento enteramente inédi~ to, Ia repeticién tiene la primacia sobre la diferencia. En lugar de este tiempo ciclico, repetitive, fijado en una secuen= cia inalterable, donde todo ya esta siempre predicho, donde el hecho singular no es mas que la realizacién de los presagios ya presentes desde siempre, en lugar de este tiempo dominado por el sistema, viene aimponerse el tiempo unidireccional, el tiempo de la apoteosis y del umplimiento, tal como lo viven entoxces los cristianos. Por lo demas, Ia ideologia y la actividad que en ella se inspira se ayudan mutua- mente én ese momento: los espafioles ven en la facilidad de la con quista una prucha de la excelencia de la religién cristiana (es el argu mento decisivo empleado durante los debates teoldgicos: la superioridad del Dios cristiano esté demosteada por la victoria de los espafioles frente a los aztecas), cuando que fue en nombre de esa excelencia que emprendieron la concuista: la calidad de una justifica ala otra, y reciprocamente. Y es la conquista, una vez mas, la que confirma la concepeién cristiana del tiempo, que no es un retorno incesante, sino una progresin infinita hacia la victoria findl del espi- ritu cristiano (concepcidn que heredé més tarde el comunismo). De este choque entre un mundo ritual y un acontecimiento tinico resulta la incapacidad de Moctevuma para producit mensajes apro~ piados y eficaces. Los indios, maestros en el arte de la palabra ritual, tienen por ello menos éxito ante La necesidad de improvisar. y ésa es precisamente la situacién de la conquista. Su educacién verbal favo rece el paradigma en detrimento del sintagma, el cédigo en detri~ mento del contexto, In conformidad al orden en vex de la eficacia del instante, el pasado en vez del presente. Ahora bien, la invasion espaftola crea una situacién radicalmente nueva, enteramente inédi~ ta, una situacién en la que el arte de la improvisacién importa mis que el del ritual, Es bastante notable, en este contexto, ver que Cor tés no slo practica constantemente el arte de la adaptaci6n y de la improvisacién, sino que también esti consciente de ello, y lo reivin~ dica como el principio mismo de su conducta: “Siempre tendré cui~ dado de aftadir lo que mas me pareciere que conviene, porque como por la grandeza y diversidad de las tierras que cada dia se descubren, Y por muchos secretos que cada dia de lo descubierto conocemos, hay necesidad que a nuevos acontecimientos haya nuevos pareceres 96 cONQUE ¥ consejos, y sien algunos de los que he dicho, o de aqui en adelante dijere a vuestea majestad, le pareciere que contradigo algunos de los pasados, crea vuestra excele parecer” (4). La preocupacién por la coherencia ha sido precedida por la de una adecuacién puntual de cada gesto particular En efecto, la mayor parte de los comunicados dirigidos a los espa- oles impresionan por su ineficacia. Para convencerlos de que dejen el pais, Moctezuma siempre les envia oro: pero nada habia que pudicra deciditlos mis a quedarse. Con el mismo Gn, otros jefes les regalan mujeres: ahora bien, éstas llegan a ser al mismo tiempo wna justifica- cién adicional de le conquista y, como veremos, una de ias armas ns peligrosas que pueden tener los espafioles, defensiva y ofensiva, Para desalentar a los intrusos, los guerreros aztecas les anunician que todos ellos serin sacrificados y comidos, ya sea por ellos mismos 0 por las fieras, y cuando una vez toman prisioneros, se las arreglan para sacrificarlos ante los ojos de Cortés; el final es exactamente el que se habia predicho: “Se coméan las carnes con chilmole, y de esta manera sacriticaron a todos los demas, y les comieron las piernas y brazos, y los corazones y sangre ofteeian a sus idolos, |... y los cuerpos, que eran las barrigas y tripas echaban a los tigres y leones y sierpes y culebras que tenian en la casa de las alimanas” (Bernal Diaz, 152). Pero la poco envidiable suerte de sus compaiteros no pue~ de tener en los espafioles mas que un efecto: incitarlos a luchar con mayor ahinco, ya que ahora s6lo tienen una posibilidad: vencer 0 motir en Ia olla También tenemos este otro episodio conmovedor que relata Ber- nal Diaz: los primeros enviados de Moctezuma le pintan un recrato de Cortés, que por lo visto tiene un gran parecido, puesto que la dele- gacién siguiente es onducida por "un gran cacique mexicano, y en el rostro y facciones y cuerpo se parecia al capitin Cortés, [..-] y como parecia a Cortés, asi le lamibamos en el real, Cortés aci, Cortés acull” (39), Pero este intento de influir en Cortés con fa ayuda de luna magia de la semejanza (sabemos que los aztecas “personifican™ asi a sus dioses) evidentemente no tiene ningtin efecto. En esta nueva situacidn, los aztecas, ineficaces en sus mensajes diti- gidos hacia (0 en contra de) los espafioles, tampoco logran ya domi- nar la comunicaciéa con los demas indios. Ya en tiempos de paz, y antes de la llegada de los espafioles, los mensajes de Moctezuma se sefialan por su cardcter ceremonial, que es un impedimento pote cial para cierto tipo de eficacia: “[Respondia] pocas veces, porque Jas mas respondlia por sus privados y familiares, que siempre estaban \cia que nuevo caso me hace dar nuevo MOCTEZUMA Y LOS SIGNOS a7 as lado para aquel efecto, que eran como secretarios”, escribe Moto- linia (, 7). En el estado de improvisacién que impone la conquista surgen nuevas dificultades. Los regalos de Moctezuma, que tenian tn los espafioles el efecto contrario al que él habia anticipado, tam- pign van en su detrimento frente a su propia gente, puesto que con- notan su debilidad, y determinan asi a otros jefes a cambiar de ban- do: “Estaban espantados y decian unos caciques a otros que ciertamente ramos teules [seres de origen divino}, pues que Monte- guna nos habia miedo, pues enviaba oro en prese teniamos mucha reputacién de esforzados, de alli en adelante nos tuvieron en mucho mas” (Bernal Diaz, 48). Al lado de los mensajes voluntarios pero que no comunican Lo que sus autores hubieran querido, hay otros, que no parecen hechos a propésito pero que son igualmente desafortunados en cuanto a sus bfectos: se trata de cierta incapacidad de los aztecas para disimular la verdad. El geito de guerta que lanzan invariablemente los indios alenfrascarse en una batalla, y cuyo objetivo es atemoriza go, en realidad revela su presencia y permite a los espafioles orien tarse mejor. Moctezuma mismo da valiosas informaciones a sus car- celeros, y si Cuauhtémoc es arrestado 2s porque intenta huir en una nave ricamente adornada con las insignias reales. Sabemos que no hay en eso ninguna casualidad. Todo un capitulo del Ciidice florentino trata “De los aderegos que usavan los sefiores en la guerra” (vit, 12) y lo menos que se puede decir es que tales adornos no son particu- larmente discretos: “Usavan los seitores en la guerra un casquete de plumas muy coloradas que se llama hauhquechol, con oro, y alrede- dior del casquete una corona de plumasricas, y del medio de la coro~ na silia un manojo de plumas ricas que se Ilaman quetzal, come pena chos, y colgaba deste plumaje, hacia las espaldas, un atambor pequefiuelo. pi cla, como para llevar carga: y todo esto era dorado, Llevaba un casete de pluma bermeja, que le Hegaba hasta los medios muslos, todo sembrado de caracolitos de oro: y lle~ vaba unas faldetas de plama rica, levaba una rodela con un circulo de oro por toda la orilla, y el campo de la orilla era de pluma rica, colorada”. etc. También se reficren, en el libro dedicado a la con- guista, lis by s. Y side antes alenemi- sto en una escaler fas det guerrero Tzilacarzin, que se disfeaza de mil maneras para confundir a los espafioles, pero “yva la caboga descu- bierta conso oromi (CF, xu, 32). No debe sorprender, entonces, ver cémo Cortés gana una batalla decisiva, poco después de haber hui- do de la ciudad en la Noche Triste, precisamente gracias a esa falta de disimulo de los aztecas. “Cortés, metido entre los indios hacien 98. CONQUISTAR do maravillas y matando a los capitanes de los indios, que iban sea ados con rodelas de oro, no se curando de gente comin, legs de esta manera haciendo muy gran destrozo al lugar donde estaba el capitan general de jos indios, y di6te una lanzada, de la cual muri6. [--] como el capitin Hernando Cortés mat6 al capitin general de los indios, sc comenzaron a retirar y a darnos lugar” (F. de Aguilar), Todo ocurce como si, para los aztecas, los signos fueran conse~ ‘cuencia automatica y necesaria del mundo que designan, en vex de set un arma destinada a manipular al otro, Esta caracteristica de la comunicacidn entre los indios da origen, entre los antores que estin 1 su favor, a una leyenda segiin la cual los indios serfan un pacblo {que desconoce la mentira. Motolinia afirma que los primeros frailes habian notado sobre todo dos rasgos de los indios: “Ser gente de ‘dad, y tio tomar cosa ajena aunque estuviese caida muchos (it, 5). Las Casas insiste en la total falta de “duplicidad” entre los indios, a lo cual opone la actitud de los espafioles; “La fe ni ver dad {. ..] nunca en las Indias con los indios por los espaiioles se ha guardado” (Relacén, “Peri, de tal manera que, segiin afirma, “men- tiroso" y “cristiano” se han convertido en sindnimos: “Preguntan- do espanoles a indios (y no una ver acaeci6, sino mis), si eran cris- tianos, respondis e. indio: ‘Si senor, yo ya soy poquito cristiano, dijo Al, porque ya saber yo un poquito mentir; otro dia saber yo mucho mentir y seré yo inucho cristiano’ " (Historia, al, 145). Los indios mismos quizas no estuvieran en desacuerdo con esa descripeisn lee~ ‘mos en Tovar: “Acabando de hazer el capitin [Cortés] esta plitica los soldados saquearon las casas reales y las demas principales donde sentfan que hava riquezas, y assi [los indios} tomaron vchemente sospecha del trato de los espaiioles” (p. 80). Es obvio que la realidad no esta a la altura de las entusiastas des- cripciones que hacen los amigos de los indios: no se puede concebie tun lengugje sin la posibilidad de la mentira, de la misma manera que no existe habla que desconozca las metiforas. Pero una sociedad puede favorecet 0, por el contrario, desalentar toda habla que, en vez de deseribir fiel cuide por lo ta zémoc, “[Moctezuma] mandé en sus leyes [ sett 0 cogiesen en una mentira de poca importancia, lo arrastrasen los mozos del estudio Telpochcalco hasta dejarlo casi mucrto” (103). Zorita también sitia el origen de este rasgo en las costumbres y en la educacién: “No habia quien osase jurar falso, porque ternian ser ‘castigados con grave enfermedad del dios por quien juraban. [| nte las cosas, se ocupe sobre todo de su efecto, y des~ ito la dimension de la verdad, Segiin Alvarado Tezo~ J que al que lo halla- MOCTEZUMA ¥ 108 SIGNS # Amonestibanles mucho [los padres a los hijos] que no mintiesen, y sjeran viciosos en ello hendianles un poco el labio, ¢ asi usaban mucho decir y tratar verdad. E preguntados algunos viejos por qué ahora mienten tanto, dicen que porque no hay castigo, ..] y también dicen que lo han deprendido de los espatioles" (9). Cuando el primer contacto de la tropa de Cortés con los indios, Jos espafioles declaran (hipécritamente) a estos tiltimos que no bus can lt guetra, sino la paz y el amor; “no se curaron de responder con palabras sino con flechas muy espesas que comenzaron a tirar” (Cortés, 1). Los indios no se dan cuenta de que las palabras pueden ser un arma tan peligrosa como las flechas. Unos cuantos dias antes de la caida de México, se repite Ia escena: a las propuestas de paz formuladas por Cortés, que de hecho ya es el vencedor, los aztecas responden con obstinacién: “No tornen a hablar sobre paces, puies la palabras son para las mujeres y las armas para los hombres!" (Ber~ ial Diaz, 154). Esta distribucién de las tareas no es fortuita. Se podria decir que ln oposicién guerterolmujer tiene un papel esteucturador para lo ima- ginario social azteca en su conjunto, Aun si varios caminos se abren aljoven que busca oficio (soldado, sacerdote, comerciante), no hay duda de que la carrera de guerrero es la mas prestigiosa de todas. El respeto por la palabra no Mega hasta colocat a los especialistas en discursos por encima de los jetes guerreros (el jefe del estado, por su parte, reiine las dos supremacias, puesto que es guerrero y sacer- dote ala vez). El soldado es el macho por excelencia, pues puede dar la mucrte. Las mujeres, generadoras, no pueden aspirar a ese ideal; sin embargo, sus ocupaciones y sus actitudes no constituyen un segundo polo valorado de la axiologia azteca: su debilidad no asom- bea, pero tampoco es alabada, Y la sociedad cuida de que nadie ignore s papel: en la cuna del recién nacido se coloca una mindiscula espa~ 43 y un mindsculo escudo, si es hombre; si es. mujer, instrumentos de tejido La peor injuria que se le pueda hacer a un hombre es calificarlo de mujer; on cierta ocasién se obliga a los guerreros del bando can ttatio a vestirse con ropas de mujer, pues no han aceptado el desafio que les ha sido lanzado, y no han querido luchar. Vemos tambi que las raujeres han interiorizado esa imagen (cuyo origen mascuh- {to podemos sospechar), que ellas mismas conteibuyen a mantener Fhoposicién, atacando de la manera siguiente a los jévenes que todavia to se han distinguido en el campo dle batalla: “;¥ tit cobarde hablas Visono, et havias de hablar? Piensa en eémo hagas algut hazafia, 100 CONQUISTAR ara que te quiten la bedija de los cabellos, que traes en el cocote no havias td de hablar aqui, can mujer eres como yo Yel informante de Sahagiin afade: “Desta manera estimulavan ‘alos mancebos, para que procurassen de ser esfarcados para las cosas de Ia guerea” (CF, 1, 23). Tovar relata una escena reveladora, del tiempo de la conquista, en que Cuaultémoc, encarnacién de los valo~ tes guerreros, ataca « Moctezuma, a quien por su pasividad se equi- pars com las mujeres. Moctezuma habla a su pueblo desde la terraza tll palacio en donde es prisionero de los espavioles. “Apenas hava seabado cuando un valeroso capitin llamado Quiuihtémoc, de edad de diez y ocho afos, a quien ya querian elegir por rey, dixo en alta box: ‘gQué es lo que dize ese vellaco de Motecucuma, muger de los espattoles, que tal se puede llamar pues con Snimo mugeril se entre~ fg6 a ellos de puro miedo y asegurindonos nis ha puesto a todos en este travajo?’" (Tovar, pp. 81-82). Las palabras para las mujeres, las armas pata los hombres... Lo que no sabian los guctreros aztecas era que las “mujeres” iban a ganar ea guerra, cierto es que s6lo en sentido figurado: en el sentido pro pio, las mujeres Fseron y son las que pierden en todas las guerras. Pero la asimilacin quizis no sea enteramente fortuita: el modelo cul- tural que se impone a partir del Renacimiento, aun si es llevado y sumido por los hombres, glorifica aquello que podsiamos llamar la Vertionte femenina de la cultura: la improvisacién antes que el ritwal, las palabras antes que las fechas, Cierto es que no son palabras cua Jesquiera: ni las que designan el mundo ni las que transmicen las trax diciones, sino aquellas cwya razin de ser es la acei6n sobre el otro Por lo demas, la guerra no es mis que otro campo de aplicacién de ls mismos prngpios dela comunicaion que se podian obser ae en tiempos de paz; volvemos a encontrar en ella comportamicntos aeerrees feat sla cleceion que se oliece por los dos lado. Al Gomienzo, al menos, los aztecas llevan una guerra que esti sometida a la ritualizacidn y al ceremonial: el tiempo, el lugar, fa manera se eciden de antemano, lo cual es mas armonioso pero menos eficaz “Bra costumbre general en todos los pueblos y provincias, que en” laramente a los espaftoles). La batalla empieza con una primera anda- MOCTEZUMA ¥ LOS SIGNOS er ban sangre, lo mejor que podian se retiraban, porque tenian por cierto agiiero que les habja de suceder mal en aquella batalla” (Motolinia, “Epistola proemial”) Encontramos otro ejemplo notable de esta actitud ritual poco antes dela caida de México: agotados todos los medios, Cuauhtémoc decide cemplear el arma suprema. :Cusl es? El magnifico traje de plumas que Icha sido legado por su padee, traje al que se le atribuia la misteriosa virtud de hacer huir al enemigo con sélo verlo: un valiente guerrero Jo vestira y se lanzari contra los espanoles. Pero las plumas de quet~ zal no tracn la victoria a los aztecas (ef. CF, xi, 38) Al igual que hay dos formas de comunicacién, hay dos formas de guerra (0 dos agpectos de la guerea, valorados de manera diferen~ te por cada cual), Los aztecas no conciben ni comprenden la guerra total de asimilacién que estin llevando en su contra los espanoles (que innovan en relacién a su propia tradicién); para ellos, la guerra debe terminarse con tratado que estableza el mono del tributo que el ven~ cido debe pagar al vencedor. Antes de ganar la partida, los espano~ les ya habian logrado una victoria decisiva: la que consiste en impo= ner su propio tipo de guerra; su superioridad ya no esta en duda Nos cuesta trabajo hoy en dia imaginar que una guerea pueda regie- se por un principio que no sea el de hi eficacia, aun si la parte del rito no ha desaparecido por completo: los tratados que prohiben el uso de las armas bacteriol6gicas, quimicas 0 atémicas quedan olvi~ dados el dia en que se declara la guerra. Y sin embargo, asi es como Moctezuma entiende las cosas Hasta aqui, he descrito el comportamiento simbélico de Los indios cn forma sistematica, y sintética; ahora quisiera, para cerrar este eapi~ tulo, seguir un relato tinico que ain no he explotado, el de la con quista de Michoacan (regién situada en el oeste de México), tanto para ilostrar la descripcion de conjunto como para no dejar que la teorfa “cope” al relato. Se supone que esta relacién fue hecha por tun tarasco noble al fraile franciscano Martin de Jestis de ta Cora da, quien la refirié en su Relackin de Michoacén, redactada hacia el ao 1540 El relato empieza con presagios. “Dice esta gente, que antes que Viniesen los espatioles a la tierra, cuatro aos continues sc les hen- dian sus eves, desde to alto hasta bajo, y que lo tornaban a cerrar ¥ luego se tornaba a hender y caian piedras, como estaban hechos de lajas sus eves, y no sabian la causa de esto, mas de que Io te 102 cONQUisTAR por agtiero. Asi mismo dicen que vieron dos grandes cometas en ¢ Gielo...” (un, 20), Dijome un sacerdote que habia sofado, antes que viniesen los espafioles, que venian [sic] una gente y que traian bestias, que eran | Asi mismo el sacerdote susodi- cho me dijo que habian venido al padre del cazonzi muerto [es decie + cl peniiltimo rey] los sacerdotes de la madre Cuerauaperi, que esta- ba en un pueblo lamado Zinapéquaro, y que le habian contado este # sucio o revelacion siguiente, del destruimiento y caida de sus dio- j ses, que acontecié en Ucareo [. |: no han de parecer mis cies ai fogones, ni se levantaran més humos, todo ha de quedar desierto por que ya vienen otros hombres a la tierra...” (ibid.) i [Los de tierra caliente} dicen que andaba un pescador en su bal sa, pescando por el rio con anzuclo, y picé un bagre muy grande y no le podia sacar y vino un caiman, no sé de dénde, de los de aquel rio y trag6 aquel pescador y arrebatole de la balsa en que andaba y sumiose en el agua muy honda, y abrazose con él el caiman y llevole a su casa aquel dios-caimén, que era may buen lugar, y saludé aguel pescador y dijole aquel caiman: “Veras que yo soy dios. Ve a la ciue dad de Michoacan y di al rey que nos tiene a todos en cargo, que se llama Zuangua, que ya se ha dado sentencia, que ya son hombres y ya son engendrados fos que han de morar en la tierra por todos los términos. Esto le dirs al rey’ ” (ibid. Decian que habia de haber agiteros: que los cerezos, aun has- ta los chiquitos, habian de tener fruto, y los magueyes pequenos habian de echar -nastiles. Y las nifas que se habian de empeefar antes que perdiesen la niiez” (it, 22) El acontecimiento nuevo debe proyectarse al pasado, en forma de presagio, para integearse en el relato del encuentro, pues es el pasa~ do el que domina en el presente: “¢Cémo podemos conteadecit esto que esti asi determinado?” (it, 20). Si el acontecimiento no hubiers sido predicho, sencillamente no se hubiera podido admitir st exis- toncia. Nunea kabenios oido cosa semejante de nuestros antepasados. [-..] En esto tomaremos sefiales gc6mo no hubo de esto memoria cn los tiempos pasados ni lo dijeron unos a otros los viejos, e6m0 hhabian de venir estas gentes?” (itt, 22). Asi habla el cazonzi, rey de los tarascos, otorgando mis confianza a los relatos antiguos que 2 las percepciones nuevas, y encontrando una solucién de compromi- 50 en [a fabricacin de presagios. Sin embargo ao faltan las informaciones directas, le primera mano. Moctezuma manda diez mensajetos al cazonzi de Michoacén part los caballos, que él no conocéa. [ MOCTEZUMA ¥ COS SIGNOS 103 pedit ayuda, Estos hacen tn relato preciso: “El sefior de México lla mado Montezuma nos envia y otros senores, y dijéronos: Id a nucs- tro hermano el cazonzi, que no sé qué gente es una que ha venido aqui y nos tomaron de repente, hasemos habido batalla con ellos y matamos de los que venian en unes venados, caballeros doscientos y de los que no trafan venados, otros doscientos. Y aquellos vena dos traen calzados cétaras de hierro y traen una cosa que suena como las nubes y da un gran tronido y todos los que topa mata, que no quedan ningunos, y nos desbaratan. Y hanos muertos muchos de nosotros y vienen los de Tascala con ellos, como habia dias que teni mos rencor unos con otros” (tt, 21). El eazonzi, desconfiado, deci- de verificar esas informaciones. Se apodera de unos otomies y los interroga. Confirma el relato anterior, pero eso no le basta; manda asus propios delegados a la ciudad sitiada. Regresan, repitiendo las primeras informaciones y dando datos precisos sobre las proposi- ciones militares de los aztecas, quic han previsto con todo detalle la posible intervencién militar de los tarascos. El viejo cazonzi muere en ese momento; ¢s sustituido por su hijo mayor. Los aztecas (ms bien Cuauktémoc que Moctezuma) se impa- cientan, y envian una nueva delegacién que reitera sus proposicio- nes. La reaccién del nuevo cazonzi es reveladora: sin poner en duda la verdad o la utilidad de lo que afiman los mensajeros, decide sacri- ficarlos. “Vayan tras mi padre a decirlo [su mensaje] alla a donde va, al inficeno, Decidselo que se aparejen, que se paren fuertes, que esta costumbre hay. E hiciéronlo saber a los mexicanos, y dijeron: Baste que lo ha mandado el sefior, ciertamente que habemos de ir. [Lia presto mandelo, no hay dénde nos vamos, nosotros mis~ mos nos venimos a la muerte! Y cenpusiéronlos come solian com= poner los cautivos y sacrificdronlos en el cu de Curicaueri y de Xara~ tanga diciendo que iban con su mensaje al cazonzi muetto” (ul, 23) La tinica operaci6n positiva de los tarascos seta matar a los porta dores de informacién: el cazonzi no da ningdn seguimiento activo a peticién de los mexicanos. En primer lugar, no los quiere, son ‘cnemigos tradicionales y, en el fondo, no le disgustan demasiado las desgracias que sufren. “ZA qué préposito tengo de enviar la gente 4 México? Porque de continuo andamos en guertas y nos acercamos unos a otros, los mexicanos y nosotros tenemos rencores entre oso- tos" (ul, 21). "ZA qué habemos de ir a México? jMuera cada uno de nosotros por su parte! No sabemos lo que dirin después de noso- tos y quizd nos vendern a esas gentes que vienen y nos haran matar iMaya aqui otra conquista por si, vengan todos a nosotros con sus loa SONQUISTAR capitanias! Matenlos a los mexicanos. ..” (i, 23) La otra raz6n por la que se niegan a oponerse a los espaiioles es aque los consideran dioses. “De donde podian venir, sino del cielo, Ibs que vienen?” (tt, 22). "3Cémo habian de venit sin propésita? Algan dios los envid y por es0 vienen” (11, 23). “Decia el cazonzi Fstos son dioses del cielo, Y dioles el eazonzi mantas y [a] cada uno dio una todela de oro” (tit, 24). Para explicar el hecho sorprendente se recurte a la hipétesis divina: lo sobrenatural es hijo del determi~ hhismo. y esta creencia pataliza toda intent de resistencia: “Y los prin- ipales dijéronles fa las mujeres] que no les hiciesen mal que suyo 4) ‘era aquello, de aquellos dioses que lo Hevaban” (1, 27). ‘Asi pues, la primera reaccién es negarse a intervenir en el plano humano, y entrar en la esfera divina; “Esperemos a ver, vengan a ver edmo seremos tomados. Esforc Temia para los edies” (ul, 22: se trata de fuegos rituales). Dentro del mismo espiritu, cuando la Ilegada de los espatioles parece inevitable, tl cazonzi reine a sus deudos y a sus sitvientes para que todos se ahoguen colectivamente en las aguas del Lago. Finalmente renancia a ello; pero sus posteriores intentos de reac~ in siguen situados en el plano de Ia comunicacién que le ¢s fami- Tiar, la comunicacién con el mundo y no con los hombees, Ni dl ni Ios que estin cerca de él logran ver a través de la hipocresia de los conquistadores. Quizis la suerte que nos espera con los espatoles tho sea tan mala, se dice uno de los jefes tarascos: “Y vi los senores de México que vienen con ellos. Si los tuvicran por esclavos, zc6mo habfan de tracr collaces de turquesas al cuello y mantas ricas y plu- imajes verdes como traen?” (it, 26). El comportamiento de los espa~ fioles sigue sienco incomprensible para ellos: "Para qué quieren este oro? Débento de comer estos dioses por eso lo quieren taro” (ty 27, segiin parece, Cortés habia dado esta explicacién: los espafioles rricstsirel oro porgue To usan para eucare dena enfermedad Cosa dificil de aceptar para los indios, que mas bien equiparan el oro con los exerementas). El dinero, como equivalente u entre los tarascos; toda la estructura del poder espafiol se les escapa; no puede ser de otra manera. La produccién simbolica no corse mejor Sucre que la interpretacion. Los primeros espaftoles tracn al cazon~ i, Dios sabe por qué, dicz cerdos y um perro; los acepra y da las gea- Cats, pero realidad les tem: “Y tomolo por agieroy snandos ar tat [a los pueccos] y al perro. Y arrastrironlas y echvironos por los het barales” (an, 24). ¥ 10 que es mis grave. el cazonzi reacciona de l mrisma manera cuando le tracn armas espaniolas: “Les trajeron armas versal, no existe monos atin otro poco para traee MOCTEZUMA Y LOS SIGNOS 105 de las que tomaron a los espafioles y offeciéronlas en sus cites a us, ddiases” (4,23). Se entiende por qué los espafioles ni siquiera tienen gque hacer Ia guerra: a su llegada, prefieren convocar a los dirigentes jocales y disparar varias veces al aire con sus cafones: los indios se caen de miedo; el uso simbolico de las armas resulta ser suficiente- mente eficaz, La victoria de los espaioles en la conquista de Michoacin es ripi~ day completa: no hay batalla, i vietimas del lado de los conquista- dores. Los jefes espaioles —Cristdbal de Olid, el propio Cortés, luego Nuvo de Guzmin— prometen, amenazan, arrebatan todo el oro que encuentran, El cazonzi da, siempre con la esperanza de que esa vez seri la tltima, Paca estar mis a sus anchas, los espafioles lo toman prisionero; cuando no abtienen satisfaccidn no dudan en torturarlo, junto con los que lo rodean: los cue'gan; les queman los pies con aceite hirviendo; los torturan en los Srganos sextales con una varita muy delgada, Cuando Nuiio de Guzman siente que el cazonzt ya no puede ser util, lo “condena" a una triple muerte: primera “ataronle en un petate 0 estera y ataronle a la cola de un caballo y que fuese fquemado. E iba un espaol encima’ (ii, 30)- Después de haber sido arrastrado de esa manera por todas las calles de la ciudad, seri estran~ gulado. Por diltimo, echan el cuerpo a una hoguera, sus cenizas serin dispersadas en el rio. y to queman; Los espanoles ganan [a guerra. Son indiscutiblemente superiores los indios en la comunicacion interhumana, Pero su victoria es pro- blemitica, pues no hay una sola forms de comunicacién, una dimen sién de la actividad simbélica. Toda accién tiene su parte de rito y su parte de improvisacién, toda comunicacion es, necesariamente, paradigma y sintagma, cédigo y contexco; el hombre tiene tanta nece- sidad de comunicarse con el mund> como con los hombres. El encuentro de Mactezuma con Cortés, de los indios con los espaio- Jes, es ante todo un encuenteo humano, y no debe asombrar que ganen Jos especialistas cn comunicacién humana. Pero esta victoria, de la que hemos salido todos nosotros, tanto curopeos como americanos, al mismo tiempo da un serio golpe a nuestra capacidad de sentimnos en armonia con el mundo, de pertenecer a un orden preestablecide su efecto es reprimir profundamente lk comunicacién del hombre con el mundo, producit la ilusion de que toda comunicacion es comuni- cacidn interhumana; el silencio de los dioses pesa tanto en el campo curopeo como en cl de los indios. Al ganar por un lado, el europeo 106 CONQUISTAR perdia por cl otro: al imponerse en toda la tierra por lo que era su su perioridad, aplastaba en si mismo su capacidad de integearse al mun do. Durante los sigios siguientes sonar con el buen salvaje, pero et salvaje estaba muerto 0 asimilado, y ese sueio estaba condenade a quedar estéril, La victoria ya estaba prenada de su derrota; pero Cortés no podia saberlo, col ris ¥ LOS SiGNos No debemos imaginar que la comunicaci6n, entre los espaitoles, es exactamente opuesta a la que practican los indios. Los pueblos no son conceptos abstractos, presentan al mismo tiempo semejanzas y diferencias entresi. Ya hemos visto que, con frecuencia, Colén debe- ria colocarse del mismo lado que los aztecas en el plano tipol6gico. Algo scmejante vale para las primeras expediciones que se ditigie- ron hacia México, las de Herninder de Cardoba y Juan de Grijalva Podriamos describir el comportamiento de los esparioles diciendo que se esfuerzan en recoger la mayor cantidad posible de oro en el menoe tiempo, sin tratar de saber nada acerca de los indios. He aqui lo que cuenta Juan Diaz, cronistade la segunda de esas expediciones: "Pot la costa andaban muchos indios con dos banderas que alzaban y baja- ban, haciéndonos senal de que nos acercisemos, pero el capitén na quiso." “Mandaron una de las dichas eanoas a saber qué queriamos; el intérprete les respondié que buscabamos oro.”* “EL capitin les dijo que tio queria sino oro.” Cuando se presenta la ocasi6n, los espano- Ies la evitan. “Y dijo al capitan que queria venir con nosotros, y é no quiso traerlo, de lo cual fuimos todos descontentos.”” También hemos visto que los primeros intérpretes son indios, pero no gozan de tods la confianza de los espaitoles, que a menudo se pre~ sguntan si el interprete transmite efectivamente lo que le dicen. “Crel= mos que el intésprete nos engaiaba, porque era natural de esta isl y pueblo.” De “Melchor™, primer traductor de Cortés, dice Lopez de Gémara: “Como cra pescador, era rudo, y mas que todo, simple, ¥y parecia que no sabia hablar ni responder” (11). El nombre de la provincia de Yucatan, para nosotros simbolo de exotismo indio y de autenticidad lejana, es en realidad el simbolo de los malentendi- dos que reinan entonces: a los gritos de los primeros espaitoles que desembarcan en la peninsula, los mayas contestan: Ma c'ubah tah, ‘no entendemos vatesteas palabras’. Los espanoles, fieles a la ttadi- cidn de Cold, cntienden “Yucatan”, y deciden que ése es el nombre cowris ¥ LOS SIGNOS \o7 de la provincia. Durante esos primeros contactos, los espafioles no se prcocupan para nada de la impresion que deja en los otros su coxn- jortamniento: silos amenazan, no vacilan en huir, mostrando asi que fon vulnerable, Es impresionante el contraste en cuanto Gortés entra en escena: mis que el Conquistador tipico, gno ser un conquistador exeepcio- nal? Pero no: y la prueba es que su ejemplo sera seguido de inmedia~ (0, y por todas partes, aungue nunca lo igualan, Hacia falta un hom- bre de dotes excepcionales para cristalizar en un tipo nico de comportamiento elementos que hasta entonces habian sido dispares; una vez dado el ejemplo, se imponie con rapidez impresionante. Qui- zis la diferencia entre Cortés y sus antecesores esté en que él fue el primero que tuvo una conciencia politica, e incluso hist6rica, de sus actos. En visperas de su salida de Cuba, probablemente no se distin~ guia en nada de los demas conquistadores avidos de riquezas. Y sin embargo, las casas cambian desde el comienzo de la expedici6n, y yase puede observar ese espiritu de adaptacén que sera para Cortés dl principio de su conducta: en Cozumel, alguien le sugiere enviar hombres armados a huscar oro en el interior de las tierras. “Y C tés le dijo riendo que no venia él para tan pocas cosas, sino pata ser vir a Dios y al rey” (Bernal Diaz, 30). En cuanto se entera de la exis- tencia del reino de Moctezuma, decide que no se conformars con arrebatar riquezas, sino que sometera el propio reino, Esta estrategia a menudo molesta a los soldacos de la tropa de Cortés, que dan por sentado que van a obtener ganancias inmediatas y palpables, Pero ste no quiere oir razones: asi es como le debemos, por una part el haber inventado la guerra de conquista y, por la otra, el haber idea do una politica de colonizacién en tiempos de paz Lo primero que quiere Cortés no es tomar, sino comprender; lo que mais le interesa son los signos, no sus referentes, Su expedicidn comienza con una bisqueda de informacion, no de oro. La primera accién importante que emprencle—y no se puede exagerar fa signi- ficacion de ese gesto— es buscar un intérprete. Oye hablar de indios que emplean palabras en espafiol; deduce que quizés entre ellos haya espafioles, ndufragos de expediciones anteriores; se informa, y sus suposiciones se ven confirmadas. Ordena entonces a dos de sus naves que esperen ocho dias, después de aber enviado un mensaj intérpretes en potencia. Después de muchas peripecias uno de ellos Gerdnimo de Aguilar. se une a los hombres de Cortés, que difici mente reconocen en él a un espafiol, “porque le tenian por indio pro Pio, porque de suyo era moreno y tresquilado a manera de indio escla~ 108 CONQUISTAR vo, y trafa un remo al hombro, wna cétara vieja calzada y Ia otra atada en la cintura, y una manta vieja muy ruin, y un braguero peor, con que cubria sus vergitenzas" (Bernal Diaz, 29). El tal Aguilar, con- vertido en intérprete de Cortés, habria de serle de una utilidad incal- culable, Pero Aguilar s6lo habla la lengua de los mayas, que no es ta de los aztecas. El segundo personaje esencial en esa conquista de la info macién es una mujer, a quien los indios Haman Malintzin y los espa- fiotes dota Marina, sin que sepamos cual de esos dos nombres es deormacién del otto. La forma que se le da con mas frecuencia es la de Malinche. Los espafioles la reciben como regalo, en tino de los primeros encuentros. Su lengua materna es el néhwatl, la lengua de Jos aztecas; pero ha sido vendida como esclava entre los mayas, y también conoce su lengua. Asé pues, hay al principio una cadena bas- tante larga: Cortés nabla con Aguilar, que traduce lo que dice a la Malinche, la cual a su vez habla con el interlocutor azteca. Sus dotes para las lenguas sor. evidentes, y poco después aprende el espaol, lo que la vuelve aiin més Geil. Podemos imaginar que siente cierto rencor frente a su pueblo de origen, o frente a algunos de sus repre- sentantes; sea como fuere, elige resueltamente el lado de los conquis- tadores, En efecto, no se conforma con traducir; ¢s evidente que tam= ign adopta los valores de los espanoles, y contribuye cor fiuerzas a la realizacion de sus objetivos. Por un lado, opera una especie al interpretar para Cortés no sélo las pala- bras, sino también los comportamientos; por el otro, sabe tomar la iniciativa cuando hace fale, y dirige a Moctezuma las palabras apro~ piadas (especialmente en la escena de su arresto), sin. que Cortés las haya pronunciado antes. Todos estin de acuerdo en reconocer la importancia del papel de la Malinche. Cortés la considera una aliada indispensable, y esto se ve en la importancia que otorga a su intimidad fisica con ella. Aun cuando se la habia “ofrecido” a-uno de sus lugartenientes inmedia~ tamente después de haberla “recibido”, y habria de casarla con otro conquistador después de la rendicién de México, la Malinche habra de set la amante de Cortés durante la fase decisiva, desde la salida hacia México hasta la caida de la capital azteca. Sin epilogar sobre {a forma en que los hombres deciden el destino de las mujeres, pode- mos deducir que es:a relacién tiene una explicacign mas estratégiea ¥ militar que sentiriental: geacias a ella, la Malinche puede asumit su papel esencial. Incluso después de la caida de México, vemos que sigite siendo igualmente apreciada: “Cortés, sin ella, no podta ‘oda sus conTés ¥ LOS sIGNOS 109 tender a] los indios” (Bernal Diaz, 180), Estos también ven en ella mucho mas que una intérprete; todos los relatos la mencionan con frecuencia, y esta presente en todas las ilustraciones. La que mues- tea, en el Cétice florentino, el primer encuentro entre Cortés y Moc teruma, es bien caracteristica a este respecto: los dos jefes militares ocupan los lados del dibujo, dominado por el personaje central de la Malinche (figs. 9 y 10). Por su parte, Bernal Diaz relata: “Y la dofia Marina tenia mucho ser y mandaba absolutamente entre los in dios en toda la Nueva Espana” (37), Esigualmente revelador el apo do que los aztecas le dan a Cortés: lo llaman. .. Malinche (por una ver, no es la mujer La que toma el nombre del hombre). Los mexicanos posteriores a la independencia generalmente han. despreciado y culpado a la Malinche, convertida en encarnacién de la eraicion a los valores autéctonos, dela sumisin servila la cultura y al poder de los europeos. Es cierto que la conquista de México hhubiera sido imposible sin ella (0 alguien que desempefiara el mismo papel), y que por lo tanto es responsable de lo que ocurrié, Yo, por ini patte, la veo con una luz totalmente diferente: es ante todo el pri- met ejemplo, y por eso mismo, el simbolo, del mestizaje de las cul turas; por ello anuncia el estado mexicano moderno y, mis alli de alclestado actual de tados nosotros, puesto que, a falta de ser siem- pre bilingwes, somos inevitablemente bi o triculturales, La Malinche glorifica la mezcla en detrimento de a pureza (azteca 0 espanola), yl papel del intermediario, No se somete simplemente al otro (caso desgraciadamente mucho mas comin. pensemos en todas las jove~ nes indias, “regaladas” 0 no. de las que se apoderan los espafioles) sino que adopta su ideologia y la utiliza para entender mejor su pro~ pia cultura, como lo muestra la eficacia de su comportamiento (aun sid” Mis tarde, muchos espafioles aprenden nahuatl, y eso sieinpre redunda en provecho de Cortés. Por ejemplo, le da a Moctezuma prisionero un paje, que habla su lengua; a informacion eircula enton- ces en ambos sentidos, pero en el plano inmediato eso tiene un inte- rés muy desigual. "Y luego Montezuma le demandé a Cortés un paje espaitol que le servia, que sabfa ya la lengua, que se decia Orteguilla y fue hareo provechoso, asi para Montecuina como para nosotros, porque de aquel paje inquiria y sabia muchas cosas de las dle Castilla Montezuma, y nosotros de lo que le decian sus capitanes" (Bernal Disz, 95) Alestar ya seguro de entender la lengua, Cortés no desaprovecha hinguna oportunidad de recoger nuevas informaciones. "“Y después ntender” sive aqui para “destruir”) m2 CONQUISTAR que hubimos comido, Cortés les pregunt6 con nuestras lenguas de Is cosas de su sefior Montezuma” (Bernal Diaz, 61). “Luego Cortés aparté a aquellos caciques y les pregunt muy por extenso las cosas de México” (ibid., 78). Sus preguntas estan directamente relaciona- das con el desarrollo de la guerra. Después de su primer enfrenta- miento, interroga de inmediato al jefe de los vencidos: “,. por qué zazén, siendo ellos tantos, hutan de can poquitos” (Gémara, 22). Una vex obtenidas las informaciones, nunca deja de recompensar gene~ rosamente al que las ha traido. Esta dispuesto a escuchar consejos, aunque no siempre los siga —puesto que las informaciones piden ser incerpretadas Gracias a este sistema de informacién perfectament tés llega a enterarse rapidamente, y con detalles, de ia de dlesacuerdos entre los indias hecho que, como ya hemos visto, tuvo tun papel decisivo para la victoria final. Desde el comienzo de la expe- dlicidn esta atento a todas las informaciones de ese tipo. Y las disen- siones, en efecto, son numerosas; Bernal Diaz habla de “las guertas {que se daban unas provincias y pueblos a otros" 208), y tambign Motolinia lo recucrda; "Cuando los espanoles vinieron estaban todos los sefiores y todas las provincias muy diferentes y ancaban todos embarazados en guerras que tenian los unos con los ocros"” (a, 1) Cuando llega a Thixcala, Cortés es particularmente sensible a este punto: "Vista la discordia y disconformidad de los unos y de los otros, tno hube poco placer, porque me pareci6 hacer mucho a mi propdsi= to. y que podria tener manera de mais aina sojuzgados, y que se dije- se aquel comun decir de monte, etc., y ain acordéme de una autori~ dad evangélica que dice: Ome regnum in se ipsum divisunt desolivatur {todo reino dividico s ): jes curioso ver que a C tés le plazca leer esie principio de los Césares en el Libro de los cris tianos! Los indios legardn incluso a solicitar la intervencion de Cortés en sus propios conflictos; como escribe Pedro Mirtir: *. . .espera~ ban encontrar a la sombra de tales hombres favor y auxilio contra sus vecinos: que también estos seres, como el resto de los mortales, padecen de esa innata enfermedad de la rabiosa ambicion de man- do” (wv. 7). También es la conquista eficaz de la informacién la que Teva a la caida final del imperio azteca: mienteas que Cuauhtemoc cexhibe imprudentement las insignias reales en el barco que debe per mitirle huir, los oficiales de Cortés, por su parte, recogen inmedia~ tamente todas las informaciones que pudieran reforitse a él y evar au captura, "Como [...] Sandoval luego cuvo noticia que Guate- uz ibs huyendo, mandé a tados los bergantines que dejasen de instalado Cor 4 desteuido]” coRtES ¥ LOS SiGNoS 13 derrocar casas y barbacoa y siguiesen al alcance de las canoas” (Ber nal Dia, 156). “Garcia de Olguin, capitin de un bergantin, que tavo gviso por tn mexicano que tenia preso. de cémo la canoa que seguia ta donde iba el rey dio tras ela haya scanzarla” (Ixlxechie, xin, 173). La conquista de la informacién leva a la conquista del reino, Encontramos un episodio significativo cuando Cortés avanea hacia México. Acaba de salir de Cholula, y para Hegar a la capital azteca debe cruzar la sierra, Los enviados de Moctezuma le indican tn paso; Cortés los sigue a regafadientes, temiendo una embascada. En ese momento en que debia, en principio, dedicar toda su acencién al pro- blema de la proteceién, ve las cumbres de los voleanes cercanos, que estin en actividad, Su sed de conocimientos le hace olvidar las preo~ cupaciones inmediatas, “Que a ocho leguas de esta ciudad de Churultecal estin dos sie ras muy altas y muy maravillosas, porque en fin de agosto tienen tanta nieve que otra cosa de lo alto de ellas, si no la nieve, se parece. ¥ de la una que es la mis alea sale muchas veces, asi de dia como denoche, tan grande bulto de humo como una gran casa, y sube en ima de la Sierra hasta las nubes, tan derecho como una vira, que, segiin parece es tanta a fuerza con que sale que aungue ara en a sera andaba siempre muy recio viento, no lo puede torcer. Y porque-yo dempre he deseado de todas las cosas de eta terea poder hacer 2 ‘yuestea alteza muy particular relaci6n, quise de ésta, que me parec algo maravillosa, saber el secreto, y envié diez de mis compaiieros, tales cuales para semejante negocio eran necesarios, y con algunos naturales de la tierra que los guiasen, y les encomendé mucho pro~ curasen de subir la dicha sierra y saber sl secreto de aquel humo, de donde y cémo salia" (Cortés, 2), Los exploradores no Hegan hasta la cumbre y se conforman con teacr unos pedazos de hielo, Pero, al regresar, ven otto camino posi Hstaca Mexc, ge pase restr nes plgoe el que aa seguir Cortés y, en efecto, no tendra ninguna sorpeesa desagr ible. Iches ehlnerontenter ie Aes, foe aa le sigh yas atencién, la pasion de Cortés por “saber el secreto" no disminuye. Y, simbolicamente, su curiosidad se Puc i: recompensada, resultar instructivo comparar esta ascensidn del voledn con realizada por los mayas, y que se relata en los Anales de los ¢ diqueles. También ésta cuvo lugar durante una expedicién militar Legan frente al volcin: “en verdad era espantoso el fuego que salia del interior de la montafa”. Los guerrcras quisieran bajar a él 4 Los g a bajar a el para levarse el fuego, pero nadie se arreve a hacerlo. Entonces se vuel ia CONQUISTAR a su jefe, Gagavitz (cuyo nombre significa ‘volcin’), y le dicen: “Oh, ta hermano nuestro, t4 has legado y ti eres nuestra esperanza. Quien ira a atracrnos el fuego y a probar de esa manera nuestra suerte, oh hermano mio?” Gagavitz determina hacerlo, en compatifa de otro guerrero intrépido, Baja al interior del volcan, y sale de él teayendo el fuego. Los guerreros exclaman; “En verdad causan espanto si, poder magico, su grandez y majestad; ha destruido y hecho cautive [al faego]". Gagaviez les contesta: “El espfritu de la montafa se ha convertido en mi esclavo y mi cautivo joh hermanos mios! Cuando venicimos al espirit de la montafa libertamos la piedra de fuego, la piedra Hamada zacchog (slex 0 pedernal}" (') Por ambas partes hay curiosidad, y valentia. Pero la percepcién del hecho es diferente. Para Cortés se trata de un fendmeno natural singular, de una maravilla de la naturaleza; su curiosidad es intransi- tiva; la consecuencia prictica (el descubrimiento del mejor camino) es evidentemente fortuita, Para Gagavitz, de lo que se trata es de medi ferzas con un fenémeno magico, de combatir el espiritu de la mon= tafia; la consecuencia practica es la domesticacién del fuego. En otras palabras, este relato, que quizas tiene un fundamento hist6rico, se transforma en un mito del origen del fuego: las piedras que al entree chocarse provocan chispas han sido traidas por Gagavitz del volein en erupeion. Cortés se queda’en un plano puramente humano; el rela to de Gagavitz pone de inmediato en movimiento toda una red de correspondencias naturales y sobrenaturales. La comunicacién entre los aztecas ¢s ante todo una comunicacién con el mundo, y las representaciones religiosas tienen en ella un papel esencial. Es evidente gue la religién no esta ausente del lado de los espafioles, incluso era decisiva para Colén, Pero se nos hace diatamente evidentes dos diferencias importantes. La primera tiene que ver con la especificidad de la religin cristiana en relacién con las religiones paganas de América: lo importante aqui es que es, fun damentalmente, universalista ¢ igualitaria. “Dios” no es un nombre propio, sino un nombre comin: esta palabra pucde tradueirse a cual- quicr lengua, pucs no designa a un dios, como Huitzilopochtli 0 ‘Tezcatlipoca, que sin embargo ya son abstracciones, sino al dios. Esta religién quiere ser universal, y por eso mismo es intolerance. Moc- tezuma da muestrss de lo que, a nuestros ojos, puede parecer tna atal abertura de espirit en el momento de los conflictos religiosos (en realidadd se traca de otra cosa): cuando Cortés ataca sus templos, trata de “[Mectezuma] le dicie que pusiésemos a nuestras imagines a una parte ¢ dejisemos sus dioses ncontrar soluciones de compromiso. CORTES ¥ LOS SiGNOS us aotra. El marqués [Cortés] no quiso” (Andrés de Tapia); incluso des pués de la conquista, los indios siguen queriendo integrar al Dios «istiano en st propio panteén, como una divinidad entre otras Eso no significa que toda idea monoteista sea extrafia a la cultura azteca. Sus innumerables divinidades no son mis que los diferentes nombres de dios, el invisible y el intangible. Pero si dios tiene tantos nombres y tantas imagenes, es porque cada una de sus manifestacio- nes y de sus relaciones con el mundo natural esta personificada, sus diferentes funciones estén distribuidas entre otros tantos personajes diferentes. El dios de la religién azteca es uno y midltiple a la vez Eso hace que la religién azteca encuencte facil acomodo paca la adi- cién de nuevas divinidades, y sabemos que, justamente en tiempos de Moctezuma, se construyé un tempo destinado a acoger a todos los dioses “otros”: “Pareciole al rey Motecuhzoma que faltaba un templo que fuese conmemoracién de todos los fdotos que en esta tierra adoraban y, movido con celo de religién, mand6 que se edificase [...] Llimanle coateocali, que quiere decir “easa de diversos dioses’, a causa de toda la diversidad de dioses que habia en todos los pue- blos y provincias” (Duran, 1, 58). El proyecto habia de realizarse, y ese asombroso templo funcioné durante los afios anteriores a la conquista. No ocurre lo mismo entre los cristianos, y la negativa de Cortés se desprende del espiritu mismo de la religion cristiana: el Dios cristiano no cs una encarnacion que pudiera agregarse a las demias, es uno de manera exclusiva e intolerante, y no deja ningan lugar a otros dioses; como dice Duran, “nuestra fe catdlica, que como es una sola en la cual esta fisndada una iglesia, que tiene por obje- to un solo Dios verdadero, no admite consigo adoracién ni fe de otto Dios” (, “Prologo"). Este hecho sontribuye no poco a la vice toria de los esparioles: la intransigencia siempre ha v lerancia, ncido a ls to- El igualitatismo det cristianismo es solidarto de su universalismo: puesto que Dios es bueno para todos, todos son buenos para Dios; este respecto no hay diferencias, ni entre pucblos ni entre indivi- siuos, San Pablo dijo: “donde no hay griego ni judio, cicuncision ni incircuncisi6n, ni barbaro, ni escita, mi esclavo, ni libre, sino que Cristo es todo y en todos” (Col. 3, 11). y: "No hay ya judio ni geie~ 80, no hay esclavo mi libre, no hay varén y mujer: porque todos voso~ tos sois uno solo en Cristo Jestis” (Gil. 3, 28). Estos textos indican claramente en qué sentido se debe entender ese igualitarismo de los brimeros cristianos: el cristianismo no lucha contra las desigualda~ des (el amo seguira siendo amo y el esciavo, esclavo, como si se tra- 6 COnQUISTAR, tara de una diferencia tan natural como la que existe entre hombre y mujer); pero las declara no pertinentes, frente a la unidad de todos fen Cristo, Volveremos a encontrar estos problemas en los debates morales que siguen a la conquista. La segunda diferencia proviene de las formas que adopta el senti- miento religioso entre los espafoles de esa época (pero eso quizas sea otea consecuencia mis de la doctrina cristiana, y cabe preguntar- se en qué medida una religién igualitaria no lleva, por su rechazo de las jerarquias, a salir de la religion misma): el Dios de los espaiio- les es mis bien un auxiliar que un Sefior, es un ser al que, mas que ‘gozar de él, se usa (para hablar como los teGlogos). En teoria, y como queria Colén (¢ incluso Cortés, en el cual eso constituye uno de los rasgos mis “arcaicos” de su mentalidad), el objetivo de la conquisea es extender Ia religion cristiana; en la prictica, el objetivo religioso es uno de los medios que aseguran el éxito de la conquista: fin y ‘medios han intereambiado sus lugares. Los espafioles sélo oycn los consejos divinos cuando éstos coin iden con las sugerencias de sus informantes © con sus propios inte- reses, como lo muestran los relatos de varios cronistas. “"Y vimos ademas otras sefales bien claras, por donde entendimos que Dios que ria para su servicio que poblisemos en aquella terra”, dice ya Juan Diaz, que acompaia la expedicién de Grijalva, y Bernal Diaz: “Y asi acordamos de tomar el consejo de los de Cempoal, que Dios to encaminaba todo" (61). Durante el episodio de la ascensién al vole can, que ya hemos relatado, Cortés también le atribuia a Dios el des- cubrimiento del mejor camino. “Mas como Dios haya tenido siem= pre cuidado de examinar las reales cosas de wuestra sacra majestad desde su nifiez, y como yo y los de mi compafiia ibamos en su real servicio, nos mostt6 otro camino aunque algo agro, no tan peligro~ so como aquel por donde nios querian evar” (2). Sientean en Ja batalla al grito de “;Santiago!”, es mis para darse dnimos y espantar a los adversarios que po: la esperanza de una intervencién del santo tute- lar de los espaiioles. El capellin de la tropa de Cortés no desmerece frente a un jefe milicar: “. .y como hubieron gran coraje con el Ani- mo que les daba fray Bartolomé de Olmedo, pidiéndoles peleasen con intencién de servir a Dios y extender su santa fe, que él les aya daria, y que habian de vencer 0 mori sobre ello” (Bernal Diaz, 164) En el estandarte mismo de Cortés se encuentra explicitamene afi mada esta relacidn: “La bandera que puso y lev Cortés esta jormae dé, era de furegos blancos y azules, con una cruz colorada en medio, y alvededor un letesro en latin, que romanzado dice: "Amigos, siga- suet aarmerea conti’ ¥ Los siNos n7 mos la cruz, ¥ nos si fe tuviéremos en esta sefial venceremos’ " (Gémara, 3) Seda cuenta de un episodio significative, ocurrido durante la cam- pafia contra los tlaxcaltecas: para sorprender al enemigo, Cortés hace tuna salida nocturna con sus jinetes. Un caballo tropicza, y Cortés lo envia de vuelea al campamento; poco después ocurre lo mismo con otto. “Algunos hubo que le dijeron: seitor, mala sefial nos pare ce ésta; volvimonos. A los cuales respondié: yo la tengo por buena, adelante” (Francisco de Aguilar; véase también Andrés de Tapia). Mientras que para los aztecas la Megada de los espafoles no es mis que el cumplimiento de una serie de males presagios (lo cual dismi- nua su beligerancia), en circunstancias comparables Cortés (a dife= rencia de algunos de sus propios companeros) se nicga a ver en ellas tuna intervencién divina —y si la hay, solo puede estar de su lado, ‘aun silos signos parecen indicar lo conteario! Es impresionante ver cémo, en sti fase descendente, y especialmente durante la expedicion de Honduras, Cortés también se pone a erect en los presagios; y el éxito ya no lo acompaiia, Este papel subordinado, y en dltima instancia limitado, del inter tambio con Dios es sustituido por una comunicacién humana en ka cual el otro sera claramente reconocido (aun si no se les estima). El encuentro con los indios no crea esa pesibilidad de reconocimiento s6lo la revela, Dicha posibilidad existe por razones que son propias ila historia misma de Europa. Para describir a los indios, los con 4quistadores buscan comparaciones que encuentran de inmediato, ya sea en su propio pasado pagano (grecorromano), ya sea con pueblos uitos, geourdficamente mis cercanos, y ya familiares, como los musul- manes. Los espafioles llaman "'mezquitss” a todos los primeros tem plos que descubren, y la primera ciudad que ven durante la expedi- cin de Herndndez de Cordoba sera llamada, segiin nos dice Bernal, “al Gran Cairo”. Al tratar de precisar sus impresiones sobre los mexi= ‘anos, Francisco de Aguilar recuerda inmediatamente: “Digo, pues, que ye desde muchacho y nifio me ocupé cn leer y pasar muchas historias y antigiiedades persas, griegas, romanas. También he leido los ritos que habja en la India de Portugal.” Cabe incluso peegun- ‘arse en qué medida toda la flexibilidad mental necesaria para llevar cabo la conquista, y de la que dan pruebas los eurapeos de enton- ces, no se debe a esta situacién singular, que los hace herederos de dos caleutas: la grecorromana por una parte, la judeocristiana pot la ora (pero eso en realidad ya esti preparado desde hace mucho, puesto {qe ya funciona la asimilacién entre tradicién judaica y tradiciGn cris 18 ‘CONQUISTAR tana al estar el Antiguo Testamento absorbida en el Nuevo). Vol. veremos a tener oportunidad de observar los conilictos entre estos dos elementos de la cultura del Renacimiento; conscientemente 0 no, su representante se ve obligado a proceder a toda una serie de ajus. tes, de traducciones y de compromisos a veces harto dificiles, que le permiven cultivar el espiritu de adapracion y de improvisacién destinado a cumplir un papel tan importante en el transcurso de a conquista La civilizacién europea de entonces, mis que egocéntrica, es “alo- eéntrica’™: hace mucho que su sitio sagrado por excelencia, su centeo simbdlico, Jerusalén, no s6lo es exterior al territorio europeo sing {que esti sometido a una civilizacion rival (la musulmana). En el Rena- = imiento, a este “des-contramiiento” espacial se afiade otro, tempo= / ral: la cra ideal no es el presente ni el porvenir, sino el pasado. y un pasado que ni siquiera es cristiano: el de los griegos y los romanos. El centro esti en otra parte, lo cual abre la posibilidad de que el otro, algiin dia, se vuelva central {Una de las cosas que tienen mis impacto en La imaginacién de los conquistadores. a su entrada en la ciudad de México, es lo que se podria llamar el zoaldgico de Moctezuma. Las poblaciones someti- das daban a los setecas, en calidad de tributo, ejemplares de especies animales y vegetales, y éstos habian establecido lugares donde esas colccciones de plantas, aves, serpientes y animales salvajes podian ser conteniplad:s. Segiin parece, las coleeciones no se justificaban solamente por referencias religiosas (tal animal podia corresponder 2 tal divinidad), sino que eran admiradas por la rareza y la variedad de las especies, o por la hermosura de los especimenes. Eso hace pensar tuna vez mas en el comportamiento de Col6n, naturalista aficionado, Mpa institucdn, que los espaftles admitieron a su vez (no exis- tian zoolégicos en Europa), puede ser vista al lado y en contraste con ota, que es miso menos contemporinea: los primeros museos. Los hombres siempre han eoleccionado curiosidades, naturales 0 cultu- el siglo xv cuando los papas empiezan a acu- SAU a eee nuestras de tode cuanto encontraba rales; pero no es has mular y exhibie vestigios antiguos en cuanto huellas de otra cultura Es tambien la época de las primeras obras sobre la “vida y costum- bres” de pueblos Iejanos, Algo de este espiritu pasé a Cortés mismo, pucs si en tuna primera ctaps su tinica preocupacion es derribar a los idlolos y desteuit los templos, poco después de la conquista lo vernos preocupada con su preservacién, en tanto testimonios de la cultura azteca, Uno de los testigos de cargo en el juicio que se abre en su conrés ¥ LOS sIGNOS ne contra algunos afios mas tarde afirma: "Se mostré muy conteatiado, pues queria que las casas de los idolos quedasen como monumen= tos" (Sumario, |, p. 232), Lo mas parecido al musco entre los aztecas era cl Coatcocalli, 0 cemplo de los distintos dioses. Pero la diferencia se ve de inmediato: Jos idolos traidos a este templo desile todo el pais no provocan ni una actitud estética de admiracién, ni mucho menos tna conciencia relativista de las diferencias entre los pueblos. Una vez que estén en México, esas divinidades se vuclven mexicanas, y stt uso sigue sien~ do puramente religioso, semejante al de los dioses mexicanos, aun'~ que su oigen haya sido diferente. Nil zool6gico ni ese templo dan prueba de un reconocimiento de las diferencias culturales a lax ra en que lo hace el museo naciente en Europa La presencia de un lugar reservado al oreo en el universo mental delos espanoles esta simbolizada por un desco constantemente afir~ mado de comunicar, que esta en cortraste evidente con las retic cias de Moctezuma. El primer mensaje de Cortés es “que pues habia amos pasado tantas mares y venfamos de tan lejanas tierras solamente por verle y hablar de su persona a la suya, que si asi se volviese que no le recibird de buena manera nuestro gean rey y schor" (Be-nal Diaz, 39). “El capitin les habl6 con los intérpretes que teniatios, y kes dio a entender que en ninguna manera él se habia de partir de aquella tierra hasta saber el secreto de ella para poder majestad verdadera relacién de ella" (Cortés, 1). Los soberanos extranjeros, como los volcanes, atraen irresistiblemente el deseo de conocimiento de Cortés, que actiia como si su dnico fin fuera el de escribir un rehto, Se puede decir que el hecho mismo de asumir ast el papel activo cl proceso de interaccién asegura a los espafioles una supetiori~ dad indiscutible. Son los tnicos que acttian en esa situacidny; los azte- cas s6lo buscan mantener el statt quo, se conforman con reaccionar Elhecho de que son los espanoles los que han cruzado el océano para encontrar a los indios, y no a la inversa, anuncia ya el resultado del encuentro: los aztecas tampaco se extienden a la América del Sur ni ala América del Norte. Es impresionante ver que en Mesoamérica son precisamente los aztccas los que no se quicren comunicar ti que gen cambiar nada de su vida (frecuentemente se confinden las dos 0825), y eso va de la mano con su valorizacién del pasado y de las tradiciones; mientras que los pucblos sometidos o dependientes par- ticipan de manera mucho mas activa en la interaccion, y sacan pro- vvecho del conflicto: los tlaxcaltecas, aliados de los espafioles, serin escribir a vuestra 120 conquistan en muchos aspectos los verdaderos amos del pais en el siglo siguien- tea la conquista Consideremos ahora el aspecto de la produccidn de los discursos y de los simbolos. Cortés (fig. 11) tiene, ante todo, la preocupacion cons. tante de la interpretacién que daran los otros —Ios indios— asus ges- tos. Castigari severamente a los saqueadores de sut propio ejército porque éstos fonian lo que no se debe tomar y, sin desfavorable de ellos. “Y después que vio el pueblo sin gente y supo cémo Pedro de Alvarado [fig. 12] habia ido al otro pueblo, y que les habia tomado gallinas y paramentos y otras cosillas de poco valor de los idolos, y el oro medio cobre, mostr6 tener mucho enojo de ello [...]- ¥ reprendiole gravemente a Pedro de Alvarado, y le dijo ® que no se habjan de apaciguar las tierras de aquella manera, tomando a fos naturales su hacienda, (.. .] ¥ les mand6 volver el oro, y parse mentos y todo lo demas, y por las gallinas, que ya se habian comido, Jes mandé dat cuenas y cascabeles; y snds dio a cada indio una camisa de Castilla” (Bernal Diaz, 25). O también, mis adelante: “Un soldadg que se decia fulano de Mora, natural de Ciudad Rodrigo, toms das gallinas de una casa de indios de aquel pueblo, y Cortés, que lo acer- 6 a ver, hubo tanto enojo de lo que delante de él se hizo por aguel soldado en los pueblos de paz, en tomar las gallinas, que luego le mand6 echar una soga a la garganta” (Bernal Diaz, 51), La razon de e808 gestos es precisamente el deseo de Cortés de controlar la infor- macién recibida por los indios: “Mand pregonar en el campamene to que ninguno tomase oFo, [.. ] sino que todos hiciesen como que no lo conocian © que no lo querian, para que no pareciese que era codicia, ni su intencién y venida encatninadas slo 2 aquello” +a, 25), y, en las aldeas: “Cortés mand6 con publico pregén que nadie cocase cosa ninguna de aquéllas, bajo pena de muerte, excepto a las provisiones, por cobrar buena fama y geacia con los de a tierra” (Gomara, 29). Vemos el papel que empieza a desempenar el vocabu- lari de la apariencia: “que no pareciese™, “buena fama En cuanto a los mensajes que les dirige, rambién obedecen a una estrategia perfectamente coherente. Para empezar, Cortés quiere que la informacidn recibida por los indios sea precisamente Ia que él les envia; por lo tanto, destilara con gran prudencta la verdad en sus pro- pi as: hace cortar las manos de los que atrapa. Al comienzo, los indios no esti seguros de que los caballos de los espafioles sean seres mortales; pata la vez, dan una impre- (Goma palabras y sera particularmente despiadado con los es} contis ¥ 108 SiGNos 121 smantenetlos en esa incertidumbre, Cortés hari enterrar cuidadosa~ mente los cadiveres de los animales muertos, en la noche que sigue a Ia batalla, Recurre a varias esteatagemas més para disimular sus verda~ deras fuentes de informacién, para hacer creer que lo que sabe no viene del intercambio con los hombres, sino con lo sobrenatural. A propésito de una delaci6n, cuenea:.. porque n quien lo supe, [.. | porque creen que lo supe por alguna arte, y asi piensan que ninguna cosa se me puede esconder. Porque, como han visto que para acertar aquel camino muchas veces sacaba una carta de marear y una aguja, en especial cuando se acerté el camino de Gagoatezpan, han dicho a muchos espafioles, que por alli lo saqué, y aura mime han dicho algunos de ellos, queriéndome hacer cierto que tienen buena voluntad, que para que conozea sus buenas inten ciones, que me rogaban mucho mirase el espejo y la carta, y que alli veria cémo ellos me tenian buena voluntad, pues por alli sabia todas las otras cosas; yo también les hice entender que asi era la verdad, y que en aquella aguja y carta de marear veia yo y sabia y se me des- cubsian todas las cosas" (5) El comportamiento de Moctezuma era contradictorio (zrecibir 0 no recibir a los espafioles?), y revelaba el estado de indecisi6n en el aque se encontraba el emperador azteca, cosa que iba a ser explotada por sus adversarios. El comportamiento de Cortés a menudo es igual mente contradictorio en apariencia; pero esa contradiccién ¢s caleu- lada, y su finalidad (asi como su efecto) es enredar el mensaje, dejar perplejos a sus interlocutores. Es ejemplar a este respecto un momento de su recorrido hacia México. Cortés esti en Zempoala, y es recibi~ do por el “cacique gordo”, que tiene la esperanza de que el jefe espaitol lo ayude a liberarse del yugo azteca. Llegan en ese momento cinco enviados de Moctezuma, encargados de cobrat el impuesto, y les evita particularmente el buen recibimiento cue se ha hecho a los espaiio~ les, El cacique gordo acude a Cortés en busca de consejo; éste le dice que arreste a los cobradores. Asi se hace; pero cuando los de Zem- poala se disponen a sacrificar a los prisioneros, Cortés se opone y manda a sus propios soldados junto con los guatdias de La prisiGn, Alcaer la noche, pide a sus soldados que le traigan en secreto a dos de los prisioneros, si posible los més irteligentes; una vez que estan ante él, finge inocencia, se asombra de que los hayan apresado y se propone liberarlos; ineluso, para asegurar su huida, los leva en uno de sus barcos fuera del territorio de Zempoala. Una vez libres, los cobradores van con Moctezuma y le cuentan lo que le deben a Cor Wis. A la mafiana siguiente, los de Zempoala descubren la evasion ca han sabide de Fig. 1 Hera 24 conquistan, y quieren sacrificar por lo menos a los tres prisioneros restantes, pero Cortés se opone. Se indigna ante la negligencia de los guardias de ‘Zempoala, y propone custodiar a los tres prisioneros restauttes en sus propios barcos. El cacique gordo y sus colegas aceptan, pero tam- bign saben que Moctezuma seri advertido de su rebelidn; entonces le juran fidelidad a Cortés, y se comprometen a secundarlo en si lucha contra el emperador azteca. “Y aqui dieron la obediencia a Su Majes- tad, por ante un Diego de Godoy, el escribano. y todo lo que pasé lo enviacon a decir a los més pueblos de aquella provincia, Como ya no daban tributo ninguno y los recogedores no parecian, no cabian de gozo de haber quitado aquel dominio” (Bernal Diaz, 47) Las maniobras de Cortés tienen dos destinatarios: los de Zem- poala y Moctezuma. Con los primeros, ¢! asunto es relativamente sencillo: Cortés los lleva a comprometerse con él de manera irrever= siole. Como los cobradores aztecas estin muy cerca y sus tributos son muy pesados, mientras que el rey de Espafia es una pura abs- teaccién y por el momento no exige ningiin impuesto, los de Zem- poala encuentean justificacién suficiente para dar el paso. Las cosas son mis complejasen lo referente a Moctezuma. Este sabri, por una parte, que sus enviados han sido maleratados gracias a la presencia de los espaiioles; pero, por el otro, que han salvado la vida gracias a esos mismos espafioles. Cortés se presenta como enemigo y como aliado al propio tiempo, lo cual vuelve imposible, o en todo caso injus tificable, toda accin de Moctezuma en su contra. Por ese gesto impo- ne sti poder, al lado de Moctezuma, puesto que éste no puede casti~ garlo, Cuando séloconocia Ia primera parte de lhistoria, Moctezuma “para contra nosotros aparejaba de venir con gran pujanaa de eapi- tanias": al saber la segunda parte, ““amans6 st ira y acordé de enviar a saber de nosotros, qué voluntad teniamos” (Bernal Diaz, 48). El resultado del mensaje miiltiple de Cortés es que Moctezuma ya no sabe qué pensar y que debe volver a buscar informacion La primera preocupacién de Cortés, cuando es débil, es hacer crcet a los demas que es fuerte, no dejar que se descubra la verdad; esta preacupacidn es constante. “Pero como ya habiamos publicado set alli nuestro camino no me parecié fuera tan bien dejarlo ni volver atris, porque no creyesen que falta de énimo lo impedia’” (2). “Y yo, viendo que mostrar a los naturales poco animo, en especial a nucs- teos amigos, era causa de mis aina dejarnos ¥ ser contra nosotros, acordindome que siempre a los osados ayuda Ia fortuna, .." @) “Pareciame, aunque cra otro nuestro camino, que eta poquedad pasat adelante sin hacerles algin mal sabor; y porque no creyesen ues conTs ¥ LOS sIGNOS 125 tros amigos que de cobardia lo dejibamos de hacer, .." (3), etcetera En forma general, Cortés es un hombre sensible a las apariencias Cuando lo nombran a la cabeza de la expedicién, sus primeros gas~ tos son para comprarse un traje impenente. “Se comenz6 de pulie yataviar su persona mucho mis que de antes, y se puso su penacho de plumas, con su medalla y una cadena de oro. .." (Bernal Diaz, 20). Pero podemos pensar que, a diferencia de los jefes aztecas, no usaba todas sus insignias en las batallas. Tampoco deja nunca de envolver sus encuentros con los mensajeros de Moctezuma en todo un ceremonial, que debia ser bastante cémico en la selva tropical, pero que no por ello dejaba de tener su efecto. Cortés tiene fama de hablar bien; sabemos que de vex en cuando eocurte escribir poesia, y los informes que envia a ‘ran un notable dominio di muchas veces en plena accién, tanto freate a sus soldados como cuan- do se dirige a los caciques, por intermedio de sus incérpretes capitan algunas veces nos hacia unas pliticas muy buenas, dindo- nos a entender que cada uno de nosotros habia de ser conde © du- que y sefiores de dictados y con aquesto de corderos nos tornaba leones, ¢ ibamos sin temor ni miedo alguno a un tan grande ejét to" (Francisco de Aguilar; volveremas mis tarde a la comparacién con los leones y los corderos). “[Los forasteros] se le allegaban, por~ que era de buena conversacién y apacible” (Bernal Diaz, 20). “Cor- tés siempre atraia con buenas palabras a todos los caciques” (ibid. 36). “Y Cortés les consolé con palabras amorosas, que se las sal muy bien decir con dofta Marina’ (ibid, 86). Hasta sti enemigo a timo Las Casas sub: n Los homb: farlos V mues- idioma, Los cronistas nos lo muestran a la perfecta facilidad con que lleva su comm- s: lo pinta como un hombre que “sabia tra~ yestaba dotado de “astuts vivez y mundana sabiduria” (Historia, wt, W14 y 115). También se preocupa por la reputacion de su ejército, y contri buye muy conscientemente a hacerla, Cuando sube con Mactezuma ala parte superior de uno de los templos de México, que tiene cien- to catorce escalones de altura, el emperador azteca lo inv cansar. “Y Cortés le dijo con nuestras lenguas, que iban con noso- tos, gue él ni nosotros nos cansabamos en cosa ninguna” (Bernal Diaz, 92). Gomara lo hace revelar el secreto de esta conducta en un discurso que supuestamente dirigid a sus soldados: “Las guerras con sisten mucho en la fama" (114). Cuando entra por primera ver en la ciudad de México, se niega a que lo arompane tn ejército de indios aliados, pues eso puede ser interpretado como un signo de hostili- aa des- 126 conquistan dad; en cambio, cuando después de la caida de México recibe a los ‘mensajeros de un jefe lejano, exhibe todo su poderio: “Y porque vie- sen nuestra manera y lo contasen alli a st sefior, hice salir a todos los de caballo a una plaza, y delante de ellos corricton y escaramuza~ ron; y la gente de pic salié en ordenanza y los escopeteros soltaron las escopetas, y con el actlleria hice tirar una torre” (3). Y su téetica militar predilecta —puesto que hace creer que es fuerte cuando es débil— sera simular debilidad precisamente cuando es fuerte, para atraer a los aztecas a emboscadas mortiferas. A todo lo largo de la campafia, Cortés manili las acciones espectaculares, con plena conciencia de su valor simbs- lico. Por ejemplo, es esencial ganar la primera batalla contra los indios, destruic sus idolos al peimer desafio de los sacerdotes, para mostrar ar en el primer enfrentamicnto entre ber ta su gusto por que se es invulnerable; g gantines y canoas indias; quemar determinado palacio situado en el interior de la ciudad pata mostear lo poderosa que es la fuerza de avanzada; subir hasta arriba de un templo para que todos lo vean, jemplar, y de modo tal Raras veces castiga, pero lo hace de manera {que todos se enteren; tenemos un ejemplo de ello en la violenta repre= sién que cjerce contra la regién del Panuco, a consecuencia de una sublevacién que es aplastada; cs de notar la atencién que presta a la difusion de la informacion: “Cortés mandé que cada uno [de los sesentta caciquies) hicicra venie a su heredero, y habigndole obedeci- do, ordené encender una gran hoguera y quemar en ella a los caci- ques en presencia de sus sucesores. Llamando luego a éstos, les pre- gunt6 si habian visto cumplirse la sentencia pronunciada contra sus progenitores asesinos, y con costro severo les intiind que, escarmen- tados con aquel ejemplo, se abstuvieran de toda sospecha de rebel- dia” (Pedro Matic, vit, 2) Uuso que Cortés hace de sus armas es de una eficacia mas sim- bélica que prictica. Manda consteuir un trabuco que no funciona; 0 no es grave: "Y aunque otto fruto no hiciera, como no hizo, sino el temor que con dl se ponia, por el cual pensibamos que los enemi- gos se dieran, era harto™ (Cortés, 3). En el comienco ntismo de la expedicién, organiza verdaderos especticulos de “luz y sonido" con su cballos y sus cations (que entonces no srven para nada mish sui preocupacidn escénica es verdaderamente notable. Oculta una verges en am aii determina, y eolocs delat de ela 2 sus ant triones indios y un semental; las ruidosas manifestaciones del animal atemorizan a esas personas que nunca han visto un caballo, Escoge tun momento de calma y manda disparar los catones que también | ,| 5 $ ¥ a CORTES ¥ LOS SIGNos a, estin muy cerca, No es el inventor de este tipo de estratagemas, pero fin duda es el primero que acta ai de matterasistematica, En otea ocasién, Heya a sus anfitriones a un lugar donde el suelo es duro, para quc los caballos puedan galopar con rapidez, y manda disparat tna vez mas el gran caiién, cargado con pélvora. Sabemos, por los relatos de los aztecas, que esos montajes teatrales no dejaban de tener su efecto: “"Y los mensajeros que estavan atados de pies y manos, como oyeron los trucnos de las lombardas, cayeron en el suelo, como muertos” (CF, xit, 5). Esos juegos de prestidigitacién son tan cfica~ ces que un buen fraile pucde escribir tranquilamente, unos cuantos afos mis tarde: “Esta gente tiene tanta confianza en nosotros que ya no hacen falta los milagros”” (Francesco de Bologna) Esa conducta de Cortés hace pensar irresistiblemente en la ense- jtanza casi contemporinea de Maquiavelo. Evidentemente no se tra~ ta de una influencia directa, sino mas bien del espiritu de una época que se manifiesta tanto en los escritos del uno como en los actos del oir0; por lo demas, el rey “catélico” Fernando, cuyo emplo no podia ser desconocido para Cortés, es citado por Maquiavelo como modelo de “nuevo principe”. Cémo no relaciona® las estratagemas de Cor- tés con los preceptos de Maquiavelo, que coloca la reputacién y la apariencia en la cumbre de los nuevos valores: “No necesita un prin- cipe tener todas las buenas cualidades mencionadas, pero conviene que lo parezca, Hasta me atreveré a decir que, teniéndolas y practi cindolas constantemiente, son perjudiciales, y pareciendo tenerlas, resultan stiles" (EI principe, 18). Mas generalmente, cn el mundo de Maguiavelo y en el de Cortés, el discurso no es determinado por el objeto que describe, ni por su conformidad a una teadicion, sino que se construye sinicamente en funcion de la meta que quiere alcanzar La mejor prucha que podamos tener de la capacidad de Cortés para entender y hablar et lenguaje del otto es su pacticipacidn en la slaboracidn del mito del retorno de Quetzaleéatl. No seri la prime- 2 ver que los conquistadores espafioles exploten los mitos indios su su propio beneficio, Pedro Martir ha dejado constancia de la con- movedora historia de la deportacién de los Iucayos, los habitantes de las actuales islas Bahamas, que crecn que despues de la muerte sus espiritus van a una tierra prometica, a un pataiso, donde se les ‘oftecer: todos los placeres. Los espafioles, a quienes les falta mano deobra y que no logran encontrar voluntarios, toman rapidamente linito y lo completan en beneficio propio. “Conaciendo los espa oles las sencillas opiniones de estas gentes acerca de las almas, que Una vez expiadas sus culpas en las heladas montafias articas, pasaban 128 cONQUISTAR al mediodia, esforzibanse en convencer a aquellos desgraciados, a fin de que espontineamente dejasen su suelo, natal y consintiesen en ser trasladados a Cuba y la Espafiola, que son meridionales respecto de la posicién de sus islas, de que venian de aquellos lugares en que les seria dado contemplar a sus difuntos padres, hijos, parientes amigos, y disfrutarian de consuno todo género de delicias en medio de abrazos de los seres amados. Imbbuidos primeramente en estas tetas por sus embaucadores, [...] y después por los espafioles, iban can- tando en pos de una ilusoria esperanza, y cuando se vieron engaiiae dos y que en ver de sus parientes y personas deseadas, slo hallaban dura servidumbre ¢ inacostambrados y crucles trabajos, llenos de desesperacién 0 se daban muerte con su propia mano o preferian dgarse consumir de hambre, sin que raz6n ni fuerza alguna fuese poderosa a hacerles tomar alimento, [, . J. Asi acabaron los infelices yacayos [-. |" (va, 4) La historia del retarno de Quetzale6atl, en México, es mis com- pleja, y sus consecvencias revisten una importancia mucho mayor Estos son los hechos, en unas cuantas palabras. Segiitt los relatos indios anteriores a la conquista, Quetzaleoatl es un personaje a la ver hist6rico (un jefe ce estado) y legendario (una divinidad). En un momtento dado, se ve obligado a dejar su reino y partie hacia el este hacia el Arlantico); desaparece, pero, segiin ciertas versiones del mito, promete (0 amenaza) volver un dia para recobrar sus bienes. Note- ‘mos aqui que la idea del retorno de un mesias no tiene un papel e cial en la mitologia mexicana; que Quetzaledatl no es mas que una divinidad entre otras y no ocupa un lngar privilegiado (especialmente centre los habitantes de la ciudad de México, que lo perciben como el dios de los cholultecas), y que sélo algunos relatos prometen su regteso, mientras que otros se conforman con describir su desaparicién Ahora bien, los relatos indigenas de la conquista, especialmente los recogidos por Sihagiin y Duin, nos dicen que Moctezuma cree que Cortés es Que:zalcéatl que ha vuelto a recobrar su reino; esta identificacién seria ana de las razones principales de su falta de tesis~ tencia frente al avance de los espanoles. No se puede dudar de la autenticidad de los relatos, que cuentan lo que creian los informan- tes de los religiosos. La idea de una identidad entre Quetzalcbatl y Cortés existi6 efectivamente en los aos inmediatamente posterio- res ala conquista, como lo muestra también el stibito renacer de la produceidn de objetos de culto relacionados con Quetzaledatl. Pero hay un biato evidente entre esos dos estados det mito: et antiguo, em el que Quetzaleéatl tiene un papel secundario, y donde su rerome contts ¥ LOS siGNos a es incierto; y el nuevo, en el que Quetzale6atl domina y se asegura con absoluta certeza que va a regresar. Seguramente hay una fuerza que debe haber inteevenido para apresurar esta transformacién del mito, Esa fterza tiene un nombre: Cortés. El operé la sintesis de varios datos. La diferencia radical entre espaiioles e indios, y la ignorancia relativa de otras civilizaciones por parte de los aztecas, llevaban, como hhemos visto, a la idea de que los espafioles eran dioses. Pero zqué dioses? Ahi es donde Cortés debe haber proporciondo el eslabsn fal- tante, al establecer la relacién con el mito un tanto marginal, pero perfectamente inscrito en el “lenguaje del otro”, del retorno de Quet- zaleéatl. Los relatos que se encuentran en Sahagéin y Duran pres tan [a identificacion Cortés-Quetzaledatl como algo que se produce en la mente del propio Mocteztima, Pero esta afirmacién séla pruc~ ba que, para los indios de la época posterior a la conquis cra verosimil, y en eso debe haber descansado el cilculo de Cortés, aque trataba de producir un mito perfectamente indio. Tenemos pruc~ bas més directas a este respecto. Y es que la primera fuente importante que consigna la existencia de este mito esti en las cartas de relacién del propio Cortés. Esas cartas, dirigidas al emperador Carlos V, no tienen un valor docu- rental simple: hemos visto que la palabra para Cortés, mis que ser reflej fel del mundo, es un medio de manipula al otro, y ene tantas anetas que alcanzar en sus relaciones con el emperador que la obj Vidad no €s la primera de sus preocupaciones. Sin embargo, la evo~ cacién de este mito, tal como a encontramos en su relato de la pei mera entrevista con Moctezuma, es altamente reveladora. Segiin dice Moctezuma declara, dirigiéndose a su huésped espafiol y a sus pro- pios dignatarios: “Y segiin de la parte que vos decis que venis, qui esa do sale el sol, y las cosas que decis de ese gran sefior o rey que aci os envi6, creemos y tenemos por cierto, él sea nuestro sefior natu- ral, en especial que nos decis que él ha muchos dias que tenia noticia denosotros.” A lo cual responde Cortés “satisfaciendo a aquello que ime parecié que convenia, en especial en hacerle creer que vuestea ajestadl eta a quien ellos esperaban” (Cortés, 2), Para caracterizar su propio discurso, Cortés encuentea, significa~ tivamente, la nocién retérica fundamental de ‘lo que conviene": el discurse esti regido por su meta, no por sit objeto. Pero Cortés no tiene interés alguno en convencer a Carlos V de que es un Quetzal- céatl sin saberlo; su relacion, a este respecto, debe decir |1 verdad Ahora bien, lo vemos intervenir en dos ocasiones en los hechos que selata: [a convicci6n (0 la sospecha) inicial de Moctezuma ya es efec~ 130 CONQUISTAR to de las palabras de Cortés ("“segiin [. | las cosas que decis"), y especialmente del ingenioso argumento segiin el cual Carlos V ya los coaoce desde hace mucho (no debia ser dliffeil para Cortés prow ducir pruebas a este respecto). Y, en respuesta, Cortés afirma exp citamente la identidad de los dos personajes, tranquilizando asi a Moc- tezuma, al tiempo que se queda en la vaguedad y da la impresién de limitarse a confirmar una convicci6n que el otro adquitid por sus propios medios. Asi pues, sin que podamos estar seguros de que Cortés es el tni- co responsable de la identificaci6n entre Quetzalcéatl y los espa les, vemos que hace todo lo que puede para contribuir a ella. Sus esfuerzos se verin coronados por el éxito, aun si la leyenda todavia ha de suftir algumas transformaciones (Carlos V es dejado a un lado y se identifica directamente a Cortés con Quetzaleéatl). Es que su operaciGn es redituable en todos los niveles; Cortés puede asi hacer gala de una legitimidad frente a los indios; ademas, les proporciona tun medio que les permite racionalizar su propia historia: de otro modo, su llegada hubiese sido absurda y podemos imaginar que, ‘entonces, la resistencia hubiera sido mucho mas encarnizada. Incla- so si Moctezuma no toma a Cortés por Quetzalcéatl (y ademis no teme tanto a Querzalcdatl), los indios que escriben los relatos, es deci, los autores de la cepresentacién colectiva, lo creen asi, Y esto tiene consecuencias inconmensurables, Es efectivamente gracias a su dlomi- rio de los signos de los hombres como asegura Cortés sit control del antiguo imperio azteca. ‘Aun si los cronistas, espafioles o indios, se equivoean, 0 mienten, sus obras siguen siendo elocuentes para nosotros; el gesto que cada una de ellas constituye nos revela Ia ideologia de su autor, incluso cuando el relato de los hechos es falso. Hentos visto hasta qué punto el comportamienzo semistico de los indios eta solidario de la pre ponderancia, entre ellos, del principio jerarquico frente al principio democritico, y de la primacia de lo social frente a lo individual. Al comparar los relatos de la conquista, tanto indios como espafioles, descubrimos atin ahora la oposiciSn entre dos tipos de ideologfa bien diferentes. Tomemos dos ejemplos, entre los mis ricos: por un lado, la erénica de Bernal Diaz; por el otro, la del Ciédice florentine, recogi- da por Sahagiin. No difieren por su valor documental: ambas con- tienen una mezch de verdades y errores. Tampoco difieren por sa calidad estética: ambas son conmovedoras, hasta llegan a curbarnos. Pero no estan construidas de manera semejante. El relato del Céidice lorentine es la historia de un pueblo contada por ese mismo pueble. oars ¥ LOS SIGNos, 131 Laerénica de Bernal Diaz es la historia de ciertos hombres contada por yn hombre. Y no es que falten las identificaciones individuales en el Ciidiceflo- retina. Se rombra a muchos guerreros valientes, asi coma a los fami~ liares del soberano, sin hablar de este iltimo; se evocan batallas deter- mminadas, y se precisa el sitio en que se desarrollan. Sin embargo, esos individuos munca legan a ser “personajes”: no tienen psicologia indi- vidual que pudiera ser responsable de sus actos y que pudiera dife- renciarlos entre sf. La fatalidad reina en el desarrollo de los hechos, yen ningiin momento tenemos la sensacién de que las cosas hubie~ ran podido ocurrir de otra manera. No son esos individuos los que, por adicidn o por fusion, forman la sociedad azteca; es ella, por el contrario, la que constituye el dato inicial, la heroina del relato; los individuos no son mis que sus instancias Bernal Diaz, por su parte, cuenta e”ectivamente la historia de cier~ tos hombres. No s6lo Cortés, sino todos los que nombra, estin dota~ dos de rasgos individuales, tanto en lo fisico como en lo moral; cada uno de ellos es una compleja mezela de cualidades y defectos, cuyos actos no se pueden prever: hemos pasado del mundo de lo necesario alde lo arbitrario, puesto que cada individuo puede convertirse en fuente de una accién, no previsible por medio de leyes generales. En «ste sentido, st crdnica no s6lo se epone a los relatos indios (qu desconocia). sino también a la de Gémara, sin la cual —por deseo de contradecirla— Bernal Diaz quizis no hubiera escrito, sino que se hubiera conformado con contar oralmente su historia, como debe de haberlo hecho muchas veces. Gémara subordina todo a la ima gen de Cortés, que de pronto ya no es un individuo, sino un perso~ ajc ideal. Bernal Diaz, en cambio, reivindiea la pluralidad y la dife- rencia de los protagonistas: si fuera yo artista, dice, “dibujara a todos los que dicho tengo al natural, y aun segdin cada uno entraba en las, batallas” (206). Ya hemos visto hasta qué punto abundan en su relato los detalles nities” (© mas bien no necesarios, que no son impuestos por la fx lidad det destino): gpor qué decirnos que Aguilar llevaba en la cintura? Porque esta singularidd del hecho es la que, para él constituye su identidad. A decir verded, también en el Ciiice floret: noe encuentran algunos detalles del mismo tipo: las hermosas indias 4ue se cubren las mejillas con barro para escapar a las miradas con- cupiscentes de los espanoles; éstos, que se deben tapar la nariz con un pafuelo para evitar el olor de los cadiveres: de polvo de Cuaulitémoc cuando se presenta ante Cortés. Pero todos sande as vestiduras llenas ind ‘CONQUISTAR aparecen en los iltimos capitulos, después de la caida de México, como si el derrumbamicnto del imperio hubiera sido acompafiado por la victoria del modo natrativo europeo frente al estilo indigena ‘cl mundo de la posconquista es mestizo, tanto en los hechos como en las formas de hablar de éstos. En el Cidice floentino nunca sabemos quién habla, 0, ais bien, sabe mos que no se trata del relato de un individuo, sino de lo que piensa la colectividad. No es casual el que desconozcamos los nombres de los autores de esos relatos; ese desconocimiento tio se debe al des- cuido de Sahagin, sino a la falta de pertinencia de la informacién, El relato puede dar noticia de varios hechos ocurridos simuleénea- mente o en lugares muy alejados entre sf; nunca se preocupa de pre~ sentamos las fuentes de esas informaciones, de explicarnos como se supo todo eso. Las informaciones no tienen fuente, pucs pertenccen | 1 todos, y eso es lo que las hace convincentes: si, por el contrario, tuvieran un origen personal, serian sospechosas. En cambio, Bernal Diaz da auenticidad a sus informaciones al pre~ cisar sus fuentes. A diferencia de Gomara, otra vex més, si quiere ‘escribir no es porque se considere un buen historiador que sepa expre= sar mejor una verdad por todos conocida; su recorride singular, cexcepcional, Io califica como cronista: debe hablar porque estaba ahi fen persona, porque asistié a los hechos. En uno de suis raros arrcba- tos liricos, exclatra: “el que no se hall6 en la guersa ni lo vio ni enten- did, :como lo puede decir? :Habianlo de hacerlo las nubes 0 los paja- ros que en el tiempo que andabamos en las batallas iban volando, sino solamente los capitanes y soldados que en ellos se hallaron?” (212), ¥ cada vee que cucnta peripecias de las que no ha sido testigo, hos informa de quién y cémo lo supo —pues no es el ainico en la época, entre los conquistadores, en tener ese papel de testigo, pues, segiin escribe, “comunicibamos los unos con los otros” (206). Podriamos proseguir cn el plano de la imagen esta comparacién de las modalidades de la representaciGn. Los personajes representa- dos en los dibyjos indios no estin individualizados interiormente; Si deben referirse a una persona en particular, aparece al Jado dele imagen un pictogtama que la identifica. Toda idea de perspectiva linear y, por lo tanto, de un punto de vista individual, est ausente; los objetos se representan en si mismios, sin interaccién posible entre ellos, y no como si alguien los estuviera viendo. El plano y el corte se yarxtaponen libremente: asi por ejemplo, un dibujo (ct. Big. 13) que muestra el templo de México representa todos sus muros vistos de frente, y todo esti subordinado al plano del suelo, y ademis, con conrts ¥ Los siGNos ane personajes mis grandes que los muros. Las esculturas aztecas estén trabajadas en todas sus caras, incluyendo la base, aun si pesan varias toneladas: y es que el espectador del objeto es tan poco individual como su cealizador; la representacién nos entrega las esencias, y no se ocupa de las impresiones de un hombre. La perspectiva linear curo- pea no nacié de la preocupacién de valorizar un punto de vista dni- co € individual, pero se vuelve el simbolo de este punto de vista y seaftade a la individualidad de los objetos representados. Puede pare~ cer temeratio ligar Ia introduecién de la perspectiva con el descubri- miento y la conquista de América (cf. fig. 14). y sin embargo la rela~ cidn esti ahi, no porque Tascanelli, inspirador de Colén, haya sido amigo de Brunelleschi y Alberti, pioneros de la perspectiva (ni por- que Piero della Francesea, otro fundador de la perspectiva | 12 de octubre de 1492), sino en razén de la teansformaci ambos hechos revelan y producen 2 la vez en las conciencias. El camportamiento semistico de Cortés es caracteristico de su lugar y de su época. En si, el lenguaje no es un instrumento univoce: sitve tanto para la integracion en el seno de la comunidad como para ta manipulacién del otro. Pero Moctezuma otorga la primacia a la primera funcidn y Cortés a la segunda. Un ailtimo cjemplo de esta diferencia se encuentra en el papel axsibuido, aqui y alli, a a lengua nacional. Los aztecas 0 los mayas, en quienes sin embargo hemos visto que veneraban el dominio de lo simbélico, no parecen haber comprendido la importancia politica de la lengua comiin, y la diver sidad lingiistica dificulta la comunicacin con los exteanjeros. “En muchos pueblos se hablan dos o tres lenguas distintas, y casi no hay trato alguno entre los geupos que hablan estas lenguas diferente escribe Zorita (9). Ahi donde I para expresar la coherencia prop sario imponerla al otro. La lengu: ngua es un medio para designat, de’ grupo que la habla, no es nece- misma queda situada en el espacio delimitado por el intercambio de los hombres con los dioses y el mun= do, en ver de ser concebida como un insteumento conereto de accion, sobre el otro, Asi pues, los espaftoles son quienes habran de instaurar el néhuatl como lengua ingen nacional en México, antes de levat a cabo la hispanizacidny som los frailes franciscanos y dominicos los que habrin de lanzarse al estudio de las lenguas indigenas y a la enseftanza del espaol. Este comportamiento mismo esti preparado desde hace macho, y chao de'1492, que ya habla visto la notable coincidencia de la victoria sobre los drabes, el exilio impuesto a los judios y el descubetiniento de América, es también el mismo aio en que habs a europea moderna, conocitniento de la Imucstea de una actitud nueva, ya no ‘conciencia de su utili wducci6n estas palabr: 4 ina feng de publicarse la primera gramética de wna feng: {a graradtica espaol de Antonio de Nebrija. EL Jenga, tedrico en e ‘de andlisis, y de toma de 'y Nebrijaescribid en su inteo a Ta lengua fue compafiera del imperio 3. AMAR COMPRENDER, TOMAR Y DESTRUIR Cortés entiende relativamente bien el mundo azteca que se descubre ante sus ojos, ciertameuite mejor de lo que Moctezuma entiende las realidades espafiolas. Y sin embargo esta comprensién superior no impide que los conquistadores desteuyan la civilizacién y Ia socie~ dad mexicanas; muy por el contrario, uno tiene la impresién de que justannente geacias a ella se hace posible la destruccidn, Hay ahi un encadenamicnto aterrador, en el que comprender leva a tomar y tomar a destruir, encadenamiento cuyo caracter ineludible se antoja uestionat, 2INo deberia la compresién correr parejas con fa simpa ti? Y mis atin, cf desco de tomar, de enriquecerse a expensas del otro, ano deberia llevar a queter preservar a ese otro, fuente poten~ cial de riquezas? La paradoja de la comprensién-que-mata se anularia ficilmente sise pudiera observar al mismo tiempo, entre los que comprend un juicio de valor enteramente negativo acerca del otto; si el éxito eel conocitniento estuviers acompaiado por un rechazo axiol6g to, Podriamos imaginar que, una vez que aprendieron a conocer 3 Ios aztecas, los espafioles los hayan encontrado tan despreciables que los hayan declarado indignos de vivir, junto con su cultura. Ahora bien, a leet los escritos de los conquistadores vemos que no hay nada de eso y que, por lo menos en ciettos aspectos, los aztecas provocan la admiracién de los espanoles. Cuando Cortés tiene que emitir un juicio sobre los indios de México, siempre los compara con los espa ‘oles; y hay en ello mis que un procedimiento esti vo, “Por una caeta mia hice saber a vuestea majestad como los natu~ rales de estas partes eran de mucha mis capacidad que no los de las otras islas, que nos parecian de canto entendimiento y raz6n cuanto uno medianamente basta para ser eapaz” (3). "En su servicio y tra~ tode la gente de ella (esta gra ] hay la manera casi de vivir que en Espafa, y con tanto concierto y orden como alld, y |. . -] eon siderando esta gente ser baebara y tan apartada del conocimiento de Dios y de la comunicacién de oteas naciones de razén, es cosa admi~ rable ver la que tienen en todas las cosas" (2); es de notar que, para ciud: (37

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