Mariano Moreno, alarmado por la incertidumbre de nuestro futuro, advirtió en 1810:
«Si los pueblos no se ilustran, si no se dan a conocer sus derechos, si cada hombre no conoce lo que vale, lo que puede y lo que sabe, nuevas ilusiones sucederán a las antiguas y después de vacilar algún tiempo entre mil incertidumbres, será tal vez nuestra suerte, cambiar de tiranos, sin destruir la tiranía». Cuando en agosto de 1813 llegó al Río de la Plata la noticia de la huida de José Bonaparte de Madrid y de que poco después el rey Fernando VII había recuperado su corona, fue, entonces, que hombres como nosotros, gente de trabajo, conocedores del esfuerzo y el sacrificio, decidieron pelear, no solamente por ellos, sino también por el futuro de sus hijos, de sus nietos y de las generaciones venideras. En definitiva, decidieron luchar y batallar por la patria, su patria. Jorge Luis Borges, en su poema conmemorativo del sesquicentenario del 9 de julio de 1816, escrito hace exactamente medio siglo, afirma: «Nadie es la patria. Ni siquiera el jinete que, alto en el alba de una plaza desierta, rige un corcel de bronce por el tiempo, (…).» Ninguna persona, partido, sector o grupo puede arrogarse la representación de ella, ya que la formamos todos los que nos sentimos argentinos. La patria es raigambre que se vive, pero que a la vez se lleva adentro. El mencionado texto de Borges, «Oda escrita en 1966», al comenzar su segunda estrofa expresa: «Nadie es la patria. Ni siquiera el tiempo cargado de batallas, de espadas y de éxodos (…).» Y más adelante manifiesta: «La patria, amigos, es un acto perpetuo como el perpetuo mundo.» Tras referirse a quienes declararon la independencia en circunstancias por demás difíciles para la emancipación americana, añade: «Somos el porvenir de esos varones, la justificación de aquellos muertos; nuestro deber es la gloriosa carga que a nuestra sombra legan esas sombras que debemos salvar. Nadie es la patria, pero todos lo somos.» La negación del sentimiento de patria tiene que ver con el egoísmo individual y social, con la subestimación, con la exagerada valoración vacía e inútil de que lo propio es lo único que vale, con la negación de la historia, con la ignorancia de la tradición. Y Borges, que combinaba en particular simbiosis literaria la universalidad de su cultura, la biblioteca paterna, con el amor por sus raíces, legado de sus heroicos antepasados maternos, al recordar aquella broncínea y laureada gesta, nos dice que debemos « (…) ser dignos del antiguo juramento que prestaron aquellos caballeros de ser lo que ignoraban, argentinos, de ser lo que serían por el hecho de haber jurado en esa vieja casa.» Desde el 9 de julio de 1816 somos una nación libre e independiente del rey Fernando VII, sus sucesores, metrópoli y toda otra dominación extranjera. Es decir que desde hace exactamente doscientos años, hacemos patria todos los días. ¿Y qué es hacer patria? Hacer patria es, nada más ni nada menos, vivir nuestra libertad responsablemente y elegir nuestro camino en la vida, no solo pensando en nosotros mismos, sino también en nuestros semejantes. Nadie nunca se propuso ser la patria, pero, afortunadamente, todos los días, argentinos, todos nosotros lo somos. «Arda en mi pecho y en el vuestro, incesante, ese límpido fuego misterioso.»