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Hace algún tiempo, bastante antes de que el feminismo llegara a mi vida, vivía en pareja y con

bastantes cosas naturalizadas.

Mi compañero no solo guardaba el dinero en diferentes rincones de la casa que yo desconocía


si no que contralaba que no falte ningún billete y en el caso de que así lo fuere, me preguntaba
en que lo había gastado y hasta pedía el ticket del supermercado.

Soliamos hacer la lista juntos y corrobaraba que aquello anotado sea “realmente necesario”.

Cuando intentaba hacerle ver que esas actitudes no eran correctas o qué me hacían mal, pedía
disculpas y me decía que solo lo hacía porque era “tacaño”. Yo pensaba que eso era normal,
que era “lógico” porque era él quien estaba trabajando en ese momento.

Cuando me alegraba por haber aprobado un examen en la universidad me felicitaba


agregando “igual es obvio, en esa universidad aprueba cualquiera”. Me lo creí, creí que no era
un logro aprobar.

Hacia el final de la relación un chico me invito a tomar algo. Se lo conté y se extrañó. “Qué
raro. Cuando nosotros empezamos a salir estabas buena pero ahora no sé, le debes parecer
inteligente”, me dijo. Realmente no sé si son las palabras textuales. Lo que sí sé es que todas
esas cosas me lastimaban.

En ese momento, quebrada emocionalmente por un montón de situaciones de la vida y


superando de a poco los ataques de pánico que me acompañaron a lo largo de la relación, no
pude hacer mucho más que pedirle tiempo, distancia.

Me di cuenta que todas esas cosas me hacían daño aún después de estar largo tiempo
separados.

Me fui empoderando. Pude leer mucho sobre feminismo, sobre patriarcado, sobre la lucha por
la igualdad de género, sobre la violencia.

Entendí que muchas veces la violencia es simbólica, psicológica, económica y que duele tanto
como la física. Que esos tipos de violencia son aun más difíciles de identificarlas, te destruyen
por dentro, te dejan devastada, sin saber muy bien para donde correr.

Mi compañero era un militante con ganas de cambiar el mundo pero, aun no sabía, que
primero debía deconstruirse a él mismo.

Muy pocas fueron las personas que me preguntaron qué era lo que había pasado, muy pocas
fueron las personas que identifican la violencia en mi relato cotidiano. Yo tampoco lo sabía, lo
aprendí después. Pero en ese momento me sentí sola, muy sola.

Ya pasó mucho de todo esto y recién hoy lo puedo poner es palabras. Mientras escribo
tiemblo y mi corazón late muy muy rápido.

Tal vez, no esté relatado de una forma bella y estética, pero está escrito desde la más profunda
desnaturalización que pude lograr a lo largo de mi vida.
No lo cuento para que las heridas cierren porque siempre se sienten en carne vida, si no para
que mis hermanas se leen en mi relato, para que aquellas y aquellos que lean deconstruyan
sus acciones, que se piensen, que piensen como actúan con sus compañeras, que terminen
una vez y para siempre con el machismo, que maten al macho.

Lo escribo para que derribemos juntas y juntos el PATRIARCADO, para que entendamos que la
lucha es de clase pero también es de género y para reafirmar la convicción de que si la tocan a
una, nos tocan a todas.

Nosotras nos empoderamos pero necesitamos que nuestros compañeros también avancen,
que reconozcamos todxs (nosotras, ellos) la violencia en su cotidianidad.

Porque quiero ser libre y quiero que cada una de nosotras lo seamos, #YOPARO.

#PAROINTERNACIONALDEMUJERES

#8M

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