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Juan Manuel de Prada OPINIONES Y COSTUMBRES

(ABC, 28 de febrero de 2016)

El cine americano dejó hace mucho tiempo de ser memorable; pero, como
ocurre con las estrellas muertas que han brillado mucho, de vez en cuando aún
arroja fogonazos que mantienen vivo el espejismo de su pujanza. Muchas de
las películas que este año se disputaban los Óscares no eran sino
subproductos urdidos para facilitar la ingeniería social diseñada por el
mundialismo, según la fórmula acuñada por Rousseau: “Corregid las opiniones
de los hombres y sus costumbres se depurarán por sí mismas”. Así, por
ejemplo, entre las películas nominadas hallábamos apologías del
homosexualismo ("Carol") y el transexualismo ("La chica danesa"); pero es
cada vez más raro hallar (fuera del cine estrictamente palomitero) películas que
no deslicen de forma burda o subrepticia una ración más que colmada de
bazofia mundialista.

Entre las películas más aclamadas de este año figuraba, por ejemplo,
"Spotlight", un telefilm ayuno de talento artístico que se pretende una aséptica
denuncia de las prácticas pedófilas entre el clero católico, a través de la
recreación de una investigación periodística en la diócesis de Boston. La
película tiene una apariencia tan “neutral” que ha sido aplaudida desde el
catolicismo zombi; pero está llena de insidias, que incluyen la configuración
seráfica de personajes (¡ni uno sólo de los periodistas profesa ni un miligramo
de inquina a la Iglesia!) y giros argumentales muy calculadamente aviesos,
como la intervención de un “experto” que asegura que una cuarta parte de los
sacerdotes son siempre, por fatalismo estadístico, pederastas. Por lo demás,
"Spotlight" no establece (¡oh sorpresa!) ninguna conexión entre pederastia y
homosexualidad, ni señala que en muchas diócesis americanas hubo obispos
felones que, para hacer camarilla, rechazaban sistemáticamente a todo
seminarista que ofreciese el más mínimo indicio de virilidad.

No negaremos que entre las películas nominadas hubiese algunas meritorias.


"El renacido", como todo el cine de Iñárritu, es más bien inane y pinturera, pero
los escenarios naturales, el empleo de objetivos gran angular y la constante
introducción de planos envolventes al más puro estilo Terrence Mallick logran
tapizar de grandiosidad una película medianeja (que, además, Richard C.
Sarafian ya nos había contado en "El hombre de una tierra salvaje", aunque allí
el perdón se alzase victorioso sobre la venganza); en cuanto a Leonardo Di
Caprio, se tira toda la película arrastrándose y emitiendo gruñidos, lo cual no
acabó de parecernos razón cabal para premiarlo. Pero lo mejor de la cosecha
son "La habitación" y "Brooklyn", dos películas que acaban de estrenarse en
España. "La habitación" es, en su desolada sencillez, una película notable,
aunque no exenta de trampas, que nos conmueve y sobrecoge tanto por las
truculencias que oculta como por las delicadezas que muestra; y está
magníficamente interpretada. Pero si tuviéramos que quedarnos, entre tanta
morralla de ocasión, con un título que nos haya interpelado tendríamos que
resaltar "Brooklyn", una obra de apariencia sencilla y convencional de la que
emerge, cuando más instalada parecía en cierta placidez sin conflicto, un
vivísimo dilema moral y humano de los que el cine ya no sabe plantear, porque
ha perdido el sentido de lo humano, para convertirse en instrumento de
ingeniería social o (en el más benigno de los casos) en entretenimiento
idiotizante. "Brooklyn" nos devuelve el perfume del cine clásico que aspira a
alumbrar la verdad humana; y consagra a una actriz superdotada, la irlandesa
Saoirse Ronan.

Y ni siquiera pretende corregir nuestras opiniones para “depurar” nuestras


costumbres, como reza la consigna del mundialismo que Hollywood ha hecho
suya.

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