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Comunidad moral

WiIliam H. Jr. Sewell

Como entidad legal e institucional, el métier juré parece una organización


rigurosa, punitiva y jerárquica, impregnada por un espíritu de particularismo extremo
e implacable. Las corporaciones francesas del Antiguo Régimen eran perpetuamente
suspicaces, constantemente atentas a los ataques externos a sus privilegios y
estrechamente vigilantes de sus miembros. Además, los maestros utilizaban su
indiscutida supremacía en la corporación para restringir el acceso a la maestría y
mantener a los oficiales en una posición de subordinación estricta. Observados a
través de sus estatutos, los métiers jurés parecen desmentir el epíteto de
communauté (comunidad) que se les aplicaba universalmente, un epíteto que
entonces, como ahora, implicaba unidad, fraternidad y un sentimiento de amor y
compasión entre sus miembros. Pero además de la existencia legal e institucional
detallada en sus estatutos, las corporaciones tenían una existencia moral que
complementaba y atenuaba su particularismo riguroso y su regulación estatutaria
detallada.

La dimensión moral de las corporaciones puede ejemplificarse volviendo a la


lettre patente mediante la que Enrique III creó un métier juré de los vinateros y
taberneros de París en 1585. Se recordará que en esa lettre se proclamaba que el
rey establecía «en perpétuité ledit état. En état juré pour y avoir corps, confrairie et
communauté» (en perpetuidad dicho estado... como estado jurado para tener cuerpo,
cofradía y comunidad). Se han considerado ya las consecuencias legales del acto del
rey. Pero las consecuencias morales de varios términos de la frase deben aclararse
mejor. Una confrairie (la ortografía moderna es confrérie) o cofradía era una
asociación laica, constituida bajo patronazgo de la iglesia, para la práctica de alguna
devoción. Para un oficio «avoir confrairie» significaba, por tanto, tener una asociación
devota común; y en la práctica cada métier juré tenía casi siempre cofradía. Así la
frase completa «avoir corps, confrairie et communauté» significaba tener una sola
personalidad legal reconocida (corps et communauté) y tener una asociación devota
común (confrairie). Pero la frase significaba también algo más. Para un oficio ser
corps, o cuerpo, suponía también que tenía una voluntad o espíritu común -un esprit
de corps- y un vínculo profundo indisoluble tal que el perjuicio a cualquier «miembro»
afectaba a todos. Ser una communauté suponía una comunidad similar de
sentimiento y compromiso. Y ser una confrairie suponía también tener un vínculo de
hermandad y fraternidad. Así, además de su significado legal denotativo, la frase
«avoir corps, confrairie et communauté» significaba estar unido por vínculos de
solidaridad.
Ello no significaba que un aura de abnegación y compañerismo bañara las
relaciones dentro del oficio, como algunos admiradores nostálgicos de las
corporaciones sostendrían. Había también tensiones y disputas continuas dentro del
cuerpo de maestros -maestros ricos contra maestros pobres, maestros de un barrio
de la ciudad contra los de otro, etc.. El termino communauté no decía otra cosa del
tono de las relaciones en un oficio que, fueran cuales fueren sus diferencias, los
miembros de una comunidad de oficio pertenecían a la misma comunidad y se
debían cierta lealtad entre sí y hacia su arte, frente a otros grupos de la población.
Institucionalmente, era en la cofradía del oficio donde el aspecto solidario de las
corporaciones se manifestaba de forma más clara. Antes del siglo XVII, no era raro
que una sola organización corporativa fuera simultáneamente cofradía de devoción e
institución para la regulación de industria y comercio en un oficio.

Pero después de la Contrarreforma, con su obsesión por las clasificaciones, la


cofradía religiosa se convirtió casi siempre en algo organizativamente diferenciado
del métier juré o jurande secular, con regulaciones y cargos diferentes. Sin embargo,
esta separación era esencialmente un formalismo legal; todos los miembros de una
eran miembros de la otra y la corporación como grupo humano vivo continuó siendo
al tiempo unidad económica y de devoción. La cofradía del oficio era la que repartía
las charités: los subsidios y la atención médica a los enfermos, las pensiones a
aquellos demasiado ancianos para trabajar, el entierro y las pensiones a viudas y
huérfanos. Estas charités se fundaban en las cuotas y las multas cobradas a los
miembros que no realizaban sus obligaciones, cuotas y multas tanto del métier juré
como de las cofradías. Así, en la cofradía la corporación se mostraba, al menos
formalmente, amorosamente compasiva e interesada en la totalidad de la vida de sus
miembros, en cuerpo y alma, en la enfermedad y en la salud, durante su vida y
después de su muerte.

La actividad religiosa central de la cofradía del oficio era la devoción al patrón,


en cuyo honor mantenía una capilla en una iglesia o monasterio local. El gran
acontecimiento anual de la cofradía era la celebración de la fiesta del patrón. En esa
fiesta cesaba el trabajo en los talleres y todos los miembros del oficio, maestros,
oficiales y aprendices, celebraban una misa en honor del patrón, que iba acompa-
ñada con frecuencia de procesiones que se dirigían a la iglesia o salían de ella,
limosnas a los pobres y un banquete fraternal que seguía a la misa. La fiesta del
patrón solía ser la ocasión para designar nuevos jurés, admitir a nuevos maestros en
la comunidad y renovar el juramento solemne de fidelidad de todos los maestros. La
fiesta del patrón es particularmente importante porque incluía a oficiales y aprendices
además de los maestros del oficio. Aunque oficiales y aprendices pudieran o no
participar en las procesiones y habitualmente no paiticipasen en el banquete de
maftrise, se les exigía que acudieran a la misa. Puesto que veneraban al mismo
patrón espiritual, estaban unidos en la misma comunidad espiritual y era de esperar
que compartieran el esprit de corps y tuvieran un sentido de unidad, de pertenencia a
un solo cuerpo y una visión del mundo común. Cuando los oficiales en los siglos XVI
y XVII organizaron sus propias cofradías, se colocaban generalmente bajo el
patronazgo del mismo santo que los maestros. Y los compagnonnages ilegales
exigían a sus miembros celebrar la fiesta del patrón de su oficio. El sentido de
pertenencia, aunque frecuentemente discutido, a una comunidad moral es mucho
más evidente en la vida religiosa de las corporaciones que en los estatutos del métier
juré.

Las prácticas de las cofradías de oficio demuestran que las corporaciones


eran «corps et communautés» en sentido moral tanto como legal, que sus miembros
estaban unidos por vínculos espirituales, así como por la sujeción a regulaciones
detalladas de sus estatutos. La naturaleza de esos vínculos se pone de manifiesto en
el epíteto «oficijurado» -métier juré o, para volver a la lettre patente de Enrique III en
1585, «état juré»- con el que solía designarse a estos corps et communautés. El acto
esencial que vinculaba entre sí a los miembros de una corporación era un solemne
juramento religioso, un juramento similar en forma a los pronunciados por los
sacerdotes en la ordenación, los monjes que recibían las órdenes, el rey en la
coronación, los caballeros al entrar en las órdenes de caballería o al jurar fidelidad, o
los miembros de las universidades al recibir el doctorados. Ocurría así que el oficio
de un artesano se conocía habitualmente como su profesión, lo que denotaba una
declaración pública solemne o voto. Aunque los juramentos más importantes eran los
de los maestros al recibir la maestría, es importante que se requiriera con frecuencia
a los aprendices a prestar juramentos cuando empezaban sus aprendizajes.

Aprender un oficio no era adquirir simplemente las habilidades necesarias


para practicar un trabajo de adulto. Era entrar en una comunidad moral de alcance
amplio y profundo, una comunidad constituida por hombres que habían prestado
solemnes juramentos de lealtad, que eran hijos espirituales del mismo patrón, y que
lo veneraban colectivamente el día de su fiesta. En suma, la corporación no era sólo
un conjunto de hombres que participaban de la misma personalidad legal, sino
también una fraternidad espiritual juramentada.

La lettre patente de Enrique III de 1585 apunta también otra característica de


la corporación como comunidad moral. Al ratificar los estatutos de vinateros y
taberneros, establecía «en perpétuité ledit état… » Esto significa que el état juré, una
vez creado, había de existir permanentemente como «corps, confrairie et
communauté». Una corporación era una comunidad permanente en dos sentidos.
Primero, una vez establecida por la autoridad real, la comunidad con sus derechos y
privilegios era reconocida como cuerpo permanente en el estado, y sus estatutos no
tenían que ser ratificados de nuevo por los monarcas posteriores. Segundo, quienes
entraban en la comunidad seguían siendo miembros para toda su vida -al menos en
principio-. El supuesto de que la pertenencia a un oficio era un compromiso vitalicio
se señalaba de diversas formas en el lenguaje corporativo. Primero, estaba implícito
en el término état, que se empleaba tanto en esa lettre patente concreta como en el
vocabulario social del Antiguo Régimen en general, para designar la profesión de un
hombre de oficio. Según el jurista Loyseau, el état de alguien era «la dignidad y la
cualidad» que era «lo más estable y lo más inseparable de un hombre».

Cuando un artesano entraba en un oficio adquiría, por tanto, un état particular,


una condición social estable o estado, que compartía con otros que practicaban el
mismo oficio y lo distinguía de quienes practicaban otros oficios. La pertenencia de
un artesano a su état fijaba permanentemente su lugar en el orden social y definía
sus derechos, dignidades y obligaciones, exactamente como, en un nivel superior, la
pertenencia de una persona a uno de los tres états del reino, el Clergé (clero), la
Noblesse (nobleza) y el Tiers État (Tercer Estado). Se consideraba así que el oficio
de alguien fijaba su posición en la vida.

Esta idea de permanencia se destacaba también en los estatutos de las


corporaciones, que solían prohibir la acumulación de dos profesiones. Seguramente
era una cuestión práctica, porque no cabía esperar que un hombre que fuera
maestro en más de una corporación se tomara a pecho los asuntos de otra
corporación en las asambleas o cuando servía como juré. Pero la prohibición tenía
también un aspecto moral o espiritual. Al fin y al cabo, el juramento de fidelidad era
un juramento religioso que seguía el modelo de los juramentos de sacerdotes,
monjes y caballeros. Por esa razón, abandonar su profesión o adoptar una nueva
profesión que entrara en conflicto con la anterior podía tener un tono moral de
apostasía. Era sólo una analogía, sin duda: los hombres podían cambiar y
cambiaban de profesión durante su vida. Pero en principio, entrar en una profesión
era realizar un compromiso espiritual de por vida y abandonar la profesión era un
paso serio.

La persistencia del compromiso con una comunidad de oficio estaba también


marcada por la preocupación aparentemente obsesiva de las corporaciones con el
entierro de sus miembros. Era rara la cofradía que no proporcionaba entierro a
expensas de la corporación y muchas imponían la asistencia de todos los miembros
del corps. Esa obsesión por el entierro resulta comprensible en una sociedad que
veía en la vida en la tierra una prueba, una peregrinación y una preparación para la
vida eterna. Pero que el paso de esta vida al más allá fuera asunto de las
corporaciones -en lugar de la familia o la parroquia- nos dice algo importante sobre
las corporaciones y su papel en las vidas de sus miembros. Nada podría expresar
con más elocuencia el interés de la corporación por la totalidad de la persona, o la
permanencia del compromiso de sus miembros con el oficio, que la posición central
del entierro en la vida ceremonial de la corporación. Tomándolo de otro juramento
religioso que creaba otro cuerpo moral permanente, el funeral corporativo
demostraba y reiteraba a los miembros de la comunidad que estaban vinculados
«hasta que la muerte los separase». Tampoco disminuía la importancia del entierro
corporativo entre los miembros oscuros de la corporación, los oficiales. En sus
cofradías y compagnonnages, la celebración del funeral estaba entre las
obligaciones más solemnes. Para los oficiales, como para los maestros, vida y
muerte se experimentaban dentro de la comunidad espiritual del oficio.

Las corporaciones eran tanto unidades de solidaridad extensa y firme como


instituciones jerárquicas, punitivas y fuertemente particularistas en sus privilegios. No
había nada paradójico en esa combinación de jerarquía, vigilancia, particularismo y
solidaridad respecto a la cultura y la sociedad del Antiguo Régimen. La misma
palabra «corps», o cuerpo, utilizada para designar una asombrosa variedad de
instituciones francesas en los siglos XVII y XVIII, suponía necesariamente todas esas
características. Todos los cuerpos estaban compuestos de una variedad de órganos
y miembros, jerárquicamente dispuestos y colocados bajo las órdenes de la cabeza.
Cada cuerpo era distinto de cualquier otro, con su voluntad" sus intereses, su orden
interno y su espíritu de cuerpo. Cada cuerpo estaba constituido por una sola
sustancia internamente diferenciada pero interconectada, y el daño hecho a cualquier
miembro era experimentado por la totalidad. Jerarquía, vigilancia, particularismo y
solidaridad caracterizaban el cuerpo más elevado y ejemplar del Antiguo Régimen, la
iglesia o cuerpo de Cristo, las órdenes de monjes, monjas y frailes, que realizaban en
su forma más perfecta la concepción cristiana de la virtud y caracterizaban también
al estado, que a través de la persona del Príncipe mantenía unida, organizaba y daba
dirección y propósito a toda la comunidad nacional.

En realidad, podría sostenerse que todo el reino francés estaba compuesto de


una jerarquía de esas unidades -corporaciones, seigneuries y parroquias en el fondo,
pasando por ciudades, provincias y los tres estamentos del reino, en un nivel inter-
medio, hasta la monarquía en lo alto1-. Las corporaciones de oficio eran unidades
reconocidas de una sociedad corporativa, y como tales mostraban un celoso afecto a
los privilegios particulares que les definían como cuerpo, un sistema cuidadosamente
definido de rangos mutuamente interdependientes y jerárquicamente dispuestos, una

1
Para un análisis más detallado de la palabra «corps* y de las formas morales y culturales generales
del Antiguo Régimen, vid. Sewell, «État, Corps and Ordre». Vid. también Mousnier, Roland, «Les
Concepts d'ordres, d'états, de fidélité et de monarchie absolue en France de la fin du xv* siècle à la fin
du xv siècle», en Revue historique. 502 (abril-junio de 1972), págs. 289-312.
regulación y vigilancia minuciosas de sus miembros y una extensa solidaridad que
les unía como comunidad moral y espiritual.

Las corporaciones, como todos los otros cuerpos que constituían el reino
francés, recibían un papel público en el funcionamiento del estado. Las
comunidades de oficio recibían amplios poderes públicos, poderes que se extendían
mucho más allá de los límites de los privilegios estatutarios. Se responsabilizaba a
las corporaciones no sólo de pagar cuotas especiales a la corona sino, con
frecuencia, de fijar y recaudar todos los otros impuestos pagados por sus miembros.

Hasta el siglo XVII, el servicio en la milicia lo organizaba la corporación. Las


corporaciones eran también unidades electorales, una función realizada todavía en
las elecciones de los Estados Generales de 1789. Participaban como cuerpo con
sus emblemas y banderas en las grandes ceremonias del estado -en la coronación
y en las recepciones y tomas de posesión del rey y otros grandes personajes

En suma, las corporaciones se consideraban no sólo por parte de sus


miembros, sino también de las autoridades gobernantes y la sociedad en general,
unidades constitutivas del reino, partes indisolubles de su constitución.

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