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Pensar masculinidades críticas.

Asamblea Antipatriarcal de Varones de Santiago.


Santiago, diciembre de 2017.

La Asamblea Antipatriarcal de Varones de Santiago (AAVAS) es un espacio


de coordinación y reflexión para las luchas de género y sexuales que se
posiciona desde el lugar problemático de la experiencia masculina (ya sea
impuesta socialmente o elegida). Desde fines de 2016 ha realizado diversas
actividades y talleres apuntados a nutrir la discusión sobre masculinidades
y el rol de los varones dentro del combate contra la opresión patriarcal.

Contacto: coordinacionavas@gmail.com
Facebook: www.facebook.com/AsambleaAntipatriarcal
“Asamblea Antipatriarcal de Varones Santiago”
Prólogo 1

1. Acoso 3
Qué asco 4
Alex Lima
La violencia inherente al ser (humano) hombre 7
Felipe Araya

2. Heteronorma 9
Jorge el curioso 10
Bastián Besnier Di Biase
Puta, gorda, obvia y mestiza 11
Luis Enrique García Jiménez
Mi enfermedad es mi resistencia 18
Diego Zamora
Frente al machoidiota que llevamos dentro, resisto 20
Benjamin Prati Martínez
Costumbres 21
César Benavides G. (Matycez)

3. Familia y crianza 23
Para los niños, autitos 24
Alex Guerrero
Joven madre, linda esposa 25
Natalia Zuñiga
Criarse como un wacho más 27
Francisco Richter
Taza de leche 29
Juan Pablo Villalobos Gomez
Por nacer con pene 31
Rodrigo Loyola Espinoza

Fotografías
Nosotras (2014) y Alexander y su universo (1992)
(fotos de portada y contraportada, respectivamente)
Alexander Caballero Díaz (Perú)
Eunuc 14-17
Carlos Tacuri (Ecuador)
You Will Never Be a Weye 15-16
Sebastián Calfuqueo
Prólogo
Creemos que la siguiente pregunta permite sintetizar las inquietudes que ani-
man la gestación de este fanzine. ¿En qué medida las luchas feministas del
Chile reciente nos obligan a repensar los distintos proyectos críticos en torno
al problema de las masculinidades?
En esta medida, el panorama político en el que nos situamos aparece
configurado por una serie de disputas: las movilizaciones a favor del aborto y el
derecho sobre los cuerpos, la visibilización de la violencia y el acoso sexual en
los distintos espacios (privados y públicos), las iniciativas de ley en torno a la
diversidades sexuales e identidades de género, la visibilización mediática y le-
gislativa de las identidades trans, la creciente conciencia de formas patriarcales
de explotación económica (trabajo doméstico, migración, precarización de las
condiciones laborales), y la articulación de propuestas y demandas en torno a
una educación no sexista.
A partir de este escenario, se ha vuelto urgente discutir y precisar el
lugar político que ocupamos como “varones” e identidades masculinas en dicho
contexto, en un proceso que nos permita situarnos activamente en esa con-
yuntura y aportar desde aquella posición. Creemos necesario actuar a partir de
la confluencia de una reflexión crítica de nuestras identidades y las prácticas
que las instituyen. A pesar de la urgencia de este contexto, muchos hombres
siguen reproduciendo y actuando bajo la lógica patriarcal y neoliberal. Los
feminismos que han surgido y se han constituido desde la lucha de las mujeres
han logrado reconfigurar la forma de comprender críticamente la realidad de
hoy. El problema aparece cuando aquellos a quienes socialmente se nos asig-
na un rol “masculino” aparecemos como espectadores indiferentes de dichas
transformaciones, o, incluso, manteniendo nuestras posiciones de privilegio y
buscando cooptar aquellas luchas. El discurso patriarcal en sus múltiples for-
mas ve amenazado su status quo. Inclusive en las mismas organizaciones que
se asumen como revolucionarias, dichas prácticas se replican, aunque cada vez
de manera menos impune. Al hablar de “múltiples formas”, queremos decir
que el concepto de patriarcado ha cambiado en sus dimensiones y formas de
manifestación; ya no solo debe ser comprendido como una estructura rígida y
ahistórica, sino como una que ha logrado reconfigurarse en formas solapadas,
sutiles, progresistas, y “blanqueadas” (en el sentido coloquial y también racista
de dicho concepto).
Por otro lado, ¿qué ocurre con esos “otros” hombres, quienes han deci-
dido iniciar un proceso autocrítica y posicionamiento con respecto al sistema
patriarcal del cual provienen?, ¿de qué manera es posible ser “hombre”, reco-
nocer el lugar de poder socialmente asignado, y construir una alternativa críti-
ca–revolucionaria, y que, junto a ello –desde una praxis transforme la relación
1 de jerarquía que se establece entre el binomio hombre/mujer– reconozca e
inaugure nuevas alianzas y relaciones entre las distintas identidades y sexos?
Frente a esta pregunta, creemos que se evidencian dos respuestas inicia-
les que son insuficientes. En primer lugar, identificamos una actitud de victi-
mización de la idea de hombre, la cual reconoce la existencia del patriarcado,
pero fijando la atención en las consecuencias “negativas” que este sistema
tiene en sus vidas cotidianas en tanto hombres. Creemos que esta lectura es
limitada e individualista, porque no reconoce el impacto diferencial que ejerce
el sistema de opresiones en las mujeres y en las disidencias sexuales, situando
nuevamente al hombre en el primer lugar de las prioridades.
En segundo lugar, se produce un cierto autoflagelo masculino, donde
se evidencian las consecuencias negativas que ha tenido el patriarcado so-
bre nosotros, pero sin superar el estadio de inmovilidad o emocionalidad de
aquello “que no queremos ser”: no aspira a ser transformador. Creemos que
la culpa no transforma nada. Es necesario, por supuesto, analizar críticamente
las consecuencias que el patriarcado ha tenido sobre nosotros y nuestra vida
cotidiana, pero luego esa “sensación” debe dar paso a una crítica y práctica que
modifiquen de manera radical no solo los discursos, sino también las prácticas
cotidianas y sistémicas.
En esta línea, es pertinente discutir desde dónde nos interesa hablar. Nos
reconocemos varones porque creemos necesario descentrar el concepto de “hom-
bre” que históricamente ha uniformado las identidades e instalado jerarquías
opresivas entre ellas. En ese contexto, esta violencia estructural se ha traducido
en la aparición sistemas de género binarios; la heterosexualidad obligatoria, la
subordinación política, económica, y cultural de lo femenino; y la patologización
de las identidades otras. Un eje fundamental de estos procesos ha sido la hege-
monía de una identidad masculina, burguesa, blanca, occidental, que configura
el denominado sistema patriarcal que hoy conocemos. En este se cruzan otros
sistemas de opresiones, tales como la raza, la clase, a identidad de género, la reli-
gión, el territorio. Por lo tanto, creemos que una mirada crítica de las identidades
masculinas debe situarse de manera radical en la lucha contra el patriarcado.
Desde ahí asumimos una perspectiva antipatriarcal, que reconoce el entramado
de opresiones y busca indagar y problematizar nuestras identidades y procesos.
Nos planteamos en solidaridad de las luchas feministas, y queremos aportar
a ellas respetando la centralidad y el lugar que han tenido las mujeres; sin embar-
go, creemos que ello no debe comprenderse como ser espectadores pasivos del
trabajo de nuestras compañeras, sino por el contrario, identificar aquellas zonas
donde nos compete y es urgente la transformación. Nuestra invitación reside en
convocar a todos aquellos que se identifican con las identidades masculinas a
materializar una lucha antipatriarcal colectiva como una responsabilidad política,
en consonancia y en alianza con las problemáticas que los feminismos de mujeres
han relevado, y que han modificado la manera en que percibimos hoy, crítica-
mente la realidad. 2
1
Acoso
Junto con los femicidios y la educación sexista, una
de las expresiones de machismo que más han pues-
to sobre la mesa las mujeres es el acoso sexual: en
el trabajo, en la calle, en el metro, en los espacios
educativos; de parte de empleadores, de profesores,
de compañeros y de desconocidos. Y, a pesar de que
se le eche la culpa al alcohol, a los malentendidos
o a las provocaciones, el factor común es la idea
machista de que las mujeres son objetos de deseo al
servicio de los hombres, lo cual repercute en un uso
desigual del espacio público y generar inseguridad
sobre las relaciones interpersonales. Además del
respeto y la intervención en situaciones de acoso,
¿cuál es el rol que nos cabe a los hombres para la
lucha contra el acoso?
En “Qué asco”, un narrador observa la ciudad
desde la altura de sus privilegios masculinos mien-
tras rememora el relato de una mujer y vivencias
propias relacionadas al acoso y la cosificación de las
mujeres; nos muestra la naturalización de la violen-
cia, la complicidad entre hombres y un continuo de
violencia, dentro de la cual el acoso es apenas una
de las formas más explícitas. “La violencia inherente
a ser (humano) hombre” hace explícita la desigual-
dad en el uso del espacio público y pone la voz del
narrador en la del lugar que ocupa el hombre en el
patriarcado, guste o no; el relato pone en relieve
que la masculinidad se construye ante la mirada de
otros hombres y pone en cuestión el significado de
ser hombre.

3
Cuando llegué al departamento me senté en la vieja
silla de mimbre que pusimos en el balcón. Luego
Qué asco
estiré mis piernas y las apoyé en el barandal, una so-
bre la otra. En mi mano teníaa una colilla de Moby Alex Lima
Dick que dejé en el cenicero de vidrio que compré
en el mall chino la semana pasada. A su costado se
reflejaba el último rayo de luz que tiraba esa fría
tarde otoñal, pero en realidad nada de eso logró
importarme. En mi mente se repetía la imagen de la
Carola. Tenía su mirada enrabiada. Esos ojos color
miel se escondían debajo de unas cejas fruncidas
por el verdadero odio que tenía a todos esos hom-
brecitos de mierda que le daban asco. Era la misma
mirada que puso cuando se encontró con esos cu-
leados que están a la vuelta de su pega. Ese grupo
de cocodrilos que siempre está ahí mirándola desde
lo lejos como esperando que pase por delante para
caminar con ella, taparla de besos, acercarse a su
oído y decirle “ven putita”.
Pero ahora era incluso más. Me contó lo de la
semana pasada. Fue cerca de las ocho de la tarde
cuando caminó hasta a la estación del metro para
devolverse después de clases. Se despidió con un
beso en la mejilla de su mejor amiga de la carrera
–ahora a disfrutar de la libertad– dijo como tirando
la talla. Sin sospechar que en ese camino sabido de
memoria su deseo se truncaría por la calentura vio-
lenta del huevón que la sometió al manoseo sexual
a destajo. Se subió al carro y varios hombres la ro-
deaban afirmándose de los asientos. Tal vez alguno
no dejaba de mirarla. Tal vez otro se le acercó como
queriendo rozar su cuerpo, pero si algo sucedía no
fallaría el codazo que alguna vez dio en ese mis-
mo recorrido. Hasta que le tocó bajarse y sin dar-
se cuenta alguien de atrás en un sólo movimiento
metió la mano por debajo de su falda apretándole
la carne con fuerza y metiendo los dedos por entre
sus piernas. La Carola me contó de cómo gritó y
arañó la cara de ese hombre que forcejeando la dio
vuelta y le apretó la cintura contra su pene erecto
detrás de esos jeans apretados: ¡te gusta, culeada!
–le repetía el huevón mientras casi le metía la punta
de sus dedos por debajo del calzón. Pero nadie de
la gente que estaba en la estación fue a ayudarla. 4
Ni siquiera los guardias se acercaron a este escenario suspendido en esos
intensos minutos de terror que vivió la Carola. Quizás el miedo, el desinterés o
esa complicidad que tenemos con la violencia del hombre hacia la mujer es lo
que acalló a tanto transeúnte que se hizo el loco. Que no quiso detenerse unos
minutos para socorrerla y que subió el volumen de los audífonos para no escu-
char el grito desesperado en los últimos compases de esa sinfonía dramática.
Las manos como tentáculos agarraban desesperadas todo lo que pillaban en su
piel de veinteañera. Sintió cómo esos dedos secos entraban por su polera y la
fuerza de mil mujeres se posó en la palma de sus manos morenas. Se acordó
de todas las veces que la jotearon en la calle. De todas las veces que alguno
le agarró el culo sólo porque podía hacerlo y escuchó el llanto de todas las
amigas, primas y conocidas que habían sufrido de maltrato. La rabia se apoderó
del cuerpo: Apretó las entrañas, fijó la mirada y disparó un golpe certero en
todo el costado de la nariz aguileña. La sangre manchó la polera del huevón
ahora ciego, pero ella giró para correr a perderse entre la multitud, subir las
escaleras y abandonar la estación. Una vez arriba caminó rápido hasta la plaza
arreglándose la ropa. Llegó al banco que está al frente de la pileta y se quedó
parada unos minutos. Estaba temblando. En shock. Sintió asco y sus piernas se
desvanecieron en el aire y caer en el asiento fue como caer en el vacío. Lloró
sola la amargura de esta vivencia que tantas veces se había repetido en la
historia de sus hermanas.
Miré las luces de la ciudad a mis pies. Los autos parecían sacados de
una colección de juguete. Busqué el encendedor. Lo tomé entre mis dedos y
cuando apreté con el pulgar para accionar la chispa se prendieron tres cen-
tímetros de llama que dejaron mis cejas rubias por varios días. Tiré el humo
desde lo alto del edificio. Intenté hacer círculos. Dejé el celular sobre la mesita
de madera que tenía al lado mientras sonaba la canción Luna Roja que está
en el sexto álbum de Soda Stereo. Habían agarrado mejor sonido en los años
noventas cuando dejaron de parecerse a The Cure –pensé–. Sonaron mensajes
de WhatsApp. Eran los memes que mandaba un grupo de zorrones culeados al
chat de la pega. Estaban hueveando con la noticia de la muñeca inflable que le
regalaron a Céspedes en la cena anual de su empresa “Asexma”. Mandé fotos
levantándoles el dedo. Tal vez lo vea mi jefe. Me salí del grupo y puse la guita-
rra distorsionada de Cerati de nuevo para darle una última piteada a la hierba.
¿Puedo ser hombre sin ser machista? ¿Hay algo que salvar de mi mas-
culinidad? ¿A qué le tengo miedo si dejo de ser masculino? ¿En qué me con-
vertiría? ¿Dejaría de ser quién soy realmente? Tengo la imagen de mi papá
hace quince años atrás: vestía un overol azul y unas zapatillas Nike blancas,
manchadas. Yo tenía doce años y amaba jugar a las peleas con mi hermano en
el taller porque con sus cortos siete años era imposible que me ganara. Sonaba
un timbre. Era el liceo de la esquina que había terminado su jornada matutina
y el viejo salía a fumarse un cigarro. Esa vez lo miraba detrás de la puerta.
5 Podía sentir el miedo de esas pendejas y podía ver como apuraban el paso para
que el viejo no las joteara con su cara de califa cuando pasaban por fuera de
la entrada. No reaccioné. Y quizás hoy todavía no reacciono cuando veo que
eso mismo sigue pasando en las casas, en las calles o en el metro. ¿Acaso me
parece que esa mierda está bien? No. Obvio que no. Pero lo heavy está en
traicionar la lealtad que existe entre las masculinidades y su violencia naturali-
zada. Qué asco. Me vuelvo cómplice por ser alguien que no quiero ser o seguir
siendo. La Carola odió a todos los hombres y más precisamente a esa parte de
cada uno que se llama hombre porque allí se aloja el sueño turbio del sadismo
anhelado en el imaginario de la posesión. Y para algunos será más y para otros
será menos, pero pienso que por debajo del mantel social se regocija impune
el crimen y la humillación a las mujeres y eso ya no puede seguir siendo. Que
se pudran los que las han visto como objeto sexual allá afuera y en el espacio
más íntimo, porque es ahí donde se deja ver ese crudo egoísmo que perturba
la mirada y pudre el reflejo violáceo de la cristalina lealtad.

6
La violencia Hace un tiempo caminaba, después de un día de
trabajo, por una calle solitaria y oscura de Chillán
inherente al que queda camino a casa. A unos 10 metros delante
de mí caminaba una mujer. En la medida que me
ser (humano) acercaba a ella pude percibir su miedo, por primera
hombre vez en mi vida logre darme cuenta que una mujer
sentía temor de mi presencia en la calle. Es difícil
racionalizar el cúmulo de emociones que me em-
Felipe Araya bargaron, pero fácilmente pasaron desde la pena a
la rabia. No sabía si acercarme y decirle que no
sintiera miedo, enlentecer el paso para que volviera
a caminar con tranquilidad o cruzar a la otra vereda.
Finalmente opté por acelerar y adelantarla lo más
rápido posible.
Las cuadras que quedaron hasta llegar a casa
y hasta varios días después, no pude sacarme esta
imagen de la cabeza. Quise escribir algo hacia ella,
aún sin conocerla, donde decirle que no todos los
hombres somos agresores y violentos. Recordé un
par de textos similares que han circulado por la red,
pero nada de esto me convencía, no porque no les
crea a quienes los escribieron, ya que efectivamente
me siento identificado, sino porque nada de eso va
a hacer que ella deje de sentir miedo de un hombre
desconocido en una calle solitaria y oscura; porque
aunque me acercara y le dijera que no sintiera mie-
do, y ella lo creyera, tampoco va a eliminar el instinto
defensivo de una mujer en la calle; porque por cada
hombre capaz de notar ese temor hay miles que ni
siquiera lo notan y si lo notan lo echaran pa’ la talla
(mina loca, dirían muchos); porque por cada uno de
nosotros que trabaja contra la violencia a la mujer
hay muchísimos más dispuestos a acosarlas gratui-
tamente, tocarlas o violarlas y hay muchísimos más
que darán vuelta la cabeza, callarán o culpabilizarán
a la mujer (que como andaba vestida, que la hora
en la que andaba en la calle, que seguramente venía
con copete, que agradezca con lo fea que es, etc.).
Fue terrible darme cuenta (tarde dirán, y con
razón) que ese temor hacia mi persona está bien
fundado, que no es ni una “alharaca de mina” ni
una paranoia, que yo y todos los hombres, somos
7 poseedores de una violencia intrínseca, internaliza-
da en nuestro cuerpo y basada profundamente en la socialización que hemos
recibido para llegar a convertirnos en “hombres como corresponde”. Recuerdo
cuando preadolescente, caminando con mi hermano y mi padre, a este ultimo
silbándole a una mujer para que ella pensara que habíamos sido nosotros,
qué más podemos esperar de los jóvenes y adultos socializados en esa clase
de crianza. Crecí viendo a mi padre trabajar y a mi madre ser dueña de casa
y servir la comida (siempre a mi padre primero). Y aclaro que mi familia fue
bastante menos machista que otras que he conocido, es solo para evidenciar lo
extremadamente interiorizado que tenemos conductas que fortalecen y perpe-
túan el machismo, el sexismo, la cosificación de la mujer, la homofobia, etc. es
cosa de abrir un poco los ojos y mirar con un poco mas de detención nuestras
prácticas y la de nuestros entornos cercanos.
Nuestro “ser hombres” está basado en mandatos patriarcales que hace
que valoremos la superioridad física, la represión de emociones, la hipersexua-
lización, la valía de ser el proveedor de recursos económicos, protección y
seguridad, esa es la construcción que hemos aprendido de la masculinidad, y
que nos obliga a ver debilidad e inferioridad, no sólo en lo femenino, sino en
todo lo no sea masculino: mujeres, niños y niñas, hombres no heterosexuales,
animales, naturaleza.
Adivinen lo que pasa cuando esos mandatos que nos ha impuesto la
sociedad y que nos hemos auto impuesto no se pueden cumplir (porque son
absolutamente incumplibles, excepto que seas Clint Eastwood en algún wes-
tern de “ficción”)… Ahí aparece el control y la violencia, porque querámoslo o
no, nos duelan las entrañas o ni siquiera nos demos cuenta, hay una violencia
inherente al ser hombres y esa violencia la conoce muy bien la mujer que ca-
minaba delante de mí en esa calle oscura y solitaria de Chillán.

8
2
Heteronorma
Entre lo dicho y lo ocultado, entre la aceptación y el
rechazo, los textos que conforman esta sección nos
conducen al espacio de las normas patriarcales en
sus diversas encarnaciones: patrones de conducta;
modos de hablar, expresarse o desear; prácticas en
el espacio doméstico; expectativas frente al cuerpo
y el sexo. De ellos emerge la representación una so-
ciedad que impone sus muchas violencias. La vemos
desplegada poéticamente y de modo crítico en las
imágenes del macho (como lo muestran Benjamín
Patri y César Benavides), o bien en los cuerpos mar-
cados por una sexualidad negada, acosada por los
prejuicios y por el temor que sigue asociado a las
infecciones de transmisión sexual (en las narracio-
nes y testimonios de Bastián Besnier, Luis Enrique
García y Diego Zamora). Cuando aparece, la norma
es ruda, cruel, sin consideraciones. Podría decirse:
“el machismo es sin llorar”. Pero frente a la escasa
flexibilidad que muestran las leyes del patriarcado,
los textos ensayan diversas resistencias. Habitan en
ellos la ironía y el desacato, voces que parecen dis-
puestas a confrontar los mandatos dominantes del
género y la sexualidad, ya sea desde la ridiculización,
o en el combate verbal que afirma a sujetos que han
perdido todo interés en mantenerse cómplices. Por
el contrario, denuncian y se desmarcan de aquellos
actos en los que también los oprimidos se suman al
poder, recordándonos que nunca es tarde para in-
tentar escabullirse y buscar otros mundos posibles.

9
Jorge Violencio prende un cigarro en el piso 50 del
edificio costanera. Fuma acelerado, como arran-
Jorge el
cando, como viendo una grabación de cuando era curioso
pequeño. A sus pies está la ciudad, su ciudad, su
línea del metro, su transnacional de supermercados,
sus secretarias de senos prominentes. Bustos, tetas,
Bastián Besnier
callaguaguas, ricas, se dice a sí mismo, sudando frío, Di Biase
convenciendo al aire. Suena el teléfono. Susana, la
secretaria. Recoge el auricular con la mano temblo-
rosa.
—¿Don Jorge?— preguntan del otro lado.
—Ss...ssii— tartamudea.
—Llegaron los resultados del examen.
Jorge cierra los ojos tratando de olvidar. Anoche,
una noche loca, loca, como las de antes con los ami-
gos de la universidad, unas cuantas prostitutas, el
sudor de los cuerpos. Jale, Jack Daniels y un poco de
sexo apretado. Todo era difuso ¿le habrán echado
algo a la falopa? Le sobajea sus senos, la enreda con
las manos y baja por su cintura hasta sentir un bul-
to prominente. CON-CHA-TU-MA-DRE. Silencio.
¿Querí probar?
Jorge aprieta los ojos tratando de no recordar. El
amiguito Juan Franco, el fútbol los martes, la ducha
de los camarines, las primeras erecciones. La auxiliar
del estadio gritando, su papá golpeándolo hasta los
prejuicios. A lo lejos, Jorgito veía las piernas de los
defensas mientras, por las noches, se limpiaba con
las sábanas de pókemon.
—Don Jorge— volvió a escuchar —salió
negativo.

10
Puta, gorda, Desde pequeño me ha gustado la cocina, el arte, la
música y “las cosas de chicas”. Mi madre jamás la
obvia y vio venir, o eso dice; mi padre sí, pero nunca estaba
en casa. La verdad es que ni yo mismo entendía muy
mestiza bien que pasaba y como jamás me ha importado
mucho lo que otra gente dijera de mí, simplemente
Luis García hacía las cosas porque me placían. No fue hasta
los 18 años que salí del closet en un brutal golpe
(México) de realidad: “¿Que eres gay? Ya todos lo sabíamos,
Luis. Tú fuiste el último en enterarte”.
Desde entonces, no sé si fue por ya no vivir
en un armario, que ni siquiera sabía que existía, o
porque me di de bruces y sin poner las manos ante
el mundo gay, pero la caja de cristal en la que me
encontraba se había roto y hecho añicos. Ignoro si
fue por las nuevas amistades, porque me mudé de
ciudad para estudiar la licenciatura o simplemente
ya lo traía, pero de la noche a la mañana, me había
convertido en un “maricón”. La gente me lo pre-
guntaba, cosa que antes no pasaba, me veía, me
apuntaba, como si fuera un bicho raro en el escapa-
rate de un circo de fenómenos al cuál no me habían
preguntado siquiera si quería participar. Para colmo,
me conseguí un novio que me hacía feliz, del que
me encantaba tomarle la mano en la plaza, en el
parque y darle besos de vez en cuando porque se
ponía todo lindo de rojo cuando lo hacía a pesar de
que a la gente no le gustase, nos aventase botellas
de vidrio por la calle, nos gritara de cosas desde au-
tos en movimiento e incluso a la policía le encantara
corretearnos por cometer “actos contra la moral”.
Uno pensaría que al crecer, se dejarían de vi-
vir dichas atrocidades por no ser un hombre alfa
y macho “a pesar” de ser homosexual, que estas
cosas solo se dan por la loca heterosexual de tu
grupo de licenciatura que te critica por hacer dobles
sentidos con tus amigos hombres y heteros, de los
cuales aparentemente no puedo ser amigo porque
me los quiero coger, o que te corran de la cocina por
haberte cortado al abrir la lata del atún por el pe-
ligro de “contagiar de VIH a alguien si cae sobre la
comida” (mira que yo no sabía que por ser gay uno
11 ya traía el VIH de cajón). Sin embargo, conforme
me he ido desarrollando dentro de la esfera de la comunidad LGBTQ, las cosas
han ido de mal en peor. Como dije antes, desde niño siempre he hecho las
cosas porque me placen, porque las siento desde la tripa y las digo y las hago
y ya; no obstante, en el mundo gay, también caminar de tal o cual manera, ser
delicado, no gustar de las actividades deportivas, tener una voz serena y baja,
es decir, ser o no ser de acuerdo con un modelo de masculinidad hegemónica
tampoco está del todo bien. Pensaba que eso eran cosas de heteros, que si no
tomaban alcohol, entonces no podían ser parte del grupo; que si expresaban
sus emociones, se les hacía burla y bromas; pero no, eso también nos aplica a
los gays, a todos sin excepción.
Así que por eso me metí al gimnasio, para ser musculoso y resultar
atractivo para otros. Me dejé la barba, controlaba todos mis movimientos, mis
pensares, mis hablares, comencé a beber, a tener mucho sexo sin protección y a
vivir la vida de lujos, gastos y superficialidad a la que en el mundo gay se aspira.
Por unos meses, me convertí en el maniquí a la moda, “masculino”, gallardo,
fuerte y viril que todo hombre del rol pasivo podría querer, haciendo de lado
mis emociones reales, mis ganas de caminar contoneando la cadera por puro
gusto, dejando las “joterías” de lado para poder cumplir con el rol proveedor,
protector e infiel que la sociedad gay me imponía por mi rol sexual. Un buen
día eso se vino abajo al hacerme una prueba de sangre para donar antes de
hacerme un tatuaje, siendo mi sorpresa (aunque ni tanto, porque sabía cómo
y con quién) que vivía con VIH desde hacía un tiempo (cumpliendo la profecía
de aquella lata de atún). El diagnóstico fue un parte aguas en el que cuestioné
absolutamente todo lo que había adherido a mí y pensaba que era mi identidad
y, gracias a un proceso terapéutico que aún continúo, comencé a aceptarme
como realmente era, como dejé de ser, simplemente por el hecho de ser acep-
tado y no volver a ser violentado por los heteros, por mi familia y por otros gay.
Tal vez por eso actualmente estudio cuestiones de género, en especial
el tema de las masculinidades y lo que se le conoce como bufe entre gays. Ya
sabes, esa cosa que vino de quién sabe dónde pero que se usa para referirse
a compañeros dentro de la misma comunidad LGBTQ de manera peyorativa.
Palabras como “pasiva”, “vestida”, “gorda”, “jota”, “pitochico”, “vieja”, “obvia”,
“pobra”, “mestiza”, “prieta”, entre otras, se usan de manera misógina, homofó-
bica, racista, clasista, corporalista y demás aristas de manera normalizada entre
hombres homosexuales para insultarse, sobajarse y discriminarse, cosa que los
heteros ya de por sí hacían. Estudios con perpetradores hetero ya habían mos-
trado que dichos actos de crímenes de odio provocaban efectos negativos en
la salud mental de las víctimas, al cuestionar sus identidades y estigmatizarlas
por no ser parte del mandato hegemónico de masculinidad heterosexual. No
obstante, actualmente en la comunidad gay, existe un movimiento social “de
clóset” en el que se buscan y promueven las conductas masculinas en donde
el más peludo, musculoso, rico, poderoso y de andar simiesco es el gay más
deseado para sexo, pareja o ambas cosas. 12
En los setenta la lucha era contra el patriarcado heteronormado y su yugo
represor hacia lo diferente; ahora, al no estar tan apretado el pescuezo, parece
ser que quienes ahorcan son los mismos ahorcados. “Que tu homosexualidad
no te quite tu hombría”, “soy hombre y me gustan los hombres”, “solo mascu-
linos discretos” o en inglés “no fats, no fems, no asians” (“no afeminados, no
gordos, no asiáticos”) son frases que se leen y escuchan en todas partes donde
más de dos gays estén presentes y que día con día permean en el inconsciente
colectivo LGBTQ. ¿De qué nos sirvió la lucha por nuestros derechos si al final
de cuentas voy a ser menos por ser moreno, pobre o gordo? ¿En qué nos ayuda
llamarnos “comunidad” si al homosexual que pasea por la plaza lo agredo de
pasiva, obvia y sidosa?
Hace mucho que dejé de considerarme parte del grupo que perpetúa
formas de violencia patriarcal. Comencé a vivirme como yo mismo de nuevo, a
hacer yoga y ballet, dejarme el cabello largo y bailar “como vieja” aunque eso
signifique que mis posibilidades de tener una pareja o sexo como activo sean
casi nulas. “Para tener un novio más femenino que yo, prefiero que sea mi ami-
ga” me han dicho y yo solo me río, me doy la vuelta y continúo porque dicen
que si no puedes con el enemigo, únetele; pero la verdad prefiero vivir y dejar
vivir; morir y dejar morir y ayudar a otros hombres que, sin importar orientación
sexual, raza, género, peso y altura, tamaño de pene o sin pene, edad o nivel
socio económico, quieran salir de la jaula de la “masculinidad” represora en la
que se nos ha metido y que, con perdón de las feministas radicales, también
los lastima.

13
Páginas 14 y 17: Eunuc, por Carlos Tacuri (artista) y Rosalía Vazquez (foto-
grafía). Semidesnudo sobre una camilla antigua y utilizando un espéculo de
Nott del siglo XIX, corto la circulación de mis conductos deferentes; durante
un instante detengo el flujo que alimenta mi máquina reproductora de roles y
relatos de masculinidad hegemónica. 14
You Will Never Be a Weye, por Sebastián Calfuqueo (fotogramas
15 de la video-performance). Ver en: www.vimeo.com/165583660
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…cuando ya nadie creía
en los políticos, la medicina Mi enfermedad
atrajo, apasionó al género
humano con su grandes es mi
descubrimientos. Es la religión
y la política de nuestra época. resistencia
Adolfo Bioy Casares.
1 Diego Zamora
Ser hombre es estar sano. Las mujeres se enferman
una vez al mes, los maricas pegan el sida, los locos
son enfermos mentales, los niños son débiles frente
a las enfermedades, hay que cuidarlos. La juventud
es una enfermedad que se pasa con los años, los
animales pegan la rabia, los transexuales deben ser
revisados por médicos antes de ser, antes de existir.
Un hombre que se enferma es otra cosa, no es un
hombre. No produce, no trabaja. Un hombre en-
fermo no es fértil. Un hombre enfermo no puede
defender a los suyos, no puede defenderse a sí mis-
mo. No hay hombres enfermos, cuando un hombre
se enferma es otra cosa. Ser hombre es estar sano.
2
Cuando me diagnosticaron con VIH pensé que mi
sangre estaba llena de insectos. Los sentía caminar,
millones de hormigas bajo la piel, pensé en el color
amarillo, pensé en la perdida, en los dolores. Tenía
la sensación de reconocer partes de mi interior que
no había sentido jamás. Estaba descompuesto y dé-
bil. Recuerdo que me dijeron: tienes que ser hom-
bre para enfrentar estas cosas, ser bien hombrecito.
Pero yo no sabía qué significaba ser hombre. Aún
sé pocas cosas sobre la palabra hombre. Sé que ser
hombre es estar sano y yo era otra cosa. Yo era un
enfermo.
3
Los medicamentos me protegen contra el virus, lo
atacan, es una guerra química al interior de mi cuer-
po, un campo de batalla. Pero qué tiene que ver la
enfermedad y la guerra. Cuando un hombre pierde
un brazo es devuelto a su hogar, los enfermos no
entran al servicio militar, los maricas tampoco. La
guerra es la demostración de su sanidad, van con
sus cuerpos a demostrar quién es el más fuerte. 18
Los medicamentos no hacen la guerra con el VIH, lo que hacen no es una
metáfora, mi cuerpo muta con cada pastilla, cambia de color, produce gases y
hay pesadillas. No tengo metáforas para el punzante dolor del hígado cuando
agrego otro medicamento. No tengo metáforas para el miedo ante un síntoma,
ante la posibilidad de infectar, no tengo poesía cuando me redujeron a pensar
el sexo con el miedo, cuando me obligaron a pensar que lo erótico era una
imagen sin heridas, sin olores, sin humanidad. Toda pornografía es cinemato-
gráfica, todas las guerras llegan al cine. Pero mi enfermedad es imposible de
fotografiar. El VIH lo llevo como resistencia. Le dejo la guerra a los hombres.
4
Nos gustan los hombres sanos, alegres, atléticos, fuertes, guerreros, poderosos,
millonarios, fértiles, masculinos, protectores, colonizadores, violadores, muscu-
losos, limpios, higiénicos, blancos. Eso es lo que deseamos. Pero yo resisto a
ese deseo. No quiero ser un hombre, quiero asumir que tengo una infección
en mis células. No quiero que vengas a sanar mi piel porque mi piel ha sido y
sigue siendo una herida entre el mundo y el interior, como un revés donde no
hay adentro ni afuera. Nadie puede colonizar este espacio, soy el vertedero de
las capitales, existo en esa mierda, en la frontera, a las afueras de la ciudad y
desde acá veo las producciones, el avance, el progreso.
Los enfermos afirmamos este momento, el momento que nos permiten
antes de morir. El futuro es tan masculino como la guerra y sólo en ellos vive
la esperanza. Yo no tengo esperanzas. Sé que tengo VIH y eso ya es saber
demasiado sobre mi propio cuerpo. Con esas tres letras me basta para armar
una barricada.
5
Tener VIH es tener algo. Eso me dio la vida. Eso me basta para resistir.

19
El que orgullosO nos convence que toma mas
alcohol que todxs los ahí presentes,
Frente al
El que habla fuerte y no escucha en las asambleas, machoidiota
El que sabe pelear, que llevamos
El que dice la última palabra,
El que la tiene mas grande que el resto,
dentro, resisto
El que cree que el uso del lenguaje antipatriarcal
es una estupidez, una pérdida de tiempo, Benjamín Prati
El que le encanta hacerle bulling a los amigOs, Martínez
pero “solo de webeo”,
El que no sabe cómo querer,
El más caballerO de todOs, el que “respeta a las
mujeres”
El que habla de la revolución, pero cree que la loza
se lava sola,
El que cree en la lucha de clases, pero no lucha
consigo mismo,
El que piensa que no es machista, que no es
opresor, que ya está liberadO,
El que no se cuestiona cómo ha tenido sexo
durante su vida,
El que no se preguntó por el amor y la libertad,
El que no se cuestiona el número de mujeres en
una organización política,
El que habla de libertad, pero no cuestiona sus
privilegios,
El emancipadO que vive en impunidad,
El más inteligente que es incuestionable,
El que disocia la razón de la emoción,
El que no ve al femicidio como el genocidio
cotidiano del patriarcado en el mundo entero,
El que no ve al abusador como un enemigO de
género,
El que no quiere ver su yo-tirano,
El que no está dispuesto a renunciar a sus
privilegios,
El que no ve en el humor misógino, homo y
transfóbico un acto de violencia solapado y cínico, 20
El que no se cuestiona su condición de
machoidiota,
En el fondo…
…y tristemente…
…Con mucha
rabia…

…Somos casi todOs…


Pero en el ejercicio de liberación cotidiano e
insistente, no me quedo.
Ni me aburro.
Me equivoco,
Pero, con humildad, resisto.
Eso espero…

Costumbres Seamos capaces


de ver lo que acontece
de ver lo que se hace
César Benavides G. hace siglos pese
(Matycez) que haya conciencia de clase
y muchos se expresen
Escucha la canción aquí: esto sigue replicándose
youtu.be/ba4QiKRT-6w y quizá no cese
Es parte de la cultura
y la cultura vive en ti y en mi
aunque sea una basura
te dijeron lo que está bien o mal, y tú valoras
todo de acuerdo a esa estructura, bueno
Mejor no hablemos de culpas
la sociedad entera es la que esta mierda te inculca
dependiendo de tu rol en ella serás un caballero
o una señorita limpia, casta, culta
¡loca nunca!
Las tareas están asignadas
las inventó el patrón,
el mismo que violaba a todas sus empleadas
el jefe del hogar,
el que curao llega a maltratar a quien dice que
21 ama
Chorizo en la casa, sumiso en la pega
pega más más si esto aquí no más se queda
disfruta de tu lugar impune
como hidroeléctricas que el río
Pilmaiquén destruyen
Esta es la crianza, desde la casa avanza
un prototipo que a cada persona hacen calzar
tú solo debes mantener esa esperanza
de ser un macho recio, o una mujer
que no se cansa, y aguanta.
El piropo en la calle
acosos laborales
el ser tratada como objeto en tiendas comerciales
satisfacer placer ajeno
porque el hombre es bueno o tiene dinero
pa’ pagar por tus piernas suaves.
Aguantar criar críos sin padre
aguantar el sapeo, como andas, con quien sales
disfrutar sería como ser puta
en esta injusta sociedad que educa
a favor del hombre, ¿sabes?
En lo público y privado
hay poder para el hombre, castigo pal afeminado
yo no me arranco porque soy hombre
y debo revisar costumbres que opriman a la de al
lado.

22
3
Familia y crianza
Mediante la familia, espacio cotidiano por excelencia,
se nos inculcan formas de comprender y actuar en
la realidad, agenciar nuestras identidades desde el
binario hombre/mujer y los roles domésticos que allí
operan.
En el primer texto, una hablante interpela a
la “joven madre, linda esposa”, aquella que experi-
menta –como tantas mujeres– la crianza y las labo-
res domésticas en soledad, y donde el otro, la figura
masculina, deviene ausencia, en una dialéctica sorda
y parasitaria de dependencia y subordinación: una
mujer que abandona su autonomía por un proyecto
de maternidad.
Alex Guerrero nos propone a través las décimas
una voz crítica: ese hombre/padre que repiensa su
responsabilidad en la reproducción del patriarcado.
Son las nuevas paternidades críticas, que buscan
romper con roles históricamente asumidos. En esa
línea, “Criarme como guacho” evidencia la crisis de
un sujeto que, habiendo experimentado la ausencia
de su padre, enfrenta ahora su propia paternidad con
todos los fantasmas y miedos que ello le produjo.
Los textos finales dan cuenta de cuerpos co-
sificados y normados por la institución de la familia:
“Por nacer con pene”, desde un lenguaje poético,
revela un deseo emancipatorio de las opresiones y
cosificaciones propias de esa herencia masculina y
totalizante. Lo mismo ocurre en “Taza de leche”, don-
de un relato íntimo devela la opresión de una infancia
normada por la figura castradora del padre machista
y heteronormado.

23
Para los niños, autitos
y muñecas para ellas
Para los
de rosado se ven bellas niños,
de azul los niños machitos,
para ellos se encuentra escrito
autitos
que al futbol deben jugar,
y el pelo cortito usar, Alex Guerrero
al oír esto me aflijo
Cuando te dicen esto, hijo,
Lo mejor es no escuchar.
Yo no quiero que tú aprendas
a encantar con tus proezas
a las rosadas princesas
ni que azul vuelvas tus prendas.
Que nunca cubran las vendas
del discurso dominante
tu mirada desafiante
y que aprendas solo espero
a ser el fiel compañero
de quién sea tu acompañante
No es verdad el cuento de hadas,
el príncipe y la princesa.
No existe la realeza,
son historias inventadas.
La mujer emancipada
no se viste de un color,
ni se agota en el amor
que le puede dar un hombre.
Nació libre, no se asombre,
Brilla con propio fulgor.
No hay mujer tuya ni mía,
no es “tu” mina ni “tu” esposa.
Por tratarla como cosa
no se acrecienta tu hombría.
Es clara sabiduría
darle el amor que merece
como ser libre que crece.
Esto tú debes saber
no la puedes poseer
porque ella se pertenece. 24
Joven madre, Las mejores madres son las
que no tienen hijos, las demás están
linda esposa cansadas se merecen una siesta.
Sara Hebe

Natalia Zuñiga A ti te escribo, joven madre, y empatizo contigo,


nunca con tu marido, que claramente tiene un pro-
El texto pertenece al libro La blema con la bebida –pero como es hombre, se le
que escribió este libro, de la puede aceptar. A ti te hablo, linda esposa, con mu-
Editorial Moda y Pueblo. Taller chos años menos que yo, pero que tres veces al día
avanzada 2016. Colección: “Lo de todos los días del año, sin falta, debe prepararle
que se ve no se pregunta”. comida a su marido y a su hijo, al que también le
cambia el pañal, el cual también es hombre y apren-
de de su papá, que si usara pañal también tendrías
que cambiárselo después de hacer desmadre con
sus amigos porque queda cho pico, mientras tú, jo-
ven madre, linda esposa, le quitas los chanchitos a
la guagua, el pequeño hijo, del joven matrimonio
feliz, que de a poco se irá convirtiendo en hombre,
y buscará una linda esposa lo más parecida posible
a su joven madre para que limpie las botellas que
dejará en el patio después de tomar mezcal con sus
amigos, incapaz de recogerlas e incapaz de hacer
sus deberes de esposo. Joven madre, linda esposa,
piensa en tu joven nuera antes de que sea dema-
siado tarde.
Joven madre, linda esposa, no sientas celos
porque otras jóvenes mujeres no-madres se embo-
rrachan con tu hombre. Piensa que fue a ti a quien
eligió para ser su linda esposa y depositar su líquido
viril que embaraza y que te obliga a una vida a su
lado, esperando, esperando que cambie alguna de
todas esas cosas malas que se le permiten porque
él es hombre y no debe dar leche de sus tetitas ni
despertar a la mitad de la noche porque el hijo que
ambos decidieron traer al mundo tiene maña.
Te salvas, joven padre y buen esposo, de que
el hombrecito que trajiste al mundo no tendrá me-
moria de esto, pero sí la tendrá de los partidos de
fútbol que jueguen juntos y del tercer tiempo, en
donde lo incluirás en tu tropa de amigos borrachos
que lo impulsaran a sus primeras proezas sexuales,
quedarás como un héroe, joven padre, sin siquiera
25 en tu vida haber cambiado un pañal, sin siquiera
haber limpiado la caquita con una toallita húmeda del potito blanco de tu
hermoso primer varón. Después vendrá la escuela, la graduación, que te llenará
de orgullo, en donde sólo tendrás que aparecer y sonreír para la foto, sin nunca
haber buscado una tarea en el Icarito o en la Encarta, solo pagando la mensua-
lidad puntualmente. Joven padre, que aprendiste de tu padre a ser hombre, y
lamentablemente a ser padre y buen esposo: rompe con la tradición y aporta
al mundo a través de tu joven hijo: ya no necesitamos más machitos como tú.
Por eso, joven madre, linda esposa, te escribo a ti y a tu frustración de
domingo en la noche, mientras el buen esposo ve fútbol y se prepara para la
vida que ocurrirá el lunes, mientras tú piensas en lo que estarías haciendo si
no fueras joven madre, sólo joven y nunca madre, a tu sensación de estarte
perdiendo el mundo que no alcanzaste a ver a tus veinte años, aunque vives
como si tuvieras más, porque tu cansancio de joven madre es como si hubieras
parido a todos los hijos del continente.
No te culpo, joven madre. Quién soy yo para juzgar las decisiones que
tomaste, linda esposa. Me gustaría invitarte una cerveza, a ver si desahogamos
las penas. Yo igual espero que los hombres cambien, pero una también tiene
que cambiar: te puedo prestar mis apuntes de Judith Butler, el papi-arcada nos
ha perjudicado, vamos, yo me saco las chelas, no te preocupes, no importa,
camina lento joven madre, no te vayas a equivocar para siempre.

26
Criarme como Criarme como un wacho más, en este país de wa-
chos, no fue la gran cosa en su momento para mí.
un wacho más Cuando mi viejo se fue pa’ siempre, y mi mami me lo
informó, pensé que no había mucha diferencia entre
tener un papá que se iba a la pega antes de que yo
Francisco Richter despertara y llegaba cuando yo estaba durmiendo,
en vez de no tener papá. Cuando el tiempo fue pa-
sando, sí fui sintiendo el peso y el cansancio en mi
viejita, que tuvo que entregar su vida, soportando
muchas cosas que sólo pude comprender después,
algunas de adolescente y otras de adulto, trabajando
y criando. A varias preguntas mi vieja me respondía
con rabia, somos pobres, por eso las cosas son así.
Recuerdo latente su imagen llorando desesperada
porque se le habían caído 50 lucas, eran las 50 lu-
cas pa’ la comida del mes; significaban mucho en ese
tiempo. Yo me crié más o menos solo durante el día
desde chiquitito; mi hermano y mi mamá pasaban
afuera. Crecí en un barrio cuico viviendo como po-
bre. En el liceo nunca aprendí nada. En los liceos de
barrios cuicos, donde van la mayoría de los pobres
que viven en el barrio alto, los raperos son fachos,
en el sentido violento de la palabra. Ser hombre era
ser violento, en el sentido autoritario de la violencia.
De adolescente comencé a sentir una rabia in-
controlable contra todos esos oficinistas de corbata
que se parecían al jefe de mi vieja. Por todos los
abusos que ella había vivido. Por toda la plata que
le robaron dándole una porción de lo que ganaban
sus compañeros, por todos los acosos que tuvo que
aguantar. En realidad comencé a sentir rabia por los
hombres. Nunca había visto que un hombre sirviera
para algo. Yo ya no quería ser parte de eso, no tenía
ni una intención de ser hombre si no más bien quería
ser como mi mami; ella era fuerte, sabía karate y le
sacó la chucha a un par de abusadores, era potente
y a pesar de la esclavitud en la que vivía siempre me
trató con amor y honestidad. Me mostró el arte, la
ciencia, la filosofía. Me llevaba al Normandie cuando
yo tenía 12, y cuando le preguntaban si yo tenía
edad suficiente pa’ ver la película ella siempre sabía
como sortearse las barreras y guiñarme un ojo. Me
enseñó a cuidarme de todo tipo de autoridad. Era mi
27 heroína y yo quería ser así.
Cuando recibí la llamada, y me dijeron que yo iba a ser padre, se me nubló la
cabeza y el corazón. No porque no tenía donde caerme muerto, ni tampoco
porque la madre era una amiga a la que yo apenas conocía que vivía en una ciu-
dad distinta a la mía, sino por el miedo infinito de que la historia se repitiera de
alguna u otra forma. Yo siempre había jurado que jamás iba a dejar a mis hijos
solos, pero la situación era más compleja de lo que uno se imagina. Comencé a
ver en todos lados hombres que no podían vivir la paternidad por puros dramas
con las madres. Miré el cielo, grité fuerte, y tuve suerte. La mamá de mi hijo
siempre me abrió las puertas, y me dio el espacio para vivir la paternidad sin
condiciones. Me dijo o eri papá o no eri papá, pero no a medias, y yo lo agradecí.
Aun así sentía rabia; rabia por no poder ser yo el que viviera con mi hijo, rabia
por no vivir el cotidiano con él, rabia por ser la visita de los fines de semana…
pa’ mi no era suficiente.
Antes de ser papá estaba totalmente desapegado a la idea de ser hombre.
En general todo lo que rodeaba esa idea me parecía medio repugnante, y había
decidido no pensar más en eso. Pero cuando caché que iba a ser papá de un
niño, la necesidad de entender mis masculinidades fue inevitable. ¿Qué era
lo que yo quería traspasarle a él? –si odiaba tanto al ser masculino– ¿que le
traspasaría como padre? Comencé a replantearme, y a re-construirme; no solo
quería evitar criar a un macho, si no que también necesitaba que cosas buenas
afloraran de mi ser varón.
Al poquito tiempo de criar me di cuenta que la crianza no se ejerce recha-
zando todo el tiempo lo que está mal, sino más bien mostrando lo maravilloso
que es vivir de forma distinta. Mis hijos me enseñaron que el mundo cambia
con mi ejemplo y no sólo con mi opinión; y para que ellos capten lo que digo es
necesario que lo experimenten, ya sea viéndolo o usando cualquier otro sentido.
Esa es una forma que me ha servido también para controlar el ego; porque
hablar es re fácil, pero hacer es distinto. Porque al hacer aprendo también que
tan certero es lo que digo, y resulta que muchas veces lo que decía no era más
que mi ego y no mi esencia. Pero ese es otro tema.
Al par de años tuve la suerte de poder comenzar a vivir con mi hijito y
criarlo día a día. Al principio éramos una mamá y un papá (ambxs pendejxs)
que disfrutaban del cotidiano con su hijo, e intentábamos entendernos como
una posible pareja. Al menos como amigxs nos llevábamos bien. Se me vino al
cuerpo y a la mente la idea india del matrimonio como el “aprender a amarse”.
Ese era el siguiente objetivo, aprender a amar. Aunque la idea heteronormativa
de la familia y la sociedad hizo y hace todo más difícil. Siempre en la dicotomía
de ser honesto y explicar que la relación que tenemos es algo que ni nosotrxs
logramos definir. O ser práctico y dejar a la gente que se imagine la foto de la
familia feliz. Pero la verdad es que aprender a amar es un proceso complejo y
que se genera en el cotidiano, sin pausa, y es dinámico. No puede tener catego-
rías, ni tampoco evaluaciones, se define por sí mismo, y es distinto en persona,
para cada momento y lugar. 28
Taza de leche La leche se enfriaba mientras Jorge planeaba las for-
mas posibles para eludir esta vez Educación Física.
La cocina, enorme, se hacía pequeña cada miérco-
Juan Pablo les, cada semana. Se sentía disminuido, como sí sus
Villalobos Gómez doce años fueran apenas siete, y no pudiese hacer
nada más que apuntar a las cosas para que alguien
las acercara a él. Solo pensar en sudar le apretaba
el estómago, un nudo que ni él ni su madre habían
podido desatar nunca, y que al hablar con su padre
solo parecía apretarse más y más.
Su madre había desistido en los intentos de
que su hijo bebiera la leche, se conformaba con que
al menos se comiera el pan tostado, al que afanosa-
mente llenaba de mantequilla. Laura había hablado
con otras madres sobre la reticencia de su hijo a
tomar leche durante el desayuno. A él le daba asco,
y era claro que no inventaba, muchas veces lo escu-
chó conteniendo arcadas en el baño, haciendo correr
el agua para que ni ella ni su marido se enteraran.
Ellas le señalaban que era normal, que había mu-
chos niños intolerantes a la lactosa, que de pronto
lo mejor era ser flexible. Así, una de ellas contó que
había tomado la decisión de permitir la Coca-Cola
o la Fanta en la mañana, otra señaló que le enviaba
a su hija una leche individual de chocolate para que
la tomara durante el recreo. Una de ellas indicó que
además no era para nada normal tomar leche, que
el único animal que lo hacía después de destetado
es el hombre. Calaron profundo algunos cigarros y
se retiraron. Las reuniones de apoderados se habían
transformado rápidamente en una especie de con-
fesionario o grupo de autoayuda para ellas y otras
apoderadas, que veían como de súbito, su vida, sus
conversaciones, su día a día, orbitaba alrededor de
sus niños.
Esa mañana Laura sabía que Jorge no bebería
su desayuno. Pero a diferencia de otros días, esta
vez no estaban solos, y su marido bajaría en cual-
quier momento a exigir que el niño se comportara
como hombre y se tomara la maldita leche. Salvo el
nombre, Jorge, compartía pocas cosas con su hijo,
lo que hacía que por una parte la imaginación y por
29 otra las expectativas, llenaran esa gran brecha entre
ambos. Los hechos eran que hace poco más de cinco años había conseguido
llegar a trabajar como conductor de camiones a través de un primo. El trabajo
le permitía estabilidad económica y estar lejos de casa, pero estar, y en eso
consistía ser un buen hombre para su padre, lo que por consiguiente acabó
significando lo mismo para él casi sin advertirlo. Jorge había llegado anoche, y
cada vez era más distante y extraña su presencia en casa. Paulatinamente em-
pezó a ser una especie de visita, a la que Laura llamaba marido y Jorge, papá.
La leche reposaba intacta, totalmente fría. Los dedos del niño sostenían
a ratos la taza, a la cual arrojaba su rostro como sumido en aquella inmensidad,
tan pequeña para el resto. Laura miró a su hijo con ternura, le preguntó que
pasaba. Jorge la miraba con tristeza, confiaba en su madre, en sus pecas, que
ambos compartían difuminadas en sus rostros. Pero no sabía por dónde empe-
zar, cómo contarle, porque encontraba todo tan ridículo que de hablar temía
echarse a llorar o reír, y no, no quería que nada de eso pasase un día como hoy,
un miércoles, antes de Educación Física. No pasa nada mamá, contestó. Pero
ya era insostenible aguantar más, mentirse otro día, otro miércoles. Odiaba su
cuerpo, tener un par de pechugas donde tendría que haber un pecho plano;
ver como a sus compañeras se les asomaban tímidamente sus senos, y como
se sentía excitado y asqueado en partes iguales. Mientras ellas exploraban ser
mujeres, y sus compañeros ser hombres, él no se sentía explorando nada, o
explorándolo todo de forma demasiado abrupta. Odiaba ser el Tetón Reyes, y
tener que hablar poco o nada para no llamar la atención, porque eso suponía
el riesgo de que alguien gritara su sobrenombre, haciendo explotar las risas de
sus compañeros. Odiaba tener que ocupar polerones anchos y odiaba el verano
por lo mismo. Pero por sobre todo odiaba los miércoles, el día de Educación
Física, porque no tenía cómo escapar de su cuerpo, ni de sentirse raro, distinto
a todos sus compañeros, porque le aburría el fútbol y estaba cansado de ser
elegido siempre al último, o defensa o arquero. No hallarse entre compañeros
o compañeras. No saber dónde estaba su lugar o sí acaso había lugar para
él. Temía terminar solo, entre risas autistas, abstraído en el diario o en libros
amarillentos y olor a café, como su único amigo, Julián, tal vez quince o veinte
años mayor que él, y de quien era prácticamente imposible desprender la idea
de una familia o amigos, algo sustancial más allá de los libros y su trabajo en la
biblioteca del colegio.
Sin saber cómo o por qué, a costa de todos sus intentos se echó a llorar. Sus
lágrimas corrían sin cesar aunque intentara infructuosamente contenerlas entre
sus pequeñas manos. Se deslizaban hasta la mesa o recorrían sus brazos hasta
llegar a sus codos, en los que hacía descansar su cabeza y una historia que ya acu-
mulaba suficiente. Laura lo abrazó fuerte, y los lamentos comenzaron poco a poco
a disminuir. Cuando levantaron sus miradas, Jorge, el papá, el marido, ya estaba en
la cocina frente a ambos. Su hijo se sorbeteó los mocos y los ojos con las muñecas
del polerón, porque sabía lo que Jorge diría, sabía lo que él algún día también le
diría a sus hijos. Los hombres no lloran, y no había verdad más sustancial que esa. 30
Por nacer Desde pequeño me enseñaron a tener miedo.
Miedo a la risa suelta, a los arabescos en el habla
con pene a los abrazos fuertes y sentidos
a los llantos públicos y privados
Rodrigo Loyola
a los te quiero
Espinoza
a los colores suaves
al cuerpo que baila
a lo frágil, a lo débil,
a la palabra barroca.
Miedo a la derrota, a la cobardía,
miedo a no exhibir el pene como artefacto
elocuente
miedo a no penetrar
miedo al desorden.
Pero por sobre todo, miedo a exhibir el miedo

El miedo, como tejido doble, hasta hoy anuda mis


miembros
Y veo a los hombres mutilados por la tristeza
en coitos rutinarios y mustios en el ocaso de la
jornada.

Y el miedo se transforma en violencia


que resuena en los cuerpos y sueños de las
mujeres y de otros hombres;
y se reproduce hacia la siguiente generacion de
hijos infelices
y los alita rota lo heredamos en la sangre y en la
mirada esquiva y en nuestros cuerpos

[ rutilantes.

Es ese miedo,
túmido y silente
el que tenemos que remover de nuestra piel
31 desóllandonos y amándonos en sinfonía rabiosa.
Los textos compilados en Pensar masculini-
dades críticas emergieron como continuación
del taller realizado en la Biblioteca de Santiago
el 12 de abril de 2017. Se trata de registros
escriturales donde se representan diversas
interrogantes sobre las masculinidades, en una
amplia variedad de formatos: narrativa, ensayo,
testimonio, poesía, y fotografía. Desde distintas
partes de Chile y Latinoamérica, las colabora-
ciones a este fanzine buscan problematizar las
construcciones genéricas y sexuales que nos
impone el patriarcado, a través de temas como
el acoso callejero, la sexualidad y el VIH, la
heteronormatividad, la familia, y la crianza.

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