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TEXTO:
“La pereza y la cobardía son las causas de que una gran parte de los hombres permanezca,
gustosamente, en minoría de edad a lo largo de la vida, a pesar de que hace ya tiempo la
naturaleza los liberó de dirección ajena; y por eso es tan fácil para otros el erigirse en sus tutores.
¡Es tan cómodo ser menor de edad ! Si tengo un libro que piensa por mí, un director espiritual que
reemplaza mi conciencia moral, un médico que me prescribe la dieta, etc., entonces no necesito
esforzarme. Si puedo pagar, no tengo necesidad de pensar; otros asumirán por mí tan fastidiosa
tarea. Aquellos tutores que tan bondadosamente han tomado sobre sí la tarea de supervisión se
encargan ya de que el paso hacia la mayoría de edad, además de ser difícil, sea considerado
peligroso por la gran mayoría de los hombres”.
Kant, I.; Respuesta a la pregunta: ¿ Qué es la Ilustración?
CUESTIONES:
3ª/ Relaciona el tema del texto con otra posición filosófica y expón, razonadamente, tu visión
personal del tema, valorando su actualidad.
(3 puntos)
RESPUESTAS
El fragmento que comentamos nos da a entender que Kant es un autor en el que culminan
muchos rasgos notables de la Ilustración. Tal fragmento pertenece a un pequeño ensayo que se
publicó en 1784 en una revista berlinesa, la cual había promovido una reflexión entre los
intelectuales alemanes de la época acerca del verdadero sentido y significado del término
“Ilustración”. La respuesta de Kant precisamente fue titulada Respuesta a la pregunta ¿ Qué es la
Ilustración? En esta obra Kant definió a la Ilustración como a “la salida del hombre de la minoría
de edad en la que se encontraba por su propia culpa”.
Todas las obras de Kant pueden resumirse en un propósito que les da unidad: realizar una
crítica radical de la razón humana. La razón es la gran protagonista de la cultura europea del siglo
XVIII, y Kant considera que ha llegado el momento de examinar a fondo sus alcances y límites,
para evitar que se pierda en inútiles discusiones sin sentido. Dos grandes obras tratan de cada uno
de los dos usos posibles de la razón: la Crítica de la Razón Pura ( 1781) se ocupa del uso teórico
de la razón, tal y como se emplea en las ciencias; la Crítica de la Razón Práctica ( 1788) examina
su uso práctico, tal y como se expresa en la experiencia moral. Estos son los dos grandes temas de
los que se ocupa la razón: conocer la naturaleza y dirigir moralmente las acciones humanas.
Desde el punto de vista económico también hay novedades. Si bien la economía sigue
siendo básicamente agraria, se empieza a desarrollar (sobre todo en Inglaterra) la revolución
industrial, que cambiaría radicalmente el modo de producción en el siglo siguiente. La población,
después del estancamiento del siglo XVII, experimenta un considerable crecimiento, hasta el punto
de que también se habla en este sentido de “revolución demográfica”. El mundo europeo se amplía
a finales del siglo con la aparición en escena de los Estados Unidos, cuya Constitución es la
primera de la historia y que en poco tiempo se convertiría en la primera potencia industrial.
Como se ve, el siglo XVIII es un siglo de revoluciones, sobre todo a partir de su segunda
mitad, período que coincide con la vida activa de Kant. Especialmente significativa fue la
Revolución Francesa (1789) que, en un primer momento, expandió desde Francia los deseos de
cambio y, posteriormente, presa de sus propias contradicciones, acabó polarizando a Europa entre
los partidarios de los cambios y los que, aferrados a la tradición, veían en la sangre derramada por
el espíritu revolucionario una prueba más de su carácter cruel e innecesario.
De hecho, suele llamarse a este siglo como el “siglo de las luces” o de “la ilustración”: en
palabras de Kant, se ha llegado a “la mayoría de edad de la razón” y se trata ahora de aplicar un
nuevo programa: “sapere aude!”. Pocas veces la filosofía ha estado tan “de moda”: hasta los
monarcas absolutistas se rodean de filósofos como educadores. Si bien es verdad, por otro lado,
que también hay autores, como Rousseau, que se desmarcan de este clima de optimismo
generalizado.
Desde el punto de vista ideológico, se abre paso el liberalismo, tanto en la economía como
en la política, manteniendo un largo conflicto con las posturas absolutistas y proteccionistas. La
religión sigue presente (el ateísmo es aún una actitud minoritaria) pero se transforma
profundamente, al menos entre los intelectuales de la época. Se propone un modelo de “religión
natural”, desprovista de dogmas y abierta a la tolerancia y al respeto a las opiniones ajenas. Kant,
en este sentido, realiza agudos análisis del hecho religioso y comparte con el resto de los ilustrados
su oposición crítica a la nefasta influencia del modelo de religión tradicional, que fomenta todo
tipo de supersticiones y ancla a los hombres en la minoría de edad. Se asiste, pues, a un proceso
general de “secularización”: el mundo ya no es considerado como un producto misterioso de lo
divino sino como el campo de acción idóneo para la razón humana, que se basta a sí misma para
comprenderlo y transformarlo.
En síntesis, el siglo de las luces presenta, como todas las grandes épocas históricas,
profundas contradicciones. Las posiciones dogmáticas y absolutistas no quieren ceder sus
privilegios y se enfrentan a una nueva manera de entender el mundo y la historia. Se originan allí
los grandes problemas ideológicos que van a desarrollarse en los siglos XIX y XX, enriquecidos
con nuevos acontecimientos históricos.
Finalmente, cabe destacar asimismo la revisión que, con respecto al sujeto del
conocimiento, realiza Kant frente al papel que se le había otorgado en el modelo racionalista. En
efecto, piensa Kant que el sujeto es el que, activamente, ordena el material que nos suministra la
experiencia sensible y que todo principio de síntesis proviene de su propio modo de conocer, pero
no hasta el extremo de que esa labor se confunda con una concepción innatista, es decir, la
realidad empírica no se deduce de nuestro yo, sino que es entendida y comprendida desde nuestras
estructuras de conocimiento. Así, el “yo puro” del racionalismo da paso al “yo trascendental”, las
cosas se amoldan a nosotros, pero las cosas existen, tienen una entidad independiente del sujeto
que las conoce de un único modo posible: el suyo propio.
Minoría de edad: en el texto, Kant entiende por “minoría de edad” la situación en que se
encuentran muchos hombres por no emplear su propia razón y, por ello, necesitan siempre a
tutores que les digan lo que tienen que pensar y hacer. Esto es, viven en una situación de
dependencia constante, que se caracteriza por el miedo a emplear la propia razón, tanto en el
terreno teórico como en el práctico. Esta expresión también hace alusión a la comodidad en la que
la mayoría de los hombres parece haberse instalado, lo cual implica aceptar que otros (erigidos en
sus tutores o directores espirituales) dirijan sus vidas. Evidentemente, la expresión “minoría de
edad”, según la concibe Kant, implica una especie de “infantilismo mental”, es decir, un escaso o
perezoso uso de una facultad que de hecho se posee: la razón.
Sin embargo, un “menor de edad” es semejante a un animal domesticado, que sigue siempre un
camino determinado, sin aventurarse por sí mismo a seguir o explorar otro. Advertimos en el uso
que hace Kant de esta expresión un evidente componente de crítica social, dirigida contra aquellas
instituciones del Antiguo Régimen, propiciadoras de esa pereza y cobardía ante la posibilidad de
usar la propia razón, y ante las cuales se enfrentaba el pensamiento ilustrado con gran fuerza
crítica.
El esfuerzo que hace Kant por fundamentar un uso adecuado de la razón práctica le lleva a
convertir a la conciencia moral en el único juez de los propios actos; algo que sólo se puede
conseguir cuando la conciencia moral se encuentre dirigida por el “imperativo categórico”, es
decir, cuando el hombre actúe sola y exclusivamente según los dictados de su propia razón y trate
a los demás hombres también como seres racionales de pleno derecho, merecedores por ello del
mismo respeto y portadores de la misma dignidad humana.
a) la pereza y la cobardía son la causa de que muchos hombres aún se consideren pupilos y de que
otros sean sus tutores. Sin embargo, la naturaleza ha hecho a todos los hombres libres, y no
debería haber ni pupilos ni tutores.
b) existen muchos tipos de tutores que impiden pensar de un modo autónomo: los libros, los
sacerdotes, los médicos, etc. Los tutores domestican, como si de animales se tratara, a sus
pupilos y les impiden pensar por sí mismos.
Tal emancipación supone un proceso de liberación de toda guía externa o ajena al uso
propio y crítico de la razón. Suele ser un proceso peligroso pues supone pasar de la comodidad a la
iniciativa independiente, de la seguridad de la esclavitud a la inseguridad de la libertad. Pero esta
liberación es el camino necesario que se ha de recorrer para poder usar de modo autónomo la
propia razón y actuar basándose en las propias convicciones y en la “luz” de la razón, que los
ilustrados – y Kant con ellos – creían casi omnipotente.
Así pues, todo proceso de emancipación no puede realizarse sin una elevada dosis de
riesgo. Riesgo para los pupilos y riesgo para los tutores. Para los primeros, pues el comenzar a
pensar por sí mismo cuando se estaba acostumbrado a manejarse con ideas y sugerencias de otros,
puede llevar a situaciones nuevas y confusas y, por ello, puede llevar también a graves
equivocaciones. Para los segundos, pues ven reducido su poder de influencia una vez que sus
antiguos pupilos ya no necesiten sus consejos y su autoridad, toda vez que ya son capaces de
pensar y actuar de modo autónomo.
Para Kant, las ventajas del uso autónomo de la razón son mayores que todos los peligros
que puedan suponer en un principio. De ahí que Kant no dudara en afirmar que el lema de la
Ilustración debía ser el de “atrévete a pensar por ti mismo” (“sapere aude!”). Esta es la única
manera de actuar de acuerdo con nuestra naturaleza, que a todos nos ha hecho racionales y libres.
Y es también el único modo de que existan verdaderos ciudadanos responsables y emancipados,
que es una de las obsesiones de toda la filosofía de Kant, presente en esa labor de profunda
autocrítica que realiza a la propia razón, tanto en su uso teórico como en el práctico.
Así, considerando que toda acción humana se da en un contexto social, Kant recalca que
cualquier actuación social que empeore nuestra situación de igualdad y libertad respecto a los
demás, sería una acción contraria al fin último que todo ser humano debe perseguir: ser
responsable de su propia vida, tanto de sus éxitos como de sus posibles fracasos. Por eso la acción
social, si ha de cumplir con tal exigencia, debe garantizar nuestra independencia civil, los medios
para ser libres e iguales, para ser dueños de nuestro proyecto de vida.
De esta manera, Kant asumió las consignas de la Revolución Francesa, pero las
transformó un poco. Asumió que la libertad y la igualdad de los hombres, para que cada uno
pudiera vivir dignamente a su manera, eran exigencias internas de la razón, del imperativo
categórico, de la Ilustración. Pero no reconoció la consigna de la fraternidad como una exigencia
semejante a las otras dos. Creía que el orden social podía garantizarse sin necesidad de apelar a
este sentimiento. Para él resultaba más seguro apelar al respeto que nos merece todo ciudadano
que lucha por su independencia vital. Ese respeto no era un sentimiento de compasión, como para
Rousseau. Kant no se engañaba, pues sabía que con mucha frecuencia el sentimiento que tenemos
hacia los demás es el de recelo, sospecha e incluso, a veces, de hostilidad; actitud que él denominó
la “insociable sociabilidad” del ser humano.
Pero, a pesar de todo, Kant creía que, cuando teníamos delante un hombre que lucha
sobriamente por su libertad, por su igualdad y por su independencia vital, por no estar sometido a
nadie, surgía en nosotros un sentimiento de respeto, de reconocimiento. Así que, en lugar de la
fraternidad, reclamó el valor de la independencia civil, de la que se deriva un respeto recíproco
entre los hombres.
Pero Kant cambió el sentido de la Revolución Francesa en otro punto. Pues la lucha por la
igualdad, la libertad y la independencia civil era, ante todo, una lucha social. No se conseguía
meramente mediante una Constitución en cuyas páginas se dijese que todos los hombres son
libres, iguales e independientes. Estas cosas no se consiguen porque una declaración solemne las
establezca. Al revés, resulta fácil pensar que una Constitución es un símbolo que, en el fondo,
quiere decir que todo ciudadano cree que puede lograr su proyecto de vida pacíficamente bajo esa
ley común. En este sentido, una Constitución no describe la realidad social. Aunque ella diga que
todos los hombres son libres e iguales, con eso no basta. Kant incluso era contrario a que a la
igualdad, a la libertad y a la independencia civil se les llamara “derechos naturales”, porque
parecía que, como derechos, alguien debía dárselos a los hombres.
hagan realidad es nuestro deber, es, como ya hemos mencionado antes, una autoexigencia que se
deriva de nuestra condición racional.
Ahora bien, esa lucha social era muy difícil de conseguir en su tiempo porque los hombres
a veces heredaban la condición social de sus padres: si sus padres eran siervos, los hijos casi
siempre lo eran también. Casi todos los hombres carecían entonces de libertad para elegir trabajo,
no tenían medios para educarse y enfrente, sobre todo en muchas zonas de Alemania, se alzaban
los señores feudales, que humillaban a quienes se acercaban a ellos. Así que, efectivamente, Kant
veía bien una revolución política que, impulsada por todo el pueblo, retirara todos los obstáculos
jurídicos externos, consiguiera la libertad social y la igualdad política necesaria para que cada uno
entrara en una acción social según su trabajo y su formación.
Pero los hombres no deberían esperar que esa revolución política les permitiera, a su vez,
reglamentar desde el poder político toda la acción y vida social. Eso sería tanto quitarles con una
mano lo que les daban con la otra. La acción política era un mero instrumento: debía poner en
manos de cada nueva generación los medios para que ningún talento se desaprovechara, para que
ninguno se perdiera, para que todos obtuvieran el trabajo digno correspondiente a su capacidad y
así ganaran el respeto de sus conciudadanos. Pero era responsabilidad de cada uno usar esos
medios que la sociedad y el Estado ponían en sus manos. Sin ese coraje de cada uno, los medios
que el Estado pusiera a disposición de los ciudadanos se quedarían estériles, sin uso. Todo poder
político que fuera más allá, sometería a los hombres a un paternalismo incompatible con la libertad
y la dignidad humanas.
Hemos visto que Kant, en el texto, se muestra como un entusiasta partidario de sacar a los
hombres de la “minoría de edad” a través, entre otros posibles medios o instrumentos, de la
educación. El optimismo ilustrado de Kant, aunque no es ingenuo, sí que refleja esa confianza
generalizada de su época en el progreso que debía emprender la Humanidad hacia formas de vida
más racionales y libres.
Sin embargo, no apreciamos tal confianza en un autor como Rousseau, al cual Kant tuvo
muy en cuenta en otros aspectos de su filosofía. Rousseau pertenece de lleno a la época ilustrada,
sin embargo la relación que guarda con los autores y las ideas de la Ilustración es bastante
contradictoria y conflictiva, hasta el punto de que muchos lo consideran más un precursor de los
ideales revolucionarios o un adelantado de la actitud romántica del siglo XIX.
Así, en una época como la suya, en la que autores como Diderot ensalzaban el papel
positivo de la ciencia y de la filosofía como motores del progreso humano, cuando Rousseau
analiza el efecto real de los sistemas científicos vigentes, no puede sino concluir que tenían más
bien efectos negativos que positivos sobre la sociedad. Éste es el origen de su pesimismo, tal y
como ya reflejó en el Discurso sobre las artes y las letras. La tesis básica que mantiene Rousseau
en esta obra es que la vida entregada a las artes y las ciencias no es sino la falsa libertad que los
poderosos conceden a los hombres para que éstos no sientan lo que realmente son: esclavos de un
orden político despótico. “Las flores de la ciencia cubren las cadenas de los hombres hasta hacer
de ellos esclavos dichosos”, afirma, poética y rotundamente, Rousseau.
Con esto ya vemos su propuesta alternativa: si los hombres comienzan a despreciar las
artes y las ciencias, pronto empezarán a pensar en su esclavitud política, valorarán las virtudes
democráticas y republicanas de los antiguos griegos y romanos (modelos de organización política
según Rousseau) y comenzarán a destruir la desigualdad humana sobre la que se basan y a fundar
una verdadera igualdad entre los hombres.
De este modo, la inseguridad de una vida polarizada entre los propietarios ricos y los
pobres fue creciendo al compás de sus diferencias. Unos querían defender lo que tenían con la
fuerza, otros querían tomarse lo que necesitaban también con violencia, así que cayeron en una
lucha continua. Es en este conflictivo contexto en el que surge el Estado. Para Rousseau, en lugar
de fundarse sobre la igualdad natural, sobre el derecho natural a la vida y a la libertad, el Estado se
fundó sin eliminar el derecho meramente convencional y arbitrario de la propiedad, que era la raíz
última de la misma guerra y violencia que ahora se quería superar. Los hombres se sometieron a
los poderosos para conservar la vida y sus bienes, entregando a cambio la igualdad y la libertad.
La historia de la Humanidad no había hecho otra cosa sino aumentar la desigualdad. Quien
no pudo aspirar a ocupar el lugar del más poderoso, aspiró a someter al que tenía a su lado. Así,
todos los hombres encontraron en la opresión que ejercían una compensación de la aún mayor que
padecían. Toda la sociedad fue multiplicando sus jerarquías, acumulando poder en un extremo y
esclavitud en otro. Resultaba evidente para Rousseau que todo ese inestable edificio acabaría por
derrumbarse y que las sociedades se entregarían a revoluciones imprevisibles.
En El contrato social, Rousseau explica cómo debe fundarse un Estado que esté
precisamente de acuerdo con el derecho natural. Este procedimiento es el del “contrato social”,
fórmula mediante la cual los hombres, libremente, se asocian y entre todos se dan una ley a la que
se someten, de tal manera que no entreguen ni su libertad ni su igualdad, sino a sí mismos. Esta
nueva manera de concebir la fundación del Estado tuvo efectos revolucionarios sobre los Estados y
las sociedades existentes, en especial sobre los modelos de poder absolutistas y aún casi feudales.
Con estas tesis, Rousseau está dando entrada a una serie de cuestiones muy importantes. De sus
ambigüedades surgirán buena parte de los problemas políticos modernos.
Cuestión especialmente importante, entre otras razones porque fue un problema que
también Kant analizó a fondo, es la siguiente: ¿cómo es posible que me dé libremente una ley y la
obedezca de tal modo que no pierda nada de mi libertad? Si me doy una ley a la que tengo que
obedecer en el futuro, más bien parece que libremente me estoy quitando la libertad. Para salir del
paso, Rousseau distingue dos formas de libertad: la natural, que es la que disfruto antes de entrar
en el contrato social y que no tiene otra regla que mi ambición, capricho o interés, y la libertad
civil, que es la que obtengo del propio Estado fundado por mí a través del contrato social, y que
tiene como regla la ley de ese mismo Estado. Es así cómo se pueden armonizar la libertad
espontánea y la libertad civil, la autonomía en la actuación no debe suponer la dependencia a otra
cosa distinta a aquélla misma que yo decido libremente. Los ecos de esta concepción de la libertad
llegaron con total nitidez al planteamiento de Kant, que, a grandes líneas, suscribió también esta
concepción de la libertad.
Del mismo modo, las grandes ideas ilustradas, las de Humanidad y Razón sobre todo, han
perdido su “mágico prestigio” en un mundo como el nuestro, en el que la irracionalidad y la
insolidaridad se camuflan como auténticos motores de la conducta, aunque no aparezcan en los
discursos oficiales, en nuestro lenguaje cotidiano, plagado, eso sí, de expresiones “políticamente
correctas” como “todos los hombres son iguales” y otras por el estilo.
Pero, por otro lado, al menos la actual referencia ética que supone la existencia de la
Declaración Universal de los Derechos Humanos es una clara herencia ilustrada, como también lo
son nuestros actuales sistemas democráticos, que, siendo imperfectos, constituyen sin embargo un
marco de convivencia más humano que el de otras épocas históricas. Tal vez, la Ilustración sea
más un horizonte al que nos vamos acercando sin llegar a abarcarlo nunca por completo, una
referencia a tener en cuenta, un proceso siempre en construcción, e insatisfecho y autocrítico en su
misma raíz. Tal vez, como ya advirtiera Kant, no es lo mismo una “época de ilustración” que una
“época ilustrada”, y a la nuestra, como a la mayoría de las épocas históricas, le queden aún muchas
tareas pendientes: las guerras, la injusticia, la pervivencia de la explotación, la extensión de la
cultura y la igualdad de oportunidades a todos los hombres, etc.
Finalmente, cabe destacar que la denominada “crisis del proyecto ilustrado” ocupa en la
actualidad a no pocos filósofos o intelectuales de la más diversa índole, lo cuales se mueven entre
la condena según el modelo de Rousseau ( que podríamos expresar gráficamente con el título de la
obra de Goya “El sueño de la razón produce monstruos” ), o entre la defensa de sus valores, y,
¿cómo no hacerlo con una mínima sensatez si aún la Ilustración es una aspiración y la mayoría de
los hombres se perpetúan en una minoría de edad fomentada por videntes, futurólogos y banales
medios de comunicación...?