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Resumen
En este texto se lleva a cabo un análisis de las emociones con el fin de esclarecer su función
en el terreno de la salud. La mayor parte de las aproximaciones psicológicas a la salud
conciben las emociones como entidades, variables internas o procesos responsables del
estado de salud/enfermedad de los individuos. Sobre estas bases se realizan disertaciones
teóricas, investigaciones e instrumentos de medición. Aquí se parte de que en estos
planteamientos existen premisas derivadas de una doctrina dualista cuyas implicaciones
dificultan entender la manera como el comportamiento influye en el estado de salud. Por
ello, y con base en los trabajos de Ryle (1949), Kantor (1969) y Ribes (1990), en primer
lugar se presenta un análisis conceptual del término emoción; posteriormente se pretende
aclarar el estatus funcional de las emociones en el comportamiento y por último, el papel
que juegan en la salud.
El interés de la Psicología por el campo de la salud viene de tiempo atrás. Son diversos los
enfoques teóricos que han tratado de explicar la participación del comportamiento en el
origen, el desarrollo y la cronicidad de las enfermedades. Así, por ejemplo, en la
aproximación psicoanalítica se postulan las emociones negativas, ciertos tipos de
personalidad y los sentimientos inconscientes como factores importantes que afectan la
salud (Alexander, 1950; Wolf, 1953; Dunbar, 1954; Freud, 1920-1955; Cameron, 1982).
Además de la perspectiva psicoanalítica, en otras aproximaciones se ha planteado que las
emociones son fundamentales para el estado de salud. Los teóricos conductuales consideran
que la conducta observable es la base para analizar la emoción. Bajo el término "conducta
emocional" se incluyen: 1) acciones físicas y verbales de tipo deliberado o voluntario, como
gritar de gozo y abrazar afectuosamente a un amigo; 2) respuestas innatas como llorar o
sobresaltarse por un sonido inesperado; 3) los pensamientos no expresados y 4) los cambios
fisiológicos obvios como el rubor de la vergüenza. Muchos autores reconocen además una
disposición a exhibir la conducta emocional. De este modo, argumentan que la conducta
observable no es la expresión de otro fenómeno, sino que la conducta y la disposición a
comportarse así constituyen la propia emoción (Calhoun y Solomon, 1989).
Una de las premisas fundamentales de los enfoques cognoscitivos es que cada persona
construye su propia realidad, que la interpretación que hace de la realidad le genera algún
tipo de emoción, y que la conducta ocurrirá en consecuencia, es decir, que el significado
determina la respuesta emocional a una situación y ésta, a su vez, a la conducta, como
acciones "observables" (Zumaya, 1993). Dentro de este enfoque, las emociones son
consideradas total o parcialmente como cogniciones o como algo que depende causalmente
de ellas, especialmente de las creencias o interpretaciones que las personas hacen de una
cosa o una situación. Para los seguidores de esta perspectiva no es suficiente un estado de
excitación fisiológica, sino que es necesaria una conciencia e interpretación de la propia
situación. Uno de los rasgos distintivos de esta teoría es que realiza un análisis de la
racionalidad de las emociones. El supuesto básico es que lo racional de una emoción está
vinculado con la creencia de la que proviene. La emoción puede ser irracional para una
situación particular, pero sólo lo es porque se tienen creencias erróneas o injustificadas sobre
la situación (Calhoun y Solomon, 1989).
Se plantea que las creencias positivas producen emociones "positivas", ya que en otro
extremo se ubican las emociones "negativas". Se dice que los efectos de las segundas son
devastadores para el funcionamiento orgánico, o que la ausencia de una emoción positiva
deteriora el resultado de un tratamiento médico. Las emociones positivas están asociadas
con cierta inmunidad a la enfermedad física y con las recuperaciones rápidas y sin
complicaciones. En el lado opuesto existe un efecto de las emociones negativas sobre la
aparición y desenlace de una enfermedad. (Coleman, Butchuer y Carson, 1988). Por
ejemplo, Beck (1967) afirma que las cogniciones negativas se desarrollan como resultado de
un procesamiento distorsionado de la información. Desde su punto de vista, la organización
cognoscitiva está compuesta de estructuras y procesos y considera que, como resultado de
estados emocionales tales como la depresión o la ansiedad, algunos de estos sistemas
llegan a hiperactivarse y sobrepasan las concepciones realistas.
Actualmente se cree que la clave para resolver muchos de los problemas de salud reside en
la comprensión de las disfunciones cognoscitivas, el procesamiento cognoscitivo y la
dificultad para expresar emociones. Es reciente el interés por conceptos como el de ira-
interna (Spielberger, 1994), o el más amplio de alexitimia o dificultad para procesar,
reconocer y expresar emociones. Este planteamiento ha generado un gran número de
investigaciones para relacionar causalmente diversas emociones con la presentación de
enfermedades. Como ejemplo de ello se han examinado pacientes con cáncer comparándolos
con individuos sanos en términos de procesos emocionales perturbados, revelaciones
emocionales, expresiones emocionales, asertividad, depresión y distrés (Servaes,
Vingerhoets, Vreugdenhil, Keuning, y Broekhuijse, 1999). También se ha estudiado la
cronicidad de la excitación emocional negativa (agravación, irritación, furia e impaciencia)
como una variable mediadora de la relación entre factores psicosociales (cogniciones,
ambientes y conductas) y enfermedad cardíaca isquémica, encontrando una relación entre
las emociones negativas y la enfermedad cardiaca (Ketterer, Lovallo, y Lumley, 1993).
Igualmente, se ha evaluado el papel de la depresión como predictor de distintas
consecuencias de la diabetes (Hampson, Glasgow y Stricker, 2002).
Por su parte, los modelos cognoscitivos hacen también diversos señalamientos. De acuerdo
con Ellis (1980) y Mahoney (1983), la ansiedad se compone de respuestas cognoscitivas en
la forma de creencias y "pensamientos negativos", relacionados con temor o expectativas de
fracaso y amenaza que, a su vez, provocan respuestas emocionales. En esta aproximación
las emociones se entienden como procesos complejos y se plantean controversias respecto a
ponderar sentimientos o cogniciones. Se ha dicho que existe una relación entre sentimientos
(considerados como "concientización subjetiva"), cambios corporales (concebidos como una
dimensión fisiológica), manifestaciones conductuales externas (entendidas como dimensión
expresiva/motora) y cogniciones, y se asume que cada una de las dimensiones
relacionadas alude a los distintos momentos, pasos o variables del proceso emocional.
Así, por ejemplo, Schachter (1964) plantea que los cambios fisiológicos por sí solos no son
suficientes para iniciar la experiencia de una emoción, sino que estos deben ser explicados e
interpretados, y cuando ello ocurre el sujeto experimenta una emoción particular. Este autor
explica la emoción con una secuencia causal que incluye: estímulo, cambios corporales,
percepción de los cambios corporales, interpretación de los cambios corporales y emoción.
Señala, además, que es necesario evaluar previamente la situación en que el sujeto
experimenta la emoción, por lo que el primer paso en la secuencia emocional es la valoración
cognoscitiva de la situación (Lazarus, 1994).
La actividad cognoscitiva se asume como una precondición necesaria para la emoción, pues
para experimentar una emoción se debe saber que el bienestar está implicado en una
transacción hacia una condición mejor o a peor. La evaluación-valoración no sólo se refiere a
los cambios fisiológicos que están ocurriendo, sino que incluye un análisis de dichos cambios
considerando los estímulos o situaciones que desencadenaron el proceso emocional. Esta
valoración cognoscitiva consiste en el análisis de las demandas y los recursos para
determinar las posibilidades de responder satisfactoriamente, evitando daños. Se afirma que
cuando las demandas se valoran como elevadas o excesivas para los propios recursos
disponibles, se produce la reacción de estrés.
Emociones y sentimientos
Este comportamiento afectivo puede referirse como tensión, baja de actividad, depresión,
bienestar, malestar, sorpresa, alegría, lástima, simpatía, ansiedad, culpa, arrepentimiento o
aprehensión, aunque su descripción exacta se ve rebasada por las limitaciones del lenguaje
ordinario. En la medida en que opera un conjunto de sistemas somáticos, difícilmente se
cuenta con términos que describan con exactitud cada sentimiento. A ello hay que agregar la
creencia de que existen sentimientos que son necesariamente opuestos: bienestar/malestar,
tristeza/alegría, angustia/calma, lo que no siempre se ajusta a su posible descripción.
Los sentimientos son comportamientos que, a su vez, forman parte de otros, de hecho, casi
todo comportamiento humano los incluye. En ocasiones constituyen la única forma de
responder a situaciones simples, aunque, por lo general, son componentes afectivos de otras
conductas efectivas. Esto tiene que ver con que son fácilmente condicionables y una vez que
se incorporan al repertorio de una persona, adquieren cierta autonomía con respecto a los
estímulos originales (Kantor, 1969). Por esta razón, y por otras de tipo cultural, las distintas
aproximaciones psicológicas enfatizan su importancia, aunque desde premisas erróneas.
Kantor (1969) plantea que los sentimientos y las emociones son fenómenos distintos.
Como puede deducirse del planteamiento inicial, ni los sentimientos ni las emociones pueden
estudiarse sin considerar en cada caso las circunstancias ambientales específicas a las que
un individuo responde. Las diversas aproximaciones psicológicas han reducido las
interacciones individuo-ambiente a procesos mentales o respuestas somáticas. Cuando
toman en cuenta el ambiente, lo hacen marginalmente, asumiendo funciones generales para
ciertos estímulos, por ejemplo, los llamados estresores ambientales. Su interés se centra en
lo que consideran índices o expresiones de la emoción, por lo que se invierte tiempo y
esfuerzo en su evaluación y medición, y se opta por la medición de cambios fisiológicos o el
uso de instrumentos de auto-reporte. El empleo de estas herramientas, así como del
lenguaje ordinario fuera de contexto, no permite distinguir, en términos funcionales, las
emociones de otros fenómenos; tampoco se da cuenta de reacciones idiosincrásicas a
condiciones específicas de estimulación.
Esta forma de proceder lleva, entre otras cosas, a clasificar las "emociones". Kantor (1969)
señala que "estrictamente hablando, solo puede haber una clase de conducta emocional,
esto es, las emociones constituyen una clase o tipo de acción" (p. 14). Dadas las diferentes
condiciones de estimulación en las que ocurren y sus diversos contextos, su clasificación
general en positivas y negativas dista mucho de acercarnos a la comprensión del fenómeno.
También afirma que "este tipo de conducta ocurre solamente bajo condiciones externas
definidas y, por tanto, solamente puede describirse en términos de tales condiciones. Los
movimientos y cambios específicos del individuo son efectos directos de circunstancias
externas y no expresiones de entidades innatas y continuas" (p. 22).
Si las emociones se caracterizan por una fase en la que el individuo no puede pensar o
actuar porque las acciones que la situación requiere se bloquean, no se puede dar cuenta de
una emoción específica sin considerar las características precisas de la situación. Las
condiciones de estimulación emocional implican demandas, peligros o estímulos
abrumadores que deben describirse para dar cuenta del segmento emocional; sin embargo,
se omite su descripción o se lleva a cabo de manera marginal. Un caso ilustrativo es el
relacionado con lo que se denomina estrés.
Al describir emociones hay que considerar que las situaciones son relevantes en sí mismas.
En una situación emocional las personas se paralizan, reportan estados de shock y confusión.
Por esta razón, lo pertinente es describir el segmento emocional considerando el total de
elementos participantes en la interacción. Además de los elementos de estimulación y el
contexto, Kantor (1969) ha planteado algunos factores a considerar como el repertorio de
comportamiento del individuo, su velocidad de reacción, su condición fisiológica general, su
familiaridad con los objetos de estimulación y la presencia de personas específicas.
Los sentimientos se van estableciendo en relación con ciertos estímulos. Las diferentes
culturas, como medios de relación entre personas, influyen en su adquisición, aunque es la
historia individual la que da cuenta del comportamiento afectivo personal. Hay una gran
cantidad de estímulos relacionados con sentimientos. Entre ellos se encuentran cualidades
de objetos y personas, eventos relacionados con estímulos físicos (como la pérdida de un
objeto valioso), condiciones que interfieren con comportamientos específicos o deseos,
cambios en nuestra propia condición biológica, nuestras propias acciones o las de otras
personas (Kantor, 1969). Cada persona responde afectivamente y con correspondencia
funcional a cierto tipo de estímulos y no a otros, de manera más intensa a algunos que a
otros, con más frecuencia en cierto tipo de situaciones que en otras. Algunas reaccionan
afectivamente de cierta manera a cualidades de personas, otros a estimulación visual u
olfativa, otros más a situaciones complejas, como las políticas, por ejemplo. En cada caso,
el comportamiento es diferente, no solamente entre individuos, sino en el mismo individuo,
dependiendo de las condiciones de estimulación. No existe 'la' ansiedad o 'la' depresión en sí.
Postular su existencia es ignorar los estímulos a los que un individuo responde y abordar el
comportamiento con criterios morfológicos.
Los segmentos emocionales también pueden presentarse como reacción a estímulos que no
están presentes en forma concreta en una situación. Así como hay patrones de respuesta
emocional a elementos naturales que están presentes de forma concreta en una situación,
los hay, más sutiles, cuando una persona responde en una situación como si estuviera en
otra, es decir, cuando reacciona a elementos de estimulación que pertenecen a otra
situación. Esto puede darse de dos maneras. Una de ellas es cuando la fase perceptual del
segmento propiamente emocional opera de manera desvinculada de las condiciones
presentes y objetivas de una situación; esta fase puede consistir en una simple apreciación
de amenaza que interfiere con la acción pertinente e incluye reacciones somáticas que
históricamente han estado vinculadas a un peligro real. Hay que aclarar que esto no tiene
que ver con operaciones mentales, pensamientos específicos, o creencias, como tampoco
con un acto de valoración o interpretación cognoscitiva, sino que se trata de reacciones de
sistemas más simples de percepción.
La otra manera es cuando el segmento pre-emocional está constituido por respuestas que
tampoco dependen de condiciones concretas presentes objetivamente en una situación, esto
es, por ejemplo, cuando un individuo está leyendo, escuchando algún tipo de información o
diciéndose ciertas cosas y responde emocionalmente a su propia actividad como si se
encontrara ante alguna situación de peligro. En este caso su actividad previa a la emoción
sustituye algún estímulo con el que se ha tenido alguna experiencia previa; sin embargo,
esto no implica un proceso oculto; el individuo responde en ausencia del estímulo original,
como si estuviera ante él. Las reacciones emocionales a segmentos pre-emocionales son más
sutiles aún que aquellas relacionadas con la actividad perceptual y en cualquiera de estos
dos casos, la actividad orgánica es menor que en las reacciones emocionales simples, esto
es, aquellas vinculadas de forma directa a condiciones de estimulación presentes. Los
diferentes tipos de emoción afectan también los segmentos post-emocionales. Cuando las
emociones son primarias, las actividades que siguen al "bloqueo" están muy relacionadas
con acciones que incluyen respuestas musculoesqueléticas, como brincar, correr, golpear,
mientras que en las emociones sociales secundarias la transición del período de bloqueo o
confusión a la acción es más gradual y menos distintiva de sus segmentos anteriores y
posteriores (Kantor, 1969).
Los sentimientos también pueden tener distintos grados de complejidad. Kantor (1969)
explica que hay segmentos afectivos simples y complejos. Los primeros se refieren a un tipo
de comportamiento en donde la situación es comparativamente simple y la respuesta
consiste en un cambio o reacción que afecta al propio individuo, constituyendo ésta la
reacción final, como sentir bienestar al contemplar un cielo azul. Los segundos se
caracterizan por la presencia de uno o más sistemas reactivos sustitutivos, además de la
reacción afectiva final.
Como en el caso de los patrones emocionales, los sentimientos pueden ser respuestas
relacionadas con elementos de una situación aquí y ahora, o bien pueden operar sin la
presencia del objeto de estímulo original. Un individuo puede responder afectivamente a
estímulos sustitutivos: sentirse regocijado con una película, triste con una carta, apenado
por algo que le sucedió a alguien, enojado al escuchar las noticias, nostálgico al ver
fotografías antiguas, o deprimido al recordar algún evento pasado. En este tipo de
situaciones el individuo responde como si participara en la historia de la película, la carta o la
que reportan en las noticias y puede reaccionar mediante distintos sistemas reactivos. La
complejidad de sus reacciones depende de su historia y de las situaciones a las que
responde. En algunas ocasiones sus reacciones pueden estar condicionadas, a su vez, por
respuestas analíticas y discriminativas complejas, como el caso de algunos sentimientos
generados por obras de arte. Entre los sistemas reactivos afectivos simples, Kantor (op. cit.)
ilustra reacciones de expresión, de depresión, sentimientos de bienestar o de inquietud ante
estímulos concretos o la retirada de éstos. En los complejos cita, como ejemplos, a algunos
sentimientos generados por situaciones estéticas, políticas, religiosas, sociales, sexuales,
morales e intelectuales.
Como en el caso de las emociones, el hecho de que los sentimientos puedan darse de
manera sustitutiva, desligados de los estímulos originales, ha llevado a explicaciones
mentalistas; sin embargo, no hay necesidad de invocar procesos ocultos para explicar la
complejidad de ciertas formas de comportamiento.
Dualismo
Los enfoques cognoscitivos predominantes en este campo ilustran esta forma de abordar lo
psicológico. En ellos se afirma que la conducta de una persona está gobernada por sus
propias predicciones y que los individuos no actúan en relación con los acontecimientos, sino
a su pensar acerca de ellos (Zumaya, 1993). Parten de que existe un mundo inaccesible a
los demás y como señala Ribes (2001), inaccesible para el propio sujeto, quien tiene
estructuras, procesos o pensamientos automáticos, de los cuales no es consciente. En estos
enfoques se plantea que el hombre construye su propia realidad y responde a sus
representaciones, lo cual ejemplifica la metáfora paraóptica que empleó en principio
Descartes y que se puede sintetizar en el concepto de 'representación'.
Ryle (1949) explica que las palabras disposicionales no refieren episodios sino, en términos
generales, tendencias. "Cuando decimos que una vaca es rumiante, o que un hombre es
fumador de cigarros, no decimos que la vaca está rumiando ahora, o que el hombre está
ahora fumando un cigarro. Ser rumiante es tender a rumiar de tanto en tanto y ser fumador
de cigarros es tener el hábito de fumar cigarros" (p. 104). Por supuesto, el uso de categorías
disposicionales es posible, en la medida en que ocurren o han ocurrido episodios que nos
permiten describir estas tendencias. Los términos disposicionales, aunque aglutinan eventos
u ocurrencias, no refieren, en sí mismos, acontecimientos.
Ryle (Op. cit.) señala que hay dos tipos de explicaciones: aquellas que tienen un sentido
causal y las que se describen con enunciados disposicionales. Los enunciados disposicionales
describen que una cosa, un animal o una persona dada posee cierta capacidad, tendencia o
inclinación, o está sujeta a cierta propensión. "...son autorizaciones de inferencias que nos
autorizan a predecir, explicar y modificar tales acciones, reacciones y estados" (p. 110).
Las categorías disposicionales permiten describir una buena parte de la conducta de las
personas. Las capacidades, los hábitos, los motivos, los gustos o los estados de ánimo
pertenecen a este tipo de categorías. Al hablar de tendencias, inclinaciones y propensiones,
aunque no se hace referencia a hechos, procesos o acontecimientos, sí se habla de factores
que constituyen indudablemente una porción significativa del dominio empírico de la
psicología.
Ryle (Op. cit.) aclara que los términos que se emplean para hablar de la emotividad
corresponden a categorías disposicionales. En este sentido, con gran frecuencia, el papel que
juegan las emociones en la explicación del comportamiento sería una de tipo disposicional.
Ribes (1990) afirma que los factores disposicionales modulan la probabilidad de un
comportamiento, es decir, hacen más o menos probable alguna interacción, ya sea
facilitándola o interfiriendo con ella.
Se ha venido explicando que los sentimientos son comportamiento afectivo y, como tal, un
conjunto de reacciones u ocurrencias. Igualmente, se ha dicho que las emociones son
patrones de respuesta caracterizadas por un segmento de bloqueo o confusión, y que el
segmento emocional completo está compuesto también por reacciones y respuestas, es
decir, ocurrencias; lo que no se ha mencionado es que, tanto las emociones como los
sentimientos pueden adquirir propiedades disposicionales.
Ryle (1949) explica las diferencias entre emociones (conmociones), sentimientos y estados
de ánimo considerando tipos específicos de disposiciones: tendencias, inclinaciones,
propensiones o estados. En términos generales, señala que los estados de ánimo y las
emociones se refieren a propensiones, mientras que emociones como el llamado estrés, la
ira o el pánico, son también propensiones, aunque requieren, a su vez, de otras
propensiones opuestas, o bien de un impedimento fáctico y se caracterizan por cierto grado
de intensidad. Los sentimientos aluden, en términos generales, al lenguaje de las
sensaciones.
Así, en el lenguaje ordinario, el término depresión se aplica a un estado de ánimo y como tal,
debería ser considerado como una propensión que implica cierta temporalidad y que en
cada individuo puede hacer menos probable la ejecución de ciertas actividades o bien, más
probable la de otras. Las reacciones referidas por este tipo de estados son más difusas y
menos dirigidas a objetos o condiciones de estimulación específicas (Kantor y Smith, 1975) y
generalmente, facilitan acciones como llorar o aislarse; e interfieren con una serie de
interacciones cotidianas que van desde comer hasta relacionarse socialmente.
La ira o el estrés corresponden más con las emociones, o en términos de Ryle (1949), a
conmociones emocionales. Éstas se refieren a una propensión que aumenta la probabilidad
de que existan episodios caracterizados por respuestas intensas de corta duración en donde
el sujeto conmocionado no puede pensar qué debe hacer o incluso qué debe pensar.
Los sentimientos aglutinan una gran cantidad de conceptos que refieren sensaciones y que
pueden convertirse en tendencias a reaccionar e interactuar de manera sistemática en
situaciones específicas. Esta función disposicional es mucho más clara cuando se dice de
alguien que es ansioso, irritable, o sensible.
En este punto debemos responder si las emociones y sentimientos son las principales causas
psicológicas de la enfermedad. Considerando lo dicho hasta el momento la respuesta es
negativa. Las razones de esta afirmación son básicamente dos: a) emociones y sentimientos
son parte de otros complejos de comportamiento y no procesos independientes del mismo,
b) la influencia del comportamiento en la salud se compone de un conjunto de relaciones que
se originan en la historia interactiva de cada individuo y no de componentes parciales.
En el caso de las emociones hay que señalar que no se les puede responsabilizar del estado
de salud biológica porque, por un lado, no se presentan tan frecuentemente como los
sentimientos, que es lo que comúnmente se asume; en segundo lugar, porque aun cuando
constituyen segmentos complejos de comportamiento, las emociones propiamente dichas se
refieren a la fase de bloqueo y, por tanto, no aluden a respuestas; en tercer lugar, esta fase
de bloqueo depende, en gran medida, de qué tan capaz es un individuo para dar una
respuesta efectiva en una situación que presenta estímulos abrumadores; es decir, a mayor
capacidad de un individuo para relacionarse con este tipo de situaciones, menores
posibilidades de que presente emociones, lo cual indica que las emociones tampoco son
independientes de otros factores psicológicos.
Los sentimientos, a los que frecuentemente se les confunde con emociones, no se pueden
considerar como una categoría específica en el proceso psicológico de la salud porque no
son independientes de otros comportamientos, sino la dimensión afectiva de los mismos.
Pueden formar parte de episodios que indican capacidades, de conductas instrumentales de
riesgo y prevención, así como de conductas asociadas a enfermedad. Las emociones, por su
parte, se relacionan tanto con contingencias ambientales muy específicas, como con
competencias y en ningún caso pueden estudiarse al margen de los factores que conforman
el proceso psicológico de la salud. Cabe señalar que si bien algunas reacciones viscerales
sistemáticas están vinculadas a daño orgánico, desde una perspectiva psicológica no pueden
estudiarse al margen de las condiciones ambientales que las originan, así como tampoco de
las experiencias individuales.
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