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Staff

Black Rose & Alysse Volkov

Minia16 Fiorella
Black Rose Liz De Rossi
Mae Apolineah17
Alysse Volkov Gabyguzman8
Valentina D. Ana09
∞Jul∞ Nikki

*Andreina F*

Carolina Shaw *Andreina F* Daliam

Carolina Shaw & *Andreina F*

Aria
Índice
Sinopsis Capítulo 12
Capítulo 1 Capítulo 13
Capítulo 2 Capítulo 14
Capítulo 3 Capítulo 15
Capítulo 4 Capítulo 16
Capítulo 5 Capítulo 17
Capítulo 6 Capítulo 18
Capítulo 7 Capítulo 19
Capítulo 8 Capítulo 20
Capítulo 9 Capítulo 21
Capítulo 10 Próximo Libro
Capítulo 11 Sobre el autor
Sinopsis
1
Traducido por Minia16

T enía las manos rojas y ásperas por haber lavado los platos
dos veces. Siempre eran dos veces. Hacerlo dos veces me
daba tiempo y me aseguraba que no quedara nada. Una
mota errante de comida, un punto que no se hubiera aclarado… estas eran
las cosas que él notaba.
Desde el salón llegaban sonidos de algún drama policíaco. Los
disparos y los gritos interrumpían el silencio de la cocina. No me importaba
lavar los platos porque era el único modo de mantenerme alejada de él, del
Monstruo.
—La cocina es el territorio de una mujer —decía mientras me miraba
de arriba abajo con sus malvados ojos negros, una cruel sonrisa estiraba
sus labios. Su único viaje ocasional a la cocina era para su habitual botella
de vodka de cereza, situado en la parte de atrás del congelador, detrás del
pollo que compré hacía meses y que aún tenía que descongelar y cocinar.
Mi estómago se encogió con sólo pensar en el pollo, el pollo que
ocultaba su vicio. No quería ver el vodka. Lo había olido en su aliento una y
otra vez, por la noche, en un lugar que debería haber sido seguro. El sueño
ya no brindaba seguridad, existían pesadillas mucho peores en la tierra de
los vivos. Mi vida era una serie de auténticas pesadillas. Pero esta noche, lo
dejaría todo. Dejaría a Cora Mitchell detrás en busca de la libertad.
El sonido de unos pies contra el suelo de madera del salón hizo que
mis músculos se encogieran conscientemente, mi estómago se dio la vuelta
del asco. Otra vez no, pensé. Un momento después sentí que su sombra caía
sobre mi hombro derecho. Sus pesados pasos sacudieron el despellejado
linóleo bajo mis pies mientras se acercaba. Olí su colonia cuando se inclinó
sobre mi hombro.
—Asegúrate de no perder el tiempo —susurró, su aliento chocó cálido
contra mi oreja. Permaneció ahí un momento, sus sucias manos me
arrinconaban contra la encimera desde atrás. Sentí que un hilillo de sudor
se deslizaba por mi columna e intenté hacer como si no estuviera perdiendo
el tiempo, frotando monótonamente la espátula que tenía en la mano. Lo
sentí tararear, la vibración se encontraba justo al lado de mi oído y tragué
la bilis que subió hasta mi boca. El tarareo. Él sabía que yo sabía lo que
significaba el tarareo. Apreté los dientes.
—Ya casi he terminado. —No me molesté en girar la cabeza para
mirarlo a los ojos. Un desafío como aquel sólo le daría más ánimos, y yo
tenía planes que no incluían involucrarlo en su actividad favorita. Era una
criatura de costumbres: cena, luego televisión, luego la botella de vodka,
luego yo. Esta noche sería diferente.
Deslizó dos dedos por mi espalda, por encima de mi camiseta,
deteniéndose justo antes de llegar al principio de mis vaqueros. Disfrutaba
de este juego, burlándose de mí con la amenazadora promesa de lo que
vendría después. Pensaba que tenía todo el poder de su parte, pero iba a
demostrarle que se equivocaba.
Mantuvo los dedos en la parte de arriba de mis vaqueros por un
instante y suspiró en mi oreja antes de retroceder. Oí el sonido de la puerta
del congelador al abrirse y sentí la ola de frío en mi espalda. Ayudó a
calmarme y me recordé que, pronto, todo habría terminado. Oí el crujido de
la verdura congelada mientras se estiraba para tomar su vodka, y luego el
ruido metálico al ponerlo sobre la encimera, al lado de los platos limpios.
Anticipando su siguiente movimiento, me sequé las manos en la toalla
que colgaba de la puerta del armario y me estiré a un lado para agarrar el
vaso de chupito que tenía preparado junto al fregadero. No sé por qué no
bebía nunca directamente de la botella. Ni que eso lo hiciera más civilizado.
Sólo era una ilusión, una de las muchas que había en mi vida. Y, pronto, yo
haría la mía.
Tomé la botella y le serví el chupito, esperando tener la mano firme.
No quería darle una pista sobre mis intenciones. Apoyé lentamente el vaso
y la botella y volví a meter las manos en el agua con jabón.
Menos mal que no sospechó nada y tomó ambos antes de volver a
caminar por el linóleo, de regreso al salón. Y, tal y como esperaba, casi
tropezó con la bolsa llena de basura que tenía en el camino.
—Podrías romperle el cuello a alguien dejando esto aquí. Sácala —
bramó, bebiéndose el chupito—. Ahora.
Que se rompiera el cuello habría sido demasiado fácil.
Mientras volvía al salón, me sequé las manos con el paño de los platos
y me tomé un momento para estabilizarlas. Este era el momento. La
despedida silenciosa por la que estuve esperando desde que el abogado
recitó las palabras de mi difunta madre en una habitación llena de extraños.
Respiré por la nariz para tranquilizarme y me dispuse a actuar con
indiferencia.
Me incliné hacia abajo y recogí la bolsa de basura, llevándola la corta
distancia hasta la puerta. Me detuve un momento para mirar al salón,
consolándome con que se quedaría dormido en menos de diez minutos. Los
somníferos que machaqué y mezclé en su puré de patatas y en la salsa eran
una dosis suficientemente fuerte para tumbarlo sin el efecto añadido de la
medicina para el resfriado de la tarde que le serví en su vaso de chupito del
tamaño de un cuarto junto con el vodka de cereza. Me iba a hacer falta la
ventaja.
Abrí la puerta y salí al rellano de su apartamento de cuatro plantas
antes de cerrar la puerta suavemente detrás de mí. Me quedé allí por un
momento y respiré hondo el aire de la tarde. En octubre normalmente hacía
un tiempo frío en Michigan, pero esta noche en realidad era una noche
bastante cálida y silenciosa.
Bajé por la escalera lo más silenciosamente que pude para evitar
alertar a cualquier vecino de mi presencia. Una vez que estuve en la acera,
apreté más la mano sobre la bolsa y caminé resueltamente hacia el
contenedor situado entre los dos bloques de apartamentos. Miré a derecha
e izquierda y respiré de alivio al ver las ventanas a oscuras que daban al
contenedor. Me agaché detrás del contenedor y abrí la bolsa de la basura,
sacando mis deportivas, que se hallaban escondidas debajo del cartón. Me
saqué las zapatillas y las lancé al contenedor. Después de ponerme las
deportivas, agarré la cazadora negra que también metí debajo del cartón y
luego saqué la pequeña mochila que escondía allí. La colgué sobre mis
hombros, intentando ser lo más silenciosa posible, y deslicé las manos por
las mangas de la cazadora, ocultando la mochila.
Me abroché la cazadora, volví a mirar a mí alrededor para asegurarme
de que no me veían. Mis manos todavía temblaban, así que las froté contra
mis vaqueros durante un minuto antes de mirar a mi futuro antiguo
apartamento. Estuve planeando esto durante meses, y sabía exactamente
cuáles serían mis siguientes pasos. Pero seguía siendo humana y, por lo que
sabía, los humanos eran capaces de sentir miedo. El miedo fluyó lentamente
por mis venas, rebajando la confianza que sentía ante mi inminente fuga.
A pesar del miedo, no sentía aprensión. Me recogí el cabello en un
moño antes de salir corriendo a través de las malas hierbas y hacia los
árboles que había detrás de los apartamentos. Los basureros vaciarían el
contenedor a las siete de la mañana siguiente, llevándose consigo la bolsa
de basura abierta. Sabía que los somníferos mantendrían dormido al
Monstruo al menos hasta entonces. Probé las pastillas varias veces con
meses de antelación. Al principio lo hice para evitar que visitara mi
habitación, antes de que hubiera desarrollado completamente mi plan. Era
muy meticulosa.
Tras correr durante diez minutos, probé a mirar hacia atrás. Aunque
estaba segura de que estaría demasiado incapacitado como para seguirme
a estas alturas, no podía evitar el estremecimiento por el miedo que todavía
persistía. Entonces, recordándome que pronto estaría libre de él, la
adrenalina hizo efecto y corrí otros dos kilómetros antes de llegar a mi
destino.
2
Traducido por Black Rose

i destino era una antigua escuela. Se encontraba en una calle

M tranquila y rodeada por árboles muertos, con ramas de esos


árboles cubriendo el suelo alrededor de la estructura de tres
pisos. Estaba en ruinas y era fea, con ladrillos cayendo de los lados del
edificio, dejando al descubierto el yeso blanco debajo. Ventanas rotas y una
puerta tapiada me saludaron cuando desaceleré a una caminata rápida,
asegurándome de caminar por donde los montones de hojas se localizaban
sentadas y descuidadas. La escuela era patrimonio histórico, razón por la
cual no era derribada todavía, y los vecinos alrededor hacían todo lo posible
para evitar que se viera completamente decrépita desde el exterior al cortar
el césped en otoño. Esto funcionaba a mi favor, ya que sabía que al pisar las
hojas secas podría alertar sobre mi presencia.
Revisé la zona en el verano, hice nota de los vecinos, de sus hábitos,
y si tenían perros. Afortunadamente, la mayor parte del barrio era hogar de
ancianos y sus diminutos perros, mordedores de tobillos, de esos que
ladraban al viento, o a un insecto, y por lo tanto no representaban una
amenaza al alertar a sus dueños de mi presencia. Me hallaba atenta a
cualquier ruido, por si acaso, pero sabía que este edificio destartalado era
perfecto para el siguiente paso en mi plan.
Cuando llegué al lado del edificio, miré a mí alrededor por si acaso y
flexioné las manos, todavía hormigueando por la adrenalina. Traté de
mantener la concentración en mi tarea en cuestión, sabiendo muy bien que
todavía no me encontraba a salvo. Me puse de puntillas y miré por algunas
ventanas, asegurándome de que no había vagabundos estableciendo su
residencia en el interior, antes de continuar a lo largo de la puerta trasera
del edificio.
La puerta trasera no estaba cerrada con tablas, pero tenía algunas
cerraduras de servicio bastante pesadas. Por suerte, eso no disuadió a un
ex ocupante ilegal, que probablemente quebró el cristal de la ventana
inferior y más tarde parcheó mediocremente con algún cartón. Me quité la
cazadora y la mochila antes de ponerme la cazadora de nuevo. Metí la mano
en la mochila y saqué el cuchillo de bolsillo que escondí en el interior,
usándolo para cortar el cartón. Una vez atravesada la insignificante barrera,
cuidadosamente metí la mano y abrí los cerrojos y la cerradura de la perilla
de la puerta antes de silenciosamente abrir la puerta.
El olor del moho me saludó al instante. Me metí dentro y utilicé el
fondo de mi camisa para limpiar preventivamente mis huellas dactilares
antes de cerrar la puerta, con la mano dentro de la cazadora para cerrarla.
Cambié el cuchillo por una linterna antes de ponerme la mochila en la
espalda.
Aunque preparé mi escape hasta el último detalle, se me olvidó que
estaría oscuro cuando volviera a la escuela. Apretando los ojos cerrados,
traté de recordar cómo llegar al sótano donde escondí mis cosas. Palpé
alrededor por la pared, mis dedos agarrándose del papel despegado, y lo
seguí hasta que sentí la puerta que sabía iba al sótano del edificio. Encender
la linterna sería demasiado arriesgado en el piso principal, pero una vez que
tomara los primeros pasos al sótano, podría usar la pequeña luz. No
recordaba la existencia de ventanas en el sótano desde el exterior del
edificio, por lo que mantuve la luz amortiguada detrás de mi mano mientras
hacía mi descenso.
Quité la linterna de ser atenuada por mi mano sólo
momentáneamente para empujar las telarañas que colgaban mientras
caminaba hacia la parte posterior del sótano. Mi bici de venta de garaje se
posicionaba detrás de algunos viejos archivadores, oculta. La giré hacia
fuera y caminé por la escalera. Volví a la parte posterior del sótano y cavé
debajo de uno de los escritorios de metal pesados por la mochila más grande
que tenía escondida. Amarrándola a la plataforma en la parte posterior del
asiento de la bici, la levanté y la dejé reposar sobre un hombro llevándola
hacia arriba por las escaleras, lentamente. Cuando llegué al descanso, el
silencio misterioso del edificio inicialmente me alarmó, porque era un gran
contraste con el latido de la sangre en mis oídos. Me detuve un momento
para calmar mis nervios. Mi linterna se hallaba escondida en la mochila más
pequeña, así que esperé hasta que mis ojos se reajustaron a la oscuridad.
Pude ver la luz que entraba por la puerta por la que entré, así que con
precaución inicié mi camino en esa dirección, teniendo cuidado de recoger
mis pies a cada paso para no tropezar.
Abrí la puerta lentamente, miré hacia fuera, y luego procedí a llevar
la bici sobre mi hombro, cerrando la puerta suavemente detrás de mí. Tan
pronto como estuve en el jardín trasero, me moví rápidamente bajo la
cubierta de los árboles. Lo bueno de esta ciudad era toda la tierra forestal.
Hizo el viajar discretamente posible para mí.
El suelo del bosque era relativamente plano, lo que hizo el viaje en
bicicleta fácil. La hierba lucia muerta y la mayoría de los árboles no
arrojaban hojas. Pasé la primera media hora en mi bicicleta, asegurándome
de permanecer lo más lejos posible de las aceras y las calles como fuera
posible. Tan pronto como me quedé sin cobertura arbórea, sabía que se
acercaba mi próximo destino.
Al ver las débiles luces neón de la parada de camiones por delante,
me detuve, tirando de mi cabello fuera de su moño y convirtiéndolo en una
baja cola de caballo. Metí la cola de caballo bajo mi cazadora y saqué una
gorra de béisbol de la pequeña mochila que llevaba. Saqué las gafas de
lectura de la tienda de todo a un dólar y me las puse también. Subí la
cremallera de la cazadora y ajusté mis vaqueros holgados. Esperaba que me
viera discreta mientras dejaba mi bicicleta en el suelo antes de pasear hasta
el teléfono público al lado del edificio, asegurándome de no hacer contacto
visual con nadie. Ya eran las diez de la noche, pero dado que esta parada de
camiones se encontraba justo al lado de la interestatal, sabía que seguiría
estando constantemente ocupada. Mantuve mi boca abajo como me
instruyeron, lejos de los lentes de las cámaras. Por suerte, ya sabía que la
mayoría de las cámaras apuntaban hacia la estación de gasolina, pero no
me quería arriesgar en un solo detalle.
Tomando el teléfono y dejando la moneda, marqué el número que
memoricé semanas antes.
Sonó una vez antes de que la voz que se hallaba esperando sonara en
la otra línea. —¿Lista?
Solté un suspiro. —Sí.
—Estaré allí en quince minutos.
Sin responder, con calma colgué el teléfono y caminé alrededor de la
parte trasera del edificio, hacia el campo que se hallaba a salvo fuera de la
vista de los empleados de la gasolinera y de las cámaras de seguridad. Me
estremecí, el sudor de mi paseo en bicicleta refrescándome bajo la cazadora.
Mantuve un ojo constante en mis alrededores mientras esperaba por mi
aventón.
Aunque me habría gustado decir que podría haber hecho esto por mi
cuenta, no existía manera. Apenas tenía diecisiete años, y toda mi familia
de sangre hacía mucho tiempo que murió o desapareció. Había pasado los
últimos cuatro años con un Monstruo, y necesitaba un escape. Sé lo que
estás pensando: ¿por qué no llamaste a los Servicios de Protección Infantil?
Lo hice. Era un andante y parlante cliché. Y después de la última vez que
confié en un adulto que pensé era digno de mi confianza, los abusos que
sufrí como castigo me hicieron darme cuenta que tenía que haber otra
salida. Una salida que no incluía el desnudar mi alma a alguien nuevo, para
testificar contra el Monstruo.
Tenía la suerte de tener a Six en mi vida. Un amigo de mucho tiempo
de mi madre, quien estuvo en su funeral y me deslizó su información de
contacto después de que el testamento fue leído. No sé cómo sabía que lo
necesitaría algún día, pero lo hice.
Cuando mi tía falleció, sólo quedamos el Monstruo y yo. Vendió su
casa y nos redujo al pequeño apartamento. Fue en ese momento que empezó
a darse cuenta que una cura para su soledad era yo.
Six creó un apartado de correos para que nos comunicáramos, y
cuando le conté lo poco que le compartí de los abusos, me ayudó a concebir
el plan hacia mi libertad. En las noches en que sabía que el Monstruo
trabajaría hasta tarde, Six me recogía en la escuela y trazábamos mis pasos
cuidadosamente.
Cuando el Monstruo era familia sólo por matrimonio, Six era mi
familia en mi corazón. Él tenía el doble de mi edad, pero era diferente del
Monstruo en todos los sentidos. Crecí con Six como una presencia constante
en la casa de mi madre durante las cenas de los domingos. Era la única
persona en la que confiaba en el mundo entero. Era lo que yo supongo sería
un hermano mayor, si tuviera uno.
Vi un auto deportivo entrar en la gasolinera y luego alrededor del
edificio. Los faros del coche plateado brillaron hacia mí tres veces antes de
cambiar a las luces de estacionamiento. A tres metros de distancia de donde
me encontraba, el auto detuvo su zumbido y la puerta del conductor se
abrió. Tan pronto como vi su alta figura recortada contra la luz de la luna,
me encontré con él y él abrió sus brazos, capturándome.
Por fin, por fin, me permití llorar. Alivio, agotamiento, y euforia. El
torrente de emociones era más fuerte que cualquier cosa que hubiera
sentido antes.
Hasta que él me encontró siete años más tarde.
3
Traducido por Minia16 & Mae

T
amborileé con los dedos sobre la mesa de metal. Me saltó
una pizca de pintauñas rojo de la uña y se deslizó por la
brillante superficie.
—Mierda —murmuré para mí. Me incliné para
inspeccionar mi ahora imperfecta uña. Normalmente no me importaba, pero
acababa de terminar de quitar los restos de brillantina que permanecieron
testarudamente en mis uñas durante más de un mes antes de aplicar el
color rojo sangre. Mi color favorito.
Una sombra cayó sobre mí, una figura oscura se reflejó sobre la
superficie. Me estremecí involuntariamente. Habían pasado casi siete años
y todavía odiaba las sombras. Como si leyera mi mente, la sombra se movió
para ponerse al lado de mi mesa.
—Annie, si necesitas hacer algo, pídelo.
La sonrisa se formó en mis labios antes de volverme para mirar a mi
amiga y, en ese momento, mi jefa.
—Rosa, he estado muy ocupada perdiendo el tiempo como para
trabajar de verdad. Y, además, sabes que odio ese apodo. Tiene las mismas
sílabas que Andra. An. Dra —expuse.
Rosa se rió. Su risa era intensa y conmovedora, hacía que el aire
chispeara entre nosotras.
—Sé que no te pasas el día aquí perdiendo el tiempo. ¿Tienes el
informe en el que trabajabas? An. ¿Nie? —Se burló de mí con un guiño y
caminó para ponerse frente a las pantallas.
Abrí el informe en una de mis dos pantallas y me levanté rápidamente
para dejar que Rosa se sentara en mi mesa.
—¡¿A qué esperas?! —Hice un gesto con la mano.
—Al menos podrías fingir nerviosismo cuando te pido algo importante
—dijo Rosa sin mirarme, deslizándose por la nariz sus gafas de lectura de
color ciruela.
Froté el hombro de Rosa, todavía sonriendo.
—Me esforzaré más la próxima vez.
—Tómate un descanso —respondió mientras estudiaba la pantalla.
Sabía lo que significaba eso. A Rosa le gustaba inspeccionar cosas sin que
estuviera acechando por allí. De todas formas, conocía esos informes mejor
que yo.
Fui hacia el porche delantero, tras atravesar la puerta de mi oficina,
y salí. Cerré silenciosamente la puerta mosquitera y una sólida pared de
calor chocó inmediatamente contra mí. Mis labios se curvaron. El verano
nos llegaba antes de lo habitual, lo cual para mí se sentía bien. Fui hacia
las escaleras que conducían al jardín y sentí que el sol besaba mis hombros
y lo que tenía expuesto de mi pecho. En la distancia vi al marido de Rosa
cepillando a su yegua favorita. La valla blanca de vinilo que nos separaba
necesitaba una buena limpieza, así que di la vuelta a la casa, dirigiéndome
al garaje.
Rosa y Clint contrataron hacía poco a un adolescente llamado Farley
para que cortara el césped, y era obvio que todavía se acostumbraba al
cortacésped, en vista de toda la hierba y el barro que cubrían la parte inferior
de la valla. Hice una nota mental de enseñarle a cortar el césped de forma
más eficiente.
Me puse mis botas de goma de color barro con lunares bermellones
sobre mis vaqueros ajustados, tomé un cubo, un cepillo, unas toallas, jabón,
y una esponja gigante y lo llevé todo hacia la valla.
Clint levantó la cabeza y vio mi andar decidido desde donde me
situaba.
—¿Te estás arreglando para jugar en el barro? —me gritó.
—¡Nop, pero me preparo para ello! —respondí, poniendo el cubo en el
suelo—. ¿Vas a quedarte mucho más con Buttermilk? —pregunté,
gesticulando hacia el caballo color miel con el cepillo que tenía en la mano.
—Estoy terminando. Toma el limpiador a presión, ¿vale? Te limpiaré
la valla primero para que te sea más fácil —dijo, llevando a Buttermilk de
regreso al establo.
—Yo lo haré, Clint. Me da algo que hacer. —Volví al garaje y tomé el
limpiador a presión y el alargador. Luego tomé la manguera del lateral de la
casa y lo llevé todo a la valla. Tras montarlo todo, empecé a limpiar la valla.
El agua me salpicaba las piernas y se escurría por el interior de mis botas.
Pero pude ver rápidamente que Clint tenía razón, el limpiador a presión
sacaba la mayor parte de la porquería de los cortacéspedes, tractores, el
polvo y el barro. Podía parecer que limpiar la valla era inútil, pero con todos
los eventos que íbamos a tener en el rancho, sabía que debíamos adecentar
un poco el lugar.
Aunque todavía era temprano, el calor era fuerte y al no haber árboles
que dieran sombra, mi nuca empezaba a cubrirse de sudor. Me doblé por la
cintura y me recogí mi largo cabello castaño en un moño descuidado en lo
alto de la cabeza.
Justo cuando empezaba a pasarle una esponja con jabón a la valla, oí
que Rosa me gritaba desde el porche—: Annie, ¿es que no entiendes lo que
significa un descanso?
Sabía cómo hacerme reír. Me volví hacia ella y oculté los ojos del sol
para poder verla, sabiendo muy bien que tenía sus manos en sus caderas.
—¡Al parecer no! —grité en respuesta.
Bajó por las escaleras. Su cojera todavía presente mientras se
acercaba a mí, aunque no le quitaba ninguna fuerza a sus pasos. Rosa se
hallaba en los cincuenta, era bajita y en forma, y era la mujer más resistente
que conocía. Heredó el rancho de su padre y lo llevaba como una reina que
viviera en su reino. Pero esta reina no llevaba vestidos y a menudo se pasaba
el tiempo limpiando mierda de caballo. Su cabello negro le colgaba por
encima de los hombros, aunque la parte de arriba se recogía en un estilo
meramente funcional. Alrededor del cuello llevaba atado un pañuelo, algo
que debería haber pensado en ponerme yo misma.
—Trae tu culo flaco aquí y ponte a jugar con los números. Quiero los
pronósticos para el mes que viene. He tenido tres peticiones de hospedaje y
creo que tenemos que añadir más compartimentos al establo. —La razón
por la que Rosa y yo trabajábamos tan bien era que ambas sabíamos cómo
ser breves. No perdíamos el tiempo explicando nuestro modo de pensar
porque, la mitad de las veces, prácticamente nos leíamos la mente.
—Me pondré con ello cuando termine con esta sección. Quiero
terminarla antes del mediodía, para que tenga tiempo de secarse al sol.
Rosa me dirigió una pequeña sonrisa antes de pasar un brazo por mis
hombros.
—Eres mi favorita, ¿lo sabías? —Se rió y miró hacia el establo, donde
sus peones se ocupaban de los caballos que había allí. Rosa supervisaba las
operaciones del rancho, pero yo era la única con la que trabajaba
estrechamente.
—¿Quieres decir que Farley ha sido degradado? —Me reí y gesticulé
hacia donde se encontraba Farley, cortando el césped de la zona alrededor
del estanque, bajando por la colina que había al lado de la casa. Caminaba
en zigzag por la zona que quedaba al lado de la playa. No paraba de mirar a
su alrededor con una expresión de “ups” escrita claramente por toda la cara.
Rosa suspiró. Farley, aunque carecía claramente de experiencia, era
un chico dulce y con ganas de aprender. Lo conseguiría, y ambas lo
sabíamos.
—Ese desastre es culpa mía. Tienen que enseñarle. Tengo que hacer
eso en algún momento, pero por ahora supongo que fingiremos que los
zigzags son a propósito.
—Tenía eso en mi lista mental. Me refiero a enseñarle. Puedo hacerlo
este fin de semana antes de que la reunión familiar de una semana empiece
el fin de semana que viene.
—Me olvidé completamente. También tendremos que preparar el
estadio para eso.
Ambas miramos a la zona vallada que había después del establo.
—Por eso empecé con la valla. Y Dylan lo sabe. Va a trabajar en el
estadio después de la lluvia que esperamos para esta noche. También le
recordé que se pusiera una máscara. —Dylan era uno de los peones que
más ayudaba con el estadio cuando venían turistas.
El rancho de Rosa también tenía caballos cuyos propietarios no
podían albergar adecuadamente y cuidar de ellos. La gran casa servía como
un hotel de cama y desayuno, con cabañas periféricas que venían muy bien
cuando se daba una gran fiesta como una reunión familiar. Yo vivía en una
de las cabañas. La mayoría de los trabajadores del rancho vivía cerca, pero
Dylan era el único que también vivía en una de las cabañas, lo que era
conveniente si los caballos salían, o si los animales salvajes se aproximaban
a la propiedad. La parte incómoda de que viviera unas pocas cabañas cerca
de mí era que él era una ex aventura de una noche mía. Aunque la verdad,
no era tan difícil ahora, dado que una profunda amistad creció de esa
experiencia.
Cuando llegué por primera vez a Rosa seis años antes, me comporté
un poco imprudente. Six me tuvo encerrada durante cinco meses hasta que
las cosas se calmaron un poco. Después de que procurara recopilar la
documentación suficiente para que viviera libremente, bajo mi nuevo
nombre elegido, Andra Walker, me sentó y me dijo que me enviaría con la
amiga de su madre, Rosa. Sabía que Six debía seguir adelante con su vida,
y que necesitaba seguir adelante con la mía, de modo que me envió aquí en
busca de empleo y un lugar para vivir. Por algo estable. Y, creo que sabía
que necesitaba una niñera.
Me tomó una semana poner mis ojos en Dylan. Sé cómo suena.
Necesitaba experimentar algo consensuado. Quería poder, quería elegir.
Llámalo como quieras, pero lo necesitaba para avanzar en todos los aspectos
de mi vida.
Por desgracia, no le dejé mis intenciones claras a Dylan antes de la
noche que lo seguí a su cabaña. Era una especie de chica de solo una vez.
Esa noche fue el comienzo y el fin de nuestra relación sexual.
No tengo miedo del amor. No tengo miedo de la gran palabra con C:
Compromiso. Pero Six y Rosa son las dos únicas personas que me conocen.
No Andra Walker, sino la chica que era antes. Cora Mitchell. Saben el
camino que he tomado. No podía permitirme el lujo de compartir eso con
nadie más, así que no era justo jugar con los sentimientos de alguien si no
les iba a permitir conocer el verdadero yo. Mi experiencia con Dylan me
recordó la importancia de la honestidad. Me gustaba tener opciones, no
permitir que nadie entrara. Había oscuridad en mi alma, inocencia abusada.
Mi oscuridad era sólo mía; no quería ser una carga para nadie más.
Después de que el Monstruo se despertara y no me encontrara, me
reportó a la policía como fugitiva. Cuando mi historial de quejas de
consejeros de la escuela salió a la superficie, se suscitaron sospechas sobre
lo que realmente me sucedió. Los medios de comunicación informaron cada
vez que el Monstruo era detenido para interrogarlo. Se emitió una orden
para el apartamento en que vivíamos, pero por supuesto, no se encontró
nada.
Cuando dejaron de llegar, los detectives en línea comenzaron a
especular. Pasé esos cinco meses con Six en su habitación del sótano, y eso
me dio un montón de tiempo para estudiar todos los blogs que aparecieron,
hilos de foros, todas con hipótesis de detectives web de lo que pudo haberme
pasado. La hipótesis más popular era que mi tío estaba involucrado. Pero
mi caso era frío; la única cosa que todos sabían era que desaparecí.
Six me entrenó sobre qué decir y cómo actuar para no causar dudas
en la mente de alguna persona con la que me encontrara. Era la misma línea
ensayada una y otra vez.
Estoy separada de mis padres, era menos sospechoso que tener
padres fallecidos. Todo lo que tenía que hacer era señalar mis múltiples
piercings y tatuajes, y asumían que tenía estrictos padres que me
desaprobaban.
Fui educada en casa, no tener reuniones de clase o amistades
cercanas era comprensible.
Crecí en Los Ángeles, gran ciudad. Estudié suficientes mapas para
llegar a un barrio en el que la ficticia Andra Walker vivió. Rosa y yo hicimos
un viaje a Los Ángeles después de trabajar para ella por un año con el
pretexto de visitar a mi familia. Elegimos un barrio fácil de recordar y si
soltaba la historia de vida protegida, era creíble. Y Six regresó a la costa
oeste después de mi desaparición, así era una buena referencia para
compartir experiencias que no eran reales.
Aquellas eran las principales respuestas que usaba. Las usaba tan a
menudo que, de hecho, las empezaba a creer yo misma. Era una historia
mejor que la versión de no ficción de mi vida:
Escapé de mi tío después de años de abuso sexual. Mi madre tuvo
una muerte trágica y mi papá era un don nadie.
Fui a una escuela normal, intenté reportar a mi tío abusivo y cuando
se volvió contra mí, el abuso se intensificó.
Crecí en una ciudad de Michigan que todavía creía que fui asesinada
por mi tío.
No me malinterpreten, no organizo un gran fiesta de compasión
dramática. Mi vida era buena. Tenía a Six, a Rosa, y una vez que Dylan
entendió el hecho de que esencialmente lo utilicé, nos hicimos buenos
amigos. Tenía a Clint, tenía a los demás empleados del rancho, los caballos,
y una pequeña y acogedora casa. Pero lo más importante, tenía una vida, y
opciones.
—Chica, ¿que está en tu cabeza que te tiene tan distraída? —Rosa
interrumpió mis pensamientos.
Negué con la cabeza y traté de concentrarme en otra cosa que tenía
que pensar. —Recorriendo la lista de invitados para este fin de semana —le
contesté, mirando mis botas. Rosa era la única persona en el mundo que
podía decir cuando mentía.
No dijo nada por un momento. Esperé a que me dijera que mentía,
pero suspiró antes de preguntar—: ¿Cabañas o casa grande?
—Tres en la casa grande y una en las cabañas. El alquiler de la cabaña
es por un mes.
Rosa metió las manos en su bolsillo frontal y agarró una esponja de
la cubeta. —Correcto, el escritor. Quiere un lugar tranquilo para terminar
su manuscrito. —Frunció el ceño mientras exprimía la esponja—. Es el que
espera a que la nueva casa de lujo que acaba de comprar sea completada.
—Comenzó donde dejé la valla, así que agarré un trapo viejo para trabajar
a su lado.
—Ese es él. Julián Jameson. Se hace llamar J.J. Se aseguró de anotar
eso en su reserva. —Podría haber dicho la última parte sarcásticamente.
Experimentaba mi parte justa de estirados, estando a una hora de la
popular estación de esquí en Colorado. Pero algo en la correspondencia de
correo electrónico de Julián Jameson me desinteresó. Los escritores en
general me ponían nerviosa, pero los estirados me hacían perder
rápidamente la paciencia.
Rosa se echó a reír. —Vamos a ver si le gusta cuando descaradamente
te niegues a llamarlo como prefiere. Mátalo con amabilidad, cariño.
Rosa sabía que nunca sería intencionalmente grosera con alguien que
me diera un cheque de pago. Pero tampoco lo haría con pendejos
pretenciosos. —Tú me entiendes, Rosa. Y es por eso que eres mi favorita.
Rosa se echó a reír. —Sí, y el sentimiento es mutuo. No se lo digas a
Clint. —Me guiñó un ojo, antes de regresar a la casa grande.
—¡O Farley! —grité detrás de ella. Escuché su risa antes de dar la
vuelta y terminar la sección de la cerca en la que trabajaba.
4
Traducido por Alysse Volkov

espués de terminar la valla, me encontré con otro informe de

D Rosa y luego fui al armario de suministros de la cocina para


tomar un par de cosas para abastecer a la cabaña siendo
alquilada por el misterioso autor más tarde ese día. A todos nuestros
huéspedes les fueron obsequiados una cesta de bienvenida que tenía folletos
de las atracciones locales, algunas de las famosas palomitas de arándano
de Rosa, un llavero con el logo del Rancho Seven Diamond, y otros artículos
del Rancho Seven Diamond.
Cargando algunas toallas y artículos de tocador en mi bolsa de
mensajero, miré mi reloj. Era justo después del mediodía, lo cual todavía me
daba dos horas para el ingreso de los invitados de la cabaña en este largo
mes.
Había quince cabañas en la propiedad de Rosa, con todas ellas
colocadas justo al borde del bosque que rodeaba a la propiedad entera. Las
primeras catorce cabañas eran tipo estudio, con áreas abiertas para el
dormitorio, sala de estar, comedor y cocina. La única habitación real en las
cabañas era el baño, la cual era inusualmente grande. La última cabaña,
que era en la que yo vivía a tiempo completo, se transformó cuatro años
antes con la ayuda Rosa y de Dylan. Yo hubiera querido un espacio separado
para mi dormitorio. Sacrifiqué tener una bañera en el cuarto de baño
original para hacer un espacio adecuado para el dormitorio e instalé una
ducha en el baño en su lugar. A veces echaba de menos no tener la bañera
para descansar tranquilamente, pero viviendo y trabajando en un rancho,
mantenía la mayor parte de mi tiempo libre ocupado.
Cada cabaña se hallaba espaciada a unos nueve metros de distancia
con caminos de grava entre ellos, para permitir una cierta apariencia de
privacidad, a pesar que no eran insonorizadas. Razón por la cual elegí la
cabaña número quince, por lo que mis únicos vecinos eran la cabaña catorce
y el bosque más allá de las cabañas.
El bosque se tendía como un recordatorio de mi escape años antes,
algo que me consolaba. No a menudo me perdía en los pensamientos de mi
vida anterior. No miraba detrás de mí tanto como antes y no me permitía
pensar demasiado sobre el Monstruo o lo que fue de él. Me encontraba a
salvo aquí, y era feliz. Six me visitaba un par de veces al año, y Rosa era la
base de mi vida. Six sabía lo que hacía cuando me envió a ella.
Desbloqueando la cabaña diez, coloqué la cesta en la mesa de comedor
pequeña y traje las toallas para el baño, haciendo una pausa para abrir las
persianas y cortinas alrededor de la cabaña. Mientras que en el cuarto de
baño, miré mi reflejo por un momento. Mi cabello seguía atado en el moño
desordenado en la parte superior de mi cabeza, con unos cuantos mechones
sueltos, enmarcando involuntariamente mi cara.
No era ingenua o acomplejada por mis características físicas. Tenía
grandes y anchos ojos color avellana, pómulos altos y una boca pequeña,
con labios carnosos. Me hice un piercing a un lado de mi labio inferior y
favorecía a un pequeño aro. Mi madre era griega, y heredé su seguro je ne
sais quoi1 que tenía a la gente preguntándose por mi nacionalidad. Todavía
me parecía a la niña en todos los carteles de “PERDIDA”, pero vivía lo
suficientemente lejos de Michigan para asegurarme de que las posibilidades
de que alguien me reconociera fuera muy mínima. Y ese anillo en el labio
era suficiente distracción para que la gente no se pusiera demasiado
observadora con el resto de la cara.
Volví la cabeza hacia el espejo. Hoy me puse mi cara de trabajo, la que
era poco rímel y brillo de labios si me acordaba de aplicarlo, con una bonita
mancha de polvo adornando mi mandíbula. Lo bueno del verano era el
bronceado que me daba, por lo que mi necesidad de aplicarme maquillaje
era inexistente. Nunca sabía si estaría calculando números, limpiando las
cabañas vacías, paleando heno o mierda de caballo, así que encontré el
maquillaje como algo innecesario. A los caballos no les importaban si mis
pestañas eran voluminosas y no apreciaban los besos con brillo de labios.
Mientras frotaba el polvo sobrante en mi mandíbula, escuché el
inconfundible sonido de los neumáticos que venían por el camino de grava.
Sabía que no estábamos esperando ninguna entrega, así que colgué mi bolsa
de mensajero sobre un hombro y caminé hacia la puerta delantera de la
cabaña que dejé abierta para ver si reconocía el vehículo.
Un convertible azul medianoche elegante apareció a la vista. El
conductor, claramente no se encontraba familiarizado con la conducción en

1 Expresión francesa que en el español se traduce como “Yo no sé qué”.


carreteras de grava ya que derrapó por el camino un poco antes de poner la
velocidad a paso de tortuga. Solté un bufido.
Antes de saberlo, acechaba a la entrada de la casa grande, donde el
convertible fue estacionado. A medida que el polvo alrededor del auto se
disipó, la parte superior de una cabeza muy oscura de cabello quedó a la
vista. Fruncí el ceño, tratando de averiguar quién podría ser, cuando la
puerta se abrió, y el conductor salió.
Llevaba brillantes zapatos de color gris oscuro. Sus largas piernas —
él tenía que ser de casi más de metro ochenta de largo— aparecieron a la
vista mientras se levantaba, permitiendo que sus pantalones de color gris
claro cayeran perfectamente en sus estrechas caderas. Llevaba una camisa
blanca metida en los pantalones, los cuales fueron asegurados con un
delgado cinturón negro. Sólo tenía la vista de su espalda cuando llegó al
asiento trasero para agarrar algo, pero de que era una vista lo era. Este
hombre no era alérgico al gimnasio. Incluso cubierto por la ropa como
estaba, podía ver el tono muscular a través de su camisa, y los músculos de
los antebrazos, expuestos por sus mangas enrolladas. Su cabello oscuro era
corto en los lados y un poco largo en la parte superior, y sólo podía ver un
poco de vello facial, al menos de un par de semanas de crecimiento,
alineando la mandíbula.
Yum. Eso es básicamente lo que pensaba.
Y luego se volvió hacia mí. Su expresión cuando me vio se quedó
atónita. No importa mi falta de ingenuidad por mi atractivo, sabía que no
lucia particularmente guapísima en el momento, por lo que me agarró fuera
de base. Su expresión duró sólo un segundo antes de que rompiera en una
sonrisa. La sonrisa arrugó hasta alrededor de sus brillantes ojos marrones
y su atractivo entró por encima de mi deseo de repente instantáneo. Estaba
en problemas.
—¿Ves algo que te gusta? —gritó.
Grandes problemas. Claramente, me atrapó mirando. Bastardo
arrogante. Reafirmando mi molestia en su entrada, aceché más cerca de él.
—Sólo tratando de averiguar dónde te diriges —le contesté, deteniéndome a
tres metros de él, dando una mirada a su vehículo y su ropa, la confusión
clara en mi cara.
Él inclinó la cabeza hacia un lado. —¿Perdón?
—Bueno, no conozco a nadie que se presentara en un rancho en
zapatos de lujo y ropa aptos para una oficina en un rascacielos —le contesté,
cruzando mis brazos en el pecho.
Me entrecerró los ojos, pero las comisuras de sus labios se levantaron
en una sonrisa torcida. —¿Preferiría que me apareciera, obviamente, en
botas de vaquero de marca nueva, pantalones frescos de la tienda, y un
sombrero ridículo que no estuviera estropeado todavía?
Tenía un punto. Realmente no existía nada peor que un vaquero falso.
—De acuerdo, chico de ciudad —reconocí y asentí a su convertible—. ¿A
dónde necesitas las indicaciones para llegar? Me temo que estamos a un
punto de cuarenta minutos de la interestatal, pero yo…
—Aquí es donde se supone que debo estar —interrumpió. La forma en
que lo dijo sonaba como que lo decía en serio, en más de un sentido. Sonaba
tan seguro. La intensidad en la forma en que me miraba directamente a los
ojos hizo el poder detrás de sus palabras mucho más afirmando.
—Bueno —le dije, rodeando su vehículo y me incliné para echar un
vistazo descaradamente en el asiento trasero—. No te ves como el
veterinario. —Noté las maletas en los asientos de cuero y seguí caminando,
pasando mi dedo a través de la capa de polvo que el camino formó sobre el
hermoso trabajo de pintura.
Su cuerpo se volvió para seguirme alrededor del auto. Tenía que darle
crédito; no me miraba lascivamente. En su lugar, me miró como si estuviera
tratando de memorizar mis movimientos.
—No —dijo, dando un paso más cerca de mí mientras rodeaba el capó
de su auto. Extendió su brazo—. Soy J.J. Julian Jameson. Estoy alquilando
una cabaña aquí durante cuatro semanas.
Ah. Lo miré con astucia. Miré su mano antes de reunirme con su
mirada firme y de mala gana puse mi mano en la suya. Al instante, sentí el
tirón que sólo hacía tentarme. Sus ojos se abrieron por un momento y sabía
que él también lo sintió. Esto no era el insta-amor de los romances
adolescentes. Era totalmente honesta insta-lujuria. Resistí el impulso
repentino de lamer mis labios con anticipación.
—Andra —dije, después de aclarar discretamente mi garganta—. No
te esperaba por un par de horas más.
En lugar de dejar ir mi mano, Julian se acercó y levantó su mano
izquierda para sostener la parte exterior de la mano derecha, aún agarrada
a la suya. Su tacto era cálido y seguro. Sólo mejoró la electricidad que nos
rodeaba.
—Andra —repitió, pareciendo rodar la palabra alrededor de su lengua.
Tragué saliva. Escaneó el movimiento de mi garganta con su inquebrantable
intensidad antes de continuar—. Bueno, odio mantener a una dama
esperando —respondió, sonriendo suavemente mientras recorría el pulgar
por mis nudillos. El toque enviado piel de gallina hasta mis brazos.
Sacudiendo la cabeza, saqué mi mano con tanta naturalidad como fuera
posible.
—Creo que se dará cuenta que no me siento a esperar por nada, Sr.
Jameson —contesté puntualmente y luego hice un gesto a los escalones
para llegar a la entrada de la casa grande—. Si me sigue, le conseguiré
registrar y arreglar todo para su estancia.
Mientras subía las escaleras, sacudí mis brazos, tratando de liberar
la tensión. No podía recordar la última vez que un hombre me afectó tan
intensamente. Iba a tener que mantener mis hormonas bajo control de éste.
—Puedes llamarme J.J. —dijo detrás de mí, interrumpiendo mis
pensamientos.
Agarré el pomo de la puerta y me volví a él mientras abría. —Prefiero
Julian. —Sonreí dulcemente, en desafío, un poco molesta de que me afectara
tanto con sólo el roce de su dedo pulgar sobre mis nudillos.
Nos pusimos de pie en el porche mirándonos fijamente por un
momento antes de sonreírme ampliamente. Se acercó más y no le permití el
placer de verme retroceder. Levantó la mano a la cara y me quedé con los
ojos pegados a él mientras sus dedos se detuvieron en la línea de mi cabello
por un momento antes de llevar un mechón detrás de mi oreja. Su pulgar
trazó el fondo de mi lóbulo de la oreja en un susurro cálido antes que se
inclinara hacia la misma oreja. —Como quieras —respondió antes de dar un
paso atrás y caminar a través de la puerta abierta, el olor a sándalo
siguiéndolo. Mi oreja se estremeció.
Levanté mi mano a mi oreja y sentí mis dedos temblorosos. ¡¿Qué
diablos fue eso?! Tres minutos después de conocerlo y prácticamente me
tenía jadeando como un perro en celo. Tiré mi lóbulo de la oreja con
terquedad.
Seguí a Julian y rodeé la recepción, asegurándome de mantener una
distancia segura de él. Agarré el juego de llaves de la gaveta y deslicé la tabla
de firmas frente a él. Escribí su nombre en el software que utilizamos para
realizar un seguimiento de las reservas. —Puesto que ya firmó
electrónicamente nuestras reglas y contrato de la póliza, no hay mucho que
necesite de usted, además de la tarjeta de crédito y licencia de conducir por
imprevistos.
Después de que sacó las dos tarjetas de su billetera y me las deslizó,
recité nuestras excepciones, mientras documentaba la licencia y tarjeta de
crédito en nuestro sistema. Después de entregarle ambas de nuevo, agarró
el mapa de la propiedad, que le ofrecíamos a cada huésped.
»Aquí —le dije, inclinándome sobre el papel y rodeando una cabaña
en el mapa—, es su cabaña. Esta es, obviamente, la casa grande. Aquí están
los pastos y las caballerizas. Por favor, recuerde que no debe entrar en estas
áreas si no va acompañado por el personal y por favor no alimente a los
caballos. Ya que estarás aquí por un periodo prolongado de tiempo, es
probable ver gente en los establos, en los pastos, o entrenando en la arena
con los caballos. Ellos son los dueños de los caballos que hay.
Aparté un mechón lejos de mis ojos y lo miré para asegurarme que
prestaba atención. Lo hacía. Completamente. Mis ojos se clavaron en los
suyos color chocolate por un momento antes de tragar saliva. Este hombre
se enfocaba totalmente en mí. Al mismo tiempo era emocionante y aterrador.
»Tenemos botes de remo y bicicletas de montaña disponibles para
alquilar sin costo para todos los huéspedes. Las cuatrimotos se pueden
alquilar, pero le pedimos que las mantenga en los senderos trazados en este
mapa —dije, señalando a los mapas al lado de la mesa—. Puede hacer
arreglos para tener un caballo en los senderos, también, aunque se requiere
que contrate a un guía que lo acompañe por su propia seguridad y la
seguridad de nuestros caballos. Y se suministran los cascos y equipo
necesario para montar a cualquier moto, cuatrimoto, o un caballo. —Me
incorporé para ponerme de pie y evité mirarlo de nuevo.
Le pasé las llaves y me sentí más que un poco decepcionada cuando
la mano de Julian no se quedó en la mía cuando las tomó de mi mano.
»Si necesitas algo, puedes preguntarle a Rosa o a mí. Rosa dirige este
lugar; sabrá quién es cuando la vea. Cualquiera de los trabajadores del
rancho puede ayudarle si se siente inclinado a montar los caballos. Por lo
general, me puede encontrar aquí, en las cabañas o en los jardines en la
parte de atrás.
Con el brazo extendido, hice señas para que nos moviéramos de nuevo
al porche. »Está en la cabaña diez. La cabaña uno es utilizada como
residencia de tiempo completo para el peón Dylan. Si algo va mal en la
noche, a él es quien hay que llamar. Basta con marcar cero-uno para su
cabaña. —Caminé por las escaleras, en dirección a la cabaña diez. Escuché
sus pasos crujir en la hierba detrás de mí, y apresuré mi paso. Dudé por un
momento antes de decir la siguiente parte—. Estoy en la cabaña quince.
Llámame si necesita algo más básico. —Escuché a Julian toser detrás de mí
antes de dar vuelta para mirarlo.
—¿Básico? —Se ahogó.
Sonreí hacia él y me acerqué, feliz porque por fin tenía la ventaja en
nuestro desafío verbal. —Sí —le dije con voz ronca. Recorrí un dedo hacia
abajo su antebrazo musculoso y lamí mis labios—. Como… —empecé,
inhalando su aroma de sándalo y Julian. Concentré mi mirada y luego solté
la mano de su brazo y sonreí—. Toallas, champú, más almohadas, etcétera.
—Le di la espalda y abrí la puerta de atrás hasta su cabaña antes de
volverme de nuevo hacia donde me ofrecía una sonrisa por mi coqueteo
descarado.
Julian no se movió de su lugar. Se echó a reír, un sonido rico, con
cuerpo puntuando el aire entre nosotros. —Hay un montón de promesas en
ese etcétera, Andra.
A pesar de las burlas, sabía que no podía ignorar la atracción innata
que sentía cada vez que atrapaba su intensa mirada. Una cosa que no me
gustaba era jugar. Si me sentía atraída por alguien, no hacía que se
preguntaran cuáles eran mis sentimientos. Respetaba y apreciaba que
Julian comprendiera dónde nos dirigíamos inevitablemente.
—Tal vez —le contesté con una pequeña sonrisa antes de darme la
vuelta y caminar de nuevo a la casa grande.
5
Traducido por Black Rose & Minia16

abía estado mirando la pantalla del computador durante siete

H horas y necesitaba seriamente un descanso. Me recosté en mi


silla de oficina y estiré mis brazos, mirando al techo encima
de mí. Puse mis pies sobre mi escritorio y me incliné hacia delante, estirando
las piernas y los brazos mientras agarraba mis dedos de los pies. Y luego,
cuando sentí el profundo estiramiento de mis músculos, dejé escapar un
profundo suspiro y me recosté de nuevo.
Apoyándome en la silla hacia atrás hasta lo más lejos posible, incliné
mi cabeza hacia cada hombro, tratando de estirar los músculos tensos de
mi cuello cuando mis ojos se posaron en las cabañas fuera de mi ventana.
La cabaña número diez se encontraba iluminada como un árbol de Navidad,
y la sombra de Julian pasaba por delante de las ventanas de vez en cuando,
lo que indicaba que no había salido de la cabaña desde que se la mostré. No
es como si estuviese pendiente de él.
No me di cuenta cuánto tiempo había estado mirando por la ventana
hasta que Rosa habló por detrás de mí.
—¿Qué opinas?
Dejé caer mis pies de la mesa y enderecé mi silla a velocidad
supersónica, avergonzada por haber sido sorprendida mirando.
Volví mi cara hacia la pantalla del computador y me froté el cuello. —
El seguro de los vehículos todo terreno y de las cabañas se vencerá pronto,
así que eso se comerá un trozo sólido el próximo mes. Pero esa reunión
familiar podrá más que compensar eso, al igual que la boda el fin de semana
después que se vayan. Hice la conciliación bancaria de nuestra cuenta
principal de cheques y estamos adelante de todos modos, gracias al clima
inusualmente cálido que hemos tenido. Las utilidades han sido menores en
comparación con el año pasado.
Rosa se inclinó sobre mi hombro para ver las cifras que le mostraba.
—Umm —dijo, mirando a través de sus gafas—. Eso es bueno saberlo, pero
tú y yo sabemos que eso no es lo que te preguntaba.
Mierda. No podía hacerme la inocente en este caso. La miré, tratando
de contener una sonrisa. Rosa echó la cabeza hacia atrás y rio. —Annie,
cariño, eres tan discreta como un elefante en un gallinero. —Puso su mano
en mi hombro, ya que ambas miramos por la ventana a la cabaña de
Julian—. Además —dijo antes de suspirar—, él tiene un culo increíble.
Riendo, cerré la computadora y apagué la pantalla. —No está mal.
—No finjas que no has estado mirando su cabaña desde que llegó. Lo
oí llegar y vi tu interacción con él. Es encantador, eso es absolutamente
seguro.
Rodé mis hombros cuando me levanté, tratando de aliviar la tensión
por estar inclinada sobre mi escritorio durante tantas horas. —Tienes que
recordar a Clint que necesito sus recibos de esta semana —dije, bostezando.
—Vete a la cama, Andra. Los recibos e informes pueden esperar —
dijo, empujándome por la puerta lateral—. Voy a cerrar.
Impulsivamente, me di la vuelta y envolví mis brazos alrededor de
Rosa. Me acordé de cómo fue mi vida sin ella, y no podía imaginar no
despertar y venir a trabajar con ella todos los días. Mejor amiga, confidente,
madre. Sentí sus brazos envolverse a mí alrededor y cerré los ojos,
saboreando la sensación de hogar que Rosa me daba, y en silencio agradecí
a quien quiera que estuviera arriba por cuidar de mí, y darme esta bondad.
—Si esto eres tú endulzándome para que te dé tostadas francesas en
el menú de desayuno de mañana... —comenzó; se apartó de mí y puso sus
manos sobre mis hombros—, puedes contar con ello. Y no porque esté
conmovida por tus abrazos o cualquiera de esas tonterías, sino porque
abrazarte es como abrazar un saco de huesos —me dijo con una ceja
levantada.
Me reí en voz alta, sabiendo que no lo decía en serio. Mientras me
encontraba en forma por trabajar en el rancho, estaba lejos de ser un saco
de huesos. Pero sabía que los sentimientos ponían a Rosa incómoda, y
ambas sabíamos que tenía una debilidad por mí. —Entonces, mi plan
funcionó, ya veo. —Le guiñé un ojo y salí por la puerta lateral, bajando las
escaleras.
Bajé corriendo las escaleras y caminé a lo largo de las cabañas,
sonriendo para mis adentros. No existía nada mejor que una cálida noche
de verano. Y al vivir tan lejos en el desierto como lo hacíamos, obteníamos
la vista más espectacular del cielo por la noche. Reduje mis pasos después
de pasar la cabaña de Dylan y me acosté de espaldas en la hierba. El patio
se hallaba en silencio, excepto por unos ruidos en los establos y los grillos
refugiados en la hierba alta a mi alrededor. La hierba se sentía fresca debajo
de mí y dejé escapar un suspiro, disfrutando de la paz que se apoderó de
mí. Esto era mi ritual en las noches cálidas. Acostarme en la hierba, cerrar
los ojos y disfrutar de la comodidad de los sonidos que construían mi hogar.
Esta era mi meditación, mi iglesia, mi elección de relajación. El hecho que
de que tenía una opción en absoluto era algo que nunca daba por sentado.
Esta vida, este lugar, estas personas; todas elecciones que yo hice.
Tomé una respiración profunda y cerré los ojos antes de enviar mi
oración nocturna, en un susurro.
No era una gran fan de la religión organizada. No asistía a servicios
religiosos o participaba en grupos bíblicos. Creía en Dios, pero no creía en
tomar todo lo que la Biblia decía literalmente. Más que nada, creía en la
bondad. Y creía que todo el bien que me rodeaba era algo por lo que
agradecer, y lo menos que podía hacer era honrar a quien yo creía me trajo
todo este bien a mi vida.
—Eso es hermoso. —Su voz salió de la oscuridad, justo después de
que susurrara mi Amén. La interrupción me sobresaltó y anulé la
instantánea vergüenza al saber que él me oyó derramar mi corazón en mi
oración. Nadie nunca había sido testigo de mis oraciones nocturnas, no
desde que era una niña. Al instante, la tensión se apoderó de mí y volví la
cabeza para verlo de pie tres metros lejos de mí en la oscuridad, iluminado
sólo un poco por las luces de la casa grande.
Su mirada, aunque siempre intensamente centrada en mí, era suave.
No estaba segura de si era un truco de la luz apagada en su cara o su propia
expresión.
Me senté y bajé la mirada para recoger la pelusa invisible de mis
vaqueros. —¿Cuánto tiempo estuviste allí de pie, Julian? —pregunté,
negándome a mirarlo.
Le oí moverse a través de la hierba hacia mí antes de que rápidamente
y con gracia se sentara a mi lado. Se había cambiado de su ropa de trabajo
a un chándal y una camiseta ajustada. Todavía lucia delicioso, tal vez aún
más.
—Escuché una puerta cerrarse en la casa grande. —Hizo una seña
hacia el porche por el que salí minutos antes—. Vi que caminabas por la
hierba y luego te habías ido. Me preocupé, así que salí.
Comprimí el instante de placer que sentí por sus palabras y traté de
convertirlas en una broma. —Vigilándome, ¿eh? Un tanto espeluznante. —
Le sonreí. No llegó hasta mis ojos, lo sabía. Todavía me sentía incómoda, de
repente metida en una situación embarazosa con un completo extraño.
Nunca compartía esta parte de mí misma con nadie. Sería como darles un
espejo al interior de mi cerebro. Suprimí el estremecimiento que sentí en ese
instante. Incluso yo no disfrutaba pasar demasiado tiempo dentro de mi
propia cabeza.
Julian no me devolvió la sonrisa forzada. Me miró durante un largo
rato con los ojos marrones perplejos antes de mover su mano entre nosotros
para tomar una brizna de pasto. —Es agradable aquí —dijo, examinando la
brizna de pasto en sus manos, sosteniéndolo para que la luz de la casa se
apoderara de ella—. Paso mucho tiempo en el interior, en mi computador;
me olvido que hay otro mundo fuera de las máquinas que me rodean.
Miré su perfil, recortado por la luz. Sus ojos se centraron lejos de mí,
hacia la oscuridad del bosque que nos enfrentaba. La barba en su
mandíbula le hacía parecer más guapo sin esfuerzo de lo que recordaba.
—Este es mi mundo entero —dije, señalando la tierra, la casa grande,
las cabañas, y el bosque. Fue un acto de valentía el admitírselo, pero
después de ser testigo de mi oración nocturna, era igual que si me hubiera
visto desnuda.
—Se nota.
Lo miré. Sus ojos se encontraban puestos en mí de nuevo, firmes,
seguros. No estaba acostumbrada a tal concentración singular por ningún
hombre. No me miraba simplemente por mirarme; era como si viera los
agujeros en mi interior y quisiera llegar con sus manos y abrirlos, para tener
una mejor visión. Pero todo lo que iba a ver era oscuridad.
Acerqué mis rodillas hasta mi barbilla y envolví mis brazos a su
alrededor, tratando de sofocar el cosquilleo que sentí de repente.
»¿Frío? —preguntó.
Negué con la cabeza. —Me desarmas —admití, en voz alta, mirando
mis uñas. El esmalte de uñas quebrado. Una metáfora perfecta de cómo se
sentía mi armadura frente a Julian.
Como no dijo nada, giré la cabeza en su dirección. Me miraba como si
fuera un rompecabezas que no podía resolver. Apoyé un lado de mi cabeza
sobre mis rodillas, con la cabeza girada hacia él.
»¿Qué?
—¿Siempre hablas así? ¿Abiertamente, honestamente? —preguntó,
girando su cuerpo de forma que me miraba completamente.
—No me molesto mucho en hacerme la difícil —dije mientras me
encogía de hombros, sin responder completamente a su pregunta.
—¿Por qué? ¿No te gusta que te persigan? —preguntó, con la boca
levantada en una media sonrisa.
Mi cabeza se levantó de golpe de mi rodilla, alarmada, y la sangre bulló
en mis orejas antes de soltar un suspiro. Cálmate, Andra.
—No —respondí, con más firmeza de la que pretendía. Sus cejas se
alzaron ante eso, así que luché por encontrar una respuesta—. No corro
muy rápido.
Se rio, apartando mi incomodidad por la idea de que alguien me
persiguiera. Se acercó más a mí. Se me puso la carne de gallina.
—¿Qué hay de la recompensa posterior? —murmuró, ahora lo
suficientemente cerca como para oír mi repentina inhalación.
Giré mi cuerpo de forma que estuviéramos cara a cara.
—Me temo que prefiero una recompensa inmediata, en realidad. Ya sé
cómo termina todo, así que, ¿por qué pasar tanto tiempo para llegar al final?
¿Por qué contenerse? ¿Por qué esperar?
Julian frunció el ceño. Hizo cosas deliciosas a la forma de su boca.
—¿Qué estás diciendo? ¿Que bien podemos ir a tu cabaña y
acostarnos2?
Me reí de la expresión.
—Bueno, no, por supuesto que no —empecé—. Sería en tu cabaña,
naturalmente. Me sentiría mal echándote de la mía cuando esto —Gesticulé
con la mano adelante y atrás entre Julian y yo—, terminara. Y, además, no
tienes botas que sacarte.
Julian me miró pensativo antes de frotarse el vello facial que
enmarcaba su mandíbula.
—Acabas de conseguirte un desafío.
Paré de sonreír.
—¿Qué quieres decir?
—Voy a desafiarte a que encuentres placer en una recompensa tardía
—dijo—. Ten una cita conmigo. Mañana. Puedo demostrarte que vale la pena
esperar por algunas cosas. —Su mirada se enfocaba intensamente en mí.
Como siempre.
Una cita no era para mí una ruptura total del pacto en mi camino por
evitar el compromiso.
—Vale. ¿A qué hora?
Julian sonrió, sus ojos se arrugaron en los bordes. Era un hombre
hermoso, pero cuando sonreía, era absolutamente deslumbrante. Sentí que
mi estómago se encogía con un deseo impaciente.

2Knock boots: Se refiere a tener sexo, acostarse, donde “knock” es sacar y “boots” es botas.
Algo así como sacarse las botas.
—Te recojo a las siete.
—Perfecto —convine antes de saltar de la hierba a mis pies. Froté las
manos contra la parte de atrás de mis vaqueros antes de estirar una mano
instintivamente para ayudarle a que se pusiera de pie. Cuando estiró la
mano para agarrar la mía, retrocedí un poco como si me hubieran quemado.
Sus manos sobre mí le hacían cosas aterradoras a mi compostura—. No
importa, puedes tú solo.
Julian se levantó y me miró.
—Puedo con bastante, te lo aseguro. ¿Te acompaño a tu puerta?
Resoplé. Femenina era mi segundo nombre.
—Claro, vamos allá.
Caminamos hacia mi cabaña en un cómodo silencio, el único ruido
era el de los grillos y los sonidos del bosque en general.
Cuando llegamos a mi puerta, tomé las llaves de mi bolsillo para
abrirla. Cuando se abrió, extendí la mano hacia el interior, palpando en
busca del interruptor, y encendí las luces del porche y las de la habitación
principal. Julian se quedó fuera del porche, con las manos en los bolsillos.
»¿Quieres entrar a tomar un café? —pregunté, mi cabeza inclinándose
hacia un lado en un gesto interrogante.
Julian no respondió por un momento, pero se acercó más.
—¿Tienes té? —preguntó.
Maldición. No bebía café y ni siquiera tenía una cafetera. Era
principalmente una treta para hacer que entrara. No me sentía totalmente
desesperada por tenerlo en mi cama (sólo un poco), pero podía conformarme
con una primera base.
—Tienes suerte —dije, indicándole que entrara—, resulta que tengo
una colección de tés.
Julian entró en mi cabaña y lo seguí, apreciando las vistas antes de
pasar por su lado y entrar en la pequeña cocina que se abría al resto del
salón, separada del mismo por una pequeña isla, lo suficientemente larga
como para que se sentaran tres personas.
Seguí su mirada alrededor de mi cabaña, examinando lo que veía. Era
un amplio espacio abierto, altos techos con vigas. Mi decoración era
principalmente blanca y negra, con toques aleatorios de color aquí y allá.
Había pintado los suelos de madera de blanco una noche años atrás en un
esfuerzo por darle luz al lugar. Funcionó. Mantuve las paredes con su
verdadero tono de madera, pero rodeé las vigas expuestas con luces de
Navidad. La única pared que no era de madera natural era la pared larga
que iba de un lado a otro de la cabaña, separando esta mitad de delante de
la parte de atrás de mi cabaña, donde se hallaban mi habitación, mi armario
y mi cuarto de baño.
Tenía media docena de baratijas tiradas sobre el mobiliario del salón:
un sofá desmontable y dos sillones de cuero. Las paredes de mi salón
estaban cubiertas con gruesos marcos con varias fotos en blanco y negro de
gente y de lugares. Mi mesita de centro era rectangular y se encontraba
pintada de blanco, con un montón de libros en medio de la mesita de centro.
Lo mantenía minimalista, mantenía las cosas ordenadas.
Caminó hacia la estantería que instalé sobre y alrededor de mi
pequeño sofá desmontable. Recorría la anchura de la pared y estaba llena
de libros y de baratijas de madera que me envió Six de sus viajes.
—Tu cabaña es diferente de la mía —dijo, volviendo la mirada hacia
mí.
Llené una tetera con agua y la puse sobre el hornillo.
—Me costó mucho dinero ponerla así.
—Tienes un montón de libros sobre la familia real —comentó, antes
de sacar uno para examinarlo.
Me encogí de hombros, aunque él no pudiera verme.
—Me interesa. —Varias fotografías de las paredes eran de los nobles
menos conocidos.
Julian pasó a los marcos que colgaban junto a la estantería, las únicas
fotos personales que conservaba en el apartamento. Lo vi concentrándose
en la que estábamos Six y yo.
—Ponte cómodo —murmuré mientras tomaba tazas de encima del
fregadero. Oí su risita en respuesta.
—¿Este es tu hermano?
—Sí —dije sin dudar. Como no dijo nada más, tomé mi bandeja de
bolsitas de té y la llevé a la mesita de centro.
—Aquí pareces más joven —comentó antes de darle un toquecito al
marco.
—Bueno, está claro que no era más mayor —respondí con sarcasmo
a unos pasos de él.
Julian se giró para mirarme y sonrió. No sabía qué hacer aparte de
mirar su cara, su sexy y corto vello facial, con nerviosismo, así que asentí
en dirección a mis estanterías.
»Lo siento, nada de lo que hay es tuyo —dije, encogiéndome de
hombros.
—No me di cuenta —respondió antes de sentarse en mi sofá.
Me senté en la parte del diván del sofá y volví a gesticular en dirección
a la colección de libros.
—¿Qué tipo de novelas escribes?
—No creo que fueran de tu agrado —empezó. Al verme entrecerrar los
ojos, continuó—. No es que haya nada de malo en tus gustos, pero a juzgar
por toda la no ficción histórica que tienes, diría que mis libros todavía no
han sido lo suficientemente afortunados como para vivir en tus estanterías.
Me levanté al oír el agua hirviendo en la tetera.
—¿Por qué? ¿Escribes novelas románticas llenas de angustia?
La risa de Julian iluminó mi cabaña con calidez. La calidez me llevó a
sonreírle antes de ir a la cocina.
»¿Me equivoco? —pregunté por encima de mi hombro.
Se unió a mí en la cocina, apoyándose contra la pared que nos
separaba de mi habitación. El calor quemó un agujero en mi estómago
debido a su cercanía, a su mirada.
—Escribo novelas de misterio —respondió.
Alcé la mirada hacia él mientras echaba el agua.
—¿Oh? —pregunté. Ya lo sabía.
—Sí. —No añadió nada más.
—Sírvete tu sabor de té favorito. Los he puesto en la mesita de centro.
Eché el agua en las dos tazas que saqué y le tendí una antes de ir
hacia el sofá.
Tomé la bolsita de frambuesa que más me gustaba y la hundí y la
saqué de la taza con gesto ausente. Por el rabillo del ojo, vi a Julian tomando
la de menta antes de sentarse en el sillón de cuero colocado al lado del sofá
convertible.
Lo observé mientras estiraba las piernas. Había una gracia en cómo
hacía todo, con un trasfondo de confianza y poder. Incluso en ropa de
deporte, exhibía un claro aire de elegancia. Probablemente era de familia
rica.
Mis ojos permanecieron en sus manos mientras hacía girar la bolsita
de té en la taza. Sus manos ostentaban el mismo poder, como si pudieran
aplastar la taza que sostenía sin demasiado esfuerzo. Tenía las uñas cortas,
pero limpias, probablemente debido a su profesión.
—¿Hace cuánto que eres escritor? —solté, apartando por fin la mirada
de sus manos para hacer contacto visual.
Julian se reclinó contra el respaldo del sillón, estirando así su
camiseta sobre su pecho, definiendo cada músculo oculto detrás de la tela
de algodón.
—Desde que me gradué en el instituto y decidí que no quería tener
una carrera en el fútbol. Así que hace unos siete años.
Eso le hacía tener veinticinco años, dos años más que yo. Asentí en
respuesta y bebí mi té, volviendo a recostarme contra los cojines del sofá.
—Un jugador de fútbol, ¿eh? —pregunté.
Julian se frotó la rodilla como si estuviera sumido en un recuerdo
antes de darle un trago a su té y asentir.
—Jugué durante los cuatro años de instituto. Se me daba bien. —
Guiñó un ojo, una sonrisa juguetona apareció en sus labios.
—Estoy segura. —Di otro trago a mi té antes de preguntar—: ¿Y por
qué dejarlo?
Julian apoyó su taza en la mesa antes de girar su cuerpo más hacia
mí.
—¿Alguna vez has hecho algo durante tanto tiempo que se convierte
en una segunda naturaleza para ti? ¿Tanto tiempo que no sabes lo que es
la vida sin ello? ¿Y que eso no quiere decir que sea necesariamente algo
bueno para ti, mental o físicamente, pero sigues haciéndolo porque es lo que
se espera de ti?
Tenía los brazos con la carne de gallina. Esto empezaba a volverse
más profundo de lo que esperaba. Asentí con la cabeza, incapaz de hablar
debido al nudo que comenzó a residir en mi garganta.
»Bueno, entonces entiendes, tal vez, la necesidad que sentí de
liberarme. De demostrar que podía cambiar lo que se suponía que era a lo
que estaba destinado. De hacer algo para mí. —Pronunció la última palabra
con un tono de brusquedad. Encontré sus ojos y vi el sentimiento detrás de
sus palabras reflejándose en su expresión.
—Sí. Sé a qué te refieres —dije, tragando con fuerza por detrás del
nudo de mi garganta.
Nos quedamos mirando un rato antes de que Julian se levantara,
agarrando su taza y dirigiéndose a la cocina para aclararla.
—Gracias por el té. Debería irme.
A pesar de mi atracción por él, la energía de nuestra conversación me
estaba poniendo nerviosa, así que no intenté disuadirlo de que volviera a su
cabaña. Lo seguí hasta la cocina y puse la taza en el lavavajillas. Estaba con
la espalda contra la encimera, frente a mí, sus manos agarraban la encimera
que tenía detrás.
—Gracias por la compañía —contesté, sonriendo con suavidad.
Julian se impulsó para apartarse de la encimera y se dirigió a la
puerta mientras yo lo seguía por detrás. Se detuvo en el umbral y se giró
hacia mí, apoyando una mano en el marco, poniendo la cara a meros
centímetros de la mía.
»Vivo mucho de mi vida dentro, escribiendo, editando. Fue agradable
tener a alguien con quien hablar —dijo.
Mi cuerpo prácticamente vibraba por la cercanía de su cuerpo con el
mío.
—Fue agradable —convine, cruzándome de brazos.
La comisura de su boca se curvó en una media sonrisa antes de
inclinarse, su mejilla hizo contacto con la mía, su boca contra mi oreja.
—Dulces sueños, Andra —susurró antes de apartarse del marco de la
puerta y adentrarse en la oscuridad en dirección a su cabaña.
Me dije que lo observaba para asegurarme que llegara a salvo a su
cabaña. Pero, a decir verdad, no podía explicarlo, mis ojos necesitaban
estudiarlo, al igual que él pareció estudiarme. No existía duda de que me
sentía atraída por él, atraída por el sumiso poder de sus ojos, de sus
palabras.
Me tiré de la oreja en la que me susurró cuando vi su silueta,
iluminada por la luz que brillaba dentro de su cabaña, subiendo por su
porche. En cuanto estuvo dentro, volví al interior de mi cabaña y me apoyé
contra la parte de dentro de la puerta principal, soltando el aire que no sabía
que estaba conteniendo.
Julian Jameson significaba problemas. Pero a la mierda si no lo
disfrutaba.
6
Traducido por Alysse Volkov

iempre he sido un poco miedosa, y un poco intimidada por los


S números. No hay deshonestidad con las matemáticas. Sólo
hay una respuesta a cada ecuación con la que trabajo. No hay
opciones, no hay escapes. Dos más dos siempre será igual a cuatro. Si mi
matemática es correcta, pero la respuesta es incorrecta, no puedo mentir,
no puedo elegir otro resultado. Eso es un poco aterrador para una chica que
ha pasado los últimos seis años corriendo entre opciones. Matemáticas es
lo que nunca podría ser: fija, segura, honesta.
Una parte de mí le encantaría ser valiente por ser honesta. Pero mi
valentía es la razón de mi vida fraudulenta. Una vida que giraba en mentiras
y medias verdades, derivada de un momento valiente que tuve cuando
drogué al Monstruo con pastillas para dormir y medicamentos para los
resfriados. Así que no me arrepiento de mi valentía. Lo único que lamento
es que me tomara tanto tiempo para ahogar el miedo con la adrenalina, para
atar mis zapatos tenis y finalmente huir.
Y era por eso que prefería pasar mi tiempo matando moscas en mi
cara, palear mierda de caballo hasta que mis brazos dolieran y perder mi
sentido del olfato. Porque estar en una habitación frente a los números que
dirán la verdad, a menos que les diga que mientan, tiene que haber algún
círculo del infierno, incluso si la habitación se sentía toda fría con el aire
acondicionado. Y por eso, cuando me desperté a la mañana siguiente, pasé
de la oficina todo el día, buscando un trabajo sucio.
Pasé la mayor parte de ese día limpiando establos de los caballos.
Necesitaba el trabajo manual tanto como necesitaba la comodidad de la
oficina algunos días. Me desperté e inmediatamente decidí limpiar los
establos, necesitando expulsar el exceso de energía a partir de uno de los
sueños más inquietos que tuve en meses. No tenía que preguntarme por qué
dormí tan mal. Sabía la respuesta.
Julian.
Tenía los auriculares puestos, la melodía de mi álbum favorito de
Queen proporcionando la banda sonora de mi auto-impuesta tarea. Pero ni
siquiera Freddie Mercury podía distraer la atención de los pensamientos que
me traicionaron, desviándose hacia el último inquilino del rancho.
Con un gruñido, me sequé el sudor de la frente con el dorso de la
mano. El sudor empapó la camisa manga larga desgastada que llevaba y se
acumuló detrás de las rodillas de mis vaqueros ajustados, derramándose en
las botas de goma que llevaba.
Los peones habían tomado a los caballos para el ejercicio dándome el
espacio de limpiar. Esto normalmente era una tarea de la que se
encargaban, pero me ofrecí esta mañana tan pronto como vi a Dylan
acaparando el pico y pala. Quería estar físicamente acabada, con la
esperanza de que el agotamiento me mantendría cuerda alrededor de Julian
para nuestra cita esta noche.
Y allí me fui de nuevo, pensando en él. Me acosté en la cama la noche
anterior, recordando su voz cosquilleando en mi oído, la forma en que un
hormigueo se arrastró por mis brazos. La forma en que me miró con
expectación mientras se encontraba sentado en la hierba anoche. La forma
en que me dijo que aceptaba el reto que no sabía que le había hecho. No
podía dejar que me afectara de modo completo. Uno y hecho, ese era mi
lema. Nada más que eso sería injusto.
Después que el suelo se secó en el último puesto y terminé de regar la
paja, levanté la cabeza y respiré profundo, tirando mi camisa fuera de mi
pecho, lo que permitió que circulara el aire. Miré el reloj en la entrada de los
establos. Las tres de la tarde.
Como si fuera una señal, mi estómago gruñó, enojado porque había
olvidado el almuerzo. Hice mi camino alrededor de las cuadras hacia la casa
grande, despojándome de los guantes mientras iba. El sol pegaba fuerte,
haciéndome señas para acostarme y tomar un poco de vitamina D. Corrí por
las escaleras en la entrada principal, dejé tiradas las botas y los calcetines
por la puerta, y me dirigí por el pasillo hacia la sala de lavandería.
Rosa estaba moviendo la ropa en una de las secadoras y me miró por
encima de sus gafas cuando entré en la habitación. —¿Has estado en los
establos durante todo el día? —preguntó, mirando mi ropa empapada de
sudor.
Asentí mientras me quitaba la camisa, dejando ver el top del bikini de
un color verde intenso que llevaba debajo. Cuando terminaba de limpiar los
puestos, siempre me dirigía hacia el estanque. La frescura se sentía bien en
mis músculos doloridos, tumbada en el dique flotante ayudaba a
profundizar mi tono de piel oliva, y el calor por lo general me proporcionaba
una siesta en el proceso. Siempre ponía mi bikini debajo de mi ropa cuando
sabía que iba a ser una especie de trabajo manual en el día.
Rosa atrapó mi camisa cuando se la lancé, la arrojó directo en la
lavadora. Me puse en una pierna mientras intentaba quitar los vaqueros
ajustados de mis piernas. Rosa se echó a reír a carcajadas cuando me caí
sobre mi trasero en el suelo para dar un tirón y lograr retirarlos. El sudor
los había pegado a las piernas.
Empujando los pantalones vaqueros en la lavadora, sonreí a Rosa
mientras me movía de la lavandería a la cocina. Agarré dos botellas de agua
de la nevera y un banano desde el frutero en la gran isla de mármol blanco.
Succioné la primera botella de agua y la arrojé al reciclaje antes de pasar
por la puerta de la cocina, con banano y agua en la mano mientras me dirigía
por la colina hasta el estanque.
Los sonidos del verano me saludaron en mi lento caminar. Una sierra
circular en el garaje, el relincho de los caballos en el establo, el aspersor en
el jardín delantero. El cielo era de un azul perfecto, ni una nube en el
abismo. Era un día ideal para darse un baño. Quise decir lo que dije cuando
le comenté a Julián que este era mi mundo. La hierba entre mis dedos de
los pies, los árboles fundiéndose con las sombras de la tarde sobre el
estanque, el polvo que se levantaba por los caballos.
No me molesté en probar el agua antes de entrar completamente en
ella. Sosteniendo la botella de agua y el banano por encima del agua, entré
en la parte baja, en dirección hacia el muelle. Nadé con las piernas
rápidamente, manteniendo la cabeza y los brazos por encima del agua, hasta
llegar al muelle y puse mi merienda en los tablones de madera clara,
tirándome hasta la próxima.
El estanque fue hecho por el hombre. Era una casa para unos pocos
tipos de peces, pero muchos tipos de vegetación. Almohadillas y espadañas
campanitas y lentejas de agua coexistieron pacíficamente en el agua. A lo
largo del borde de un lado había grandes árboles que proporcionan sombra
a más de la mitad del estanque, junto con algunos tipos de flores silvestres.
El padre de Rosa construyó años atrás el estanque para proporcionar
otro tipo de recreación para el rancho. En el verano, me pasaba horas y
horas en el estanque, en la limpieza de este o, como hoy, refrescando mis
músculos sobrecalentados.
Abriendo la botella de agua, tomé una mirada. Directo a la casa
grande, pude ver las últimas seis cabañas envueltas por el borde de la línea
de árboles. El sol se reflejaba en las ventanas, por lo que es imposible que
capturara una visión de Julian moviéndose dentro de su cabaña. A
propósito ralenticé mi caminar cuando pasé por la cabaña diez en mi camino
a los establos a principios de esta mañana, pero las luces estaban apagadas
y las persianas cerradas.
Coloqué mi botella de agua antes de caer en el estanque para nadar
tranquilamente, dejando que la frialdad del estanque calmara mis miembros
cansados mientras buceaba hasta el fondo, arrastrando los dedos por las
raíces emergentes por el barro. Pateando mis piernas, salí de nuevo a la
superficie
Agarré la banda negra que sujetaba mi cabello hacia atrás,
deshaciendo el moño desordenado que llevé todo el día. Mi oscuro cabello
castaño se desplegó alrededor de mí mientras flotaba sobre mi espalda, con
los ojos cerrados. El calor del sol se enfrentaba con la frescura del agua,
haciéndome suspirar en voz alta en la alegría.
Después, flotando alrededor por un rato, me subí al muelle y comí mi
banano, satisfaciendo el gruñido de mi estómago. Después de colocar la
cáscara en el muelle, me torcí el cabello largo, escurriendo el exceso de agua.
Lo dejé así mientras me acostaba en mi espalda, la calidez de la madera
debajo de mí y el sol por encima me arrullaban a que durmiera.
Me desperté con una gran cantidad de agua que lanzaron sobre mi
cuerpo. El contraste del calor de mi piel calentada por el sol y el agua fría
aparentemente casi hielo me hizo sentarme con un sobresalto, mi cabello
enredado detrás de mí.
Oí la distintiva risa de Dylan en la distancia y lo vi transportarse en
la playa de arena frente a mí, con el brazo envuelto alrededor de su estómago
cincelado en la risa. —¡Ya era hora que te despertaras dormilona! —gritó
entre risas—. ¡Has estado dormida durante una hora!
Mierda. Eché un vistazo a mi reloj. Ya eran casi las cinco, dos horas
antes de mi cita con Julian. Por mucho que quería estar molesta con Dylan,
me sentía agradecida por la llamada de atención, aunque su método podría
ser un poco más refinado. —¡Muchas gracias, imbécil! —grité, de buen
humor.
Dylan deslizó sus pantalones sobre sus ahora mojados bóxers antes
de subir su largo y musculoso brazo para agarrar su camiseta. No estaba
ciega de su buena apariencia. Pero nuestra historia sexual, por breve que
fuera, era exactamente eso, historia. Me gustaba su excelente tono
muscular, la forma en que sus ojos azules brillaban cuando reía, y su
cabello rubio resaltado por el sol. Pero mi afecto por Dylan era ahora la de
un buen amigo. Y eso es todo lo que alguna vez sería para mí.
Dylan miró sobre su hombro con diversión clara en su rostro. —En
cualquier momento, Andra —respondió, sonriendo—. Te he traído una
toalla. —Hizo un gesto hacia la toalla de playa, doblada en la arena, antes
que corriera hasta la colina.
Saqué mi cabello en un moño en la parte superior de mi cabeza,
asegurándolo con el elástico, y se deslizó fuera de la base, con la cáscara de
banano y la botella de agua en la mano mientras nadaba de vuelta a la
tierra.
Me lavé la arena pegada en mis piernas mojadas antes de limpiarme
con la toalla. Envolví la toalla alrededor de mi cintura y caminé penosamente
por la colina cubierta de hierba, sin prestar atención a la dirección en la que
me dirigía mientras sacudía mis brazos, liberando a las gotas de agua que
se aferraron a mi piel.
En un instante, caminé directo a una pared. O, sólo se sintió así. Me
hallaba pecho a pecho con una pared de músculo que pertenecía al único
Julian Jameson, actualmente cubierto de una camiseta color azul marino,
cayendo contra el torso de modo que era perfectamente contorneada para
sus músculos. Apenas registrando las manos calientes que se envolvieron
alrededor de mis brazos desnudos, estabilizándome.
Mi aliento se detuvo antes de inclinar la cabeza hacia arriba,
encontrando sus profundos ojos color cacao. Mis ojos se movieron sobre ese
corto vello en la línea de la mandíbula bellamente esculpida antes de
encontrarme de nuevo con sus ojos y me mordí el labio. Esto era lo más
cerca que había estado con él, cara a cara, respirando el mismo aire. No
estoy segura de cuánto tiempo nos quedamos allí, mirándonos. Me di cuenta
de su cálido aliento en mi cara. Canela y sándalo impregnaron las pocas
pulgadas de aire que nos separaban.
—Andra —dijo, el sonido grave en su garganta. Sus manos dejaron
mis brazos, y casi tropecé hacia atrás por la pérdida de calor. Él hizo un
movimiento para agarrarme de nuevo, pero di un paso hacia atrás, fuera de
su alcance. Mis manos se apoderaron de la botella de agua y la cascara de
banano, conectándome a tierra, recordándome lo que hacía.
—Estaba nadando —solté. Sonaba a la defensiva. ¿Por qué?
Julian permitió una sonrisa para levantar un lado de sus labios. —Lo
sé —murmuró. Miró fijamente a la parte superior del bikini antes de volver
a mirarme. Vi mover su manzana de Adán en su cuello antes de que diera
un paso vacilante hacia atrás. La distancia se sentía como un océano en
cuanto a espacio para respirar, pero todavía me sentía envuelta en su
presencia y sentía la piel de gallina levantarse en mi piel
instantáneamente—. Venía a buscarte. ¿Las siete todavía funcionan para ti?
Asentí. —Iba en camino a prepararme. ¿Supongo que usar bikini no
está bien para dónde vamos? —Hice un gesto a través de mi cuerpo con mi
botella de agua.
Los ojos de Julian recorrieron mi torso. Un músculo se contrajo en su
mandíbula. —Por desgracia, sí. La cena en un restaurante es lo que planeé.
—Su voz sonaba ronca y estaba contenta de que él parecía seguir el
movimiento de las gotas de agua deslizándose por mi frente, desapareciendo
en la toalla alrededor de mis caderas.
Sonreí, sintiéndome un poco más nivelada. —¿Qué no tienes
pensado? —Exageré un guiño, tratando de aligerar la tensión embriagadora.
Julian se rio y se metió una mano en el bolsillo de sus pantalones
cortos de color caqui. —Tú. Definitivamente no pienso en ti. —Pasó su mano
libre por el cabello y sacudió la cabeza, una expresión divertida aligerando
su rostro.
Podría haber sonado como una línea si viniera de otra persona, pero
de Julian, se sentía natural y honesto. Un área en lo profundo de mi pecho
floreció con calidez. No pude evitar la sonrisa que curvó mis labios. —Lo
tomaré como un cumplido.
Me acerqué más, con la intención de ir a mi cabaña antes que su mano
en mi hombro me detuviera. Lo miré con una ceja levantada.
Me miró con una pregunta no formulada en los labios, las cejas
frunciéndose en la concentración, antes de llegar detrás de mí, sosteniendo
la parte de atrás de mi cabeza. Mis ojos se cerraron involuntariamente y
tomé aire con los labios temblorosos. Sentí sus dedos ahondar en mi cabello,
justo debajo del moño que había hecho. Y, tan pronto como me preparé, se
acercó más, sentí sus dedos eliminar hábilmente el lazo del cabello,
permitiendo que mi cabello cayera en cascada por mi espalda.
Abrí los ojos, observando su rostro mientras pasaba una mano por mi
cabello, apoyando su mano en mi espalda justo donde terminaba mi cabello,
justo por debajo de las cuerdas del bikini. Sus rasgos se suavizaron, su
expresión se volvió agradecida. —Usa tu cabello suelto —murmuró—, esta
noche.
No confiaba en mi voz en ese momento. Lo miré a los ojos y asentí. Su
mano se deslizó fuera de mi espalda y sonrió con fuerza antes de alejarse
abruptamente y caminar hacia la casa grande.
7
Traducido SOS por Jul

e untaba una mezcla de aceite de bebé y loción sobre mis

M miembros recién duchados cuando un golpe sonó en mi


puerta, fuerte y rápido.
—Mierda —murmuré, rápidamente frotando la crema hidratante
sobre mis muslos. Mi cabello empapado colgaba sobre un hombro, mojando
la toalla que envolví alrededor de mi cuerpo. Me puse de pie y caminé hacia
la puerta, agarrando la toalla con fuerza alrededor de mi cuerpo mientras
miraba el reloj de pared. Apenas eran las seis. No podría ser Julian ya. A
menos que estuviera irritantemente temprano, que era una posibilidad.
Asomé la cabeza entre las cortinas cubriendo la ventana al lado de mi
puerta. Fui capaz de distinguir el corto peinado estilo bob negro y la marca
de ropa de color negro. Rosa.
Rápidamente di la vuelta al cerrojo y abrí la puerta. Incluso con mi
estado de desnudez, Rosa entró en la cabaña y agitó las manos hacia mí. —
Algo así como un momento extraño del día para estar duchándote, ¿verdad?
—preguntó mientras se sentaba en la silla más cercana a mi estufa de leña.
Era un sillón de cuero de gran tamaño, y el lugar favorito de Rosa para
relajarse cuando se hallaba en mi cabaña.
Caminé detrás de la isla de la cocina que servía de zona de estar,
retorciendo mi cabello mojado en el fregadero de acero de la isla. —Tengo
una cita.
Rosa suspiró. Mordí mi anillo de mi labio nerviosamente, esperando
el discurso que tenía en la punta de su lengua. Cuando no dijo nada, entré
de nuevo en el cuarto de baño para agarrar la toalla de microfibra que usaba
para secarme el cabello antes de regresar a la sala de estar.
Rosa me miró mientras secaba mi cabello con la toalla, sin decir nada.
Después de un minuto de pie, sólo en una toalla, regresé a mi habitación y
me puse rápidamente unos pantalones de yoga y una sudadera con capucha
y cremallera. Me froté un poco de aceite marroquí en mi cabello antes de
agarrar una segunda toalla de microfibra, lanzando la primera en mi cesta.
Seguía en el sillón, mirándome astutamente. Resoplé un poco y me
senté en mi desmontable, continuando con el secado de mi cabello. Cuando
aún permanecía en silencio, hice un gesto violentamente hacia ella con la
toalla en la mano, lo que indicaba que esperaba a que dijera lo que quería
decir.
Rosa rio suavemente. —Vas a romper otro corazón, Annie.
—Es sólo una cita —me burlé.
—Él va a estar aquí por un mes más. Sólo lo conociste ayer. Y después
de esta noche, no lo verás de nuevo.
Rosa me conocía mejor que nadie, incluso mejor que Six. Conocía mi
modus operandi. Aunque nunca he salido en el sentido tradicional, sabía
que nunca veía al mismo hombre más de una vez. Dylan fue la única
excepción, pero trabajo con él, y nunca pidió más de mí después de nuestra
única noche.
—Yo todavía estaré aquí, así que por supuesto que todavía lo veré —
contesté, un poco a la defensiva. Rosa en realidad nunca interfirió en mi
vida fuera del rancho. Pero podía entender su preocupación este momento.
Esta era la primera vez que mantuve algún interés en un inquilino.
—No quiero participar, es tu vida. Pero no quiero un inquilino infeliz
o cualquier tipo de incomodad —Agitó su mano en el aire, en busca de una
palabra—, tensión.
Suspiré y me hundí más atrás en los cojines, dejando la toalla
mientras me encontraba con sus ojos. —¿Qué quieres que haga? —le
pregunté. A decir verdad, haría cualquier cosa por Rosa. Ella era la madre
que había perdido, la amiga de la que fui privada, el protector que nunca
tuve—. ¿Debería cancelar?
Rosa se sentó en la silla y se frotó la rodilla, pensativa. —No. No, no
canceles. Pero no dejes que se vuelva serio. O, si lo hace, no lo dejes cuando
te pongas asustadiza.
—No soy asustadiza, Rosa. No puedo hacer promesas que se extienden
más allá de la habitación.
—¡Ah! —Rosa se llevó las manos a los oídos—. ¡No necesito saber eso!
—dijo en señal de protesta—. Lo único que te pido es que no lo rechaces
mañana si realmente te gusta. ¿Cuál es el daño en un romance de verano?
Rosa parecía visiblemente incómoda teniendo esta conversación e
inmediatamente la culpa me inundó, dominando la atracción que
instintivamente sentía hacia Julian. Me deslicé hacia ella y la agarré del
brazo. —Rosa. —Esperé hasta que encontró mi mirada—. Si tenemos la
química en nuestra cita, te prometo que no voy a dejar que se ponga
incómodo. Si no tenemos la química, no va a ser incómodo —dije con
seriedad.
Rosa me sonrió, todavía incómoda, pero me palmeó la mano. —Eso es
todo lo que quería oír. Ahora —empezó, moviendo sus cejas hacia mí—, ¿qué
usarás?
Pasamos los próximos quince minutos escogiendo mi vestido, un
vestido negro de un hombro que abrazaba a mi figura, deteniéndose justo
por encima de las rodillas. La mitad superior era de encaje negro, atado con
cinta negra sobre un hombro, con un cinturón negro delgado apretando mi
cintura. Lo emparejé con unos zapatos negros de tacón de plataforma que
tenían rayas horizontales brillantes de oro en los talones. Llevaba mi cabello,
rizado y salvaje, sobre el hombro desnudo y puse unos pendientes de cuarzo,
tocando el delicado hilo de oro que se envolvía alrededor de la piedra.
Rosa se fue después de darme un abrazo y un recordatorio de ir
ligeramente.
Si bien por lo general evitaba usar maquillaje durante el día, sabía lo
suficiente sobre ello para darme el look que deseaba. Apliqué pesado
delineador negro y sombra dorada, mezclándolo con el delineador negro así
no era una línea limpia, y luego dos capas de rímel. Labios brillantes
completaban el look. Me rocié sobre un poco de perfume y giré en frente de
mi espejo de cuerpo completo en la habitación.
Mariposas volaban alrededor de mi estómago, frenéticas. Presioné una
mano allí y me miré en el espejo y vi que los nervios se reflejaban en mis
ojos de oro verde. Impliqué a Rosa que la química con Julian era hipotética
cuando sabía que no lo era. No existía duda de que teníamos la química. Lo
cual sólo complicaba mi promesa a Rosa para no causar tensión o malestar.
El golpe en la puerta no hizo nada para calmar las mariposas, pero
me dirigí a responder, no obstante. Apoyé la frente contra la superficie de
madera lisa por un momento, respirando profundamente, preparándome
para lo que me esperaba en el otro lado de la puerta. Me aparté y luego la
abrí con más fuerza de la necesaria.
Inmediatamente me encontré con los ojos de Julian. Nuestros ojos
permanecieron firmemente enfocados el uno en el otro por un momento
antes de que los ojos con densas pestañas de Julian se arrastraran hacia
abajo. La forma en que sus ojos se deslizaron hacia abajo se sentía tan físico
como el toque de una mano. Mis brazos se cubrieron de nuevo con la piel
de gallina. El espacio que nos separaba era tenso con innegable tensión en
bruto.
Tomé la oportunidad de observar su traje gris oscuro. Se adaptaba
perfectamente a su cuerpo y combinaba con una camisa de vestir blanca y
corbata negra. La forma en que llevaba el traje hizo alusión a la calidad
muscular de su cuerpo. Llevaba el cabello en la parte superior de su cabeza
“todavía desordenado pero todavía de estilo perfecto”. En su mano sostenía
un ramo de rosas blancas.
Traté de aliviar un poco la bochornosa tensión haciendo un gesto
hacia el ramo. —¿Dónde te las has arreglado para encontrar esas?
Julian levantó la mano y miró el ramo, aparentemente avergonzado.
—No me di cuenta de que la floristería de la ciudad cerraba los sábados a
menos que tuvieras una cita. Por suerte, me encontré con un primo, o
hermana, no estoy completamente seguro, en la tienda…
—La tienda de comestibles de Mac —interrumpí—. Su cuñada es
propietaria de la tienda de flores. Probablemente encontraste a la esposa de
Mac.
Julian asintió. —Gracias a Dios que se apiadó de mí y abrió la nevera
para enganchar estas. —Me las tendió y se pasó una mano por el cabello
cuando las agarré con las dos manos.
Sonreí. —Gracias. Permíteme poner estas en el agua antes de irnos.
Entra. —Hice un gesto con la mano. Tan pronto como Julián entró, su
presencia invadió la habitación, ahogando el poco espacio para respirar que
me quedaba. Me di cuenta de que los tacones que llevaba nos hicieron casi
de la misma altura—. Guao —dije un poco entrecortada—. Eres... alto. —Lo
cual sonaba estúpido, incluso para mí. No era como si fuera la primera vez
que había estado cara a cara con él.
Julian sonrió ampliamente, permitiendo que el hoyuelo perfecto
apareciera en su mejilla. —Mido un metro noventa y cuatro. Tú debes ser,
qué, ¿uno setenta y seis o siete?
Asentí con la cabeza, retrocedí para darme un poco más de espacio.
—Estos tacones añaden varias pulgadas, pero sí, soy bastante alta.
Julián se acercó más. Retrocedí un paso más. El chasquido de mis
tacones en el piso de madera me trajo de vuelta a lo que hacía y me volví a
llenar mi jarrón marroquí azul y blanco favorito. Fue uno de los muchos
regalos de Six que me envió en sus viajes de trabajo. Mi mano trazó el patrón
distraída por un momento antes de reenfocarme y colocar las rosas en el
florero.
Julian se inclinó hacia delante en el lado opuesto de la isla de la
cocina, apoyando las manos en la encimera de granito. —Por cierto, te ves
increíble.
Mis ojos fueron directamente a sus manos. Las miré casi con cautela.
No por primera vez, me pregunté en qué me estaba metiendo.
—Gracias —contesté, esponjando las flores—. No estás tan mal. —Le
eché un vistazo por debajo de mis pestañas, notando que me miraba cada
vez más intensamente. Me hizo sentir tímida. Yo no era tímida. Me di la
vuelta, florero en la mano, colocándolo en el mostrador cerca de mi ventana,
y traté de calmar mis nervios. Esto es sólo una cita, Andra. Contrólate.
Cuando me di la vuelta, inclinó la cabeza hacia mí. —¿Estás lista? —
Su mirada era curiosa.
Sonreí y agarré mi bolso de mano de la mesa junto a la puerta,
esperando a que se uniera a mí. Cuando salió por la puerta por delante de
mí, apagué las luces, encendí la luz del porche, y cerré la puerta detrás de
mí.
El convertible de Julián ya estaba encendido desde el estrecho camino
de grava al lado de su cabaña. La parte superior se hallaba puesta esta
noche, lo cual era bueno ya que el polvo del camino nos haría toser
violentamente y nuestros ojos derramarían lágrimas. Y yo no llevaba
maquillaje resistente al agua.
Caminamos hasta el convertible sin hablar, el sonido de los latidos de
mi corazón fuerte en mis oídos. El sol estaba bajo en el cielo y mis tacones
se mantuvieron hundiéndose en el suelo blando. Crucé mis dedos para no
caerme y traté de caminar con tanta gracia como sea posible cada vez que
tiraba mi talón fuera de la hierba.
Abrió la puerta del pasajero y entré, sonriéndole en agradecimiento,
suavemente cerró la puerta y se dirigió hacia el lado del conductor. El cuero
era cálido y reconfortante, y el interior olía a sándalo, al igual que su dueño,
con un leve rastro de la canela. Mis ojos se posaron en el paquete de chicles
de canela en su portavasos.
La puerta del conductor se abrió y se deslizó en su asiento, sonriendo
hacia mí antes de hurgar en la consola central. Me lanzó un pequeño
estuche negro. —Aquí, escoge la música. —Empezó a dar marcha atrás,
dirigiéndose por el camino antes de que yo llevara mi atención a mi regazo.
Abrí la cremallera del estuche, haciendo una pausa por un segundo
en el primer disco que vi. El diseño de CD era blanco con salpicaduras de
pintura de color amarillo y azul. One Republic. Pasé los siguientes discos,
notando la ecléctica mezcla de moderno día de rock / pop, indie, bandas
sonoras de algunas películas viejas, y rock de los 70 y 80.
Por el rabillo de mi ojo, vi a Julian robarme algunas miradas cuando
no dije nada, seguí hojeando las páginas de CDs. Hacia la parte de atrás,
encontré lo que menos esperaba. Reconocí la forma en que la Q fue diseñada
inmediatamente. Hice una pausa más larga en este disco que los demás.
Dejé que mi mano se posara en el disco por un momento antes de mirarlo.
Nos acercamos a una de las carreteras estatales y Julian nos dirigió al este,
hacia la interestatal.
—¿Escuchas esto? —pregunté, tentativamente. Me preocupaba mi
anillo de labio con los dientes, ahogando todo lo que quería decir.
Julian se volvió hacia mí, buscando mis ojos. —Sí. —Sus ojos no
miraron al disco al que me refería. ¿Cómo lo sabía?
Un momento después, Julian deslizó una mano para el reposacabezas
detrás de mí y suavemente deslizó sus dedos por mi nuca.
»Me di cuenta de esto, ayer por la mañana. Cuando nos conocimos.
Sabía que se refería al tatuaje en tinta en la parte de atrás de mi
cuello, pero el toque de sus dedos sobre la palabra marcada en mi piel envió
diminutas flechas de deseo por mi espina dorsal. Movió su mano de vuelta
en el volante y sus ojos en la carretera. Tragué saliva. A pesar de la añoranza
que sentía por él, no pude evitar que la sospecha entrecerrara mis ojos. —
¿Ya tenías este CD cuando viste mi tatuaje?
Sabía que era probablemente vano suponer que compró este disco
después de ver mi tatuaje del cuello, pero no pude evitarlo. Parecía
sospechoso. Nunca había salido con alguien que escuchara a Queen. Bueno,
la verdad, nunca salí con nadie.
Julian rió fácilmente a mi lado. —Bueno, si no lo has notado, su
pequeño pueblo no tiene ninguna tienda de música. No es que hice una
carrera loca a Denver para remover cielo y tierra por este disco. Pero —Hizo
una pausa, mirando hacia mí otra vez—, no puedo mentirte. No tenía este
disco en mi coche ayer por la tarde.
Retiré mis ojos a la vez en confusión. —Entonces, ¿de dónde lo has
sacado?
—Estoy remodelando una casa a unos treinta minutos del rancho.
Voy allí para comprobar el progreso de vez en cuando. Tuve el disco en mi
estuche grande en el almacenamiento de allí, y lo agarré cuando fui allí esta
mañana.
Correcto. Se me olvidó que estaba remodelando su casa grande de lujo
—las palabras de Rosa— no demasiado lejos del rancho.
»¿Quieres escucharlo? —preguntó, interrumpiendo mis
pensamientos.
—Infierno sí —dije, deslizando el disco de su estuche y lo coloqué en
el reproductor de CD. Subí la cremallera del estuche y lo puse de nuevo en
la consola central. Unos segundos más tarde, el bajo stomp, stomp, clap de
"We Will Rock You" resonó en el interior del coche, bombeando a través de
las tablas del suelo y los asientos. Miré a Julian con una sonrisa y se rio,
tamborileando con los dedos sobre el volante en el tiempo con el ritmo.
Consideré a Julián por un minuto, deseando que mirara. Cuando
finalmente lo hizo, le pregunté—: ¿Puedes por favor detener el auto?
Julian inclinó la cabeza hacia un lado en preocupación, pero hizo lo
que le pedí, saliendo al arcén de la autopista y en una zona de césped. No
esperé a que dijera algo, y en vez abrí mi puerta, saliendo a la hierba,
cerrando la puerta detrás de mí. Apoyé la espalda contra el coche, cerré los
ojos, y calmé mi respiración por un momento antes de que Julian rodeara
el coche donde yo estaba. Abrí los ojos de nuevo, su presencia bloqueando
todo lo demás.
—¿Estás bien? —preguntó, la preocupación grabada en su rostro,
creando líneas entre las cejas.
Asentí con la cabeza, tragando la tensión que había obstaculizado mi
voz. Me separé del auto, parándome a pocos metros de Julian. Oí a mi
corazón latir con fuerza en mis oídos, pero di un paso más cerca de él de
todos modos, prestando poca atención a la ansiedad corriendo por mis
venas. Mirándolo a los ojos, murmuré—: Sólo tengo que hacer esto. —Antes
que pudiera permitir a las voces de protesta en mi cabeza cambiar mi mente,
me adelanté y agarré la parte posterior de su cuello. Tiré de su rostro
lentamente hacia el mío y tomé una profunda respiración antes de estrellar
mis labios con los suyos.
Tomó sólo un segundo antes de que sus brazos se deslizaran alrededor
de mi cintura, presionando mi pecho al suyo. Me devolvió el beso con un
fervor que rivalizó con el mío. La ansiedad en mis venas fue dominada por
la lujuria instantánea que recorrió cada parte de mi cuerpo. Pensé que
besarlo, calmaría el dolor que sentía cada vez que me encontraba a su
alrededor. En cambio, sentí como si me estuviera ahogando en él,
desesperada por la flotabilidad en el mar de mi necesidad de él.
Dejé que mis manos se enredaran en el cabello detrás de sus orejas,
arrastrando mis uñas a través de su cuero cabelludo. Las manos de Julian
se trasladaron a la parte de atrás de mi cabeza mientras me empujaba
contra el auto con poca fuerza. Una mano se movió a mi cabello y retorció
los dedos en mis rizos, tirando en ellos lo suficiente como para inclinar mi
cabeza hacia atrás.
Sus labios dejaron los míos para viajar a lo largo de mi mandíbula,
lentamente, besando justo detrás de mi oreja, antes de hacer su camino de
regreso a mi boca, acariciando su vello facial contra mi piel a lo largo del
camino. Todo el aliento salió de mis pulmones y me faltaba el aire mientras
sus labios se aplastaban contra los míos. Una de mis manos se movió hacia
abajo para agarrar su mandíbula y tracé formas indefinidas en el vello que
crecía allí con mi pulgar. Él mordisqueó mi labio superior y luego mi labio
inferior antes de chupar mi piercing en su boca. Mis rodillas se debilitaron
y agarré la parte posterior de su cuello con más fuerza que antes. Algo
caliente y pesado se estableció en el fondo de mi pecho, privando a mis
pulmones del pequeño respiro restante.
Julian se apartó y apoyó la mejilla contra la mía, cada uno tratando
de recuperar el aliento. Todavía estábamos apretados juntos, los latidos de
su corazón haciendo eco rápidamente de los míos. Mi pecho pesaba cuando
tomé aire y traté de calmar la tormenta acalorada dentro de mí. Sus brazos
se deslizaron sobre mis hombros, las manos apoyadas en el techo del
convertible. Sus brazos se posaron suavemente en la parte superior de mis
hombros en esta posición, como una especie de abrazo suelto, y pasé mis
manos por sus bíceps, sosteniéndolo en su lugar, sosteniéndome a mí
misma. Su peso sobre mí era reconfortante, como si estuviera en la
necesidad de comodidad, de alguna manera.
Me hallaba completamente ajena a lo que nos rodeaba y, de repente,
agradecía que esta carretera no estuviera muy transitada. Sentí el cálido
aliento de Julian cosquillear en mi oído cuando nuestra respiración se
estabilizó.
—Gracias —le susurré al oído derecho. Sentí su sonrisa volviendo
contra mi mejilla antes de que se echara hacia atrás y me miró cara a cara,
sus manos deslizándose a mis hombros—. He querido hacer eso desde ayer.
Y no podía esperar más. Necesitaba acabar de una vez —le dije, sonriendo
suavemente.
Los ojos de Julian se cerraron brevemente antes de que soltara una
carcajada. Al abrir los ojos, dijo—: ¿Acabar de una vez? Bueno, puedo decir
que esto —Hizo un gesto entre nosotros—, está lejos de terminar. Sobre todo
después de ese beso. —Sacudió la cabeza con incredulidad divertida.
Sus palabras deberían haberme asustado, pero en su lugar el calor en
mi pecho floreció, sorprendiéndome. Froté las manos de arriba abajo en las
mangas del traje de Julián, un gesto que pretendía calmarme más a mí que
a él. Se inclinó hacia delante y tocó su frente con la mía. Estábamos frente
a frente, mirándonos el uno al otro con un hambre silenciosa. Sus párpados
se cerraron y admiré sus largas pestañas negras, apoyadas en la parte
superior de sus pómulos.
Respiró hondo y lo soltó, calentando mis labios. Mis labios dolían por
la calidez de su boca y cerré los ojos, agarrando sus antebrazos a través del
material. Respiramos el mismo aire por un momento más antes que se
echase hacia atrás con un suspiro, moviendo lentamente sus manos de mis
hombros, hacia abajo sobre la piel desnuda de mi brazo. Cuando sus manos
llegaron a las mías, las llevó a sus labios y besó los nudillos suavemente,
mirándome. —Vamos a comer —susurró. Me llevó hacia él y soltó una de
mis manos, abriendo la puerta detrás de mí. El final de "Killer Queen" salía
de los altavoces.
Sostuvo mi otra mano mientras me ayudaba a entrar en el auto,
cerrando la puerta una vez que estaba segura en mi asiento. Expulsé una
respiración profunda y dejé que mi cabeza descansara contra el
reposacabezas. Tan pronto como Julián entró en el coche, la siguiente pista
comenzó a sonar. "Somebody to Love". Antes de que pudiera cambiar a la
siguiente pista, Julian adelantó el equipo de música, cambiando a la
siguiente canción y sonriendo con tristeza hacia mí, antes de regresar a la
carretera, en dirección a nuestro destino.
Bajé la visera para arreglar mi brillo de labios manchado. Mi reflejo
mostró labios rojos e hinchados, y la piel a lo largo de mi mandíbula era
rosa. Toqué mis dedos sobre la piel inflamada, pasando mis dedos hasta mi
oído y sonreí al recordar la sensación de su barba en mi piel. Eché un vistazo
al perfil de Julian y vi la sonrisa en sus labios manchados de brillo de labios.
8
Traducido por Apolineah17 & Fiorella

an pronto como Julian se detuvo en el estacionamiento del

T notable restaurante costoso, decidí tener un poco de


diversión con él. Él no me conocía lo suficientemente bien
para saber que estaría feliz con el McDonald’s justo en el camino. Las
servilletas de tela no me impresionaban. La iluminación tenue y el estruendo
de conversaciones bajas no iban conmigo.
Julian conocía a la Andra que se volvió débil en las rodillas con su
habilidad para besar, pero no conocía a la Andra que no encajaba en los
establecimientos de lujo. La Andra que preferiría sudaderas a vestidos
ceñidos, botas de goma a tacones altos. La Andra que pasaba más tiempo
fuera que dentro, quien disfrutaba de la tranquilidad que los bosques
ofrecían. Existían razones por las que prefería la compañía de los animales
y de los insectos que vivían en la oscuridad a la compañía de los humanos
quienes caminaban en dos pies.
Después del beso que compartimos, quería aligerar la tensión que
todavía irradiaba de nosotros. No estaba acostumbrada a ser absorbida por
un beso. Julian se encontraba a punto de conocer a la Andra que podía
sostenerse por su cuenta. La Andra que realmente era.
Tan pronto como nos sentamos en nuestra mesa, pedí una orden de
papas fritas con mayonesa y cátsup. El mesero me miró confundido antes
de mirar a Julian, como buscando permiso. Mis ojos se entrecerraron con
un poco de molestia, pero Julian parecía divertido por el intercambio y dijo—
: Papas fritas para empezar y una botella de vino recomendado. —Julian me
miró con duda en sus ojos.
—Yo tomaré una cerveza, por favor. —Le sonreí al mesero con mi
sonrisa más encantadora.
—Entonces sólo un vaso de vino, por favor —añadió Julian. El mesero
me miró, tratando de ocultar su disgusto por mi orden, pero se alejó
rígidamente, justo mientras Julian metía la mano en el bolsillo interior de
su traje y le fruncía el ceño a su teléfono—. Mi agente me está llamando.
Sólo serán un par de minutos. Lo siento por esto. —Hizo un gesto hacia el
teléfono en su mano. Le hice señas con la mano para que se marchara, muy
feliz de tener un momento para relajarme.
El mesero volvió con nuestras bebidas y mis papas fritas unos
minutos después. Mezclé mi mayonesa y cátsup y sumergí una papa en ello,
cerrando los ojos y gimiendo de placer cuando mis labios se cerraron
alrededor de la primera mordida.
—Ese es un sonido encantador. —No me di cuenta que Julian había
regresado a su asiento frente al mío. Me miraba con una ceja levantada—.
Veo que recibiste tus papas fritas. —Sonrió, asintiendo con su cabeza hacia
las papas ingeniosamente dispuestas.
—Mi cerveza también. —Sonreí, tomando un gran sorbo. Los ojos de
Julian danzaban en la luz de las velas de nuestra mesa, muy probablemente
con diversión ante mi menos que digno comportamiento.
—¿Siempre pides papas fritas tan pronto como te sientas en un
restaurante? —preguntó, bebiendo su vino.
—En realidad, me moría de hambre. Vi la dorada M en el camino y
necesitaba comer algo delicioso tan pronto como fuera posible. Las papas
fritas son deliciosas. —Hice señas a la papa frita en mi mano, con mi rostro
cómicamente serio—. Así es la manera en como lo entiendo —empecé, a
medio sumergir la papa en mi mezcla de mayonesa y cátsup. Levanté la
mirada hacia él, y metí una papa frita en mi boca antes de continuar—. Los
restaurantes tienen mínimos para consumir, pero su moneda son las
calorías. Así que cada vez que entro a un restaurante, reservo dinero para
ese consumo mínimo. Las papas fritas son una manera preferible para mí
de satisfacerme en lugar de… —Miré hacia el menú—, caracoles orgánicos
borgoñeses. —Mi nariz se arrugó con disgusto—. Así que si soy invitada a
una cena muy elegante, pido lo que amo. En este caso, son esas trufas fritas,
y son tan deliciosas como cualquier papa frita. Así que si voy a pagar para
un consumo mínimo en calorías, quiero que esas calorías vengan de unas
realmente deliciosas papas fritas. —Levanté una papa frita alrededor,
haciendo señas hacia el restaurante tan agradable al que nos llevó, sabiendo
muy bien que no era una imagen de gracia—. Y este lugar ostentoso está
probablemente rondando un consumo mínimo de quinientas calorías, sin
incluir las bebidas, el aperitivo, y el postre, de los cuales definitivamente voy
a comer.
Él se sentaba hacia atrás en su silla, con los brazos cruzados sobre
su pecho, completamente sonriéndome.
—¿Qué parte?
Con la boca llena de papas fritas, y seguramente una mirada de
confusión en mi rostro, pregunté—: ¿Eh?
Me sonrió aún más y se inclinó hacia delante, con los codos sobre la
mesa.
—Dijiste “bebidas, aperitivos y postre”. ¿Qué parte comerás?
Resoplando, respondí—: Todas ellas, por supuesto. —Y,
naturalmente, metí otra papa frita en mi boca. Él tomó un sorbo de su copa
de vino, mirándome directamente todo el tiempo, claramente divertido por
mis divagaciones.
Podía escuchar los fuertes susurros de las mesas alrededor de
nosotros, y me di cuenta de que habíamos atraído la atención de una
audiencia.
»Lo digo en serio, no soy una cita barata. No voy a tomar pequeños
bocados de algún tipo de comida de conejo mientras tú te atiborras de carne.
Por un lado, los pequeños bocados no van a suceder, tengo una gran boca,
en caso de que no lo hayas notado, y…
—Oh, lo noté —interrumpió, sonriendo seductoramente. Maldito sea.
No se suponía que me escuchara burlándome de él y lo apreciara.
Lanzando una papa frita hacia él, continué.
—Pervertido. Y dos, la comida de conejo no es apropiada para una cita
a comer. Deberías comer lo que te gusta en la primera cita. Si tienes alguna
esperanza para una cita número dos, o tres, o campanas de boda, bien
podrías mostrar tus hábitos alimenticios directamente fuera de la puerta.
—Guau, ¿nos ves casándonos, Andra? Es bueno saberlo.
—Deja de guiñar, idiota. Estoy hablando en general aquí. Para las
chicas que van a las primeras citas esperando conseguir esas cosas del
pobre estúpido que han hechizado. No por mí. Comería filete todos los días
si eso no significara que tendría que comprar vaqueros más grandes.
También me gusta la comida de conejo, pero no voy a ir a algún lugar de
cinco estrellas que es bien conocido por su filete mignon y ordenar algo de
lechuga y un maldito jitomate y llamarlo comida.
Su cabeza cayó hacia atrás mientras se reía. Intenté suprimir la
pequeña sonrisa que hacía su camino hacia mis labios. No esperaba que él
disfrutara mi diatriba, pero de nuevo, nada sobre él era esperado.
—Para que conste —dijo cuando su risa se detuvo—, me gusta tu
boca, grande y franca como es. Me agrada que comerás frente a mí, sobre
todo filete.
Se detuvo un segundo antes de deliberadamente inclinarse más cerca
sobre la mesa. Traté de no darme cuenta de la forma en que la luz de las
velas iluminaba su rostro, haciendo esta comida y esta conversación más
íntima de lo que me gustaría. Hablando lentamente, continuó.
»Hay algo muy satisfactorio en ver a una mujer comer con placer. Ver
sus ojos cerrarse y escuchar ese pequeño sonido desenroscarse desde la
parte posterior de su garganta. Mirando sus manos apretarse
involuntariamente. Viendo sus labios fruncirse a medida que saborea el
sabor. —Sus ojos se centraron en mi rostro, alternando entre mis ojos y mi
boca. Él ya no sonreía. Podía sentir el tirón de sus palabras y no pude evitar
inclinarme más cerca de él sobre la mesa—. Sabiendo que te estoy
sorprendiendo en un momento tan sensual es una experiencia muy
gratificante para mí. Así que, por favor —dijo y se puso de pie, caminando
hacia donde me hallaba sentada en la mesa. Podía sentir mi rostro
calentándose a medida que se inclinaba, con el brazo en el respaldo de mi
silla, simplemente rozando sus labios contra la concha de mi oreja cuando
susurró—: Come. —El calor cosquilleó en mi oreja y me estremecí. Él se
enderezó.
Mientras se alejaba con fuertes y poderosas zancadas, me desplomé
contra mi silla y dejé escapar la respiración que no me di cuenta de que
contenía. Tomé mi vaso de agua, tragué y me abaniqué. Mis brazos
desnudos estaban cubiertos de piel de gallina.
¿Qué infiernos fue eso? No tuve que esperar mucho para contemplar
lo que pasaba entre Julian y yo, porque él regresó sólo un momento después.
Busqué en su rostro por cualquier emoción, pero me molestaba que
pareciera tan inafectado por el tirón que yo actualmente sentía. Eso o él
tenía algún serio autocontrol.
Desabotonando su esmoquin, se sentó y me miró a través de la mesa
con esa máscara siempre presente de diversión relajada.
»¿Ya tomaron tu orden?
Negué con la cabeza y tragué un poco de mi cerveza.
—No, probablemente esperaban a que la persona que luce como si en
realidad perteneciera aquí regresara a la mesa. No a la mujer que parece
como si ya hubiera introducido clandestinamente un juego de cubiertos de
plata en su bolso de imitación.
—¿Sólo un juego? —preguntó, ladeando la cabeza—. Necesitarás más
que un tenedor si alguna vez planeas llevarme a cenar.
—Oh, ¡mira quién está de presuntuoso ahora! En ese caso, sí, sólo un
juego de cubiertos de plata es todo lo que necesitaré —respondí, levantando
las cejas y bebiendo más cerveza. Necesitaba recuperar mi asidero después
de casi ser seducida por sus palabras antes.
—Bueno, si sólo tienes un juego de cubiertos, supongo que tendré que
usar mis manos. Me han dicho que soy muy bueno con las manos. —Hizo
un movimiento como si fuera a tomar mi mano en la suya antes de cambiar
de opinión y alejarse. Mi mano picaba. Maldita sea.
El mesero vino justo en ese momento, arruinando mi oportunidad de
una respuesta ingeniosa. Después de tomar nuestros pedidos, y de retirar
mi plato ahora vacío de papas fritas, Julian volvió su atención sobre mí y
preguntó—: Así que, ¿hemos terminado con la pelea verbal ahora? ¿Puedo
hacerte preguntas sin ser mutilado por papas fritas o ver la amenaza de
muerte en tus hermosos ojos?
Lo miré dubitativamente.
—¿De verdad quieres saber cuántos años tenía cuando aprendí a
montar en bicicleta, cuál es mi color, mi canción, mi comida y mi película
favorita?
—Por supuesto que sí. ¿Cuál es el punto de salir si no estoy al tanto
de los detalles?
—Oh —dije, girando mis dos primeros dedos alrededor del borde de
mi vaso de agua antes de encontrarme con sus ojos—. ¿Salir? Presuntuoso
de nuevo. —Deliberadamente mordí la comisura de mi labio donde tenía mi
perforación y lo miré tan inocente como fue posible antes de continuar—.
Pensé que esto sólo era un preludio para el sexo.
Si había pensado que lo sorprenderá, estuve profundamente
decepcionada. Él simplemente sonrió, mostrándome sus estúpidos y
hermosos hoyuelos y dijo—: Bueno, claro, pero mientras esperamos nuestra
comida, vamos a hablar de lo básico.
Este hombre era bueno. Muy bien. Por fin alguien que se encontraba
en mi nivel de humor e ingenio. —Conceptos básicos, ¿eh? —pregunté,
dándole una sonrisa decadente—. Estoy bastante bien con lo básico. —Vi
su mandíbula temblar, recordando nuestra conversación mientras le
mostraba su cabaña el día anterior. Tomé un sorbo de mi cerveza y luego
crucé mis brazos sobre mi pecho, sabiendo que le estaba dando una gran
vista, y me incliné sobre la mesa—. Aprendí a montar en bicicleta cuando
tenía cuatro años, sin ruedas de entrenamiento; fue todo un logro para
alguien tan torpe como yo. Me encanta el color rojo.
—¿Por qué rojo?
Tomé otro sorbo de mi cerveza. —El rojo es pasión, calor, amor,
lujuria. El rojo es también el color de la rabia, la sangre, el poder, la
irritación. El rojo es el color bipolar obligatorio del arco iris. —Al darse
cuenta que sólo le di una visión generosa de mi mundo, continué
rápidamente—. Mi canción favorita es probablemente “Killer Queen” de
Queen —Eso le valió un apreciado asentimiento de Julian—, y mi comida
favorita es cliché, chocolate. Me encantaría insertar un tubo de alimentación
sólo de chocolate, pero luego me preocuparía de tener que comprar
pantalones más grandes y no he trabajado a cabo la logística de una sonda
de alimentación veinticuatro siete de suministro de chocolate. ¿Tendría que
ir en mi nariz? Porque si es así, eso lo cambia todo.
Me di cuenta que atraía a Julian, incluso si divagaba sin cesar. Él
hacía que me pusiera nerviosa, es cierto, pero su sonrisa y su conducta eran
tan abiertas que hacía que fuera más fácil para mí derramar mis tripas
emocionales. Su atención en mí era inquebrantable. Era casi aterrador,
sabiendo que absorbía cada palabra con la misma rapidez que mi cerebro
registraba el alcohol en mi sistema. Tomé un gran sorbo de agua y lo miré
expectante.
—Se te olvidó decirme tu película favorita —dijo en voz baja.
—¡Oh! Probablemente La princesa prometida o Los Goonies —le conté.
—¿Qué?
—¿No conoces esas películas? —exclamé. Estaba bastante segura de
haber oído el ruido de los cubiertos cayendo sobre la mesa justo detrás de
mí.
Sacudió la cabeza y miró a su vino, con el ceño fruncido. —¿Algo me
dice que debería hacerlo?
Levanté mis manos en preparación de golpear sobre la mesa en la
alarma, pero me detuve justo antes del impacto. En su lugar, le grité-
susurré—: ¡TIENES que ver esas películas! ¡Sólo tienes qué!
—Muy bien, Andra, parece que sólo me discutes para otra cita. —
Sonrió con sus labios y bebió un sorbo de vino, los ojos brillantes por encima
de su copa.
Negué con la cabeza y entrecerré los ojos en él. —Espera, amigo, tú
eres el que quería esta cita, por lo que no creo que decir que te discutía para
otra cita califique. Además, ¿quién ha hablado de otra cita? ¿Es tu segundo
nombre Presumido?
Sonrió con confianza. —Bueno —empezó, mirando sus dedos
haciendo círculos sobre el mantel—, creo que has deducido que es más
probable Pretencioso. —Me miró, y vi detrás de la chapa de madera pulida
por un momento. Sr. Atrevido dudaba de sí mismo. O, al menos, ¿de la
elección de lugar para nuestra primera cita?
Justo en ese momento, el camarero entregó un plato de aperitivos muy
bien organizado. Arrugué mis cejas juntas, perpleja, y miré a Julian, que
obviamente observaba mi reacción. —¿Tú pediste este? —le pregunté,
haciendo un gesto hacia el plato de carnes, quesos, y —bendito sea mi
corazón— aceitunas.
Julian se encogió de hombros y dijo—: Bueno, te pedimos patatas
fritas tan pronto como nos sentamos, pero no las conté como aperitivo. Me
imaginé que apreciarías un poco de carne antes de tu plato principal de
carne, así que cuando me fui de la mesa hace un minuto, le pedí al camarero
esto. —Su sonrisa no alcanzó sus ojos. No hacía falta ser un psicólogo para
darse cuenta que no estaba seguro si tomó la decisión correcta o no.
Saqué una aceituna negra regordeta de la placa y la puse en mi boca
inmediatamente antes de decir—: Bueno, me siento mal por ti, entonces.
—¿Por qué es eso?
—Porque amo los aperitivos.
—Supongo que no entiendo por qué eso es un problema.
—Porque —subrayé, cortando un trozo de salmón—, no me gusta
compartir. —Rápidamente me puse la carne ahumada en mi boca antes de
guiñarle un ojo.
Su sonrisa finalmente regresó a sus ojos de nuevo. —Es bueno
saberlo, porque no soy el tipo de persona que comparte tampoco. —Me guiñó
un ojo, pero era tan descaradamente cómico que no pude evitar la risa que
salió de mi boca.
—Algo me dice que no estás hablando de embutidos —dije antes de
golpearle su mano fuera de mis aceitunas.
—Sabía que eras inteligente.
Tragué la aceituna que arrebaté de su mano y lo miré, mientras
murmuraba—: Mía.
—Es curioso, eso es lo que pensaba, también —dijo, mirando
directamente hacia mí. Me retorcí un poco en mi asiento.
—¿No crees que quieras llegar a conocerme un poco más antes de
hacer este tipo de declaraciones audaces? —le pregunté, sintiéndome
enervada una vez más.
—Andra. Ya sé mucho de ti. —Cuando llegué a dar una palmada a su
mano de las aceitunas de nuevo, me agarró la mano y la sostuvo un
momento. Girando mi mano sobre la palma hacia arriba, vi cómo pasó un
dedo por mi muñeca y mi palma. Levanté la mirada para ver la suya, una
vez más, directamente en mí—. Sé que tu nombre es Andra Walker y te
encanta el color rojo, no porque es “lindo”, sino porque tiene un profundo
significado para ti. No te importa la ensalada, pero si te dan a elegir, podrías
pedir carne cada vez. Sé que tu cabello huele a clementinas y que no tengo
que tratar de impresionarte con una comida de lujo. —Empezó a dibujar
círculos en mi palma con el pulgar—. Sé que elijes amortiguar la cabeza con
la hierba en lugar de una almohada cuando rezas. Sé que no te privas de
las más deliciosas cosas en la vida y tienes un fantástico gusto por la
música. Sé que eres divertida, inteligente y fascinante, este último
especialmente a la luz de las velas. Sé que tus ojos delatan lo que estás
sintiendo realmente, y tu pulso salta cuando bajo mi voz. Como. Esto. —Su
voz era gruesa en las dos últimas palabras, su enunciación contundente.
Su pulgar acarició la piel de la parte interna de mi muñeca, lo que
demostraba su última declaración.
Se echó hacia atrás, tanto en su lenguaje corporal y con la mano que
sostenía la mía, rompiendo la conexión. La conexión física, es decir, debido
a que la conexión emocional todavía era resistente, tenazmente. Mantuve el
contacto visual con él, nada dispuesta a ser la primera en romperlo, tomé el
último sorbo de mi cerveza.
—¿Mi cabello huele a fruta? —le pregunté, rompiendo efectivamente
el hechizo que tenía sobre mí. Una sonrisa jugó en sus labios en la respuesta
mientras tiraba el cabello que tenía sobre mi hombro desnudo y olía, de
manera visible.
Tomó el último sorbo de su vino y levantó las cejas. —De hecho, lo
hace.
Nuestro camarero salió de la esquina en la que tenía que estar
escondido, volviendo a llenar el vaso de Julian sin preguntar y colocando
otra cerveza a mi lado. Julian metió cierta mozzarella en su boca y la
masticó, esa sonrisa todavía tirando de sus labios. Cogí una rebanada de
jamón y mastiqué; una imagen especular de él.
Tomé un sorbo de mi cerveza fresca e hice un gesto de mi mano sobre
la mesa. —Así que, Julian. Me gustaría saber más sobre ti. ¿Cuándo
aprendiste a andar en bicicleta? Y dime tus cosas favoritas.
Julian enganchó la última aceituna antes de que pudiera detenerlo,
masticando lentamente, saboreando descaradamente sólo para molestarme.
—No te puedo decir cuándo me monté en mi primera bicicleta, no
recuerdo la experiencia. Era joven, sin duda. —Bebió más vino antes de
agarrar más mozzarella—. Mi color favorito es el blanco. No por alguna razón
muy profunda. —Sabía que mi piel se enrojeció en memoria de mi
declaración sobre el color rojo—. El blanco es limpio, un nuevo comienzo.
No miro un trozo de papel blanco y lo veo como vacío. Lo veo como el
principio.
—Um, discúlpame, pero que en realidad era bastante profundo —
interrumpí, entre bocado y bocado, con una ceja levantada.
Julian asintió. —No puedo elegir una canción favorita, pero la que
escucho a menudo es “Name” por los Goo Goo Dolls. —Mi cara debe haber
visualizado la incertidumbre porque continuó, haciendo girar lentamente el
tallo de su copa de vino en sus dedos—. “…Scars are souvenirs you never
lose, the past is never far…”3 —Sus ojos se dirigieron a sus dedos, todavía
girando la copa distraídamente—. Para mí, la canción es acerca de los
secretos, pero la lealtad inquebrantable también. Perder cosas que quería.
—Se encogió de hombros—. Puedo relacionarme con eso.
Estaba agradecida que Julián no me miraba, porque la cita que había
recitado me puso en guardia. El título de la canción solo me recordó quién
era yo, y me recordó las promesas que me hice a mí misma.
»Además, al igual que los Goo Goo Dolls. Crecí escuchando su música.
Sus letras son poéticas, pero sin pretensiones. —Parecía perdido en sus
pensamientos por un momento antes de que me mirara de nuevo. Se aclaró
la garganta—. ¿Qué otras cosas favoritas se supone que voy a decir?
—Yo... uh... —Traté de recordar qué preguntas me hizo antes. La
discusión de su canción favorita y la forma en que me hizo sentir me volvió
olvidadiza—. Sólo dime las cosas que tienes como favoritas —le dije
rápidamente, tomando un gran trago de mi cerveza.
Julian tomó un sorbo de vino. —Bueno. Mi libro favorito es en realidad
una serie. —Sostuvo mi mirada, ojos serios—. Las novelas de Harry Potter.
—Tienes un gusto excelente —respondí—. He leído la serie
probablemente diez veces.
Julian asintió fervientemente. —J. K. Rowling es por lo que empecé a
escribir. Aunque nuestros estilos y géneros son millas aparte,
definitivamente me inspiró.
—¿Dónde está tu lugar favorito?
Julian frunció los labios en sus pensamientos. —La terraza
acristalada de mi madre. De piso a techo, pisos de madera cálidos, sofás
mullidos perfectos para las siestas. Es cálido y acogedor, y huele
exactamente como en casa.
Me incliné un poco hacia delante. —¿Qué sería olor hogareño?
Antes que Julian pudiera responder, el camarero volvió con nuestros
entrantes. Él llevó a cabo una botella de vino, con la intención de verter una
recarga a Julian, pero Julian cubrió su mano sobre el vidrio y negó con la
cabeza. El camarero volvió hacia mí y miró mi cerveza, al parecer
preguntando si quería una recarga. Negué con la cabeza. Necesitaba
despejarme la cabeza.
Tomé un cuchillo en la carne y corté un pedazo fino. Una vez la
coloqué en mi lengua, gemí en el aprecio. Fue preparada perfectamente,

3En el español la frase de la canción se traduce como “Las cicatrices son recuerdos que
nunca pierdes, el pasado nunca está lejos...”
ligeramente rosada en el centro y sazonada perfectamente en el exterior. Mis
ojos se cerraron en la satisfacción que me hacía ruido.
Luego de tragar, abrí los ojos a la mirada encapuchada de Julian. —
Delicioso —dije en voz baja.
Las luces del restaurante apagadas bloquearon todas las
distracciones para que mi atención se centrara únicamente en Julian. Y su
enfoque se hallaba intensamente en mí. Levanté una ceja e hice un gesto
hacia su plato.
»¿No vas a comer? —le pregunté, cortando otro trozo de carne.
Sin pensarlo dos veces, sostuve el tenedor en el aire, ofreciéndole. »¿Te
gustaría probar el mío?
Vi su mandíbula flexionarse antes de que negara con la cabeza. —No,
gracias —dijo con voz ronca. Bebió un poco de agua y se concentró en su
plato frente a él.
No pude evitar la sonrisa que se extendía en mis labios.
9
Traducido por ∞Jul∞ & Black Rose

espués de que Julian pagó la cuenta, caminamos fuera

D hacia el auto. El sol había caído de largo detrás de las


montañas, dejando un ligero frío en su ausencia.
—Normalmente, me gustaría pasar más tiempo, llevarte a otro lugar.
—Julian me miró—. Pero he sido informado de que tienes un tipo de toque
de queda, ya que trabajas temprano mañana por la mañana.
Lo miré. —¿Quién lo dijo?
—Rosa. —Julian cubrió mis hombros con su chaqueta y abrió la
puerta para mí. Agarré la apertura de la chaqueta con una mano y giré hacia
él, no haciendo un movimiento para sentarme en el interior del auto.
—¿Quieres ir a dar un paseo? —pregunté, señalando con mi cabeza a
la acera.
Las farolas emitían un suave halo de luz a su alrededor mientras me
miraba, contemplando. Metió sus manos en los bolsillos y miró a su
alrededor antes de asentir distraído en acuerdo. Cerró la puerta mientras
me alejaba del auto y se volvió hacia mí.
Deslicé mis brazos dentro de las mangas de su chaqueta y le di una
sonrisa de agradecimiento cuando empezamos a caminar. Las aceras
brillaban a la luz de la luna, la piedra triturada brillando como rocío en el
hormigón.
»¿Por qué Colorado? —pregunté después de que habíamos pasado
varias tiendas ahora cerradas.
Julian se volvió hacia mí, cejas juntas. —Colorado es mi hogar. Soy
de aquí originalmente —dijo con total naturalidad—. Mi mamá y mis
hermanas viven en Denver.
—Oh.
—La misma pregunta para ti, ¿Andra?
Estaba en la punta de mi lengua decir algo que traicionaba quién era
realmente. —Supongo que se podría decir que Colorado es un hogar para
mí también.
—¿Dónde se encontraba tu casa antes?
Mordí mi anillo del labio y bajé la mirada a la acera mientras
caminábamos lentamente por la orilla de la carretera, sintiéndome culpable
por las mentiras que empezaban a llegar a esta pregunta aparentemente
inofensiva. —California.
—¿Quién está en California? —preguntó.
Lo miré. —¿Qué quieres decir?
Julian se detuvo y se volvió hacia mí. —¿Padres? ¿Hermanos?
Mierda. Hora de recuperarse rápidamente. —Sí, mis padres viven allí.
—Asentí y tiré de la chaqueta más fuerte sobre mi pecho, centrando mis ojos
en las uñas de rojo brillante. Aún astilladas.
—¿Tu hermano también? —preguntó.
Cierto. Six. Le dije a Julián que Six era mi hermano. —Sí, vive allí
también.
Julian asintió y volvió a caminar de nuevo. Me tambaleé un poco en
mis tacones de plataforma, en silencio reprendiéndome a mí misma por
sugerir la caminata. Esa no fue mi idea brillante.
»¿Cuantas hermanas tienes?
—Cuatro. Todas jóvenes. Alborotadoras, también. —Rió Julian, al
parecer recordando.
Me incliné hacia él, con suavidad, juguetonamente choqué su hombro
con el mío. —Las niñas son buenas en eso.
Me golpeó con su hombro, y mis tacones se deslizaron, haciéndome
casi caer encima. Él enganchó mi brazo y me tiró hacia él, golpeando mi
torso contra el suyo. Todo mi cuerpo se estremeció, recordando esta misma
pose exacta antes.
—Lo siento —murmuró. Mis manos se presionaban contra su pecho,
el latido de su corazón retumbando contra mis palmas. Exhaló, enviando
una oleada de calor sobre mis labios. Mis ojos se encontraron con los de él
bajo la luna, y memoricé la fuerte línea de sus cejas, las gruesas pestañas
negras que enmarcaban sus profundos ojos marrones. Me miró como si
fuera un rompecabezas que aún no resolvía—. Eres impresionante. —Sus
manos ahuecaron mi mandíbula, rozando los bordes de mis labios con sus
pulgares. Algo pesado se sentó en mi tráquea, haciéndome incapaz de hablar
coherentemente. Julian se inclinó hacia delante y posó sus labios sobre los
míos. No era tan acogedor como el primer beso. Más suave, más íntimo. No
trató de profundizar el beso, simplemente se mantenía constante, mi
mandíbula firmemente en sus manos.
Cuando lentamente retrocedió, le susurré—: Eres problemas,
también. —Poco a poco abrí los ojos y vi el destello de una sonrisa en su
rostro.
—Iba a decir lo mismo de ti. Ven —dijo, dando un paso hacia atrás y
apretó firmemente mi mano en la suya—. Vamos a llevarte a casa.
Cuando llegamos al rancho, eran casi las once. La mayor parte de las
luces interiores de la casa grande estaban apagadas, por lo que sólo las
luces exteriores nos saludaron cuando el auto pasó por el camino de grava.
Esta era mi vista favorita, la casa grande iluminada por la noche. En una
ocasión le dije a Rosa que era una cabaña con esteroides, una gran mansión.
Era de tres niveles, construida en la cima de una colina. Parecía mucho más
pequeña de lo que realmente era, porque la parte de atrás de la casa contaba
con un sótano con acceso al exterior y grandes ventanales con vista de la
laguna y el valle más allá.
Julian llevó el convertible todo el camino hasta la carretera de grava
a mi cabaña. Reí. —Podrías haber aparcado en tu camino de entrada y
dejarme caminar las cinco cabañas hacia abajo.
—Claro. —Me miró de reojo—. Pero, ¿qué clase de cita sería yo
entonces?
Se detuvo al lado de mi Jeep estacionado y me abrió la puerta. Salí de
su chaqueta y se la entregué. —Gracias por esto. —Asintió, y caminó a mi
lado por las escaleras a mi porche.
Esto se sentía tan extraño para mí. No necesariamente torpe, sólo
diferente. No salía, no le iba a lo romántico. Nunca tuve el deseo de
cualquiera de las cosas extra. No podía definitivamente decir que tenía el
gusto por ello ahora, pero no podía fingir que no me gustaba su compañía,
tampoco.
Las tablas del suelo crujieron sorprendentemente cuando entrábamos
en mi porche. Mi foco de luz encendido, iluminando la entrada de mi cabaña
con su luz antinatural. Me volví a Julian y lo encontré cerca, con una mano
apoyada en el marco de la puerta. Me miró como si no quisiera que esta
noche terminara y, a decir verdad, tampoco quería. Me pasé gran parte de
la cena burlándome de él, pero me las regresó. En todo caso, esta noche
confirmó que no podía alejarme tan fácilmente de él.
—Gracias por esta noche, Julián —le dije, tan seriamente como era
posible.
—Gracias por ser una buena deportista, Andra —replicó en el mismo
tono.
¿Cómo me hace sonreír tan condenadamente mucho? —Me divertí
mucho —le dije, sinceramente, suavizando. Me recosté contra la puerta.
—Tú eres… —dijo, llevando su mano libre hasta donde mi cabello caía
sobre mi hombro. Sus dedos se deslizaron a través de mis ondas
fácilmente—. Inesperada.
Era el cumplido perfecto, y me sentía segura de que mi cara se lo dijo.
Sus manos se retorcían en mi cabello y deslizaron la masa de cabello detrás
de mis hombros, dejando al descubierto el lado sin tirantes de mi vestido.
Sus dedos trazaron la curva expuesta de mi cuello, abajo sobre mi hombro,
y se detuvo en la parte superior de mi brazo. Me quedé paralizada,
completamente enfocada en su rostro. Apenas registré sus labios
descendiendo sobre los míos antes de que mis ojos se cerraran por instinto
y mis brazos se relajaran.
Sus labios se encontraron con los míos suavemente. Su mano se
movió de mi cintura y me atrajo hacia sí, mientras persuadía mis labios para
abrirlos. No me resistí, ni siquiera por un momento. Antes de darme cuenta,
mis manos encontraron su cabello y clavé mis dedos, manteniéndolo cerca.
Su lengua trazó la apertura de mis labios y su agarre se intensificó en mi
cintura, probablemente en reacción a mis rodillas repentinamente débiles.
Este beso era diferente. Oh, era tan embriagador como los demás, pero
era más. Fue un beso somnoliento, no un beso de dos personas para llegar
a conocerse unos a otros, sino más bien un beso de reverencia. El nivel de
sensibilidad en este beso era profundo, embriagador y confiado.
Mi corazón latía al doble y me sentí totalmente y completamente
impotente. El pánico se construyó un momento más tarde y me aparté,
apoyando la frente en su hombro. Mi respiración era urgente, entrecortada
y apreté los ojos cerrados, repentinamente aterrorizada de lo que significaba
todo aquello. La mano de Julian se deslizó por sobre mi cabello y mi espalda
con dulzura.
Qué. Infiernos. Una cita y mi auto-control desapareció; no podía
calmarme. Un millón de pensamientos corrían por mi cabeza, luchando en
su camino para materializarse en mis labios. Los empujé hacia abajo y me
aparté de Julian dándole lo que esperaba no fuera una sonrisa temblorosa.
—Gracias por esta noche.
Sus ojos buscaron los míos. Sabía que algo había cambiado dentro de
mí, pero no presionó. —Ya has dicho eso.
Reí. —Cierto. Bueno, gracias de nuevo.
Asintió y se alejó de mí, metiendo sus manos en los bolsillos. —Buenas
noches, Andra.
—A ti también. —Me sonrió una vez más dejándome en mi cabaña,
cerrando la puerta detrás de mí mientras quitaba mis tacones. Me apoyé en
la puerta y me deslicé hacia abajo hasta que me hallaba sentada plenamente
en la alfombra que se encontraba a ras del marco de la puerta. Sabía que
mi vestido estaría cubierto de tierra, pero no me importaba. Necesitaba
recuperar el aliento y averiguar lo que haría con Julian.
Me encontraba despierta en mi cama, mirando a mi techo como de
costumbre. Las luces del estacionamiento fuera de mi ventana definían el
patrón de textura sobre el relieve alrededor de mi habitación, viéndose como
un montón de islas a través de un mar de blanco.
Volví la cabeza para ver mi despertador, los números 1:45 am de color
verde brillante, reflejándose sobre la superficie de mi mesita de noche color
blanca brillante. En silencio oré porque el sueño dominara a la persona al final
del pasillo. Era más tarde que de costumbre. Tiré el edredón más arriba sobre
mi suéter de manga larga, con pavor anclado en mi pecho.
¿Incluso me había dormido? No estaba segura. Este era mi ritual
nocturno. Acostarme en la cama por horas, mirando al techo, demasiado
asustada de dejarme ir al mundo de los sueños. El sueño era un amigo que
nunca visitaba.
El sonido de la televisión al hacer clic en la sala debería haber sido
difícil de oír, pero me hallaba tan en sintonía con él como con el sonido de los
latidos de mi corazón, el último de los cuales comenzó a aumentar su boom-
boom-boom por la temida anticipación. Mis ojos se movieron a la luz que
enmarcaba la puerta cerrada y miré cómo la luz se hacía cada vez más tenue
con cada cambio de un interruptor de luz, de la cocina a la oficina, al pasillo.
Cada clic de luz traía las sombras por el suelo más cerca de la puerta de mi
dormitorio.
Sombras bloquearon la luz en dos puntos debajo de la puerta antes de
escuchar el sonido de clic del interruptor de la luz justo afuera. Mi puerta se
veía completamente ensombrecida ahora. Mi corazón latía tres veces más
rápido en mi pecho.
Juré que podía oír su respiración justo afuera de mi puerta y recé para
que continuara caminando a su habitación. Mis esperanzas se desvanecieron
un momento más tarde, cuando le oí tararear justo contra la blanca, hueca,
puerta. Era el único sonido, además del rápido latido de mi corazón. No, no,
no, no, rogué inútilmente, mis uñas clavándose en mis palmas, haciendo
puños.
La puerta se abrió con un chirrido. Ese crujido era como un sistema de
seguridad, me alertaba de su presencia. La puerta se detuvo después de dos
pulgadas, como si quisiera ser más sigiloso. Entonces la puerta se abrió por
completo, con la cara expuesta por las luces de la calle que vienen a través
de mi ventana.
Grité.
Me senté en la cama, el grito muriendo en mi garganta. En un lapso
de dos segundos, había sacado el cuchillo plegable de debajo de mi colchón
y la mantuve abierto delante de mí, protegiéndome de la pesadilla.
Por supuesto, no había nada en mi puerta. Mi puerta estaba cerrada.
No era blanca, y el Monstruo no me esperaba en el otro lado. El Monstruo
se encontraba a estados de distancia.
Temblando, levanté las sábanas de mi cuerpo empapado en sudor y
me levanté, titubeando por el suelo a mi puerta, revisando dos veces las
cerraduras que instalé. El cerrojo estaba en su lugar, la cadena puesta.
Nada atravesaría esta puerta sin un hacha.
Solté un suspiro de alivio y aparté el cabello que se aferró a mi frente.
No había tenido pesadillas como esta en mucho tiempo. A pesar de mi
confianza en haber superado esa parte de mi vida, las noches eran, de vez
en cuando, traumáticas para mí. Sólo tomó unos meses de pesadillas antes
de que rogara para enmarcar un dormitorio real en mi cabaña. Rosa, por
suerte, se hallaba más que dispuesta a venir en mi ayuda. La distribución
tipo loft de la cabaña era demasiado grande y demasiado expuesta.
Necesitaba la seguridad de una puerta cerrada con llave en el frente y en la
puerta del dormitorio para calmar mi ansiedad.
El reloj de mi mesita de noche marcaba la una y treinta de la mañana.
Claro. Agarrando el cuchillo en una mano, abrí la puerta y me dirigí a mi
cocina, encendiendo las luces mientras pasaba. Estar en un espacio tan
pequeño en la oscuridad criaba miedos irracionales. Eché un vistazo a la
puerta principal, tomando nota de las cerraduras todavía en su lugar.
Cogí un vaso de la alacena y lo llené de agua del lavaplatos. Llevando
mi vaso a la ventana, me bebí el agua de manera constante mientras miraba
fuera. La gran casa tenía una habitación iluminada en tonos cambiantes de
azul a amarillo. Sabía que era la habitación de Rosa y Clint, y sabía que la
luz de la televisión significaba que Clint no podía dormir. Necesitaba
recordarle a Oscar, el cocinero de la cena, que le sirviera café descafeinado.
Incliné mi mirada hacia la derecha mientras terminaba el agua, viendo
la cabaña de Julian encendida como un árbol de Navidad. ¿Alguna vez
dormía? Miré a todas las otras cabañas que podía ver desde mi ventana,
dejando mi cuchillo, ahora plegado, en el mostrador.
Me limpié mi frente libre de sudor y volví a llenar mi vaso de nuevo
antes de apagar todas las luces y de regresar a mi habitación, cerrando la
puerta una vez más. Deslicé mi cuchillo debajo de mi colchón y alisé mis
sábanas. Al acercarme para dejar mi vaso en mi mesita de noche, mi teléfono
vibró en la superficie, sobresaltándome. Busqué poner el vaso en la mesa y
derramé agua sobre la superficie de la mesa de noche. Resoplé con fastidio
antes de tirar el largo de la manga de la camisa del pijama para absorber el
agua.
Cogí el teléfono y me deslicé en la cama. Reinicié la película con la que
me quedé dormida antes de desbloquear mi teléfono para ver el mensaje de
texto. El número era local, pero no lo tenía en mi lista de contactos.
Buenos días, Andra. —J.J.
Sonreí para mí antes de pasar mis dedos por el teclado en la pantalla.
Yo: Es un poco temprano, Julián.
Fría humedad se filtró en mi brazo a través de mi manga y sabía que
tendría problemas para dormir con una camisa mojada. Di la vuelta a mi
manga y un minuto después mi teléfono vibró en mi mano.
Julian: Vi que las luces estaban encendidas. Y, cómo te he dicho antes,
detesto dejar a una dama esperando.
Me reí y rodé mis ojos, al escribir mi respuesta.
Yo: No estaba exactamente esperando con ansiedad para que me
desearas buenos días.
Un momento después de pulsar “enviar”, un pensamiento se me
ocurrió y rápidamente lo escribí.
Yo: Por cierto, ¿cómo conseguiste mi número?
Julian: Bueno, no me verás el domingo, y no quería que te sintieras
triste cuando no fuera en persona a desearte buenos días.
Un minuto más tarde, su respuesta a mi último texto vino.
Julian: Le caigo bien a Rosa. ;)
¡Un guiño! Traté de no preguntar por qué no me vería mañana, pero
la curiosidad obtuvo lo mejor de mí.
Yo: ¿Yéndote tan pronto? Y eso que empezabas a gustarme, también.
Maldición.
Julian: No, por desgracia, estás atascada conmigo por el mes completo.
Y tengo una reunión en Denver mañana por la mañana, obligaciones con mi
hermana, y luego me encontraré con los chicos de las baldosas en mi casa
mañana por la noche.
Intenté no dejarme sentir la punzada de decepción. Era demasiado
pronto para aferrarme a él. Apenas lo conocía. Pero me gustaba pasar
tiempo con él; nuestra lucha verbal, y la conexión física entre nosotros era…
intensa.
Yo: Suena como un día ajetreado. ¡Mejor consigue un poco de sueño de
belleza!
Sabía que mi respuesta sonaba fría, impersonal. Pero era una
máscara, cuidando de acercarme demasiado.
Julian: Sé que es tarde, pero, ¿puedo llamarte?
Dudé, dedos quietos en el teclado. Después de un momento, reuní
fuerzas y yo misma le marqué, porque no quería perder el tiempo, y me
preguntaba desesperadamente qué quería decir.
—Andra. —Suspiró en el otro extremo cuando se conectó la llamada.
Su voz era ronca por la hora tardía, y el timbre me hizo morderme el labio.
—Julián —respondí, un poco sin aliento. Maldición.
—¿Es demasiado pronto para pedirte una segunda cita? —Guau, fue
directo al grano. Mis labios se curvaron y me asenté más en mis almohadas.
—Probablemente. Pero no me importa. Seguro. ¿Cuando?
Oí el silbido de aire en el otro lado de la línea. —El martes. Rosa dijo
que tenías ese día libre.
Rodé mis ojos todo el camino hasta el techo. —Por supuesto que lo
hizo. ¿Qué otra información recogiste de Rosa?
Su risa fue amortiguada por los sonidos de papel que se agitaban en
el fondo. —Que tienes que estar de vuelta para el miércoles por la mañana.
Me senté con la espalda recta en mi cama. —¿Estamos hablando de
una cita hasta la siguiente mañana?
—No. Bueno, en realidad, sí. Pero no es lo que te estás imaginando.
—Una cita durante la noche. ¡Una pijamada! —dije con entusiasmo.
La risa de Julian fue fuerte y rápida. —¿Una pijamada? ¿Estamos en
primaria?
—¡Una pijamada! —Me reí.
—Mira —dijo Julian después de que terminó de reír—, sé cómo suena.
Pero no es lo que estás pensando. Nuestra cita de esta noche no fue lo que
habías preferido, pero te portaste bien. La cita número dos será más de tu
gusto, y requiere pasar la noche.
Busqué en mi cerebro por incluso una sola idea del tipo de cita que
preferiría que requeriría pasar la noche. Sin embargo, además de lo obvio —
sólo digámoslo sexo— no podía pensar en otra cosa. Esto sería interesante.
—Muy bien, ¿qué debo llevar? —pregunté.
—Te veré en algún momento el lunes y te diré entonces. Alístate para
irnos muy temprano la mañana del martes.
Sonreí. —Siempre estoy lista.
—¿Por qué siento como que eso requiere un guiño? —preguntó. Podía
sentir su sonrisa a través del teléfono y acuné el teléfono más cerca,
acurrucándome de nuevo en mis almohadas.
—Julian —empecé, recogiendo un hilo suelto en mi edredón—, no
quiero ilusionarte. La cena fue muy divertida, en más de un sentido.
Realmente no hago la cosa de relación. Pasamos un muy buen rato, pero no
quiero que esperes nada más de lo que estoy dispuesta a dar.
Julian estuvo en silencio por un momento y sentí el nerviosismo
treparse hasta mi garganta, instándome a retirarme de la segunda cita,
retirarme por completo de lo que fuera que hacía con Julian.
—Esto no tiene que ser nada más de lo que queramos, Andra. No
necesitamos definir esto. Eres cálida, honesta, bella y llena de ingenio.
Aprecio lo vibrante que eres, y cómo me retas. Quiero pasar tiempo contigo,
simplemente porque me gusta estar cerca de ti. —Escuché su suspiro—. No
quiero sofocarte. No hay etiquetas, no hay drama. Solo diversión. Tal vez un
beso o dos.
—O tres. O cuatro —añadí.
—Cuarenta. O más —continuó.
Me eché a reír de nuevo. Tenía razón. Podríamos mantenerlo divertido,
pasar algún tiempo disfrutando el verano antes de que él siguiera su
camino. Sería un experimento para mí, pero uno que me hallaba dispuesta
a probar.
—Está bien, te conseguiste una cita.
—No puedo esperar. Duerme un poco. Te veré en algún momento el
lunes.
—Buenas noches, Julian.
—Buenas noches, Andra.
Colgué el teléfono, sonriendo a mí misma, y me acurruqué bajo el
edredón, ajustando el temporizador de sueño en mi televisión. Minutos más
tarde, me quedé dormida.
10
Traducido por Minia16

e quedé en la orilla, justo donde la hierba se convertía en

M agujas de pino y tierra. Hacía el frío suficiente para que


parches de ligera niebla cubrieran pequeñas secciones del
suelo del bosque, semejando mantas blancas mullidas. Sólo podía ver
claramente unos quince metros antes de que los gruesos troncos de los
árboles y los arbustos enmascararan lo que yacía a continuación.
Por supuesto, corrí en estos bosques cientos de veces. Sabía que en
aproximadamente cuatro kilómetros, llegaría a un pequeño prado, lleno de
hierba sin cortar y dientes de león. Y a otro kilómetro y medio al este de ese
prado había caminos transitados que descendían hasta un valle y giraban
hacia la zona de los caballos del rancho. No corría por esos caminos, prefería
la tierra y las agujas de pino a la mierda de caballo y al polvo. También era
menos probable que me encontrara con alguien por aquí.
No corría con una lista de reproducción. Estos bosques, aunque eran
hermosos y tranquilos, albergaban algunos de los cuadrúpedos más
peligrosos. Era mejor dejar que los sonidos de mis alrededores me
protegieran. Llevé la mano instintivamente a mi muñeca izquierda y toqué
con un dedo el espray de pimienta y el kubotan4 que colgaban de allí.
Aunque sabía manejar una pistola, no confiaba en poder usar una en una
situación peligrosa. Además, hacía que correr fuera más difícil.
Estiré las piernas y los brazos, todavía en las lindes del bosque.
Llevaba puestas unas mallas ajustadas debajo de mis pantalones cortos de
hacer ejercicio, tanto para mantener cálidos mis músculos como para
proteger mis piernas de los matorrales. Eran poco más de las seis de la
mañana, un momento perfecto para ir al bosque. El bosque se sentía más
4Es un arma de defensa personal o autodefensa muy accesible, eficaz y duradera. Consiste
en un cilindro de metal, plástico o madera de 14 cm (máximo de 20 cm), y 1,5 cm de grosor,
algo más estrecho que un rotulador indeleble.
en calma por las mañanas, los pájaros matutinos apenas se despertaban, y
los animales peligrosos ya mencionados seguían durmiendo. Rosa estaba
limpiando después de darles de comer a los peones que, por su parte,
empezaban con las tareas matutinas. Me gustaba abandonar el ruidoso
rancho por la callada soledad del bosque.
Empecé a trotar para calentar los músculos. Había aprendido mucho
desde que empecé a correr por el bosque. Las primeras veces que me
aventuré por mi cuenta empecé demasiado rápido y terminé con tirones en
los músculos, dejándome indefensa, asustada, y a kilómetros del rancho.
No quería volver a quedarme indefensa o asustada, y sentir esas cosas traía
de vuelta mi época con el Monstruo con sorprendente y devastadora
claridad.
No dejaba que mis pensamientos se dirigieran a menudo hacia él, pero
siempre se encontraba al fondo de mi mente. Cada vez que empezaba a
visualizarlo, nombraba rápidamente los colores que tenía a la vista hasta
que podía concentrarme en otra cosa.
—Verde —susurré. Era el color más extendido en el bosque, claro,
pero sería suficiente—. Marrón —dije, más alto mientras entrecerraba los
ojos para mirar la tierra que tenía delante, trotando firmemente entre las
agujas de pino—. Azul. —Alcé la mirada, sólo por un instante, al cielo. El
cielo de la mañana era el tono más suave de azul, se hacía más vívido a
medida que el sol se movía por el cielo durante el día.
Aumenté la velocidad mientras se calentaban mis músculos,
inhalando y exhalando uniformemente. Aunque sólo había dormido unas
cuatro horas, me sentía energizada, despierta. Inhalé por la nariz, tomando
consuelo de los olores a tierra y pino que inundaban mis sentidos. El bosque
era mi forma de cafeína matutina. Se sentía bien el oxígeno extra
proporcionado por la abundancia de árboles. Una vez pasé el punto en que
mis pulmones quemaban de cansancio, tuve el famoso subidón de los
corredores y me emborraché de él.
Unos veinticinco minutos después de empezar a correr, giré en círculo
de regreso al rancho, mi estómago protestaba porque estaba vacío. Nunca
corría con comida en mi estómago. Normalmente me bebía un vaso de zumo
de naranja y agua antes de correr, pero nunca tomaba el desayuno.
Cuando empecé a ver las cabañas, veinte minutos después, no pude
evitar que mis ojos se dirigieran a donde se hallaba la cabaña de Julian y
noté que su entrada se hallaba ahora vacía. No permití que la decepción que
sentí inicialmente arraigara dentro de mí, recordando que no estaría en todo
el día. Y, además, los domingos eran mis días más ocupados, y apenas tenía
un momento libre para pensar en cosas que no estuvieran relacionadas con
el trabajo.
Reduje la velocidad a una marcha rápida mientras me dirigía a la casa
grande, la sangre palpitando en mis oídos mientras reducía la respiración,
mis extremidades se sentían calientes. Me dejé caer en la hierba justo
enfrente de las escaleras que llevaban a la entrada y estiré las piernas. Me
saqué la muñequera que tenía mi espray de pimienta y mi kubotan y luego
me agarré los dedos de los pies y tiré, estirándome.
Sentí el sudor deslizándose por mi columna y me estremecí
lentamente, mi cuerpo se estaba ajustando a la fría temperatura ahora que
ya no me encontraba en continuo movimiento.
Dylan apareció por el rabillo del ojo llevando unas cuantas hueveras.
El proyecto favorito de Rosa de hace unos años era el gallinero. Seguía
siendo su proyecto favorito, pero normalmente no tenía tiempo para él. Era
una de las muchas tareas secundarias de las cuales me ocupaba, así que
me sorprendió ver a Dylan llevando las hueveras a la casa grande.
Cuando me vio, cambió de dirección y se dirigió hacia mí. Dejó las
hueveras en las escaleras justo detrás de mí y se sentó a mi lado en la
hierba.
—¿Una carrera larga?
—Eh —respondí, encogiéndome de hombros. Estiré las piernas
delante de mí e incliné mi tronco hacia mis piernas, con las manos rodeando
el arco de mi pie—. Unos cuarenta y cinco minutos.
—Esos son cuarenta y cinco minutos más de los que he corrido yo
esta mañana. Choca esos cinco. —Dylan sostuvo una mano en alto y me reí,
chocándola con mi mano antes de volver a mis estiramientos. Tomó mi
muñequera, que contenía mi espray de pimienta y mi kubotan, y sostuvo en
alto este último, riéndose—. Sabes lo que parece esto, ¿no? —preguntó,
meneando las cejas.
Mi kubotan era plateado, con muescas para los dedos a lo largo de la
caña. A pesar de ser un arma útil para la autodefensa, tenía que admitir
que concordaba a dónde iban sus pensamientos.
—Parecen bolas anales, ¿verdad?
Dylan me lanzó la muñequera.
—Claro, bolas anales para la masoquista. —Ambos nos reímos, casi
doblándonos de la risa, vinculándonos con nuestra inmadurez.
—¿Por qué fuiste esta mañana por los huevos? —pregunté, mirándolo
cuando terminé de reírme.
—Los invitados que se registraron ayer en la casa grande querían
huevos esta mañana. Y después de darnos de comer a los seis por la
mañana, Rosa se quedó sin huevos. —Dylan pasó las manos por la hierba—
. Sabía que habías salido a tu media maratón de los domingos, así que me
ofrecí voluntario. —Dylan me sonrió de lado.
Me reí.
—Vaya, gracias. Espero que las gallinas no te lo pusieran muy difícil.
—Abrí las piernas, extendiéndolas para profundizar mi estiramiento.
Dylan extendió las palmas de sus manos para que las inspeccionara.
Noté varios arañazos, aunque no había ninguno lo suficientemente profundo
como para que fuera preocupante.
—Siguen odiando a los hombres, como la mayoría de mujeres que
conozco. —Se rió, pero me miró para enfatizar lo que dijo.
—¿Qué? —pregunté, fingiendo inocencia—. Yo no odio a los hombres.
Te tolero, ¿no? —bromeé.
Dylan se echó hacia atrás para apoyarse.
—Dicen que tuviste una cita anoche.
Suspiré, poniendo los ojos en blanco.
—¿Es que aquí no trabaja nadie? ¿O están demasiado ocupados
participando en cotilleos vacíos como para ganarse el sueldo?
—Vamos, Andra. Somos como una gran familia apestosa y
disfuncional. Controlamos a los de nuestra especie.
—Confirmo lo de disfuncional pero, a diferencia de ti, yo no apesto.
Me ducho. —Le devolví la mirada enfática con fingido asco.
Dylan estiró un brazo y me dio un empujoncito mientras me inclinaba
hacia mi pierna izquierda, haciendo que rodara hacia el otro lado.
—Si no me duchara todos los días, tendría un séquito de moscas
detrás de mí —protestó.
Mi amistad con Dylan era cercana, era como un hermano. Aunque no
le confiaba las cosas más profundas, normalmente nos manteníamos al día
con la vida del otro. Sabía por la dirección de esta conversación que Dylan
se sentía un poco decepcionado por enterarse de mi cita por otra persona.
Nuestra conexión romántica ya no estaba presente, así que Dylan no se
sentía celoso. Claramente le entristecía que no se lo contara yo.
Cuando me incorporé, me giré para mirarlo de frente.
—Me invitó a salir la noche del viernes y no te vi ayer excepto cuando
intentaste ahogarme en el muelle.
Dylan se rio entre dientes al recordarlo.
—De acuerdo, bien. —Se pasó una mano por su ondulado cabello
rubio antes de hacer contacto visual conmigo—. Pero tú no sales con nadie.
Nunca.
Asentí.
—Es raro, ¿verdad? Pero me divertí. Vamos a tener otra cita el martes.
Dylan alzó las cejas todo lo que pudo al oír eso.
—¿Dos citas? Me siento como si estuviera en una dimensión
desconocida.
—No eres el único —murmuré, mirando hacia las cabañas.
Dylan se levantó y me extendió la mano. Cuando me levantó hasta
ponerme de pie, tomó las hueveras y me rodeó los hombros con un brazo.
—¿Sigues queriendo tener el miércoles de gofres? —preguntó mientras
nos adentrábamos en la casa grande—. No quiero entrometerme en tu
ocupada vida de citas.
Le saqué los cartones y le di un empujón de broma.
—No seas idiota. Siempre quiero gofres.
El miércoles de gofres era una tradición semanal para Dylan y para
mí. Todos los miércoles por la noche hacíamos gofres y veíamos películas en
la cabaña de Dylan. Era el único momento de la semana que teníamos para
ponernos al día, y una tradición que mantuvimos los últimos tres años.
Rosa salió de la cocina.
—Oh, bien —dijo, tomando las hueveras de mis manos—. Dylan,
Farley pasó el cortacésped por encima de un alambre de espinos en la
esquina sudoeste. Intentó usar un cortalambres, pero no consigue
desenredarlo.
Dylan suspiró.
—¿Pero qué hacía en la esquina sudoeste? ¿Acaso cortamos la hierba
por ahí?
La esquina sudoeste de la propiedad era principalmente hierba
muerta y tocones. Había una carretera de acceso que conducía desde los
establos hasta esa esquina de la propiedad y a unas cocheras de acero que
cobijaban remolques para caballos que estaban aparcados en esa zona, pero
por lo demás se hallaba prácticamente desocupada.
—Está llena de malas hierbas, así que se lo pedí. Me preocupa más
que haya alambre de espinos suelto por ahí —dijo Rosa, conduciéndonos a
la cocina.
Dylan se sirvió una taza de café y se apoyó contra la encimera, de cara
a Rosa.
—Hay una valla de espinos para mantener alejados a los coyotes. Pero
la última vez que la comprobé en primavera era segura.
Rosa lavó los huevos antes de romperlos en un bol.
—Entonces, o tenemos intrusos que han cortado el alambre o un
coyote que ha atravesado la valla y se ha llevado alambre consigo. ¿Puedes
revisarla y ayudar a Farley a desenredar el alambre?
—De todos modos debería haber revisado la zona primero. Hay un
montón de tocones por allí, podría haber doblado la hoja. —Le dio un trago
a su café y luego hizo un ademán con la taza en mi dirección—. Extraño la
época en la que Andra cortaba el césped. Nunca tuve que rescatarla.
Tomé un poco de zumo de la nevera.
—Eso no es cierto. —Miré directamente a Dylan—. Recuerdo
perfectamente haber chocado con media docena de aspersores en el jardín
delantero las primeras veces que corté el césped.
Dylan se rió, sus ojos se iluminaron con humor.
—Ah, sí, es cierto. Buen trabajo, ese fue un lío bastante espectacular.
Hice una reverencia y le di un trago a mi zumo.
—Gracias, gracias.
Rosa me pasó un plato de tocino mientras batía los huevos.
—Por eso ahora tenemos marcas. —Se volvió para mirarme.
Mastiqué el tocino pensativamente antes de volverme hacia Dylan.
—Después de que desenredes el alambre, manda aquí a Farley y al
cortacésped. Le enseñaré a marcar los aspersores en el jardín delantero y
en el trasero y a cortar el césped para que no volvamos a tener zigzags.
Dylan le dio otro trago al café y asintió.
—Estaría bien que pareciera que cortó nuestro césped alguien sobrio.
Dylan y yo nos reímos.
—Eh —interrumpió Rosa—, todo el mundo necesita un profesor.
Farley lo hará bien con un poco de instrucción. Recuerdo todo lo que tuve
que enseñarles cuando empezaron a trabajar para mí. —Echó los huevos en
la sartén, mirándonos con dureza—. Sólo es un niño. —Como para darle
énfasis a lo que acababa de decir, recuperó el plato de tocino mientras yo
tomaba otro trozo.
Dylan me miró con expresión de culpabilidad antes de terminarse el
café. Fue hacia Rosa y le rodeó los hombros con un brazo con gesto cariñoso.
—Tienes razón. No seré tan duro con él. —Se inclinó para ponerse a
su altura y le dio un sonoro beso en la mejilla—. Hasta luego. —La cabeza
de Rosa giró en su dirección, pero Dylan fue rápidamente hacia donde me
situaba junto a la encimera. Me llevé la tira de tocino a los labios, pero la
sacó y se la metió en la boca, sonriéndome mientras masticaba. Le di un
puñetazo en el brazo antes de que se escapara de la ira de Rosa por el beso
y de mi ira por el robo del tocino.
Me estiré hacia un bol de cereales de la alacena que tenía detrás antes
de que Rosa dijera—: Te dejé una torrija en la nevera.
No me miró cuando lo dijo, pero sonreí igualmente mientras tomaba
la fiambrera con mi desayuno de la nevera. La calenté en el microondas.
Rosa se encontraba concentrada en las tortillas que estaba haciendo, así
que en cuanto sonó el microondas, puse las dos torrijas en papel de cocina
y coloqué la fiambrera en el lavavajillas.
—¡Gracias, Rosa! —canturreé mientras salía dando saltitos de la
cocina y me dirigía a mi cabaña para ponerme la ropa del trabajo.
11
Traducido por Liz de Rossi, ∞Jul∞ & Ana09

espués de pegar la última bandera junto al aspersor, giré

D hacia Farley.
—Una vez que haya marcado todos los aspersores,
entonces estarás listo para cortar. No cometas mi error
de casi destruir todo un sistema de rociadores. —Reí, tratando de aliviar la
vergüenza que Farley ya sentía después de que Dylan luchara con la
cortadora de césped durante tres horas, desenredando el alambre de púas.
Me subí a la cortadora mientras Farley se hallaba en pie. —Hoy voy a
enseñarte a cómo cortar el césped detrás de la casa grande, ya que desciende
hasta el estanque. —Me aseguré de que me encontraba en punto muerto y
el freno puesto antes de arrancar el motor mientras Farley miraba, con los
brazos cruzados sobre su playera del festival de rock. Parecía un chico de
granja rockero, con sus mangas cortadas, jeans rotos y botas de vaquero.
Llevaba la gorra de béisbol de los Broncos hacia atrás sobre su rebelde mata
de rizos negros.
Recordé cuando contratamos a Farley, Clint le dio un momento difícil
mientras le exponía sus deberes. Farley se mantuvo poniendo su mano
sobre sus cejas, protegiéndose los ojos del fuerte sol mientras escuchaba a
Clint. —Tú sabes, esa gorra de béisbol que llevas puesta es para ayudar a
mantener la sombra en tu cara, fuera del sol. Necesitamos tus dos manos
en este rancho.
—Pero luego mi cuello se quema —contrarrestó Farley.
—Muchacho, tu cabello es más largo que el de Rosa y no nunca la oí
quejarse de un cuello quemado.
Farley se rió ante eso, sabiendo que era el chico nuevo y por lo tanto
tenía que acostumbrarse. Y, sin embargo, todavía llevaba su gorra hacia
atrás y siempre olvidaba sus gafas de sol.
Deslicé mis manos alrededor del volante, disfrutando el ligero impulso
del motor transferirse a mis palmas. Realmente me encantaba la podadora,
pero después de que tomara tantos proyectos, Rosa y Clint insistieron en
que contratáramos un chico local para ayudar con algunas de las tareas
más fáciles en el rancho.
Hablé sobre el motor—: Querrás moverte hacia arriba y hacia abajo
en esta pendiente, no hacia los lados. La superficie que estás podando debe
estar lo más nivelado posible, por lo que la podadora de lado no va a
garantizar un corte parejo, y también es peligroso.
Las mejillas de Farley se veían quemadas y rojas. Estábamos de pie
en la cima de la colina, ya que comenzó a inclinarse hacia abajo, y la
evidencia de su último intento fallido con la podadora era evidente en los
grandes parches de hierba alta junto a trozos de suciedad. Se sintió
avergonzado, pero dispuesto a escuchar y aprender, que era lo importante.
Rosa tenía razón, haría bien un poco de orientación.
»Reduce la velocidad cuando vayas colina abajo y mientras cortas el
césped a lo largo del borde del estanque. No te pongas demasiado cerca de
la orilla de arena, solo tienes que usar la bordadora o corta malezas después
con el césped más alto. Y mueve la hoja hasta el quinto ajuste cuando estés
podando alrededor de la laguna. El suelo es demasiado desigual y si utilizas
los ajustes más bajos —Señalé a la configuración de uno a cuatro—,
terminarás con un montón de tierra y hierba. Y también terminarás con una
Rosa muy enfadada.
Farley asintió. —¿Qué pasa con la hierba áspera por los árboles? —
preguntó, señalando el área justo entre el estanque y los árboles que daban
sombra en la parte posterior.
—Buena pregunta. Disminuye tu velocidad y utiliza el ajuste de quinta
o sexta hoja. Nadie camina de vuelta allí, pero queremos que sea corto por
lo que no se verá rebelde, desordenado. También es menos probable que se
convierta en un hogar para las arañas de esa manera.
Farley se asomó por la colina hacia el estanque, aparentemente
absorbiendo lo que decía. »No tengas miedo de cambiar hacia abajo si estás
en un lugar complicado, como ir colina abajo o alrededor de las vallas.
Cuando te sientas más cómodo, puedes aumentar tu velocidad.
—Sí, eso es probablemente una buena idea —murmuró Farley. No
pude evitar la sonrisa que curvó mis labios. Tiró la gorra de su cabeza al
pasar los dedos por el lío de rizos. Tenía una cara de bebé bonito, y sabía
por las burlas que escuché de los trabajadores del rancho que él era muy
popular entre las jóvenes de la ciudad. Pero para mí, era un niño.
Le hice señas a Farley para que saltara en el cortacésped para que yo
pudiera bajar. —Estoy segura de que te caerás de ella. y honestamente… —
le dije, apoyando una mano en su hombro para que me mirara a los ojos—,
esto es mejor que limpiar mierda de caballo.
Se rió y asintió. —Gracias, Andra. —Corrió sus manos sobre el
volante.
—De nada, Farley. No tengas miedo de pedir ayuda. Y no te olvides de
recuperar las banderas de los rociadores y almacenarlos en el garaje cuando
hayas terminado. —Farley asintió en reconocimiento, así que salté de la
podadora mientras Farley cambiaba la marcha y montaba.
Hice mi camino de regreso a la casa grande, dando la vuelta al igual
que Farley se acercaba a la parte inferior de la colina, donde se estabilizó un
poco para el estanque. Conducía a paso de caracol, pero los zigzags eran
mínimos en esta ocasión.
Salté a la cocina donde tarde y noche el cocinero, Oscar, se hallaba
preparando la cena para el personal del rancho. Después de que los otros
invitados partieran aquella mañana, actualmente sólo teníamos un
inquilino —Julian— y estaba lejos en la noche, por lo que todos cenaríamos
juntos, al estilo familiar.
Cogí una manzana del frutero delante de Oscar, sin perder su gruñido
de desaprobación. Me detuve en un taburete frente a él y mastiqué la
manzana. Los ojos de Oscar se movieron hacia mí, con fastidio. Oscar,
acertadamente apodado Oscar el Gruñón, era de unos cincuenta años, con
cabello canoso y la piel profundamente bronceada. Sus ojos eran de un azul
casi antinatural, sorprendiendo cuando miraba a su manera, bajo sus
difusas cejas de oruga negra.
—Vas a arruinar la cena —se quejó, cortando la grasa lejos de las
pechugas de pollo que cortaba.
Crucé una pierna sobre la otra, y le sonreí, a pesar de que hacía todo
lo posible para evitar mirarme. —Nah. Estoy arruinando mi almuerzo.
Oscar deslizó un par de filetes de pollo a un plato con lo que sabía era
suero de leche antes de comerlo. —Siempre arruinas tu almuerzo. Que debo
saber, porque Rosa siempre empaca para ti y lo entrega personalmente a tu
refrigerador.
Arrugó los labios. —Rosa me ama. Me mima.
—¡Jah! —exclamó, señalándome con su dedo regordete—. ¿Rosa?
¿Quién crees que cocina la comida?
Contuve la risa ante su indignación. Mordí mi labio mientras negaba
con risa. Oscar me miró. —Está bien, Oscar. Tú me mimas. Supongo que
eso significa que me amas también, ¿eh?
Negó con la cabeza, al parecer molesto, pero sabía que tenía una
debilidad por mí. Oscar quedó viudo hace dos años y sus hijas estaban por
todo el país, construyendo sus propias familias. Rara vez nos han visitado,
sabía que era en parte por qué él era un gruñón como algunas veces.
Pocos meses después de que murió su esposa, atrapé a Oscar saliendo
a pescar. Después de que quiso invitarme, lo seguí en mi jeep y pasé ese
domingo en su lugar de pesca favorito. No creo que hayamos intercambiado
más de una docena de palabras. De hecho, lo único que me había dicho era
un poco insultante. —Aquí, utiliza este. No vas a coger nada con esa mierda.
—Compartió sus señuelos y carnada conmigo, bebimos cerveza y
absorbimos un poco de sol.
Oscar se volvió hacia el lavaplatos y clavó su mirada mientras se
lavaba las manos. —Ve. Come. Tienes comida en tu refrigerador y tengo
patatas para preparar.
Levanté las manos en señal de rendición, todavía con la manzana y
salí de la cocina, me dirigí a la cabaña para un almuerzo rápido.
Cuando abrí mi puerta y entré, me di cuenta de una luz parpadeante
en mi teléfono celular en el mostrador. Nunca llevaba mi celular conmigo
mientras trabajaba y prefería no tener la distracción que creaba.
Ignorándolo por un momento, abrí la nevera y cogí las zanahorias baby y el
emparedado que Rosa dejó envueltos para mí. Llené un vaso de agua y me
deslicé en un asiento de la barra en la isla, tomando un bocado de mi
emparedado antes de desbloquear mi teléfono para ver más notificaciones.
No tenía ninguna presencia en los medios sociales. El riesgo no valía
la pena. Además, aparte de Six, todos en mi vida vivían dentro de un par de
kilómetros de la hacienda. Nunca mantuve un perfil en línea en cualquier
lugar y disfrutaba de la libertad que tenía. No es que no tuviera curiosidad
de vez en cuando, sobre todo acerca de antiguos compañeros de clase. Pero
disfrutaba mi anonimato.
Tenía un texto y un correo de voz. Revisé el correo de voz por primera
vez. No reconocí el número, pero sólo había una persona que podría ser.
—Hola. Escucha, necesito que me llames tan pronto como lo oigas. No
estoy bromeando. Voy a llamar a Rosa si no me llamas de vuelta.
La voz de Six sonaba preocupada y fui inmediatamente consciente del
hoyo en mi estómago. Six muy raramente llamaba, y siempre desde un
teléfono desechable con el mismo código de área, por lo que me gustaría
saber que era seguro para responder. Él era absolutamente el epítome de
sobreprotección, y siempre se equivocaba en el lado de la precaución,
especialmente cuando se trataba de mi seguridad.
El bocado de emparedado se me volvió de plomo en la boca y tragar el
nudo en la garganta era más que difícil. Tomé una respiración constante y
le devolví la llamada a Six.
—¿Puedes salir de Colorado por un par de días? —Six nunca se
molestaba con bromas. Sé que fue en parte para mantener nuestras
conversaciones cortas, pero sobre todo porque él era un hombre
contundente.
—Sí. ¿Por qué?
—Ha habido actividad sospechosa. Fui a verla yo mismo y acabo de
volver, pero necesito tu ayuda. Sé que nunca quisieras volver, pero es
necesario.
Six era muy sensato, no es fácil de llevar por emociones o cualquier
otra cosa, pero todavía oigo la escasa corriente de preocupación. Sabía que
se refería al Monstruo. La mano que sostenía el teléfono se volvió resbaladiza
por el sudor.
—¿Cuándo vamos?
—Miércoles por la noche. Volveremos la mañana del viernes. Ya llamé
a Rosa.
Tragué saliva, tratando de empujar la bilis hacia abajo. —¿Qué vamos
a hacer?
Su respuesta llegó casi vacilante. —Allanamiento de morada.
Mi corazón se aceleró, golpeando contra mi caja torácica como un
animal temeroso tratando de escapar.
Cuando no respondí, Six habló de nuevo. »Nada malo te pasará. Lo
juro por mi vida.
Asentí, con los ojos fuertemente cerrados, antes de darme cuenta de
que no podía verme. —Lo sé. Está bien —susurré.
—Voy a estar en Colorado el miércoles por la tarde. Vamos a viajar
juntos. Estarás bien. Pero debes hacer esto.
Estaba contenta de estar sentada, porque mis piernas temblaban. El
miedo se apoderó de mi cuerpo como una ola, pero no se hundió. Con el
teléfono todavía en mi oído, escuché a Rosa venir a mi cabaña.
—Nos vemos el miércoles —dije en voz baja.
Oí el clic de Six al desconectar la llamada y puse el teléfono en el
mostrador vacilante cuando Rosa se acercó por detrás y envolvió sus brazos
alrededor de mí.
Rosa se sentía cálida y olía a azúcar y fresas. No era una mujer
cariñosa por naturaleza, pero sabía que era todo lo que tenía, la única
persona que podía proporcionarme la comodidad que tan desesperadamente
necesitaba.
Después de que me calmé, insistí en volver al trabajo, cualquier cosa
para mantener mi mente fuera del Monstruo. Rosa protestó, como solía
hacer, pero lo ignoré, con la intención de mantenerme ocupada. La mejor
manera para hacer a un lado la agitación emocional que sentía era centrar
mi atención en otra parte.
Después de agarrar algunas hojas de remolacha de la cocina, cogí el
cubo de cinco galones que contenía mis productos de limpieza para el
gallinero y me dirigí por detrás de la casa al gallinero.
Rosa había comprado un hermoso gallinero y luego construyó un gran
patio cercado alrededor de la jaula. Ella tenía veinte gallinas, pero su
gallinero era lo suficientemente grande que podría albergar otras diez o algo
así. Veinte resultó ser una cantidad perfecta en cuanto a la producción de
huevos, con alrededor de diez docenas de huevos a la semana. Pero veinte
gallinas también hicieron un gran lío.
Si, Rosa era algo maternal, no sólo con los seres humanos, sino con
los animales también. Insistía en la limpieza de los establos tan a menudo
como sea posible, aunque por lo general tomaba esa tarea. El gallinero
estaba limpio cada domingo, y era otra tarea que pedía a Rosa cumplir. Lo
hacía, aunque de mala gana. El rancho florecía por su cuenta, lo que
requería a Rosa dedicar su tiempo en otros lugares.
No era muy social, al menos con otras personas, por lo que la limpieza
de los establos, gallinero y la jardinería eran las tareas que más disfrutaba.
No prefiero atender las necesidades de nuestros clientes o trabajar al lado
de los trabajadores del rancho. A los peones les gustaba hablar y yo no tenía
mucho que aportar a la conversación. Era una mentirosa terrible, sobre todo
porque me hacía sentir terrible mirar a alguien a los ojos y decirles algo
falso. Así que adopté ser algo solitaria, además de Rosa y Dylan.
Así que elegí socializar con las “chicas” de Rosa, manteniéndolas
sanas y felices cada domingo por la tarde. Entré en el gallinero y después de
distraer a las gallinas con las hojas de remolacha, me arrastré hacia el
gallinero y pasé la siguiente hora limpiando antes de rociar todo con un
spray para mantener las gallinas sanas y libres de piojos.
Dejé el gallinero cerrado y las ventanas abiertas para la ventilación, y
salí del gallinero, mientras que se ventilaba.
Me senté en la hierba en las afueras de la zona vallada mientras que
los pollos cloqueaban alrededor de la cerca, probablemente queriendo más
hojas. —Lo siento, chicas, se acabó.
Ahora que estaba sentada, quieta, mi mente volvió a la conversación
anterior con Six. No había vuelto a Michigan desde que Six me llevó a
Colorado. Sólo vi al Monstruo en fotos publicadas en revistas de noticias en
línea. Hice una vida para mí misma, una vida que elegí para vivir. Six no me
trajo a Colorado con intenciones de que me quedara en el rancho de Rosa.
Pero cuanto más tiempo permanecí, menos podía imaginar pasar mi vida
haciendo otra cosa. Volver a Michigan era rociar agua helada en mi felicidad.
Era la vida en una posición cómoda, acogedora, antes de que lanzara su fea
cabeza y sofocara con la realidad. Pero si Six dijo que era importante,
entonces sabía qué era. Y eso es lo que me asustó más.
No estaba segura de cuánto tiempo estuve perdida antes de que una
sombra cayera sobre mí, sobresaltándome a ponerme de pie mientras me
daba la vuelta en defensa.
—Oye —dijo Dylan, con la palmas hacia arriba en defensa—. Sólo soy
yo.
Me reí, no con humor, y puse una mano sobre mi corazón acelerado.
—Lo siento.
Dylan me miró con curiosidad y tendió una botella de agua. —Aquí.
Estoy seguro de que estás en necesidad de ella. —Hizo un gesto al gallinero
con la botella de agua—. Estuve allí esta mañana y apestaba.
Asentí y lamí mis labios secos antes de agarrar la botella de agua. —
Gracias —dije, sin mirarlo a los ojos, antes de tomar un trago de agua.
Lo sentí tocar mi brazo. —¿Estás bien?
Lo miré de reojo, tragando lo último del agua. —Síp, bien. —Entonces
agarré su mano y volví hacia él, recordando que tenía planes el miércoles—
. Mi hermano llamó esta tarde y tengo que salir de la ciudad por un par de
días.
—Está bien... —dijo Dylan, una nota de sospecha en su voz—.
¿Cuándo te vas? Y, ¿todo está bien?
—Miércoles. Tengo que cancelar el miércoles de gofres esta semana.
Lo siento. —Apreté su mano.
—Eso está bien. Siempre está la próxima semana. Pero esto es una
especie de corto plazo, ¿son tus padres?, ¿están bien?
Quité mi cara de él para ocultar mi mueca de dolor y dejé ir su mano.
Odiaba mentir, en especial a los amigos. —Sí, están bien. Simplemente ha
sido un largo tiempo desde que mi hermano y yo los hemos visto, de modo
que iremos ahí por algunos días. Esta era la única vez que sus horarios
coincidían.
—Umm —murmuró Dylan—. Deberían venir aquí alguna vez. A
nosotros nos encantaría conocerlos.
No sabía a quienes se refería Dylan cuando dijo “nosotros” porque era
la única persona que querría conocer a mis padres ficticios. Otra mentira
tendría que caer de mis labios. —Odian viajar —contesté. Me volví hacia
Dylan y le devolví la botella de agua—. Tengo que terminar el gallinero.
Dylan asintió, sus ojos buscando mi cara. Sabía que estaba
preocupado, así que traté de disimular con una sonrisa y apreté su hombro
cariñosamente antes de que dirigirme de nuevo al gallinero para terminar la
limpieza.
Esa noche soñé con el momento en que encontré el cuerpo de mi
madre.
Mi vida era una serie de antes y después: antes de la muerte de mi
madre y después de la muerte de mi madre. Antes de dejar al Monstruo y
después de que dejé al Monstruo.
Lo primero que recordé de la muerte de mi madre era los minutos
después. Yo siempre había soñado de esta manera; recordando el después.
Fue durante el después de eso que me acordé de lo anterior.
Un paramédico se hallaba delante de mí, moviendo su boca, sus
cálidos dedos apretados contra mi muñeca. Mi cabeza se sentía pesada
cuando me volví hacia él, mi lengua gruesa mientras trataba de formar
palabras. —¿Qué? —Me las arreglé. Me encontraba tumbada de espaldas en
el suelo.
—¿Puedes decirme tu nombre? —preguntó, lentamente.
Intenté sentarme antes de que me hiciera callar y me convenciera de
acostarme de nuevo. »Sólo dime tu nombre, cariño.
Me sentí como si estuviera en un paseo, pegada en un solo lugar,
mientras que la habitación giraba alrededor de mí una y otra vez. Mi mano
se sentía como que pesaba cincuenta kilos cuando la levanté a mi frente.
Cada movimiento requería mi concentración completa, y mi cerebro se
sentía como si se balanceara en mi cráneo. No podía concentrarme en nada.
Incluso las características distorsionadas del paramédico, parecía una
pintura de acuarela.
Lamí mis labios y probé algo dulce. Uva. Estaba comiendo una
rosquilla.
—¿Mi rosquilla? —pregunté. ¿Qué estaba incluso pidiendo? ¿Por qué
era todo tan confuso?
—¿Cómo te sientes? —preguntó el paramédico.
El viaje se desaceleró; la habitación a mi alrededor giró más y más
lento. —Um. —Cerré los ojos y deseé que el paseo se detuviera por completo.
Cuando abrí los ojos, la habitación se quedó quieta. El rostro del paramédico
llegó lentamente en foco. Ojos azules. Eran lindos ojos. Y ojos preocupados
por el momento. Miré a mí alrededor y vi las paredes azules. La habitación
de mi mamá. Mi ceño se frunció mientras trataba de recordar lo que sucedió.
—¿Señorita? —preguntó el paramédico.
El pánico comenzó a deslizarse a través de mi cuerpo, aunque no
podía entender por qué. Mis manos agarraron y agarraron los brazos del
paramédico. —Por favor. Necesito sentarme.
El paramédico parecía reacio a ayudarme así que me impulsé a mí
misma en una posición sentada y de inmediato hice una mueca de dolor, mi
cabeza palpitando.
—Quédate quieta —instó el paramédico, las cejas fruncidas con
preocupación.
—Oh. —Fue todo lo que pude decir antes de que cerrara los ojos y
levantara una mano a la parte posterior de mi cabeza. ¿Qué pasó? Otra
mano se movió en mi frente mientras frotaba con mis dedos por el dolor.
Empujé con más fuerza, esperando que agravar el dolor traería en un
recuerdo de lo que sucedió. Incliné mi cabeza hacia delante y respiraba a
través del dolor. La letra de una canción me vino a la cabeza de la nada.
—Sé que es para mí, si robas mi sol…
Mis ojos se abrieron, descansando primero en mis pantalones
vaqueros mojados. ¿Por qué se encontraban húmedos mis pantalones
vaqueros? Mi mano los tocó para asegurarme de que no veía cosas. Mis
dedos salieron húmedos y fríos. Me hallaba resolviendo un rompecabezas
sin tener una imagen completa de referencia.
Entones sentí el frío, lo mojado de mi camisa contra mi piel, así que
la tomé y jalé el tejido suelto. Era de color rosa. Qué extraño color. No poseía
ninguna camisa de color rosa.
Oí el crujido de un aparato de comunicación y volví la cabeza en la
dirección de la que procedía. Había otro paramédico en el baño de mi madre
hablando con un oficial de policía.
Pasé una mano por mi rostro. DESPIERTA, gritó mi subconsciente. Mi
cabeza no paraba de golpear, haciendo moretones a mi cráneo. Sabía que el
paramédico seguía hablándome, pero poco a poco negué con la cabeza y
puse mi mano hacia arriba, una súplica silenciosa para que me diera un
minuto mientras miraba mi camisa.
Por encima de mi pecho izquierdo se veía una mancha púrpura. Uva.
La jalea. La mitad inferior de mi camisa se encontraba manchada de color
rosa y la mitad superior seca y blanca.
Fue entonces cuando mi cerebro hizo clic, que la sorpresa se disipó y
me di cuenta de que mi camisa se hallaba manchada de jalea de uva y la
sangre de mi madre. Me incliné hacia delante y vomité en el paramédico.
Fue entonces cuando me acordé de lo que sucedió. El antes.
Acababa de llegar a casa del colegio y puse una rosquilla en la
tostadora en la cocina antes de deslizar mi mochila al mostrador y encender
la radio debajo del gabinete.
Estaba en séptimo grado, todas las extremidades desgarbadas y el
cabello muy rizado, una boca llena de metal. Era un torpe cliché caminante.
Mis vaqueros tenían agujeros por el uso excesivo, no por el estilo. Mis
camisetas eran las camisetas gratuitas que los bomberos arrojaron contra
la multitud durante un desfile del cuatro de julio, o las camisetas regalados
en la estación de radio, no con estilo. Mi apariencia no era importante para
mí entonces. Siempre he sido un poco solitaria, sobre todo entonces,
especialmente antes de convertirme en lo más solitaria que nunca había
estado.
Unté jalea de uva en mi rosquilla y tomé un gran bocado mientras mi
pie daba golpecitos junto con la radio. Mi cabeza golpeó al ritmo de “Steal
My Sunshine”5. No atrapé el pegote de jalea que cayó de mi próximo bocado
hasta que tiñó mi camiseta, la cual decía Corazón de Hanover 5K. No corrí
esos cinco kilómetros, pero esta era una de las pocas camisas blancas que
poseía que no había manchado todavía, así que dejé caer mi panecillo en el
mostrador y salí corriendo por las escaleras a mi habitación, cantando junto
a la radio.
Reboté por el pasillo, la alfombra comiéndose los sonidos de mis
pasos. Mi habitación se hallaba al final del pasillo. Tuve que pasar por la
oficina de mi mamá, mi cuarto de baño, el armario de la ropa y el dormitorio
de mi madre antes de llegar a la mía.
Me detuve cuando llegué a la puerta de mi mamá. Estaba cerrada. Mi
mamá nunca cerraba su puerta, ni siquiera cuando dormía. A menudo
bromeábamos sobre remover las puertas de sus goznes; compartíamos todo,
no ocultábamos nada la una de la otra.
No sabía qué hacer. ¿Golpear? Nunca me enfrenté a una puerta
cerrada antes. Giré la manija de bronce lentamente y empujé. La puerta se
expandió en el verano por la humedad, por lo que tomó un poco de un
empujón para abrirse. Empujé con tanta fuerza que casi me caí en la
habitación y me apoderé de la manija de latón para mantener el equilibrio.
La habitación estaba vacía, la cama hecha y ordenada. Caminé alrededor
del armario en la pared opuesta de la cama y vi que la puerta del baño se
hallaba cerrada. Eso no era inusual. Todo el mundo necesitaba privacidad
cuando se encontraban en el cuarto de baño.
Casi me di la vuelta y me dirigí a mi habitación, suponiendo que mi
mamá se duchaba, pero algo me detuvo.

5 Roba mi sol. Nombre de una canción de la banda canadiense de pop, Len.


Llamé una vez en la puerta. Cuando no hubo respuesta, llamé dos
veces. Cuando aún no hubo respuesta, puse mi oído a la puerta. —¿Mamá?
—llamé suavemente, golpeando la puerta con mis uñas—. ¿Estás bien?
Silencio. No escuché agua corriendo o la voz de mi madre en el otro
extremo. Extraño.
»Voy a entrar —grité.
Agarré la manija y la di vuelta. Mis ojos se tomaron en su ropa en el
suelo delante del lavabo de pedestal. Levanté los ojos y vi a mi mamá
recostada en la bañera con patas, sus ojos cerrados, el rostro sereno.
»¿Mamá? —pregunté, entrando más en el cuarto de baño caminando en
puntillas.
La cortina de tela ocultaba parcialmente su cuerpo desde mi punto de
vista, por lo que todo lo que podía ver era su cabeza, sus músculos faciales
relajados. Al acercarme a la bañera, el agua apareció a la vista y mi estómago
se llenó de plomo.
Antes de que supiera lo que hacía, había azotado la cortina de vuelta
y saltado a la bañera detrás de mi madre, sacudiendo su cuerpo inerte,
gritándole para que se despertara mientras mis manos buscaban la herida
abierta.
El cuerpo de mi madre se sentía frío, su palidez antinatural, pero me
negué a escuchar a la parte racional de mi cerebro que me dijo que era
demasiado tarde. Que llegué demasiado tarde.
Levanté uno de sus brazos fuera del agua y lo vi. El corte desde la
muñeca hasta el interior de su codo. Era lo suficientemente amplia que vi
un destello blanco debajo del músculo rojo.
Dejé caer su brazo y salí de la bañera y no miré hacia atrás. Cogí el
teléfono junto a la cama y llamé a emergencias.
—Emergencias Despacho, ¿cuál es su emergencia?
—Mi mamá tiene un corte. En su brazo. Creo que necesitará algunos
puntos de sutura. —Mi voz se sentía robótica, extraña—. 1320 Rosewood
Drive. Hay un auto rojo en la entrada.
—De acuerdo, cariño. ¿Cómo está tu mamá?
—Ella no está hablando. Está dormida en la bañera. —Y luego me
desmayé.
Después de que me desperté de la pesadilla, reinicié la película de
Bruce Willis con la que me quedé dormida. No creo que durmiera por más
de treinta minutos o una hora después de eso. Cada vez que miraba el reloj
después de despertar, esperaba ver que había pasado una hora desde la
última vez que miré. En cambio, nunca fueron más de treinta minutos. La
última vez que miré el reloj, leí 04:45 AM. No tendría la energía o estado de
alerta para correr por la mañana, así que me resigné a un libro, esperando
el sueño que me tiraría abajo hasta que tuviera que levantarme dos horas
más tarde.
Desafortunadamente, terminé el maldito libro y llegué al comedor de
Rosa en la mañana del lunes, al mismo tiempo que los trabajadores del
rancho. Me di cuenta de que Dylan no dejaba de mirar hacia mí, pero nada
se dijo mientras todos comíamos tortitas de fresa y tocino. Traté de evitar el
contacto visual de todos, ya que sabía que las bolsas debajo de mis ojos eran
tan exageradas que eran una reminiscencia de maquillaje de Halloween para
un cadáver.
Clint comió a mi lado en silencio mientras leía el periódico. No había
otros huéspedes en el rancho, además de Julian. Escuché su auto
estacionarse alrededor de las once cuarenta y siete de la noche anterior. Fue
durante una de las muchas veces que miré el reloj. Sus luces estaban
apagadas cuando salí de mi cabaña esta mañana, así que supuse que
dormía después de su largo día. Chico afortunado.
Después de limpiar mi plato, lo llevé de vuelta a la cocina y lo puse en
el fregadero y comencé a lavar los otros platos. La cocina se hallaba
completamente vacía y hace tiempo que los trabajadores del rancho se
habían ido a sus tareas.
Oí a Rosa venir detrás de mí, dejando su plato vacío en el mostrador
junto a mí. —Annie, cariño, te ves cómo el infierno.
Volví la cabeza hacia ella y le di una mirada asesina. —Eso no es muy
agradable.
Puso una mano en mi hombro. —Deja los platos. Yo los lavo. Vuelve
a la cama durante unas horas.
Negué con la cabeza. —No. No te voy a dejar sola un jueves, justo
antes de entrar a la reunión familiar. Ni siquiera debería tomar los martes
libres.
Rosa caminó hacia mi lado e inclinó su espalda en el mostrador. —En
primer lugar, no estás tomando el martes libre. Es tu día programado libre.
No te quiero aquí ese día. Y segundo, ¿qué más hay que ver que no se puede
hacer antes de que salgas el miércoles?
Resoplé una respiración, soplando los largos mechones que
enmarcaban mi cara. —Necesito ventilar todas las cabañas y cambiar la
ropa de cama, traer toallas limpias. Tengo que limpiar el estanque y rociar
las malas hierbas, especialmente alrededor del potrero. Tengo que terminar
el papeleo y llamar al agente de seguros para repasar lo que necesita
asegurarse y lo que se puede quitar...
—Ah —dijo Rosa, levantando una mano en interrupción—. Ventilar
las cabañas tomará veinte minutos para abrir las ventanas en todas. Puedes
hacerlo el viernes por la mañana. Habrá mejor clima de todos modos. Tendré
a Dylan enseñándole a Farley qué hacer con el estanque y las malas hierbas,
ya que él no tiene que cortar el césped hasta la próxima semana. Llama a la
gente de seguro hoy y hablaremos de lo que dicen en la cena de esta noche.
—Gentilmente me tiró hasta enfrentarla—. No necesitas preocuparte. Tienes
suficiente en tu mente, así que no te molestes en enfermarte por unas
malezas y alguna espuma en el estanque. —Se apartó del mostrador—. Sólo
date prisa en volver a casa, así no tengo que entrenar a Farley en la
computadora. No creo que mi corazón pueda soportarlo. —Rosa se agarró el
pecho dramáticamente, y me reí.
—No te preocupes, ni siquiera quiero imaginar eso. —Puse un plato
limpio en la rejilla de secado—. Six me envió el itinerario anoche. Volveremos
el viernes temprano por la mañana.
Rosa asintió antes de golpearme suavemente en el brazo. —Ahora,
lárgate. No compré estos lavavajillas de lujo para desperdiciar tus manos
talentosas lavando fresas de mis ollas de acero. Métete a la oficina y haz
esas llamadas telefónicas.
Me sequé las manos en el paño de cocina e hice exactamente cómo
me instruyó.
12
Traducido por Apolineah17 & Carolina Shaw

oras después, había terminado de hablar con el agente de

H seguros, y mis manos se sentían contraídas por la toma de


notas que hice en el bloc junto a mí. El emparedado que Rosa
me entregó dos horas antes, en el almuerzo, se encontraba sin tocar, el pan
volviéndose cada vez más duro y rancio.
Me recosté en la silla de mi escritorio, con los brazos sobre mi cabeza,
liberando la tensión de mis hombros. Sin importar cuán lejos empujaba lo
inminente regresaba a los recovecos de mi mente, saltaba obstinadamente
hacia delante.
—Piensa rápido, Enana —dijo una voz detrás de mí. Me giré en mi silla
y atrapé un vistazo de Julian a mi derecha justo antes de ver la mochila que
volaba hacia mi rostro.
—¿Enana? —pregunté después de que atrapé torpemente la
mochila—. ¿Qué tipo de apodo es ese cuando mido un intimidante metro
ochenta?
—Es sólo un apodo temporal para ti. Y, técnicamente, eres doce
centímetros más baja que yo, lo cual te hace baja desde mi perspectiva.
—Sí, bueno, ¿cómo debería llamarte entonces, Gigante Verde? —
pregunté, mientras miraba por encima de la táctica mochila en mis manos.
Julian caminó hacia mí y se agachó, poniéndolo a nivel visual
conmigo.
—Me temo que el concepto de los apodos es demasiado complicado
para ti. La idea es que se supone de sea más corto que el nombre de la
persona —respondió con sarcasmo.
Lo analicé. —¿Jules? —pregunté, dulcemente, con una sonrisa
curvando mis labios.
—Oh, Dios, no —se quejó—. Mi madre me llama así. Ese no es un
apodo sexy.
—¿Y Enana lo es? —resoplé.
—Como dije, es temporal —dijo, antes de bajar el cierre del bolsillo
delantero de la mochila—. Esto es para nuestra próxima cita. Mañana.
Bajé la mirada hacia la mochila con curiosidad, tomando nota de las
docenas de bolsillos con cremallera. Vi una bolsa aislante con bandas
elásticas atadas.
—¿Esto es para botellas de agua? —pregunté, confundida.
Julian se estiró y tiró de una de las bandas elásticas.
—Sí. Le cabrán dos botellas de agua aquí y las mantendrá frías. Y
debajo… —declaró, antes de darle la vuelta a la mochila para revelar las
correas unidas en la parte inferior—, hay correas hechas para fijar un saco
de dormir.
La realización me golpeó en un instante.
—¿Vamos a acampar? —pregunté, mordiéndome el labio, tratando de
contener una sonrisa. La alegría que me llenaba me recordaba a ser un niño.
Julian observaba mi rostro por mi reacción. No parecía decepcionado.
—Sí. —Sonrió, antes de deslizar su pulgar sobre mi labio inferior. Lo
dejó allí por un momento antes de tirar de mi labio desde detrás de mis
dientes. Mi estómago se apretó con deseo. Su rostro no estaba ni siquiera a
diez centímetros del mío. Mi agarre se apretó en la mochila.
—Gracias —le susurré, buscando sus ojos. Si él no haría el primer
movimiento, yo sí. Puse ambas manos a los costados de su rostro, lo incliné
hacia abajo, y rocé mis labios contra los suyos, sintiendo la picadura de su
barba en mis palmas. Él no se movió para agarrarme, y sólo aceptó mi tierno
gesto de agradecimiento. Me aparté y oculté mi decepción.
Me sonrió suavemente y cepilló un mechón extendido detrás de mí
oreja.
—El placer es mío —respondió, con voz ronca, antes de enderezarse y
dirigirse hacia la puerta, presumiblemente de regreso a su cabaña.
Exhalé ruidosamente antes de girar nuevamente mi silla, tocando
todas las cremalleras y correas de la mochila. Lo escuché caminar afuera,
sus pasos consumiéndose a la distancia desde la puerta de mi oficina
alrededor de la cubierta, aquietándose en su salida.
Mientras empezaba a juguetear con la mochila, escuché esos mismos
pasos pisando fuertemente de regreso y me giré en la silla justo cuando él
entró a la oficina.
Con ojos decididos, se acercó a mí y acunó mi mandíbula con sus
manos antes de besarme, duro. Suspiré en su boca y llevé mis manos hasta
sus antebrazos, tratando de mantenerlo en su lugar, mientras su lengua
exploraba mi boca. Su pulgar y dedo índice tiraron del lóbulo de mi oreja
izquierda antes de que mordiera ligeramente mi labio inferior. La sensación
era abrumadora, y no pude evitar el gemido que salió de mi boca. El calor
se extendió por todo mi cuerpo, haciéndome incapaz de pensar en ninguna
otra cosa más que cómo se sentía besar a Julian. Se echó hacia atrás,
respirando con dificultad, y tocó mi frente con la suya, manteniendo los ojos
cerrados a medida que ambos intentábamos regular nuestra respiración.
—Olvidé algo —dijo, todavía acunando mi mandíbula.
—¿Umm? —Todavía no era capaz de formar palabras coherentes, al
parecer. Se sintió como una hazaña olímpica abrir los ojos y mantenerlos
abiertos.
—Acampar —dijo, abriendo sus ojos y haciéndose hacia atrás para
mirar los míos—. Mañana. Martes.
Me reí, pero antes de que pudiera responder, él rápidamente me besó
de nuevo.
—Yo empacaré la tienda de campaña y la comida. Tú empaca tu ropa
y cualquier mierda de chica que necesites.
Empecé a abrir la boca para argumentar eso, preguntándome qué tipo
de comida extravagante llevaría, pero me detuvo con otro beso.
»Yo me ocuparé de todo —interrumpió, antes de besarme de nuevo—.
Tengo sacos de dormir, también.
Por mucho que me encantaba acampar, también me gustaba dormir,
y no sabía que podía confiar en él para llevar el tipo adecuado para mí. Pero,
por supuesto, cuando empecé a argumentar, me detuvo con otro beso, esta
vez un beso más largo y más profundo.
»Se unen, para formar un saco de dormir lo suficientemente grande
para dos personas —susurró, acariciando mi mejilla con su pulgar. Me
encontré con su mirada y sabía que el deseo reflejándose en sus ojos
también se hallaba presente en los míos. Ya no iba a discutir sobre los sacos
de dormir.
»Te recogeré a las cinco de la mañana —dijo, sonriendo, sabiendo muy
bien que me encontraba a sólo un par de cabañas debajo de él.
Me reí a carcajadas cuando empezó a alejarse, antes de darme cuenta
que dijo a las cinco, como antes del amanecer.
—¿A las cinco? —pregunté. Se dio la vuelta y caminó nuevamente
hacia mí mientras seguía hablando—. Pero eso es demasiado…
Me besó, de nuevo, efectivamente deteniendo mi argumento.
—Haré que valga la pena —dijo Julian contra mis labios. Aunque
sabía de lo que hablaba, no pude evitar pensar que su declaración anterior
era un reto para él. Realmente iba a extrañarlo cuando esto hubiera
terminado, lo sabía. Al instante, mi estado de ánimo cambió.
Como si Julian leyera mi mente, me besó suavemente, tiernamente,
antes de trasladar sus besos por un costado de mi rostro hacia mi frente.
—Deja de fruncir el ceño —susurró, antes de besar mi boca de nuevo.
—No estoy frunciendo el ceño… —empecé antes de que me cortara
con sus labios otra vez.
—Deja de discutir.
—No estoy dis… —Me interrumpió con otro beso. Me levanté y lo
retuve con una mano—. No puedes utilizar el besar como un arma —dije,
no del todo seria.
—No te estoy atacando, Andra. —Se acercó más—. Y tú no estás
exactamente rechazándome —dijo, agarrando mis manos y levantando una
para besarla, mientras mantenía contacto visual conmigo—. Y, además, es
mejor que discutir sobre cosas que serán a mi manera de todos modos.
Me reí.
—Estás demasiado seguro de eso, ¿verdad?
Inclinó mi barbilla con una mano antes de inclinarse. Justo antes de
besarme, habló contra mis labios.
—Estoy seguro de ti. —Me besó de nuevo, suavemente, pasando las
manos por los costados de mi cuello, sobre mis hombros y hacia mis manos,
uniendo nuestros dedos. Era completamente débil bajo su toque y me dejé
ser tirada hacia abajo a medida que me besaba nuevamente.
—Mañana, a las cinco de la mañana. Prepárate —dijo, mirándome
directamente a los ojos, antes de salir de nuevo de mi oficina.
Después de pasar más de las renovaciones de seguro con Rosa
durante la cena, dije mi oración de las buenas noches en el césped antes de
entrar a mi cabaña y lanzar cosas dentro de mi nueva mochila. Empaqué
todo lo práctico para un día de acampar y también metí mi sartén favorito
de hierro. Sabía que Julian dijo que se ocuparía de la comida, pero con el
afán de mantener nuestras comidas de bajo mantenimiento, quería cocinar
con hierro fundido.
Mi cabaña no estaba decorada con ningún toque personal
significativo, pero a lo largo de una pared en mi cocina había una docena de
colgantes sartenes de hierro fundido. Proporcionaban decoración y
funcionalidad, ya que mi cocina no contaba con un montón de espacios en
los gabinetes.
Escuché mi teléfono vibrar al otro lado de la barra de la cocina y lo
agarré, esperando un mensaje de Julian.
Six: Llegaré el miércoles en la mañana. Tengo algunos negocios en
Denver y luego estaré en el rancho. Cenaremos antes de dirigirnos al
aeropuerto.
Suspiré, la decepción y la ansiedad luchando por el dominio. Fue
entonces cuando me di cuenta de que olvidé nuestro viaje a Michigan. La
visita de Julian más temprano ese día ayudó exponencialmente en ese
sentido.
Yo: ¿Negocios en Denver?
Six: Te veo el miércoles.
Negué con la cabeza. Six era reservado sobre lo que hacía por dinero.
No sabía mucho acerca de su vida. Incluso cuando vivía con él, me
encontraba escondida en el sótano. No creía que él hiciera un montón de
cosas ilegales —quiero decir, me ayudó en mi desaparición después de
todo— pero no creo que le causara daño a la gente buena.
Six era quien creó esencialmente a Andra Walker. Conocía bien a mi
mamá e incluso llevó una antorcha por ella poco después de que me tuvo.
Mi papá nunca estuvo en el panorama; ni siquiera sabía su nombre. Pero
Six estuvo allí cuando necesitaba más la figura paterna, como una
adolescente tratando de escapar de un Monstruo.
Era silencioso, un hombre de pocas palabras y casi sin emociones.
Pero me quería y se preocupaba por mí de la forma en que necesitaba que
lo hiciera y, realmente, no podía haber pedido un mejor hermano sustituto.
Me metí a la cama y puse una película que había visto al menos
cincuenta veces. El ruido me arrulló en un sueño pacífico e ininterrumpido.
Mi alarma sonó a las cuatro y media de la mañana y me metí en la
ducha todavía medio dormida. Era increíble cómo un sueño reparador podía
hacerme sentir más cansada que toda una noche de dar vueltas en la cama.
Vertí agua caliente en dos tazas de viaje y luego agregué una bolsita
de té a cada una antes de tomar dos bollos que tomé de Rosa la noche
anterior, calentándonos en el microondas justo antes de ponerme a esperar
a Julian.
Las mariposas entraron en erupción en mi estómago, y sonreí
suavemente para mí misma. No podía esperar por esta cita. Hacía mucho
que no acampaba. Y la idea de pasar tiempo afuera en la naturaleza con
Julian me atrajo más de lo que esperaba.
Un suave golpe en la puerta de madera durá anunció su llegada y la
abrí, con una sonrisa en mi cara y una taza en la mano.
Julian sorbió el té que le entregué y tomó el bollo que le ofrecí. —No
hice eso —le dije a su mirada interrogante—, fue Rosa.
Julian asintió y se apoyó en el mostrador, poniéndose exactamente al
lado opuesto de mí. Aproveché ese momento para ver su apariencia. Vestía
vaqueros oscuros, botas de trabajo color marrón y un suéter de punto azul
marino. Su cabello estaba húmedo y rizado en la parte superior, su rastrojo
mostrando más crecimiento de lo que recordaba. Sus labios lucían lisos y
húmedos por el té y me encontré atrapada en su boca. No podía explicar la
sensación que se movía a través de mi por la forma en que se veía por la
mañana, pero me hizo caminar la corta distancia hasta él y besarlo,
suavemente, simplemente, con una mano en su hombro.
La mano de Julian se apoyó en la parte baja de mi espalda antes de
acercarme hacia él. Fui sin dudarlo. No profundizamos el beso, pero lo
saboreamos. Me eché hacia atrás primero y me encontré con sus ojos. Julian
me sonrió antes de pasar su mano sobre mi cabello y tirar de mi cola de
caballo juguetonamente. —¿Lista?
Asentí y me agaché para agarrar mi mochila. Julian me dio un
manotazo y se la pasó por encima de un hombro, con el bollo en su otra
mano. —Lo tengo —dijo—, solo toma los tés.
Después de cerrar mi cabaña, caminamos hacia el convertible que
estacionó en mi camino. Lo miré y me reí, recordando que me prometió que
me recogería. Metió mi mochila en el maletero con la suya. Noté un estuche
de guitarra antes de cerrar el baúl. Nos deslizamos en el auto calentado y
me sacudí el leve frío de la mañana.
Me di cuenta de que no había cambiado el CD en su reproductor, así
que Queen seguía reproduciéndose. Me preguntaba si lo escuchó mientras
hacía recados el domingo. —¿Cómo fue todo? —pregunté, bebiendo mi té
mientras nos dirigíamos hacia la oscuridad.
—Bien. Estoy muy contento con el trabajo de azulejos. Mi encuentro
fue aburrido, pero necesario. Mis hermanas son unos dolores en el culo,
pero también es necesario.
Mis labios se curvaron hacia arriba. —¿Un dolor necesario en el culo?
Julian me miró con una sonrisa. —Sí. Cuatro dolores en el culo que
amo por obligación como su hermano, pero también porque son divertidas,
inteligentes, y me mantienen en mis dedos de los pies.
—Cuéntame sobre ellas
—Vale. —Julian giró hacia una carretera con la que no me encontraba
familiarizada—. Annemarie es la más joven. Tiene doce años y es
absolutamente todo lo contrario a cualquier estereotipo de los niños más
jóvenes. Está lejos de ser mimada e imprudente, y no es una princesa. Mi
hermana Danielle por otro lado... —Julian me miró con ojos grandes y
asustados—. Tiene dieciséis años, y es tan intimidantemente bella y cabeza
dura como ellas. Ella va a darle a nuestra madre un ataque al corazón.
—Suena como que tienes las manos llenas.
Julian asintió con la cabeza. —Y no me hagas empezar por Elizabeth.
Rompe los corazones tan a menudo como cambia su carrera. Que es cada
mes o así. Ha ido a la escuela para todo, desde una enfermera a una
horticultora. En ambas fallando espectacularmente. Mantener las cosas
vivas no es su fuerte. Me estremezco al pensar en que tenga hijos.
A mi risa, continuó. »Dicho esto, ella probablemente tiene el corazón
más grande de todas mis hermanas y eso absolutamente significa algo
bueno. Está un poco mal aconsejada, de ahí los constantes cambios en su
carrera.
—¿Y tu cuarta hermana? —pregunté, bebiendo más té.
Julian sonrió suavemente. —Rachel. Es lo más parecido que tengo a
una mejor amiga. No soy más de dos años mayor que ella, así que crecimos
juntos. Tiene los pies sobre la tierra, así que dice las cosas como son. No
tienes que preocuparte de que no te diga la verdad.
Eso hizo que me ahogara con el té que bebía, la caliente bebida de
hierbas quemando mi garganta mientras tosía.
»¿Estás bien?
Asentí y le sonreí débilmente. —Se fue por la tubería equivocada —
mentí. No más hablar de verdades. No podía decir las verdades que quería,
y esto era un recordatorio para mantener lo que estaba haciendo con Julian
como algo casual. La culpa se apoderó de mi corazón.
Llegamos a nuestro destino tres horas más tarde después de conducir
por una carretera de grava durante diez minutos. La carretera terminaba en
un gran estacionamiento de arena rodeado de árboles y grandes rocas. No
había oficina de campamento. Estábamos literalmente en el bosque.
Cuando el auto se detuvo, salí y estiré las piernas, caminando hasta
el borde del estacionamiento hasta donde las grandes rocas protegían lo que
había más allá.
Miré hacia atrás y vi a Julian siguiéndome, así que subí a una roca y
miré hacia fuera. Por una ladera gradual se hallaba un profundo lago azul,
que se extendía hasta donde podía ver el ojo. Se hallaba rodeado de
montañas, un pequeño oasis en una tierra de verde. El sol empezaba a
elevarse sobre las montañas, iluminando parte del lago. Miré a Julian con
una sonrisa. —¿Qué es este lugar?
Julian se encogió de hombros, con las manos en los bolsillos. —
Acostumbraba acampar aquí cuando era niño. Es principalmente un lugar
de pesca aislado, pero no tanto durante la semana. —Se unió a mí en la roca
y me miró de reojo—. ¿Quieres nadar? —Alzó sus cejas juguetonamente.
Lo miré con incredulidad. —¡Esa agua tiene que estar congelada tan
temprano en la mañana! Y no me dijiste que me pusiera un traje de baño.
—¿Es eso un no?
—Eso es un INFIERNOS no.
Julian rió y se dirigió al auto. —Vamos, tenemos que caminar un poco
para llegar al campamento.
La caminata era menos de cincuenta metros e iba alrededor de la cima
de la colina que se inclinaba hacia el lago. Julian se detuvo en un pequeño
claro a unos quince metros de una playa arenosa hasta el agua. Parecía un
lugar que fue utilizado para tiendas de acampar antes, basándome en la
hoguera primitiva hecha de piedras. La zona se encontraba rodeada de viejos
pinos y me pregunté brevemente cómo era la vista desde las cimas de ellos.
Montamos la tienda en silencio. Me di cuenta de que Julian trajo el
estuche de la guitarra con él y lo observé mientras lo colocaba
cuidadosamente dentro de la tienda.
—¿Quieres un bocadillo? —preguntó Julian, acercándose al enfriador
que había traído. Asentí y extendí una de las mantas que empaqué,
dejándola sobre la hierba. Se sentó a mi lado y me tendió un bocadillo
envuelto. Lo reconocí como el mismo tipo de emparedado que Rosa me hizo
el día anterior. Miré a Julian con una mirada de "¿realmente?" y levanté el
bocadillo.
—¿Qué? —preguntó inocentemente—. Le gusto.
Puse los ojos en blanco. —Tienes a Rosa envuelta en tu dedo. Todo
porque tienes una cara bonita. —Sacudí mi cabeza, pero mordí el
emparedado de todos modos.
—¿Crees que tengo una cara bonita? —preguntó, con una sonrisa en
los labios.
Volví a poner los ojos en blanco. —Sabes que eres guapo.
Julian estiró las piernas frente a él. —Es bueno que lo creas.
—¡Vamos! —Me sentí exasperada—. Tú eres el tipo de belleza sin
esfuerzo que molesta a la gente de inmediato. Y eres encantador,
inteligente... —Hice una pausa antes de continuar—. Y la forma en que
besas... simplemente guau."
—Bueno, si te hace sentir mejor, no he sometido a Rosa a besarme.
Me reí y lo empujé suavemente. —Lo que es bueno también. No creo
que Clint se lo tomara demasiado amablemente. —Y yo tampoco, pensé para
mí.
—Bueno, no temas. Sólo hay una mujer a la que quiero besar. —Me
miró fijamente, sus ojos castaños se centraron únicamente en mí.
Me estremecí y tiré de mis mangas. El aire empezaba a calentarse a
medida que el sol se elevaba en el cielo, pero mis temblores no tenían nada
que ver con la temperatura y todo que ver con la reacción de mi cuerpo al
hombre sentado a mi lado. Terminé mi emparedado y cepillé las migas de
mis manos antes de acostarme sobre la manta.
—Así que, me tienes durante todo el día. ¿Qué hay en la agenda?
Julian terminó su emparedado y se apoyó en sus manos. Miró hacia
el lago, antes de inclinar la cabeza hacia mí. —Bueno, pensaba en caminar
alrededor del lago, ponernos en el sol un poco, y hacer un picnic en la playa.
Entonces, pensé que podíamos salir al lago.
Mis cejas se juntaron en confusión. —¿Salir al lago? ¿En qué?
Julian sonrió con una sonrisa secreta. —Ya verás.
Pasé mi lengua sobre mis labios de una manera burlona y él se rió
antes de levantarse y alcanzar una mano hacia mí. »Vamos.
Cogió un pequeño enfriador y lo llenó con algunas cosas del
refrigerador grande mientras me cambiaba mis botas y pantalones cortos y
luego agarraba las botellas de agua que empacamos. Coloqué una gorra de
béisbol sobre mi cabello. Julian dobló la manta sobre su brazo y abrió el
camino a través de los árboles, reteniendo las ramas para evitar que tuviera
que agacharme debajo de ellas. Sabía que era fuerte, capaz, pero el simple
gesto era bienvenido, otra cosa a la que no me hallaba acostumbrada.
Estaba aprendiendo rápidamente que esta cosa de citas no era horrible. O
tal vez fue Julian lo que lo hizo divertido. Olvidé mis preocupaciones en su
presencia, olvidé ocultar las partes oscuras de mí misma.
13
Traducido por Alysse Volkov, ∞Jul∞ & Black Rose

espués de recorrer el perímetro del lago, volvimos a la zona

D donde comenzamos y Julian extendió la manta a cuadros


en la orilla arenosa, bajando su hielera.
Deslicé el gorro de mi cabeza y corrí la palma de mi mano sobre el
sudor que se acumuló allí. Me dejé caer en la manta y miré a Julian mientras
se agachaba hacia la hielera.
Sacó dos botellas de cerveza, un pequeño recipiente de aceitunas, un
poco de jamón, quesos y galletas saladas del refrigerador y los puso sobre
la manta antes de abrir ambas cervezas y entregarme una. Lo miré con una
pequeña sonrisa y una ceja levantada. —¿Recreando nuestra primera cita?
Tomó un trago de su cerveza y me dio una enigmática sonrisa
mientras yo abría las aceitunas y metía dos en mi boca. —Bueno, sé que te
vuelves un poco loca por las aceitunas y las carnes curadas, así que pensé
en traer algo, hacer que mi compañía fuera un poco más soportable. —El
sol se filtró a través de su cabello, resaltando los reflejos color cobre. Ansiaba
recorrer mis manos a través de su cabello en ese momento, y tragué duro,
forzando las aceitunas por mi garganta.
Me miró fijamente, con los ojos centrados en mi rostro. Le dejé mirar,
sin vergüenza por estar sin maquillaje, seguramente con un brillo fino de
sudor. Sus cejas se fruncieron juntas, y la forma en que me miraba era casi
como si estuviera estudiando un rompecabezas. Mi corazón golpeaba
rápidamente mi pecho, casi dolorosamente. ¿Qué era lo que lo afectaba tan
profundamente?
Antes de decir algo, cogió una aceituna del recipiente y me sorprendió
mirando fijamente. Manteniendo los ojos fijos en los míos, llevó la aceituna
a mis labios ya abiertos y colocó la fruta fresca y salada justo en mi labio
inferior. Oí su respiración cada vez más superficial mientras abría más mi
boca antes de chupar la aceituna de sus dedos. Sus ojos se encontraban
fijos en los míos, su mirada dominante con deseo. Sentí que el calor siempre
presente la boca de mi estómago encenderse, así que bajé mi cerveza antes
de levantarme un poco y colocarme a horcajadas en sus caderas, llevando
mi boca a la suya.
Julian inmediatamente envolvió sus brazos alrededor de mí,
sosteniéndome cerca mientras nos besábamos. La condensación de la
botella de cerveza agarrada en su mano empapó la parte posterior de mi
camisa y contrastó agudamente con las pequeñas ráfagas de calor que se
encendían por todo mi cuerpo. Mi boca era insaciable, desesperada. Nunca
había necesitado el toque físico tan intensamente, tan frecuentemente. No
sabía qué eran esos impulsos, ni por qué actuaba sobre ellos, pero en este
momento no existía sitio en mi cabeza para nada más que para Julian.
Mis manos se deslizaron en su cabello y sus labios se movieron sobre
los míos en una danza de burlones roces antes de profundizar el beso. Un
dolor floreció en mi pecho, alguna emoción sin nombre que era tanto
dolorosa como satisfactoria. Esta conexión era alimento para mi alma,
alimentando una parte hambrienta de mí que no sabía que existía. Me
hallaba absolutamente sin aliento, con deseo, con necesidad, con algo.
La gravedad de nuestra conexión que se desarrollaba rápidamente me
obligó a alejarme primero, y aspiré una bocanada de aire, llenando mis
pulmones. El pánico picó justo debajo de la superficie, pero no me alejé de
su cuerpo completamente, sólo lo suficiente para descansar mi cabeza
encima de su hombro. Mis manos se deslizaron por su espalda, provocando
un estremecimiento de él cuando extendí mi mano ciegamente por la cerveza
que había colocado abajo. Cuando tomé la fría botella, tomé un trago
grande, consciente de los ojos de Julian en mí.
La mano que aferraba la botella de cerveza goteaba de condensación,
así que la cambié de manos y pasé la que se encontraba húmeda por mi
garganta, enfriando el fuego que ardía justo debajo de mi piel. Todavía me
encontraba a horcajadas en el regazo de Julian y me di cuenta de la parte
de su cuerpo que presionaba contra mis pantalones cortos.
Julian debió de darse cuenta de lo mismo porque se movió y se
estremeció, tomando un trago de su cerveza. Mientras observaba cómo su
manzana de Adán se balanceaba en su garganta, hipnotizada, susurré—:
¿Qué me estás haciendo? —Mis ojos se acercaron a los suyos, y busqué en
sus oscuros ojos una respuesta.
Julian terminó su trago con una ligera sonrisa y rozó su mano libre
por el lado de mi cara. Inclinándome hacia delante, acarició ese mismo lado
de mi cara, su barba incipiente contra mi suave piel. Respiré
profundamente, de repente recordé que mi atracción hacia él no era algo
que pudiera ser encendido o apagado. Siempre se hallaba encendida, y sólo
se intensificaba cuando me tocaba. Sentí sus fríos labios en mi oído. —Iba
a hacerte la misma pregunta.
Una pequeña parte dentro de mí me advirtió contra dejar que esto
continuara. Pensé que podía mantener mi conexión física con Julian casual.
Pero me di cuenta de que estar a su alrededor era calmante y estimulante.
Me sentía impulsada por sentirme viva. Y estar con Julian alimentaba esa
gran parte, la parte más dominante de mí que anhelaba ser libre. Así que
silencié la pequeña parte que protestaba y volví mi cara a su mejilla,
besando su barba incipiente.
Me aparté y le sonreí suavemente, tomando otro sorbo de la cerveza.
Miré a nuestro entorno. Con el sol empezando a calentar la tierra, los
sonidos de las aves silvestres graznando, y el olor de Julian, todo el sándalo
y la canela, me sentía segura.
—Abre —susurró Julian, sacándome de mi trance. Lo miré
rápidamente y vi la galleta cubierta con queso en sus dedos.
Fijé la mirada con él mientras abría la boca. Al estar tan cerca de él,
con el sol iluminando su rostro, veía algo de oro y verde en sus ojos castaños.
Tenía un rostro hermoso con gruesas cejas y una nariz fuerte. Mientras mis
ojos recorrían su rostro, noté su perfecta boca con arco de cupido y lamí mis
labios. El deseo se colocó en el asiento delantero de mi mente, doliendo por
cada provocación.
Colocó la galleta en mi boca y la cerré, atrapando las puntas de sus
dedos en el proceso, otra vez. Sonreí astutamente mientras masticaba
lentamente. La galleta era de mantequilla y algo de cebolla y algunas otras
especias. Combinada con el queso de pimienta, era deliciosa y provocó un
pequeño gemido de la parte posterior de mi garganta mientras cerraba los
ojos, masticando.
Tragando, abrí los ojos y vi a Julian observándome, atento como
siempre. —¿Buena? —preguntó con voz ronca.
Asentí y lamí mis labios. —Bastante.
—Me encanta verte comer.
Me mordí el labio inferior para contener mi sonrisa de gato Cheshire.
—Así que, lo has mencionado antes.
Julian extendió la mano y pasó un dedo por mi anillo del labio. —Me
gusta esto.
—Es mi única perforación más radical. Solía tener una en mi nariz,
pero eso era más molesto que nada.
—¿Orejas?
Asentí, tirando de mi cabello a un lado. —Tengo cinco piercings en la
izquierda y tres en la derecha. Pero eso es todo para los piercings.
—Sé lo del tatuaje de Queen, pero, ¿tienes otros?
—Sip. Claro que sí —contesté con diversión.
Julian me miró un momento. Cuando se dio cuenta de que no haría
ningún movimiento para mostrarlos, sonrió.
»Tal vez los verás más tarde —bromeé, deslizándome de su regazo.
Tomé otro trago de mi cerveza y me tumbé en mi espalda, mirando hacia el
cielo. Era como si perteneciera al mismo campo magnético. Incluso con la
distancia que puse entre nosotros, todavía sentía su presencia a mi lado.
Absorbí el calor del sol y cerré los ojos, completamente en paz.
»Dime cómo fue crecer con cuatro hermanas.
Podía sentir mi cuerpo relajado, en parte gracias a la cerveza y sobre
todo gracias a la compañía. Le escuchaba contar historias de sus hermanas,
y se reía de sus travesuras. Su voz era jarabe de arce, cubriéndome con
calor.
No me di cuenta de que me dormí hasta que oí la voz de Julian en mi
oído. —Andra. Despierta.
Me empapé de los últimos momentos de mi siesta, saboreando el lujo
de ella, antes de abrir los ojos. Se encontraba inclinado sobre mí,
bloqueando el sol de mis ojos. Sus cejas se cerraron de preocupación. —¿Me
dormí por mucho tiempo?
Se apartó de mí y pasó una mano por su cabello. —No, sólo una hora.
—No volvió a mirarme y me sentí incómoda. Me senté y tiré de mis rodillas
hasta mi pecho, abrazándolas.
Lo que sea que oscureció el comportamiento de Julian se fue en un
instante y se levantó, extendiendo una mano. Me di cuenta de que nuestro
picnic había sido recogido y la hielera tampoco estaba.
»Lo llevé de vuelta al campamento. Vamos, salgamos al lago. —Sacudí
el malestar que sentí y lo seguí, con la mano en la suya. A unos cien metros
de la playa había un estrecho sendero de tierra. Julian me hizo un gesto
para que me quedara quieta mientras él corría por el sendero, trotando
alrededor de grandes formaciones rocosas y hierba.
Me volví hacia el agua y tomé la calma. Me quité las botas y luego mis
calcetines antes de entrar en el agua. El agua se sentía fresca, la evidencia
de las temperaturas de la primavera y la nieve se escapaban de la montaña
manteniendo el agua fría, pero no insoportablemente.
Cavé los dedos de los pies en el fondo de arena, disfrutando de la
sensación de los granos cerniéndome entre los dedos de mis pies cuando los
levanté de nuevo. Lo hice tres veces más antes de que oyera a Julian volver
por el sendero. Manteniendo los dedos de los pies en la arena, giré mi cabeza
hacia su dirección. Llevaba una canoa. No podía decir si se suponía que era
azul o blanca. Desgastada con el tiempo o negligencia, la pintura se
encontraba toda astillada a través de los tablones que la sostenían.
La sonrisa de Julian era una reminiscencia de un niño pequeño y no
podía dejar de sonreír mientras me daba la vuelta completamente hacia él.
Sacó sus zapatillas de tenis y calcetines antes de deslizar la canoa en el
agua, haciendo un gesto hacia mí para que saltara dentro.
Nos llevó remando hacia el centro del lago, mientras yo miraba hacia
fuera y alrededor. El lago no era enorme, pero se hallaba rodeado de rocas
y árboles, y situado en la base de un valle que topaba con las montañas en
un lado. Era privado, tranquilo, y uno de los lugares más hermosos que
jamás había visto.
—Háblame de uno de tus libros. —Me di la vuelta, enfrentando a
Julian, una mano arrastrándose a través de la superficie del lago.
Julian tenía una ceja levantada. —¿De verdad? Eso es lo que son esos
pequeños párrafos en la parte posterior de un libro, ya sabes.
Levanté mi mano y salpiqué gotas de agua en su cara. —No, ¿no me
digas? —dije con fingida sorpresa—. Sabes que no poseo ninguna de tus
novelas. Todo lo que sé es que escribes misterio. —Estiré mis piernas a
través de uno de los bancos en el barco mientras suavemente nos mecíamos
en el medio del lago.
Julian colocó los remos en la barca, rozando mi muslo desnudo con
una de las paletas húmedas. Sabía que lo hizo a propósito, con la esperanza
de que me pondría molesta, pero estaba muy equivocado. La suciedad, lodo,
grasa, nada de eso me molestaba. Estaba destinada para este entorno.
Se echó hacia atrás y levantó las piernas para descansar al lado de la
mía en el mismo banco, metiendo las manos en los bolsillos de sus
pantalones cortos oscuros grises.
—El libro en que estoy trabajando ahora es acerca de una madre
soltera que vive una vida modesta. Sin lujos. Nunca come fuera, no posee
nada de valor. Tiene un hijo, el amor de su vida. —Sacó una mano del
bolsillo y pasó los dedos por su cabello, luego otra vez, moviendo las hebras
de nuevo en un estilo desordenado—. Lo que nadie sabía era que ella estaba
sentada en una finca enorme. Más de un millón en el banco.
—¿Cómo? ¿Y por qué vivía tan modestamente?
Julian se encogió de hombros. —Se rumorea que sus padres eran
millonarios. Ella heredó su fortuna en un fideicomiso. Y nadie sabe por qué
decidió vivir modestamente. Hay teorías de que no quería que nadie lo
supiera, que algo pasaría con ella. Otra teoría es que alguien se enteró,
porque ella fue asesinada, dejando a su hijo huérfano. La parte de misterio
de mi novela es quién lo hizo y por qué.
—Bueno, esa no es una historia de vivieron felices por siempre, Julian.
Se rió y negó con la cabeza. —No escribo vivieron felices por siempre.
Escribo tragedias.
El silencio colgaba entre nosotros entonces. Saqué mi mano fuera del
agua y la sacudí, liberando las gotas que se aferraban a mis dedos. Miré
hacia el sol, entrecerrando los ojos. —¿Por qué? —pregunté, moviendo la
cabeza hacia Julian.
Julian lucía como si hubiera estado perdido en sus pensamientos y
me miró, confundido.
»¿Por qué escribes tragedias?
—¿Por qué no lees tragedias? —preguntó en respuesta. Sus ojos eran
cautelosos, estudiando los míos, convenciéndome que liberara un secreto.
Entrecerré los ojos. Debido a que he vivido a través de mi parte justa
de las tragedias. No he dicho esto en voz alta, pero la mirada en el rostro de
Julian me dijo que su respuesta era la misma. Me miró fijamente, sin
sonreír. Así que elegí para decir algo más.
—Porque prefiero las historias de amor.
Inclinó la cabeza hacia un lado, y liberó la tensión que se formó
alrededor de su boca antes de que sonriera torcidamente. —Lo que es
interesante, porque no pareces un tipo cursi de chica.
Me encogí de hombros. —No lo soy. Pero me gusta saber que la vida
no siempre es cruel.
—Ah —dijo Julian, echándose hacia atrás—. ¿Quién dijo que el amor
no puede ser cruel?
—La gente puede ser cruel. Ellos toman la decisión de ser cruel. El
amor no es una opción. Es una fuerza de la naturaleza. —Crucé los brazos
sobre mi pecho.
—No estoy de acuerdo. —Me miró y reflejó mi postura.
—Cuéntame un cuento entonces, narrador. Cuéntame una historia
donde el amor era cruel.
—Estás pidiendo una trágica historia de amor entonces. ¿Algo que
recuerde a Romeo y Julieta?
—El amor no fue cruel para Romeo y Julieta. Eran prácticamente
bebés y sus familias se componían de pendejos. Dime algo nuevo.
Julian deslizó una mano a lo largo de su mandíbula, sus largos dedos
rascando su barba que crecía allí. —Bueno. ¿Has oído la historia de Heloise
y Abelard?
Negué con la cabeza. —Cuéntame.
—Esta es una historia real. Y puedo estar un poco oxidado en algunos
detalles, pero voy darte la idea. —Se frotó las manos y me dijo la historia de
Heloise y Abelard.
»Heloise era una mujer brillante que vivió a principios y mediados del
siglo XII en Francia. Era considerada de una posición social más baja, y se
encontraba bajo la tutela de su tío Fulbert, quien era sacerdote. Fulbert la
amaba. Era su orgullo y alegría, y se aseguró de que recibiera la mejor
educación. Ella era una erudita y bien conocida en toda Europa Occidental
por su inteligencia. Y no sólo eso, era considerada muy hermosa, también;
un paquete completo. —Julian me guiñó un ojo y reí antes de hacer un gesto
para que continuara con la historia.
»Entonces viene Peter Abelard, filósofo y considerado uno de los más
grandes pensadores de la época. Era de la nobleza, pero escogió ser un
filósofo en lugar de aceptar el título de caballero. También era un sacerdote,
como Fulbert, y se sentía impresionado por Heloise, por su inteligencia.
Convenció a Fulbert de permitirle enseñar a Heloise. No podía permitirse el
lujo de vivir en su casa actual, mientras estudiaba, por lo que dijo a Fulbert
que ofrecería tutoría a Heloise a cambio de alojamiento y comida. Abelard
era más de veinte años mayor que Heloise, pero eso no les impidió
desarrollar sentimientos por el otro.
»Desafortunadamente, Fulbert descubrió su romance. Estaba
desconsolado y separó a los dos amantes. Se descubrió que Heloise estaba
embarazada y Abelard la envió a la casa de su hermana durante el resto del
embarazo y el parto. Abelard fue a donde Fulbert y suplicó por su perdón y
le pidió permiso para casarse con Heloise. Fulbert concordó, pero Heloise no
quería casarse con Abelard.
—¿Por qué? ¿No se amaban?
Julián asintió. —Pero Heloise amaba a Abelard desinteresadamente.
¿Qué sanciones, dijo ella, sería correctamente que el mundo le exigiera si
debía robarle la luz con la que brillaba? Mira, ella prefería estar sola y
socialmente en desgracia que permitir que Abelard se casara con ella, le
preocupaba que su unión la distrajera de estudiar. Pero Abelard insistió y
Heloise cedió a un matrimonio secreto después del nacimiento de su hijo.
Heloise dejó a su hijo con la hermana de Abelard y se quedó con su tío
mientras Abelard regresaba a la enseñanza. Pero Fulbert seguía enojado y
difundió la noticia de lo que realmente sucedió, lo que causó gran vergüenza
a Heloise. Abelard trajo a Heloise al convento donde fue criado para
protegerla. Cuando Fulbert oyó que la llevó hasta allí, se enfureció,
asumiendo que Abelard la había llevado allí para deshacerse de ella,
obligándola a convertirse en una monja. Él trazó la venganza con sus amigos
e irrumpieron en la habitación de Abelard una noche y lo castraron.
Asentí, entendiendo el significado. —Porque para ellos, ¿esa parte de
su cuerpo causó gran vergüenza para Heloise?
—Sí. Y Abelard se sentía, como es comprensible, lleno de vergüenza,
por lo que se convirtió en un monje mientras Heloise se hizo monja. Ellos
vivieron vidas separadas, y nunca estuvieron juntos hasta la muerte,
cuando sus cuerpos fueron enterrados uno junto al otro.
Me senté de nuevo y fruncí el ceño. —Bueno, eso es deprimente.
Julian rió, sus rasgos relajándose después de contar la historia. Había
visto varias de las expresiones que su rostro tenía, pero esto, esta cara
despreocupada y feliz, era mi favorita.
—Sí, es triste. Pero Abelard y Heloise se escribieron cartas hermosas,
y nunca se casaron con alguien más, a menos que cuente su matrimonio a
la Iglesia.
Me mordí el labio pensativa. —¿Así que tuvieron poco tiempo juntos y
luego nada? ¿Pasaron toda su vida separados? Eso tiene que ser una
tortura. La muerte de uno de ellos habría sido más amable.
—¿Ves? El amor puede ser cruel. El amor por su sobrina condujo a
Fulbert a despojar a su amante de la parte que lo hacía un hombre.
Digerí la historia por un minuto. —Hombre —dije, estirando mis
brazos por mis piernas y arañando mis tobillos—. El amor puede ser una
perra, ¿no?
—Dices eso como si no hubieras amado.
Me molestó con sus palabras. —Por supuesto que amo. Amo a Rosa,
a mi hermano, al rancho —Arrugué la nariz—, amo la hierba bajo mis pies
y el aire en mis pulmones. —Encontré sus ojos—. Sé lo que es el amor, cómo
se siente.
—¿Pero el amor romántico? ¿Has estado “enamorada” antes?
Crucé mis brazos sobre el pecho de nuevo. —Bueno, esto está cada
vez más personal, ¿no es así? —La dirección que esta conversación tomó
hizo que mis piernas tuvieran ganas de correr. Lástima que me encontraba
en el medio de una gran masa de agua.
—¿Lo es? —preguntó Julian, inclinándose hacia delante, invadiendo
mi espacio. Retrocedí hasta donde pude, que fueron otros quince
centímetros en la pequeña canoa. Él se cernía sobre mí, proyectando una
sombra sobre mi cara. Todo lo que vi fue su cara. Llevaba una sonrisa
perezosa, el hoyuelo sumergido profundamente en su mejilla.
—Sí. —Lamí mis labios. El movimiento atrajo su mirada allí y mi
respiración se aceleró, mi pecho subiendo y cayendo. Mi sistema sensorial
se sentía completamente envuelto en Julian. Su aroma de sándalo y canela
invadiendo mi nariz y los rápidos latidos de mi corazón en respuesta a su
proximidad ahogando todos los demás sonidos. La sensación de sus dedos
haciendo retroceder los mechones que se aferraban a mis mejillas y la forma
en que me miró, como si grabara mi rostro en su memoria. El único sentido
privado era el gusto.
Como si pudiera sentir mis pensamientos, Julian llevó su boca a la
mía, simplemente descansando sus labios contra los míos por un minuto.
Mi corazón se estremeció. Julian inclinó lentamente sus labios hacia arriba,
ligeramente rozando contra mi labio superior. Mis ojos se cerraron,
disfrutando de este momento.
El beso fue una provocación; la caricia más suave de su boca
moviéndose sobre la mía. Lo sentí moverse justo antes de sentir sus labios
en mi frente. —Vamos —susurró, sus manos encontrando las mías—.
Volvamos para almorzar. —Me ayudó a sentarme antes de agarrar los remos
y arrastrarnos por el agua.
Siempre parecía tan tranquilo, tan íntegro, mientras que las
hormonas hacían estragos dentro de mi cuerpo. Lo miré con disgusto antes
de que sonriera y guiñara un ojo. —Tú sí usas los besos como un arma. Me
hiciste una pregunta personal y luego me besaste hasta el sin sentido —le
dije con indignación.
—No seas gruñona, Andra. —Cuando me miró, se encogió de
hombros—. No respondiste mi pregunta de todos modos.
—No —dije, tratando de suavizar la frustración que se metió en mi
voz—. No he estado “enamorada” antes. —Se hallaba en la punta de mi
lengua el hacerle la misma pregunta, pero me mordí la lengua en su lugar.
Julian me miraba con cuidado, a sabiendas, una pequeña sonrisa en sus
labios mientras nos remaba hacia la orilla.
Le ayudé a tirar de la canoa de vuelta al punto en que él la escondió.
Me dijo que era su canoa, pero que la dejaba aquí para que otros la usaran.
No había sido robada aún, por lo que se sentía afortunado.
Caminamos de regreso al campamento y comimos salchichas asadas
y ensalada de col en platos de papel. No había mirado el reloj durante todo
el día hasta ahora. —No puedo creer que ya son las tres. Pero, al mismo
tiempo, no puedo creer que sean sólo tres.
Julian levantó la vista del plato de papel y miró su reloj. —Es un
almuerzo tardío. Tengo brochetas y galletas con malvaviscos en el menú
para la cena de esta noche.
Me llamó la atención todo lo que planeó para nuestra cita y toda la
preparación. Me puse de pie y tiré mi silla de campaña más cerca de él. —
Gracias.
Me miró con curiosidad.
»Por esto. —Hice un gesto a mi plato y a en nuestro entorno—. No he
acampado en años y, aun así, no recuerdo que fuera tan fácil, tan relajante.
Julian se inclinó hacia delante, apoyando los codos en las rodillas,
acercando su cara a la mía. —Disfruto esto también ¿sabes? No todo es para
tu beneficio.
Lo miré un momento, contemplándolo. Su sonrisa por su comentario
sarcástico me hizo sentir justificada para agarrar un puñado de col de mi
plato y embadurnarlo en su cara. Así que lo hice. Por desgracia para mí,
Julian no perdió el ritmo y me untó un puñado de ensalada de col en mi
cabello, deslizando su mano viscosa sobre mi cara al final.
Sin más ensalada de col, improvisé. Cogí la salchicha de mi perro
caliente y le di una palmada en la cara con ella, enviando salpicaduras de
la salsa de tomate, mostaza, y pepinillos por todas partes.
La expresión de Julian fue la perfección. La risa brotó de mi garganta
cuando me puse de pie y me alejé, sin soltar el perro caliente en mi mano.
Julian miró a su alrededor antes de mojar lo que quedaba de su pan en su
vaso rojo de agua. Luego apretó el pan empapado en sus manos para el
efecto, dejándome ver la papilla pegajosa filtrándose entre sus dedos.
Retrocedí y sostuve el perro caliente en advertencia.
—Me diste dos veces, Andra. Es hora de pagar.
—Nah-ah. —Me encontraba sacudiendo mi cabeza hacia atrás y hacia
delante, caminando hacia atrás. Avanzó hacia mí, cual animal acechando a
su presa. Su paso era más largo que el mío, así que le di la espalda y eché
a correr hacia el agua.
Me alcanzó en sólo dos latidos y entonces un latido más tarde, mi
rostro estaba lleno de apestoso y húmedo pan de perro caliente. Me reía tan
fuerte que debí agarrarme de su cintura para evitar doblarme. Un momento
después, él me recogió y tiró encima de su hombro en lo que caminaba
dentro del agua antes de tirarme dentro sin contemplaciones.
Resurgí escupiendo, sin dejar de reírme. Julian se reía también, su
rostro una mezcla de col y vetas de color rojo y amarillo. —Tienes algo justo
aquí. —Hice un gesto, señalando mi mejilla antes de agitar drásticamente la
mano sobre cada parte de mi cara.
—Oh, ¿aquí? —preguntó Julian juguetonamente, limpiando la
mancha de ensalada de col en el nacimiento del cabello—. ¿Listo?
Me mordí el labio. —Sí, ya estás bien. —Sus cejas estaban llenas de
salsa de tomate y mostaza, y sus mejillas llenas de pepinillos.
Julian nadó más cerca de mí en el agua a profundidad del pecho. —
Todavía tienes algo en tu cara. Déjame ayudarte con eso.
Mantuve mi rostro hacia él y un segundo más tarde un fuerte chorro
de agua golpeó mi cara. Mis ojos estaban cerrados, pero mi boca no, así que
tragué una cantidad significativa de agua del lago. Abrí los ojos y los
estreché mientras Julian se reía. —Oh, vas a pagarlo.
Mi entrenamiento de defensa personal previo vino muy bien cuando
estiré una pierna, la enrosqué alrededor de la suya y tiré, lo que le hizo
perder el equilibrio e ir bajo el agua. Sentí sus manos agarrando mis piernas
bajo el agua y me hundí un momento después.
Cuando ambos salimos a la superficie nos reíamos. Julian agarró mis
manos atrayéndome hacia él. Me dejé llevar con gusto y llevé mis brazos
alrededor de su cuello, sus brazos alrededor de mi cintura.
—Eso es lo más divertido que he estado con una guerra de comida —
dijo mientras deslizaba el cabello de su cara.
—¿Te gusta que te peguen en la cara con un objeto fálico?
Julian sonrió. —¿A quién no le gusta?
Froté un pulgar sobre su ceja, eliminando lo que quedaba de los
condimentos antes de pasar mis uñas a través de su incipiente barba. Los
ojos de Julian se cerraron, sus largas pestañas negras rozando la parte
superior de sus pómulos, el agua corriendo por su rostro. De repente me
superó lo verdaderamente atractivo que era. Pómulos fuertes, grandes ojos
almendrados, cejas anchas y fuertes. Dejé que mis dedos pasaran sobre sus
rasgos y luego sacudí la punta de la uña del pulgar por sus labios.
Sus ojos se abrieron y vi el calor en ellos mientras me miraba. —Eres
hermoso —le susurré. Tragué la sensación que se instaló en mi garganta.
Me miró por un momento antes de inclinarse hacia delante y presionar
sus labios contra los míos. Estábamos pecho a pecho, corazones latiendo al
mismo tiempo. Sus manos ahuecaron mi mandíbula antes de inclinar
suavemente mi cabeza hacia atrás, dejando caer besos por mi garganta. Un
gemido tembló de mi garganta antes de que sus labios se movieran a mi
clavícula mientras sus manos se movían a mis hombros. Sentí su rastrojo
rozar mi piel sensible y mi cuerpo se estremeció.
Mantuvo sus labios castos, sin moverse más bajo que mi clavícula.
Mis manos agarraron su camisa bajo el agua y apreté mi agarre. Quería tirar
aún más cerca. Quería sentir la forma en que mi piel se sentía bajo su tacto.
Gemí su nombre, involuntariamente, y pareció que eso lo sacó fuera
del hechizo en el que se encontraba. Plantó un beso inocente en mi nariz
antes de abrir los ojos y lo miré con confusión. —¿Por qué te detuviste?
Suspiró y movió las manos bajo el agua, uniéndose a las mías. —Eres
como una droga para mí. Peligrosa. Adictiva. No puedo tener suficiente de
ti. —Trajo nuestras manos por encima del agua y besó una de mis manos,
aun sosteniendo la suya—. Pero quiero más, algo más que una noche, algo
más que un par de toques. Y tengo la sensación de que una vez que
crucemos esa línea, huirás. —No me molesté en protestar. Él conocía mi
modus operandi—. Eres un enigma para mí. Todas las piezas que componen
lo que eres, me intrigan. Quiero averiguar algunas de esas piezas y quiero
algo de tiempo para entenderte antes de llevar esto más lejos.
—¿Qué pasa con los sacos de dormir, entonces, los que se juntan? —
le pregunté en broma.
—Calor corporal. ¿Sabes el frío que hace aquí en la noche? Vamos a
querer estar cerca y personales esta noche para no perder la sensación en
nuestros dedos de los pies. —Como para enfatizar su punto, sus dedos se
cerraron sobre los míos en el agua—. Vamos —dijo, inclinando la cabeza
hacia la orilla—. Vamos a conseguir algo de ropa seca. Tengo que empezar
a marinar la carne para las brochetas. —Me llevó con él fuera del agua, sin
soltar mi mano.
14
Traducido por Minia16 & ∞Jul∞

izo que me cambiara dentro de la tienda, así que me puse los

H pantalones de chándal y una camiseta de manga larga. La


temperatura empezaba a bajar por detrás de las montañas
que rodeaban el lago, lo que significaba que pronto haría más frío. Como
tenía las zapatillas mojadas, me puse las sandalias.
Cuando salí de la tienda estaba avivando el fuego de la hoguera. Le
goteaba el agua de sus brazos, viajando por sus tensos músculos. El agua
oscurecía su cabello, goteando por su nuca hasta desaparecer bajo su
camiseta. Solté la respiración que no sabía que contenía.
Alzó la mirada hacia mí, sus ojos viajaron por todo mi cuerpo, llenos
de calidez. —¿Más calor?
Asentí y tiré de mis mangas antes de sentarme en una de las sillas de
camping que colocó alrededor del fuego. La nevera se hallaba abierta a su
lado, y vi que ya había mezclado la carne en una bolsa con algún tipo de
adobo. Las brochetas de madera se sumergían en el agua al fondo de la
nevera.
—¿Cocinas a menudo? —pregunté cuando regresó de cambiarse en la
tienda. También llevaba pantalones de chándal que colgaban de sus caderas
y una camiseta térmica ajustada.
Se encogió de hombros mientras se sentaba en la silla a mi lado y me
tendía una cerveza del interior de la nevera, abriéndola para mí antes.
—Era el mayor en una casa de chicas. Mi madre tenía varios trabajos,
así que era lo menos que podía hacer para ayudar en casa.
Fruncí las cejas. —¿Y tu padre?
Julian le dio un trago a su cerveza. —Mis padres se divorciaron
mientras mi madre estaba embarazada de mi hermana más pequeña. No le
vi mucho después de que se mudara de Colorado.
No recordaba que Julian hubiera hablado de su padre.
—¿Hablas con tu padre?
—Oh, sí. En realidad, hablamos mucho. Ahora que ha aceptado que
no quiero una carrera futbolística, ayuda con la lluvia de ideas para mis
novelas.
Le di un sorbo a mi cerveza y pensé en ello.
—¿Qué hay de tus padres? ¿Te llevas bien con ellos? —Julian empezó
a arrancar distraídamente la etiqueta de su cerveza.
Ah. La pregunta que evitaba como la peste. Sentí la mentira
ascendiendo por mi garganta y un momento antes de hablar, la culpa se
alojó en mi pecho.
—Estamos distanciados. No hablo con ellos.
Sentí que Julian giraba la cabeza en mi dirección mientras también
empezaba a arrancarle la etiqueta a mi cerveza.
—¿Por qué?
Apreté los labios hasta formar una fina línea ante la idea de
desarrollar más la mentira. Las mentiras no eran algo tangible, pero aun así
producían una impresión. Una vez que atravesaban tus labios, no podías
retirarlas. Se asentaban en el espacio sobre el que se construía la confianza,
pudriendo los cimientos de la conexión humana. Acumular mentiras una
encima de otra significaba añadir más podredumbre a lo que podía ser algo
bueno.
No era inherentemente buena. Lo sabía. Mi pasado estaba
contaminado. No pasaba el tiempo desarrollando relaciones románticas
estables. Habían tratado mi cuerpo como a un juguete, lo dañaron. Sí, era
cierto que no creía en pasar tiempo con alguien a largo plazo porque no
podía soportar las mentiras constantes. Pero parte de mí también creía que
no las merecía. Si otro me trató como si no fuera nada, ¿por qué creería que
era más que eso? Me encontraba dispuesta a tener relaciones sexuales a
corto plazo porque eso era fácil, algo que me quitaron. Así que ahora, esa
era una opción que podía dar. Cualquier cosa más profunda que esa era
injusta. Yo era oscura. Estaba podrida, corroía la bondad de los demás.
No me malinterpretes, no pensaba que fuera una persona terrible. Era
buena amiga, una buena trabajadora. Pero no podía darle a nadie más que
lo que veían en la superficie. Las mentiras eran más frecuentes que la
verdad. Mentiría por el resto de mi vida. ¿Cómo podría compartir una vida
con alguien que no me conocía, que creía en las cosas que decía?
No, esto era más fácil.
—¿Andra?
Salí de mis pensamientos por la sorpresa.
Sacudí la cabeza, aclarando las ideas.
—Perdón. —Le di un trago a mi cerveza y me recordé su pregunta
anterior. Pero antes de que pudiera hablar me interrumpió.
—No tenemos que hablar de ello.
Esta era mi salida. Sabía que debía tomarla, pero me sentía culpable.
Había compartido lo de su familia. ¿Sería mejor no contarle nada o decirle
una mentira?
—Rosa es como mi familia. Todos en el rancho, son más de lo que
merezco. —Una verdad.
—No me lo creo —contestó. No pude contener la carcajada. No creía
en lo único en lo que fui sincera. Me miró interrogante ante mi arrebato—.
¿Qué te hace pensar que mereces menos de lo que tienes?
Oh. No tenía intención de dejar que esa parte se escapara de mis
labios. Inspeccioné mi cerebro en busca de una respuesta.
—No soy una persona muy emotiva. No dejo entrar a la gente. —Otra
verdad.
Observé que Julian se mordía el labio, sumido en sus pensamientos.
Se recostó en la silla y se pasó una mano por la barbilla. Oí el raspado de
sus dedos contra su barba incipiente y mi mente se llenó de destellos de su
barba frotándose contra mi piel.
—¿Por qué no dejas entrar a la gente?
Le di otro sorbo a mi cerveza. Julian sacaba sin saberlo algunas de
las primeras verdades de mis labios.
—Porque es más fácil no hacerlo.
Julian no contestó a eso, acabó la cerveza antes de levantarse e ir
hacia la tienda. Antes de que pudiera preguntarle qué hacía, volvió con la
funda de la guitarra. Mi corazón retumbó en mi pecho.
—¿Te importa? —preguntó mientras sacaba la guitarra de la funda.
Negué con la cabeza y observé, embelesada, mientras empezaba a afinar la
guitarra.
Un momento después empezó a tocar. La introducción sonaba
familiar, pero no sabía exactamente por qué.
Y luego empezó a cantar. Su voz era suave, pero con cuerpo. Era
profunda, limpia y clara. No tuvo problemas cuando aumentó el ritmo de la
canción. Sabía que cantaba la canción que dijo era su favorita: “Name”.
Escuché la letra con atención mientras rasgueaba la guitarra. Me estremecí,
sintiéndome transparente. Menos mal que no me miraba directamente
mientras cantaba, porque no vio los nervios que me inundaron, haciendo
que quisiera rascarme la piel.
Cuando terminó, sus ojos encontraron los míos. Sonrió con timidez.
—Me encanta esa canción. Es la primera canción que aprendí a tocar.
Como no quería diseccionar la letra, intenté cambiar de tema.
—¿Cuánto hace que tocas?
Las manos de Julian pasaron sobre el mástil de la guitarra, un
movimiento que me inquietó.
—Unos diez años.
Estoy segura de que mis ojos traicionaron lo sorprendida que me
sentía por eso, porque se rió.
—¿Recuerdas que te dije que jugué al fútbol durante todo el instituto?
—Asentí—. Me uní al equipo para impresionar a una chica que me gustaba.
Pero resulta que le gustaba más la música que los deportes. Así que me
apunté a una clase de guitarra en el instituto. Tenía grandes ideas para
impresionarla con la música.
Me reí. —¿Y? ¿Te funcionó? ¿La impresionaste?
Julian se rió conmigo. —No. Vio lo que intentaba y no estuvo
impresionada ni mucho menos.
—¿Qué? —Me sorprendí—. ¿Qué chica no estaría impresionada por
que te molestaras en enamorarla?
—Bueno, en realidad eso era parte del problema —dijo. Puso la
guitarra con la parte de atrás contra sus piernas—. Pensó que la estaba
acosando y habló con un asesor académico. Fue bastante vergonzoso, la
verdad. Eso mató mi afecto por ella.
—A lo mejor tramaba algo. —Alcé los brazos para ponerle énfasis a lo
que acababa de decir—. Siempre te las arreglas para encontrarme. Tal vez
eres un acosador secreto.
—Nah, quizás quieres que te encuentre.
Sus ojos encontraron los míos y, aunque bromeaba, pareció como si
hubiera un doble sentido en sus palabras. Intenté quitarle importancia con
una sonrisa. Señalé la guitarra.
—¿Aceptas peticiones? —Agité las pestañas, resaltando mi pregunta.
Julian sacó pecho exageradamente.
—Claro que sí.
—Umm… —Entrecerré los ojos en contemplación y me tamborileé la
frente con un dedo—. ¿Qué tal algo de Poison?
Los labios de Julian se extendieron en una sonrisa infantil mientras
empezaba “Every Rose Has Its Thorn”. Canté con él, añadiendo todo el
drama que podía, y toqué la guitarra eléctrica en el aire en las partes
adecuadas. Fue lo mejor que me lo había pasado en mucho tiempo, y Julian
no se detenía al cambiar de canción. Tocó unas cuantas canciones que no
conocía, así que me recosté en la silla y disfruté de su voz en el cielo que se
oscurecía mientras el sol bajaba del cielo. Su voz conmoviéndome cuando
hablaba o cuando cantaba.
Cantó “Cannonball” de Damien Rice por último y su voz adoptó un
timbre diferente. Se había ido la voz clara y nítida. Tenía un sonido más
grave, no estaba segura de sí era a propósito o al extender demasiado las
vocales. Pero como con todo lo que hacía, estaba embelesada. Al final de esa
canción sentí la carne de gallina por mis brazos y algo se estrujó en mi
pecho.
Después de que terminara “Cannonball” me ofreció la guitarra para
poder ensartar las brochetas. Tiré de las cuerdas sin tocar ninguna canción
en especial, tocando acordes aleatorios.
Julian puso una rejilla en el fuego y dejó que se calentara unos
minutos. Puso las brochetas sobre la rejilla y luego se sentó a mi lado
mientras se cocinaban. Filete, pimientos, cebollas y champiñones. Casi no
pude evitar relamerme.
—Huelen genial.
Julian asintió y se lavó las manos con el agua de la nevera y un
desinfectante antes de tomar la guitarra y regresarla en su funda dentro de
la tienda.
—El adobo es uno de mis secretos, un mejunje que hice después de
incontables intentos en la cocina.
Intenté imaginar cómo era crecer con tantas hermanas y tanta
responsabilidad.
—¿Te ocupabas de tus hermanas mientras crecías?
Julian me ofreció otra cerveza antes de tomar una para sí mismo.
—Bastante. Fui el hombre de la casa cuando papa se mudó. Pasamos
esos primeros años con lo mismo para cenar todas las noches: macarrones
con queso. Cuando cumplí los dieciséis, empecé a hacer la compra y me vi
muchos programas de cocina. Luego empezamos a comer algo que no saliera
de una caja. Fue una revelación.
Comprobó las brochetas, dándoles la vuelta. Sentí que se me hacía la
boca agua por más razones que el olor de la comida. Se hallaba inclinado
hacia delante, la camiseta se le subía, exponiendo parte de su espalda baja.
Sólo ese poco de carne expuesta fue suficiente para hacerme sentir un
hormigueo de necesidad. Sentí que no controlaba las reacciones de mi
cuerpo. Sabía que lo que sentía, tanto física como emocionalmente, era una
anomalía para mí.
Julian quería más de mí, lo sabía. Me di cuenta cuando levantó la
cabeza y me miró directamente a los ojos, sus cejas fruncidas. Quería un
vistazo dentro de mi cabeza. Y lo extraño era que yo quería permitir ese
vistazo. Pero al mismo tiempo, sabía que permitírselo sólo causaría daño a
los dos.
—Casi está listo.
Eso sacó mi cabeza de su guerra interna. —No puedo esperar.
Julian sonrió, su pequeña sonrisa infantil divertida. Era una de sus
muchas sonrisas, todo lo cual tiró una sonrisa reacia de mis labios en
respuesta.
—¿Te gustan los s’mores?
—¿No te acuerdas? Me gustaría insertarme un tubo de alimentación
de chocolate si fuera posible. —Me acomodé en la silla, disfrutando del calor
del fuego mientras la noche se enfriaba.
—Por supuesto que lo recordaba. Es poco probable que pudiera
olvidarme. Eres algo más, Andra Walker.
El cumplido fue inesperado, pero apreciado. —Bueno eres cuidadoso
y reflexivo, Julian Jameson. ¿Cuál es el truco?
Julian me miró con fingida seriedad. —Me temo que soy un terrible
besador —dijo, suspirando dramáticamente.
—Bueno, yo sé que eso es una mentira —le contesté, bebiendo mi
cerveza.
—Bueno. Soy un escritor de mierda.
—Lo dudo. Te busqué. Eres algo importante.
Julian parecía incómodo. —Sólo soy yo.
Un pensamiento se me ocurrió. —¿Por qué vas por J.J.?
Agarró un par de platos de papel y se agachó junto al fuego, girando
los pinchos, una vez más. —Porque quería desconectar mi vida personal de
la profesional. J.J. es vago. Es una especie de imbécil, para ser honesto.
Me reí, golpeando mi mano sobre mi boca para contener el ruido.
Julian me miró con una ceja levantada. —¿Qué?
—Esa fue la impresión que diste en tu primer correo electrónico al
rancho sobre la reserva. Juré que serías un idiota estirado.
Julian no parecía sorprendido. —Quería que pensaran eso. Lo creas o
no, no hago un hábito de dejar que las personas entren. Soy cerrado, como
tú —dijo, reuniéndose con mis ojos, el desafío en ellos retándome a discrepar
con su evaluación.
Me encogí de hombros. —No es porque esté escondiendo algo.
Simplemente no siento el deseo que todos sienten; el deseo de decirle a todo
el mundo todo lo relacionado con su vida.
—Lo cual es el porqué no tienes un Facebook, supongo.
Por supuesto que me buscó en Facebook. —Eso es parte de ello, sí.
Me gusta mi anonimato. Y, además, no tengo mucho más fuera del rancho.
No viajo, no asisto a fiestas, no conozco gente famosa —aparte de ti— así
que mi vida sería bastante aburrida para algunas personas. Y no quiero que
la gente piense eso. Amo mi vida. No busco la validación de nadie sino de
mí misma.
Julian me miraba con una expresión de total comprensión. —
Realmente respeto eso de ti, Andra. —Volvió a mirar a los pinchos y los giró
de nuevo—. Valoro mi privacidad también. Es por eso que voy por J.J.
—Entonces, ¿quién te llama Julian?
Sacó cuatro pinchos y los puso en un plato de papel antes de
entregármelo. —Mi mamá, mis hermanas. —Sacó otros cuatro pinchos y los
puso en un segundo plato antes de deslizar los pinchos restantes a otro
plato. Se acomodó en la silla a mi lado y deslizó un trozo de carne de la
brocheta, haciéndolo estallar en su boca. Sonrió al masticar y me miró—.
Mis amigos. Tú.
—¿No te presentas cómo Julian? ¿Qué pasa con tu gente de libros? —
Estallé un pequeño champiñón en mi boca y cerré los ojos, gimiendo. Limón,
ajo y pimienta explotando en mi lengua.
—¿Siempre haces eso? —preguntó Julián, con voz ronca. Mis ojos
seguían cerrados, pero mis labios estirados en una sonrisa felina.
—Sólo cuando saboreo algo increíble. —Abrí los ojos y miré a los ojos—
. Esto está increíble. Desperdicias tu talento escribiendo.
Se rió y estalló un champiñón en su propia boca. Mordí un trozo de
carne en mi boca y traté de reprimir el gemido resultante. »Mierda, Julian.
—Me alegro de que te guste. —Se pasó la lengua por los dientes, al
parecer pensativo, antes de decir—: Espero que me dejes cocinar para ti otra
vez.
—¿Dejar? Infierno, te encadenaré a mi cocina si significa que podrás
cocinar así para mí otra vez.
—¿Oh, bondage? Puedo manejar eso.
Sabía que mis mejillas ardían. ¿Yo? ¿Ruborizándome? ¿En qué
universo alternativo acababa de entrar? —Nunca respondiste a mi pregunta,
¿sabes? —dije, aclarando mi garganta—. ¿Tus lectores te llaman J.J.?
—Sí. Ninguna vez me he presentado como Julian.
—Interesante. —Mordí otro hongo—. ¿Preferirías que te llame J.J.?
—No. —La respuesta fue rápida y firme. Levanté una ceja—. Eres más
que una conocida, Andra. Y ni siquiera has leído mis libros. —Se rió y tiró
sus pinchos terminados en el fuego.
—Cierto. —Mordí pensativo—. Así que, Heloise y Abelard. ¿Por qué
sabes tanto de su historia?
—Siempre he encontrado las trágicas historias de amor fascinantes,
aunque no lo creas. No estoy de acuerdo a la creencia de que cada historia
de amor está destinada a tener un final de felices por siempre.
—¿Por qué no?
—Bueno, piensa en ello de esta manera: ¿alguien le importaría si
Romeo y Julieta hubieran vivido felices? Fueron las luchas que enfrentaron
lo que hizo la historia irónica. O Cyrano de Bergerac, otra historia
deprimente de amor. Claro, al final ella se da cuenta de que siempre fue él,
pero Cyrano está muerto. Su historia de amor terminó el momento en que
comenzó. Roxanne lamenta la muerte de Christian erróneamente, pensando
que él es el autor detrás de las cartas. Pero ella se da cuenta de la verdad al
final y ahora tiene que llorar a otro hombre.
—Si estás tan enamorado del amor trágico, ¿por qué escribes
misterios? —pregunté, lanzando mi pincho en el fuego.
—Porque me gustan los acertijos. Disfruto los desafíos. Lo cual —
Alcanzó el atizador en el fuego para ajustar los leños ardiendo—, es por eso
que me sentía tan atraído por ti en primer lugar. Te hiciste un desafío para
mí. Eso es como agitar un hueso delante de un perro. Tenía una compulsión
para aceptar el reto que, sin saberlo, ofrecías. Así que, si se piensas en ello,
es una especie de culpa tuya.
—¿Soy un desafío, un rompecabezas? —Tomé un momento para
masticar más carne—. ¿Qué pasa si pones las piezas juntas, entonces? ¿Has
terminado?
Debido a que miraba al fuego, no podía ver sus ojos. Pero sus labios
se curvaron en una pequeña sonrisa. —Tu historia no está terminada.
Siempre habrá piezas para armar. Mira, cuando escribo una de mis
historias, conozco todas las piezas del rompecabezas. Soy el que las separa.
Soy el que crea y luego desentraña el misterio para mis lectores. Sé el
principio y el fin. —Lanzó otro pincho en el fuego, provocando una chispa
crepitar desde dentro—. No sé estas cosas de ti. Me estás dando un vistazo
aquí y allá, pero eres un misterio todavía. —Tomó un sorbo de su cerveza
antes de continuar—. También eres divertida e inteligente. Puedo verte
asimilar lo que digo y responder cuidadosamente. Eres más que solo
hermosa. Y nunca he conocido a nadie como Andra Walker.
Guau. Me quedé sin palabras. ¿Había pasado eso antes?
»Así que ahora soy el que se pregunta, ¿cuál es el truco?
Reí. —Bueno, no diría que mis habilidades en la cocina son
impresionantes. O los resultados incluso comestibles.
—Eso es por lo que estoy aquí. Dime algo más.
—Probablemente huelo a mierda de caballo la mayoría de los días.
—Falso. Hueles como naranja clementina.
—Has mencionado eso. Bueno, soy una persona hogareña. Rara vez
dejo el rancho.
—¿Y por qué lo harías? Tienes paz allí. El estanque, el bosque y la
cabaña son todas las partes de ti. Si alguien piensa que esos son
inconvenientes, entonces no deben gustarte. Así que ¿por qué molestarse
con ellos?
Fue aterrador lo bien que Julian me conocía ya. Y que incluso le
importaba para notar estas cosas sobre mí. Sabía que era una tontería, pero
no podía dejar de sentirme aún más atraída a Julian. —Eres sin duda un
escritor —murmuré.
—Puedo leer tu lenguaje corporal, sabes —dijo, tirando su plato de
papel ahora vacío en el fuego.
—¿Qué es lo que mi lenguaje corporal te dice?
—Que mis observaciones te hacen sentir incómoda, pero de una
manera extraña que te gusta.
—¡Ja! —Dio en el clavo. Eso era exactamente lo que sentía—. Bien. —
Me estiré, poniéndome de pie. Tiré mi plato vacío en el fuego y me paré
delante de Julián—. ¿Qué te está diciendo mi lenguaje corporal cuando hago
esto? —Subí con tanta gracia como fue posible en su regazo. Su brazo
inmediatamente se envolvió alrededor de mi espalda.
—Que quieres sentarte en mi regazo —respondió con total
naturalidad.
—¿Qué te dice mi lenguaje corporal cuando hago esto? —Deslicé mis
labios hasta su cuello, rozando sus venas. Sentí sus brazos apretarse
alrededor de mí y él exhaló un profundo suspiro.
—Que quieres liarte.
—Um-hmm. —Ronroneé junto a su garganta, sintiendo su nuez de
Adán contra mis labios. Su mano agarró la parte posterior de su cabeza, sus
dedos retorciéndose en mi cabello. Rozó sus labios a lo largo de mi
mandíbula y finalmente encontró mis labios.
15
Traducido por Minia16

espués de besarme con Julian hasta que oscureció, al fin

D nos separamos en un lío de pesadas respiraciones y piel


enrojecida. Julian tomó las cosas para las galletas del
interior de la tienda mientras yo añadía otro tronco al fuego. Empezaba a
hacerse tarde y hacía más frío, así que agradecí la manta que ofreció Julian
cuando salió de la tienda.
—¿Pensaste en todo?
Julian sonrió y me tendió un palo. Saqué mi navaja y empecé a afilar
la punta del palo para los malvaviscos. Empezaron a caerme astillas en el
regazo y las eché a la hoguera.
—¿Te apetece cambiar de bebida? —preguntó.
Había terminado mi segunda cerveza hacía una hora, así que asentí
mientras empezaba a afilar el segundo palo. Oí el inconfundible sonido del
corcho al salir de la botella. Giré la cabeza.
—¿Champán? —pregunté con incredulidad.
—En vasos, nada menos —replicó Julian y me tendió el brillante vaso
rojo burbujeando con champán.
—¿Es esto una combinación de tu gusto y mi clase? —pregunté,
haciendo girar el pálido líquido en mi vaso.
Julian me miró rápidamente.
—Más bien es una combinación de mi gusto y comodidad. Las copas
altas no son exactamente prácticas. La ropa sofisticada y la comida
sofisticada no te convierten en elegante, Andra.
Me sentí como si me riñeran. Pero tenía razón, por así decirlo. A
menudo encontraba humor a mis expensas, aunque no siempre era
insultante, mi última puntualización lo fue.
—Tienes razón —dije antes de oler un poco el champán—. Pero sí que
me gusta el champán. Acompaña mucho mejor las galletas que la cerveza.
Julian deslizó dos malvaviscos en la punta de cada palo afilado antes
de tomar un palo de mi mano. Los colgamos sobre el fuego, las llamas
apenas lamían los dulces blancos.
—¿Brindamos? —preguntó sosteniendo el vaso en alto.
—¿Por qué? —pregunté alzando el vaso junto al suyo.
—Por ti. Por mantenerme en ascuas.
Negué con la cabeza.
—Preferiría brindar por ti. Esta ha sido la mejor cita que he tenido.
—Me temo que estamos en punto muerto, entonces.
Sonreí.
—Brindemos el uno por el otro, entonces —ofrecí, inclinando la cabeza
en su dirección. Chocó el vaso contra el mío y ambos le dimos un sorbo—.
Como todo lo demás, esto está delicioso.
Julian miró su vaso.
—Sí, es uno de mis favoritos.
Cuando los malvaviscos estuvieron suficientemente dorados,
montamos las galletas y nos ensuciamos al comerlas.
—Bueno —dije haciendo un gesto hacia la fogata—, ¿siempre
impresionas así a las mujeres? ¿Champán en vasos de plástico con galletas?
Un lado de sus labios se curvó en una sonrisa. Sus labios tenían una
simetría tan perfecta.
—Supongo que necesito saber si te estoy impresionando antes de
poder responder a esa pregunta.
—No —dije, mordiéndome el interior de mi mejilla. No lo miré a los
ojos hasta un momento después—. No necesitas impresionarme. Esto —
Moví el vaso entre nosotros—, se siente natural. No manipulado por cosas o
palabras. —Di un sorbo, más por valor que por otra cosa—. No estoy
acostumbrada a esto. A este tipo de necesidad. —Di otro sorbo, bajando el
chocolate y los nervios—. Es solo nuestra segunda cita, y siento… —Busqué
las palabras en mi cerebro, fallando miserablemente—, cosas. Cosas. Estoy
sintiendo cosas. —Lo miré a los ojos, avergonzada por mi confesión.
Sus ojos reflejaban la luz del fuego, las sombras bailaban en su cara
mientras las llamas rugían. Esbozó su sonrisilla misteriosa.
—Yo también estoy sintiendo cosas —susurró.
—¿Puedo volver a sentarme en tu regazo?
—Por favor.
Me acurruqué en su regazo, sus brazos me rodearon y la manta nos
cubrió a ambos mientras bebíamos el champán y hablábamos hasta que se
apagó el fuego.
Antes de entrar en la tienda para pasar la noche, Julian me tomó de
la mano y me condujo a una zona con hierba.
—¿Te parece bien aquí?
Lo miré con confusión antes de entender a qué se refería. Mis
oraciones nocturnas. Asentí, tragando el repentino nudo de mi garganta.
Puso la linterna que trajo en el suelo y señaló la tienda.
»Iré a desenrollar los sacos de dormir mientras rezas.
Me acosté en la hierba y cerré los ojos, inhalando y exhalando durante
un minuto. Presté atención a los sonidos, los grillos trinando suavemente,
el sonido de las hojas crujiendo ligeramente en la brisa nocturna. Y luego
susurré mis oraciones.
Tras apagar la linterna me uní a Julian en la tienda. Me tendió una
linterna.
»Toma. Saldré mientras te pones el pijama. Volveré dentro de unos
veinte minutos, voy a llevar la nevera y nuestra basura al coche. No quiero
dejar comida cerca de la tienda.
—Vale —susurré.
Me puse mis leggins y unos calcetines de algodón. Me saqué la
camiseta de manga larga y me puse una camiseta de tirantes ajustada.
Ordené cuidadosamente mi mochila, dejando fuera los vaqueros y mi
camiseta para la mañana siguiente.
No fue hasta que estaba metiéndome en el saco de dormir que recordé
que mañana por la noche estaría durmiendo en Michigan. El terror se asentó
como si fuera plomo en mi estómago. Mientras intentaba concentrarme en
otras cosas, la tienda se abrió y entró Julian. La tienda se hallaba a oscuras,
ya que había apagado la linterna. Me tendió una botella de agua.
—Toma —dijo—. No quiero que mañana te entre dolor de cabeza por
la cerveza y el champán.
Aunque no me sentía borracha por el alcohol, tomé el agua y la abrí,
bebiéndola ansiosamente.
—Gracias.
Julian se quitó los calcetines y se sacó la camiseta por la cabeza.
Desafortunadamente, lo único que pude distinguir fue un torso oscuro. Se
puso a mi lado, los dedos de sus pies jugueteaban con los míos.
—¿Te pones calcetines para dormir? —preguntó.
Terminé la botella de agua y la tiré junto a mi neceser, poniéndome
de lado para mirarlo.
—Cuando acampo. No me gusta tener los dedos fríos. —Froté los
dedos con los suyos antes de que atrapara uno de mis pies entre los suyos.
Mis ojos se ajustaron a la oscuridad lo suficiente como para que pudiera
distinguir sus rasgos un poco mejor.
»Lo de hoy fue divertido —susurré, acercándome a él. El crujido del
saco de dormir me delató, y pude distinguir los dientes de Julian brillando
en una sonrisa.
—Sí —susurró en respuesta antes de apartarme un caprichoso rizo de
mi cara—. Gracias por aceptar tener otra cita conmigo.
Su mano bajó de mi cabello para ahuecar mi mandíbula y apoyé la
cara contra ella, cerrando los ojos.
—Las dos mejores citas que he tenido.
—¿Cuántas citas has tenido?
Sonreí.
—Dos.
Se rió y su sonido me envolvió en esta diminuta tienda de campaña.
Sus ojos parecían iluminados con calidez mientras me miraba. Su pulgar y
su índice me sostenían la punta de la barbilla. Su cara se acercó a la mía y
contuve el aliento con anticipación. Se acercó más, hasta que nuestros
labios estuvieron a milímetros. Sentí su cálido aliento contra mis labios y
mis ojos cerrados. Pasé la lengua por mi labio superior y, como estaba tan
cerca, también rocé el labio de Julian. Y luego sus labios encontraron
hambrientamente los míos.
Deslicé la mano que no sujetaba mi cabeza por el pecho de Julian,
mis dedos trazaban las duras ondulaciones de los músculos mientras su
lengua pasaba sobre la mía. El deseo me atravesó con fuerza, haciendo que
enterrara las uñas a un lado de su estómago. Sentí que los músculos se
tensaban bajo las puntas de mis dedos. La mano de Julian se deslizó por mi
espalda antes de atraerme con fuerza hacia él. Nunca antes sentí tan
intoxicadamente excitada. Parecía como si hubiera estado dormida durante
años y mi cuerpo al fin estuviera volviendo a la vida, mis extremidades
revivían con la sensación.
Me estremecí por la sorpresa ante la reacción de mi cuerpo. Esta vez
fui yo quien se apartó primero.
Julian sostuvo mi cara entre sus manos, nuestras frentes se tocaban.
Mis ojos permanecieron cerrados mientras inhalaba y exhalaba a la vez que
Julian, cuyas exhalaciones se mezclaban con las mías. Mi corazón latía
fuertemente contra mis costillas, mis labios temblaban con cada
respiración. Sentí que los labios de Julian se presionaban contra mi frente.
—Buenas noches, Andra —susurró, apartándose un poco para
acomodarse en su almohada.
Dudé por un momento antes de apartar mi propia almohada y apoyar
la cabeza en su bíceps. Sentí que su brazo rodeaba mi espalda mientras me
acercaba. Me sentí segura. Me sentí cálida.
Estuve dormida en unos minutos.
A la mañana siguiente, Julian me despertó en la oscuridad.
»Andra. Despierta. Tenemos que recoger la tienda y ponernos en
marcha.
Me froté los ojos para alejar el sueño y me incorporé, estirando las
extremidades en la oscuridad.
—¡Brr! —exclamé, frotando las manos contra mis brazos desnudos—.
¡Hace muchísimo frío!
Julian se estaba poniendo los calcetines.
—¿Ves a lo que me refería con lo del calor corporal?
Justo cuando me acababa de dar cuenta de que no había traído nada
más de abrigo que una camiseta de manga larga, Julian lanzó una sudadera
y me la puse rápidamente. Olía a él: a madera de sándalo y canela.
—Gracias —murmuré, saliendo del saco de dormir y poniéndome los
vaqueros sobre los leggins. Volví a estremecerme, deslizándome un segundo
par de calcetines sobre el par que me puse para dormir. Julian tendió mis
botas de montaña antes de empezar a separar los sacos de dormir. Tomé
uno de ellos y lo enrollé, asegurándolo a mi mochila antes de tomarla y
seguir a Julian fuera de la tienda.
Desmontamos la tienda en silencio y relativamente a oscuras. Julian
había encendido su linterna de aceite y proporcionaba suficiente luz para
ver lo que estábamos haciendo. Cuando aseguramos la tienda a su mochila,
volvimos al auto.
Después de una hora conduciendo, Julian paró en una pequeña
cafetería de la carretera y tomamos té con roscas antes de volver a ir hacia
el rancho.
Mi mano encontró la suya sin pensar sobre la palanca de cambios y
entrelazó los dedos con los míos.
—Ha sido la mejor cita que he tenido nunca —dije, mirándolo.
Julian me miró por un momento antes de volver a fijar los ojos en la
carretera.
—También ha sido la mejor cita que he tenido. Y la más larga. Está
usted rompiendo récords, señorita Walker.
Sonreí, atrapada en esta sensación de alegría. Por mucho que me
encantara trabajar en el rancho, se sintió tan bien, tan lujoso incluso,
apartarme del día a día y estar en la naturaleza. Era un bálsamo calmante
para mi alma, un indulto merecido de las preocupaciones que llenaban mi
cabeza. Mientras se acortaban los kilómetros para llegar al rancho, supe
que necesitaba guardar este sentimiento mientras se cernía la realidad de
lo que esperaba esta noche.
Julian me dejó en mi puerta y se despidió, besándome con suavidad.
Me lavé la cara en el baño y bebí otra taza de té antes de dirigirme a la casa
grande para empezar mi día, guardando platos limpios y haciendo la colada.
Luego, deshice todas las camas de las cabañas vacías y puse toallas limpias
en los baños. Les saqué el polvo a todas las superficies y limpié los baños.
Pondría en cada cabaña una cesta de bienvenida la mañana en la que
llegaran los huéspedes.
Me pasé el resto del día ayudando a Rosa con varias tareas dentro de
la casa grande, evitando mirar el reloj. Fallé miserablemente.
Cuando dieron las cinco en punto, oí que se cerraba la puerta de la
oficina principal, la puerta de madera chocó contra su marco.
Cerré la tapa de la lavadora y lavé mis manos, frotándolas con la
suficiente fuerza como para ponerlas rojas. Tenía muchas ganas de ver a
Six, pero sabía que verlo sería agridulce dado que la razón de su visita no
era agradable. Sentí su presencia en el cuarto de lavado antes de que dijera
nada.
—Hola, niña.
Me sequé las manos en la toalla y me di la vuelta para mirarlo. Se
encontraba apoyado contra el marco de la puerta, con las manos en los
bolsillos. Analicé su aspecto. Había pasado un tiempo desde que lo vi por
última vez. Se había afeitado y no sólo su barba. Estaba completamente
calvo. Lucia bronceado y parecía estar en forma. No habría sabido que era
él si no fuera por sus ojos. Sus ojos eran de un verde musgo brillante.
Vestía vaqueros y una chaqueta de cuero, parecía como si acabara de
salir de un anuncio de ropa de hombre en lugar de salir de un avión. Parecía
tener la mitad de sus cuarenta sin su habitual barba y su descuidada
melena.
Caminé hacia sus brazos. A pesar del cambio en su apariencia, seguía
oliendo igual. Como a cuero y especias. Inhalé su aroma mientras frotaba
mi espalda. Six era muy taciturno normalmente: no se dejaba llevar por las
emociones ni se sentía obligado a compartir lo que pensaba. Pero conmigo
a veces bajaba la guardia y dejaba ver un poquito de sus pensamientos.
»¿Qué tal estás?
Me aparté de él y me encogí de hombros.
—¿Adónde se ha ido tu cabello? —Froté la mano contra su rapada
cabeza.
Se pasó la mano por su suave cuero cabelludo.
—Pensé que sería mejor que me viera… diferente.
Me atravesó la comprensión.
»También tengo un disfraz para ti. Pero tenemos que esperar hasta
que pasemos los controles del aeropuerto.
—NO me voy a rapar la cabeza, Six.
Me concedió una breve sonrisa.
—Admito que se me ha pasado por el cerebro. Pero no te preocupes,
tengo otra cosa en mente.
Como siempre, Six era misterioso.
—¿Tienes hambre? Oscar ha hecho espaguetis y albóndigas. —Six
volvió a sonreír. Mientras estuve oculta en su casa, lo único que pude hacer
decentemente habían sido espaguetis con albóndigas. Los comíamos dos
veces a la semana. Después de que me fuera, en uno de sus momentáneos
lapsus de charla, admitió que los echaba de menos. Me aseguraba de
hacerlos cada vez que venía de visita.
Six y yo fuimos los primeros en cenar. Nos sentamos cerca de la puerta
de la cocina y comimos en silencio. Intenté comer lo más rápido posible,
principalmente para evitar encontrarme con Julian. No le había dicho que
me iba porque no quería mentir sobre la razón de mi ausencia. Cada vez se
hacía más difícil contar mentiras, lo que significaba que probablemente eran
más difíciles de creer.
Six arqueó una ceja en mi dirección.
—No tenemos que irnos hasta dentro de treinta minutos. No tienes
que inhalarla.
—Lo sé. Sólo quiero terminar con esto. —Era eso en parte, al menos.
Me miró con sospecha, pero terminó de comer antes de hablar
rápidamente con Rosa mientras llenaba el lavavajillas con nuestros platos.
»Sólo tengo que tomar mi bolsa. Te veré en el coche —grité por encima
del hombro mientras salía corriendo por la puerta. Marché hacia mi cabaña,
tomando mi bolso, teléfono y el bolso de viaje. Tenía tanta prisa por salir por
la puerta que no vi a Julian en la entrada hasta que mi cuerpo chocó contra
el suyo. Fue el aroma lo que lo delató cuando todo lo que vi fueron sus
hombros.
Alzó las manos para estabilizarme.
—Eh. Reduce la velocidad, pequeñaja.
Solté el aliento y alcé la mirada hacia él.
—Hola.
—Hola. —Sus ojos miraron mis manos llenas—. ¿Adónde vas con
tanta prisa?
Antes de que pudiera abrir la boca para contestar, oí que Six me
llamaba por mi nombre. Julian frunció la ceja y se dio la vuelta para mirar
a Six de pie en mi porche detrás de Julian.
Se observaron, la expresión de Six era de más preocupación que la de
Julian.
—¿Eres el hermano de Andra? —preguntó Julian.
Six me miró por un minuto antes de relajar las facciones. Tenía mucho
control sobre sus expresiones faciales, era una habilidad que siempre
envidié.
—Sí, lo soy. Soy Six. —Extendió la mano para que Julian se la
estrechara. No me sorprendió que Six no le diera un nombre falso. Six no
era más su auténtico nombre de lo que Andra era el mío, pero ambos eran
nombres que nadie podía conectar con nuestras verdaderas identidades.
—Julian. —Tras estrechar las manos, ambos me miraron para que
explicara la relación. Esto era incómodo.
—Julian es… —empecé, no muy segura de cómo continuar. Julian me
miró antes de intervenir.
—Un amigo.
Vi que los labios de Six se movían y supe que se estaba pasando la
lengua por los dientes. Para mí era una señal de que tenía algo en mente.
Sabía que habría más preguntas en mi futuro una vez estuviéramos solos.
Asintió en dirección a Julian, sus ojos se movieron brevemente hacia los
míos.
»¿Te vas? —me preguntó Julian. Sentí los ojos de ambos sobre mí y
jugueteé con las asas de mis bolsos.
—Sólo un par de días. Volveré el viernes —respondí. Esperaba que no
pidiera más información. Gracias a Dios, Julian retrocedió.
—Te veo el viernes, entonces. —Parecía como si quisiera decir más,
pero no lo hizo. Six observó nuestro intercambio con gran interés. Sentí que
me sudaban las palmas de las manos.
—Vale —dije mientras cerraba la puerta de mi cabaña detrás de mí.
Cuando volteé, Julian caminaba de regreso a su cabaña. Me sentí inquieta
y le tendí mis bolsas a Six—. Dame un minuto —dije antes de correr tras
Julian.
»Julian.
Se dio la vuelta, su expresión mostraba sorpresa.
—Hola.
—Yo… —No sabía qué decir. Corrí hacia él por impulso. Así que puse
las manos en sus hombros y me puse de puntillas, plantando los labios
firmemente sobre los suyos. Los brazos de Julian rodearon mi torso,
manteniéndome pegada a él mientras correspondía.
Cuando al fin nos separamos, susurré contra sus labios—: Adiós.
Sentí que sus labios se curvaban contra los míos antes de besarme
rápidamente una vez más y luego soltarme.
—Adiós, Andra.
Me alejé de él, incapaz de ocultar la sonrisa de mi cara. Me senté en
el asiento del copiloto del auto de alquiler de Six y no lo miré a los ojos
mientras abrochaba mi cinturón.
—¿Estás lista? —preguntó Six. Asentí y metí los mechones sueltos
detrás de la oreja. Estábamos en mitad de la carretera antes de que Six
volviera a hablar—. Un amigo, ¿eh?
La sonrisa tiró de mis labios antes de que pudiera evitarlo.
—Puede que estemos saliendo. No es para tanto.
—Bueno, Andra, es la primera vez que me cuentas una mentira a la
cara.
Lo miré. —Estamos saliendo, lo creas o no.
Six negó con la cabeza antes de girar al final del camino de entrada.
—Sabía que eso no era mentira. La parte de que no es para tanto era
mentira.
Six me conocía lo suficientemente bien como para ver a través de lo
que intentara colarle, así que no era raro que me riñera. Pero no pensaba
que mis sentimientos por Julian fuesen tan transparentes. No dije nada más
hasta que pasamos el control y nos dirigimos a nuestra puerta de embarque
en el aeropuerto.
Six me detuvo fuera del baño y me tendió una pequeña bolsa que pasó
por el control.
—Quiero que te pongas todo lo que hay aquí. Te veré en la puerta de
embarque. —Con eso se marchó y yo suspiré, yendo al baño y manteniendo
la cabeza gacha por la gente que se lavaba las manos.
Cuando estuve dentro de un urinario, hice inventario de los
contenidos de la bolsa. Había una peluca roja, cortada a la altura de los
hombros y con flequillo, así que separé mi cabello rápidamente en dos
secciones y envolví las secciones alrededor de mi cabeza, sujetando mi
cabello en su sitio con la caja de horquillas que metió. Afortunadamente,
Six incluyó una malla para pelucas así como una botella de viaje de laca.
Tomé el espejo de mi bolso para mirar mi reflejo mientras sujetaba los rizos
sueltos. Lo aplané con la laca y me deslicé la malla. Ya me picaba la cabeza.
Me puse la peluca y salí del urinario, confiando en el gran espejo que
había sobre los lavamanos para enderezar la peluca. Abrí la bolsa que me
dio Six y me apliqué un pesado maquillaje que incluyó antes de ponerme las
gafas cuadradas de montura metálica. El labial que compró era rojo
brillante, no era para nada mi color, pero probablemente era el color de esta
misteriosa mujer pelirroja que representaba.
No había dejado instrucciones, pero suponía que quería que me
sacara el aro del labio. Tenía que eliminar todos los rasgos que me
representaban ahora. También había una bufanda en la bolsa, sabía que
era para ocultar el tatuaje de mi cuello. Metí el aro del labio en un bolsillo
dentro de mi bolso y metí la bolsa de maquillaje dentro de la bolsa. Puse la
bolsa dentro de mi bolso y volví a salir para ir a buscar a Six.
16
Traducido por Alysse Volkov & Carolina Shaw

uando aterrizamos en Detroit, recogimos una de las maletas

C de viaje que Six dejó en el aeropuerto de Denver antes de que


nos registráramos en el hotel más cercano. Encendí mi
teléfono una vez que estábamos en nuestra habitación y Six salió a la terraza
para hacer algunas llamadas telefónicas.
Me quité la incómoda peluca y gafas antes de mirar a mi teléfono.
Tenía un mensaje de texto.
Julian: Tu hermano es un poco intimidante.
Sonreí, acurrucada en mi cama en la habitación, me relajé contra las
suaves almohadas mientras escribía mi respuesta.
Yo: No es más que protector. Y, hola.
Julian: Hola. ¿Aún me extrañas?
Reí.
Yo: Terriblemente. No he dejado de llorar desde que te besé diciendo
adiós.
Julian: Guau, eso es intenso.
Yo: Sí, probablemente voy a necesitar terapia después de estar lejos de
ti todo este tiempo.
Julian: ¿Qué puedo decir? Soy como la cocaína humana.
Era curioso cuán precisa era esa declaración, al menos para mí.
Julian: Así que escucha. Sé que tengo que esperar tres días o algo
estúpido como eso antes de preguntar por otra cita, pero te estoy preguntando
ahora. Sé que tienes un fin de semana por delante, así que, ¿tal vez el
domingo?
Me imaginé que habló con Rosa de nuevo.
Yo: Sabes, puedes preguntarme cuál es mi horario. No tienes que sacar
esa información de Rosa.
Julian: Sí, pero me gusta Rosa. Ella me dice cosas.
Yo: Umm. Una parte de mí quiere saber qué “cosas” te dice y parte de
mí piensa que es mejor si no lo sé.
Julian: Lo último.
Gruñí.
Yo: Bueno, Julian. ¿Qué tipo de cita?
Julian: Te quiero mostrar mi casa.
Me permití ponerme nerviosa por un momento. Ojalá no fuera una
novata en esto de las citas. ¿Mostrarme su casa era una gran cosa?
Yo: Sólo si habrá comida.
Julian: Nunca te privaría de alimento. Y no me privaría la experiencia
de verte comer. Habrá comida.
Yo: Bueno. Domingo entonces.
Justo cuando doy “enviar” Six volvió a entrar en el dormitorio desde
la terraza. Se quitó la chaqueta de cuero y recogió la maleta que había
chequeado, colocándola sobre la cama. Vi el rebote de la cama mientras
tomaba su teléfono celular y tocaba la pantalla durante unos momentos
antes de recostarse.
—¿Lista para ir sobre la estrategia para mañana por la noche? —
preguntó, con una mano en las cremalleras de la maleta.
—Sí. Dime.
—Está bien. —Se sentó junto a la maleta sin abrir—. Vamos a entrar
en el apartamento.
Jadeé con incredulidad. Recordé que dijo allanamiento de morada,
pero me negué a creer que estuviera involucrado el apartamento. Mi infierno
personal. Mi corazón se salió de su ritmo, y conté cinco latidos antes de
continuar.
»Técnicamente, serás la que va a irrumpir en el apartamento.
—¡¿Qué?! —exclamé, saltando de la cama—. No. No hay manera en el
infierno. No. No. —Caminé alrededor de la cama, sacudiendo la cabeza de
un lado a otro una y otra vez.
—Andra. —Me negaba a mirarlo—. Andra. Mírame. —De mala gana
me encontré con su mirada—. Es la única manera de hacer que esto suceda.
Tú, por desgracia, lo conoces mejor que yo. Sabes dónde guarda el papeleo,
ya conoces su contraseña.
—Sí, ¡si no ha cambiado en los últimos seis años! —exclamé—. ¿Por
qué? ¿Por qué tenemos que hacer esto? ¿Por qué tengo que hacer esto?
Six suspiró y se pasó una mano por la parte superior de su cabeza
rapada. —Tengo razones para creer que él te está buscando.
Negué con la cabeza. —¿Y qué? ¿No me ha buscado siempre?
Six hizo señas para que me sentara a su lado en la cama. —Sí, pero
nunca tuvo una pista, o al menos no lo parece, hasta ahora. —Lo miré,
confundida—. Compró un billete de avión para Colorado. Solicitó una
licencia en el trabajo.
Estaba agradecida de estar sentada, porque la noticia me habría
puesto de rodillas. —¿Cómo podría saberlo? —pregunté cuando fui capaz de
respirar de nuevo.
Sacudió la cabeza. —No tengo idea. Es por eso que estamos aquí.
Tenemos que vigilar mejor su actividad en línea. Tengo que realizar un
seguimiento de sus movimientos. Tengo el equipo en esta maleta. Vigilancia.
Necesito que instales un programa en su ordenador y buscar unos papeles
en su casa. Voy a vigilar afuera. —Cuando empecé a protestar me
interrumpió—. No. Piensa en ello… si fuera a aparecer y fuera yo quien esté
dentro, ¿cómo lo distraerías de entrar? Si te ve, se acabó el juego. Él no sabe
cómo luzco, especialmente bien afeitado. Si viene a casa temprano, lo
detendré de entrar.
Bajé la mirada hacia mis manos, deseando que dejaran de temblar.
»Es nuestra única opción. Mañana, voy a seguirlo. Esperarás aquí. Y
mañana por la noche vamos a irrumpir.
—¿Cómo sabes que no estará en casa mañana por la noche?
—Tiene una cita.
Me resistí a la repentina urgencia de vomitar. —Está bien —dije
después de suspirar profundamente—. ¿Cuál es el plan?
Pasamos el resto de la noche repasando el plan, volviendo a
empaquetar la pequeña mochila que llevaría. Fuimos por los planes A, B, y
C hasta que me quedé dormida en la parte superior del edredón del hotel.
Cuando Six regresó la noche siguiente, no dijo nada, pero parecía
tener muchas cosas en mente. Me lanzó una bolsa de una tienda por
departamentos. —Aquí. Tu traje de ladrona.
Rodé los ojos, pero fui al baño a cambiarme. Le envié un mensaje con
mis tallas de ropa al principio del día, en medio de todas las emocionantes
horas me senté en la habitación del hotel, sin hacer nada.
Él había comprado leggings negros opacos, una camiseta de manga
larga negra, gorro negro, calcetines negros y zapatos corrientes negros. Traté
de no pensar en la posibilidad de tener que correr, pero al menos estaba
bien entrenada. Y no bromeaba acerca de la vestimenta de ladrón. Ninguna
persona normal estaría vistiendo todo esto al mismo tiempo a menos que
estuvieran planeando romper una ley o dos. Antes de ponerme el gorro,
deslicé la peluca sobre mi cabeza y me puse las gafas.
Salí del baño y Six me dio un par de guantes de cuero negro. —No te
pongas estos todavía. No quiero que nadie sospeche de ti cuando nos
vayamos de aquí.
Lo miré como si estuviera bromeando e hice un ademán a mi
vestimenta. —¿Y vestida de negro de la cabeza a los pies no grito
“sospechosa” para ti? —El estado de ánimo de Six se aligeró y la esquina de
su boca se elevó en una sonrisa. Sus sonrisas eran siempre breves, como si
los músculos alrededor de la boca no estuvieran acostumbrados a tal
exuberancia. El pensamiento me hizo sonreír mientras deslizaba los guantes
en la mochila —también negra— que sostenían todo el equipo que
necesitaría.
Six sacó el gorro de mi cabeza. —Aquí, ahora luces normal. —Tiró el
gorro en la mochila—. O lo más cerca de lo normal como puedes ser.
Resistí el impulso de sacarle el dedo del medio y en vez lo miré,
deslizando la mochila sobre mis hombros.
»¿Lista? —preguntó Six, con el pesado estado de ánimo de nuevo.
Asentí y lo seguí fuera de la habitación del hotel.
Six no conducía un auto alquilado. Este auto tenía placas de Michigan
y franjas de carreras a los costados. Sabía que no era el auto de Six tampoco.
—¿Qué pasa con el auto? —pregunté, cuando estábamos en el camino.
—Alguien me debe un favor. Así que lo tomé prestado. —Con Six,
nunca se sabía si un “préstamo” era o no con permiso. No me molesté en
preguntar, porque nunca me decía de una manera u otra.
Nos quedamos en silencio hasta que llegamos a la calle en la que solía
vivir. Había conseguido distraerme en el camino aquí, con colores, o
pensamientos de mi cita con Julian. Eso se sentía como hace años ahora.
Six frenó el coche y condujo alrededor de la cuadra un par de veces,
comprobando que los edificios tenían las luces encendidas. Finalmente,
aparcó algunos edificios abajo y apagó todas las luces. —¿Estás bien?
Asentí, no confiando en mi voz, sabiendo que me iba a traicionar. Mi
corazón se agitaba en mi pecho, salvaje, aterrorizado. Metí la mano en el
bolsillo delantero de la pequeña mochila y cogí el gorro. Tiré de la peluca y
me deslicé mi gorro en la cabeza antes de deslizar los guantes.
Six me entregó un pequeño teléfono celular. —Pon esto en tu calcetín.
Soy la única persona con el número de este teléfono. Si vibra una vez, es tu
señal para salir corriendo. Si vibra varias veces, eso significa que te ocultes.
¿Entiendes? —Asentí.
—¿Cómo controlas el número de veces que vibra?
Six sacó su propio teléfono. —Tengo un mensaje de texto listo para
enviar. Si lo envío —Hace clic en enviar en su teléfono y un momento
después, el teléfono vibra una vez en mi mano—. Sal corriendo.
—De acuerdo.
—Y —dijo, cambiando a modo de llamar—, si llamo a ese número… —
Marcó y pulsó enviar. El teléfono vibró en mi mano una y otra vez—,
escóndete.
Tragué el nudo de ansiedad que se instaló en mi garganta.
»Oye. —Six apoyó las manos a cada lado de mi cara—. No dejaré que
nada malo te suceda. Hawthorne no te tocará.
Hawthorne. Nombre dado al Monstruo. No lo llamó por su nombre de
pila. Eso sólo lo humanizaba. Era un Monstruo, así de simple.
—Estoy lista —le dije. Six podría esperar en el auto mientras
caminaba el perímetro del edificio antes de irrumpir. Me deslicé el teléfono
en mi calcetín y luego lo deslicé bajo el leggin de modo que se hallaba contra
mi piel.
Six asintió. —Buena suerte.
Salí del auto y caminé hacia la línea de árboles que corría detrás de
los edificios de apartamentos. Miré el reloj. Once y cuarenta y dos de la
noche. Con un poco de suerte, todos los vecinos del Monstruo en el complejo
de cuatro plantas estarían dormidos o viendo la televisión a todo volumen.
Cuando había vivido aquí, el barrio se encontraba lleno de parejas de edad
avanzada.
Cuando llegué a la parte trasera del edificio de apartamentos, miré a
mí alrededor antes de arrastrarme junto al edificio, presionando mi espalda
contra el revestimiento de vinilo. Había un silencio total. Ni siquiera grillos
chirriando. Me dirigí lentamente hacia el frente del edificio y miré hacia
arriba y abajo de la calle. No pude ver a nadie afuera y noté que no había
vehículos que se apartaran de Six. Su motor se encontraba prácticamente
en silencio, y todo lo que pude reconocer de él desde esta distancia era su
silueta en el vehículo.
El vehículo del Monstruo, normalmente aparcado en la calle, no se
hallaba a la vista. Lentamente subí los escalones de hormigón que
conducían al segundo piso y silenciosamente deslicé la mochila de mis
hombros para agarrar mi kit para forzar cerraduras.
Introduje la llave dinamométrica en el fondo de la cerradura y giré
ligeramente en sentido contrario a las agujas del reloj. Luego deslicé el
rastrillo a través de la parte superior hacia delante y hacia atrás, con la
esperanza de que me soltaría uno de los alfileres. Colgué el pasador de
rastrillo en mi bolsillo trasero mientras sostenía la llave dinamométrica en
su lugar y puse la clavija en la cerradura, empujando los pasadores hacia
arriba. Tuve que aliviar la tensión de la llave dinamométrica para uno de los
alfileres, pero este bloqueo era bastante fácil porque era barato,
apartamento de calidad. Six me preparó con su laptop el día anterior para
ver tutoriales de YouTube sobre todo lo que tendría que hacer.
Una vez que empujé el pasador final hacia arriba, la llave abrió la
cerradura con facilidad. Metí el alfiler y la llave en mi bolsillo y miré
alrededor antes de girar la manija y entrar en el apartamento.
Primero fui inmediatamente superada por el olor. Estaba
retrocediendo en el tiempo. Nada había cambiado en los seis años desde que
me fui. Todavía olía como una mezcla de su colonia y café. Encendía la
cafetera todo el día, todos los días, así que tenía sentido que el olor del café
impregnara el aire.
Cerré la puerta detrás de mí, aseguré la cerradura, y volví a deslizar
el kit para forzar cerraduras en la mochila antes de dirigirme al tercer
dormitorio, su oficina.
Como de costumbre, el escritorio de su computadora se encontraba
lleno de papeleo. Nunca me molesté en detenerme aquí antes, así que
afortunadamente esta habitación no tenía recuerdos para mí.
Saqué su silla y me senté en ella antes de arrancar su computadora.
Saqué la USB que Six me dio de mi mochila y desplegué las instrucciones
envueltas alrededor de ella.
Afortunadamente, su computadora no estaba protegida por
contraseña, así que pude acceder a su escritorio inmediatamente. Inserté la
unidad USB y seguí las instrucciones que Six escribió, instalando el
software de monitoreo remoto que cargó en el USB.
Mientras se instalaba, me paré detrás del escritorio y tomé fotos de
sus papeles con la cámara de bolsillo en la mochila. El Monstruo era una
criatura de hábitos, casi un trastornado obsesivo compulsivo con sus
compulsiones y cómo mantenía las cosas ordenadas. Tenía la sensación de
que sabría si los papeles eran movidos, así que primero tomé fotos a pocos
metros del escritorio, para copiar el posicionamiento antes de salir de esta
habitación. Luego me acerqué y tomé fotos de algunos de los papeles. No me
molesté en leer mucho de lo que decían, parecía una gran cantidad de
documentos legales.
Los papeles estaban llenos de brillantes notas adhesivas, con
preguntas garabateadas sobre ellas. “¿Quién pidió información?” “Ver a
Ralph”. Y una nota adhesiva nombraba varios lugares. "Boston, Denver, San
Francisco, Chicago". Chicago y San Francisco se hallaban tachados. Me
sacudí el miedo y seguí adelante.
Mis ojos encontraron una carpeta roja. Reconocí el nombre en la
etiqueta. Mayberry Law Group. Ese era el nombre del abogado de mi madre.
Me confundía, porque mi madre había estado muerta por años, y sin
embargo, aquí había una carpeta encima de otras carpetas que significaba
que fue revisada recientemente.
Levanté la carpeta abierta, esperando ver una copia de su testamento.
En cambio, había decenas de correos impresos, algunos destacados. Eché
un vistazo por encima de los correos, leyendo un puñado de palabras
destacadas: "fiduciario", "beneficiario", "puntos de interés" y "negativa a
apoyar la asignación". Mi nombre anterior se destacó entre estos papeles,
un nombre que nunca dije en voz alta hasta ahora. —Cora —susurré,
pasando mis dedos por las cuatro letras. Una y otra vez mi nombre se
repetía, en cada página.
Tomé fotos de cada página antes de seguir adelante, con la esperanza
de que Six podría dar sentido a todo. El programa seguía instalándose, así
que volví a poner los papeles en la posición en que los encontré, según las
fotos que tomé.
Revisé mi reloj. Doce y trece de la madrugada. El programa estaba a
medio camino de la instalación. Six no me dio reglas reales para lo que podía
hacer mientras estuviera en el apartamento, así que tomé la decisión
espontánea de ir a mi antiguo dormitorio.
La puerta estaba cerrada. Hice una nota mental para recordar cerrarla
cuando me fuera. Giré la manija empañada, desbastada, de latón.
Lo primero que registré fue el crujido que hizo la puerta. Era el mismo
crujido que escuchaba en mis pesadillas. Empújalos de vuelta, Andra, me
dije. Me acomodé en la habitación y miré a mí alrededor. No había quitado
ni una cosa de mi habitación. Mis cortinas todavía colgaban, parcialmente
abiertas, permitiendo que la luz de la luna se derramara por el suelo. Mi
edredón de flores seguía extendido, tenso, a través de mi colchón, mis
almohadas colocadas en la misma posición que siempre las colocaba. Mi
tocador seguía siendo el lugar de descanso para el pequeño cofre que yo
sabía había sostenido las joyas de mi madre. Junto a él, mi cepillo de cabello
sentado, intacto. Al igual que el resto del apartamento, mi antigua
habitación se mantuvo sin cambios.
Era un museo de una chica muerta. Hogar de la muchacha que era
antes, la muchacha que existió en los recuerdos que frecuentaban esta
habitación. Mis dedos rozaron el edredón mientras caminaba por la
habitación. Los destellos de mi pesadilla volvieron en trozos y piezas cuando
miré la cama. No.
Me negué a pensar en esos recuerdos mientras caminaba a mi
tocador, ira me conducía a recoger mi caja de joyas. Dejé esto atrás antes,
intencionalmente, para ayudar a dar peso a que no era una fugitiva. Abrí la
tapa y solté un suspiro de alivio. Parecía que todo seguía allí. Pasé los dedos
por los pendientes de perlas de mi madre, su lazo de zafiro y su anillo de
Claddagh6. Éstos eran todo lo que había dejado de mi madre aparte de mis
memorias.
Sentí mi tobillo vibrar una vez. El teléfono. Me quedé helada. Luego
volvió a vibrar. Y otra vez. No dejó de vibrar.
ESCÓNDETE.
Rápidamente cerré la tapa de la caja de joyas y la cogí, azotando mi
cabeza alrededor en la búsqueda desesperada de un escondite. Oí el golpeteo
en los peldaños de concreto afuera. —¡Mierda, mierda, mierda, mierda,
mierda! —exclamé bajo mi respiración. No tuve tiempo de entrar en pánico.
Llegué a la puerta del dormitorio y la cerré rápidamente antes de
precipitarme en el armario.
Mientras cerraba las puertas dobles, oí el sonido de la puerta principal
siendo desbloqueada justo antes del ruido de la puerta balanceándose
abierta. Fue en ese momento que recordé mi mochila en su oficina, el USB
todavía conectada a la computadora. Todo mi cuerpo se quedó quieto en ese
momento, excepto por el boom-boom-boom de mi corazón. Recé más duro de
lo que jamás he hecho por un milagro.
Eché un vistazo a través de las tablillas de las puertas del armario,
viendo la luz de la luna cortando una franja a través del tocador. Iluminó el
espacio ahora vacío donde mi caja de joyería una vez estuvo. Un cuadrado
inconfundible de espacio sin polvo indicaba que algo faltaba. Agarré la caja
por un capricho, sin darme cuenta hasta ahora de que era mi intención
traerla de vuelta conmigo.
Oí el sonido de las llaves golpeando la mesa de entrada antes de oír la
puerta del refrigerador abrirse en la cocina y revisé mi reloj. Doce y veinte
de la madrugada. Mi pierna derecha empezó a bailar de arriba abajo, una
señal definitiva de los nervios entrando en mí. Un momento después, oí el
sonido inconfundible de una botella de vidrio siendo colocada en el
mostrador. Luego, el crujido de la alacena y el sonido de una pieza de vidrio
más ligero siendo colocado en el mostrador. Vodka y su copa. No pude evitar

6Tiene su origen hace 300 años en una antigua aldea pesquera en Claddagh, a las afueras
de la ciudad de Galway, en la costa oeste de Irlanda, donde por primera vez fue fabricado y
diseñado en el siglo XVII. Se entrega como símbolo de noviazgo, amor o como anillo de
compromiso.
pensar en el pollo congelado que había evitado a propósito tantas veces y
me pregunté, momentáneamente, si seguía allí.
Por desgracia, el polvo que se instaló en el armario por mi ausencia
estaba esparciéndose en el aire a mi alrededor, interrumpido por mis
movimientos. Sentí que mi nariz se contraía por el cosquilleo. Mierda. Cubrí
mi mano libre sobre mi nariz y boca y rogué por tranquilidad.
Estornudé.
No estaba segura de lo fuerte que fue, pero supe muy pronto que había
sido lo suficientemente fuerte para alarmar al Monstruo.
Vi la luz del pasillo encendida, iluminando el espacio entre la puerta
y la alfombra. Mi corazón latía como una liebre. Me preguntaba, brevemente,
si podía ver mi corazón golpeando a través de mi camisa. El pánico me
apretó las venas. No había colores para nombrar en la oscuridad para
calmarme. En cualquier momento entraría en shock por el miedo de
enfrentarme con el Monstruo. Cerca de siete años y seguía paralizada por la
ansiedad. Quería ser valiente, ser fuerte, pero mi cuerpo me traicionaba. El
sudor picó mis palmas.
Vi una sombra de sus pasos hacia la puerta y aspiré acabados
alientos. Me golpeó entonces que estaba respirando en el mismo aire que el
Monstruo una vez más. La bilis se elevó en mi boca y la tragué de regreso.
Esto revivía una de mis muchas pesadillas, pero peor. Cerré mis ojos,
rezando para que esto fuera sólo otra pesadilla. Orando esto no fuera real.
Un segundo después, oí golpear la puerta principal. Adrenalina seguía
corriendo por mis venas, ahogada por el pánico que las apretaba. Pero el
pánico se calmó cuando vi los pasos sombríos parar, y luego se hizo más
débil, más ligero, mientras el Monstruo se dirigía hacia la puerta principal.
—Lo siento mucho, pero creo que acabo de golpear su auto. —Six.
Casi lloré de alivio, apretando una mano sobre mi boca. Su voz, en este
momento, era el sonido más hermoso que había escuchado. No estaba sola.
No estaba sola.
El Monstruo no dijo nada por un momento antes de escuchar de
nuevo la voz de Six, más insistente. »No puedo pagar mi seguro para que
suba de nuevo. ¿Puedo darle mil dólares y cualquier cosa me llama?
Sabía que esto tendría el interés del Monstruo. Apuesto a que
cualquier pieza de auto de mierda que manejaba ahora no valía ni la mitad.
Oí su voz, la voz que resonaba en mis pesadillas. —Vamos a ver cuál es el
daño, y entonces podemos hablar de precio. —La puerta se cerró y aguanté
la respiración por unos segundos, asegurándose de que había dejado el
apartamento. Voces apagadas y pasos pesados descendieron las escaleras y
luego mi tobillo vibró una vez.
Sal jodidamente de ahí.
Llevando la caja de joyas a la oficina del Monstruo, comencé a ponerla
temblorosamente en la mochila. Hice clic en "finalizar" en el programa de
instalación y apagar el equipo, removiendo la unidad USB. Puse todo de
nuevo en la mochila y me dirigí a la ventana de la cocina, mirando hacia
fuera. El Monstruo estaba de espaldas a la ventana. Podía ver la cara de Six,
iluminada por las luces exteriores.
Le entregó una pila de algo al Monstruo. Supuse que era dinero por la
forma en que el Monstruo comenzó a contarlo. Los ojos de Six se acercaron
a la ventana y se estrecharon. Sabía que estaba enojado porque seguía
dentro. Volví a mirar hacia la puerta de entrada, sabiendo que había
escapado: el auto del Monstruo se hallaba estacionado justo enfrente. Me
dirigí hacia la puerta del salón, la puerta de la terraza. Era mi única opción,
a no ser que saliera por una ventana.
El cerrojo estaba cerrado en la puerta de la terraza. No habría manera
de que la volviera a cerrar cuando estuviera en el porche, por lo que
probablemente alertaría al Monstruo de que alguien estuvo en el
apartamento. Sin embargo, no podía detenerme en eso, así que abrí la
puerta y salí a la terraza. Cerré silenciosamente la puerta detrás de mí y me
incliné sobre la barandilla. No había luces que iluminaran la hierba,
diciéndome que los vecinos dormían.
Puse una pierna sobre la barandilla, y luego la otra, y giré mi cuerpo
para que estuviera frente a la puerta de la cubierta. Me aferré a la barandilla
firmemente y luego dejé que cada pierna se soltara, una a la vez, bajando
gradualmente mis manos de la baranda a los husos. Oí que la puerta
principal del interior del apartamento se abría y solté los ejes
precipitadamente, cayendo a la hierba abajo. Inmediatamente, el dolor
floreció en mi mejilla izquierda y supe que la atrapé con la repisa de madera
cuando salté. Puse una mano enguantada en mi mejilla y me estremecí.
Ahora no era el momento de pensar en ello.
Vi la luz de la sala de estar encenderse en el apartamento del
Monstruo, así que corrí a lo largo del lado del edificio, de espaldas al
revestimiento de vinilo. Respiré a través de mi nariz, exhalando de mi boca
un momento, calmando mi corazón acelerado. Y luego corrí detrás del
basurero, el mismo basurero que fue el principio de mi escape la primera
vez. Sin mirar atrás, me encontré con el bosque.
Según el plan C, el auto de Six me esperaba a kilómetro y medio en
mi recorrido por una carretera que intersectaba los bosques. Desaceleré mi
ritmo, mis músculos sobrecargados me calentaron a pesar de la
temperatura más fresca afuera. Me metí en el auto y me puse en cuclillas
antes de que Six arrancara.
La ira y la frustración irradiaban de él en oleadas. Después de diez
minutos en silencio, Six golpeó su descanso, apartando el auto de la
carretera y conduciéndolo al parque.
Sentí su palma en mi mejilla y le eché un vistazo. —¿Qué pasó?
—Me caí de la cubierta y debí haberme atrapado la cara en la madera.
—Volteé la visera para ver finalmente el daño que hice.
Toda mi mejilla se veía inflamada de rojo, hinchada. La abrasión
misma sangraba, mi piel parecía arrancada. Pude ver pequeñas astillas de
madera en la lesión y silbé cuando alcancé una mano para sacar una.
Six me dio una palmada en la mano. —No lo hagas. Lo voy a limpiar.
Se quedó en silencio por un momento. Vi las manos de Six agarrar
firmemente el volante. Un momento después, golpeó la palma de su mano
con el volante. Una vez, luego dos, luego una tercera vez.
No dije nada. Esta cantidad de emoción era algo que nunca había visto
antes.
—¿Te vio?
—No. —No me molesté en mencionar que casi entró en el dormitorio
en el que me escondía—. Lo siento, tuviste que dañar el auto de tu amigo.
Six movió la cabeza hacia mí. —¿Crees que me importa un carajo este
auto? —gritaba. Six enojado era intenso.
No sabía qué decir, así que no dije nada, sólo me saqué los guantes y
el gorro.
»Además, golpeé su auto con un hierro de neumático. No podía
arriesgarme al deterioro de nuestro auto de escapada. —Su voz era más
tranquila, su cólera disminuyendo.
—Espero que lo golpearas con fuerza.
—Oh, lo hice. Lo golpee hasta la mierda. —Intenté sonreír, pero me
dolió estirar mi mejilla lesionada—. Era eso o su estúpida cara.
—¿Cuánto tuviste que darle?
—Mil quinientos. Valió la pena.
Auch. Eso fue mucho dinero. —Puedo devolverte el dinero. Tengo
ahorros.
Six gruñó. —Bien. Eso de que tengas ahorros. Quédatelo. No necesito
tu dinero. —Cuando empecé a protestar, levantó una mano y habló con
fuerza, sin permitir ningún argumento—. No. Lo que debería haber dicho es
que no quiero tu dinero. No lo necesito, no lo quiero, y no lo aceptaré. Mil
quinientos dólares no son nada. Así que déjalo estar.
Guau, eso fue prácticamente un discurso viniendo de él. —No me di
cuenta de que eras tan locuaz.
Six me concedió una de sus breves sonrisas, pero mantuvo sus ojos
en el camino. —Sólo cuando dices una mierda estúpida.
Seguíamos en Michigan, lo que significaba que sería más fácil de
reconocer de todos los carteles de PERDIDA de hace años. Las noticias de
mi desaparición habían desaparecido en su mayoría, el caso se enfrió. Pero
una vez cada año, la historia aparecía nuevamente en las noticias,
resaltando el aniversario del día que desaparecí.
Six se detuvo en una farmacia y salió con una bolsa de suministros
que colocó en mi regazo antes de ir al hotel. Eché un vistazo dentro de la
bolsa de plástico y noté pinzas, ibuprofeno, gasa, alcohol para frotarse, una
botella de chorros, ungüento antibiótico y curitas. —¿Va a hacerme una
cirugía, doctor?
Six me miró con exasperación escrita claramente en su cara. —No lo
necesitarías si no hubieses caído mientras escapabas.
Oh, ¿se burlaba de mí? Esto era nuevo. —Sabes que soy naturalmente
torpe. Tengo suerte de no haberme golpeado el tobillo cuando aterricé.
Six se detuvo en el estacionamiento de nuestro hotel. —Sí, en lugar
de eso simplemente te jodiste la cara. Es una pena; no se veía mal antes. —
Salió del auto y abrió mi puerta.
Rodé los ojos y agarré la bolsa de plástico y la mochila, arrojándosela
con más fuerza de la necesaria. —Aquí. Hay mucha suciedad de él aquí. —
Six puso la mochila por encima del hombro.
—Hay mucha suciedad en tu cara. Vamos a limpiarla.
Six me instó a envolverme en una bata y sentarme en el borde de la
bañera en el cuarto de baño del hotel mientras dejaba todo listo. Volvió al
baño y tiró una pequeña botella de vodka hacia mí.
»Mini bar —respondió a mi pregunta no formulada—. Esto va a doler
como una perra, así que bebe. No te desmayes.
Desenrosqué la tapa de la botella y resoplé, viendo a Six lavar sus
manos con agua y jabón, extendiendo las provisiones sobre una toalla al
lado del lavamanos. Lo vi fijar la temperatura del agua antes de llenar la
botella de chorros y luego me miró. »El rasguño está cerca de tu ojo, así que
vas a querer mantenerlo cerrados mientras limpio esto. Necesito limpiar la
tierra antes de usar las pinzas.
Asentí y tragué con dificultad. Se sentó en la tapa del asiento del
inodoro y tomó mi mandíbula con una mano libre, inclinando suavemente
mi cara para darle un mejor acceso a mi mejilla. Cerré los ojos y sentí la
cálida corriente de agua sobre la herida. Eso no se sentía demasiado terrible.
El agua goteaba por mi cara, recogiéndose en la bata.
»Ahora puedes abrir los ojos. Voy a sacar las astillas.
Abrí los ojos y me froté el agua del ojo izquierdo.
Six me entregó una toallita de hotel. »Muerde esto. —Lo enrollé y lo
puse en mi boca, mientras que Six metía las pinzas en alcohol. Esto iba a
apestar.
Mordí con fuerza en el momento en que las pinzas tocaron la carne
herida. Probablemente dije cada palabra de juramento inventada y luego
inventé unas cuantos más cuando Six sacó las astillas y la limpió con un
paño que empapó en alcohol.
Cuando hubo terminado, sentí lágrimas calientes por mis mejillas. Six
sacó el paño de mi boca y me preguntó—: ¿Quieres un poco de agua?"
Asentí, sin confiar en mi voz para irradiar fuerza. Tragué el agua que
me entregó cuando volvió a llenar la botella.
Se agachó delante de mí. Six era normalmente tan distante,
emocionalmente hablando, por lo que verlo con preocupación y pesar en sus
ojos fue una nueva experiencia para mí.
—Sí. —Gruñí.
Volvió a sentarse en la tapa del asiento del inodoro. —Voy a lavar de
nuevo, varias veces, y luego limpiar alrededor de ella con jabón, luego
enjuagaré de nuevo. Luego voy a presionarla durante unos minutos para
detener el sangrado. —Levantó la crema antibiótica—. Entonces aplicaré
algo de esto y luego lo vendaremos, ¿de acuerdo?
—¿Es bastante malo?
Six se encogió de hombros y volvió a poner la crema sobre el
mostrador. —Parece que te frotaste la cara contra una corteza, así que
necesitarás una historia más realista. Es definitivamente notable. Y lo será
más con un vendaje gigante sobre él. Ahora cierra los ojos de nuevo.
Lo hice. Six eligió ese momento para preguntar—: Entonces, ¿estás
saliendo?
Me agarró desprevenida. —He ido a dos citas con Julian. —Sentí el
agua de la botella de chorros rociar por mi mejilla.
—¿Cómo lo conociste? —Six actuaba inusualmente curioso.
Con los ojos cerrados, fruncí el ceño un poco. —Es un inquilino en el
rancho.
—¿Qué sabe él?
Mi ceño sólo se profundizó. —¿Por qué? No es como si le dijera que
realmente soy Cora Mitchell, esa chica que desapareció en Michigan en
2003. Sabe mi color favorito y que me gusta comer. —Sabía que sonaba a la
defensiva, pero no entendía o incluso me gustaba el interrogatorio de Six.
—Vi cómo lo mirabas. ¿Qué tan serio es?
Empujé la mano de Six para antes de que me echara agua sobre la
herida y abrí los ojos. —¿Por qué el interrogatorio?
Se sentó y retorció la toalla en su regazo una y otra vez. No se encontró
con mis ojos. —Sólo me preocupo. Estás todo el camino hasta Colorado. Tal
vez deberíamos moverte a otro lado.
Eso realmente me rompió. —¿Me estás tomando el pelo? ¿Qué hacer?
—Mi voz se elevó varias octavas—. No soy una niña. No soy un objeto. No
puedes simplemente "moverme".
Six suspiró. —Cálmate. Te lo dije, sólo me preocupo.
Corrí mi lengua sobre mis dientes. Era un hábito que adopté de Six.
—Aprecio la preocupación, pero soy una chica grande, Six.
—Deja de fruncir el ceño, haces que sea difícil limpiar esta cortadita,
niña grande.
Respiré una respiración molesta y le permití terminar. Six lavó la
herida varias veces antes de limpiar la zona con jabón. El alcohol empezaba
a golpearme con el estómago vacío, así que el dolor no era tan intenso como
antes. Presionó un cuadrado de gasa en la herida y me obligó a sujetarlo
mientras limpiaba el desorden y luego se lavaba las manos.
—Quiero que te pongas el cabello en el gorro cuando lleguemos al
aeropuerto, y las gafas también. Una vez que pasemos la seguridad, quiero
que vuelvas a ponerte la peluca roja. Te vas a destacar con este vendaje en
tu cara, así que tenemos que hacerte menos reconocible. —Se secó las
manos y luego agarró el ungüento y las curitas antes de agacharse delante
de mí otra vez.
Quitó la gasa de mi cara y aplicó el ungüento en la herida y luego en
el centro de la curita antes de presionarla en su lugar.
—Son las dos de la mañana. Nuestro vuelo sale a las seis. Tienes dos
horas para conseguir algo de sueño. Ve.
Me puse de pie y me estiré, limpiando el exceso de agua de mi cuello.
Caminé por su lado mientras salía del baño, pero me detuve y me volví. —
Gracias, Six.
Apoyaba ambas manos en el lavabo del baño, con la cabeza hacia
abajo. Me miró y suspiró, volviéndose hacia mí y abriendo los brazos. Entré
en ellos y lo abracé fuertemente. Lo sentí besar la parte superior de mi
cabeza brevemente antes de aflojar sus brazos y espantarme a la cama.
Me estrellé contra la cama y caí en un sueño muerto, sólo para dormir
nuevamente en el auto en el camino hacia el aeropuerto. Y en el momento
en que el avión subió al cielo a las seis de la mañana, me quedé dormida
una vez más.
17
Traducido por Valentina D. & ∞Jul∞

terrizamos en Denver a las siete de la mañana, gracias al

A cambio en las zonas horarias y volvimos al rancho a las ocho


treinta. Six no se quedó, eligiendo dejarme y salir de nuevo
para el aeropuerto.
Esa mañana ventilé las cabañas y coloqué cestas de bienvenida en
cada una. Después de eso, ayudé a Rosa a organizar las pocas habitaciones
en la gran casa que se utilizarían para los huéspedes. Ella no preguntó sobre
el viaje. En el momento en que me vio, me envolvió en un gran abrazo al
estilo Rosa, observó mi vendaje por un momento y luego me ayudó a
empezar a trabajar. Rosa me conocía. Sabía que necesitaba tener algo para
concentrar mi energía. Si me aburría, revolcaría.
Cuando la reunión familiar entró esa tarde, los ayudé a instalarse en
sus cabañas, sólo echando un vistazo a la cabaña de Julian. No había oído
de él desde que nos enviamos mensajes de texto ese miércoles por la noche.
Me imaginé que había estado en un hechizo de escritura. Mejor que no me
viera con el vendaje grande en la cara de todos modos. No me sentía de
humor para inventar mentiras. Me encontraba privada de sueño y aun
hormigueando con un poco de ansiedad. Me preguntaba si Six había
empezado a monitorear la computadora del Monstruo.
Mientras regresaba a mi cabaña para almorzar, me desvié y caminé
hacia la cabaña de Julian. Puse el cabello sobre el vendaje y luego toqué su
puerta, oyendo algo caer del otro lado antes de que la puerta se abriera.
Lo primero que vi fue su rostro. Llevaba lentes negros, los marcos
rectangulares. Tenía el cabello completamente desaliñado, como si hubiera
pasado las manos por este una y otra vez en frustración. Llevaba una
camiseta que había visto días mejores; estaba llena de agujeros y el logotipo
en el frente lucia casi completamente desgastado. Llevaba pantalones de
pijama de franela e iba descalzo. Mis ojos volvieron a su cara, asimilando la
sonrisa sorprendida, los ojos cansados y la mano que frotaba en su cabello.
—Hola —dijo finalmente. Se inclinó como si fuera a darme un beso
antes de que se inclinara, con alarma en los ojos—. Espera. Hoy no me he
cepillado los dientes. —Me hizo un gesto para que lo siguiera mientras
regresaba al baño. Estaba oscuro, las sombras dibujadas y sólo una
lámpara iluminaba el espacio. Y cada superficie se hallaba cubierta de latas
de soda y papel.
Así que sí tenía un hechizo después de todo. —Son las tres de la tarde
—dije, asimilando el desorden alrededor de su cabaña.
—No me he acostado todavía —respondió él, asomando la cabeza por
la puerta del baño.
—Son las tres de la tarde —repetí, confundida.
—He estado despierto desde ayer. Tuve un genial golpe de inspiración
alrededor de las once ayer por la noche y no pude parar.
—Hasta ahora, desde que te interrumpí y te hice cepillar tus dientes.
Caminé alrededor de su cama, que seguía tendida, el cubrecama un
poco arrugado, papeles sueltos y notas adhesivas esparcidas a través de la
superficie rayada. Tomé una de las notas adhesivas amarillas. »Línea de
tiempo, verificar 4. —No tenía sentido para mí, pero decidí evitarlo,
recordando la oficina del Monstruo en Michigan y todas la notas a través de
su escritorio.
Julian regresó del baño y caminó directo hacia mí, sus manos
acunando mi mandíbula mientras me besaba. Mis manos se aferraron a sus
muñecas, manteniéndolo inmóvil, mientras me besaba a fondo.
»Hola —susurré cuando nos separamos. Abrí lentamente los ojos y me
encontré con los suyos, reflejando la sonrisa que se extendía en sus labios.
—Hola —Me besó de nuevo. Sus pulgares frotaron mi mandíbula
cuando profundizó el beso, relajando mi boca para abrirla y dejándolo
entrar.
Nos acercamos uno al otro, y mis brazos se movieron para rodear su
espalda, aun sujetándolo. Me besaba como respiraba, como si fuera la cosa
más natural, más esencial del mundo. Nuestra conexión no era sólo
química. Había ese elemento, pero debajo de la superficie existía algo más.
Sus labios no sólo se movían sobre los míos, movían la parte de mí que dolía
por estar conectada a él. La sangre que corría a mi cabeza era química. Pero
la sensación que se establecía en mi corazón y se movía de sus dedos a mi
piel, empujando mi torrente sanguíneo, era más. Pero no estaba dispuesta
a ponerle nombre ahora mismo, preocupada de que etiquetar lo que fuera
esto lo forzaría a un rincón, impidiéndole expandirse. Y quería que creciera,
quería ver a dónde nos llevaría. Tomaba una decisión consciente de dejar
que esto continuara, de abrirme a Julian. Era una decisión profunda y
aterradora, pero en este punto se sentía inevitable.
Apartó sus labios un poco, para que descansaran contra los míos. —
Andra. —Suspiró, la palabra deslizándose de sus labios y por lo míos. Sus
dedos se movieron más alto, y pude notar el momento en que rozaron el
vendaje. Abrí mis ojos.
Me miraba con preocupación. Sus gruesas y rectas cejas se fruncieron
y su boca se cerró en una línea firme. »¿Qué es esto?
—Soy desafiada verticalmente. —Cuando su cara mostró aún más
confusión, la elaboré—. Soy más alta de lo que me doy cuenta. Caí y lastimé
mi cara. —Al menos no mentía.
Permaneció en silencio durante un minuto. Sus dedos jugaban con
una esquina del vendaje. —¿Puedo ver?
Asentí. Sentí el vendaje tirar de mi piel antes de sentir el aire que
golpeó el rasguño. Vi a Julian apretar la mandíbula. »Eso luce áspero.
Probablemente te va a quedar una cicatriz.
Me encogí de hombros. —Las cicatrices no me asustan.
Julian volvió a colocar el vendaje en su lugar y acunó suavemente mi
mejilla en su mano. —¿Qué sí lo hace?
—Tú —respondí sin vacilar. Froté mi mejilla contra su palma.
—Ah. —Llevó la otra mano para apartarme el cabello de la cara—. Tú
también me asustas.
Con mis ojos cerrados, sonreí y contesté—: Bien.
Escuché su risa y de mala gana retrocedí un poco. »Sólo quería
saludar. Tengo un día ocupado por delante, pero hay un pequeño concierto
a las afueras de la ciudad mañana por la noche. Una cosa de bandas locales
en un parque. —Empujé un mechón de cabello detrás de mí oreja—.
¿Quieres ir?
La sonrisa de Julian era amplia y las esquinas de sus ojos se
arrugaron detrás de sus gafas. —Me encantaría. ¿A qué hora me vas a
recoger?
Reí. —Siete.
Metió la mano en los bolsillos de sus pantalones de pijama antes de
asentir. Me sorprendió entonces lo diferente que parecía de todas las otras
veces que lo había visto. »Sin embargo, deberías usar pantalones reales —
comenté, mirando su ropa.
—Los pantalones están sobrevalorados.
Miré sus ojos, notando el movimiento sugestivo de sus cejas. —Las
gafas son sexy. Te ves muy académico.
Frunció el ceño cómicamente. —Creo que “caliente” es lo que querías
decir.
Sacudí la cabeza y me mordí el labio, lo que atrajo su atención en esa
dirección.
»¿Qué le pasó a tu anillo en el labio?
Mi mano fue inmediatamente al lado de mi labio, tocando sólo la piel
allí. —Lo quité y olvidé ponerlo de nuevo, creo. —Traté de recordar dónde lo
puse.
—Bueno, me gusta. Te queda.
—Anotado. —Caminé de regreso a la puerta de la cabaña—. Te veré
mañana, Julian.
Me siguió hasta la puerta, abriéndola justo antes de que yo alcanzara
el pomo. Me volví hacia él y presioné un rápido beso en su mejilla.
—Deseando que llegue, Andra.
Más tarde esa noche, me encontraba en mi oficina en la casa principal,
poniéndome al día con el papeleo cuando escuché una voz en la oficina
principal.
Apagué mi monitor y salí, mirando alrededor de la esquina. Había una
mujer allí, de mi tamaño, pasando los dedos por los libros de los estantes
junto a la puerta.
—¿Puedo ayudarte? —pregunté, moviéndome para estar junto al
mostrador de facturación.
Movió la cabeza en mi dirección, cabellos rubios y pálidos volando
alrededor con el movimiento.
—Sí —contestó vacilante, acercándose al escritorio—. ¿Son esos libros
para alquilar? —preguntó, señalando con el pulgar sobre su hombro a los
libros que examinaba.
—Bueno, en realidad no los alquilamos. Están aquí para que los
huéspedes los pidan prestados y recibimos los que dejan aquí. Pero no lo
controlamos ni nada; es un sistema de biblioteca muy flojo.
—De acuerdo. —Tiró de una larga hebra detrás de su oreja antes de
acercarse adónde yo estaba—. Soy la única de veinte y algo en mi familia
que sigue soltera y sin hijos, así que no hay mucho que hacer por aquí.
Estoy tratando de pasar el tiempo, supongo.
—Oh, ¿quieres sugerencias? —pregunté, moviéndome alrededor del
escritorio hacia el estante. Me siguió como una sombra, deteniéndose a
pocos metros de mí en el estante mientras le daba algunas
recomendaciones.
Cuando tenía una pequeña pila en las manos, se volvió hacia mí, su
sonrisa agradecida y amistosa. —Gracias —dijo, sonriendo. Un segundo
después, entrecerró los ojos e inclinó ligeramente la cabeza en una
dirección—. ¿Te conozco de algún lado?
—Probablemente no. —Sonreí, esperando que los nervios que sentía
ante su pregunta no estuvieran forzando visiblemente mis labios. Me alejé
para volver al mostrador de registro.
—¿Eres de aquí? —preguntó, acercándose. Jugueteé con la
computadora para evitar mirarla.
—Sí —empecé—. Bueno, soy originaria de California.
—Umm —dijo, aun mirándome como si estuviera tratando de
reconocerme.
—¿De dónde eres? —pregunté.
—Chicago. —La preocupación al instante subió por mi espalda con
esa sola palabra. Eso se hallaba lo suficientemente cerca de la zona de la
que desaparecí. Mierda, mierda, mierda. Mi mente se aceleró.
—Oh, eso es genial. —Fue todo lo que pude responder.
—¿Cuál es tu nombre?
—Andra.
—¿En serio? —La miré, mi espalda recta en defensa.
—Sí, ese es mi nombre. ¿Quieres ver mi licencia de conducir para
verificarlo? —Sé que lo decía groseramente, pero su línea de preguntas
empezaba a volverse demasiado personal.
Se erizó y retrocedió por un segundo. —Supongo que te ves muy
familiar.
—Me lo dicen mucho. —Me alejé del escritorio—. Tengo que volver a
trabajar ahora. Pero si necesitas algo, sólo grita.
Oigo la puerta mosquitera cerrarse, haciendo repiquetear la madera
contra el marco del mismo modo que entré en mi oficina y dejé escapar un
suspiro de alivio. No mentía cuando le dije que me decían mucho de eso. Lo
hacían. Pero nunca de alguien tan persistente como ella. Me temblaban las
manos cuando di vuelta a mi monitor de nuevo y cuando me metí en la cama
dos horas más tarde, supe que tendría otra pesadilla.
Una mano se cerró sobre mi boca. Todo lo que podía saborear era la sal
de su sudor. Tuve arcadas y la bilis se levantó de mi estómago, pero no hay
forma de liberarlo, tuve que contenerlo de regreso. Lágrimas salían a raudales
de mis ojos. Su peso presionado contra mí, en mí. Sacudí mi cabeza hacia
atrás y hacia delante, desesperada, asustada. Pero fue demasiado tarde.
Dolor se extendió y mi cuerpo retrocedió, mis lágrimas formando ríos, mi boca
sollozando. No podía liberarme, no podía moverme. Mi cuerpo finalmente se
quedó inmóvil, a la espera de que acabara. Dejé mi cabeza descansar de
lado, mirando por la ventana. Y luego se alejó de mí. Había ganado. No era la
primera ni la última vez.
Me desperté llorando, sollozos sacudiendo violentamente mi cuerpo
cuando me acurruqué en mi lado. Me mordí los nudillos para que los
sollozos no se volvieran demasiado altos, permitiendo mi respuesta
emocional a la memoria ser más poderoso de lo que era.
El Monstruo tomó mucho de mí: eso era cierto. Pero ahora yo era
fuerte, valiente. Una gran parte de mi valentía fue envuelta con mentiras,
pero todavía era mía. Me sacudí la pesadilla y salí de la cama, quitándome
mi ropa empapada de sudor y me deslicé en una camisa de noche de gran
tamaño en su lugar. Entré a la cocina y llené un vaso de agua antes de volver
a mi habitación y buscar la botella de píldoras que guardaba en mi mesita
de noche.
A veces era más fácil sentir nada. A tener un vacío dentro de ti que
ahogaba toda la felicidad, toda la tristeza. Podrías subir a ese vacío y sentirte
seguro de todo. Este era otro escape para mí, otra cosa que separaba a Andra
de Cora. Quería ser virgen del dolor, de la crueldad, del amor, de la bondad.
A veces, como ahora, tenía que subir al vacío y tener mi mente borrada.
Tenía que simplemente no sentir.
Tragué la pequeña píldora con un sorbo de agua y subí de nuevo en
la cama. Unos minutos más tarde, quedé en blanco y caí en el sueño, sin
un pensamiento ocupando mi mente.
Me sumergí al trabajo el día siguiente. Limpié los establos y el
gallinero, examiné el estanque por basura, y rehíce las camas en la casa
grande. Evité a Rosa como la peste, evité toda interacción humana, y trabajé
hasta que mis músculos dolían por descanso. Era mi modus operandi
habitual después de una noche de sueño agitada. Ya no estaba insensible a
la emoción, lo que significaba que me encontraba en un estado vulnerable,
colgando precariamente en el borde a otro ataque de llanto.
Al mediodía, Six me envió un mensaje.
Six: ¿Qué haces este fin de semana?
Yo: Tengo planes para esta noche y mañana. Pero voy a estar
alrededor. ¿Por qué?
Le tomó unos minutos para responder.
Six: Mantén el teléfono a mano.
Yo: ¿Por qué?
Six: Porque te lo digo.
Rodé los ojos. Era tan mandón y reservado. Elegí empujarlo de mi
mente mientras limpiaba los platos de la comida, evitando los ojos
interrogantes de Oscar mientras preparaba la cena y el postre para la
reunión familiar.
—¿Tienes un bicho en el culo? —preguntó finalmente, cuando el
silencio se volvía insoportable, incluso para mí.
Me volví hacia él y lo miré mal, enseñándole el dedo con una
enjabonada y enguantada mano.
»No, gracias, eres un poco demasiado joven para mí —dijo
casualmente, cortando en cubitos pimientos rojos.
—No fue una invitación. ¿Por qué no puedes ser una persona normal
y preguntar si estoy bien? —pregunté, molesta, fregando el plato en la mano
con más fuerza de la necesaria.
—Porque lo normal es aburrido. Pero ya que estás irritable esta
mañana, ¿estás bien?
—Estupenda —le dije, enjuagando el plato y colocándolo firmemente
en el estante para platos.
—Sí, eres un rayo de sol por la tarde. Sal de mi cocina.
Me volví hacia él, con las manos chorreando agua enjabonada. —¿Por
qué?
—Debido a que necesitas refrescarte. Tu rabia será absorbida por mis
pimientos y arruinarás lo que podría ser una comida sabrosa. También, no
sostengo manos o doy abrazos, por lo que no te sentirás mejor estando aquí.
Vete —reiteró, señalando con el cuchillo a la puerta, con la ceja levantada
para mostrar lo serio que era.
Me quité los guantes, mordiéndome la lengua para no arrojar una
réplica innecesaria. Tiré los guantes sobre el mostrador y salí de la cocina,
a la sala grande.
La frustración por mi mal carácter y comportamiento infantil se movía
a través de mis venas como la electricidad, dejándome incapaz de estarme
quieta mientras daba la vuelta antes de alejarme de la puerta del patio, en
dirección a mi cabaña. Mis pies se movían más rápido que el funcionamiento
de mi cerebro y no tenía ni idea de dónde me dirigía hasta que me hallaba
en la puerta de mi cabaña.
Llevé una mano al bolsillo para las llaves y luego me di cuenta que las
dejé en la cocina. Maldije unas pocas palabras, mi frustración ahora llegó a
la cima, cuando oí mi nombre siendo llamado.
Giré mi cabeza hacia la izquierda y vi a Julian de pie justo al lado de
su terraza, con una mano en un bolsillo y la otra levantada en señal de
saludo.
—Confía en mí, Julian, no quieres estar cerca de mí en estos
momentos.
Caminaba por el césped hacia mí. —¿Por qué dices eso? —preguntó,
caminando hacia mí, actuando como si tuviera todo el tiempo del mundo.
Había algo fuera en su conducta, casi como si estuviera aproximándose con
cautela. Pero todavía se acercaba, y a un ritmo constante.
—Porque estoy muy cabreada en este momento.
—¿Por qué?
Negué con la cabeza y pasé las manos por mi cabello. —No lo sé.
¿Porque tengo ira irracional a veces, supongo? —Estaba arremetiendo, mis
palabras llenas de toda la frustración que sentía. No hablé con él
amablemente. Sabía que esto era parte de un efecto secundario de la
medicación que tomé la noche anterior. Y otra parte, probablemente la parte
que más dominaba, era toda la oscuridad dentro de mí. Era más fácil hacer
daño con las palabras de lo que era con un cuchillo, pero cortaban justo por
igual, debajo de la piel. Los cuchillos dejaban cicatrices en la superficie
mientras que las palabras dejaban cicatrices bajo la epidermis, en el alma.
Y las palabras no fueron utilizadas como un arma para protegerme, sino que
en su lugar lastimaban para proteger a los que me rodean.
—¿Quieres salir a correr?
—¿Qué? —Lo miré como si estuviera hablando en otro idioma.
—Cuando estoy trabajando en una escena que no puedo conseguir
bien, voy a correr. La frustración se va y las palabras se vierten de mis dedos
a la página. Sólo pensé que una carrera podría ayudar a resolver lo que sea
estás luchando dentro de ese cerebro tuyo.
Digerí sus palabras antes de asentir. —¿Vas a correr conmigo?
—Por supuesto. Creo recordarte diciendo que no corres muy rápido,
así que intentaré tomarlo con calma por ti.
Entrecerré los ojos. —No te necesito demasiado, pero gracias. Dame
diez minutos para conseguir mis llaves de la casa grande y nos
encontraremos allí. —Señalé a la línea de árboles detrás de las cabañas.
Cuando asintió, me di la vuelta, en dirección a la cocina para tomar
mis llaves.
18
Traducido por Black Rose

ulian y yo llevábamos más de tres kilómetros de la carrera y hasta


J el momento, los dos estábamos manteniendo el mismo ritmo
constante. Su respiración era uniforme y me di cuenta de que no
trajo audífonos para correr. Nos acercábamos a la pradera por lo que aceleré
mi paso, bombeando más rápido, más fuerte. Cuando Julian se dio cuenta
de que le estaba ganando, aumentó la velocidad y competimos hasta que
aminoré el ritmo, la pradera a la vista. Julian me miró, interrogante. Eché
la cabeza hacia el claro que apenas se podía ver a través de los árboles y él
asintió hacia mí, aminorando el paso. En el momento en que llegamos a la
pradera, los dos caminábamos, respirando con dificultad. La sangre rugía
en mis oídos, así que abruptamente me senté en medio del campo y luego
recosté mi cabeza hacia atrás, acomodándome contra la hierba alta. Cerré
los ojos y tomé una respiración profunda, inhalando la tierra, el calor del
sol, el aroma de la hierba. Estos eran mis olores favoritos.
Sentía a Julian acostarse a mi lado y le oí respirar todo. Abrí los ojos
y miré a nuestro alrededor. Gracias a la altura de la hierba, estábamos
completamente ocultos de cualquier persona o cosa que saliera detrás de la
línea de árboles. Había consuelo en ello, estar escondidos a la intemperie.
Existíamos en ese pequeño trozo de tierra y nadie sabía.
Giré la cabeza hacia Julian y examiné su perfil. Su nariz era fuerte,
proporcionada. Su vello facial creció un poco en los últimos dos días,
alcanzando una longitud que decía que era intencional, en lugar del
producto de varios días sin dormir. Los hombres eran así. No requerían
ningún arreglo personal verdadero, siempre y cuando mantuvieran su
cabello a una longitud manejable. Podían correr sus dedos por el cabello y
parecería un estilo real. Hacer lo mismo con mi propio cabello me hacía ver
descuidada, sin hogar.
Los ojos de Julian se abrieron y se volvieron hacia mí. —¿Te sientes
mejor? —preguntó.
—Sí. En vez de estar molesta por algo en particular, estoy molesta
contigo.
Sus cejas se arrugaron por su ceño fruncido. —¿Conmigo? ¿Por qué?
—Porque siempre te ves tan sin esfuerzo. Como si te despertaras
viéndote así de bien. Y sé que es un hecho que te ves bien recién levantado.
Y eso me molesta.
Se rio y se puso de costado, frente a mí. —Te ves bien cuando te
despiertas. Sé que eso es un hecho.
—Después de que me he cepillado el cabello y frotado el sueño de mi
cara, estoy segura de verme presentable.
—Está bien, cuando te despiertas por primera vez te ves dulce, como
si el mundo no te hubiera tocado todavía. Dulce como un gatito,
ronroneando con alegría. Que es exactamente lo contrario de cómo te veías
hace media hora, con tus garras picando por carne para perforar. Como un
dragón.
—Como un dragón, ¿eh? —pregunté, divertida—. ¿Acaso ellos no
respiran fuego?
—¿Por qué crees que no me acerqué demasiado cuando te hablé de
venir a correr?
Me reí a continuación. —Me alegra que lo hayas hecho. He extrañado
correr las últimas mañanas. Estoy segura de que eso me puso al borde. —
Me senté y sacudí el polvo de mis brazos desnudos. Julian se sentó y me
miró, apoyándose en sus manos.
Cuando lo atrapé mirándome, me arrastré hacia él y me deslicé en su
regazo, pecho a pecho. Cerré mis brazos alrededor de su cuello y ladeé mi
cabeza hacia un lado, lamiendo mis labios. Las manos de Julian se
deslizaron a ambos lados de mi cintura. Dejé que mis dedos jugaran con el
pelo en su nuca. La camiseta que yo llevaba puesta se deslizó hacia abajo,
dejando al descubierto una parte de mi pecho. Vi sus ojos aterrizar allí y me
di cuenta que mi sujetador era más revelador que la parte superior del bikini
que usé la semana anterior.
Movió una mano a mi clavícula antes de pasar su mano por mi pecho.
Contuve la respiración mientras sus dedos trazaron las letras escritas allí.
Fue escrito sobre la curva de mi pecho izquierdo, una sola palabra: libre. No
hizo ningún comentario sobre ello, simplemente rastreó la palabra con la
punta del dedo, lentamente, con cuidado.
—¿Tienes más?
Asentí. Uno no se lo podía mostrar, pero le podía mostrar el otro.
Arremangué mis pantalones cortos, tirando de ellos lo suficientemente alto
como para mostrar la cita que entinté en mi piel.
»“Hay cosas mucho, mucho mejores por delante que cualquier cosa que
dejamos atrás” —dijo, una vez más pasando los dedos sobre mi piel. Me
miró—. ¿C. S. Lewis?
—Sí. —Me sorprendió un poco que supiera.
Se quedó mirando el tatuaje por un minuto, sin decir nada. Dejó sus
dedos allí, descansando sobre las palabras por las que yo vivía.
»¿Tienes algún tatuaje? —pregunté, tratando de romper el silencio.
—No. No he encontrado nada que necesite grabar de forma
permanente en mi piel, aún.
Elegí poner mis tatuajes en lugares de mi cuerpo que a menudo se
ocultan a los demás, ya que su significado era para mí. A pesar de que rara
vez veía mi tatuaje de Queen debido a la colocación, sabía que estaba
siempre allí, justo detrás de mí garganta. Dejé gran parte de Cora Mitchell
detrás cuando me fui de ese apartamento años atrás, pero no podía sustituir
mi amor por mi banda favorita. Este tatuaje sería un claro indicativo para
quienes me conocían, que lo hacían como Cora Mitchell. Todos mis otros
tatuajes eran para el después, la palabra “libre” tatuada en mi pecho para
recordarme lo que era, que mis elecciones eran mías. Las palabras en mi
pierna para recordarme a seguir dando un paso adelante, para alejarme de
las cosas que me perseguían.
»Me gusta tu tinta —dijo Julian, sacándome de mis pensamientos—.
Me gusta que tengan significado. Soy muy aficionado a las palabras, por si
no lo sabías.
Sonreí. —Haces tu vida con ellas, así que te deberían gustar.
Negó con la cabeza y se pasó una mano por el cabello. —Mis historias
no son profundas. Son palabras que manipulé en emociones. Una vez que
termino una historia, no pienso más en eso. Son misterios. Una vez que se
resuelve el misterio, la historia ha terminado. Las palabras a las que soy
aficionado son de las que inherentemente sabemos el significado. No
tenemos que influirlas para que signifiquen algo. Se destacan por su propia
cuenta.
—Está bien, ¿qué palabras son esas? —Seguía sentada en su regazo,
sus dedos todavía descansando sobre las palabras en mi muslo.
—Por ejemplo: odio. Esa es una palabra que sientes. Si odias algo, eso
es algún tipo de poder. A menudo, las personas dudan usar esa palabra
debido a su poder, la profundidad que significa odiar algo o a alguien. —Sus
dedos se movieron desde mi muslo hasta mi cintura, frotando su pulgar
sobre la fina tela de la parte superior de mi camiseta—. Amor es otra. No es
necesario que te enseñen su significado. ¿Cómo se puede enseñar eso?
Recuerdo cuando mi hermana menor, Annemarie, tenía unos dos o tres
años. Yo iba en secundaria, ya manejaba. Pasaba por una fase en la que
resentía a mi madre, resentía que trabajara todo el tiempo, resentía el ser
responsable de mis hermanas. Y, mientras recogía las llaves para ir a dar
una vuelta, Annemarie entró en mi habitación y me pidió que jugara con
ella. Me sentía molesto, impaciente, y le dije que no. Le dije que saliera de
mi habitación, que buscara a una de las otras hermanas para jugar. Cuando
le devolví la mirada, vi que sus ojos se llenaron de lágrimas. “Pero yo quiero
jugar contigo” me dijo, su labio inferior temblando. “Te amo”.
Julian cogió un trozo de césped, con la otra mano. »Ese fue un
momento profundo para mí. ¿Cómo podía ella entender qué era el amor? No
nos habíamos sentado y discutido su definición, e incluso entonces, ¿quién
entendería eso? El amor no se enseña; se siente. Pero mi hermana pequeña
lo entendía, lo sentía, sabía lo que era sin ninguna explicación. Amor y odio,
esas son mis palabras favoritas. Se destacan por su propia cuenta. No
necesitan ser definidas.
—Tal vez deberías tenerlas grabadas en tu piel entonces —sugerí,
arrastrando mis dedos por su brazo.
—Tal vez —concordó, inclinándose y salpicando besos a través de mi
clavícula. Cerré los ojos e incliné la cabeza hacia atrás, dándole mayor
acceso. Sentada en su regazo le daba un mejor acceso a mi garganta, y él lo
aprovechó, deslizando sus labios por mi cuello, mordisqueando la piel entre
mi cuello y barbilla. Sus manos se movieron hasta enmarcar la forma de mi
cara mientras la cercaba hacia la suya. La forma en que me cogía la cara
entre sus manos era lo que más me gustaba, como si quisiera que fuera
consciente sólo de su presencia. Sin embargo, siempre me encontraba
consciente de su presencia, mi cuerpo atraído al suyo como un imán.
Usando su pulgar, suavemente bajó mi barbilla, llevando mis labios a
los suyos. »No puedo estar lejos de ti, Andra. —Respiró, presionando suaves
besos contra la esquina de mis labios. Me sentía intoxicada, hundida por su
tacto—. La forma en que te mueves, eres como el agua. Eres fluida. Cuando
te envuelves a mí alrededor, me ahogo. —Apretó sus labios justo por encima
de los míos, mordisqueando el arco de mi labio superior—. Consumes mis
pensamientos. —Apretó sus labios contra los míos por un breve momento y
se apartó—. Mis manos instintivamente se extienden hacia ti cuando estás
cerca. —Pasó los dedos de nuevo por mi cabello, manos ásperas presionando
contra mi cuero cabelludo. Rozó su nariz justo detrás de mí oreja—. ¿Me
entiendes? —susurró en mi oído, su vello facial raspando mi cara. Sus
palabras eran dedos, arrastrándose por mi cara, metiéndose dentro de mí,
golpeando contra el latido de mi corazón—. ¿Me entiendes? —repitió.
No podía hablar, mi garganta entera ardía de deseo. Asentí, tragando,
con la esperanza de que el fuego se enfriara.
»Por mucho que odio decir esto, tenemos que volver. Estoy seguro que
tienes cosas por hacer antes de ir al concierto de esta noche.
Suspiré, mi cuerpo oscilando entre ignorar mis tareas y caer sobre
Julian. Mi lealtad al rancho ganó. —Sí, tienes razón. —Me puse de pie y
limpié la suciedad de mis piernas.
—Aquí —dijo Julian, poniendo una mano sobre mi hombro—. Tienes
pasto en el cabello. —Sus dedos tiraron de mi cabello, aflojando los trozos
de pasto. Cuando sacó todo, pasó sus dedos por mi cabello como un peine—
. Me gusta tu cabello.
—Te gusta mi tinta, te gusta mi cabello. ¿Qué más te gusta? —
pregunté, mirándolo por encima del hombro.
—Me gustan tus ojos. Y no sólo su tono, el cual es increíble en sí
mismo. Me gusta mucho cuánto revelas a través de tus ojos. Tus labios son
preciosos, pero las palabras que salen de ellos pueden contar una historia
o decir la verdad. Tus ojos, sin embargo, no pueden mentir.
Fruncí el ceño y empecé a caminar a través de la pradera hacia la
línea de árboles, en dirección al rancho. —Está bien, ¿qué es lo que no te
gusta de mí?
—Roncas cuando duermes.
Mis ojos estaban muy abiertos cuando me volví hacia él. —¡Yo no
ronco!
—Tu cara está muy fea con ese vendaje. —Sabía que lo decía sólo para
obtener una respuesta de mí.
Extendí la mano y tiré el vendaje, dejando al descubierto la herida
debajo. —¿Está mejor así?
Julian pareció sorprendido de que lo hubiera arrancado. Luego se
encogió de hombros. —Te ves más ruda ahora.
Me reí. El aire en realidad se sentía bien en la herida, solo tenía que
acostumbrarme al dolor que sentía cada vez que sonreía o reía. —Ahora que
he arreglado eso, ¿qué otra cosa no te gusta?
Rió. —No me gusta que mientas.
Detuve mi paso y me volví a él. —Elabora. —No era una pregunta.
Levantó las manos en señal de rendición. —Está bien, cuando
hablamos la primera noche que te conocí, me dijiste que no corres muy
rápido. Eso obviamente fue una mentira. —Sus ojos se dirigían a los míos,
retándome a no estar de acuerdo.
Dejé que la tensión se disipara y asentí, frunciendo los labios. —Está
bien, tienes razón. Mentí. Puedo correr muy rápido, en realidad. —Y así lo
hice.
Después de que hubiera terminado el resto de mis tareas, me apresuré
a regresar a la cabaña para estar lista para el concierto al aire libre con
Julian. Era una cosa semanal en los meses de verano, las bandas locales se
presentaban sobre una losa de cemento en el parque. La gente se reunía con
mantas y refrigeradores, y se quedaban fuera hasta que la última banda
terminaba su presentación. Yo fui con Dylan un par de veces, pero dado que
Dylan no se hallaba tan naturalmente atraído por la música como yo, él no
poseía mucho interés en ir. Sabía que a Julian le gustaba la música, y lo
apreciaría, así que invitarlo había sido una obviedad.
Me puse mis vaqueros ajustados y un par de botas, una vieja, raída
camiseta sin mangas de Queen, y me puse una chaqueta de cremallera
negra en caso de que hiciera frío cuando el sol se pusiera. Puse algunas
cosas en el refrigerador y arrojé toda mi bandeja de hielo en él, así no
tendríamos que parar por hielo. Agarré un par de mantas de franela y salí,
cerrando la puerta detrás de mí.
Quité la parte superior del jeep y me dirigí a la cabaña de Julian. Él
salió y se rió. —No esperaba que realmente me recogieras —dijo al subir al
asiento del copiloto—. Pero gracias por no abrirme la puerta.
Manejé lentamente por el camino de grava, aumentando la velocidad
al llegar a la carretera pavimentada principal. Nuestra ciudad era pequeña,
pero había otras tres ciudades vecinas que trabajaban juntas para organizar
estos conciertos semanales. Todo el mundo pagaba una cuota de cinco
dólares para cubrir el precio de las bandas y para ayudar a pagar por el
permiso para la tierra.
Después de pagar la cuota, estacioné el jeep junto a la carretera y
salté fuera, en dirección a la parte posterior del vehículo para agarrar la
nevera y las otras cosas que preparé. Julian tomó el refrigerador por mí y yo
agarré las mantas. Luego ambos nos fuimos por la carretera, pasando los
coches que habían llegado antes que nosotros. Podía escuchar la prueba de
sonido más adelante.
Julian alargó su mano libre buscando la mía, agarrándola y
entrelazando nuestros dedos. Se acercó a mi lado y ambos desaceleramos
nuestros pasos, sus dedos apretando los míos. Mi mano se calentó por la
suya, sabiendo que él ansiaba tanto la conexión como yo.
Cuando llegamos al campo en frente del escenario de concreto,
conduje a Julian a la izquierda del escenario, el lado que, para mí, tenía la
mejor acústica en relación con los árboles y las montañas que nos rodeaban.
Extendí la manta más grande y me dejé caer, ambos girando sobre nuestros
costados para quedar de cara entre sí. La primera banda todavía se estaba
estableciendo así que tuvimos tiempo para hablar. Una vez que comenzara
la música, estaría demasiado alta para escuchar el uno al otro sin gritar.
—Esta fue una gran idea —dijo, arrastrándose rápidamente más cerca
de mí.
—Espero que te guste la música. Por lo general, hacen un montón de
tributos.
—Estoy seguro de que lo haré. —Empujó el cabello de mi hombro. La
chaqueta se deslizó por encima del hombro con el movimiento y Julian no
perdió el tiempo pasando los dedos sobre mi piel desnuda—. No puedo no
tocarte. Y no voy a disculparme por eso tampoco.
Levanté una ceja. —¿Me viste quejarme? —pregunté, extendiendo la
mano para agarrar un puñado del centro de su camisa. Lo atraje más
cerca—. No me gusta el espacio entre nosotros —admití. Me apoyé en un
brazo y miré hacia él. Su cabeza era amortiguada por su brazo doblado, sus
bíceps flexionados por la posición. Su cabello se hallaba deliciosamente
desordenado y tenía los labios en una sonrisa de satisfacción. Esa sonrisa
era una de mis favoritas, sabiendo que ayudé a ponerla ahí.
Me incliné hacia abajo, permitiendo que mi cabello se convirtiera en
una cortina que nos rodeaba, frotando mi nariz contra la suya. Me di cuenta
de que él se estaba frenando, lo que me permitía tomar el control de esta
situación. Acribillé su vello facial con besos, amando la mordedura contra
mis labios. Besé sus labios rápidamente una vez, y luego dos veces, y cuando
trataba de arrancar un tercero, sus manos subieron y sostuvieron mi cabeza
en su sitio, besándome a su gusto. Tuvo cuidado de no rozar su barba en
mi pómulo.
Sin estar segura acerca de qué tan apropiados éramos para el parque,
me separé y salí fuera de él y me puse de espaldas. Solté un suspiro
exagerado. —¿Siempre se siente así? —pregunté sin pensar.
—No. Puedo decir que definitivamente no siempre se siente así. De
hecho, me gustaría ir tan lejos como para decir que nunca se siente así, o
al menos nunca lo ha sido así para mí antes.
Volví los ojos hacia él. Sus ojos se deslizaban por mi cara. Me hizo
sentir consciente de mí misma. —¿Por qué me miras de esa manera?
Sus ojos se encontraron con los míos. —Estoy memorizando tu rostro.
—dijo con indiferencia, como si ésa era la respuesta más obvia. Antes de
que pudiera preguntar por qué, empezó la música, ahogando mi voz. Ambos
volvimos la cabeza hacia el escenario para escuchar. En algún momento,
Julian se acurrucó detrás de mí, lo que me permitió usar su brazo como
almohada, su otra mano corriendo por mi cintura, sobre la curva de la
cadera. En algunas de las canciones, utilizó mi cadera como una guitarra,
rasgando sus dedos contra el material al tiempo que la banda. Estaba
segura de que era inocente, pero el movimiento repetitivo me volvía loca.
Como resultado, nos besuqueamos durante todas las canciones, haciendo
una pausa para recuperar el aliento, reír, o tener un sorbo de refresco. Estar
cerca de Julian era como estar viva. Era más consciente de los latidos de mi
corazón, retada a evaluarme a mí misma, y reía tan a menudo que mis
mejillas dolían.
Cuando la tercera banda tocó y Julian y yo habíamos terminado
nuestra segunda gaseosa, el cielo se había oscurecido. La única iluminación
era el escenario y la carretera, dejando a aquellos de nosotros en la hierba
en completa oscuridad.
Cuando la banda tocó una canción que era un poco cursi, pero todavía
optimista, Julian saltó en pie y extendió una mano hacia mí.
—¿Qué estás haciendo? —pregunté, sospechosa.
—Yo, Julian Jameson, te pido a ti, Andra Walker, bailar conmigo ésta
feliz canción. —Parecía optimista, y aunque quería protestar, me encontré
poniendo mi mano en la suya y de pie.
Me condujo hacia la línea de árboles, completamente fuera de la vista
del resto de los asistentes al concierto. Se encontraba absolutamente negro
a excepción del escenario, así que tomé comodidad al saber que nadie más
podía vernos. Podríamos vivir en este cuadrado de pasto pisoteado a un lado
del concierto real, y sólo preocuparnos por el otro. Julian bailaba conmigo
al ritmo de la canción de Jason Mraz “Im Yours” en el pasto, haciéndome
girar lejos de él y tirando de mí hacia él con drama. Era divertido y encajaba
con el estado de ánimo de nuestra noche juntos. La canción se mezcló con
la siguiente.
—One Republic —susurré, mis labios contra su cabello—. Tu banda.
Sentí sus labios tocar la concha de mi oído mientras cantaba junto
con las letras de “Stop and Stare”.
Me cantó en la oscuridad, sus caderas presionadas contra las mías,
la mano que presionaba mi espalda rastreaba con ternura por mi espina
dorsal. Cada pocos acordes, presionaba sus labios en mi lóbulo del oído, en
un beso tan suave como su voz. Él no retuvo nada de mí, si se trataba de
sus palabras o incluso su tacto. Me dio todo.
Y por primera vez en mi vida, me enamoré. Me enamoré de su mano
en mi cintura, bajo las estrellas, mientras bailábamos con palabras
prestadas. Me enamoré de su aliento en mi oído, su mejilla presionada
contra la mía, con su cuerpo presionado fuertemente con el mío. Me
enamoré de nuevo cuando nos tumbamos en el suelo, mi cabeza sobre su
pecho y su mano en mi cabello. Su corazón latiendo en mi oído era el sonido
más fuerte, mi sonido favorito.
No por primera vez, supe que estaba en problemas.
19
Traducido por ∞Jul∞, Liz De Rossi & gabyguzman8

uando volvimos al rancho, Julián me pidió que fuera con él a

C su cabaña. Tenía sueño, saciada, emocionalmente bebida de


pasar la noche en sus brazos. Estuve de acuerdo y lo seguí.
Julian desapareció en el cuarto de baño, así que me agaché en la
pequeña mesa donde estaba la televisión. Se había abastecido con algunos
DVDs. Los dos DVDs apilados en la parte superior del reproductor de DVD
eran The Goonies y La princesa prometida. Mi corazón dio un salto mortal
de felicidad.
No lo oí salir del cuarto de baño mientras leía la parte posterior del
estuche de DVDs de las películas que no reconocí.
—Cora.
—¿Eh? —murmuré, distraídamente. Un instante después, mi cerebro
se despertó. Giré hacia él. Estaba segura de que mi cara exhibía
conmoción—. ¿Cómo me has llamado?
Julian tomó pasos cautelosos hacia mí. —Cora. Cora Mitchell. Esa es
quien eres.
Me hallaba en la incredulidad absoluta y negué con la cabeza lo más
rápido que podía moverse. —No. Esa no… no soy ella. —Fue mi peor intento
de mentir todavía.
Julian se acercó y yo retrocedí, mis rodillas chocando con el soporte
de la televisión. Julian alzó una mano, probablemente en un intento de
calmarme. Mis ojos fueron rápidamente hacia la puerta, pero antes de que
pudiera hacer un movimiento, Julian se paró frente a ella.
Con las manos levantadas, habló en voz baja, con calma—: No voy
detenerte. Pero no quiero que te vayas hasta que me explique.
Si hubiera abierto más mis ojos, seguramente mis globos oculares
rodarían directo fuera de las órbitas. Me sentía conmocionada, asustada, y
absolutamente sin palabras.
»He sabido que eras Cora desde nuestra primera cita, aunque he
sospechado por mucho más tiempo.
Negué con la cabeza, sacudiendo sus palabras en mis oídos. —
¿Cómo?
—Te dije que mi padre se mudó cuando se divorciaron. Y te dije que
me ayudó con mis novelas. No te dije que es un oficial de policía. —Hizo una
pausa—. En Michigan.
Mi mandíbula se perdió el control de sí misma, y sabía que mi boca
colgaba abierta. No tenía palabras para lo que se sentía esto.
Julian me hizo un gesto para que me sentara en su cama. No tenía
mucha elección, mis rodillas se tambaleaban, incapaces de soportar mi
peso. Me senté en la cama dura, notando por primera vez que había limpiado
la habitación de su desorden anterior. Había una corta pila de papeles en
su escritorio. Finalmente dejé que mis ojos cayeran sobre él de nuevo.
Julian se alejó de la puerta, a unos pocos metros hacia mí. »Es un
detective, en realidad. Y le han asignado los casos sin resolver. Algunos de
mis libros siguen el modelo de casos que conozco que ha trabajado. Todavía
novelizo las historias, pero me da la inspiración.
Asentí, mi primer reconocimiento de que escuchaba.
»Hace aproximadamente dos años, nos pusimos a hablar de un caso
de una chica desaparecida. Una de diecisiete años de edad que desapareció.
Lo había estado comiendo vivo y bromeó diciendo que debería usar algo de
mí destreza en internet para ver lo que podría desenterrar. Él nunca
compartió detalles conmigo de los que no fueron filtrados a la prensa. Así
que no tenía una ventaja adicional.
»Bueno, hice un viaje para ver a mi padre el año pasado y mientras
estuve allí fisgoneé, hice algunas investigaciones. Y mientras que todo
Internet cree que el tío era el responsable, yo no lo hice. Hice algo de
investigación. Él perdió una gran cantidad de dinero cuando desapareció.
Lo miré con una pregunta en mis ojos.
»Voy a llegar a esa parte —respondió—. Busqué la historia de Cora,
profundicé en su vida antes de que ella se convirtiera en una huérfana. —
Tragué saliva entonces, recordé a mi madre—. Encontré a Six de esa
manera. O, como se le conoce legalmente, William. —Me encogí, sabiendo
que Six odiaba ese nombre—. Seguí su camino a California, pensando que
podría estar con él. Por supuesto, no estabas. Tenía que pensar en ti, cómo
quedaste huérfana después de que tu madre falleciera. Y sentí que Six te
dejaría con alguien maternal. —Julian tomó una respiración profunda,
como si admitir los tramos para encontrarme lo agobiara. Y continuó—: Así
que busqué a su madre. Fui y chequé su Facebook. Miré a través de todos
sus amigos, y no estabas allí. Así que vi a sus amigos. Ella tenía sólo una
treintena amigos, y tal vez diez con los que interactuaba con regularidad.
Uno de esos amigos era Rosa.
Me había calmado un poco, y era capaz de formar finalmente las
palabras de nuevo. —Ella tiene una cuenta de Facebook sobre todo para
mantener la página de Facebook del rancho.
—Bingo —dijo, su voz suave—. Hay una gran cantidad de fotos del
rancho en su página de Facebook. Fotos de cada empleado…
—Excepto yo —interrumpí.
—No tienes una foto individual, no. Pero la foto de Oscar, en la cocina.
Detrás de él, fuera de foco, está una mujer, con la cabeza inclinada, el
cabello desplegado para ocultar su rostro. Es del todo inocente, excepto por
el comentario en esa foto.
—Muéstrame.
Julian sacó su ordenador portátil, un rectángulo delgado de plata, y
se sentó a mi lado en la cama. Encendió la máquina y un momento después
volvió el ordenador portátil hacia mí. Vi la foto de Oscar, un cuchillo
presionado a la tabla de cortar, su ceño habitual evidente. La foto fue
subtitulada "Oscar el Gruñón, Chef Extraordinario”. Y por encima del
hombro, en el extremo opuesto de la isla de la cocina estaba yo. Mi cabello
cubría de hecho la mayor parte de mi cara, y por eso no recordaba la
fotografía siendo tomada, lo que probablemente fue una foto rápida.
Definitivamente me encontraba fuera de foco, pero sabía que era yo. No
habría sido tan claro para cualquier otra persona. Me desplacé hasta la
sección de comentarios y de inmediato reconocí el modelo de Dylan que se
veía como el autor del comentario. “Jaja, ¿esa se supone que es la foto de
empleado de Andra también?”, decía.
Le entregué el portátil de nuevo a Julian y pasé la lengua por los
dientes. Dylan no sabía mi pasado, no sabía nada de Cora Mitchell. No
podría estar enojado con él por un comentario aparentemente inocente. Él
no lo sabía. Miré a Julian. —Pero tú mismo lo has dicho, estaba fuera de
foco. ¿Cómo supiste que era yo?
Julian hizo clic en el perfil de Dylan. —Cuando vi el comentario, Dylan
tenía una foto diferente de perfil. —Hizo clic en el álbum de fotos de perfil
de Dylan y desplazó hasta dar con la correcta. Era una de mí y Dylan, justo
después de que conseguí el tatuaje de Queen. Dylan tenía su brazo alrededor
de mí y nos hallábamos de pie delante de un espejo. A la derecha, en el
reflejo, se podía distinguir la tinta en la parte de atrás de mi cuello, la piel
roja e irritada. Sin embargo, nuestras caras estaban en el foco, y yo tenía
una ceja levantada, mientras que Dylan hacía una cara tonta. Arrastré la
memoria de las telarañas de mi cerebro.
—Tomé esta para enviársela a Six —dije, poniendo la mano en mi
cuello en memoria—. Me dijo que no me hiciera tatuajes, por lo que,
naturalmente, lo hice. —Me mordí el labio, mi piercing del labio aún
ausente—. Perforé mi labio ese mismo día.
Julian regresó a los álbumes de Dylan y abrió uno, navegando
rápidamente por la foto mía, con timidez sonriendo a la cámara, señalando
dos dedos en la nueva perforación, desafío evidente en mis ojos. Era
desagradable. Y me hallaba en el perfil de Dylan, en al menos dos fotos.
»Dylan me envió las fotos para que pudiera reenviarlas a Six —le
expliqué—. Sinceramente, no creí que las publicaría en su página de
Facebook. —Me sentí como una idiota total—. ¿Y Dylan tiene todas sus fotos
públicas? —pregunté, incrédula.
Julian asintió. —No hizo que fuera difícil para mí encontrarte. —Cerró
el portátil y se volvió hacia mí—. Cuando salí del auto y te vi, mi corazón
dejó de latir en mi pecho. Pero no era del reconocimiento, Andra. O, al menos
no el reconocimiento que pensarías. Francamente, quedé sin habla. Tú en
el sol, mechones de cabello enmarcando tu impresionante cara,
determinada. Y entonces caminaste hacia mí con tal propósito. Tenías esa
sonrisa burlona en tus labios, mirándome con altivez, no tomando mi
basura ni por un segundo. Cuando entré en mi cabaña y cerré la puerta,
tuve que sacudir la cabeza para aclarar mis pensamientos. Fue entonces
cuando recordé que había venido aquí para encontrarte. Para ver si eras
Cora.
Absorbía sus palabras como una esponja, absorbiendo el
conocimiento que se daba con tanta libertad. —Actuaste muy seguro de ti
mismo cuando te conocí.
—Te he dicho que me gusta un desafío. No encuentro placer cuando
las mujeres se doblan a mi voluntad tan fácilmente. Quiero que quieran que
trabaje por ello, coincidir con ellas en el ingenio. Quiero competir con una
mujer, incluso si estamos con la esperanza de ganar lo mismo. Cuando me
hablaste con desafío inmediato, era una segunda naturaleza desafiar justo
de nuevo, para llegar a tu nivel. —Se pasó las manos por el cabello,
frustrado—. Tal vez no me estoy explicando bien. Te conocí, y estuve
inmediatamente intrigado y cautivado por ti. Toda mi atención había estado
en encontrar a Cora. No planeé más lejos que eso. Pero entonces te conocí y
no me importaba si eras Cora o no, pero necesitaba conocerte. —Se puso de
pie y se alejó antes de girar directo de vuelta y agarró mis manos, tirándome
de pie.
»Cuando te miro, tus ojos verdes avellana, algo se fija cómodamente
en mi pecho. Cada vez. Veo valentía tenaz y tristeza en esos grandes ojos
tuyos, y me inspiran a que yo sea un mejor hombre para merecer conocer
los secretos que guardas, de ver piezas de tu alma que estás dispuesta a
compartir conmigo. —Sus ojos eran serios, sus manos abiertas—. Quiero
quitar la tristeza de ti. No toda, porque sé que las experiencias que has
tenido te hicieron esta persona, esta maravillosa, inteligente, persona
increíble. Sólo quiero quitar esas partes que te agobian. Quiero liberarte.
Con esas palabras, mi corazón dio un salto mortal en el pecho, un
bulto pesado asentándose en mi garganta. Me sentía totalmente abrumada
con toda la información, y su admisión. A pesar de que sabía que mis
sentimientos por Julian eran del tipo más fuerte, todavía sentía esa
necesidad de alejarlo, para mantener la oscuridad fomentada de tocarlo.
Quería que mis palabras fueran más agudas que un cuchillo, y quería
que dolieran, para alejar su bondad antes de volverlas negro por mis
secretos. Reuní toda la rabia que sentía, dejé que las palabras se arrastraran
desde mi garganta, dejé que sus mentiras serrucharan en mi corazón. No
habría que tomarlas de nuevo, no hay manera de devolverlas una vez las
dejara libres. Tragué saliva y giré mi cara lejos de él. —Te dije que esto era
casual, Julian. Eso es todo lo que he sentido —mentí—. Fue divertido tenerte
cerca, pero no me tomé esto en serio. —Otra mentira—. No quiero volver a
verte. —Las mentiras comenzaban a ahogarme en su camino hasta mi
garganta, así que cerré mi boca y caminé hacia la puerta.
—Detente. —Su voz era suave, pero firme en su solicitud. Me di la
vuelta para mirarlo.
Julian se acercó a mí. Un paso. Dos pasos. Tres pasos. Y entonces se
hallaba justo en frente de mí, su respiración agitada perturbando el aire a
mí alrededor. Sándalo y canela agredieron mis sentidos y apreté mis ojos
cerrados, no dispuesta a mirarlo. Incapaz de mirarlo. Me conocía; conocía
las partes en las que Cora Mitchell y Andra Walker se cruzaban. Las partes
que trataba de ocultar a la mayoría. Así que sabría si mentía, ver el miedo
de perderlo reflejado en mis ojos.
Permaneció en silencio por un momento, pero podía sentir la
agitación, la rabia, saliendo fuera de él en oleadas.
»Crees que no mereces abrirte, tus secretos. Crees que la gente carga
con tu oscuridad. Pero no lo hacen. No eres oscura. Eres la luz. Eres el calor.
Buena. Dios, Andra —Su voz se quebró—, eres tan buena.
Mi cuerpo entero temblaba, la necesidad de mantenerlo peleando
contra mi terquedad. Y, sin embargo, no podía creer las palabras que decía.
¿Cómo podía creer que yo no era oscura? Si tu alma se compone en parte
de la experiencia, entonces mi alma por lo menos es algún tono de gris. Y
cada mentira que le dije colgaba en gran medida en el lado oscuro,
deslizando la escala inclinada más hacia la oscuridad. No cría que la luz y
la oscuridad pudieran existir sin el otro. Era la ausencia de luz lo que nos
hizo oscuros en primer lugar. Y mientras no estaba revolcándome en alguna
emocional autocompasión, sabía que mi alma era más oscura que la luz. Me
hallaba más mal que bien. E hizo que me diera cuenta que hice la decisión
de alejarme de Julian. No porque era oscura, sino porque él no lo era.
Mi corazón se sentía pesado en mi pecho, abrumado por mi decisión.
Me aparté de él, hacia la puerta. Mi mano agarró la manija y alcancé a tirar
de la puerta abierta. Sentí su mano golpear contra la puerta, justo al lado
de mi cara. Lo miré por encima del hombro y traté de mantener mi cara en
calma. —Déjame ir.
—No.
Apreté los dientes. Y empujé su mano de la puerta. —Te lo dije, no
siento lo mismo.
—Deja de mentir.
Me pasé la lengua por los dientes, contemplando. —¿Qué puedo hacer
para que me creas? —pregunté, mirando a la puerta, con mi voz totalmente
tranquila.
—Mírame a los ojos y dime que no significo nada para ti. —Su voz era
suave, como si no creyera que fuera capaz de mentirle en la cara—. Y haz
que te crea —agregó.
—Está bien —dije, forzando molestia en mi voz. Me di la vuelta y el
tiempo se sentía como si hubiera disminuido significativamente. Mirarlo a
los ojos era más difícil de lo que esperaba. Sentí mi corazón martilleando
dolorosamente y lo forcé a calmarse. Pero fue inútil. Mi corazón latía más
fuerte cada vez que estaba en su presencia. Fui traicionada por su reacción.
Tragué.
»No significas nada para mí —susurré, con mi voz estrangulada.
—Mírame a los ojos cuando lo dices. —Tragué otra vez y finalmente lo
miré. Me sorprendió ver su cara completamente tranquila, no había rastro
de ansiedad, lo sentía en lo más mínimo. Probablemente porque él sabe que
eres una gran mentirosa Andra, me dije. Abrí los labios, pero no salió ningún
sonido. Lo intenté de nuevo. Esta vez formado las palabras
—No significas nada para mí —repetí con voz temblorosa. Mi voz se
encontraba del lado de mi corazón, ambos traicionándome, haciendo mi voz
débil.
Julian apoyó las manos a ambos lados de mi cara, frente a la puerta.
Se inclinó. —Hazme creerlo.
Cerré los ojos y dejé caer mi cabeza contra la puerta. Reuní todo mi
valor y abrí los ojos. —No significas nada para mí. —Mi voz sonaba extraña
incluso para mí.
—Una vez más —dijo. Parecía aterradoramente calmado.
—No significas nada para mí. —En todo caso, mi voz se hacía más y
más débil. Vi triunfo en sus ojos y apreté los dientes de nuevo. Empujé
contra él, lo empujé lejos de mí—. Que te jodan, Julian —le escupí. La
frustración hervía justo debajo de la superficie de mis palabras.
—Ahora lo creo. Realmente sentí esas palabras. Ahora dilo de nuevo,
y tal vez puedas tratar de sonar menos como un robot muriendo.
—Que te jodan.
—Te lo dije, lo creo. Hazme creer que no soy nada para ti.
Fue una punzada a mi corazón sólo por escuchar las palabras de sus
labios. Mi instinto natural era negarlo, pero absorbí sus palabras. Solté un
suspiro y encontré sus ojos una vez más. Reuní todo el valor que me
quedaba y abrí la boca. Las palabras se negaron a formarse esta vez y lo
empujé de nuevo. —Maldito seas, Julian. —Gruñí, finalmente la frustración
hirviendo en forma de lágrimas en mis ojos—. No puedo decir esas palabras
con significado, y lo sabes. —Me deslicé por la puerta hasta que estuve
sentada en el suelo—. Pero eso no cambia nada —murmuré, secándome las
lágrimas de la cara.
Julian se hallaba de cuclillas frente a mí. —Sí, lo hace. No puedes
alejarme. No me iré calladamente.
Negué con la cabeza y cubrí la cara con mis manos. —No lo
conseguirás. No puedo volver a esa vida. No puedo ser Cora Mitchell de
nuevo. En lo que a mí respecta, está muerta.
—¿De qué estás hablando?
—Tu padre. Encontraste la niña perdida. Él querrá cerrar este caso.
Julian sacó las manos de mi cara. —Mi padre no tiene nada que ver
con nosotros. Cora Mitchell no es solo su desacertado caso.
—No regresaré, Julian. Ésta es mi casa. —Por esta vez, mi voz era
fuerte.
—No quiero que vuelvas. ¿En serio? ¿Crees que informaré de tu
ubicación a la policía, y así ellos puedan enviarte de regreso con tu tío?
—¡No lo sé! Todo esto es un poco abrumador en este momento. ¿Estás
buscando en mí algún tipo de emoción, autor del misterio? —Lo dije con
sarcasmo, lo sabía, pero no podía evitarlo.
—Mira. Me importa una mierda que seas Cora Mitchell. ¿Estás
escuchando todo lo que estoy diciendo? Mis sentimientos por Andra Walker,
por ti, son más fuertes que cualquier sensación que haya tenido. Desde el
momento en que te oí orar en la hierba, encontrar a Cora Mitchell ha sido
secundario a conocerte, Andra. No me siento como si hubiera ganado un
premio por la búsqueda de Cora Mitchell, la niña desaparecida. Siento que
he ganado algo mucho más profundo como para enamorarme de ti, Andra,
hermosa mujer, obstinada, sarcástica, cálida, inteligente, divertida. Te
quiero, Andra, te quiero. Quiero todo lo que estás dispuesta a darme, y
quiero las partes que no quieras darme.
—No sabes en lo que te estás metiendo, Julian —respondí, con
cansancio.
—Entonces dime. Dímelo todo. Lo malo, lo bueno, lo mundano.
Así que lo hice. Le hablé de crecer sin un padre, pero con una madre
dedicada. Le dije de la muerte de mi madre, de tener que vivir con mis tíos
y luego más tarde, su muerte. Luego, con una respiración profunda y un
peso en el corazón, le dije todo sobre el abuso, no dejando de lado ni un solo
detalle. Después, con un corazón más ligero, le dije de la fuga y mi vida
desde entonces. Y mientras las lágrimas brotaban de mis ojos, Julian me
sostuvo y me dejó descargar todo ello. Me deshice de todo hasta que estuve
vacía, hasta que mi voz era ronca.
No por primera vez, me quedé dormida segura en sus brazos. Pero,
por primera vez, sentí que la paz se asentó sobre mí como una manta
caliente, y me deslicé en el sueño sin la amenaza de una pesadilla que se
avecinara.
Me desperté desorientada. Miré a mi izquierda y luego a la derecha y
recordé dónde estaba. La cama se encontraba vacía en el lado en que Julian
había dormido así que estiré las piernas y me senté.
Él se situaba en la cocina, sin camisa, tarareando con la radio que
sonaba a un volumen bajo. Oí algo que chisporroteaba y crujía y me di
cuenta de que cocinaba. Lo vi bailando y tarareando mientras transfería algo
de la sartén al plato que esperaba. Vertió agua de una tetera en una taza y
se dio la vuelta, al verme despierta.
Llevó la taza hacia mí y se sentó en el borde de la cama. Lo vi poner
la taza al final de la mesa antes de sentir sus dedos en mi cara, acunándome
mientras me besaba.
—Umm —murmuré contra sus labios—. Tengo aliento mañanero.
Los ojos de Julian eran amables. Retiró el cabello de mi cara y de la
cabecera de la cama. —No importa —susurró antes de besarme de nuevo.
¿Cómo podría fingir que no sentía nada por este hombre? ¿Cómo podría
pretenderlo por un segundo? Sus labios se movían a mi mejilla y luego me
entregó la taza humeante—. Té —explicó antes de levantarse, rozando sus
labios sobre la parte superior de mi cabeza—. ¿Hambre? —preguntó
mientras caminaba hacia la cocina.
—Sí, mucho. —Tomé un sorbo de té. Era de frambuesa, mi favorito.
Al hombre no se le escapaba nada.
Un momento más tarde, Julian volvió con el desayuno: un montón de
esponjosos huevos revueltos, tocino y pan tostado. Tomé el plato de sus
manos. »Gracias. —Le sonreí.
—Es un placer. —Besó la parte superior de mi cabeza de nuevo antes
de volver a la cocina.
Cavé en la comida caliente. —Estos huevos son deliciosos.
—Una de las comidas más rápidas y más fáciles para alimentar a un
grupo de personas.
Sus hermanas. —Bueno, hasta el momento me has impresionado con
tus habilidades de chef.
Sonrió mientras cargaba otro plato y venía hacia mí, sentado a mi lado
en la cama.
—Hoy es tu día libre —dijo, entre bocado y bocado.
Comí un bocado de tocino. —Sí, y creo recordar que mencionaste que
me llevarías a tu casa.
—Lo hice. Pensaba que podríamos ir por allí en unas pocas horas.
Estiré mi espalda y tomó un bocado de pan tostado. —¿Qué hora es?
—Casi mediodía. —Casi me ahogué con la tostada—. ¿Mediodía?
¿Cómo pude dormir hasta tan tarde?
—Estabas agotada, obviamente. Te dejé dormir.
Dejé que se hundiera. Comí mi tostada en silencio. —Solo necesitaré
ducharme y cambiarme y estaré lista. —Me puse de pie para llevar el plato
a la cocina, pero Julian me detuvo.
—Me quedo con esto —ofreció, tomando mi plato y poniéndose de pie.
Lo colocó en la isla de la cocina antes de seguirme a la puerta.
»Todavía tengo cosas que quiero decirte —dijo cuándo paramos en la
puerta—. Cosas sobre Cora, y cosas de ti. Pero hoy, ¿está bien si sólo vivimos
en una burbuja, no dejemos que los problemas del mundo nos toquen?
Asentí, tragando saliva. —Eso suena perfecto para mí.
Se inclinó, pasando un brazo alrededor de mi cintura. Me atrajo hacia
él y me encontré envolviendo mis brazos alrededor de su cuello. »Lo siento,
guardé secretos de ti —susurró en mi oído.
—Guardé secretos también. —Me aferré a él con más fuerza—. No
quiero más.
—Bueno. —Besó la piel justo al lado de mi oreja—. Vuelve cuando
estés lista.
—Está bien. —Respiré. Al igual él me perdonó por las mentiras, los
secretos. Mis dedos encontraron su barba y levanté mis labios para besarlo.
Era diferente esta vez. Besar a Julian era existencial.
Regresé a mi cabaña con un corazón más ligero.
Cuando Julian detuvo su convertible en el largo camino de su casa,
mi boca se abrió por el asombro. Se encontraba después del camino de
entrada, construida en una colina, con grandes ventanas que daban a los
árboles. Todo el segundo piso era de cristal, con ventanas separadas
solamente por algunas vigas de soporte. La casa era de troncos, vidrio,
pizarra y piedra, con un techo terminado en punta. El piso principal tenía
puertas de cristal que daban a un patio de piedra y en un lado de la casa
había una escalera de piedra, que proporcionaba acceso al jardín, que fue
construido en la colina. La casa tenía un ala de dos pisos en el otro lado,
con una ventana de piedra de bahía en la planta baja y todos los ventanales
de vidrio directamente sobre ella en el segundo piso, para que coincidiera
con los grandes ventanales que se extendían desde un lado del segundo nivel
al otro.
La casa fue construida en un claro de árboles, por lo que estaba
rodeada por todos lados por altos pinos. E imaginaba que, con la
abundancia de ventanas, te hacía sentir como si estuvieras en los propios
bosques. No podía esperar para averiguarlo.
Julian me abrió la puerta y estiro una mano para agarrarme.
Sosteniendo mi mano, me llevó a la entrada del nivel principal, con la mano
en la parte baja de mi espalda, me guío a través de la puerta. La planta
principal era un desastre con equipo de construcción en todas partes,
completamente desprovisto de muebles.
—Vamos arriba —dijo, tirando de mi mano. En la parte de atrás de la
casa había una gran escalera. La escalera era curvada, envuelta alrededor
de un muro de piedra. Era como algo salido de un castillo medieval. Dos
tonos de madera diferentes hacían los escalones hasta el segundo piso.
El segundo piso se encontraba iluminado por ventanas desde el suelo
hasta el techo que dominaban la zona de estar, donde los ricos, sofás de
cuero marrón fueron colocados. Estaban cubiertos de una lámina
transparente de plástico. Se notaba que el interior estaba siendo
remodelado, con las cajas en el suelo de madera recostadas en las paredes,
martillos desparramados. Había una gran chimenea en un lado de la sala
de estar y Julian se movió para encenderla. Lo vi agacharse, poner un par
de troncos en la chimenea antes de machacar el periódico que agarró de la
cesta en el lado de la chimenea. Vi sus brazos, sus músculos estirar las
mangas de la camisa. Mi cuerpo empezó a tararear, el deseo de ser envuelta
en sus brazos crecía más fuerte a cada segundo. Me di la vuelta y caminé
hacia las ventanas, dando un suspiro por la vista. Habían kilómetros de
árboles, en cualquier dirección. Ni siquiera se podía ver el camino principal
por el que habíamos entrado. Era realmente como vivir en el bosque.
Sentí a Julian venir detrás de mí, escuché el crepitar del fuego que
había hecho. Puso una mano en mi cintura y sin pensarlo dos veces, pasó
su brazo hacia delante, envolviéndolo por completo alrededor de mi cintura.
Envolvió su otro brazo a mí alrededor y me situó en aquellas ventanas sin
decir una palabra, nuestros brazos enredados, el único sonido era el de
nuestros corazones latiendo. Me relajé más plenamente contra él, su pecho
a mi espalda. Sentía su pecho ampliarse ligeramente con cada aliento que
tomaba y era una buena sensación, de sentirlo respirar contra mí, su calor
me envolvió.
Sentí que su barbilla vino a descansar en mi hombro. —¿Qué piensas?
—Puedo ver por qué la compraste.
Julian inclinó su cabeza y me besó en el cuello una vez, suavemente.
—Siempre he querido vivir en el bosque, rodeado de silencio.
Acerqué sus labios en mi oído, sentí que me besó de nuevo. —Yo como
que tengo una cosa por el bosque —le dije, dejando un hormigueo corriendo
por el cuello por su beso.
Murmuró algo inteligible contra mi cuello antes de llevar a sus labios
para besar justo detrás de la oreja. —Yo como que tengo una cosa por ti.
No pude evitar la sonrisa. —Yo como que tengo una cosa por ti,
también.
—Eso es conveniente —murmuró en voz baja antes de apretar sus
brazos alrededor de mi cintura. Sus labios se movían a lo largo del ángulo
de la mandíbula y exhalaron un suspiro.
—Me haces olvidar quien soy —admití, cerrando los ojos para
saborear este momento—. Me haces sentir como si estuviera perdida y
hallada, al mismo tiempo.
—Siempre te encontraré —dijo en mi cuello.
No podía creer que sólo lo había conocido durante nueve días y ya me
sentía de esta manera por él. Sabiendo lo que sabía ahora, lo que sentía por
mí, estaba liberándome de una manera que no esperaba. Me había
descargado sobre él, le dije todo, y él seguía aquí, felizmente. Sentí el picor
en la nariz que anunciaba las lágrimas. Me di la vuelta, frente a él, y llevé
mis manos a su cara. Su barba recortada era espinosa contra mis palmas,
y tenía sus ojos en los míos, buscando. Sentí que sus brazos se envolvían
alrededor de mi cintura. Estábamos cerca, él presionaba su pecho contra el
mío con cada inhalación. —Gracias —dije simplemente, pero esperaba que
él entendiera por qué me sentía agradecida.
Sus cejas se juntaron mientras llevaba una mano a la cara,
empujando los cabellos lejos de mis ojos. —Andra. —Y entonces lo supe, que
se sentía de la misma manera. La manera en que dijo una palabra lo había
dicho todo.
—¿Puedo ver tu cocina? —pregunté, mis dedos jugando con su
cabello.
—Sí, vamos. —Su mano se deslizó de mi cara, por mi brazo, y se juntó
con mi mano mientras me llevaba a través de la puerta abierta a la cocina.
Estaban los armarios de madera oscura, los mesones color gris y dorado
eran de granito brillante, lo que reflejaba la luz que entraba por las ventanas.
Solté la mano de Julian para conseguir un poco de espacio para
respirar. Caminé a lo largo de la isla de la cocina, consciente de Julian
pendiente de mí.
Mi corazón empezaba a resquebrajarse lento en mi pecho, mi cuerpo
estaba en sintonía con el de él. Abrí la nevera con el pretexto de ser curiosa.
Vi a Julian moverse alrededor de la isla de la cocina cerca de mi visión
periférica. Observé el contenido con un total interés, mi atención se centraba
más en el hombre que avanzaba hacia mí.
Metí la mano y arranqué una botella de agua antes de golpear la
puerta y cerrarla. Julian se hallaba a unos pocos metros de distancia. Me
miraba con hambre en sus ojos. Era a la vez intimidante y emocionante.
Retrocedí hasta que llegué al mostrador detrás de mí. ¿Por qué me sentía
tan nerviosa?
Giré la tapa de la botella de agua, ni una sola vez rompí el contacto
visual. Dudé un momento antes de llevarme la botella a los labios. Tomé un
pequeño sorbo, lo retiré, y luego un sorbo más largo. La frescura del agua
no hizo nada para extinguir el calor que viajaba a través de mi cuerpo.
Los labios de Julian se fruncieron en una línea firme, las cejas
dibujadas juntas. Al igual que con todas las otras veces que lo sorprendí
mirándome, su mirada era intensa. Pero esta vez no tenía la tensión sexual
añadida a fuego lento por debajo, provocando un pequeño tic en su
mandíbula. Me dio la más breve sonrisa torcida mientras se acercaba, poco
a poco.
Mi pulso se aceleró al tiempo que la distancia entre nuestros cuerpos
disminuyó. Tomé un sorbo apresurado de agua antes de que Julian
estuviera lo suficientemente cerca para quitármela. Con los ojos fijos en los
míos, tomó un profundo trago de agua. Cuando retiró la botella, no podía
quitar mis ojos de las pequeñas gotas que quedaban en el labio superior.
El vello de los brazos se me puso de punta, como si su cercanía
estuviera causando una reacción magnética. El aire se encontraba lleno de
nuestra respiración pesada, pero no estábamos ni siquiera tocándonos.
Todavía.
Tomó otro trago de la botella antes de colocarlo en el mostrador que
estaba tras de sí. Se acercó más aún, lo suficientemente cerca que juré que
podía sentir el calor de su cuerpo a pesar de no haber sido afectada
físicamente por él. El sándalo se arremolinó en el pequeño espacio y era todo
lo que podía respirar. Me intoxicaba con su presencia.
Joder, pensé. Sus labios se curvaron, la piel en las comisuras de sus
ojos se arrugó con humor, y luego me di cuenta que en realidad había dicho
las palabras en voz alta. Joder, pensé de nuevo, esta vez en silencio.
Julian levantó una mano y contuve el aliento mientras la recorría por
mi brazo, seguramente sintiendo la carne de gallina que había aparecido por
toda mi piel. Cuando llegó a mi muñeca, la trazó con sólo un dedo. Mi mano
aflojó su puño y cerré los ojos. ¿Cómo había llegado a ser tan sensible a un
toque tan inocente?
Lo sentí inclinándose hacia delante, hasta que su boca se posó en mi
cuello. Se detuvo un momento, su respiración calentaba mi piel, antes de
pulsar un beso suavemente contra el punto justo debajo de la barbilla.
Mi respiración en este punto era rápida, irregular, como si se
estrecharan mis pulmones.
Pasó los labios por mi cuello, deteniéndose en el camino para
presionar un beso aquí y allá. Sentí sus manos viajar a los hombros y
deslizarse hacia mi cuello. Las manos de Julian doblaron suavemente mi
cuello en una dirección, dando a sus labios más acceso a mi carne. Deslizó
sus manos en mi cabello y tomó la parte posterior de mi cabeza, manipuló
mi cuello para hacer más fácil el camino que trazaría a lo largo de la
garganta.
Me estremecí, un soplo flojo escapó de mis labios. El tiempo se sintió
suspendido, como si ninguna otra cosa en el mundo podría estar sucediendo
en este momento. No podía pensar fuera del espacio que ocupábamos. Era,
al mismo tiempo, el momento más aterrador y más sensual de toda mi vida.
Me abrazó como si mis huesos fueran de cristal, como si mi piel se
rompiera por debajo de los labios si aplicaba demasiada presión. Cuando
sus labios apretaron contra el pulso en la base de mi garganta, me
preguntaba si podía sentir el poder de mi pulso, el poder del que él era el
único responsable. A modo de respuesta, su mano se movió desde el cuello
hasta el pecho, descansando sobre el espacio que contenía mi corazón.
Había algo hermoso e intencional de ese gesto, como si estuviera
reconociendo la parte mortal de mí que reaccionó tan inquieta a su contacto.
Levantó la mirada después de que mi corazón latiera incontrolable por
debajo de su palma, sus ojos marrones penetraron los míos. Nos miramos
el uno al otro durante unos latidos más antes de que levantara la mano
tentativamente, colocándola en su corazón. Sentí la fuerza de su músculo,
el músculo que le dio la vida, el músculo que bombeaba la sangre a través
de su cuerpo. Esto fue más que la tensión sexual que fluía a nuestro
alrededor; esta era la ternura. Este fue el momento decisivo. Mi cuerpo ya
no era un péndulo, oscilando desde y hacia Julian. Me incliné hacia él al
reconocimiento de ese hecho. Me enamoré de él en el concierto cuando
bailamos bajo un cielo oscuro. Y, todavía, estaba cayendo de cabeza en el
amor, el amor verdadero. Sabía que sentirlo tan profundamente no lo hacía
estar exento de riesgo o miedo, pero estaba allí independientemente. Julian
había roto las barreras que puse en su lugar, aunque la verdad, no me resistí
demasiado. Él sabía mis secretos y, sin embargo, a pesar de perder la manta
de seguridad que siempre cubrió mis secretos, nunca me sentí más segura
con alguien.
Llevó la otra mano a la mía, la mano sobre el corazón. Poco a poco,
con cuidado, me quitó la palma de su camisa y se la llevó a los labios. Sus
ojos nunca dejaron los míos mientras me besaba cada uno de mis dedos,
terminando con un beso en el centro de la palma de mi mano.
Mi corazón dio trompicones. Este hombre sin duda sería mi perdición.
El deseo floreció en el fondo de mi vientre.
Antes de que supiera lo que hacía, buscó algo detrás de mí. Oí un
suave clic y luego un sonido de altavoces encendidos. Un segundo más
tarde, el piano sonaba en voz baja, y luego la voz entró: “Ven conmigo lejos,
en la noche…”7. Las voces suaves y la melodía de sueño eran perfectos para
este momento.
Sus dedos entrelazados con los míos, y la mano sobre mi corazón se
trasladaron a la curva de la cintura. Me atrajo suavemente hacia delante
hasta que estábamos pegados el uno al otro, cadera con cadera. Mi mano
libre encontró su hombro mientras Julian me llevó lejos de la barra,
moviéndose lentamente en mi contra al ritmo de la canción.
—Norah Jones, ¿eh? —murmuré contra su cara.
Sentí el movimiento de su sonrisa desde su barba hasta la frente. —
Norah Jones —repitió.

7 Esta es la primera línea de la canción “Come Away With Me” de Norah Jones.
Cerré los ojos para absorber mejor el momento. La canción era
romántica, soñolienta, y dulce. Su voz era suave, como si una niebla suave
nos rodeara.
Bailamos en su cocina, rasgando el suelo, rodeados de herramientas
y cajas de baldosas. No había nada más que Norah Jones y el desgaste de
nuestros zapatos en el suelo polvoriento mientras Julian se movía
lentamente conmigo de ida y vuelta, frotando su barba contra mi cabello.
—Me encanta bailar contigo —dijo después de un momento, su voz
era suave.
—Soy bastante aficionada a eso. —Froté la cabeza contra la suya—.
¿Por qué esta canción? —le susurré.
Sentí sus labios contra mi cabello. —Las palabras son lo mío —
murmuró—. Soy bueno con las palabras; las convierto en oraciones y en
párrafos y, finalmente, en novelas. Las palabras no tienen ningún
significado profundo para mí, son sólo palabras. —Sentí la mano en mi
cintura apretar una vez. —Pero, ¿tú? —preguntó, su voz adquirió una
cualidad más profunda—. Tú te metiste más profundo, debajo de toda la
basura, hasta el núcleo de lo que soy. —Sentí que mi garganta estaba hecha
nudo por los sentimientos.
Julian frotó contra mi cabello. »Tú no estás impresionada con mis
palabras. No soy J.J., el escritor, para ti. Soy Julian. —Me acercó más, tan
cerca que ni siquiera la amenaza de aire sería capaz de separar nuestros
cuerpos. Su brazo ahora se ajustaba a mi cintura, envuelta de un lado de
mí hasta el otro. Estaba atrapada, pero no me sentía asustada. Me sentía a
salvo, en sus brazos, envuelta con sus palabras y su presencia.
»¿Esta canción? —continuó—. Estas palabras tienen significado.
Estas palabras hacen eco de lo que siento por ti. No soy el escritor de la
canción, ni soy un poeta. Sólo soy Julian. —Se retiró un poco, lo suficiente
para mirarme fijamente a los ojos. Me sacó los mechones antes de enmarcar
mi cara entre sus manos—. Soy sólo Julian. Y tú eres sólo Andra. Y mis
palabras por lo general no tienen ningún significado, pero éstas lo tienen:
Me estoy enamorando de ti. Irremediablemente, a toda prisa, en caída libre
y es por ti.
Todo mi cuerpo se estremeció, encendiendo un fuego que ardió dentro
de mí. No podía apartar la mirada, incluso si hubiera querido. Sus ojos eran
tan honestos, tan humildes. Me sentía como si estuviera teniendo una
experiencia fuera del cuerpo. Separé mis labios, pero antes de que pudiera
empujar cualquier palabra entre ellos, sus labios se cerraron sobre los míos.
Me besó suavemente al principio. Pero ese fuego dentro de mí moría
de hambre, y extendí la mano, agarré su camisa, tratando de coger todo lo
que pudiera hacerme mantenerme en tierra.
Sentí que me elevaba sobre la isla de la cocina. Esta posición me elevó
más arriba de lo que estaba, así que acuné su mandíbula en mis manos y
profundicé el beso. Las manos de Julian se posaron en mi cintura,
apretando y aflojando su agarre de forma intermitente. Me eché hacia atrás
y lancé mi camisa sobre mi cabeza. Sus dedos se deslizaron desde mi cintura
hasta mi sujetador, sin pasar por completo por mis pechos mientras trazaba
los tirantes en los hombros.
Yo lo observaba embelesada. —Hermosa —susurró cuando rozó los
dedos por las correas, sobre las copas del sujetador. Traté de calmar mi
respiración mientras sus dedos trazaron el borde donde la piel se reunía
satinada. Pasearon hacia arriba y sobre una curva, trazando mi tatuaje,
antes de que moviera sus dedos a la parte de abajo. Deslizó sus manos a las
copas y en un instante, sus dedos estaban bajo el material, tocando mi piel,
agarrándome alrededor de mi caja torácica. Deslizó los pulgares sobre los
pezones, que se volvieron de guijarros y sobresalían ligeramente del satén
fino.
Me estremecí de nuevo.
Julian movió sus manos sobre mis brazos a mis hombros de nuevo
antes de que lo sintiera haciendo a un lado las correas fuera de mis
hombros. Un segundo más tarde, liberó los tirantes y hubo un sonido de
bofetada muy satisfactorio de las correas que conectaban con mis hombros.
La sensación era más que otra sacudida a mi deseo. Sentí sus dedos
enganchándose en el centro de la parte delantera de mi sujetador y me
arrastré hacia delante antes de deslizarme bajándome de la isla de cocina.
Mis manos impacientes agarraron el borde inferior de su camiseta
antes de que la levantara. Tomó la camisa de las manos y la arrojó sobre su
cabeza, lanzándola en algún lugar detrás de él.
No me había olvidado cómo era su torso esculpido, pero aun así era
una sorpresa para mi cuerpo sobre-excitado. Mis dedos tenían vida propia
y por su cuenta inmediatamente se posaron en su pecho. Tracé las líneas
duras de músculo allí y lo miré a los ojos. Sus ojos eran embriagadores con
el deseo, con el labio inferior mojado de nuestro beso. Su cara era la parte
más sensual de su cuerpo entero, líneas duras y ardor en los ojos de deseo
por mí. Me sentía borracha de la forma en que me miraba. Manteniendo mi
mirada estancada con la suya, mi labio deliberadamente tembló un poco
antes de rozar una uña en la línea que separaba las mitades de su six pack.
Él entrecerró los ojos en respuesta antes de alzarme y tirarme por
encima del hombro como si no pesara nada. Pensé que se dirigía de nuevo
a la isla, pero caminaba por el pasillo hasta una habitación oscura. Al revés,
pude ver poco más que el suelo de madera largo y oscuro, y luego una
alfombra peluda color crema. Vi los postes de madera oscuros de lo que
supuse era una cama antes de que Julian me arrojara sobre ella, lo que
confirmaba mi suposición. Rápidamente miré y tomé nota de la madera
oscura de la cama que tenía un estilo con dosel. Me hallaba sobre mi
espalda, mis piernas colgaban del extremo del armazón de la cama. Moví los
ojos para mirar al hombre sin camisa, que me observaba en silencio en
medio de mis piernas colgando. Había desafío en los ojos y me sonrió
juguetonamente antes de moverme rápidamente hacia atrás, hacia la
cabecera de la cama.
No esperó mucho.
Me agarró por los tobillos y con un solo tirón, me tiró hacia abajo por
el edredón hasta el pie de la cama. Sonrió, su sexy, satisfecho-consigo-
mismo sonrisa. Me desabrochó rápidamente el botón de mis pantalones
cortos y lentamente tiró de la cremallera. Sus manos se posaron en las mías,
aguantándome. Sus ojos me dijeron que quería tener el control de esta parte
y que lo dejara.
Agarró la cintura de los pantalones cortos y me levantó el trasero de
la cama para que pudiera tirar de ellos hacia abajo y fuera. Tiró de mis
zapatillas fuera junto con mis pantalones cortos y luego bajó la mirada hacia
mí.
La habitación estaba a oscuras, y sólo la mitad de su rostro se veía en
relieve por las luces apagadas del pasillo. Sus ojos se deslizaron por mis
piernas a mi ropa interior, por encima de mi estómago desnudo y el
sujetador, antes de que se encontraran con los míos. Algo cambió después,
volviéndose de algo que era lúdico en algo serio. Sentí que mi corazón daba
un golpe duro, dolorosamente duro, en mi pecho mientras nos mirábamos
el uno al otro en silencio. Esos nervios regresaron, recordándome que este
hombre era diferente. Esto era obviamente mucho más que sexo, para los
dos. Fue la primera vez que había sentido algo más que las ganas de
quitarme las ganas.
Esta era la primera vez que tenía un vínculo emocional con la persona
con la que iba a estar en la intimidad. Ese descubrimiento me dejó sin
aliento.
Julian empujó mis piernas antes de comenzar a subir a la cama. Me
moví hacia atrás hacia las almohadas, dándole espacio y recostando mi
cuerpo totalmente en la cama.
Se inclinó sobre mí, su tierna cara. —¿Estás lista para esto?
Mi corazón se instaló en mi pecho mientras le sonreía a Julian.
Levanté una mano a su cara y suavemente froté los dedos contra su barba.
—Nunca he estado más completamente preparada para esto. Pero —dije
antes de que se apartara—, nunca he querido esto más, no he querido a otro
hombre más que en este momento.
Julian se inclinó hasta que su cara se posó en mi cuello. Le oí soltar
un suspiro seguido de otro. Su cálido aliento se agitaba por encima de mi
cuello y me moví un poco en reacción. —Dios —dijo. Levantó la cabeza,
apoyándose en un brazo, mientras su mano libre tomaba mi mejilla—.
¿Sabes cómo de encantadora eres? ¿Qué tipo de magia estás evocando,
Andra?
—Me has encantado también, Julian —susurré.
Sus labios se movieron hacia abajo a la línea de centro de mi pecho.
Besos de luz salpicaban mi piel hasta que llegó al centro de mi sujetador.
Me miró y como si yo estuviera leyendo su mente, arqueé la espalda de la
cama, lo que le permitió llegar debajo de mí y desabrochar el sujetador. Tiró
de las correas de mis hombros y las bajó por los brazos, liberando el sostén
de mis pechos mientras lo hacía.
Se sentó y miró a mi piel desnuda. Respiraba pesadamente, mis
pechos se agitaban por el esfuerzo. Julian se inclinó y trazó un solo dedo
sobre las curvas de mi pecho, trazando la palabra que había tatuado allí. —
Tu piel es como la seda.
Se inclinó y trazó el mismo camino, pero esta vez con los labios. Me
retorcía bajo su tacto, impaciente por más. Se rió contra mi piel, frotándola
con su vello facial. Me retorcí más cuando frotó la cara contra mi pezón,
picándome con su vello facial. —Julian... —dije, en el borde.
Sentí dos dedos presionar contra mis labios, empujándome para que
pusiera mi cabeza sobre la almohada. Sus labios se movieron por mi cuerpo,
a lo largo de la cintura a mi ropa interior, mientras sus dedos se deslizaban
arriba y abajo en mis muslos internos. Sus nudillos se rozaron por mi ropa
interior y estuve cerca de caerme de la cama.
Julian aflojó desde los lados mis bragas hacia abajo. Lo sentí
detenerse después de un par de pulgadas y bajé la mirada para ver lo que
lo había detenido.
Él miraba a las iniciales que había tatuado en el hueso de la cadera.
CM. El único tatuaje que no le mostré. Sus ojos se levantaron, sus cejas
dibujadas juntas. Bloqueó sus ojos con los míos, puso sus labios en el CM.
Mi respiración se detuvo en el gesto de ternura, y esto hizo que se sintiera
aún más el dolor que sentía por conectar con él.
Un momento después nos estábamos sacando nuestra ropa interior
cada uno con movimientos apresurados, entre múltiples, besos rápidos de
un segundo. Cuando los dos estábamos completamente libres de ropa,
Julian se inclinó y depositó un beso sobre mi corazón, como había colocado
su mano una vez antes. Se produjo un efecto calmante, calmando las
divagaciones de mi corazón. Apenas registré el momento en que se inclinó
sobre mí para deslizar el condón.
Volvió a subir por encima de mí, empujando sólo la punta del mismo
en contra de mi apertura. Nuestros ojos conectados en la oscuridad
mientras se deslizaba lentamente en mí, asegurándose de ver mi cara todo
el tiempo. Agarré sus brazos superiores, por el ajuste a la sensación y el
tamaño. Me sentí completamente en tensión, toda. Le sonreí y asentí,
instándolo a continuar.
Comenzó lento y dulce, similar a la danza que compartimos antes en
su cocina. Una vez que me acostumbré a su tamaño, rápidamente se
convirtió en frenético, sus embestidas eran más rápidas. Mis uñas se
clavaron en sus brazos y las piernas agarraron su cintura en un abrazo
aplastante. Me invadió la sensación física de estar conectada con Julian,
finalmente, y todas las formas en que me hizo sentir. Ya no podía
esconderme de él. A medida que mi cuerpo se subió, también lo hizo el
torrente de emociones y no pude evitar las lágrimas que se acumularon por
los lados de mis ojos, la gravedad tirando de ellas hacia donde nacía mi
cabello.
Los ojos de Julian se estrecharon en preocupación y negué con la
cabeza rápidamente, sonrió, y puse mis dedos en sus labios, deteniéndolo
de abrirlos para decir algo.
Era crudo, real, y desesperado. Mi corazón se convirtió en un martillo
neumático en el pecho, acelerando mientras perdía el control de mí misma
por debajo de él, mi cuerpo temblando con el clímax. Débilmente, escuché
su grito al poco tiempo antes de desplomarse sobre mí, teniendo cuidado de
poner su peso en sus antebrazos.
La mejilla de Julian estaba en contra de la mía, su respiración era
rápida en mi oído mientras su cuerpo se recuperaba. Podía oír la tenue voz
de Norah Jones dándonos una serenata desde la cocina.
Era como si mi corazón existiera para reaccionar por él, para latir por
él. Todo lo que mi corazón hacía en su presencia era tan extraño, como si lo
reconociera como alguien significativo y reaccionara como tal. Lo comparé
con un saludo animal a su dueño después de su ausencia. Julian me poseía,
era dueño de mi corazón. Latía fuerte, firme, sólo para él. Y más que nada,
quería ser fuerte. Yo quería ser constante. Quería dar a Julian las piezas de
mí que no eran oscuras. Pero parte de mí quería darle las piezas oscuras
también, para ver lo que podía hacer con ellas. Y sabía que Julian quería
eso también. Quería eliminar las cargas que mi alma había llevado durante
tanto tiempo.
Mis lágrimas volvieron, inundando mis ojos. Probé a parpadear de
nuevo, pero una lágrima se deslizó fuera de un ojo, rodando, conectándose
con su mejilla.
Contuve la respiración mientras sentía que se movía y luego vi su cara
encima de la mía. Busqué en mi cerebro para decir algo, pero vacilé, ¿cómo
podría explicar que me había sentido aliviada? Él me prometió aliviar el peso
pesado que se sentaba en mi pecho, y así lo hizo. La impresión del peso
seguía allí, pero empezaba a aliviarse. Ya no tenía el impedimento de los
secretos. Yo era libre. Y todo era debido a Julian.
En lugar de preguntar por qué las lágrimas escaparon de mis ojos,
parecía entenderlo. —No voy a dejarte escapar de mi cama fácilmente, ya
sabes —dijo, casualmente enjugando la segunda lágrima que se deslizó
hacia abajo, esta en relieve. Me sonrió antes de besar mis labios una vez,
luego dos veces, a continuación, una y otra vez hasta que lo empujé fuera
de mí mientras me reía.
—Vas a tener que darme de comer en algún momento —dije.
—Por supuesto. —Se deslizó fuera de la cama con gracia y tiró de sus
pantalones cortos que descartó antes—. Vamos a tener que mantener tu
energía para el resto de la noche. —Hizo un guiño antes de pasear fuera de
la habitación.
Me recosté en las almohadas, encontrando una posición cómoda. No
podía articular la forma en la paz que finalmente sentí. La culpa había
dominado mi vida durante tanto tiempo, y yo misma me envolví en ella como
una manta de seguridad con cada mentira que decía. Había encontrado
consuelo en mi culpabilidad, conocía y aceptaba que tenía un alma oscura,
manchada por las circunstancias y secretos. Con seguridad en eso, no tenía
a nadie a quien agobiar con quién realmente era. Que perdí un poco de mí
misma, de Cora, empujándola a un lado para abrazar la vida de Andra:
trabajadora, mentirosa obligatoriamente, chica solitaria. Y Julian la
encontró, había encontrado Cora. Literal y figurativamente.
Antes de que las lágrimas pudieran amenazar de nuevo, miré
alrededor de la habitación, fijándome en los escasos muebles. La cama en
sí era de una preciosa madera de color café espresso, rico. La cabecera era
tallada con un árbol gigante, de aspecto nudoso con ramas retorcidas y
desprovisto de hojas. Sin embargo, la talla era compleja, delicada. Pasé los
dedos sobre una de las ramas cuando oí los pies descalzos de Julian en el
piso de madera. Tenía un vaso de agua en una mano y la ropa del suelo de
la cocina en el otro lado. Tiró la ropa a los pies de la cama.
—Esa es personalizada —dijo, caminando hacia el lado de la cama
donde me recostaba.
—¿Me dirás sobre eso? —pregunté, envolviendo la sábana enredada
alrededor de la parte superior de mi cuerpo.
Se sentó en el borde de la cama junto a mí. —Encontré esta madera
cerca de donde acampamos. Alguien acababa de deshacerse de ella, la tiró.
Era un grupo de retazos, por lo que puede haber sido una caravana que no
querían cargarse de retazos cuando se fueron, pero no sé —Se encogió de
hombros, y parecía consciente de sí mismo—. Me sentí mal. Esta madera se
supone que debe servir a un propósito y luego su propósito desapareció. Era
sólo la madera, tirada en el suelo. Y era de buena calidad también. Así que
llevé todo de vuelta a mi auto y fui en busca de un artista de madera local
para hacer mi cabecera de ella. Niveló todos los retazos juntos, así que quedó
plana y luego comenzó a tallar. —Julian llevó la mano a descansar en la
mía, sosteniendo la talla con nuestros dedos.
—¿Elegiste el diseño?
—No puedo tomar el crédito por eso. Pero creo que él sabía lo que
quería. Me dijo que hizo el árbol enojado, enojado por haber sido cortado de
su vida sólo para ser desechado. Pero sigue siendo hermoso, la madera y el
árbol tallado. Sólo se tiene que ver la belleza en la fealdad. O viceversa.
—Eso suena sospechosamente como una metáfora. —Miré de soslayo.
—Es que lo es. —Me miró por un momento, deseando que el
significado se asentara, antes de que me diera el vaso de agua que había
puesto sobre la mesa de noche. Tomé un gran sorbo antes de quitarme la
copa y ponerla de nuevo hacia abajo—. ¿De qué tienes ganas de comer?
Me recosté en las almohadas mientras contemplaba. —¿Qué tienes?
O, más importante aún, ¿qué eres capaz de cocinar en esa zona de
construcción?
—Creo que puedo manejar un poco de pizza. Tengo un par en el
congelador. Y, por supuesto, las cervezas.
—Sí y sí.
Julian sonrió y se inclinó hacia delante, rozando un beso sobre mis
labios. —Ya vuelvo.
20
Traducido por Black Rose

ui sacudida de mi sueño y me senté con la espalda recta en la

F cama. Mis ojos tuvieron que adaptarse a la oscuridad cuando


me di cuenta que seguía en la cama de Julian. Miré y vi a
Julian a mi lado, durmiendo tranquilamente.
¿Qué había interrumpido mi sueño?
Un momento más tarde, oí mi teléfono sonando desde la cocina. Había
dejado mi bolso allí antes.
Con cuidado, me quité la sábana y puse mis pies en el suelo de
madera, calentado por el calor de la chimenea. A los pies de la cama, cogí la
camiseta de Julian y me la puse, olía a sándalo y a Julian en el algodón
suave.
Me asomé a la cama y me aseguré de no haber molestado a Julian.
Todavía dormía tranquilamente, con el rostro completamente relajado.
Me dirigí en silencio por el pasillo hacia la cocina y encontré el bolso
en la zona central de la isla. Saqué mi teléfono y deslicé el dedo por la
pantalla, prendiéndolo.
Tenía cuatro llamadas perdidas de Six. Justo cuando estaba a punto
de marcar de nuevo, otra llamada de él entró. Pánico se hizo presente en mi
estómago.
Me acerqué a la puerta corredera de cristal de la cubierta antes de
contestar.
—Hola. —Suspiré.
—¿Dónde estás?
No me gustó el sonido de su voz. —Estoy en casa de Julian.
—Sí, lo sé, ya estoy en la ciudad. ¿Cuál es la dirección?
Se la dije antes de estar completamente despierta. —Espera, ¿por
qué?
—Estoy yendo por ti. Tenemos que largarnos de Colorado. Ahora.
Mi garganta se cerró y levanté una mano para alejar el miedo con el
masaje. —¿Por qué? ¿Qué está pasando?
—Él sabe, Andra. Hawthorne sabe dónde estás. Y sabe sobre Rosa.
—¡¿Qué?! —Mi voz se elevó varias octavas más que un susurro—.
¿Qué quieres decir, que sabe?
—Descubrió que estabas en Colorado. No sé cómo. Pero es sólo una
cuestión de tiempo antes de que se dé cuenta sobre Julian. ¿Y entonces,
qué? ¿Las hermanas de Julian? No fuiste su última víctima, sabes. Tienes
que dejar Colorado hasta que podamos manejar esto. Antes de que él se
acerque demasiado. Está yendo hacia el rancho ahora mismo.
¿Yo no fui su última víctima? ¿Six sabía de las hermanas de Julian?
¿Teníamos que irnos inmediatamente? Mi mente estaba llena de preguntas.
—¿Me estás putamente jodiendo? ¡No podemos simplemente irnos! ¿Qué
hay de Rosa? ¿Qué pasa con el rancho? No. No, Six.
—¡ANDRA! —Su enojo era fuerte a través del teléfono. Tuve que
retirarlo de mi cabeza, haciendo una mueca por el volumen.
Eché un vistazo a la casa mientras mi mente daba vueltas. Estaba
sobrecargada de información. Tiré de mi cabello en la cabeza con la mano
libre, con la esperanza de aliviar algo de frustración. —Julian no me dejará
simplemente irme.
—Entonces no le puedes decir que te estás yendo. Solo déjale una nota
o algo, pero dile que no te busque.
Me atraganté con el dolor. No podía dejar a Julian. Mi estómago dolió
y me incliné sobre la barandilla de la cubierta para vomitar. Las lágrimas
manchaban mi cara.
»Tengo gente yendo hacia el rancho. Se quedarán allí. Ya he hablado
con Rosa. Ya está hecho. ¡Tienes que salir de allí! Me faltan quince minutos.
¿A qué distancia está la casa de la carretera principal?
Me sequé mi boca con la palma de mi mano mientras miraba por entre
los árboles, la desesperación provocando que mis lágrimas brotaran. No
podía imaginar irme ahora. Mi vida había cambiado, mi corazón latía con
otro ritmo por otra persona. El irse sería cortar todo lo bueno y dejar lo malo.
»Andra. Pon atención. Nombra tus colores si es necesario. —La voz de
Six era insistente, su paciencia acabando.
—Es la mitad de la noche, maldición. Todo está negro como la mierda.
—Gruñí.
—Bien, trabaja con esa ira y vístete. Ahora, ¿a qué distancia se
encuentran de la carretera principal?
Me quedé mirando a través de los árboles. —Medio kilómetro, tal vez.
—¿Puedes correr?
—Estoy en chanclas.
Le oí suspirar. —Bueno, vas a tener que correr independientemente.
Vístete. Voy a echar ojo a la carretera por ti. Date prisa. —El teléfono se
quedó en silencio.
Exhalé una respiración profunda. Un millón de cosas pasaban por mi
cabeza, hacinando el espacio para pensar. Jalé mi cabello por la frustración,
apretando los ojos con fuerza. Tenía que moverme.
Abrí los ojos, vi que llevaba la camisa de Julian. Podría trabajar con
esto.
Silenciosamente volví a entrar en la cocina y de puntillas por el pasillo
hasta su dormitorio. Él seguía dormido.
Me puse mis pantalones cortos y metí la camisa en ellos. Deslicé mis
pies en las chanclas y por casualidad di una mirada a Julian de nuevo. Su
cara lucia tan tranquila, sus rasgos relajados por el sueño. Me mordí el labio
cuando el dolor salió a la superficie. No podría escribirle una nota. No podía
mirarlo sin querer decir “a la mierda todo”. Pero eso sería egoísta de muchas
maneras. Si el Monstruo me encontraba, tendría un efecto dominó sobre
todos los que habían estado en contacto conmigo a lo largo de los años.
Tendría un impacto negativo en Rosa, posiblemente criminal y, sin duda, en
su negocio. Traería prensa negativa a Julian. Y Six sin duda iría a la cárcel.
Me aparté de la cama y entré en el armario de Julian, con la esperanza
de encontrar una sudadera. Encontré una y me la puse en la oscuridad
antes de agarrar mi bolso y salir de la habitación. Me sentía como si
estuviera dejándole un rastro a Julian, dejando detrás las piezas de mí que
quería compartir con él.
Cuando entré en la cocina, oí un ruido detrás de mí. Mi corazón se
detuvo y miré por encima del hombro, hacia el dormitorio.
Los pies de Julian aparecieron a la vista. —¿Andra? —llamó, su voz
ronca por el sueño.
Dudé por un momento antes de salir corriendo por la puerta, bajar
las escaleras, y atravesar el patio, y entrar a los árboles.
Mi corazón se sentía realmente adolorido, no por el esfuerzo, sino de
sentir. Sabía que las lágrimas caían de mis ojos, goteando en el aire por la
velocidad a la que me encontraba.
»¡Andra! —Su voz era fuerte y sabía que estaba en la cubierta. Un
sollozo se arrancó, sin querer, de mi boca y apreté mi mano sobre ella
cuando me detuve para recuperar el aliento, apoyando la espalda contra un
árbol, fuera de la vista de Julian.
Cuando recuperé el control de mí misma, me asomé alrededor del
árbol y vi a Julian corriendo por las escaleras, usando zapatos tenis. Eso le
dio la ventaja.
Salí a toda velocidad, mis brazos bombeando mientras corría, más
rápido de lo que había corrido nunca. Julian me llamó de nuevo, esta vez el
miedo envolviendo su voz. Estaba áspera y rota, y aunque me dolía, eso
significaba que él se hallaba perdido en la oscuridad de los bosques. Llegué
a la carretera en un tiempo récord y bajé rápidamente, para evitar que
Julian llegara el mismo lugar y me encontrara esperando a Six. Cuando
había cruzado la carretera hacia los árboles en el otro lado, saqué mi
teléfono y marqué su número.
—¿Dónde estás?
Me encontraba sin aliento por la carrera, silbando. —Estoy escondida
en los árboles a través del camino de su casa. Pasa con el auto y cambia las
luces para que salga.
El extremo de Six quedó en silencio, hasta que le oí encender su
motor. —¿Cómo así que estás escondida?
—Julian me persiguió. —Hice una mueca cuando Six escupió una
corriente de malas palabras—. Sólo date prisa. Voy a seguir corriendo hacia
el norte. —Cerré el teléfono y me fui en la dirección que esperaba que fuera
el norte, teniendo cuidado de no dejar que la voz lejana de Julian me llamara
de nuevo a él. Cómo dolía. El dolor en su voz igualaba el dolor en mi corazón,
el dolor que trataba tan difícil de hacer a un lado. Mi corazón me traicionó,
pasando imágenes intermitentes de Julian a través de mi cerebro. Intenté
centrarme en los colores, pero en la oscuridad todo lo que podía ver era
negro y verde oscuro.
Después de correr por diez minutos, oí el ronroneo de un motor que
se aproximaba. Las luces brillaban de manera irregular, por lo que se
asomaban por los árboles. El auto plateado se detuvo bruscamente en la
carretera. La puerta del pasajero se abrió. —Entra.
Six. Corrí hacia el auto, con mis músculos adoloridos de correr en
chanclas en un terreno irregular. Me deslicé en el asiento del pasajero y
cerré la puerta.
»Cinturón de seguridad —murmuró Six antes de acelerar. Me deslicé
el cinturón de seguridad. Cuando mi mano rozó el bolsillo de mis pantalones
cortos, me acordé que tenía mi teléfono. Podría enviar a Julian una nota de
despedida de esta manera.
Cuando Six vio el teléfono en mi mano, bajó mi ventana desde su lado.
»Bótalo.
—Aún no. Un texto. No he tenido la oportunidad de decirle que no me
busque.
Levantó un dedo. —Uno, Andra. Y entonces el teléfono se va. —Asentí.
Encendí mi teléfono y abrí el hilo de textos entre Julian y yo. Pasé los
dedos sobre la pantalla por un momento, deseando que fuera su piel en su
lugar. Y entonces compuse mi mensaje.
Yo: Julian. Hay peligro. No puedes volver al rancho por un rato. Tienes
que fingir que nunca me conociste. No me busques.
Hice una pausa antes de continuar, parpadeando para contener las
lágrimas que hacían que mi visión fuera borrosa. Tragando el nudo que muy
probablemente viviría permanentemente en mi garganta de ahora en
adelante.
Yo: Esto es tan difícil de escribir. Quise despedirme de ti, pero sabía
que nunca me dejarías ir. Enfrentarías esta pesadilla conmigo. Pero no puedo
dejar que cargues con esto también. Me has dado ya demasiado, y yo quiero
darte algo. Estoy enamorada de ti, Julian. Dios, cómo te amo. Cuando pusiste
tu mano sobre mi pecho esta noche, mi corazón te pertenecía. Quiero resolver
esto y volver por ti, si me quieres. No sé cuánto tiempo va a tomar, pero dejé
una parte de mí misma contigo, volveré a ti. Te encontraré. Te amo.
Presioné “enviar” y esperé hasta que el mensaje pasó antes de arrojar
el teléfono por la ventana y en silencio subir la ventana de nuevo.
Me acomodé para el viaje, cerrando los ojos y volviendo la cara para
que Six no fuera testigo de los visibles signos de mi corazón rompiéndose.
21
Traducido por Black Rose

i vida se encontraba en otra etapa de antes y después.

M Después de conocer a Julian, después de dejar el rancho.


Extrañaba el antes. Lo extrañaba con cada respiración que
tomaba, inhalando un aire diferente.
Empujé mis pies descalzos sobre la barandilla, lo que me hizo
inclinarme más hacia atrás en mi silla, equilibrada en sólo las dos patas
traseras, antes de dejar que mis pies se deslizaran hacia abajo, haciendo
que la silla golpeara de nuevo en las cuatro patas. Después, repetí el
proceso. Una y otra vez.
Esto era lo que había estado haciendo todos los días. Sentada en la
terraza posterior de la pequeña casa en la playa solitaria, poniendo a prueba
los límites de esta barata silla esperando a que... ¿qué, exactamente?
Extrañaba la casa grande, el calor de los leños en el fuego y la vista
desde los grandes ventanales. Extrañaba los caballos, extrañaba a Dylan, y
extrañaba los miércoles de gofres. Extrañaba mi pequeña cabaña, mi
colección de hierro fundido, mi biblioteca. Extrañaba a Oscar y a Clint e
incluso a Farley. Extrañaba a Rosa. Oh, Dios, cómo extrañaba a Rosa.
Extrañaba su cocina, su calor, su risa.
Y cuando no trataba de distraerme con los colores que me rodeaban
—blanco, amarillo, azul, verde— extrañaba a Julian. Mi respiración todavía
quedaba atrapada en mi pecho cuando pensaba en él, en cómo me fui. Ese
bulto no ha salido de mi garganta. Es la angustia, y vive en mi garganta, me
ahogo cuando pienso en él. Y pienso en él todo el tiempo.
El cambio en mi entorno había cambiado sólo la ubicación de mi
cuerpo, mi respiración. Mi vida en sí se hallaba a miles de kilómetros de
distancia, en un pequeño pueblo de Colorado. Cuando la angustia era
especialmente insoportable, me imaginaba a Julian acostado bajo las
estrellas como le enseñé, susurrando oraciones al mismo tiempo que yo. Me
traía un poco de consuelo, saber que el mismo cielo nos cubría.
Ahora que estaba a miles de kilómetros de distancia, me di cuenta que
sólo había una cosa que realmente temía. Y vivía en repetición en mis
pesadillas, que ya no consistían en el Monstruo, pero del momento en que
me alejé de mi vida.
En cierto modo, era una buena cosa. Mi miedo del Monstruo fue
erradicado. En la ausencia del miedo, la rabia se instaló, batiéndose en mi
estómago cada vez que pensaba en todas las decisiones que me quitó, de
nuevo. Ya no era un Monstruo; no era más que Hawthorne. Hawthorne el
asesino, abusador, vil humano. Él no era nada y todo al mismo tiempo. Y yo
quería matarlo.
Así era como pasaba mis días. Cada mañana, me sentaba en la
terraza, tratando lo imposible por romper esta fea silla con la menor fuerza
posible, pensando en las personas que vivían sus vidas sin mí en ellas, y
planeando formas de matar a Hawthorne.
Mi único respiro de estas cuatro paredes era cada vez que Six venía y
me permitía salir de la casa. Esto era una repetición de hace siete años,
excepto que esa vez no tenía pérdidas que llorar. Six pasaba sus días
trabajando de la mejor manera posible, a pesar de la lejanía de nuestro
entorno. Cuando regresaba de trabajar cada día, parecía demacrado,
lastrado por las obligaciones. O, más bien, la obligación: yo.
Razón por la cual trataba de romper esta silla sin que pareciera a
propósito. Necesitaba salir de esta casa. Racionalicé que si la silla se rompía,
Six me dejaría pasear por la orilla de la playa o me enviaría a la ciudad por
una nueva silla. De una forma u otra, me gustaría conseguir salir de esta
jaula. Él no quería que los vecinos me vieran, que se volvieran curiosos
acerca de la nueva vecina, lo cual siempre me hacía reír. Nuestros vecinos
más cercanos estaban a unos dos kilómetros por la playa. Y eran jubilados.
Todo era bingo y acostarse antes de la puesta del sol para ellos.
Traté a este momento como la prisión; me ejercitaba todos los días.
Six me compró una cinta de correr, probablemente cansado de mi quejadera
por la falta de oportunidad de correr al aire libre. Odiaba la cinta de correr.
Yo era una rata en una jaula, corriendo en una cinta que giraba, corriendo
hasta que no podía correr más, pero sin ir a ninguna parte.
Six colocó la cinta de correr haciendo frente a la ventana que daba al
mar. El mundo exterior se burlaba de mí mientras corría, registrando
kilómetros con un paisaje inmutable.
La rabia alimentaba mis entrenamientos. Corría, levantaba y
empujaba, gruñendo con la ira que corría por mis venas. Porque si no era la
rabia la que pulsaba a través de mí, era el dolor. Y el dolor trabajaba mi
respiración peor que el esfuerzo físico, el dolor jalaba mis piernas hacia
abajo con una tristeza insoportable, y luego me era imposible correr.
Pero tenía que correr, tenía que levantarme, tenía que empujar mi
cuerpo a su punto de ruptura. Mi único objetivo era ver a Hawthorne
muerto, y no podía luchar contra él si me acurrucaba en una bola triste y
débil por el dolor.
Después de que Six colocó la cinta de correr delante de la ventana, lo
mandé a la tienda de mejoras para el hogar con una lista. Me había
entregado mis suministros y durante una de mis noches de insomnio, mojé
el pincel en la lata de pintura y dejé que la pared sangrara con el color de la
rabia. Ahora, la pared con la ventana que daba al mar era de un profundo
rojo sangre. Y era de un rojo rabia, así que cuando mis pies dolían y mis
músculos se tensaban y mi mente comenzaba a caer en los recuerdos de la
gente que había dejado, gritaba ¡ROJO! con toda la fuerza de mis pulmones.
ROJO.
ROJO.
ROJO.
Me recosté de nuevo en mi destartalado sillón de madera, con los pies
descansando sobre la barandilla de la terraza de atrás. El sonido de las olas
rugía en la distancia mientras que el olor de la arena y el mar soplaba a
través de mi cabello. Estaba tranquilo y silencioso, la calma sólo
ocasionalmente interrumpida por las gaviotas que graznaban mientras
buscaban entre la basura en la orilla. La playa era preciosa, pero no era mi
hogar. Era un tipo diferente de calma, de tranquilidad, ajena a mí. Lo
odiaba.
Six sabía que lo odiaba, pero no existía nada que pudiera hacer al
respecto. Tan pronto como habíamos dejado Colorado, viajamos en auto
hasta aquí. Nos habíamos mudado bajo el amparo de la oscuridad, aunque
no hubiera ni un vecino activo por kilómetros. No hablamos mucho, Six y
yo. Él sabía que lo odiaba aquí, pero hasta ahora el único conocimiento que
impartió conmigo había sido que investigó a fondo el pasado de Julian, para
asegurarse de que era bueno para mí. No le dije a Six que Julian sabía quién
era yo, así que Six realmente no entendía lo importante que Julian era para
mí.
Six no me dijo nada acerca de Hawthorne. Una vez que llegamos aquí,
no habló de por qué vinimos aquí. Una semana antes, me mostró la pistola
que guardaba bajo la tabla suelta del último escalón de la escalera. Me
mostró cómo usarla, pero no me dijo por qué. Me hizo sentir ansiosa, a
sabiendas de que la pistola estaba bajo las escaleras. No porque las armas
me hicieran sentir incómoda, sino porque quería usarla. Quería encontrar a
Hawthorne y quitarle la vida. Eso me asustaba un poco, la intensidad de mi
deseo de matarlo. Pero me sentía justificada al querer tomar su vida, cuando
sospechaba fuertemente que había tomado la de mi madre.
Sólo me había tomado un mes o así después de que llegué a esta casa
para reflexionar sobre los nueve días que pasé con Julian. Recordé todas
nuestras conversaciones. Una que se destacó en particular había sido
cuando él me dijo sobre su nuevo libro, mientras remábamos en el lago. Un
libro sobre una madre soltera, que vive una vida modesta, a pesar de tener
una fortuna en el banco. Y entonces ella murió, dejando a su único hijo
huérfano. Excepto que en palabras de Julian había sido asesinada. No era
el presunto suicidio de mis recuerdos. Mi madre quitándose la vida nunca
tuvo sentido para mí. Y ya que sabía que las novelas de Julian se basaban
parcialmente en la verdad, busqué mi cerebro por más pistas.
Me acordé de los papeles que encontré en la oficina de Hawthorne
cuando me colé ahí. Había correspondencia del despacho de abogados de
mi madre. ¿Por qué otra razón estaría Hawthorne contactándolos si no
hubiera un fideicomiso de algún tipo?
Y cuando Julian admitió que sabía que yo era Cora, me dijo que
Hawthorne había perdido un montón de dinero cuando yo desaparecí. ¿Qué
otra cosa podía haber querido decir con eso, si no hubiera habido un
fideicomiso, con Hawthorne recibiendo asignaciones para mis gastos de
vida? Cuanto más pensaba en ello, más creía que Hawthorne había matado
a mi madre. No estaba segura de cómo. Pero pude averiguar el por qué. Sólo
me hizo desear más tener a Julian para buscar respuestas.
Cuando la brisa sopló con más fuerza, me puse de pie y caminé hacia
la casa, corriendo hasta el segundo piso, donde estaba mi caminadora. La
miré con desprecio, pero me puse mis tenis y comencé mi carrera. Corrí
hasta que el sudor corría por mis piernas, empapando mis calcetines, hasta
que el sudor se encontró con mis ojos, quemándolos hasta el punto de las
lágrimas.
Después de lavarme el sudor con una ducha, mis miembros se sentían
tambaleantes, así que cogí uno de los libros de mi mesita de noche y me
acosté en la cama. Era una de las novelas de Julian. Había leído casi todas
desde que me fui de Colorado.
Me desperté en la oscuridad. Algo me despertó de mi sueño. Oí un
ruido fuera. ¿Six?
Cogí mi teléfono nuevo. Six siempre me enviaba un mensaje cuando
se hallaba en camino de regreso a la casa en la playa.
No había nada en mi teléfono. Me di la vuelta sobre mi vientre y me
levanté, agarrando el cabecero de hierro forjado. Bajé las persianas. Había
un auto en la calle, negro, grande. No pertenecía a Six.
Oí el ruido de nuevo, y entonces una voz baja. Mi estómago se encogió
de miedo y salí de la cama. En el momento en que mis pies descalzos
golpearon el piso de madera, corrí hacia las escaleras.
Oí el chirrido de la puerta al abrirse. El intruso también lo oyó, y
regresó a la puerta para cerrarla. Me arrastré por las escaleras, saltando
después el último escalón y cayendo en cuclillas delante del escondite.
Saqué la pistola y el cargador, mis manos temblorosas mientras
deslizaba el cargador en la culata de la pistola. Con mi espalda contra la
pared frente a las escaleras, caminé por el pasillo hacia la puerta principal,
poniendo cuidadosamente mi oído sobre la madera. No había sonidos.
Estaba en completo silencio. En todo caso, eso sólo aceleró mi ritmo cardíaco
mientras yo entraba de puntillas en la sala de estar, junto a la entrada. Poco
a poco me acerqué a una de las ventanas y rápidamente miré a través de las
persianas.
No vi nada, ni nadie.
Mantuve la pistola en frente de mí, señalando al suelo mientras me
arrastraba hacia la parte posterior de la casa, en el comedor. El nivel inferior
de la casa de la playa se componía de cuatro habitaciones, entradas
conectando la una con la otra. Cuando no pude divisar nada por la
oscuridad de las ventanas, caminé a través del pasillo que separaba la sala
y el comedor de la cocina. Pasé la escalera en el pasillo y seguí adelante,
mirando por la ventana de la cocina. Cuando todavía no vi nada, empecé a
sentir realmente pánico. Mi corazón tronó, mis manos temblaban. Había
alguien entrando ilegalmente en la propiedad y no podía encontrarlo.
Oí a mi teléfono sonando arriba y me maldije por no haberlo traído
conmigo. Sin pensarlo, corrí por las escaleras hacia mi dormitorio. Me
zambullí en mi cama y pasé las manos sobre las sábanas, en busca de mi
teléfono. Tenía una llamada perdida. Era de Six.
Frenéticamente golpee el botón de re-llamada, acercando el teléfono a
mi oído mientras me bajaba de la cama y presionaba mi espalda contra la
pared junto a la puerta de mi dormitorio, el arma en mi mano libre. —¡Date
prisa y contesta! —susurré en voz baja.
—Andra —contestó su voz.
—¿Dónde estás? —susurré.
—¿Qué pasa?
—Alguien está aquí —susurré.
Hubo silencio por un momento. —Coge el arma —dijo, su voz áspera.
—Ya la tengo. ¿Estás muy lejos?
—Cerca de veinte minutos. ¿Dónde están?
—No estoy segura. Intentaron entrar por la puerta principal, pero
ahora no puedo encontrarlos. No sé adónde se fueron.
—¡Mierda! —Saber que Six estaba preocupado era más preocupante
para mí que un extraño tratando de entrar en la casa.
—¿Sabes quién podría ser?
—No —me dijo, con vehemencia—. Probablemente es un ladrón. —
Escuché el sonido inconfundible de la apertura de la puerta de atrás. Me
olvidé de bloquearla después de entrar en la casa.
—Shh —susurré. Fui de puntillas lejos de la puerta, hacia mi armario
del dormitorio—. Están dentro —dije en voz tan baja, no podía siquiera
oírme sobre los golpes en los oídos.
—¿Qué?
Respiré con fuerza en el teléfono. —Ellos. Están. Adentro.
Prácticamente podía sentir el pánico de Six a través del teléfono. —No
cuelgues el teléfono. Ponlo en tu bolsillo y escóndete.
No dije una palabra, simplemente hice lo que pidió. No podía oír el
ruido de la planta baja. Me senté en cuclillas en mi armario durante varios
minutos, hasta que oí pasos subiendo por las escaleras. Cada paso crujía
bajo el peso del intruso.
Decidí que no podía encogerme en mi armario y esperar para
enfrentarlos. Me puse de pie, aunque con las piernas temblorosas, y tomé
pequeños pasos del armario, a lo largo de la pared hasta la puerta.
Me quedé con el arma apuntando al suelo, cerré los ojos y respiré por
la nariz. El arma se sentía como cincuenta kilos de peso muerto en mis
manos. Oí al intruso llegar a la cima de la escalera. Podía oír una respiración
y sabía que no era la mía.
Entonces me di cuenta que no había preparado el arma para disparar.
Sabía que el tirar hacia atrás el seguro daría una señal de mi presencia,
pero era hacerlo ahora, o esperar hasta que me encontrara cara a cara con
el intruso. Mis manos ya se encontraban resbaladizas por el sudor de modo
que esperar sólo haría mis acciones menos exitosas. Levanté una mano
temblorosa y la coloqué en el cañón, sintiendo las ranuras debajo de mis
dedos. Aspiré una bocanada de aire y rápidamente saqué el seguro hasta
que se detuvo, y luego solté, cargando una ronda.
El ruido fue fuerte e inconfundible. No existía manera de que la
persona en la parte superior de las escaleras no podría haberlo escuchado.
—Andra. —La voz fue suave, casi dominada por el sonido de mi
respiración forzada.
Y entonces lo olí. Sándalo y canela. Mi corazón se tropezó con el
mismo, latiendo a otro ritmo y entonces lo supe.
—Julian. —No era una pregunta. Con las piernas temblorosas, me
agaché, dejando el arma en el suelo. Escuché sus pasos acercarse a mi
puerta y me puse de pie, la sangre regresando a mis piernas. Aferrándome
a la pared por apoyo, me quedé en la puerta y apreté mis ojos en la
oscuridad. Allí estaba.
»Julian —dije de nuevo, esta vez con alivio, con gratitud. Con amor.
Salió de la oscuridad y salté sobre él, nuestros brazos triturándonos entre
sí, su cuerpo meciéndose conmigo.
Él me encontró.

Fin
Próximo libro
Julian
He llegado a comprender que siempre
la encontraré. Ella es mi Estrella Polar, mi
sentido de la orientación. En ella, he
encontrado mi hogar. Ella me dice que yo la
salvé. Pero la verdad es, que ella me salvó a
mí.
Pero nada bueno puede durar para
siempre. Andra está guardando secretos. Se
está callando algo. Trato desesperadamente
de apoyarla. Para que me deje entrar, para
que me deje ayudar.
Pero, ¿acabarán siempre todos mis
intentos con el fantasma de la chica a la que
amo?

Andra.
Solía desaparecer. Esfumándome en el aire, sin un rastro que quién
había sido o dónde había ido.
Pero es mucho más difícil hacerlo con el corazón roto y sin esperanzas
de un final feliz. A veces, las únicas personas que pueden juntar todas las
piezas de nosotros de nuevo, son las únicas que menos lo esperan. Eso es
lo que Julian hizo por mí.
Julian me encontró. Pero ahora, todo lo que Six quiere es mantenerme
encerrada, lejos del mundo, lejos de El Monstruo. No puedo vivir así. No es
vida en absoluto. Porque aún tengo asuntos inacabados.
Y voy a asegurarme de que El Monstruo entienda qué se le viene
encima.
Sobre el autor

Soy una esposa para uno y una mamá para


dos seres humanos y un gato. Tengo un amor
profundo y perdurable por los nachos;
especialmente el tipo con el queso líquido, como el
de Taco Bell (lo siento). Funciono con menos de
cuatro horas de sueño gracias a la abundante
cantidad de Dr. Pepper de dieta. (Nota: este párrafo
no está patrocinado por nadie, excepto mi
hambriento estómago).
Como hija de un Marine, crecí por todo el
país, desde California hasta la costa este de
Florida a Nueva Inglaterra y Colorado.
Actualmente vivo en Idaho donde tenemos
montones de patatas y molinos de viento.
Escribo novelas New Adult de personajes con fuerte conexión
emocional. Me encanta, adoro, amo escribir sobre personajes rotos quienes
encuentran sus almas gemelas.

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