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EL CID DESENTERRADO.

AVATARES
DE UN MITO NACIONAL EN EL CONTEXTO
DE LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA
(ANTONIO MACHADO Y GREGORIO MARAÑÓN)

Una nación no es una realidad natural o histórica, sino una construcción


o una invención, que tiene sus orígenes en la modernidad. Este principio
ha guiado a historiadores y estudiosos de otras disciplinas de las últimas
décadas en sus investigaciones sobre el nacionalismo. Entre los principa-
les elementos que contribuyen a semejante construcción imaginativa y
discursiva de la nación, se suelen citar, junto con las conmemoraciones,
las banderas y los himnos, la organización de la enseñanza, la historiogra-
fía, la prensa, la literatura y la mitografía 1• En lo que respecta a España,
varios estudios recientes han puesto de relieve el papel de la literatura
española del siglo xx -especialmente la ensayística- en la construcción
de la nación 2 • En su libro La invención de España, Inman Fox sostiene que
la preocupación por la identidad nacional (cf. el tópico del "alma",
"carácter" o "espíritu" español) en España dio lugar a un discurso que

consistió principalmente en la indagación en la historia del país en


busca del genio del pueblo y de lo que constituía lo propiamente
español en la literatura y el arte, indagación que acabó a menudo ... en
la mitificación, y hasta en la invención, de ciertas características3 •

1
Cf. ERIC HoBSBAWM, Nations and nationalism since 1780. Programme, myth,
reality, Cambridge University Press, Cambridge, 1990; el artículo del mismo
autor "Ethnicity and nationalism in Europe today", en GOPAL BALAKRISHNAN
(ed.), Mapping the nation, Verso, London-New York, 1996, pp. 255-266; y el
artículo de ANTHONY D. SMITH, "Nationalism and the historians", en el mismo
libro de Balakrishnan, pp. 17 5-197.
2
Cf. INMAN Fox, La invención de España, Cátedra, Madrid, 1998; CIRIACO
MORÓN, El "alma de España". Cien años de inseguridad, Eds. Nobel, Oviedo, 1996,
y CARLOS MORENO, En torno a Castilla. Ensayos de historia literaria, Gobierno de
Canarias-Fundación de Enseñanza Superior-UNED, Las Palmas, 2001. Ya en la
primera mitad del siglo XX, Ángel del Río y José Benardete ponían de relieve la
importancia de la temática nacional en la literatura española contemporánea en
su antología El concepto contemporáneo de España, que abarcaba la producción
ensayística del primer tercio del siglo.
3
l. Fox, op. cit., p. 201 (cursivas del autor).

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El autor destaca cuatro de estas características "nacionales", algunas de


las cuales llevan una clara impronta del discurso liberal hegemónico en
la España de la Restauración: el individualismo y la libertad personal; el
sentido de la democracia y de la justicia, y, en consecuencia, la aversión
al absolutismo; la dualidad entre idealismo y realismo, entre lo espiritual
y lo vital; y, por último, el espíritu popular. Como observa Inman Fox,
estos rasgos identitarios se cristalizan en unas figuras procedentes
principalmente de la literatura castellana de la Edad Media y del Siglo
de Oro y convertidas en mitos nacionales, como Don Quijote (y Sancho),
Don Juan, o la Celestina. Un caso algo particular es el mito del Cid,
héroe épico que ya de por sí es la recreación mitificada de un personaje
histórico: Rodrigo Díaz de Vivar, el guerrero castellano desterrado por
el rey Alfonso VI que conquistó Valencia sobre los árabes.
El tono para la interpretación moderna de este héroe fue marcado por
Joaquín Costa en su conferencia "La representación del Cid en la
epopeya española" de 1878. Rompiendo con las lecturas neoclásica y
romántica del Poema de mio Cid -aquélla más bien formalista, ésta
exacerbadamente nacionalista y centrada en las hazañas del héroe 4- ,
Costa manda encerrar en su sepulcro al Cid guerrero para reivindicar la
imagen de un Cid civil, demócrata, respetuoso de la ley, pero indepen-
diente de su rey: el de la jura de Santa Gadea. En las primeras décadas
del siglo XX, destacan sobre todo los escritos de Menéndez Pidal, quien
pone de relieve este mismo espíritu "democrático" y "popular" del héroe,
así como su mesura y su patriotismo, de los que da fe su lealtad al rey;
rasgos que el autor considera característicos de la identidad española.
Hacia el final del primer tercio del siglo XX, se produce un desplazamien-
to del foco de interés de la figura del Cid en cuanto héroe nacional al
poema mismo: Américo Castro y Eduardo Marquina, por ejemplo,
atribuyen el carácter español de la epopeya, no ya a la personalidad de
su protagonista, sino al "realismo poético" del texto 5 • Hablando de la
"aplicación" del Poema, es decir, su influjo sobre la formación y
transformación de mentalidades y modos de comportamiento, Luis
Galván -autor de un panorama de la recepción del Poema del Cid en
España entre la fecha de su primera edición (1779) y 1936-, apunta que
el discurso sobre el Poema y su protagonista ha contribuido sobre todo a
• formar una imagen de España adecuada a un nacionalismo centrado en

4
Lurs GALVÁN, El "Poema del Cid" en España, 1779-1936: Recepción, mediación,
historia de la filología, EUN SA, Pam piona, 2001, pp. 305 ss.
5
!bid., p. 242.

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Castilla y de corte liberal conservador. Particularmente a finales del siglo


XIX y en las primeras décadas del siglo xx, el énfasis en el valor nacional
del Poema contribuía a fomentar la lealtad de los ciudadanos españoles
y alimentar el sentimiento de identidad nacional después de las
revoluciones liberales de finales del siglo XIX 6 •
La investigación de Galván no se extiende más allá de 1936. Sin
embargo, también en los años de la mayor crisis reciente de la nación
española, el Cid seguía apareciendo en el discurso intelectual y social
español. Por lo que concierne a este periodo de la guerra civil y la
primera posguerra, se ha puesto de relieve sobre todo la explotación de
la figura del Cid por la propaganda franquista 7 • El presente trabajo
pretende completar este panorama, centrándose en la representación y
la apropiación del Cid en el discurso de dos autores formados en la
España liberal, quienes en el periodo que nos concierne radicalizaron sus
puntos de vista políticos en direcciones opuestas. Antonio Machado y
Gregario Marañón, apenas cinco años antes de que estallara la contien-
da, militaban juntos en favor de la II República. En un mitin de la
Agrupación al Servicio de la República en febrero de 1931, el poeta avisó
contra el peligro de una revolución descabellada y presentó a los
fundadores de la Agrupación, Ortega, Marañón y Pérez de Ayala, como
"tres hombres del orden, de un orden nuevo" 8 • A partir de 1933,
Marañón se fue distanciando de la República, mientras que Machado,
como es sabido, la defendía con creciente fervor. El estallido de la guerra
civil en el verano de 1936, que repercutió incisivamente en la vida de
estos autores, que abandonarían la capital asediada antes del final del
año -Marañón se exilió en París, mientras que Machado fue evacuado
a Valencia con los demás intelectuales leales a la República- , también
afectó a su obra. No sólo ambos autores se dedican con más frecuencia
al periodismo, con artículos publicados en la prensa catalana (Machado)
o hispanoamericana (Marañón, en menor medida también Machado),
sino que también se advierte un ligero cambio de género en su obra: si
Machado tiende a producir más prosa -especialmente la de Juan de
Mairena-, algunos textos del ensayista Marañón presentan claros rasgos

6
/bid.,pp.27y317.
7
Cf. MARÍA EUGENIA LACARRA, "La utilización del Cid en la ideología
militar franquista'', Ideologies & Literature, 3 ( 1980), 95-127, y PAUL PRESTON, "El
gran manipulador", Especial: 25 años después de Franco, El País Digital, 2000,
www. elpais.es/ especiales/ 2000/ franco/ preston.htm [11/0 7/2004 ].
8
ANTONIO MACHADO, Prosas dispersas (7893-7936), ed. Jordi Doménech,
Páginas de Espuma, Madrid, 2001, p. 669.

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narrativos, una tendencia que deja de observarse posteriormente a 1940.


A nivel temático, destacan asimismo unos temas recurrentes: la paz y la
guerra, el pueblo (Machado), la revolución, el exilio (Marañón), y, en
ambos autores, incrementa el interés por determinadas figuras decisivas
en la historia de España, como la del Cid.
El discurso, esencialmente epidíctico, de Antonio Machado sobre el
Cid 9 está marcado por el afán de recuperar la figura del Campeador del
bando autodenominado "nacional", cuyo director de propaganda, el
general Millán Astray, había lanzado una campaña en que se equiparaba
al caudillo Francisco Franco con el guerrero medievaI1°. Machado no
rehuye las equiparaciones franquistas de la contienda actual con la lucha
del Cid, sino que, desde los primeros meses de la guerra, se esfuerza por
apropiárselas: si los rebeldes comparan la campaña militar de Franco
contra el gobierno "rojo" con la reconquista del territorio peninsular
sobre los moros, Machado, en cambio, expresa su convicción de que "la
sombra de Rodrigo acompaña a nuestros heroicos milicianos y que en el
Juicio de Dios que hoy, como entonces, tiene lugar a orillas del Tajo,
triunfarán otra vez los mejores" 11 • Sin embargo, no son estos episodios
guerreros del Poema los que Machado quiere recordar. Para el poeta,
como para Joaquín Costa, el Cid es sobre todo el hombre de la jura de
Santa Gadea, el vasallo que exige el juramento a su rey. Machado retrata
al Cid como un hombre independiente, "señor de sí mismo" 12 , un
hombre que "gana su propio pan" y se enorgullece de ello 13 • Este énfasis
en la autonomía del guerrero castellano puede leerse como una crítica

9
La obra en prosa de Machado contiene numerosas referencias esporádicas
al Cid. La mayor parte de ellas remiten de algún modo a uno de los siguientes
textos: los apartados VI y VII de "Madrid" (agosto 1936), que corresponden con
los apartados IV y V del discurso "Sobre la defensa y la difusión de la cultura",
pronunciado en el II Congreso Internacional de Escritores Antifascistas en julio
de 193 7; y el segundo apartado de "Mairena póstumo I", de septiembre de 1938
(cf. ANTONIO MACHADO, La guerra. Escritos: 1936-1939, introd. y notas de Julio
Rodríguez Puértolas y Gerardo Pérez Herrero, Ed. Emiliano Escolar, Madrid,
1983, pp. 126-127 y 269-270).
10
Cf. los textos, ya citados, de LACARRA {pp. 107-109) y PRESTON.
11
MACHADO, La guerra, p. 79.
12
Se trata de una alusión a la etimología del apodo "Cid", que deriva de la
voz árabe sayyid, "señor".
13
Cf. "Cuando el Cid, el señor, por obra de una hombría que sus propios
enemigos proclamaban, se apercibe, en el viejo poema, a romper el cerco que los
moros tienen puestos a Valencia, llama a su mujer, doñajimena, y a sus hijas
Elvira y Sol, para que vean «cómo se gana el pan»" (ibid., p. 79).

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implícita a la dependencia del ejército "nacional" de la ayuda militar


alemana e italiana y de las tropas marroquíes, pero también pone de
relieve una característica de la condición social del héroe. Machado
recuerda que el Cid no pertenece a la vieja aristocracia "encanallada",
representada en el Poema por sus yernos, los infantes de Carrión,
"aquellos dos señoritos felones". El poeta corrobora, pues, la lectura
"social" de Menéndez Pidal del Poema del Cid como expresión de una
lucha entre una aristocracia declinante y una democracia naciente, en la
que también juega un papel la cuestión nacional1 4 : al señoritismo cobarde
y traidor, encarnado en el siglo XI por los leoneses, opone la "hombría
castellana" del Cid. En definitiva, si el Cid es, para Machado, un héroe
castellano y, por extensión, español, sólo representa una de las dos
Españas que se enfrentan en las orillas del Tajo: la del pueblo 15 •
A pesar de su creciente interés por la historia española, Gregario
Marañón no dedicó ninguna página al Cid Campeador en los tres años
que duró la contienda. El héroe de las luengas barbas sólo surge en su obra
después de terminada la guerra, en dos textos de carácter menos
abiertamente ideológico que los de Machado. Si el poeta remetía sobre
todo al Cid en breves artículos publicados en la prensa republicana de
izquierdas, a fin de expresar su apoyo a la causa republicana y animar a
sus lectores -milicianos y civiles-, los textos de Marañón pertenecen a
géneros muy distintos: la reseña y el relato. El primer texto que comenta-
remos, titulado "La lección del Cid", es una reseña de la nueva edición
abreviada de La España del Cid de Ramón Menéndez Pidal, aparecida en
La Nación de Buenos Aires en marzo de 1940. Esta reconstrucción
detallada de la vida y la personalidad del Campeador y de la España de
la Reconquista, cuya primera publicación data de 1929, había conocido
un gran éxito y cimentó su reputación de historiador entre un amplio

14
RAMÓN MENÉNDEZ PIDAL, "Introducción", Poema de mio Cid, Espasa-Calpe,
Madrid, 1946, p. 78.
15
La identificación del Cid con el pueblo y con la nación española encuentra
su expresión más firme en un artículo de 1938 sobre el Quinto Regimiento:
"Todo lo demás, empezando por el Campeador, es pueblo, hondamente pueblo y,
por ende el elemento constructor y fecundo de la raza" (MACHADO, La guerra, p.
230, cursivas del autor}. En realidad, no ha cambiado el concepto de España en
el discurso de Machado: el poeta siempre entendió a España "como pueblo, y
como pueblo, a todos los trabajadores, sin otra exclusión que la del señorito y sin
otro condicionamiento que la negación de la élite", así como creía que lo
verdaderamente selecto estaba en el "señorío de si mismo que tantísimos
campesinos y artesanos aciertan a tener" (P. COBOS, El pensamiento de Antonio
Machado en]uan de Mairena, Ínsula, Madrid, 1971, pp. 221-223, cursivas mías).

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público. Durante la contienda, en efecto, las teorías expuestas en este


libro sirvieron de apoyo, tanto a los ideólogos franquistas 16 como a ciertos
autores de izquierdas, entre los que se encuentra Antonio Machado. En
su reseña, Marañón se adhiere enteramente a la iniciativa de Menéndez
Pidal y sus editores argentinos de responder al interés creciente de un
público, no especializado, por el libro -interés sin duda suscitado en
parte por las recientes aplicaciones políticas e ideológicas de La España
del Cid- con una nueva edición abreviada, "despojada del aparato de
notas y documentos" 17 • A este efecto, destaca el carácter asequible y
ameno del texto, presentándolo como una narración o una biografía.
Pero Marañón va más allá y ve en la reedición también un modo de
resaltar "la gran doctrina hispánica" que brota de los libros de Menéndez
Pidal, y que, en su parecer, no ha llegado todavía a cuajar entre los
españoles. Como sugiere una llamativa metáfora guerrera, la nueva
edición de La España del Cid se mostrará "utilísima" en la lucha ideológica
pendiente:

[p]robadas sus justificaciones eruditas en la primera versión, el libro


aparece ahora ágil y enjuto: como el caballero que después de
exhibirse por el campo del torneo, vestido de los arreos lujosos que
certifican su noble categoría, reaparece después, sin más que el
escudo y la lanza, dispuesto a pelear y a vencer (p. 606).

Más que por su valor científico, Marañón aprecia la obra de su amigo 18


por lo que tiene de fundamento de una "posible realidad nacional y
racial": sus reconstrucciones del pasado son "otras tantas lecciones de
presente y de futuro generosos" (p. 606). Esta lectura "utilitaria" de la
obra de Menéndez Pidal corresponde, en parte, a las intenciones del
propio autor, quien nunca escondió que sus libros pretendían ser más

16
Cf. MARÍA EUGENIA LACARRA (art. cit., pp. 107-117) sobre la apropiación
de la obra de Menéndez Pidal por el ejército franquista. El artículo de PETER
LINEHAN, "The court historiographer of Francoism ?: la leyenda oscura of Ramón
Menéndez Pida!", Bulletin of Hispanic Studies, 73 ( 1996 ), 43 7-450, está dedicado a
la polémica acerca de la presunta colaboración del autor de La España del Cid con
el régimen de Franco.
17
GREGORIO MARAÑÓN, Obras completas, Espasa-Calpe, Madrid, 1968, t. 4, p.
606.
18
La amistad entre ambos autores, que data ya del periodo de entreguerras,
se fortaleció en diciembre de 1936, cuando las familias Marañón y Menéndez
Pidal abandonaron juntos el territorio español, y durante su exilio común en
París.

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que unos estudios eruditos sin mayor alcance social y había siempre
concedido un interés especial al "valor nacional" del Poema 19 • Sin
embargo, no deja de llamar la atención el contraste entre la apariencia
"técnica" del prólogo de Menéndez Pidal a la nueva edición de su España
del Cü!° y la reseña de Marañón, que trata no tanto del libro reseñado
como del porvenir de España en la nueva constelación política En 1940,
el médico exiliado en Francia aún no había fijado su propia posición
respecto al régimen franquista. La vacilación entre la fidelidad a su credo
liberal y la adherencia al régimen de los vencedores, que le permitiría
volver a España, es muy perceptible en su discurso sobre el Cid21 •
Algunas de las "lecciones" que Marañón saca de su relectura de La
España del Cid tienen un parecido más bien sospechoso con las lecturas
fascista y nacionalista del Poema y su fijación en la España unitaria de los
Reyes Católicos y del Imperio. En la conducta del Campeador, Marañón
encuentra "las fuentes de la aspiración de España a la unidad estatal e
imperial". También traza el parangón, habitual en el discurso franquista,
entre la época de la reconquista y la actualidad:

... brota de este libro la visión exacta de lo que fueron el cristianismo


y el islamismo en aquellos siglos en que la humanidad se fundía
-como ahora- en una trabajosa, multisecular, serie de reacciones

19
Cf. la introducción citada de MENÉNDEZ PIDAL, pp. 95-97, y el prólogo a
la primera edición de La España del Cid (1929), donde el autor advierte que la
vida del Cid tiene "una especial oportunidad española ahora, época de desaliento
entre nosotros, en que el escepticismo ahoga los sentimientos de solidaridad y
la insolidaridad alimenta al escepticismo" (MENÉNDEZ PIDAL, La España del Cid,
Espasa-Calpe, Madrid, 1947, p. viii).
20
Menéndez Pida! centra su prólogo a la segunda edición de La España del
Cid sobre todo en la cuestión de la concordancia entre poesía e historia que,
según el autor, constituye la singularidad de la epopeya española en el contexto
europeo. Pone de relieve asimismo que las fuentes históricas coinciden con su
propia reconstrucción de la figura del Cid en destacar la fidelidad y la
moderación como rasgos principales del héroe castellano.
21
. Otro texto interesante desde esta perspectiva es "Liberalismo y
comunismo'', un artículo de 1937 en que trasluce el escaso entusiasmo de
Marañón por la ideología nacionalista y fascista, pero cuya visión reductora y
tendenciosa de los bandos implicados en la Guerra Civil -uno, comunista y
"antiespañol", otro "anticomunista" que "no es necesariamente fascista"-
demuestra que el autor habia caído en la trampa de las "dos Españas" y ya no
podía aspirar a la neutralidad (cf. GREGORIO MARAÑÓN, Obras completas, t. 4, pp.
373-386).

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violentas, que parecían anunciar, cada una de ellas, el fin de Europa


y del mundo; y eran sólo crisis de la gestación de un fabuloso futuro 22 •

La sugerencia de que el conflicto reciente sea "sólo" una "crisis de la


gestación de un fabuloso futuro" no sólo implica una relativización,
éticamente muy problemática, de la tragedia de la guerra civil, sino que
también se puede entender como una profesión de fe en el porvenir
nacional-católico de la patria. Sin embargo, el párrafo que acabamos de
citar discrepa en varios puntos del discurso franquista acerca de la
España del Cid. Marañón no establece ningún vínculo entre los bandos
combatientes en el conflicto medieval y los de la guerra civil, ni mucho
menos se identifica con uno de ellos. Quizá aún más significativo es el
abandono de una perspectiva estrictamente nacional: para Marañón,
quien vive diariamente la amenaza de una nueva guerra mundial en su
exilio parisino, el conflicto actual, al igual que el medieval, es múltiple y
transciende de la realidad española (cf. las referencias a "una serie de
reacciones violentas" que parecían anunciar el "fin de Europa y del
mundo"). En efecto, en esta reseña, el discurso en ocasiones casi
mimético de los vencedores alterna con otro, que evoca la vieja
interpretación liberal del héroe épico y llega a predominar hacia el final
del texto. Marañón considera como uno de los principales méritos de
Menéndez Pidal el haber retratado al Cid en sus "rasgos reales", es decir,
"con su penacho de heroísmo casi sobrehumano y su rostro de humani-
dad, hecha de barro como la de los demás hombres" (id.). Valora, más
que la fortaleza del brazo del Campeador, su lealtad civil -que el autor
también designa, en un lenguaje más adaptado al gusto de determinados
lectores peninsulares, como "religión suprema al Estado"-, virtud que
convierte al Cid en héroe representativo de España. Esta lealtad consiste,
según Marañón, en el servicio incondicional a la patria, es decir, en el
cumplir con las obligaciones de ciudadanía por encima de las propias
ambiciones y del propio orgullo, e-in cauda venenum- independientemen-
te de si quien la representa es bueno o malo 23 • La "lección del Cid" está,
pues, clara: al igual que el Cid no necesitaba un "buen señor" para ser
"buen vasallo", frente a la conciencia de que hay una patria a la que
hacer de nuevo, el que "un gobierno nos persig[a] o nos vej[e] en nuestra

22
!bid., p. 607.
23
Esta conclusión coincide en gran medida con la "lección política" que
Menéndez Pida!, según M. EUGENIA LACARRA, quiso ofrecer a los españoles de
1929, pero que en aquella fecha no fue entendida por los intelectuales españoles
(art. cit., pp. 105-107).

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vanidad" no puede ser un motivo para creernos absueltos de nuestras


obligaciones de ciudadanía (p. 609). En el contexto de la posguerra
española, esta observación, cuya crudeza apenas se ve atenuada por el
uso de la primera persona, no se puede leer más que como un llamamien-
to a los españoles, incluidos los vencidos, a la aceptación de la nueva
realidad política, y, por lo tanto, a la convivencia. En definitiva, Marañón
recupera al Cid de los bandos combatientes y lo erige en modelo de una
ciudadanía, supuestamente despolitizada, para todos los españoles.
De la comparación de estos dos textos podemos sacar algunas
conclusiones provisorias:
1) La apropiación del Cid no es exclusiva de la ideología franquista.
Los textos analizados ilustran que los representantes de otros partidos
implicados en el debate ideológico sobre el destino de España también
recurren a la historia nacional y a sus mitos en apoyo de sus propias
posiciones. Algo parecido puede afirmarse, por cierto, acerca de la
apropiación de la labor académica del principal estudioso del héroe
medieval, Ramón Menéndez Pidal.
2) Por más divergentes que sean los retratos del Cid y, sobre todo, las
Españas que representa, hay algunos elementos constantes en las dos
reconstrucciones del mito: ambos autores consideran al Cid como una
figura nacional, un castellano representativo de España; ambos destacan,
además, su valor moral, reflejado en la lealtad a la patria a pesar del
destierro que le fue infligido.
3) A pesar de la radicalización del discurso ideológico en el periodo
concernido, existe cierta continuidad en la interpretación liberal del Cid.
Tanto Machado como Marañón manifiestan su desinterés por las
hazañas del Cid guerrero y ponen de relieve sus cualidades de índole
moral o social (su independencia, su carácter democrático y popular en
el caso de Machado; su lealtad civil y sentido del deber en el de
Marañón).
Estas conclusiones, quizá, no carezcan enteramente de interés, pero
tampoco resultan tan innovadoras. Basta recordar al propio Antonio
Machado, quien observaba no sólo que la retórica guerrera consiste en
ser "la misma para los dos beligerantes, como si ambos comulgasen en
las mismas razones y hubiesen llegado a un previo acuerdo sobre las
mismas verdades" (La guerra, p. 85), sino que también el fin de esta
retórica, por radicalmente distintos que se sientan los hombres que la
emplean, es idéntico, a saber, la exaltación de lo hispánico (pp. 269-270).
En efecto, más interesante que la comparación de estos textos
argumentativos, tan cargados de ideología, es su confrontación con otro

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texto de la mano del mismo Gregario Marañón, en el mismo año 1940,


en el que aparece un Cid -y una España- muy distintos. "Rapsodia de
las esmeraldas" es un relato, género inusual en la obra del autor, que
ofrece una visión alternativa de la historia de España desde la perspectiva
igualmente singular de unas piedras preciosas. La historia de estas
piedras, dos esmeraldas con poderes sobrenaturales, es contada al
narrador, un médico español residente en París, por un compatriota
suyo, aficionado a las piedras preciosas, en un relato enmarcado que
ocupa la mayor parte del texto. Mediante esta mise-en-abyme, la historia de
las esmeraldas, que está estrechamente entretejida con la de España, es
formalmente encuadrada en el contexto del exilio español de 193624 • El
amigo del narrador describe cómo los califas omeyas traen las esmeral-
das, que formaban el broche del ceñidor de la sultana Zobeida, de
Bagdad a su nueva corte cordobesa. El famoso ceñidor circula por los
reinos árabes de la Península hasta que el reconquistador de Valencia,
el Cid Campeador, toma posesión de él. Cuando muere Rodrigo, la joya
es regalada, con las demás riquezas acumuladas, a los reyes de Castilla,
quienes, durante más de tres siglos, se olvidan de su existencia. En el
siglo xv, al enterarse de la traición de su ministro Álvaro de Luna, quien
había robado el ceñidor de los tesoros reales, el rey Juan II manda
deshacer la joya y vender las piedras, cuya pista se pierde. Las esmeraldas
reaparecen entre las alhajas de la futura emperatriz Isabel, la esposa
portuguesa de Carlos V, y permanecen en posesión de los Austria hasta
principios del siglo XVII, cuando el conde-duque de Olivares las entrega
a los herederos del ahorcado político Rodrigo Calderón. Vuelve a
perderse la huella de las piedras durante casi dos siglos. A comienzos del
siglo XIX, la condesa de Montijo las regala a una dama francesa,
"emigrada de la revolución", para contribuir a financiar la Restauración
francesa. Años después, aparecen en posesión de la hija de la condesa, la
infeliz emperatriz Eugenia. Con la muerte de la esposa española de
Napoleón III, las esmeraldas terminan otra vez en España, donde
desaparecen sin dejar rastro.
El lector inadvertido, confrontado con esta historia inaudita, tiende
a interpretarla en clave de ficción. No obstante, el ceñidor de la sultana
existió: varias fuentes historiográficas árabes atestiguan sus peripecias.
Marañón debe de haberse enterado de su existencia en La España del Cid

24
Ya en frase inicial del texto se encuentra una alusión al exilio: "Cada uno
tiene sus manías -me dijo mi amigo una de las tardes inacabables de la
ausencia- y la mía ha sido la historia de las piedras preciosas", GREGORIO
MARAÑÓN, Obras completas, Espasa-Calpe, Madrid, 1973, t. 9, p. 399.

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de Menéndez Pidal, libro que, como sabemos, (re)leyó y reseñó en el


periodo que nos concierne, y en el que se encuentran numerosas
referencias a la joya25 • El propio Menéndez Pidal, impresionado por el
"relámpago de hermosura y de sangre con que siempre aparece en la
Historia esta fascinadora cinta", indagó sus "trágicas peripecias" 26 desde
el siglo VIII hasta el mediados del siglo XV, cuando, según una crónica,
el ceñidor se encontró, junto con las espadas del Cid, entre las riquezas
ocultadas por el condestable D. Álvaro de Luna. Por lo que concierne a
aquellos siete siglos, Marañón tiende a atenerse a la relación de los
hechos por Menéndez Pidal; la continuación de la historia, en cambio,
es enteramente ficticia
A primera vista, el fondo histórico sobre el que se proyecta la historia
de las esmeraldas, no difiere mucho de la historia oficial: es una
recopilación de episodios y personajes conocidos, más o menos notables,
de la historia nacional tradicional. Y, en efecto, Marañón no reescribe los
hechos históricos. Si la historia narrada en "Rapsodia de las esmeraldas",
no obstante, diverge significativamente de la historia oficial, esto se debe
principalmente al carácter selectivo de la historia representada, por una
parte, y a la invalidación de las relaciones que la historiografía tradicio-
nal establece entre los hechos históricos, por otra.
La historia de las esmeraldas es una historia fragmentaria, "rapsódi-
ca" y, pues, selectiva: determinados periodos de la historia nacional -y
no los más insignificantes- no son comentados, porque las piedras en ese

25
Un primer apartado dedicado el tema (La España del Cid, pp. 433-434),
resume la historia del ceñidor, consignada en lás crónicas árabes, y narra, en un
estilo más bien novelesco, la huida del rey toledano Alcádir, disfrazado de mujer
y con el ceñidor puesto debajo de su túnica, su asesinato por encargo del cadí
Ben Y ehhaf, el robo de la joya y el entierro del cuerpo descabezado del rey por
un mercader caritativo. Más adelante, se describen el juramento exigido por el
Cid, protector de Alcádir, al cadí (p. 487), la revelación del perjuro de éste, su
confesión después de ser torturado, su ejecución y la confiscación de sus bienes
(pp. 511-517). También se dedica un párrafo a las aventuras subsiguientes del
sartal de Zobeida (pp. 566-567).
26
El paralelo entre Menéndez Pida! y el "amigo" narrador del relato
enmarcado es obvio. Es probable que fuera el propio Menéndez Pida! quien
llamó la atención de su amigo sobre la historia del ceñidor e incluso le ofreció la
clave de su relato, al igual que lo hace su homólogo ficticio al comenzar su
relación de la historia de las esmeraldas: "El mundo ignora la cantidad de
sucesos memorables cuyo motor ha sido la ambición de poseer cualquiera de
estos cristales maravillosos que alucinan a la vanidad de las mujeres o a la
codicia de los hombres" (MARAÑÓN, Obras completas, t. 9, p. 399).

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momento están escondidas o porque el narrador ha perdido su huella.


Así, en el año de la unificación de España por los Reyes Católicos y el
descubrimiento de América, momento trascendental de la historia
española, las esmeraldas se encuentran en Italia en manos de un
comerciante genovés 27 • Marañón rehuye, en efecto, el "pasado glorioso"
de España y tiende a desmitificar los héroes de la historia nacional, como
El Cid y Carlos Quinto, enfocándolos en su condición humana, con sus
méritos y sus defectos. El gran guerrero de la cristiandad se deja llevar
por su codicia, mientras que el Emperador se retrata como un "triste y
poderoso monarca", un viudo desconsolado retirado en Yuste. Si
Marañón elude las glorias, pone de manifiesto un interés desmesurado
por los terrores de la historia española. El relato ofrece una sucesión de
ejecuciones y otras escenas sangrientas.
El segundo factor importante para el proceso de reescritura es el
hecho de que las propias esmeraldas se conviertan en fuentes de cambio
histórico, tanto por efecto de sus poderes mágicos como por la fuerza de
atracción que ejercen sobre los personajes históricos y que les hace
cambiar su conducta. Así, ciertas desdichas de la historia española, como
la muerte de la emperatriz Isabel, esposa de Carlos V, o las malas bodas
de las hijas del Cid, se atribuyen al poder siniestro de las piedras. La
toma de Toledo por Alfonso VI se presenta como un intento de
apoderarse de las esmeraldas, que pertenecían al rey moro Alcádir, y no
como una jugada estratégica en la reconquista de la Península. Al poner
determinados acontecimientos históricos en una nueva perspectiva (la de
las esmeraldas), Marañón modifica los motivos de estos hechos, y por lo
tanto también su sentido. Si la historia es determinada por el destino de
algunas piedras, se vuelve incomprensible, incoherente y refractaria a
todos los intentos de explicación lógica. La historia de las esmeraldas es
irracional y absurda.
Finalmente, otro punto de divergencia respecto de la historiografía
oficial, es el discutible carácter "nacional" de la historia de estas piedras,
que empieza en Bagdad, en la corte del sultán Harun-al-Rachid, y
termina en París. La presencia árabe en la Península y las relaciones
franco-españolas, estrechamente relacionadas con el tema del exilio,
desempeñan un papel importante en el relato. La identidad española

27
Esta ausencia es tanto más significativa cuanto MENÉNDEZ PIDAL, al final
de su apartado sobre las peripecias castellanas del ceñidor de Zobeida, formula
la hipótesis de que lo luciera Isabel la Católica, hija de Juan 11 y notoria
aficionada a los cinturones de lujo, o que esta reina lo hubiera empeñado para
financiar la guerra católica (La España del Cid, p. 567).

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EL CID DESENTERRADO 439

parece definirse a partir de sus fronteras con lo Otro cultural: el mundo


árabe por una parte y Europa por otra parte. En este sentido, Marañón
escribe una historia trasladada o descentrada 28 •
El episodio del Cid, que está, de cierto modo, en el origen del relato,
ofrece una ilustración de este procedimiento de reescritura desconstructo-
ra de la historia. Aunque Marañón sigue en la mayor parte de este
episodio minuciosamente el texto de Menéndez Pidal, añade, sin
embargo, un párrafo que resulta primordial para la interpretación de la
personalidad del Cid, en el que relata la reacción de doñajimena cuando
su marido le entrega el ceñidor. A diferencia de Rodrigo, Jimena no es
sensible al encanto del prodigioso cinturón árabe y presiente que es de
mal agüero. Se niega a ponérselo29 y cuando su hija menor aparece ante
sus padres, luciendo el ceñidor sobre una rica túnica morisca, Jimena,
"pálida de remotos miedos, la [ruega] que se [vista] otra vez, como
siempre, con la noble sencillez de las doncellas de Castilla" (IX, 404).
Este contraste entre el Cid y su esposa contribuye a la desconstrucción
del Campeador como mito nacional. Si Rodrigo Díaz, "guerrero
invencible de la cristiandad" y vasallo leal, es también un hombre como
los demás, incapaz de resistir a la codicia que suscitan en él las riquezas
moras y sus propios "sueños imperiales", su esposa constituye un modelo
de austeridad castellana y cristiana.
Una clave para la interpretación de esta historia alternativa de España
se encuentra en el apartado final del texto, en gue la historia de las
esmeraldas confluye con la del narrador-médico. Este narra en primera
persona cómo, al llegar por la mañana al hospital, un joven paciente
español, huido de la guerra civil y moribundo, le pide devolver dos
esmeraldas a alguien cuyo nombre no puede revelar antes de expirar.
Este pasaje del relato enmarcado al relato-marco es al mismo tiempo un
cambio de una perspectiva historiográfica a una perspectiva autobiográfi-
ca, y un pasaje de la historia de España a la del doctor Marañón 30 • El

28
La representación del Cid como un hombre codicioso, constituye otro
ejemplo de este enfoque externo de lo español, ya que este retrato corresponde
al de las crónicas árabes (cf. MENÉNDEZ PIDAL, La España del Cid, p. 4).
29
En esto MARAÑÓN discrepa otra vez de una hipótesis de Menéndez Pida!,
quien suponía que el sartal de la sultana Zobeida "hubo de servir en las grandes
solemnidades de Valencia para halagar el orgullo señoril de Jimena, la noble
asturiana" (op. cit., p. 566 ).
30
Aunque el narrador en primera persona no se identifique explícitamente
con el autor, es evidente que el lector de 1940 no podía dejar de identificar el
personaje del médico exiliado en Paris con el autor del relato. Se trata, pues, de
una ficción autobiográfica.

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hecho de que las esmeraldas, perdidas desde hace algunas décadas,


vuelvan a aparecer en su presencia, convierte al narrador/Marañón en
el siguiente eslabón en la maldita historia de España. Esta implicación
personal en la historia siniestra de su país, así como otros elementos
formales que recuerdan los síntomas del trauma psíquico (la tendencia
hacia lo sublime, por ejemplo; la obsesión por la sangre, culminando con
la visión de las esmeraldas ensangrentadas en el párrafo final; la imagen
repetida de las ejecuciones31 ; el desarrollo de ciertos pasajes conforme
una lógica parecida a la de los sueños o alucinaciones32 ), sugieren que
"Rapsodia de las esmeraldas" constituye un modo de expresar, en
ocasiones de modo sintomático, el trauma de la guerra civil 33 • La historia,
vista a través del trauma, es incomprensible, no obedece a ninguna razón
y pone en entredicho los conceptos explicativos que se le aplican. De
hecho, mientras que tanto Machado como Marañón, en sus textos
persuasivos, se apoyan en un concepto fijo y estable de la identidad
nacional, en "Rapsodia de las esmeraldas", el concepto mismo de
"nación" se pone en tela de juicio.

31
Cuatro de los once titulares de apartado refieren directamente a una forma
de ajusticiamiento o muerte por violencia: "La cabeza en la pica" (Alcádir), "El
cadí en el tormento" (Ben Yehhaf), "El cadalso de Valladolid" (D. Álvaro de
Luna), y "Don Rodrigo en la horca" (Rodrigo Calderón).
32
Cf. el párrafo final del relato que, como en. una pesadilla, culmina con la
imagen de los ojos dilatados del refugiado español que acaba de morir: "Sus ojos
se quedaron terriblemente abiertos, extáticos, como recordando una escena de
supremo horror. Yo cerré los míos y me pareció ver, una vez más, las dos piedras
verdes rodando a través de los siglos, luminosas y siniestras, perdurablemente
ensangrentadas" (t. 9, p. 410).
33
Cf. la noción del actingout como una de las respuestas posibles al trauma
en la teoría de DOMINICK LACAPRA: El acting-out "tends intentionally or
unintentionally to aggravate trauma in a largely symptomatic fashion. This may
be done through a construction of ali history ... as trauma andan insistence that
there is no alternative to symptomatic acting-out and the repetition compulsion
other than an imaginary, illusory hope for totalization, full closure and
redemptive meaning" (Representing the Holocaust. History, theory, trauma, Cornell
University Press, Ithaca-London, 1994, p. 193). Ahora bien, la aspiración a la
totalización y la búsqueda de un significado redentor de la historia están,
precisamente, ausentes en el texto de Marañón. Un análisis más profundo de la
relación entre historia, trauma y lo sublime en "Rapsodia" se encuentra en mi
artículo "Trauma, geschiedenis en het sublieme: «Rapsodia de las esmeraldas»
van Gregario Marañón", en A.M. MUSSCHOOT &J. PIETERS (eds.), Het sublieme
en het alledaagse, ALW-Cahier, 22, 2000, pp. 111-125.

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En definitiva, ésta constituye la principal diferencia entre el relato de


Marañón y los textos analizados en la primera parte de este trabajo: si
aquellos textos abiertamente argumentativos atestiguan los esfuerzos
racionales de dos autores formados en el liberalismo por recuperar y
reafirmar (Machado), o redefinir y reconstruir (Machado) su concepto de
España en el nuevo contexto político, "Rapsodia de las esmeraldas"
exterioriza, casi sintomáticamente, el impacto profundamente perturba-
dor de la guerra sobre este modo de concebir la nación y su historia. Un
impacto tan perturbador que puede resultar en la desconstrucción
-involuntaria y, sin duda, inconsciente- de esta nación a través de su
historia y de sus mitos.

DAGMAR VANDEBOSCH

Universidad de Gante

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