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Este material que se nos entrega esta semana, es sumamente importante ya que trata de

nuestro libro sagrado: La Biblia. La misma está compuesto del Antiguo Testamento y
del Nuevo Testamento, los cuales fueron escritos por hombres bajo la inspiración e
iluminación de Dios. Los libros que la conforman fueron escogidos a través de la
tradición apostólica, bajo la iluminación del Espíritu Santo.

En el caso del Antiguo Testamento, los apóstoles al llevar el Evangelio al imperio


Grecorromano utilizaron el Canon Alejandrino (largo) que estaba en griego, el cual
consta de 46 libros; en vez de los 39 que conforman el Canon Hebreo (corto), escrito
enteramente en hebreo. Lo que diferencia a ambos es que el largo consta de 7 libros más
que el corto (Tobías, Judith, Baruc, Eclesiástico, I y II de Macabeos y Sabidurías), que
por la tradición judía no se tomaron en cuenta por que no fueron escritos en hebreo y
además sus autores eran personas que estaban fuera de la tierra santa; aunque los judíos
de Alejandría lo aceptaron por tener un concepto más amplio de la inspiración divina.

Por su parte el Nuevo Testamento tiene su origen en la enseñanza oral de los apóstoles y
de los primeros evangelizadores, que luego de un tiempo dejan por escrito al reconocer
la necesidad de dejar asentadas las enseñanzas de Jesús y los rasgos sobresalientes de su
vida, lo que da origen a los Evangelios. Al mismo tiempo, la expansión de la Fe en los
territorios de Oriente trajo la necesidad de que los apóstoles se comunicaran con los
fieles mediante cartas, para alimentarlos espiritualmente, para aclarar dudas y hasta para
corregir conductas y malinterpretaciones, lo cual es el origen de las Epístolas.
Asimismo, circularon entre los primeros cristianos dos obras más de personajes
importantes: “Los Hechos de los Apóstoles” escrita por Lucas y el “Apocalipsis”
proveniente de la escuela de San Juan.

Como consecuencia normal de la rápida y continua expansión de la Fe en el Mundo,


surgieron discrepancias entre el siglo I y II entre los libros que debían ser considerados
dentro del Nuevo Testamento, surgiendo algunos casos extremos en los que se
consideraban sólo unos pocos (corriente herética de Marción) o incluso se sumaban
libros que no existían (corriente herética de Montano); sin embargo, para finales del
siglo II ya había sido resuelto este asunto y se unificó el criterio para las iglesias
existentes en todos los territorios.

Posteriormente, en el siglo III surgieron dudas acerca del Canon del Antiguo
Testamento, manifestados por muchos líderes de la Iglesia, aunque es a partir del año
393 que se realizan diferentes concilios, tanto regionales como ecuménicos, para
precisar la lista de los libros canónicos que se tomarían en cuenta. Estos Concilios
fueron: Hipona (393), Cartago (397 y 419), Florentino (1441) y Trento (1546). En este
último es en el que se define dogmáticamente el canon de los Libros Sagrados.

Algunas de las divisiones de la Iglesia se basaron en las discrepancias sobre este tema
de los libros a considerar en el Canon. Por ejemplo, los protestantes sólo admiten como
sagrados los 39 libros del canon hebreo, que provienen de la negación de los siete
deuterocanónicos, como lo demostraron Carlostadio (1520), Lutero (1534) y Calvino
(1540).

Es importante recalcar que los libros sagrados fueron escritos bajo la inspiración de
Dios con el propósito de permitirnos encontrar la verdad para nuestra salvación, por lo
que no deben ser considerados como si constituyeran un tratado científico o histórico,
sino más bien como la interpretación de la historia a la luz de la Fe, para comunicarnos
la verdad salvífica. La Iglesia Católica como única responsable de la compilación de la
Biblia posee la autoridad de la Interpretación y es a través del Órgano del Magisterio de
la Fe que se mantiene la unidad de la correcta transmisión de la Revelación.

Esta unidad de interpretación no existe en los Protestantes y sectarios, en donde ésta es


individual y personal, por lo que existen tantas creencias como pastores o personas que
la leen de manera privada. Pedro, el apóstol escogido por Jesús para fundar nuestra
Iglesia, ya advertía en sus tiempos sobre los riesgos de una interpretación errónea:
“..Aunque hay en ellas cosas difíciles de entender, que los ignorantes y los débiles
interpretan torcidamente - como también las demás Escrituras - para su propia
perdición. 2Pe 3:16.

Las diferencias de criterio tanto en la interpretación de la Biblia como en las prácticas


dentro de la Iglesia (Sacramentos, Papado, etc.) son mantenidas por los Protestantes y
sectarios; y continúan, por esa misma razón de la interpretación individual, hasta
nuestros tiempos. Es por ello que la Iglesia, como esposa de Cristo, lucha para que sus
fieles se mantengan en la Verdad, no nos abandona. Cada vez que surge una herejía, la
Iglesia viene y confirma lo que se ha creído desde la Iglesia primitiva y es entonces
cuando emite dogmas: Verdades reveladas, confirmadas por la Iglesia.

Hay quienes piensan “Yo creo en la Biblia no en la Iglesia”. A estas personas hay que
recordarles que Jesús mandó a los apóstoles a predicar el Evangelio, no a escribir la
Biblia. Antes de ser escrita, la palabra se predicaba de forma oral y escrita. Pablo fue
uno que predicó mucho de forma escrita y nos dijo: Así pues, hermanos, manteneos
firmes y conservad las tradiciones que habéis aprendido de nosotros, de viva voz o por
carta. 2º Tesalonicenses 2, 15.

También Juan nos dijo al final del Evangelio que hubo más cosas que hizo Jesús que no
fueron escritas: Juan, 21,24. Este es el discípulo que da testimonio de estas cosas y que
las ha escrito, y nosotros sabemos que su testimonio es verdadero. 25. Hay además otras
muchas cosas que hizo Jesús. Si se escribieran una por una, pienso que ni todo el mundo
bastaría para contener los libros que se escribieran.

Jesús da autoridad a sus apóstoles, que es su primera Iglesia, para hablar en su nombre:
Lucas 10,16.«Quien a vosotros os escucha, a mí me escucha; y quien a vosotros os
rechaza, a mí me rechaza; y quien me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado.» Y
Jesús resguarda también a su Iglesia Apostólica, como se lo hace saber a Pablo (Saul de
Tarso): Cayó en tierra y oyó una voz que le decía: «Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues?».
El respondió: «¿Quién eres, Señor?» Y él: «Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Si Jesús
no estaba más en la tierra, ¿entonces a quien perseguía?: a la Iglesia.

Asimismo, Jesús nos dejo a su paráclito para llevarnos a la Verdad siempre: Juan 16,13.
Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa; pues no
hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga, y os anunciará lo que ha de venir. Y
es la Iglesia pilar y fundamento de la Verdad: I Tim 3,15. pero si tardo, para que sepas
cómo hay que portarse en la casa de Dios, que es la Iglesia de Dios vivo, columna y
fundamento de la verdad.
No debe haber dudas para los Católicos que la Biblia es la palabra de Dios, pero eso no
quiere decir que sea TODA la Palabra de Dios, ya que es la Iglesia la que fue dejada por
Jesús como la autoridad, pilar y fundamento de la Verdad. Por ello la Biblia tiene su
validez sólo dentro de la Iglesia.

La importancia de esto puede verse más claramente al observar la cantidad de dudas que
surgen continuamente en los Católicos sobre temas nuevos derivados del progreso de la
ciencia y el modernismo. Dichos temas no son tocados directamente en la Biblia, ya que
Ésta fue escrita en tiempos remotos, donde no se anticipaban muchas de las cosas que
vivimos en el mundo moderno. Sin embargo, a la luz de la palabra de Jesús, la Iglesia
puede y debe continuamente unificar el criterio frente a estos nuevos retos que surgen
en la Sociedad, bajo la inspiración del Espíritu Santo, y así guiarnos en nuestro camino
a la Salvación.

En este sentido, el Catecismo nos dice:


85. "El oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios, oral o escrita, ha sido
encomendado solo al Magisterio vivo de la Iglesia, el cual lo ejercita en nombre de
Jesucristo" (DV 10), es decir, a los obispos en comunión con el sucesor de Pedro, el
obispo de Roma.

86. "El Magisterio no está por encima de la palabra de Dios, sino a su servicio, para
enseñar solamente lo transmitido, pues por mandato divino y con la asistencia del
Espíritu Santo, lo escucha devotamente, lo custodia celosamente, lo explica fielmente; y
de este único depósito de la fe saca todo lo que propone como revelado por Dios para
ser creído" (DV 10).

87. Los fieles, recordando la palabra de Cristo a sus apóstoles: "El que a vosotros
escucha a mí me escucha" (Lc 10, 16; Cf. LG 20), reciben con docilidad las enseñanzas
y directrices que sus pastores les dan de diferentes formas.

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