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EXPLICACIÓN MISA TRADICIONAL

Tomado del:
P. JAVIER OLIVERA RAVASI
www.quenotelacuenten.org

-.DESDE EL INTROITO HASTA LA ORACIÓN COLECTA.-

1.- SALMO 42: JUDICA ME:


Apenas el sacerdote abandone la sacristía, se dirigirá hasta los pies de las
gradas del altar y allí, antes de comenzar la Misa propiamente dicha, recitará un
salmo, el número 42. Se trata de una oración dialogada, en la cual el pueblo
participa desde el primer momento, creando una verdadera comunidad
entre los fieles y su pastor.

El Salmo Judica, fue compuesto por un levita desterrado de Jerusalén que


anhelaba volver a ella para cantar nuevamente las alabanzas del Señor en el
Templo. El Salmista se dirige a Dios suplicándole que tome entre sus
manos su causa. Sabe que Dios acudirá en su ayuda y lo restituirá a
Jerusalén, entonces podrá subir a la montaña santa y cantar los salmos
acompañando su canto con el arpa. Este contacto con Dios llena su corazón de
alegría.

El subir al altar es subir a un monte santo, dejando de lado el mundo, sus


preocupaciones y angustias, pues quien se dispone a participar de la Santa
Misa, se dispone para subir al Calvario y, desde allí, al Cielo.

2. EL CONFÍTEOR:

Aquí nos acusamos de los pecados públicamente, alcanzando, al final, la


absolución de nuestras faltas veniales. La confesión se hace a Dios con una
inclinación porque Lo hemos ofendido, pero también se hace a la Iglesia
triunfante y a la militante, porque nuestros pecados personales siempre tienen
una consecuencia social… Nuestras faltas afectan al prójimo, tanto al que hemos
dañado directamente como indirectamente, por el misterio de la comunión de
los santos.

Los golpes de pecho significan la voluntad de romper (conterere: romper)


nuestro corazón, de allí la palabra “contrición” de los pecados, repitiendo por
tres veces el mea culpa, mea culpa…, por los tres tipos de
pecados: pensamientos, palabras y obras.

Al subir al altar, el sacerdote, luego de rezar dos breves


versículos, extendiendo las manos, invita a los fieles a la oración, diciendo:
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“Oremus” subiendo al altar mientras recite en secreto una antigua oración del
siglo V:

Aufer a nobis… : “Te suplicamos, Señor, que quites de nosotros nuestras


iniquidades, para que merezcamos entrar con la conciencia pura en el lugar
santísimo de tu templo.

3. BESO DEL ALTAR:


Y, llegando al Altar, lo besa en el medio… ¿Por qué el beso del altar, que el
sacerdote hará cada vez que se gire hacia el pueblo?

El altar cristiano, que simboliza al mismo Cristo, sacerdote, altar y víctima, es el


lugar del sacrificio; así como antiguamente allí se inmolaban los carneros y los
becerros cebados, ahora el mismo Dios se inmola por nosotros.

Pero no sólo por esto es santo. Existe un segundo motivo: el altar contiene
reliquias de los santos, como lo afirma la oración que el sacerdote hace al
besarlo por primera vez:
Oramus te…
“Te rogamos Señor, que por los méritos de tus Santos, cuyas reliquias yacen
aquí (besa el altar), y por los de todos los Santos, que te dignes perdonarme
todos mis pecados. Amén”.

El sacerdote invoca especialmente a los santos cuyas preciosas


reliquias fueron depositadas en el altar, según la antigua costumbre de los
cristianos, de celebrar la Santa Misa sobre las tumbas de los mártires (como por
ejemplo, en las Catacumbas de Roma), pues ellos son los testigos de Cristo.

4. INTROITO:
Luego del beso del altar, el sacerdote, dirigiéndose a la derecha, entona las
primeras plegarias que cambia según el día, constituyendo ésta la primera
parte de la Misa de los Catecúmenos. Se trata casi siempre de un Salmo con
una Antífona sacada del mismo, infundiendo el espíritu de la Misa que se
celebra ese día: de un mártir, de un papa, de Pascua, etc., para luego volver al
medio del altar y rezar los Kyries.

5. KYRIE:
A continuación del Introito sigue una letanía (palabra derivada del griego y
que significa “súplica”) que alterna el sacerdote con el pueblo fiel.

“Kyrie eleison”, son dos palabras griegas cuyo Significado es:

“Señor, te piedad de nosotros”.

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Como se ve en el Evangelio, era una fórmula muy popular en tiempos de
Jesús y entre los primeros cristianos:

“En la orilla del camino de Jericó, en donde caminaba Jesús, Bartimeo el


ciego exclamó: Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí. Y como el pueblo
le imponía silencio con amenazas, él alzaba mucho la voz, diciendo: Hijo
de David, ten piedad de mí. Díjole Jesús: Vete, tu fe te ha salvado. Y de
repente vio”. (Mc. X, 46-52).

Y también:
“Habiendo ido Jesús hacia las regiones de Tiro y de Sidón, una mujer
cananea se le acercó y empezó a dar voces diciendo: Ten piedad de mí,
Señor, Hijo de David, mi hija es cruelmente atormentada del demonio…
¡Oh, mujer!, contestóle Jesús, grande es tu fe, hágase conforme tú lo
deseas. Y en la hora misma su hija quedó curada” (Mt. XV, 21-28).
Ahora, ¿por qué se repite tres veces cada invocación? Porque es una oración
trinitaria:

A Dios Padre. V. Señor, ten ― piedad (3 veces alternando)


A Dios Hijo. ― R. Cristo, ten piedad (3 veces alternando)
A Dios Espíritu Santo. — V. Señor, ten piedad (3 veces alternando).

Es que en todas y cada una de las tres personas divinas, también están las
otras dos. En el Padre, está el Hijo y el Espíritu Santo; en el Hijo también está
el Padre y el Espíritu Santo; y en el Espíritu Santo está el Padre y el Hijo.

6. GLORIA:

La Misa no es una oración basada en el hombre, sino en Dios; pues lo primero


siempre es la Gloria de Dios, por ello, luego de confesar que Dios es uno y trino
todo el pueblo reza el Gloria, alabándolo, centrándose en Él y contemplándolo
desde aquí abajo.

Compuesto después de los Concilios de Nicea (325) y de Constantinopla (381),


que se encargaron de reafirmar la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo y del
Espíritu Santo contra algunas herejías, esta oración se introdujo en la Misa a
partir del cántico celeste que, en la primera Navidad de la historia, se
oyó en Belén: Gloria a Dios, Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los
hombres de buena voluntad”.

7. ORACIÓN COLECTA:
Una vez terminado El Gloria el sacerdote entona la oración colecta, cuyo
nombre proviene del latín porque era recitada por una muchedumbre reunida
(colectam) en una iglesia.

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En ciertos días, el diácono avisaba a los asistentes que debían pedir a Dios de
rodillas por sus intenciones diciendo: flectamus genua (“nos arrodillamos”,
como se hace todavía en Viernes Santo), mientras la asamblea rezaba en
silencio hasta oír esto: levate (“levantaos”). Era entonces cuando el sacerdote
recogía las plegarias y los votos del pueblo fiel en una sola oración,
“colectándolas” y elevándolas a Dios, sabiendo que, “todo cuanto pidiereis al
Padre en mi nombre, os lo concederá” (Io. XVI, 23)”, por lo que se
terminaba diciendo: per Dominum nostrum Jesum Christum… (“por Nuestro
Señor Jesucristo…”), a lo que todos rubricarán con el Amén (“así sea”) final.

DESDE LAS LECTURAS HASTA EL LAVATORIO DE MANOS

1.- La epístola, el gradual y el Evangelio:

Según dice Tertuliano en el siglo II, “la Iglesia de Roma une la Ley y los
Profetas a los escritos de los Apóstoles y Evangelistas para alimentar nuestra
Fe” (“De praescriptione haereticorum”).

Los primeros cristianos imitaron en sus reuniones dominicales lo que hacían los
judíos en sus reuniones del Sábado; pero añadieron a la lectura del Antiguo
Testamento, la del Nuevo.

En Milán, en los tiempos de San Ambrosio, por ejemplo (s. IV) tres eran las
lecturas que se efectuaban en la Misa: la lectura Profética (Antiguo
Testamento), la lectura Apostólica (Epístola), la lectura
Evangélica (Evangelio).

Poco a poco la lectura Profética cayó en desuso y no quedaron más que la


Epístola y el Evangelio; en el Novus Ordo, sin embargo, esto se recuperó con
el Concilio Vaticano II, cosa que consideramos de gran riqueza.

En el ámbito vetero-testamentario, luego de la lectura de la ley y antes de la de


los Profetas, los judíos contaban Salmos, por lo que la Iglesia hará otro tanto
intercalando el Gradual: salmos que se cantaban en el ambón, luego de
subir las “gradas” (de allí su nombre). Se compone a su vez de dos salmos
distintos; el primero es propiamente el Gradual mientras que el segundo es
llamado Alleluia porque es precedido por la exclamación hebraica “alabad al
Señor” (hallelu-ya) empleado en las sinagogas y oído por San Juan en el cielo
(Apoc. XIX, 1).

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Cuando Isaías tuvo esa visión en la cual vio al Hijo de Dios en todo su
esplendor, el profeta, agobiado por Su inmensa majestad, comprendió que no
era lo suficientemente puro como para hablar Sus maravillas. Dios
entonces, comprendiendo su estupor, envió a su Ángel para que, con el fuego
del altar, le colocara un carbón encendido en la boca y así sus labios estuvieran
purificados.

Recordando esta visión es que, el sacerdote, antes de leer los Santos


Evangelios, reza inclinado ante el altar:

“Purifica mi corazón y mis labios, oh Dios todopoderoso, que purificaste


los labios del profeta Isaías con un carbón encendido: dígnate por tu
graciosa misericordia purificarme a mí de tal manera que pueda
anunciar dignamente tu santo Evangelio. Por Jesucristo Nuestro Señor.
Amén”.

Inmediatamente después, anuncia el Evangelio mientras los fieles se signan la


frente, los labios y el pecho. Este triple signo tiene un sentido muy hermoso
que pocas veces se analiza:
Se signa la frente para que nuestras inteligencias se abran a comprender lo que
se oirá.
Se signa la boca para que se proclame lo oído.
Y se signa el pecho para guardarlo en el corazón.

Cuando oímos la palabra de Dios, se establece entre Él y nosotros un contacto


espiritual, si quisiéramos… ¡Tantas veces podríamos recibir mociones de
Dios en este momento litúrgico! ¡A tantos santos Dios les habló por medio
de las Escrituras! Este fue el caso, por ejemplo, de San Antonio abad quien,
luego de oír en una iglesa las siguientes palabras: “Si quieres ser perfecto,
ve y vende todo lo que tienes y dalo a los pobres”, se retiró al desierto para
iniciar la vida monástica…

2.- El Credo y el ofertorio:

El Credo expresa las verdades de nuestra Fe, definido en los concilios de Nicea y
Constantinopla.

Es el ofertorio el momento en que Jesucristo renueva aquí, por el


ministerio del sacerdote, el sacrificio de la última Cena a fin de ofrecer
sacramentalmente a Dios, por la consagración del pan y del vino, el sacrificio de
la Cruz.

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3.- Ofrecimiento del pan:

En la Cena, Jesucristo tomó de la mesa el pan ácimo que se comía con el


cordero pascual. De igual manera el sacerdote toma una hostia preparada
con harina de trigo sin levadura y, elevando la patena en la cual está
colocada, piensa en la Víctima que va a inmolar y recuerda, con términos y
pensamientos que se hallarán de nuevo en el Canon de la Misa, los fines
generales por los cuales ofrece a Dios el sacrificio.

Suscipe…
Recibe, oh Padre Santo, Dios todopoderoso y eterno, esta hostia
inmaculada, que yo, indigno siervo tuyo, ofrezco a ti, que eres mi Dios,
vivo y
verdadero, por mis innumerables pecados, ofensas y negligencias, y por
todos
los que están presentes, y también por todos los fieles cristianos, vivos
y
difuntos; para que a mí y a ellos sean de provecho para la salvación y
para la
vida eterna. Amén.

El sacrificio se ofrece a Dios para satisfacer la justicia divina, tanto para los que
estamos en la Iglesia militante como para los que están en la purgante
(Purgatorio). Los cristianos debemos continuar la realización de la oblación
interior simbolizada por la exterior, colocándonos con el pensamiento en la
patena como pequeñas hostias unidas a la del sacerdote.

El pan y el vino, producto del trabajo del hombre y sostén de su vida,


representan a los fieles. Depositarlos por manos del sacerdote en el altar,
símbolo de Cristo, es ofrecer a Dios todas nuestras actividades por la Iglesia en
función del Calvario.

4.- Ofrecimiento del vino:

En la última Cena, Jesucristo tomó el cáliz del vino llamado “cáliz de la


bendición” porque los Judíos lo tomaban agradeciendo a Dios por la salida de
Egipto. Este vino, según el ritual judío, estaba mezclado con agua, de allí
que el sacerdote, añada una gota de agua al vino significando asimismo la
humanidad que se quiere unir a la divinidad.

Quizás la liturgia oriental nos permita comprender mejor el gesto. En


ella, se prescribe echar agua en el cáliz haciendo un tajo en el pan con
una lanceta mientras se dicen estas palabras: “Uno de los soldados le
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abrió el costado con la lanza y al instante salió sangre y agua”. De esta
manera la Eucaristía aparece evidentemente como el Sacramento o el signo de
la Pasión.

Deus qui…
Oh, Dios, que de manera admirable formaste la nobilísima naturaleza
humana, y más maravillosamente la reformaste: concédenos
“por el misterio de mezclar esta agua y vino”, que
seamos participantes de la divinidad de Jesucristo, quien se dignó
participar de nuestra humanidad…

Para ofrecerlo después:


Offerimus tibi…
Ofrecémoste, Señor, el cáliz de la salud, implorando tu clemencia: para
que suba con suave fragancia hasta la presencia de tu divina Majestad,
por nuestra salvación y por la del mundo entero. Amén.

5.- Invocación al Espíritu Santo:

Las dos oraciones que reza el sacerdote en este momento se inspiran en


análogos pensamientos: La primera es la de aquellos jóvenes (Dan 3) cuando
ellos mismos se ofrecían como víctimas en el horno ardiente:

In spiritu…
“Recíbenos, Señor, pues nos presentamos a ti con espíritu humillado y
corazón contrito: y el sacrificio que hoy nosotros te ofrecemos, oh
Señor Dios, llegue a tu presencia, de manera que te sea agradable”.

La segunda oración suplica a Dios quiera consagrar por su Espíritu Santo


nuestras Ofrendas y santificar nuestros corazones para que sea glorificado por
el don ofrecido y por el modo de ofrecerlo.

Veni, sanctificator…
Ven, santificador, todopoderoso Dios eterno: y bendice este
sacrificio, preparado para gloria de tu Santo nombre.

6.- Incensación del altar:

El incienso es un perfume o, mejor, una resina olorosa que se produce en


Oriente y que, expuesta al fuego, se descompone y exhala exquisito aroma. Su
uso en las funciones sagradas es antiquísimo. En la antigua Ley existía un altar
exclusivamente para ofrecer a Dios los perfumes, entre los que figuraba el
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incienso. San Juan dice en el Apocalipsis que vio muchos Ángeles que
quemaban incienso y agitaban áureos incensarios ante el trono del Cordero,
figurando en el humo y aroma las oraciones de los justos.
Al bendecir el incienso y las ofrendas, el sacerdote dice:

Por la intercesión de San Miguel Arcángel, que asiste a la diestra del


altar de los perfumes, y de todos sus elegidos, dignese el Señor
ben Udecir este incienso y recibirlo en olor de suavidad. Por Jesucristo
Nuestro Señor…
Suba mi oración, oh Señor, como sube este incienso; valga la elevación
de mis manos como el sacrificio vespertino. Pon, oh Señor, guarda a mi
boca y un candado a mis labios, para que mi corazón no se desahogue
con expresiones maliciosas, buscando cómo excusar mis pecados…
7.- El lavatorio de las manos:

El sacerdote, por respeto, se lava luego los dedos que han de tocar las santas
especies y dice una parte del Salmo 25:
Lavabo…
Lavaré mis manos entre los inocentes y rodearé, oh Señor, tu altar.
Para oír las voces de tus alabanzas y cantar todas tus maravillas, Señor.
He
amado la hermosura de tu casa y el lugar donde reside tu gloria. No
pierdas,
Dios mío, mi alma con los impíos y mi vida con los hombres
sanguinarios,
cuyas manos están llenas de iniquidades y su diestra colmada de
sobornos.
Yo, empero, he vivido inocente; sálvame y ten piedad de mí. Mi pie ha
permanecido en el camino recto; en las asambleas de los fieles te
bendeciré,
oh Señor. Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Como era en el
principio, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

Una vez que el sacerdote, humildemente se hubo purificado, dirá inclinado y


humildemente:

Suscipe…
“Recibe, oh Trinidad santa, esta oblación que te ofrecemos en memoria
de la pasión, resurrección y ascensión de Jesucristo, nuestro Señor; y
en honor de la bienaventurada siempre Virgen María, y de San Juan
Bautista y de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, y de éstos santos –y
besará el altar- cuyas reliquias están en esta ara y de todos los santos;
para que a ellos les sirva de honra y a nosotros nos aproveche para la
salvación: y se dignen interceder por nosotros en el cielo aquellos cuya
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memoria veneramos en la tierra. Por el mismo Jesucristo, nuestro
Señor. Amén.

La Iglesia ofrece la oblación eucarística a la Santísima Trinidad porque recuerda


y obra el misterio de la Redención al cual cooperan las tres Personas divinas. La
Misa recuerda la Pasión o inmolación de Jesús y, renovándola
sacramentalmente, evoca también su Resurrección y su Ascensión; porque
sabemos que, efectivamente, es Jesucristo glorioso quien está presente bajo las
Santas especies. La Iglesia cita luego el nombre de algunos Santos, aquellos
mismos delConfiteor, es decir, la bienaventurada Virgen María, San Juan
Bautista, los Apóstoles San Pedro y San Pablo, los Santos cuyas reliquias
descansan en el ara y todos los santos, haciéndolos desempeñar con Cristo el
oficio de mediadores en la aplicación de sus misterios en nuestras almas. Su
intercesión a la cual recurrimos, apoyados como ellos, en los méritos de Cristo
es el oficio que desempeñan para con nosotros.

Terminada la invocación, después del Dominus vobiscum, el sacerdote invitará


al pueblo fiel, dándose vuelta, a rezar con él:

Orate, fratres…
“Orad, hermanos: para que este sacrificio mío y vuestro, sea agradable
a Dios, Padre todopoderoso”.

A lo que se responderá:
Suscipiat…
“El Señor reciba de tus manos este sacrificio en alabanza y gloria de Su
nombre, y también para utilidad nuestra y de toda su Santa Iglesia”.

Todos los cristianos somos hermanos en Jesucristo, de allí que se nos llame
“fratres”. En el Santo sacrificio es donde más se confirma esta unión fraternal y
filial, porque nacida en el Calvario, nada la fortifica como el mismo Calvario
continuado en el altar.

El Orate, fratres muestra de este modo cómo en el altar el sacerdote es


un mediador y no un protagonista de un show, de allí que los fieles deban
unirse a su sacrificio, que también es de ellos, (“meum ac vestrum
sacrificium”), pues lo ofrecen por su intermedio, “manibus meis”, que es el
ministro de Cristo y de su Iglesia.

La Iglesia señala esta mediación depositando ―es el oficio del sacerdote— en el


altar las ofrendas que nos representan. Es por las manos del sacerdote que se
eleva la patena, como ofreciéndonos a nosotros mismos.
La oración “secreta”, que es una fórmula de oblación, concluye los ritos del
ofertorio. Diciendo de todo corazón el Amén final nos apropiamos así todo el rito
del Ofertorio.
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8.- El prefacio:

En el Prefacio, la Iglesia, imitando a Jesucristo en la Cena, hace una oración


de acción de gracias seguida de oraciones de súplica. El fin de esta
oblación eucarística es la unión de todos los miembros de Cristo que están en la
tierra con la oblación que ofreció su Cabeza en el Cenáculo y en el Calvario y
que consuma gloriosamente en los cielos con los Ángeles, y Santos, según estas
palabras:

“Os declaro que no beberé ya más desde ahora de este fruto de la vid,
hasta el día en que lo beba con vosotros de nuevo en el reino de mi
Padre”. (Mat. XXVI, 29).

Por eso la Iglesia eleva nuestras almas hacia las alturas:


Dominus vobiscum: El Señor sea con vosotros.Y con tu espíritu.Sursum
corda: Elevad vuestros corazones.Los tenemos ya elevados al
Señor.Gratias agamus: Demos gracias a Dios, nuestro Señor.Digno y
justo es.

Y el Prefacio termina mostrando cómo todos los Ángeles forman parte del
cuerpo místico de Cristo y alaban a Dios en unión con su Cabeza:

“Per quem laudant Ángeli: por el cual los Ángeles alaban a tu Majestad,
las Dominaciones la adoran, las Potestades la temen; los Cielos y las
Virtudes de los cielos y los bienaventurados Serafines la celebran con
recíproca alegría”.

El origen del Prefacio, remonta al banquete pascual ordenado por Moisés y


celebrado cada año por los judíos en el día aniversario de la salida del cautiverio
de Egipto, comiendo el cordero figurativo, el jefe de familia exaltaba el
poder, la sabiduría y la bondad de Dios manifestado por sus beneficios
a su pueblo. Agradecía a Dios por la creación, la salvación concedida a Noé, la
vocación de Abraham, el tránsito por el Mar Rojo, la revelación del Sinaí y la
conquista de Canaán.

Estas glorias de la Antigua Alianza simbolizaban los grandes misterios


redentores cuyo héroe fue Jesucristo. Luego, después de haber comido el
cordero pascual con sus Apóstoles en el Cenáculo, Jesucristo inauguró la nueva
Alianza inmolando y comiendo el Cordero de Dios con un nuevo cántico de
acción de gracias: “Accepto pane gratias egit” (Luc. XXII, 19), “accipiens
calicem gratias egit” (Mat. XXVI. 27). Y esta nueva oración eucarística
reemplazó la antigua acción de gracias.

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“El sacerdote”, decía San Justino en el siglo II, “glorifica al Padre del universo
en nombre del Hijo y del Espíritu Santo; luego hace una larga eucaristía por
todos los favores que de Él hemos recibido. Y todos cantan: Amén”.

DESDE EL SANCTUS HASTA EL FINAL

1. Desde el Sanctus hasta el hanc igitur:


Venimos viendo la Santa misa según la celebración del “modo extraordinario”.
No se trata de una explicación exhaustiva, sino sólo de una breve introducción,
según nos lo van permitiendo esta serie de sermones.

La misa pasada habíamos llegado hasta la triple invocación del Sanctus, esa
triple invocación que el sacerdote realiza a la Santísima Trinidad en su conjunto
y a la Segunda Persona que asumió una naturaleza humana, el Bendito de Dios:
“benedictus qui venit” decimos. Con estas palabras comienza el canon de la
Misa, palabra proveniente del griego que significa “regla” o “norma”.

El Sanctus preanuncia la parte más importante del Sacrificio, la parte en la cual


los fieles se disponen al misterio de la Transustanciación, de allí que el
monaguillo toque las campanas para avisar al pueblo fiel y que todos se pongan
de rodillas ante tan magno misterio.

A lo largo del canon se recitarán las oraciones en las cuales la Iglesia militante
se unirá a la triunfante y a la purgante, como en un solo cuerpo. Es por ello
que, respecto de la Iglesia militante se comienza pidiendo por el Santo
Padre, el obispo local y todos los obispos que, siguiendo la recta doctrina,
profesan la fe católica y apostólica. Al mismo tiempo, se pide también por los
fieles cristianos, tanto por los presentes como por los ausentes, que desean
ofrecerse junto con al Señor en la Cruz.

En cuanto a la Iglesia triunfante se declara estar en comunión con la Iglesia


del cielo, aquella que ha llegado a la Patria celestial, de allí que se nombre a la
Virgen María y a los santos, solicitándoles su intercesión por nosotros frente al
misterio que estamos presenciando. Son a ellos, a los que ya se encuentran
frente al Cordero Pascual, disfrutando de aquél Valle de alegrías eternas, a
quienes les pedimos una oración intercesora.

Luego de hacer memoria de la Iglesia triunfante, el sacerdote dirá “hanc igitur”


mentras el monaguillo hará sonar nuevamente sus campanillas. Estas palabras
introducen toda una oración de intercesión que desea mostrar el carácter
sacrificatorio de la Consagración. Es un gesto introducido por San Pío V en el
siglo XVI, ante la negación de la Misa como un sacrificio por parte de los
protestantes.
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El gesto de imponer las manos sobre las ofrendas es claramente de origen
veterotestamentario (cfr. Lev 8,14-18), donde se lee que Aarón y sus hijos
pusieron sus manos sobre la cabeza del carnero, lo degollaron y Moisés derramó
la sangre y quemó el cuerpo sobre él realizando un holocausto de olor
suavísimo para el Señor.

Tiene también un precioso significado: la imposición de las manos sobre las


víctimas destinadas a la inmolación implicaba que el mismo oferente se hacía
uno con la víctima inmolada. En este caso, el sacerdote válidamente
ordenado y con él, los fieles, intentamos ofrecernos en el Calvario de Nuestro
Señor, recordando aquello que nos enseñara: “quien quiera venir en pos de mí,
que cargue su cruz cada día y me siga” (Mc 8,34).

2. Desde la consagración hasta el Pater noster:


El sacrificio del Cenáculo y el del Calvario son esencialmente uno solo. Lo que
Cristo preanunció y mandó realizar el Jueves Santo, lo realizaría cruentamente
al día siguiente. Nos encontramos frente al prodigio más grande que toda la
creación: un Dios humanado que quiso hacer morada entre nosotros.

El milagro del cambio del pan al Cuerpo y del vino a la Sangre se llamará con
una palabra muy precisa: “transustanciación” que quiere decir, cambio de
sustancia, paso de una cosa a otra. Luego de las palabras consagratorias,
veremos pan, sentiremos vino, tocaremos migas, pero no habrá más que eso:
los accidentes; en este milagro cambiará la sustancia pero permanecerán los
accidentes, como suspendidos o asumidos por el único Ser Divino.

Y en primer lugar vendrá la consagración del Cuerpo:

El sacerdote, ahora in persona Christi, es decir, en “la persona de Cristo”, le


prestará sus labios, sus manos, su voz, su propio ser, para permitir que Dios
obre este prodigio por su intermedio. Y no importará aquí si este sacerdote es el
mejor o el peor del mundo. No importará si es fiel o no a su ministerio; no
importará si es santo o pecador. Siempre y cuando diga las palabras de la
consagración con la intención de consagrar, allí bajará desde el Cielo el Señor,
como obligado por su propia promesa. Es verdad que, cuanto más devoto sea el
oferente, más fructífero será el sacrificio; sin embargo, Dios quiso obligarse a
bajar a las manos de un pobre pecador como es el mismo sacerdote.
Esas manos, que fueron ungidas por el obispo el día de su ordenación, tomarán
suavemente el pan y, luego de limpiarse los dedos sobre el corporal,
pronunciará las palabras milagrosas, lenta y devotamente…; será un momento
de intimidad, de allí que se apoye sobre el altar para conversar con Esposo de
su alma, hablándole cara a cara.

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Las campanas señalarán el momento del gran milagro, primero una vez y, al
momento de la elevación, tres veces, mostrando que allí está el Dios que es
Uno y que es Trino.

Y desde entonces, por la dignidad de este sacramento, no separará más estos


dedos hasta el final, por respeto y cuidado de que, quizás, alguna pequeña
partícula del Cuerpo del Señor, haya quedado entre ellos. ¡Cuánto cuidado de la
Sagrada Comunión tiene la Iglesia que no quiere que se pierda ni una sola de
las partículas de Nuestro Señor! ¡Con cuánto respeto debemos tratar a la
Eucaristía, venerándola y haciéndola venerar en los lugares sagrados!

Consagrado el Cuerpo, hará lo mismo con la Sangre, siguiendo el mandato del


Señor, para adorarlo nuevamente y mostrarlo al pueblo fiel. El monaguillo, en
un gesto que puede ser hasta simbólico, tomará la casulla cada vez que eleve
las Sagradas Formas, uniendo así al pueblo fiel con Dios, por medio del
sacerdote y como aferrándolo a la tierra.

Terminada la inmolación de la Víctima continuarán las oraciones que intentarán


mostrar ese deseo de unirse a Cristo-víctima, prefigurado en el Antiguo
Testamento por el justo Abel, el obediente Abraham y el pío Melquisedec. Pero,
como decíamos antes, no sólo por la Iglesia militante y la triunfante se reza en
el canon, sino también por la purgante, es decir, por aquellos cristianos difuntos
que aún no han llegado a la contemplación de Dios. Es el momento del recuerdo
o memento de los difuntos, donde se rezará por su pronta liberación. ¡Cuánta
falta nos hace rezar, dentro de la Misa y fuera de ella por nuestros difuntos! Son
ellos los que ya no pueden merecer por sí mismos, pero esperan nuestras
oraciones y sacrificios para poder aliviar sus penas.

Luego de rezar por la Iglesia purgante, el sacerdote dirá en voz alta, una vez
más, esta frase: “nobis quoque peccatóribus” que quiere decir, “también por
nosotros, pecadores”, en la que pide por él, reconociéndose indigno del misterio
que está celebrando.

Por último, elevará la Hostia con el Cáliz con el objeto de presentar,


simultáneamente, el Cuerpo y la Sangre de Cristo; es aquí donde podemos
recordar aquellas palabras del Señor: “cuando sea elevado sobre la tierra,
atraeré a todos hacia mí” (Jn 12,32). ¿Quién no se sentirá atraído por el Señor,
si comprende lo que está pasando en la Misa? ¿Quién vivirá como si nada
hubiese pasado o como si simplemente estuviésemos frente a un ritualismo
inútil?

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Las oraciones previas a la comunión, están encaminadas a conseguir la paz;
pero no la paz del mundo, sino eso que San Agustín llamaba “la tranquilidad en
el orden”; esa tranquilidad que sólo Dios puede dar al alma por obrar según Él.
Y, como un resumen de lo que debemos pedir, se rezará el Pater
noster porque en esta oración se resume no sólo qué debemos pedir,
sino cómo debemos hacerlo.

3. Desde la fracción del Corpus hasta el final

Y vendrá la fracción del pan: luego de rezar la oración que Nuestro Señor
nos enseñó, el sacerdote romperá el Cuerpo de Cristo en dos partes,
conteniendo allí un profundo significado: por un lado, expresará la muerte del
Señor en la Cruz, mientras que por otro, la división de su Cuerpo que se da
como alimento a los que estamos aún peregrinando.

Fraccionado en dos partes, aún se partirá una tercera para mezclarla con la
Sangre, simbolizando en esa unión la Resurrección del Señor. La Sangre que se
había separado del Cuerpo en la Pasión, vuelve ahora a unirse en la Santa Misa.
¡Porque es un Dios vivo!

Luego de la fracción del Pan eucarístico el sacerdote recitará junto con el pueblo
el Agnus Dei, señalando que sólo Cristo es el único que tiene el poder para
reconciliarnos con el Padre. Como San Juan Bautista dirá, “he aquí el Cordero
de Dios, que quita los pecados del mundo”, al tiempo en que, el monaguillo,
tocará las campanas para llamar nuestra atención. Y pedirá no sólo que tenga
misericordia de nosotros (“miserere nobis”, decimos), sino que nos dé la paz;
esa paz que muchas veces nos falta aquí en la tierra pero que gozan los
bienaventurados en el Cielo.

Y dirá, como el centurión del Evangelio, golpeándose el pecho antes de


comulgar: “Domine non sum dignus”, es decir, “Señor, no soy digno de que
entres en mi casa, pero di sólo una palabra y bastará para sanarme”. De esta
manera, es como proclamamos nuestra indignidad para acercarnos a este
misterio. Y comulgaremos de rodillas, venerando este prodigio en el que Dios se
hace hombre y se deja comer por nosotros.

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Con cuanta mayor devoción se comulgue y con cuanta mayor disposición se
tenga, mayor santidad nos comunicará esa participación en el Santísimo
Sacramento.

Vendrán luego la oración de la comunión, la post-comunión y el “Ite missa est”,


“la misa ha terminado, podéis ir”, donde se nos enviará nuevamente a ser sal
de la tierra, luz del mundo y alma del mundo, dándole vida con nuestras vidas,
para terminar con el prólogo al Evangelio según San Juan, que es un compendio
de la historia de la salvación que resume en una mirada de águila, lo que Dios
ha hecho por nosotros, dejándonos un interrogante: ¿qué haremos nosotros por
Él?
* * *

He aquí una breve explicación acerca de nuestra Misa; ese tesoro escondido
que, muchas veces, permanece oculto sin que podamos descubrir su riqueza.
Pidamos en cada Santo Sacrificio que podamos vivirlo como si fuese el primero,
el único y el último de nuestras vidas.

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