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a María Eugenia C.
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Y yo hasta aquel domingo nunca la había amado, pero esa vez la amé:
–¿Y si nos vemos en Fred's el martes?– sugería ella.
–Sí –dije–. Puede ser. y si no, te llamo a la mañana...
Y así comenzó todo: ella dijo que mis palabras la tocaban.
–¿Cómo? –pregunté .
–Me tocan –dijo ella–. Siento que me tocás: Me tocan.
Quise saber, pregunté más.
–¿Dónde te tocan?
–Ahí –contestó–, me están tocando ahí...
–Tocame vos –pedí y ella dijo que era "precioso".
–No –le dije–. Eso no me toca.
–¡Sos hermoso y precioso! –repitió.
–Tampoco toca –dije.
–¡Sos asqueroso! –probó ella.
–¿Cómo asqueroso? –pregunté yo, sintiendo algo.
–¡Como un sapo asqueroso y hermoso! -contestó.
–Puta –le dije y averigué–: ¿Te toca si te digo puta?
–Sí –dijo como un suspiro–. ¡Sí! Y cuando te hablo yo... ¿Te toco?
–No, vos no. Me toco solo. Yo, me toco –anuncié–. ¿Te toca?
–¡Baboso! –ella me dijo y:
–Tortillera –le dije yo, sintiendo que respiraba fuerte, y más (pidió que le dijera
más) y yo dije "baba", "rata", "gata", "tortillera" y también que la estaba tocando:
–Te toco entre las piernas con un teléfono asqueroso negro –amenacé.
–¿Sucio? ¿Enchastrado? –indicó ella.
–Sí –le juré y entonces me di cuenta que ella estaba jadeando de verdad.
No entendía por qué; quise saber:
–¿Te estás tocando, vos...?
–No; vos me tocás. ¡Cuando hablás me tocás! –susurró ella.
–¿Será porque me toco...? –Supuse y probé: –¿A ver?
–Ahora sí –decía ella–. ¡Ahora no... ! ¡Ahora... sí!
Y acertaba siempre y jadeaba. Jadeaba más cuando decía que sí, y creo recordar
que también acertaba siempre: si yo tocaba, ella decía que sí y sentía. Pero
¿dónde?
–¿Dónde? –le volví a preguntar.
–Ahí, te dije, ¡ahí...!
–¿Cómo?
–Como si yo tuviera un...
–¿Y no tenés, acaso, un...?
–Sí, pero uno igual a vos. ¡Uno igual...! –exclamó y entonces jadeó más y le dije
que pronto cortaríamos la comunicación y ella dijo que también cortaría al mismo
tiempo, y estoy casi seguro de que también esa primera vez cortamos juntos, al
mismo tiempo.
Desde entonces no volvimos a vernos; nunca la vi, y creo que ella a mí nunca
me vio. El martes, cuando la llamé desde la oficina, dijo que no quería verme.
"Nunca más", dijo. "Hablame". Entonces ese mediodía fui a mi piecita y desde ahí la
llamé.
Y seguimos llamándonos muchas veces. Siempre juntos, al mismo tiempo,
hablábamos. Adivinaba ella cada vez, decía "sí" al tocar, como suspirando y yo
también sentía que sus palabras me tocaban y eso, –ahora puedo reconocerlo–, lo
aprendí de ella, pero solamente me sucedió con ella.
Siempre hablábamos. Siempre llamaba ella, a veces yo. Me sucedía una cuestión
de orgullo: esperar a que llamase. Siempre llamaba ella, y si yo pasaba lejos de la
piecita varios días entonces calculaba que ella había estado tratando de llamarme,
y la llamaba yo. "¿Llamaste?", preguntaba. "¡Sí!", decía ella, "...pero no
contestabas".
¡Cuántas veces tomé el tubo del teléfono y dije: "hola" con el tono de voz que
bien sabía que la tocaba y me sorprendía alguna voz distinta preguntando por mí,
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por "señor Fogwill", como si el que había pronunciado aquel "hola" no hubiera sido
yo!
¿Cuánto duró? Tres meses, cuatro. Para entonces, nuestra charla había
comenzado a volverse famosa. Las amigas... Algunas me llamaban, decían un
nombre falso, y me pedían que hablase, pero no era lo mismo. Sólo con ella –
vuelvo a nombrarla– sólo con Diana, las cosas solían producirse de aquel modo. Y
después todo se derrumbó. Una sola vez que nos falló, dejamos de llamarnos.
Cuestión de orgullo, o miedo de que ya no pudiera tocarla con mi voz. Como ella no
llamaba, tampoco llamé yo. La última vez que hablamos. sintió mi voz y dijo no,
que ahora tampoco, que ya no sería más posible, que nada más valía la pena, y
que ya todo se había terminado.
¿Terminado?
Ahora que todos hablan, ahora que hasta han escrito una novela con nuestro
tema, ahora que todos saben la historia de la famosa charla y ahora que ella
también ha comenzado a ser famosa como la charla, dudo que algo haya
terminado. Creo que algo comienza: pienso que escribo y que ahora todo lo escrito
vuelve a tocarla a ella y entonces vuelve eso a tocarme a mí, como un reflejo, y
siento que es mejor que hayamos dejado primero de vernos, y después de
hablarnos, porque hay nuevas maneras de hacernos eso, contárnoslo, mostrando a
todos la verdad de lo que es nuestro amor, esta nueva manera, el mejor modo de
nuestro amor.
A las amigas, a los novios de ella y de las amigas, y a todos los que escuchen en
cualquier parte sus famosas grabaciones de nuestras charlas, se les formó una idea
equivocada de nuestro amor. Nuestro amor no eran esas voces y ruidos que
escucharon grabado tantas veces. Nuestro amor fue todo lo que hicimos y que
ahora circula entre nosotros, entre todos los que en un mismo instante estaremos
leyendo una vez, otra vez más, (¡más! ¡más!), la historia de la famosa charla, y a
un mismo tiempo, en diferentes sitios y sobre diferentes hojas de papel, una vez
más, muchas veces (más, más) de esa historia famosa de amor sintamos juntos el
final.