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UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO

FACULTAD DE ECONOMÍA
DIRECCIÓN GENERAL DE ASUNTOS DEL PERSONAL
ACADÉMICO
PROGRAMA DE APOYO A PROYECTOS INSTITUCIONALES
PARA EL MEJORAMIENTO DE LA ENSEÑANZA (PAPIME)

“Las palabras irreales”∗


Kurt Heinzelman

SUBPROYECTO ENS317603
“ELABORACIÓN DE MATERIAL DIDÁCTICO PARA LA EDUCACIÓN A DISTANCIA
EN LA FACULTAD DE ECONOMÍA”
RESPONSABLE INSTITUCIONAL DR. ROBERTO ESCALANTE SEMERENA
RESPONSABLE ACADÉMICO PROFESOR GUILLERMO RAMÍREZ HERNÁNDEZ

∗ En La Economía de la Imaginación. Fondo de Cultura Económica, México, 1984. pp. 138-180


Kurt Heinzelman

El lenguaje en la economía política

(La economía política) trabaja en circunstancias especialmente difíciles los que son versados
en sus abstracciones suelen carecer de un contacto verdadero con los hechos de que trata;
los que tienen contacto con los hechos sienten, en general, muy poca simpatía por sus
abstracciones las conocen mal. Los hombres de le tras que escriben acerca de ella
emplean continuamente lo que un gran maestro llama “palabras irreales”. (Walter Bagehot,
Los postulados de la economía política inglesa).

La formación del valor es una función crítica de la teoría económica, la parte constitutiva del
discurrir económico. Por ello, el arte de la economía estuvo asociado durante mucho tiempo
con la filosofía moral, porque los valores éticos y económicos eran considerados expresiones
que corroboraban lo que el Mammón de Spenser trataba de aprovechar. El desarrollo de una
ciencia económica reveló un pro pósito distinto. En efecto, como el objetivo de la ciencia es
crear una forma coherente, sistemática y clara de discurrir (que no tiene que ser especial
mente útil para tomar decisiones de carácter ético), los economistas del siglo XIX se
propusieron independizar a la “ciencia económica” de sus significantes verbales no económi-
cos, mediante la redefinición de palabras heredadas tales como “producción”, “distribución”,
“artículo”, “precio”, “intercambio”, “ganancia”, “crédito” y, más ampliamente, “riqueza”,
“dinero”, “propiedad”, “trabajo” y el “valor” mismo. Para fijar principios científicos, cosa de
mayor importancia, tuvieron que desarrollar definiciones nuevas y menos emotivas del tema
mismo de su interés. Hubo que distinguir la “ciencia económica”, disciplina que explora la
operación fundamental de fenómenos empíricos, de la “economía”, e fue considerada o una
disposición moral o una orientación filosófica dirigida a los problemas sociológicos La
creación del valor se convirtió en una actividad polarizada. Quien se ocupara de las rea-
lidades de la ciencia económica no tenía que ser necesariamente versado en la “economía”
en abstracto.
En el presente capítulo analizaremos una serie de obras de autores económicos, para
descubrir cuáles eran las ficciones que se hicieron necesarias para reconstruir la “ciencia
económica” como una sola formación discursiva unificadora. La mejor definición aplicada de
“formación discursiva” es dada por Michel Foucault en su Historia de la locura en época clá-
sica, y en ese sentido utilizaremos esta presión. La tesis de Foucault es que la “locura” —la
idea, el concepto normativo— está contenida y explicada en todos los estudios positivos de
los “clínicos'' sobre la locura1 He aquí cómo resume dicha tesis en La arqueología del
conocimiento:

Ciertamente sería erróneo tratar de descubrir lo que se ha dicho de la locura en un


momento determinado mediante el examen del ser mismo de la locura, de su contenido
secreto y de su verdad silenciosa y autocontenida, padecimientos mentales, se decía en
todos lo escritos en que eran mencionados, clasificados, descritos, explicados, y que
exponían su desarrollo indicaban sus diversas correlaciones, los juzgaban y posiblemente
los dotaban de la palabra, articulando en su nombre razonamientos que debían tomarse
como si fueran suyos (…) En cada uno de estos casos no se trata de la misma

1Michel Foucauft, Historia de la locura en la época clásica, FCE, 1977. Estos “clínicos” son los poetas,
teólogos, filósofos, pintores, etcétera.
LECTURAS ECONOMICAS 2 PROFESOR GUILLERMO RAMÍREZ HERNÁNDEZ
Las palabras irreales
enfermedad; no tenemos frente nosotros a los mismos locos.2

La misma dificultad se nos presenta en la estructuración imaginativa de la “economía”. Las


ciencia económicas de Aristóteles y de Spenser son distinta de la de Thoreau, cada una está
estructurada sobre una concepción diversa de la economía, cada un trata de diferentes
clases de hombres económicos. El método de Foucault consiste en demostrar que un tema
dado —en su caso, la locura; en el nuestro, la economía política— nunca tiene una
racionalidad lineal ni una historicidad congruente. Cualquier tema es afectado por lo que
objetivamente se dice él, cuando la locura (o la economía) son objeto de una aserción.
“Mediante el examen del ser mismo de locura”, metodología que, según entiende Foucault es
coherente con la concepción tradicional de historia de las ideas, sencillamente se llega a una
compleja representación de la orientación histórica de uno mismo. Foucault ha hecho ver la
crueldad; que la civilización se ha autoperpetrado en nombre de la racionalidad, por medio
de su convicción que la “locura” es una categoría racionalmente deducible, y por ello advierte
que otras formas más generales del pensamiento —en nuestro caso, la estructura de la
economía política— también están expuestas a ser consagradas como categorías
racionales3 En cambio, una metodología “arqueológica” más flexible puede revelar también
la calidad esencialmente imaginativa o ficticia de esas formulaciones discursivas.4
Así pues, Foucault pone en guardia al historiador intelectual contra la representación de
sus facultades “racionales” mediante formas más complejas en contexto, y menos complejas
en otros:

A pesar de las apariencias, no debemos imaginar que algunas disciplinas históricas han
pasado de lo continuo, a lo discontinuo, mientras que otras han pasado de una masa
pululante de discontinuidades a unidades mayores e ininterrumpidas; no debemos
imaginar que en el análisis de la política, de las instituciones o de la ciencia económica se
ha incrementado nuestra sensibilidad a las determinaciones generales, mientras que en
el análisis de las ideas y del conocimiento hemos prestado más y más atención al juego
de las diferencias; no debemos imaginar que estas dos grandes formas de descripción se
han cruzado sin reconocerse (Arqueología del conocimiento, p. 6).

Entonces, ¿cómo sucede ese “cruce”? En este pasaje, la metáfora de Foucault del cruzarse
es precedida por una metáfora tan común, que prácticamente pasa inadvertida. Nos pide
prestar atención (on a prété une attention);5 la traducción hace posible captar admira-
blemente la importancia (económica exacta de la expresión francesa (prét, “préstamo”).
Estas expresiones idiomáticas son precisamente la que exigen nuestra atención, para poder
reconocer ahora su “juego de las diferencias”, la “masa pululante” (fourmillement, hormigueo)
de semántica informal y formulaciones sistemáticas del discurrir económico.
En el lenguaje cotidiano no empleamos a menudo el modo de discurrir económico en su
sentido singularmente comercial, y rara vez, si acaso, lo usamos en el sentido específico de
2Michel Foucault, The Archaeology of Knowledge, trad. A. M. Sheridan Smith, p. 32.
3Esta advertencia es reiterada por el economista moderno Frank H. Knight: “El término ‘económico’ ha llegado
a usarse prácticamente como sinónimo de inteligente o racional” (The Economic Organization p. I ).
4Naturalmente ésta también es la tesis de Foucault en The Order Of Things, donde la “economía política” es
comparada específicamente con otras formaciones discursivas tales como la “biología” y la “gramática”.
5Michel Foucault, L’archéologie du savoir (París: Gallimard, 1969)
LECTURAS ECONOMICAS 3 PROFESOR GUILLERMO RAMÍREZ
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los teóricos de economía, ni hay razón alguna para que lo hagamos. Acerca del lenguaje de
la ciencia económica, L. M. Fraser observa: “En primer lugar, no pretende corresponder al
lenguaje ordinario”,6 y procede a explicar, con conceptos claves, tales como “precio”, “valor”
y “trabajo”, la discontinuidad de los tropos económicos en las muy comunes y a veces
inconscientes actividades de nuestra vida diaria.7 Ya antes (aunque menos categó-
ricamente), Ruskin había señalado una dislocación semejante del lenguaje, llegando hasta
apuntar las limitaciones de su propia concepción, es decir, que el llamar la atención
sencillamente a tales diferencias verbales no las ilumina del todo ni las resuelve. En la
práctica, nuestra conciencia económica está unida tan integralmente a nuestros procesos or-
dinarios del pensamiento, que de continuo pensamos con términos económicos cuando
deseamos pensar acerca de temas no económicos que afectan los valores morales y
estéticos. (En alemán, por ejemplo, la palabra Schuld, que es bastante común, significa al
mismo tiempo “endeudamiento” y “culpa”.) El alejamiento del discurrir económico de otros
tipos de evaluación (como la estética o la moral) creó un lenguaje polarizado, lo que para el
economista lord Lionel Robbins son dos niveles separados del discurrir.8 Experimentamos al
revés el fenómeno que Freud llama “de las palabras básicas”. El uso idiomático que
hacemos de palabras tales como “precio” o “valor” (o “prestar atención”) es una confirmación
de su significado antitético.9 Desde un punto de vista “científico”, estas palabras demuestran
la duplicidad esencial —la “irrealidad”— del lenguaje mismo.
Para evaluar la consistencia discursiva de la economía política, primero tenemos que
analizar, según el vocabulario de Foucault, “la economía de la constelación discursiva”, que
no es otra cosa que la ciencia económica misma (Arqueología del conocimiento, p. 66).
Revelando la relación existente entre, las declaraciones de carácter económico y otras
formas del discurrir, los escritos económicos llevan a un callejón sin salida; el lenguaje es
refractario a los economistas. Karl Polanyi alude a “la semántica de la teoría económica” al
mismo tiempo que nos pone en guardia contra el error de atribuir capacidad económica al
lenguaje,10 aunque el quejarse de la deficiencias de éste es un lugar común en todos lo
escritos de economía. “Desgraciadamente —afirmó Mill en el siglo XIX—, desde que se
empieza a tratar el tema hay que esforzarse por eliminar la formidable ambigüedad del
lenguaje.”11 Ya en el siglo XVIII, Sir James Steuart había advertido que “la imperfección del

6L. M. Fraser, Economic Thought and Language, p. 33.


7Fraser distingue el significado “verbal” de una palabra y su aceptación “real” en economía (ibid., pp. 1-20).
Véanse las pp. 42-45 y 57 s. a propósito de la diferencia existente entre “precios” y “valor”. En el lenguaje
económico, “trabajo” tiene un sentido dramáticamente diverso del que tiene en el vocabulario ordinario (pp. 219
s.), tema que será discutido con mucho mayor detalle en los capítulos VI a Vlll.
8Lord Lionel Robbins, An Essay on the Nature and Significance of Economic Science, p. 148. Hay ed. esp.
FCE, México. 1944.
9Sigmund Freud, "The Antithetical Meaning of Primal Words" (1910), en The Standard Edition of the Complete
Psychological Works of Sigmund Freud, trad. y ed. gral. James Strachey con Ana Freud, Xl. 153-162. Por
supuesto, Freud afirmaba que las palabras que tienen significados antitéticos (como las voces inglesas hender,
y buckle, sujetar) son restos de una integridad psíquica primordial del idioma. No obstante, en los términos
económicos aquí considerados. puede verse que la categorización, racionalización y acción represiva de la
conciencia han logrado dar realidad a una tardía ilusión de fundamentalidad.
10Karl Polanyi, PAME, p. 177.
11John Stuart Mill, Principles of Political Economy with Some of Their Applications to Social Philosophy, ed. J.
M. Robson, vols. 2 y 3 de Collected Works of John Stuart Mill, ed. gral. F. E L. Priestley, Ill, 508. En el texto nos
referimos a esta edición. Hay ed. esp. FCE, México, 1951.
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Las palabras irreales
lenguaje nos hace caer con frecuencia en disputas que son meramente verbales”, y que
causan “la prostitución del lenguaje”.12 Y desde el siglo XVII, William Petty comprendió las
especiales dificultades verbales de la ciencia económica, las cuales trató de eludir por medio
de un método aritmético, definido como sigue: “El método que empleo para esto no es muy
común; pues en lugar de usar únicamente palabras comparativas y superlativas y
argumentos intelectuales, he preferido (como ejemplo de la aritmética política a que he
tendido por mucho tiempo) expresarme en términos de número, peso y medida, emplear sólo
argumentos sensatos y considerar únicamente las causas que son bases visibles en la
naturaleza.”13 Esta declaración a que el lenguaje mismo es incapaz de expresar la
“sensatez”. Idealmente, la especulación económica quedaría así libre de los “argumentos
intelectuales”, sustituyendo las ambigüedades del discurrir verbal con la clara terminología
aritmética de número, peso y medida. Es entonces irónico que el “método” de Petty,
primitivamente estadístico, sea sólo el más “común”, sino un factor sine qua non de la teoría
económica moderna.
La gran paradoja del valor, que trataron de resolver sobre todo Adam Smith y David
Ricardo, se plantea porque “la palabra valor (…) tiene dos acepciones”.14
Consecuentemente, el análisis económico tuvo que desarrollar su propia lingüística. Como
observó el fisiócrata y etimólogo profesional francés A. R. Turgot, “el dinero es un lenguaje”.
No obste, a renglón seguido Turgot aclara que el dinero también es el “común denominador
que une a todas las lenguas”.15 El significado de la palabra “lenguaje” o “lengua” en estas
dos oraciones es equívoco, y no ayuda a aclarar su sentido ni siquiera la observación más
precisa y sistemática de Polanyi: “No hay gramática que todos los usos del dinero tengan
que respetar” (PAME, p. 178). En su primer libro, Teoría de los sentimientos morales, Adam
Smith trató de demostrar que “las reglas de la justicia son comparables a las reglas de la
gramática”, si bien en otra ocasión dijo implícitamente que la economía política altera la
dicción normal, afirmando que “en realidad los bajos precios y la abundancia son la misma
cosa”.16 Por deducción, lo que tiene escaso valor utilitario (como un diamante) a menudo
tiene un mayor “valor”, paradoja con que se inicia la revolucionaria interpretación del
concepto de “precio” en La riqueza de las naciones. Polanyi remata el coro señalando que
“aquí el lenguaje mismo nos traiciona a todos”.17
Smith comenzó sus lecciones de retórica y literatura en 1762-1763, con la misma
desconfianza práctica en la ambigüedad verbal que después demostraría al escribir sobre
temas de economía política: “La claridad exige que no sólo las expresiones que usamos
estén libres de toda ambigüedad causada por palabras sinónimas, sino también que las

12Sir James Steuart, An Inquiry into the Principles of Political Oeconomy, I, IX.
13William Petty, “Preface” de Political Arithmetick, en The Economic Writings of William Petty, ed. C. H. Hull, I,
224.
14Adam Smith, WN, I, cap. IV. Hay ed. esp. FCE, México, 1958.
15A R. J. Turgot, “Value and Money”. en Precursors of Adam Smith, ed. Ronald L. Meek, p. 79.
16Adam Smith, The Theory of Moral Sentiments; ed. D. D. Raphael y A. L. Macfie, p. 175. (Hay ed. esp. FCE,
México, 1979), y Lectures on Justice, Police, Revenue and Arms. ed. Edwin Cannan p. 157.
17Polanyi, PAME, p. 111 Una historia más amplia de las traiciones del lenguaje puede verse en: Frank H.
Knight, “‘What is Truth’ in Economics?”, en su obra On the History and Method of Economics, pp. 151-178, y
Fritz Machlup, Essays on Economic Semantics, ed. Merton H. Miller, passim.
LECTURAS ECONOMICAS 5 PROFESOR GUILLERMO RAMÍREZ
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palabras sean originarias (…) del idioma que hablamos.”18 El juego de palabras es la
transacción lingüística, más económica que puede hacerse intercambiando valores verbales,
pero para el gramático-economista también es el ejemplo más evidente de falta de “claridad”.
En una lección posterior, Smith critica a los autores que violan su seriedad con chistes
verbales; ”Cuando (Sir W. Temple) dice que 'en Holanda tierra es mejor que el aire' o que 'el
amor al honor’ es más fuerte que el amor al honor’, sencillamente cae en un equívoco de las
palabras ‘tierra’ y ‘ganancia’ (sic), 'aire y honor'. Jenofonte y casi todos los demás autores de
esta clase, al igual que él, usan muchos chistes; nos sorprende encontrarlos en escritores
tan serios” (Retórica, p. 35). Es sumamente oportuno que los juegos de palabras
mencionados se refieran a asuntos económicos y morales, o sea, según Smith, a dos
materias aparentemente diversas unidas con violencia, ya que la intrusión del sofisma divide
al economista político del literario. A juicio de algunos analistas literarios, la formación de
palabras ambiguas produce un cierto placer y hasta honor, pues el ingenio no ne-
cesariamente va en menoscabo de la seriedad. Mas para el economista científico la
economía comienza donde termina la filología, de manera que el punto de origen de una
ciencia “verdadera” o mathesis es el momento en que Smith diferencia las resonancias
engañosas de las “palabras sinónimas”. Y como su semántica determina su ciencia
económica, no sorprende leer en otra de sus lecciones que lo que va a llamar el “progreso
de la opulencia”, en La riqueza de las naciones, también tiene un aspecto de incremento
retórico y estilístico: “Por ello, la poesía se cultiva hasta en las naciones más incivilizadas y
bárbaras, muchas veces con considerable perfección; en cambio, no se interesan en lo más
mínimo en el progreso de la prosa. La introducción del comercio, o por lo menos de la
opulencia que generalmente acompaña al comercio, es lo que produce el progreso de la
prosa” (Retórica, p. 131). Smith no dice que al desarrollarse el comercio la poesía se
convierte en un simple divertissement agradable, aunque esto podría inferirse de su
afirmación de que la prosa es asunto serio. Los retruécanos o juegos de palabras pueden
estimular la imaginación poética, pero en la prosa no tienen lugar, porque ésta “es el estilo
con que se hacen todas las cosas normales de la vida, todos los negocios y acuerdos. Nadie
ha hecho nunca un trato en verso” (Retórica, p. 132). Los “valores” lingüísticos de estos dos
estilos verbales diversos son de dos clases, pero uno ha sido aceptado sin ruido como más
importante desde el punto de vista político, gracias a la insistencia de los gramáticos en que
las equivocaciones y ambigüedades (poéticas) no pueden estar presentes en una retórica
clara.
Mas decir que Smith pretende excluir la poesía del comercio es una exageración; pues,
en cierto sentido, en su Retórica simplemente demuestra, que, como Ben Jonson, prefiere la
“claridad” del lenguaje y la economía de estilo clásica a las sententiae (cf. el cap. I). Pero
Smith y sus continuadores lograron algo más radical: la creación de una economía política
que es una estructura de ficción poseedora de la fuerza creativa de la poiesis. Como forma
sin igual del discurrir, en efecto, la economía política es producto de la imaginación artística y
puede aspirar a una forma de interpretación más alta que la simple “economía” moral. La
ciencia económica puede servir de contrapoética. Recordemos la siguiente afirmación de
Frank H. Knight: “El costo de la vida, aun en el sentido más restringido del término 'costo',
siempre depende del 'nivel' de vida, el cual es principalmente una categoría estética, y en un
sentido en que la estética comprende todos los valores.” Aunque concluye Knight que “la

18Adam Smith, Lectures on Rhetoric and Belles Lettres, ed. John M. Lothian, p. I. En el texto nos referimos a
esta edición
LECTURAS ECONOMICAS 6 PROFESOR GUILLERMO RAMÍREZ HERNÁNDEZ
Las palabras irreales
discusión de estos problemas no es tarea de la ciencia económica”.19 Hablando
estrictamente, la mayor parte de los economistas modernos estarían de acuerdo en ello.
Pero para ser tan estrictos, los economistas han tenido que proponer otro concepto de
“estética”, según el cual hasta el mismo valor estético puede ser dividido en categorías,
tasado e interpretado por medio de “valores” económicos. Implícitamente, la misma prosa re-
cibe por parte de Smith un valor en términos comerciales. Tenemos que afrontar ahora la
cuestión de si la palabra nos permite diferenciar con el necesario rigor el “valor” tal como se
define en la ciencia económica del “valor” definido en otras formas del discurrir. Cuando, ante
la necesidad de purificar su propia semántica, la teoría económica del siglo XIX codificó sus
“palabras irreales” constituyendo una “ciencia” aparte, se encontró en el atolladero verbal de
que habla el epígrafe de Bagehot con que se inicia el presente capítulo. Para que la “eco-
nomía política” no se convierta ella misma en una “palabra irreal”, los que son “versados en
sus abstracciones” también tienen que estar “en contacto con los hechos de que trata”. J. S.
Mill, que fue tanto hombre de letras como economista, nos dará el primer exemplum, ya que
trató de emprender la difícil tarea posaristotélica de combinar (según dice Walter Bagehot) la
“simpatía” con el “conocimiento”, y de establecer “un verdadero contacto” entre los hechos
económicos de nuestra vida y las abstracciones éticas por las que afirmamos vivir,

John Stuart Mill y la formación del lector

El título el estudio de Mill nos da la clave de su intención: Principios de economía política con
algunas de sus aplicaciones a la filosofía social. Asignando aplicaciones filosóficas a sus
principios económicos, Mill trata de enlazar la perspectiva humanística tradicional, en la que
el economista era un filósofo moral, con la perspectiva científica y profesional de un eco-
nomista académico y analítico. Siendo al mismo tiempo un compendio enciclopédico de las
premisas, postulados y conclusiones de la economía política clásica desde Adam Smith
hasta el mismo padre de Mill, su Economía política también es un ejercicio de teoría
económica original, escrito por un brillante y ávido estudiante de la ciencia. En la primera
página, Mill dice con toda razón que la historia estructural de la “ciencia económica” es una
ciencia tardía:

En todo sector de los asuntos humanos, la práctica precede considerablemente a la


ciencia: la investigación sistemática de los modos de actuar de las potencias de la natura-
leza es el producto tardío de un largo curso de esfuerzos encaminados al empleo de tales
potenciales para fines prácticos. En consecuencia, concebir como una rama de la ciencia
a la economía política es algo extremadamente moderno; pero el tema a que se refieren
sus investigaciones ha sido siempre, necesariamente, uno de los principales intereses
prácticos de la humanidad y, a veces, indebidamente exagerado (Obras, II, 3).

Mill tiene un doble propósito: analizar el concepto, extremadamente moderno, de la ciencia


económica mica como sector distinto y separado de los asuntos humanos, y de guiarnos al
mismo tiempo hacia una misión más amplia de dichos asuntos, en la cual la ciencia

19Cf. Melville J. Herskovits, Economic Anthropology, p.


511. Las observaciones de Knight acerca de la labor de la ciencia económica son una respuesta a la visión
antropológica de la economía sustentada por Herskovits. I a discusión entre ambos, publicada originalmente en
el Journal of Political Economy, 49 (1941), fue luego revisada y publicada como parte del libro de Herskovits,
pp. 508-531.
LECTURAS ECONOMICAS 7 PROFESOR GUILLERMO RAMÍREZ
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económica pueda considerarse uno de los muchos métodos de lograr un entendimiento so-
cial. Así pues, apela a nuestro “indebidamente exagerado” interés en el asunto —es decir, a
nuestra inclinación éticamente interesada—, demostrándonos el gran provecho que
obtendremos del estudio de la ciencia económica y, a la par, cómo podremos emplear la
información así obtenida, aplicándola a otras formas del conocimiento. Dentro del campo de
la economía en cuanto tal, el doble impulso de los Principios de Mill ha llegado a ser visto
como dos metodologías diversas, la “deductiva” y la “inductiva”. La primera ha sido
considerada una visión formalista de la economía, una microeconomía, que se entiende
como el estudio del mecanismo de la oferta y la demanda que controla los precios y
determina las condiciones del mercado ya sea autorreguladora o no. La segunda ha sido
llamada visión sustantiva de la economía o macroeconomía, es decir, estudio de la expresión
y satisfacción de las necesidades humanas en términos de la existencia material de un in-
dividuo o de una sociedad.20 La tesis de Mill es que ambas clases de ciencia económica son
útiles y deben estudiarse juntas.21 Insistiendo en esta conjunción, Mill se convierte en el
último representante de la gran tradición filosófico-económica británica, si se acepta que la
palabra “economista” tenga significado, más amplio, que tenía a fines del siglo XVIII y
principios del XIX y que permitía incluir tal categoría desde Locke hasta Hume, pasando por
Coleridge y De Quincey.
Si la perspectiva pluralística de la ciencia económica de Mill ha sido superada por
sistemas de investigación económica más especializados, parece ponerlo fuera de moda,
precisamente, lo que induce a criticar nuestra exposición de la complejidad estructural de la
“ciencia económica”, circunstancia históricamente interesante pero de poca utilidad este
caso. Conforme a la opinión de Mill, la “imaginación” económica era todavía un concepto
operativo, identificable y creíble. En sus manos, la ciencia económica, arte tardío, todavía no
se convertía una ciencia totalmente miserable porque su espíritu creador aún era
considerado una manifestación de la imaginación, de manera que la ciencia económica
seguía siendo, en último análisis, una parte estructuralmente integrante de la filosofía social
del hombre. Mill podía usar el idioma de la ciencia económica para hablar acerca de la
estructuración económica misma, porque para él la “economía” seguía conservando su doble
definición de distribución funcional y de disposición moral. El análisis de Mill revela el
proceso del pensamiento económico, que es el objeto de su examen económico, sobre la
premisa de que el lenguaje y los conceptos de la teoría económica tienen que ser aplicables
al idioma diario de la realidad, y de que debe existir un lazo estructural entre estos dos
géneros del discurrir, la semántica de la teoría económica y la semántica del lenguaje
común.
Para comprobar la validez de este principio, Mill presenta, primero tácitamente y después
en forma explícita, la imaginación del lector como un elemento de trabajo activo y necesario

20He interpolado las definiciones de Polanyi de economía “formal” y “sustantiva” (PAME, pp. 139 ss.) a las
acostumbradas definiciones de micro y macroeconomía, Cf. William Breit y Harold M. Hochman, eds., Readings
in Microeconomics, p. VH: 'la microeconomía es la rama de la teoría económica que se interesa en la
conducción de las familias y firmas individuales en el proceso de elección forzada.” Generalmente se entiende
que la macroeconomía se refiere a las implicaciones sociales más amplias de la administración económica, y
según J. M. Keynes, plantea un “análisis de la teoría del ingreso y del empleo”. Cf. Harold R. Williams y John D.
Huffnagle, eds. Macroeconomic Theory, p. 1.
21Por supuesto, Mil no usó las palabras “microeconomía” y “macroeconomía”, pero insistía en que la teoría
económica abarca las economías morales y funcionales, las teorías de la producción o del precio y las del uso
social. Véase la distinción hecha por Overton H. Taylor entre la “economía política” de Mill y su propia “ciencia
económica”, en A History of Economic Thought, pp. 247-270.
LECTURAS ECONOMICAS 8 PROFESOR GUILLERMO RAMÍREZ HERNÁNDEZ
Las palabras irreales
para la filosofía social de sus Principios. Y extendió su pluralismo hasta concebir al lector
como testigo presencial de la validez social de las investigaciones económicas del autor. De
esa manera, su primera definición de la ciencia económica debe examinarse con gran
cuidado, pues no es, como parece, una verdad evidente. Esa definición del tema de la
“ciencia económica” depende de lo que él identifica como objeto de la “economía”: “Este
tema es la riqueza. Los autores de economía política se ocupan de enseñar o investigar la
naturaleza de la riqueza y las leyes de su producción y distribución, e incluso directa o
remotamente, la operación de todas las causas por las que la condición de la humanidad o
de cualquier sociedad de seres humanos alcanza o no la prosperidad respecto a su objeto
universal de deseo” (Obras, II, 3). Esta definición se basa en una perspectiva sólidamente
occidental, europea, capitalista y (como dijo Max Weber) protestante, pero no es
necesariamente propia de Mill, quien, discreto, se mantiene a distancia de los demás
“autores de economía política”, mediante el recurso de emplear esta radical definición más
que como un axioma como pantalla o molde en que proyecta sus problemas más
ponderados. ¿Pueden en realidad estudiarse directa o remotamente, todas las causas por
las que la condición de la humanidad es o no próspera? ¿Es siempre la riqueza un “objeto
universal de deseo”? No sin razón dice Mill “enseñar o investigar”, pues esto ilustra sus
intenciones. Mientras los otros autores de obras económicas “se ocupan” de una cosa o de
la otra, Mill exhorta a los economistas a no abandonar su misión de persuasión moral sola-
mente para investigar lo que más adelante llama “hechos económicos”. Para él, enseñar es
investigar, porque el economista no es un objeto de conocimiento universal, aun cuando su
materia sea el “objeto universal de deseo”. Es más, al terminar el pasaje citado surge la
sospecha de que el significado de “riqueza” sea ambiguo, con referencia al reino de la
prosperidad material como tal o al del bienestar espiritual e intelectual, que abarca toda la
“condición de la humanidad”. Dejando el concepto contrario de “no prosperidad” a la
maleable imaginación del lector, la voz de Mill se convierte, disimuladamente, en la de un
predicador laico.
La función que Mill se asigna es subrayada unos renglones más adelante cuando exhorta
al lector a definir la “riqueza”, ya que el autor no lo ha hecho con las siguientes palabras:
“Todo el mundo tiene una noción, suficientemente correcta para fines comunes, de lo que
quiere decir riqueza. La investigación relacionada con ella no corre el peligro de confundirse
con la que se relaciona con cualquier otro: gran interés humano” (Obras, II, 3). “Comunes” es
un adjetivo de tono ambiguo, y la última frase puede tomarse en sentido sarcástico. Ruskin
no la captó así pero no le gustó; sencillamente creyó que Mill, cediendo a la clase de
definiciones comunes “que todo el mundo tiene”, no hacía otra cosa que jugar irresponsable-
mente con “definiciones verbales falsas”.22 Mas lo que salva a Mill de sucumbir ante la
exigüidad intelectual lamentada por Ruskin es el reto planteado por la palabra “relacionar”,
usada reiteradamente. ¿Cómo se relaciona uno con el complejo tono de Mill y, a la vez, con
la cuestión mas amplia de si nuestras nociones “suficientemente correctas” sobre la riqueza
económica están conectadas con “cualquier otro gran interés humano”? “No fue simplemente
un libro —escribió Mill en su Autobiografía, aludiendo a su Economía política— de ciencia
abstracta, sino también de aplicación, y no trata de la economía política como algo
independiente, sino como un fragmento de un todo mayor, como una rama de la filosofía so-
cial, tan entrelazada en todas las demás ramas que sus conclusiones, aun en su propio

22The Works of John Ruskin, ed. E. T. Cook y Alexander Wedderburn, XVII, 80. En el texto nos referimos a
esta edición.
LECTURAS ECONOMICAS 9 PROFESOR GUILLERMO RAMÍREZ
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campo particular, son verdaderas sólo condicionalmente porque están sujetas a la
interferencia y la reacción de causas que no caen directamente dentro de su esfera.”23
¿Qué relaciones podemos, pues, imaginar entre los asuntos prácticos: la ciencia de la
economía política, y los principios abstractos: el arte, mediante el cual la ciencia económica
se convierte en elemento importante del aspecto moral de nuestra vida?
Ruskin interpretó mal los Principios de Mill porque, siendo un tipo de “literato” al estilo de
Bagehot, quería disecar la segunda parte de la pregunta anterior, el arte de la “economía”
abstracta, anulando la importancia moral de la primera parte, la ciencia de las “realidades”
económicas. Después de criticar a Mill por menospreciar la “evaluación comparativa del mo-
ralista”, a renglón seguido Ruskin revela una ambivalencia más profunda y da la clave para
la comprensión de la obra de Mill, quien, según él, “merece ser honrado entre los
economistas por que sin darse cuenta desconoce los principios que él mismo postula, y por-
que tácitamente introduce un consideraciones morales con las que, según él mismo, su
ciencia no tiene relación” (Obras, XVIII, 79). Sin embargo, la renuncia de Mill no es
inconsciente sino persuasiva. La dificultad para “relacionarse” con las complejas exigencias
de la obra de Mill es porque su método de investigación es inductivo, mientras que los
medios con que cuenta el lector para ilustrarse a la luz del libro son deductivos. Partimos de
las nociones generales suficientemente correctas de nuestra vida diaria, y de allí avanzar
hacia los principios económicos y directivos específicos, tal es nuestra tarea como lectores.
Mas el autor mismo parte de un punto distinto, ya que empieza por los detalles de la teoría
económica, de lo que mueve inductivamente hacia una aplicación más amplia de los mismos
al campo de la conducta ética. El objeto de estos dos procesos es el mismo en el lector y en
el autor: comprende cómo y por que estamos en un mayor “peligro” real si no “combinamos”
la investigación económica con la otra gran actividad humana.24 Finalmente, se nos pide
combinar, nuestros conocimientos para no confundirnos respecto a la importancia de la
investigación económica “como algo independiente”. Lo que para Ruskin fue, según su
lectura, un rechazo inconsciente, en realidad es la dinámica de la lectura como la
recomienda Mill: proceso de “activa interferencia y reacción de causas que no caen
directamente dentro de su esfera (de la economía política)”
La estrategia retórica de Mill es una versión expositiva de la estructuración poética de
Spenser tratada en el capítulo anterior, en la cual se intenta inducir al lector a superar la
ambigua percepción aristotélica del protagonista poético (Guyón) para captar la visión cris-
tiana del poema por medio de la economía intermedia de Mammón. En la obra de Mill, esta
visión mediatizada convierte en protagonista al autor mismo y al lector en su antagonista
poético. Nuestra percepción se convierte en un participante activo en el agon del libro.
Tenemos que captar una filosofía más amplia por medio de la ciencia económica. Sólo
mediante la utilidad de tal ,esfuerzo podremos comprender los valores utilitarios de la misma
economía política.
Esta estrategia, además, resume la dinámica de la lectura como queda revelado por el
encuentro que tuvo en su juventud con Wordsworth. El relato de esta experiencia, según la

23John Stuart Mill, Autobiography, ed. Jack Stillinger, pp. 40-141. En el texto nos referimos a esta edición.
24Vale la pena señalar la insistencia de Mill a este respecto Cf. “On the Definition of Political Economy; and on
the Method of Investigation Proper to It”, ensayo V de los Enssays on Some Unsettled Questions of Political
Economy, pp. 120-164: “(…) es vano esperar que se pueda llegar a la verdad, ya sea en el campo de la
economía política o de cualquier otra división de las ciencias sociales, mientras veamos los hechos en lo
concreto, cubiertos por toda la complejidad con que los ha rodeado la naturaleza, y tratemos de llegar a una ley
general mediante un proceso de inducción. (…) no queda otro método que (…) el de la 'especulación
abstracta’” (pp. 148 s.).
LECTURAS ECONOMICAS 10 PROFESOR GUILLERMO RAMÍREZ HERNÁNDEZ
Las palabras irreales
Autobiografía, tuvo lugar después de la crisis mental y severa depresión sufridas por Mill en
1826-1827:

Lo que hizo que los poemas de Wordsworth fueran una medicina para mi estado mental
fue lo que expresaban, no sólo la cabeza exterior, sino las condiciones del sentimiento, y
del pensamiento matizado por sentimiento, bajo la atracción de la belleza. Parece ser la
verdadera cultura de los sentimientos que buscaba. En ellos parecía yo beber de una
fuente alegría interior, de placer afín e imaginativo, de cual todos los seres humanos
podían participar; y que no tenía relación alguna con luchas o imperfección sino que se
enriquecía con cualquier avance de la condición física o social del hombre (…) E
inmediatamente me sentía al mismo tiempo más bueno y n feliz, al ir quedando bajo su
influencia (Autobiografía, p. 89).

En los poemas de Wordsworth Mill veía no lo que en sí mismos eran, sino lo que podían
hacer por “Durante mucho tiempo reconocí a Wordsworth menos valor por sus méritos
intrínsecos que por medida de lo que había hecho por mí” (ibid., p. 90) Al afirmarse este
hecho, el mérito intrínseco de I poiesis cede ante el valor utilitario de la lectura. El héroe de
este pasaje no es Wordsworth, sino Mill, es decir no es el poeta, sino el lector con espíritu
creador.
La “cultura de los sentimientos” se convierte el complemento dinámico de la cultura
estática del gusto crítico mediante la que, por lo general, se juzga el valor de la poesía.
Naturalmente, Mill reconoce y aprecia los “principios” de ésta; ello es bien perceptible cuando
observa que “seguramente ha existido, aun en nuestros tiempos, poetas más grandes que
Wordsworth” (ibid., p. 89). Lo que Wordsworth proporciona a Mill no es un escape que del
análisis conduce a los sentimientos, sino la confirmación de las costumbres analíticas por la
emoción genuina: “Y el placer que estos poemas me causaron demostró que en esta clase
de cultura no había nada que temer de la más firme costumbre de hacer análisis” (ibid., pp..
89 s.). El placer de que se habla es personal e “interior”, pero está basado en la confianza
mayor de que “puede ser compartido por todos los seres humanos”. Este nuevo paso
también es decisivo para el futuro lector imaginado en Economía política. Proclamando la
poiesis puesta en juego por él mismo en calidad de lector en Wordsworth, Mill insinúa que
existe un lazo más fuerte entre la interpretación literaria y el “avance de la condición física o
social del hombre”, avance que literalmente es un “estado de ánimo”, “enriquecido” por la
adición de sentimientos sociales. Veinte años, después, la realización de tal estado de ánimo
se convierte en el objetivo de su libro Economía política.
La primera vez que Mill señala que esta meta se puede alcanzar, y consecuentemente
que su libro puede lograr “el tono general que lo distingue de los anteriores exposiciones de
la economía política” (Autobiografía, p. 148), coincide con su evaluación de la función de
Harriet Taylor en la creación de su libro: “Lo abstracto y puramente científico en general era
mío; (…) en todo lo relativo a la aplicación de la filosofía a las exigencias de la sociedad y del
progreso humano, fui su discípulo” (ibid., p. 49).No hay razón alguna para que nos
interesemos en la justificación profunda de la modestia aquí demostrada por Mill, porque en
el contexto de lo que estamos tratando su esposa no es más que otra imagen del lector crea-
dor. En relación con la obra de Mill sobre economía política, Harriet sencillamente funciona
como antes el propio Mill respecto a la poesía de Wordsworth, convirtiendo los pensamientos
de su marido en “un principio vivo”:

LECTURAS ECONOMICAS 11 PROFESOR GUILLERMO RAMÍREZ


HERNÁNDEZ
Kurt Heinzelman
Como las generalizaciones económicas no dependen de las necesidades naturales sino
de las que se combinan con los arreglos ya existentes en la sociedad, (la economía polí-
tica) trata de ellas sólo como algo provisional y expuesto a una fuerte alteración por
efecto del avance del progreso social. Yo comprendí parcialmente este aspecto de las
cosas gracias a los pensamientos surgidos en mí con el estímulo de las especulaciones
de los sansimonianos, mas este aspecto se convirtió en un principio vivo, siempre pre-
sente y animador de mi libro, gracias a las exhortaciones de mi mujer(Ibid., P 149)

Lo que está siempre presente y anima la composición del libro se convierte a su vez en el
reto presentado por éste a su posible lector, que es abrirse paso por medio de “la aprecia-
ción científica de la acción de estas causas (económicas)”, “poniendo el ejemplo de no tratar
dichas condiciones como si fueran definitivas”. El carácter “provisional” —es decir “vivo”— de
la argumentación del libro depende pues, de la interacción instructiva de la imaginación del
lector, prefigurada en el primer gasto de Harriet, en su inversión imaginativa. Sin esta
participación, el libro caería en un análisis científico y estático; dicha participación es lo que
nos permite esperar un cambio positivo en el progreso de la sociedad que dé por resultado
un impulso hacia “la verdadera cultura de los sentimientos”.
Como Mill insiste en que aduzcamos nuestros principios económicos en el contexto de
las verdaderas prácticas economizadoras del hombre y a la luz de “los arreglos ya existentes
en la sociedad”, puede entonces revelar que la “dinámica” de una conducta económica
correcta deriva de otras experiencias sin carácter económico, tales como la lectura de obras
literarias. Según Mill, la lectura es un proceso vital para la formulación del pensamiento, y la
literatura, en su sentido más amplio, comprende también los textos —como los de Mill— que
hacen exposiciones no “literarias”. Igualmente, el lector con espíritu creador también se
convierte en el economista ideal in parvo.
El punto que Mill quiere demostrar es que la “economía política” está sujeta al análisis
económico formal y no lo está, como resulta de la siguiente cita: “En realidad, la economía
política nunca ha pretendido dar consejos a la humanidad sin más luces que las propias;
aunque algunas personas, sin saber más que economía política (y consecuentemente cono-
ciendo este mal), se asignaron la tarea de dar consejos, que sólo podían dar con las luces
que poseían” (ibid., p. 141). Esta advertencia nos trae a la memoria la descripción de los
peligros que acechan a los literatos y economistas que traten de fecundar unos campos de
los otros, según Bagehot, y en los Principios de economía política, Mill intentó encontrar el
modo de neutralizar tales peligros. Justifica la orientación necesariamente doble de su tema
mediante la división de la tarea del economista en dos campos: la “estática” y la “dinámica”.
La “estática” es “el campo de las realidades económicas”; investigarla es determinar cómo se
crea y define la riqueza. Analizándola “se obtiene una visión colectiva de los fenómenos
económicos de la .sociedad.”(Obras, III, 707). En cambio, la “dinámica” es campo de la
ficción económica; investigarla es determinar cómo se aplica la riqueza y los medios que
hacen posible intercambiar metafóricamente la riqueza literal por un bienestar social más
general. Una vez evaluada la estática, observa Mill, todavía tenemos que considerar la
condición económica la humanidad como algo sujeto a cambios, más aún (…) en todo
momento sujeto a cambios progresivos. Tenemos que considerar lo que son estos cambios,
cuáles son sus leyes y sus tendencias finales agregando así la teoría del movimiento a
nuestra teoría del equilibrio, la dinámica de la economía política a la estática (Obras, III,
707). Precisamente en este momento, la Economía política de Mill convierte su análisis de la
producción económica en los prolegómenos de su estudio de la distribución social y utilitaria.
Pero como en todo el libro Mill ha dicho que las leyes económicas aparentemente objetivas
LECTURAS ECONOMICAS 12 PROFESOR GUILLERMO RAMÍREZ HERNÁNDEZ
Las palabras irreales
tienen que derivarse del conocimiento subjetivo de los arreglos sociales, culturales y
morales, en realidad desde un principio desafía implícitamente al lector a que él mismo
aporte estos conocimientos. Precisamente un conocimiento subjetivo de esta clase permitió
a Mill, durante la lectura de Wordsworth galvanizar su desesperación consciente
convirtiéndola en un principio compensatorio de avance cultural. Y el mismo conocimiento
por parte de su mujer hizo posible que escribiera en su forma definitiva la Economía política.
Imaginada así, la ciencia económica revela sus verdaderas “relaciones” a la sociedad: simul-
táneamente debe derivarse de nuestra disposición moral y ser un factor constitutivo ella.
Los “cambios progresivos” de la estática a la dinámica de la economía política ya están,
pues, prefigurados en la estrategia retórica de la composición de Mill.25 En las primeras
páginas del libro, el autor implora a los economistas que reconozcan las “utilidades fijas e
incorporadas en los seres humanos” (Obras, II, 48): es más, el valor utilitario del lector para
los juicios morales del propio Mill es precisamente lo que indica que las “cualidades morales
de los trabajadores son tan importantes para la eficiencia y valor de su trabajo como las
intelectuales” (Obras, II, 109). Mill puede ser un autor tan revolucionario y “activista” como
Marx, porque luego estas “cualidades morales” son la base de la mitad de la teoría
económica de Mill:

Las leyes y condiciones de la producción de la riqueza comparten el carácter de las


verdades físicas. En ellas no hay nada. ni opcional ni arbitrario. No es así respecto a la
distribución de la riqueza, que es únicamente un asunto de institución humana. Una vez
que están disponibles las cosas, la humanidad, individual o colectivamente, puede hacer
con ellas lo que quiera. Puede ponerlas a disposición de quien le plazca, y en
cualesquiera términos (…) La distribución de la riqueza, pues, depende de las leyes y
costumbres de la sociedad (Obras, II, 199 ss.).

La dificultad final, por supuesto, es que “las leyes y costumbres de la sociedad” no dependen
de la “verdad física” sino de las ambivalencias metafísicas y de los caprichos de la voluntad
del hombre. En la Autobiografía, Mill llega a la conclusión de que su máximo logro “consistió
principalmente en hacer una distinción correcta entre las leyes de la producción de la ri-
queza, que son leyes reales de la naturaleza y dependen de las propiedades de los objetos,
y los modos de su distribución, que dependen de la voluntad humana aunque están sujetos a
ciertas condiciones” (p. 148). Si para el economista las “leyes de la naturaleza” son reales,
las leyes que afectan la voluntad humana tienen que ser irreales, especialmente en el
sentido de que se expresan por medio de la imaginación y de que se manifiestan en los
arreglos ficticios que llamamos cultura y sociedad, lo cuales están sujetos a la lógica
económica y al mismo tiempo no lo están. Si partimos del concepto de la riqueza postulado
como “el objeto universal del deseo”, ya hemos progresado hasta el punto en que el mismo
“deseo” tiene que convertirse en objeto de análisis económico. El dilema de la economía
política es que las leyes naturales no se aplican con exactitud a las cuestiones de la voluntad
humana mas si los economistas excluyen del razonamiento ésta, imponen una terrible pér-
dida a la misma imaginación humana. Mill plantea directamente la cuestión del lugar de la
imaginación en la ciencia económica, apelando a la imaginación del lector comparte
dinámica de la investigación “científica”. Naturalmente, como se vera, los economistas

25Otra opinión distinta sobre estos términos puede verse en: Frank H. Knight, "Statics and Dynamics: Some
Queries Regarding Mechanical Analogy in Economics" en History and Method of Economics, pp 179-201.
LECTURAS ECONOMICAS 13 PROFESOR GUILLERMO RAMÍREZ
HERNÁNDEZ
Kurt Heinzelman
también los literatos como Ruskin rebatirían esto, tildando la estrategia de Mill de intento de
eludir la cuestión económica por medio de “palabras irreales”.
Mill publicó en 1871 la séptima y última edición de su libro. La Teoría de la economía
política de S. Jevons, aparecida ese mismo año, contenía una definición de la “ciencia
económica” radicalmente diferente, y en consecuencia también del economista. Lo que para
Mill era la conexión temática integral la economía política con la filosofía social se convirtió
sencillamente, para Jevons, en “la relación de la ciencia económica con la ciencia moral”.26
En los últimos párrafos de su introducción, Jevons trata por fin esta “relación”, como si se
hubiese visto obligado después de todo a decir algo, llegando a la conclusión de que “aquí
tratamos la especie más baja de sentimientos”. La ciencia económica es para él solamente
una ciencia práctica y hasta pragmática, más adecuada a los métodos del nuevo cálculo que
al discurrir razonado de la filosofía. Y aunque, según Jevons, la filosofía conserva su lugar
en la negociación de la conducta ética, no por ello es necesaria en la exposición de la teoría
económica porque en realidad la ciencia económica está por debajo de la filosofía.
Las observaciones finales de Jevons tienen que ser transcritas por entero, pues su
artificio lógico depende de que logre hacernos apartar la vista de la pelota:

Aquí tratamos de la especie más baja de sentimientos. El cálculo de utilidad tiende a


satisfacer las necesidades ordinarias del hombre con el menor costo del trabajo. A falta
de otros motivos, se supone que todo trabajador dedica su energía a la acumulación de
riqueza. Haría falta un cálculo más exacto de lo moralmente bueno y malo que mostrara
el mejor modo de emplear esa riqueza para el bien de los demás y de sí mismo. Pero si
este alto cálculo no produce ninguna prohibición, necesitamos un cálculo bajo para
obtener el máximo bien en asuntos moralmente indiferentes. No hay regla moral que nos
prohiba hacer que crezcan dos hojas de pasto en lugar de una, si podemos lograrlo
mediante una mejor utilización del trabajo. Y como Francis Bacon, ciertamente podemos
decir que “mientras los filósofos discuten si el verdadero objetivo de la vida es la virtud o
el placer, hay que proveerse de los instrumentos de ambos” (p.93).

Al contrario de los “principios” imaginativamente expansivos de Mill, el truco de Jevons es


quitar con una mano lo que da con la otra. Así, la filosofía es “superior” a la ciencia
económica. pero sólo en cuanto a “cálculo superior”. Entonces, en el mismo momento en
que deja de formar parte de la metodología. científica del análisis económico, la filosofía es
imaginada en términos de éste. Más aún, Jevons insiste en tal simultaneidad. El cálculo
“superior” implica el uso de la riqueza una vez obtenida, mientras que el cálculo “inferior” —el
problema de obtener la riqueza— es moralmente indiferente. Mill hace la misma distinción,
pero explica que la riqueza es obtenida de un modo y “captada” de otro, asunto de gran
importancia para la imaginación económica que además no cabe tratarlo ni de modo
totalmente científico ni de modo totalmente matemático. Si embargo dice Jevons que la
moralidad misma puede ser una “palabra irreal”. Como la obtención de riqueza es uno de los
“asuntos moralmente indiferentes”, es dable, en realidad, que los principios del progreso
económico sean amorales. El trabajo puede ser explotado sin piedad (mediante lo que
Jevons llama, sin ironía, La sabia utilización”), para hacer crecer dos hojas de pasto en vez
de una. En términos baconianos, tenemos que callarnos y que proveernos de los
instrumentos del placer y la virtud. No obstante, los instrumentos de la virtud no son

26 W. Stanley Jevons, The Theory of Political Economy, ed. k D. Collison Black, p. 91. En el texto nos referimos
a esta edición
LECTURAS ECONOMICAS 14 PROFESOR GUILLERMO RAMÍREZ HERNÁNDEZ
Las palabras irreales
atribuibles al mismo cálculo que la virtud misma, y Jevons consuma su ruptura con Mill
mediante el argumento de que el cálculo inferior es, en realidad, una forma superior del
conocimiento, y de que la discusión filosófica de la virtud es secundaria respecto a la
realización económica. Y así, al terminar el párrafo, los instrumentos de la virtud han dejado
de ser moralmente indiferentes, a pesar de encarnar ,una virtud que la filosofía no puede
comprender sin la ayuda de la ciencia económica. Al revaluar la especie más baja de
sentimientos”, que se convierte en el común denominador de nuestra supervivencia
cotidiana, Jevons la eleva por encima de todas las demás categorías de sentimientos.
Tratando de diferenciar la ciencia económica de ética, Jevons sencilla y tal vez
inconscientemente forzó el lenguaje hasta el punto de ruptura. En examen retrospectivo, la
idea de “valor” ha perdido críticamente todo su significado, y en el sentido más amplio el
lenguaje mismo se ha hecho moralmente indiferente convirtiéndose en un conjunto cifras “re-
ales” que agrupan lo “superior” y lo “inferior” en la indiferencia emocional de las estadísticas.
Un poco antes, Jevons se ocupa de toda la “doctrina utilitaria”, atribuyendo al lenguaje cierta
falta de utilidad, con estas palabras: “La aceptación o rechazo de la base de la doctrina
utilitaria depende, en mi opinión, de la interpretación correcta del lenguaje empleado” (p. 92).
Exactamente. Para Jevons, la interpretación correcta de la doctrina utilitaria significa aplicarla
para mayor gloria de nuestro propio razonamiento. Literalmente, tal artificio es el precio del
divorcio entre la filosofía y la economía.
Este divorcio asigna al lenguaje cierto valor de intercambio propio, cierta disponibilidad.
En semejantes condiciones, Marx observó que “la lógica es la moneda de cuño corriente de
la mente, el valor especulativo o del pensamiento del hombre y de la naturaleza”.27 Marx
quiere decir que nuestra posición económica es la base de todas nuestras declaraciones
epistemológicas, metafísicas y éticas, premisa que puede ser rebatida, pero no mediante el
argumento de que nuestra posición económica no tiene una relación fundamental con la
epistemología, la metafísica o la moral —ni con la imaginación— que es el que emplea
Jevons.
Este argumento es expuesto con mayor amplitud en Norte y Sur (1854-1855) de
Elizabeth Gaskell. El señor Hale, habiendo trasladado a su familia de Helstone al poblado
industrial norteño de Milton (o sea, Manchester, donde Jevons sería después profesor de
lógica en el Colegio Owen), admite lo que sigue: “Mal puedo hasta ahora comparar una de
estas casas con las cabañas que teníamos en Helstone. Aquí hay muebles que nuestros
trabajadores nunca habrían pensado comprar, y comúnmente se consumen alimentos que
ellos habrían considerado un lujo (…). Es necesario aprender un lenguaje diferente y usar
unas medidas distintas, aquí en Milton.”28 El posterior advenimiento de una nueva ciencia
económica hizo totalmente superflua un categoría de lenguaje, como cuando Margaret, hija.
de Hale, pregunta al industrial John Thornton si cierto colega suyo es “un caballero”.
Thornton (que según se sabe después es en verdad hijo de “un caballero”) replica: “No com-
prendo exactamente lo que quiere usted decir con esa palabra. Pero debo decir que este
Morison no es un hombre de verdad.” Margaret responde que sospecha que entre “sus
caballeros” están comprendidos los “hombres de verdad” de su interlocutor, el cual la corrige
aclarándole que era él “un hombre es un ser más alto y completo que un caballero”. La
conclusión de Margaret revela una de las percepciones más profundas de Elizabeth Gaskell

27Karl Marx, The Economic and Philosophic Manuscripts of 1844, ed. D. J. Struik, Martin Milligan, p. 174.
28Elizabeth Gaskell, North and South, ed. Martin Dodsworth (Harmondsworth: Penguin, 1970), p. 212. En el
texto nos referimos a esta edición.
LECTURAS ECONOMICAS 15 PROFESOR GUILLERMO RAMÍREZ
HERNÁNDEZ
Kurt Heinzelman
sobre las diferencias entre el “norte” y “sur”: ¿Qué quiere usted decir? —preguntó Margaret
seguramente entendemos las palabras diversamente” (pp. 217 s.). Mas Thornton no
entiende la palabra diversamente; con deliberación no la entiende en absoluto. Como
Jevons, el teórico de Manchester, Thornton, el industrial de Manchester, solo dispone aquí
de un conjunto de fichas verbales para explicar un nuevo conjunto de exigencias económi-
cas, a un nuevo hombre social. En La forma en que ahora vivimos (1874-1875), Trollope
encontró una conexión más directa: “Como durante muchos años del pasado hemos
aceptado papel en vez de dinero real por nuestros productos, así ahora parecía que, bajo el
nuevo régimen de Melmotte, iba a bastar un intercambio de palabras.29 El punto importante
no es sólo que el dinero constituye una especie de lenguaje, sino que los arreglos sociales,
participan en muchas economías. Y en el libro de Trollope, una especie de ciencia
económica ficticia verbal también determina los arreglos sociales, ya que en realidad Mel-
motte está en bancarrota: su riqueza (aunque no su “régimen:) es totalmente imaginaria. Así
pues, el discurrir económico ayuda a formular el “intercambio de palabras” que
reconocemos; es más, se convierte en el intercambio mismo. “El crédito —dijo Marx en con-
clusión— es el juicio económico de la moralidad del hombre.”30 Desde un punto de vista
estructuralista, la argumentación de Jevons trata de presentar la ciencia económica como
algo tan abierto como contenido, degradando a la categoría “sociológica” el problema ético
de la conducta real del hombre en una situación económica dada. Así pues, la “ciencia eco-
nómica” puede disertar sobre la estructura de “la economía” sin necesidad de interesarse en
el concepto, igualmente elusivo, de “lo económico”. Y por último, una teoría autosuficiente,
con todas sus palabras irreales, define “la forma en que ahora vivimos”.
La premisa del método de Jevons se originó medio siglo atrás con David Ricardo, quien
trató de definir la ciencia económica en términos de un sistema de autorreferencia: Si dicha
ciencia se apropia del lenguaje cotidiano no especializado, lo transforma y emplea en formas
especializadas, que en muchos casos son incompatibles con su significado y uso comunes.
Ricardo rebate a Smith y a J. B. Say, argumentando que la “riqueza” o simple abundancia
material no necesariamente tiene “valor” económico. En realidad, nuestro sentido ordinario
de “riqueza” puede ser un obstáculo para la formación de valores económicos (es decir, del
intercambio, En la exposición de “las vagas ideas asociadas con la palabra valor”, Ricardo
identifica el verdadero significado económico de esta palabra con la idea de escasez: “El
valor, pues, es esencialmente distinto la riqueza porque no depende de la abundancia lo de
la dificultad o la facilidad de la producción.”31 El efecto de esta definición es que la “riqueza”
queda divorciada del significado que tiene en el uso cotidiano, punto a que se refiere también
la siguiente generalización de Ricardo: “En la economía política, muchos errores se han ori-
ginado en los errores derivados de considerar el incremento de la riqueza y el incremento del
valor como la misma cosa, y en las infundadas nociones sobre lo que constituye norma para
medir el valor” (p. 183). Estas “infundadas nociones” son, sin embargo, productos del uso se-
mántico ordinario.
La objeción hecha por Thomas de Quincey a Ricardo amplía el significado de las
“palabras irreales”. De Quincey señaló que Ricardo no había inventado nuevas palabras,

29Anthony Trollope, The Way We Live Now, ed. Robert Tracy (Indianápolis y Nueva York: Bobbs-Merrill, 1974),
p. 363.
30Writings of the Young Marx on Philosophy and Society, ed. y trad. Loyd D. Easton y Kurt H, Guddat, p. 270.
31David Ricardo, The Principles of Political Economy and
Taxation, p. 182. En el texto nos referimos a esta edición de la Everyman's Library. [Principios de economía
política y tributación, F.C.E. México, 1959),
LECTURAS ECONOMICAS 16 PROFESOR GUILLERMO RAMÍREZ HERNÁNDEZ
Las palabras irreales
sino solamente hipostasiado la semántica común, imponiendo a una palabra —en general
ambivalente, como “valor”— un solo significado de carácter económico. En el siguiente
pasaje del “Diálogo de tres templarios”, X. Y. Z., uno de los participantes, pronuncia con fina
ironía dramática estas palabras:

Creo que la base misma de su claridad (de Ricardo) es para mí la base de su aparente
oscuridad para algunos otros, es decir, su inexorable coherencia en el uso de las
palabras (…) en todas partes donde el hombre se ha acostumbrado a emplear una
palabra en dos sentidos, sin darse cuenta, un autor que corrija este uso negligente e
imponga la unidad del significado parecerá siempre oscuro, porque obligará a afirmar o
negar consecuencias que hasta ese momento no era advertidas debido a un constante,
aunque inconsciente, equívoco de las dos acepciones (…) Por ende, no debe sorprender
que Malthus se queje (…) de “la extraña aplicación de ciertos términos comunes” que
hace que la obra de Ricardo sea “difícil de entender para mucha gente”, aunque en
verdad la forma en que emplea muchos términos no tiene nada de raro, aparte de la
constancia que muestra en la aplicación de una palabra en un sentido dado.32

Ricardo es tan preciso que a muchos les parece oscuro. De Quincey, en su aparente elogio
de Ricardo a través de lo que dice X. Y. Z., en realidad critica todos los economistas,
lanzándose contra lo que parecía su refugio más seguro: su aserción de que el lenguaje
mismo tiene un “valor” inmaterial. De Quincey insiste en que veamos que (Ricardo) sustituye
las fichas verbales no como “mera disputa sobre las palabras”, sino como una alteración de
“base” intelectual del razonamiento. Cuando Ricardo invirtió la ley de Say, afirmando que el
valor de intercambio precede en importancia al valor de uso, este cambio verbal fue la señal
de una redistribución importante de la lógica económica, según De Quincey.
Hay que transcribir aquí el razonamiento de De Quincey, porque en su totalidad es el
hábil resumen de lo que después será el grito de batalla de Blake y la premisa de
Wordsworth. En los “Diálogos” de De Quincey, Fedro insinúa que la controversia ricardiana
es puramente verbal, a lo que X. Y. Z. responde:

“Una simple discusión acerca de las palabras” es frase que se oye todos los días, y ¿por
qué? ¿Somos de veras testigos todos los días de disputas causadas por simples
diferencias verbales? Lejos de ello, puedo decir que nunca me ha tocado estar presente
en semejante tipo de disputas en toda mi vida, ni en los libros ni en la conversación; de
hecho, tomando en cuenta la escasez de sinónimos absolutos contenidos en todo idioma
es muy poco probable que una discusión sobre el significado de las palabras surja sin ser
al mismo tiempo una discusión sobre las ideas (es decir, sobre las realidades). ¿Por qué,
pues anda esta frase en boca de todos, si el caso real es verdaderamente tan raro? La
razón es la siguiente, Fedro: esta argumentación es un sophisma pigri intellectu, que in-
tenta eludir el esfuerzo mental necesario para la comprensión y solución de cualquier difi-
cultad, bajo el engañoso pretexto de que se trata de una cuestión de sombras y no de
sustancias, que por supuesto un hombre de sentido común que se precie de serlo tiene
que rechazar. Es un sofisma agradable, ¡que al mismo tiempo halaga la indolencia y la
vanidad del hombre! (pp 491 s).

32Thomas de Quincey, “Dialogues of Three Templars on Political Economy”, en Letters on Self-Education, with
Hints on Style and Dialogues on Political Economy, pp. 478 s.
LECTURAS ECONOMICAS 17 PROFESOR GUILLERMO RAMÍREZ
HERNÁNDEZ
Kurt Heinzelman

Una discusión acerca del significado de las palabras no es un asunto de sombras, sino de
sustancias que, a pesar de Adam Smith, el lenguaje contiene muy pocos sinónimos
verdaderos. Una nueva palabra indica una nueva idea, un nuevo modo de estructuración o
hasta de juzgar la realidad. (No debe sorprender que las “ideas” sean “realidades”, dice
Quincey por implicación, ni siquiera a los pragmáticos irreductibles que intercambian una
moneda simbólica en forma de dinero por objetos materiales o inmateriales en forma de
bienes y mano d obra) Además, como el lenguaje es tan “real” como el dinero, también
puede depreciarse. Dicho más específicamente, el cambio en las acepciones económicas de
las palabras exige la realineación de los parámetros de todas las demás economías que r
plazca imaginar. Pero desgraciadamente las palabras son al mismo tiempo reales e irreales.
Consolidando el “valor” con el valor de intercambio y reduciendo la importancia de las
“riquezas”, Ricardo modificó el significado de la “riqueza”. Dio a ésta por base la escasez;
consiguientemente, el valor se incrementa en proporción directa a la falta de abundancia
material. El análisis humanista de Mill y su convencimiento de que la buena voluntad y
optimismo imaginativo son las características fundamentales de un economista ilustrado,
resultan directamente desmentidos y en última instancia rechazados por la naturaleza misma
de la realidad económica, es decir, por las nuevas inflexiones del discurrir económico. Si la
riqueza económica se fundamenta en la escasez de medios, su valor será creado por la
simple dificultad de su producción, por que Foucault llama una escasez fundamental. La
conclusión que sigue, escrita por Foucault, sencillamente lleva la observación de De Quincey
a lógica y drástica consecuencia final:
Así pues, lo que hace posible y necesaria la ciencia económica es una perpetua y
fundamental situación de escasez; ante una naturaleza que por sí misma; inerte y, salvó en
pequeña parte, estéril, el hombre arriesga la vida. Ya no es en la acción recíproca de
representación (entre los símbolos de la “riqueza”, del dinero y los objetos que con éste se
compran) donde la ciencia económica encuentra su principio básico, sino cerca de la
peligrosa región donde la vida tiene que enfrentarse a la muerte (El orden de las cosas, pp.
256 s.)
Foucault revela la razón más urgente de nuestra necesidad de imaginar correctamente la
ciencia económica: los medios y fines acerca de los que dicha ciencia medita son asuntos de
vida o muerte. El análisis de las discusiones verbales, hecho por De Quincey, únicamente
toca la superficie de la ciencia económica como estructura de ficciones. En el fondo de su
corazón, Foucault continúa con esta observación: “El análisis del pensamiento es siempre
alegórico con relación al discurrir de que se sirve” (Arqueología del conocimiento, p. 27).
Aunque De Quincey revela que en la ciencia económica los cambios verbales también son
cambios cognoscitivos, ahora podemos percibir que la propia ciencia ecológica no es un
medio verbal para obtener un fin cognoscitivo, sino una especie de tierra de nadie entre el
lenguaje y el conocimiento, cuyo discurrir da fe de la insuficiencia fundamental del conoci-
miento que expresa. Y si por una parte la confrontación de la vida con la muerte es “real”, su
urgencia demostrada por medios “irreales”. Así pues, lo que hace posible y hasta necesaria
la ciencia económica es su perfección alegórica y la autenticidad de su digresión imaginativa
en esa “peligrosa región”.
Nuestro análisis de las “palabras irreales” nos ha conducido hasta un punto desde donde
podemos ser testigos de que la descripción alegórica de la economía hecha por Spenser se
convierte en la “ciencia económica”, construcción intelectual que es por sí misma una forma
de alegoría. El dominio simbólico de Mammón, concebido en términos de escasez y
abundancia, cede ante la “peligrosa región” de Foucault donde la vida tiene que enfrentarse
LECTURAS ECONOMICAS 18 PROFESOR GUILLERMO RAMÍREZ HERNÁNDEZ
Las palabras irreales
a la muerte. Hemos llegado así a un punto más allá de Bagehot, en el cual la alegoría econó-
mica parece suplantar a las abstracciones de la literatura con una ficción propia, más
profunda, y en él, de hecho, las funciones del literato y del economista se combinan; en lo
sucesivo, la realidad y la alegoría las palabras reales y las irreales, no estarán sólo “en
relación”, sino que se unirán estrechamente. Por ello habrá que estudiarlas juntas.
El catalizador es históricamente Malthus. Su inquietante tratado Ensayo sobre el principio
de la población (1798) demostró que la “economía” puede producir una crisis moral de la
ficción del comercio humanístico, si se le impone que refleje valores, éticos. Esta obra, más
que ninguna otra, indujo calificar la economía de “ciencia deprimente”, precisamente porque
su alegoría demostraba lo que para muchos era una alegoría errónea. La “férrea ley del
salario” malthusiana, parafraseada a menudo como la reducción progresiva del producto de
prosperidad, fue en un principio difícil de confutar pero resultó evidente que dicha “ley”
económica de Malthus era contraria a otros imperativos morales y culturales más fuertes.
Para Malthus, las leyes económicas de la producción; comercial tienen una relación
alegórica con la economía de la producción humana (sexual). Al analizar la segunda,
tenemos que modificar nuestra comprensión de las ficciones de la primera. El arte repre-
sentativo del economista, según Malthus, exige tanto un nuevo modelo como un nuevo
vocabulario.33 Para “considerar al hombre tal como es, inerte indolente y sin inclinación al
trabajo, a menos que lo empuje la necesidad (y seguramente es la peor locura hablar del
hombre según nuestras burdas ilusiones de lo que debería ser), podemos declarar con
certeza que el mundo nunca habría sido poblado si no hubiese sido por la superioridad del
poder de población respecto a los medios de subsistencia”(Principio de la población, p. 205).
El trabajo sexual de concebir es más intenso que el dedicado tareas más estrictamente
económicas: “La perpetua tendencia de la raza humana a aumentar más allá de los medios
de subsistencia es una de las leyes generales de la naturaleza animada, que no tenemos
razón para esperar que cambie” (ibid., p. 199). La prosperidad expresada en el precepto
bíblico, “creced y multiplicaos”, niega y en última instancia empobrece toda prosperidad eco-
nómica que el hombre alcance por medios comerciales. Una gran abundancia material,
prometida por todas las economías políticas, genera un incremento desigual de la población,
de manera que, paradójicamente, existe una superabundancia de gente que no puede sub-
sistir ni siquiera en virtud de una mayor eficiencia de la producción económica. Malthus eleva
la paradoja smithiana del valor a términos cósmicos: el hombre trabaja ciegamente para su
propia extinción. Según la enunciación malthusiana, la economía política debería ser
intermedia entre las economías invisibles de la producción sexual y las economías, más visi-
bles, de la producción comercial; pero la alegoría de la ciencia económica malthusiana
revela, con aplastante ironía, que el bienestar del Estado o polis se basa en la (abrumadora)
prosperidad de la casa familiar u oikos, y que esta última economía, a fin de cuentas,
destruía una estructuración económica de mayor envergadura.
El primer debate de Malthus con William Godwin y la siguiente controversia surgieron por

33T. R. Malthus, An Essay on the Principal of Population ed. Anthony Flew, p. 174; en el texto nos referimos a
esta edición. Respecto al modelo, lo que Malthus acentúa es que el economista, como “un joven impresor”, a
menudo trata de “copiar una ilustración finamente acabada y perfecta”, mientras que el hombre no está tan
bien terminado ni es tan perfecto. La necesidad de un nuevo modelo surge del corazón de la alegoría
malthusiana. En una obra subsiguiente trató de definir el razonamiento que sería permisible en el caso del
economista practicante. Cf. T. R. ,Malthus, Definitions in Political Economy, preceded by an Inquiry into the
Rules Which Ought to Guide Political Economists in the Definition and Use of Their Terms.
LECTURAS ECONOMICAS 19 PROFESOR GUILLERMO RAMÍREZ
HERNÁNDEZ
Kurt Heinzelman
un equívoco lingüístico que se agravó y reveló una incompatibilidad ideológica.34 Afirmando
el principio de la justicia política, Godwin planteó la perfectibilidad de las intenciones
humanas y demostró que la Poor Law (ley de pobres) la expresaba, aunque en forma poco
adecuada. Cabildeó para que esa ley fuese ampliada, porque, conforme a su gran visión
social, la pobreza era un impedimento. Malthus defendió, casi en los mismos términos, un
objetivo diametralmente opuesto; pues estaba convencido de que si el hombre era dejado
solo, con sus intenciones naturales, la vida misma lo iría llevando hacia la perfección. En
consecuencia, él también cabildeaba, pero a favor de una Poor Law más restringida. Sin
negar que la pobreza es un impedimento, Malthus dio una nueva definición de impedimento.
La producción económica anárquica, en última instancia, privaría de todo sentido a las
cuestiones de la utilidad. Malthus no pretendía matar de hambre a los pobres negándoles
ayuda, pero tampoco consideraba las disposiciones caritativas de la Poor Law como algunos
economistas conservadores consideran los sistemas modernos de asistencia social, es decir,
como medios que fomentan el desempleo y la ociosidad. Sencillamente señaló que esa ley
había sido concebida como parte de una perspectiva total de producción económica
incontrolada. Una ley de ayuda a los pobres suficientemente utilitaria nunca podría ser
elaborada sin antes aceptar la inutilidad inherente de la misma riqueza.
En Malthus, pues, aparecen ampliamente reelaboradas la “ciencia económica” y la
“economía”, las afirmaciones explícitamente económicas e implícitamente morales y el juego
que las diferencia. Para él, la ciencia económica, como ciencia de la acumulación de la
riqueza, es fundamentalmente antieconómica. Por obra suya, nuestras palabras claves casi
llegan a un callejón sin salida de carácter maniqueísta, debido a su observación de que hay
una “economía” de la respuesta humana, arraigada en nuestra misma calidad ontológica
como criaturas reproductivas, que invariablemente se opone a las mejores exposiciones
racionales que podamos hacer de nuestra calidad económica: “Parece muy probable que el
mal moral sea absolutamente necesario para producir la excelencia moral.”35

34Una diferencia importante es el doble significado de “mejora” aplicado a acciones económicas (e incorporado
a las instituciones políticas) o a las actitudes morales (e incorporado a las formas de relación social, que para
Malthus tenían un significado muy gráfico). Godwin afirma que el hombre y sus inventos e instituciones pueden
ser “perpetuamente mejorados" (cf. "Book I: Of the Powers of Man Considered in His Social Capacity", en
William Godwin, Enquiry Concerning Political Justice, ed. K. Codell Carter, pp. 17 ss.). Para Malthus. la palabra
“mejora” no estaba necesariamente expuesta a ser interpretada tanto económica como moralmente al mismo
tiempo (véase, en especial cap. XIV de An Essay on Population, pp. 168-173). Una versión correcta de esta
controversia desde un punto de vista literario (aunque se refiere a la novela del siglo XVIII y no a Godwin
Malthus) puede verse en el brillante capítulo, de Raymond Williams, "The Morality of Improvement", en The
Country and the City, pp. 60-67.
35Malthus, Principle of Population, p. 210 (hay ed. esp. FCE, México, 1951). Un análisis más detallado del
debate histórico sobre Malthus puede verse en: Kenneth Smith, The Malthusian Controversy (Londres:
Routledge and Kegan Paul, 1951).
LECTURAS ECONOMICAS 20 PROFESOR GUILLERMO RAMÍREZ HERNÁNDEZ

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