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Minia16 Fiorella
Black Rose Liz De Rossi
Mae Apolineah17
Alysse Volkov Gabyguzman8
Valentina D. Ana09
∞Jul∞ Nikki
*Andreina F*
Aria
Índice
Sinopsis Capítulo 12
Capítulo 1 Capítulo 13
Capítulo 2 Capítulo 14
Capítulo 3 Capítulo 15
Capítulo 4 Capítulo 16
Capítulo 5 Capítulo 17
Capítulo 6 Capítulo 18
Capítulo 7 Capítulo 19
Capítulo 8 Capítulo 20
Capítulo 9 Capítulo 21
Capítulo 10 Próximo Libro
Capítulo 11 Sobre el autor
Sinopsis
1
Traducido por Minia16
T enía las manos rojas y ásperas por haber lavado los platos
dos veces. Siempre eran dos veces. Hacerlo dos veces me
daba tiempo y me aseguraba que no quedara nada. Una
mota errante de comida, un punto que no se hubiera aclarado… estas eran
las cosas que él notaba.
Desde el salón llegaban sonidos de algún drama policíaco. Los
disparos y los gritos interrumpían el silencio de la cocina. No me importaba
lavar los platos porque era el único modo de mantenerme alejada de él, del
Monstruo.
—La cocina es el territorio de una mujer —decía mientras me miraba
de arriba abajo con sus malvados ojos negros, una cruel sonrisa estiraba
sus labios. Su único viaje ocasional a la cocina era para su habitual botella
de vodka de cereza, situado en la parte de atrás del congelador, detrás del
pollo que compré hacía meses y que aún tenía que descongelar y cocinar.
Mi estómago se encogió con sólo pensar en el pollo, el pollo que
ocultaba su vicio. No quería ver el vodka. Lo había olido en su aliento una y
otra vez, por la noche, en un lugar que debería haber sido seguro. El sueño
ya no brindaba seguridad, existían pesadillas mucho peores en la tierra de
los vivos. Mi vida era una serie de auténticas pesadillas. Pero esta noche, lo
dejaría todo. Dejaría a Cora Mitchell detrás en busca de la libertad.
El sonido de unos pies contra el suelo de madera del salón hizo que
mis músculos se encogieran conscientemente, mi estómago se dio la vuelta
del asco. Otra vez no, pensé. Un momento después sentí que su sombra caía
sobre mi hombro derecho. Sus pesados pasos sacudieron el despellejado
linóleo bajo mis pies mientras se acercaba. Olí su colonia cuando se inclinó
sobre mi hombro.
—Asegúrate de no perder el tiempo —susurró, su aliento chocó cálido
contra mi oreja. Permaneció ahí un momento, sus sucias manos me
arrinconaban contra la encimera desde atrás. Sentí que un hilillo de sudor
se deslizaba por mi columna e intenté hacer como si no estuviera perdiendo
el tiempo, frotando monótonamente la espátula que tenía en la mano. Lo
sentí tararear, la vibración se encontraba justo al lado de mi oído y tragué
la bilis que subió hasta mi boca. El tarareo. Él sabía que yo sabía lo que
significaba el tarareo. Apreté los dientes.
—Ya casi he terminado. —No me molesté en girar la cabeza para
mirarlo a los ojos. Un desafío como aquel sólo le daría más ánimos, y yo
tenía planes que no incluían involucrarlo en su actividad favorita. Era una
criatura de costumbres: cena, luego televisión, luego la botella de vodka,
luego yo. Esta noche sería diferente.
Deslizó dos dedos por mi espalda, por encima de mi camiseta,
deteniéndose justo antes de llegar al principio de mis vaqueros. Disfrutaba
de este juego, burlándose de mí con la amenazadora promesa de lo que
vendría después. Pensaba que tenía todo el poder de su parte, pero iba a
demostrarle que se equivocaba.
Mantuvo los dedos en la parte de arriba de mis vaqueros por un
instante y suspiró en mi oreja antes de retroceder. Oí el sonido de la puerta
del congelador al abrirse y sentí la ola de frío en mi espalda. Ayudó a
calmarme y me recordé que, pronto, todo habría terminado. Oí el crujido de
la verdura congelada mientras se estiraba para tomar su vodka, y luego el
ruido metálico al ponerlo sobre la encimera, al lado de los platos limpios.
Anticipando su siguiente movimiento, me sequé las manos en la toalla
que colgaba de la puerta del armario y me estiré a un lado para agarrar el
vaso de chupito que tenía preparado junto al fregadero. No sé por qué no
bebía nunca directamente de la botella. Ni que eso lo hiciera más civilizado.
Sólo era una ilusión, una de las muchas que había en mi vida. Y, pronto, yo
haría la mía.
Tomé la botella y le serví el chupito, esperando tener la mano firme.
No quería darle una pista sobre mis intenciones. Apoyé lentamente el vaso
y la botella y volví a meter las manos en el agua con jabón.
Menos mal que no sospechó nada y tomó ambos antes de volver a
caminar por el linóleo, de regreso al salón. Y, tal y como esperaba, casi
tropezó con la bolsa llena de basura que tenía en el camino.
—Podrías romperle el cuello a alguien dejando esto aquí. Sácala —
bramó, bebiéndose el chupito—. Ahora.
Que se rompiera el cuello habría sido demasiado fácil.
Mientras volvía al salón, me sequé las manos con el paño de los platos
y me tomé un momento para estabilizarlas. Este era el momento. La
despedida silenciosa por la que estuve esperando desde que el abogado
recitó las palabras de mi difunta madre en una habitación llena de extraños.
Respiré por la nariz para tranquilizarme y me dispuse a actuar con
indiferencia.
Me incliné hacia abajo y recogí la bolsa de basura, llevándola la corta
distancia hasta la puerta. Me detuve un momento para mirar al salón,
consolándome con que se quedaría dormido en menos de diez minutos. Los
somníferos que machaqué y mezclé en su puré de patatas y en la salsa eran
una dosis suficientemente fuerte para tumbarlo sin el efecto añadido de la
medicina para el resfriado de la tarde que le serví en su vaso de chupito del
tamaño de un cuarto junto con el vodka de cereza. Me iba a hacer falta la
ventaja.
Abrí la puerta y salí al rellano de su apartamento de cuatro plantas
antes de cerrar la puerta suavemente detrás de mí. Me quedé allí por un
momento y respiré hondo el aire de la tarde. En octubre normalmente hacía
un tiempo frío en Michigan, pero esta noche en realidad era una noche
bastante cálida y silenciosa.
Bajé por la escalera lo más silenciosamente que pude para evitar
alertar a cualquier vecino de mi presencia. Una vez que estuve en la acera,
apreté más la mano sobre la bolsa y caminé resueltamente hacia el
contenedor situado entre los dos bloques de apartamentos. Miré a derecha
e izquierda y respiré de alivio al ver las ventanas a oscuras que daban al
contenedor. Me agaché detrás del contenedor y abrí la bolsa de la basura,
sacando mis deportivas, que se hallaban escondidas debajo del cartón. Me
saqué las zapatillas y las lancé al contenedor. Después de ponerme las
deportivas, agarré la cazadora negra que también metí debajo del cartón y
luego saqué la pequeña mochila que escondía allí. La colgué sobre mis
hombros, intentando ser lo más silenciosa posible, y deslicé las manos por
las mangas de la cazadora, ocultando la mochila.
Me abroché la cazadora, volví a mirar a mí alrededor para asegurarme
de que no me veían. Mis manos todavía temblaban, así que las froté contra
mis vaqueros durante un minuto antes de mirar a mi futuro antiguo
apartamento. Estuve planeando esto durante meses, y sabía exactamente
cuáles serían mis siguientes pasos. Pero seguía siendo humana y, por lo que
sabía, los humanos eran capaces de sentir miedo. El miedo fluyó lentamente
por mis venas, rebajando la confianza que sentía ante mi inminente fuga.
A pesar del miedo, no sentía aprensión. Me recogí el cabello en un
moño antes de salir corriendo a través de las malas hierbas y hacia los
árboles que había detrás de los apartamentos. Los basureros vaciarían el
contenedor a las siete de la mañana siguiente, llevándose consigo la bolsa
de basura abierta. Sabía que los somníferos mantendrían dormido al
Monstruo al menos hasta entonces. Probé las pastillas varias veces con
meses de antelación. Al principio lo hice para evitar que visitara mi
habitación, antes de que hubiera desarrollado completamente mi plan. Era
muy meticulosa.
Tras correr durante diez minutos, probé a mirar hacia atrás. Aunque
estaba segura de que estaría demasiado incapacitado como para seguirme
a estas alturas, no podía evitar el estremecimiento por el miedo que todavía
persistía. Entonces, recordándome que pronto estaría libre de él, la
adrenalina hizo efecto y corrí otros dos kilómetros antes de llegar a mi
destino.
2
Traducido por Black Rose
T
amborileé con los dedos sobre la mesa de metal. Me saltó
una pizca de pintauñas rojo de la uña y se deslizó por la
brillante superficie.
—Mierda —murmuré para mí. Me incliné para
inspeccionar mi ahora imperfecta uña. Normalmente no me importaba, pero
acababa de terminar de quitar los restos de brillantina que permanecieron
testarudamente en mis uñas durante más de un mes antes de aplicar el
color rojo sangre. Mi color favorito.
Una sombra cayó sobre mí, una figura oscura se reflejó sobre la
superficie. Me estremecí involuntariamente. Habían pasado casi siete años
y todavía odiaba las sombras. Como si leyera mi mente, la sombra se movió
para ponerse al lado de mi mesa.
—Annie, si necesitas hacer algo, pídelo.
La sonrisa se formó en mis labios antes de volverme para mirar a mi
amiga y, en ese momento, mi jefa.
—Rosa, he estado muy ocupada perdiendo el tiempo como para
trabajar de verdad. Y, además, sabes que odio ese apodo. Tiene las mismas
sílabas que Andra. An. Dra —expuse.
Rosa se rió. Su risa era intensa y conmovedora, hacía que el aire
chispeara entre nosotras.
—Sé que no te pasas el día aquí perdiendo el tiempo. ¿Tienes el
informe en el que trabajabas? An. ¿Nie? —Se burló de mí con un guiño y
caminó para ponerse frente a las pantallas.
Abrí el informe en una de mis dos pantallas y me levanté rápidamente
para dejar que Rosa se sentara en mi mesa.
—¡¿A qué esperas?! —Hice un gesto con la mano.
—Al menos podrías fingir nerviosismo cuando te pido algo importante
—dijo Rosa sin mirarme, deslizándose por la nariz sus gafas de lectura de
color ciruela.
Froté el hombro de Rosa, todavía sonriendo.
—Me esforzaré más la próxima vez.
—Tómate un descanso —respondió mientras estudiaba la pantalla.
Sabía lo que significaba eso. A Rosa le gustaba inspeccionar cosas sin que
estuviera acechando por allí. De todas formas, conocía esos informes mejor
que yo.
Fui hacia el porche delantero, tras atravesar la puerta de mi oficina,
y salí. Cerré silenciosamente la puerta mosquitera y una sólida pared de
calor chocó inmediatamente contra mí. Mis labios se curvaron. El verano
nos llegaba antes de lo habitual, lo cual para mí se sentía bien. Fui hacia
las escaleras que conducían al jardín y sentí que el sol besaba mis hombros
y lo que tenía expuesto de mi pecho. En la distancia vi al marido de Rosa
cepillando a su yegua favorita. La valla blanca de vinilo que nos separaba
necesitaba una buena limpieza, así que di la vuelta a la casa, dirigiéndome
al garaje.
Rosa y Clint contrataron hacía poco a un adolescente llamado Farley
para que cortara el césped, y era obvio que todavía se acostumbraba al
cortacésped, en vista de toda la hierba y el barro que cubrían la parte inferior
de la valla. Hice una nota mental de enseñarle a cortar el césped de forma
más eficiente.
Me puse mis botas de goma de color barro con lunares bermellones
sobre mis vaqueros ajustados, tomé un cubo, un cepillo, unas toallas, jabón,
y una esponja gigante y lo llevé todo hacia la valla.
Clint levantó la cabeza y vio mi andar decidido desde donde me
situaba.
—¿Te estás arreglando para jugar en el barro? —me gritó.
—¡Nop, pero me preparo para ello! —respondí, poniendo el cubo en el
suelo—. ¿Vas a quedarte mucho más con Buttermilk? —pregunté,
gesticulando hacia el caballo color miel con el cepillo que tenía en la mano.
—Estoy terminando. Toma el limpiador a presión, ¿vale? Te limpiaré
la valla primero para que te sea más fácil —dijo, llevando a Buttermilk de
regreso al establo.
—Yo lo haré, Clint. Me da algo que hacer. —Volví al garaje y tomé el
limpiador a presión y el alargador. Luego tomé la manguera del lateral de la
casa y lo llevé todo a la valla. Tras montarlo todo, empecé a limpiar la valla.
El agua me salpicaba las piernas y se escurría por el interior de mis botas.
Pero pude ver rápidamente que Clint tenía razón, el limpiador a presión
sacaba la mayor parte de la porquería de los cortacéspedes, tractores, el
polvo y el barro. Podía parecer que limpiar la valla era inútil, pero con todos
los eventos que íbamos a tener en el rancho, sabía que debíamos adecentar
un poco el lugar.
Aunque todavía era temprano, el calor era fuerte y al no haber árboles
que dieran sombra, mi nuca empezaba a cubrirse de sudor. Me doblé por la
cintura y me recogí mi largo cabello castaño en un moño descuidado en lo
alto de la cabeza.
Justo cuando empezaba a pasarle una esponja con jabón a la valla, oí
que Rosa me gritaba desde el porche—: Annie, ¿es que no entiendes lo que
significa un descanso?
Sabía cómo hacerme reír. Me volví hacia ella y oculté los ojos del sol
para poder verla, sabiendo muy bien que tenía sus manos en sus caderas.
—¡Al parecer no! —grité en respuesta.
Bajó por las escaleras. Su cojera todavía presente mientras se
acercaba a mí, aunque no le quitaba ninguna fuerza a sus pasos. Rosa se
hallaba en los cincuenta, era bajita y en forma, y era la mujer más resistente
que conocía. Heredó el rancho de su padre y lo llevaba como una reina que
viviera en su reino. Pero esta reina no llevaba vestidos y a menudo se pasaba
el tiempo limpiando mierda de caballo. Su cabello negro le colgaba por
encima de los hombros, aunque la parte de arriba se recogía en un estilo
meramente funcional. Alrededor del cuello llevaba atado un pañuelo, algo
que debería haber pensado en ponerme yo misma.
—Trae tu culo flaco aquí y ponte a jugar con los números. Quiero los
pronósticos para el mes que viene. He tenido tres peticiones de hospedaje y
creo que tenemos que añadir más compartimentos al establo. —La razón
por la que Rosa y yo trabajábamos tan bien era que ambas sabíamos cómo
ser breves. No perdíamos el tiempo explicando nuestro modo de pensar
porque, la mitad de las veces, prácticamente nos leíamos la mente.
—Me pondré con ello cuando termine con esta sección. Quiero
terminarla antes del mediodía, para que tenga tiempo de secarse al sol.
Rosa me dirigió una pequeña sonrisa antes de pasar un brazo por mis
hombros.
—Eres mi favorita, ¿lo sabías? —Se rió y miró hacia el establo, donde
sus peones se ocupaban de los caballos que había allí. Rosa supervisaba las
operaciones del rancho, pero yo era la única con la que trabajaba
estrechamente.
—¿Quieres decir que Farley ha sido degradado? —Me reí y gesticulé
hacia donde se encontraba Farley, cortando el césped de la zona alrededor
del estanque, bajando por la colina que había al lado de la casa. Caminaba
en zigzag por la zona que quedaba al lado de la playa. No paraba de mirar a
su alrededor con una expresión de “ups” escrita claramente por toda la cara.
Rosa suspiró. Farley, aunque carecía claramente de experiencia, era
un chico dulce y con ganas de aprender. Lo conseguiría, y ambas lo
sabíamos.
—Ese desastre es culpa mía. Tienen que enseñarle. Tengo que hacer
eso en algún momento, pero por ahora supongo que fingiremos que los
zigzags son a propósito.
—Tenía eso en mi lista mental. Me refiero a enseñarle. Puedo hacerlo
este fin de semana antes de que la reunión familiar de una semana empiece
el fin de semana que viene.
—Me olvidé completamente. También tendremos que preparar el
estadio para eso.
Ambas miramos a la zona vallada que había después del establo.
—Por eso empecé con la valla. Y Dylan lo sabe. Va a trabajar en el
estadio después de la lluvia que esperamos para esta noche. También le
recordé que se pusiera una máscara. —Dylan era uno de los peones que
más ayudaba con el estadio cuando venían turistas.
El rancho de Rosa también tenía caballos cuyos propietarios no
podían albergar adecuadamente y cuidar de ellos. La gran casa servía como
un hotel de cama y desayuno, con cabañas periféricas que venían muy bien
cuando se daba una gran fiesta como una reunión familiar. Yo vivía en una
de las cabañas. La mayoría de los trabajadores del rancho vivía cerca, pero
Dylan era el único que también vivía en una de las cabañas, lo que era
conveniente si los caballos salían, o si los animales salvajes se aproximaban
a la propiedad. La parte incómoda de que viviera unas pocas cabañas cerca
de mí era que él era una ex aventura de una noche mía. Aunque la verdad,
no era tan difícil ahora, dado que una profunda amistad creció de esa
experiencia.
Cuando llegué por primera vez a Rosa seis años antes, me comporté
un poco imprudente. Six me tuvo encerrada durante cinco meses hasta que
las cosas se calmaron un poco. Después de que procurara recopilar la
documentación suficiente para que viviera libremente, bajo mi nuevo
nombre elegido, Andra Walker, me sentó y me dijo que me enviaría con la
amiga de su madre, Rosa. Sabía que Six debía seguir adelante con su vida,
y que necesitaba seguir adelante con la mía, de modo que me envió aquí en
busca de empleo y un lugar para vivir. Por algo estable. Y, creo que sabía
que necesitaba una niñera.
Me tomó una semana poner mis ojos en Dylan. Sé cómo suena.
Necesitaba experimentar algo consensuado. Quería poder, quería elegir.
Llámalo como quieras, pero lo necesitaba para avanzar en todos los aspectos
de mi vida.
Por desgracia, no le dejé mis intenciones claras a Dylan antes de la
noche que lo seguí a su cabaña. Era una especie de chica de solo una vez.
Esa noche fue el comienzo y el fin de nuestra relación sexual.
No tengo miedo del amor. No tengo miedo de la gran palabra con C:
Compromiso. Pero Six y Rosa son las dos únicas personas que me conocen.
No Andra Walker, sino la chica que era antes. Cora Mitchell. Saben el
camino que he tomado. No podía permitirme el lujo de compartir eso con
nadie más, así que no era justo jugar con los sentimientos de alguien si no
les iba a permitir conocer el verdadero yo. Mi experiencia con Dylan me
recordó la importancia de la honestidad. Me gustaba tener opciones, no
permitir que nadie entrara. Había oscuridad en mi alma, inocencia abusada.
Mi oscuridad era sólo mía; no quería ser una carga para nadie más.
Después de que el Monstruo se despertara y no me encontrara, me
reportó a la policía como fugitiva. Cuando mi historial de quejas de
consejeros de la escuela salió a la superficie, se suscitaron sospechas sobre
lo que realmente me sucedió. Los medios de comunicación informaron cada
vez que el Monstruo era detenido para interrogarlo. Se emitió una orden
para el apartamento en que vivíamos, pero por supuesto, no se encontró
nada.
Cuando dejaron de llegar, los detectives en línea comenzaron a
especular. Pasé esos cinco meses con Six en su habitación del sótano, y eso
me dio un montón de tiempo para estudiar todos los blogs que aparecieron,
hilos de foros, todas con hipótesis de detectives web de lo que pudo haberme
pasado. La hipótesis más popular era que mi tío estaba involucrado. Pero
mi caso era frío; la única cosa que todos sabían era que desaparecí.
Six me entrenó sobre qué decir y cómo actuar para no causar dudas
en la mente de alguna persona con la que me encontrara. Era la misma línea
ensayada una y otra vez.
Estoy separada de mis padres, era menos sospechoso que tener
padres fallecidos. Todo lo que tenía que hacer era señalar mis múltiples
piercings y tatuajes, y asumían que tenía estrictos padres que me
desaprobaban.
Fui educada en casa, no tener reuniones de clase o amistades
cercanas era comprensible.
Crecí en Los Ángeles, gran ciudad. Estudié suficientes mapas para
llegar a un barrio en el que la ficticia Andra Walker vivió. Rosa y yo hicimos
un viaje a Los Ángeles después de trabajar para ella por un año con el
pretexto de visitar a mi familia. Elegimos un barrio fácil de recordar y si
soltaba la historia de vida protegida, era creíble. Y Six regresó a la costa
oeste después de mi desaparición, así era una buena referencia para
compartir experiencias que no eran reales.
Aquellas eran las principales respuestas que usaba. Las usaba tan a
menudo que, de hecho, las empezaba a creer yo misma. Era una historia
mejor que la versión de no ficción de mi vida:
Escapé de mi tío después de años de abuso sexual. Mi madre tuvo
una muerte trágica y mi papá era un don nadie.
Fui a una escuela normal, intenté reportar a mi tío abusivo y cuando
se volvió contra mí, el abuso se intensificó.
Crecí en una ciudad de Michigan que todavía creía que fui asesinada
por mi tío.
No me malinterpreten, no organizo un gran fiesta de compasión
dramática. Mi vida era buena. Tenía a Six, a Rosa, y una vez que Dylan
entendió el hecho de que esencialmente lo utilicé, nos hicimos buenos
amigos. Tenía a Clint, tenía a los demás empleados del rancho, los caballos,
y una pequeña y acogedora casa. Pero lo más importante, tenía una vida, y
opciones.
—Chica, ¿que está en tu cabeza que te tiene tan distraída? —Rosa
interrumpió mis pensamientos.
Negué con la cabeza y traté de concentrarme en otra cosa que tenía
que pensar. —Recorriendo la lista de invitados para este fin de semana —le
contesté, mirando mis botas. Rosa era la única persona en el mundo que
podía decir cuando mentía.
No dijo nada por un momento. Esperé a que me dijera que mentía,
pero suspiró antes de preguntar—: ¿Cabañas o casa grande?
—Tres en la casa grande y una en las cabañas. El alquiler de la cabaña
es por un mes.
Rosa metió las manos en su bolsillo frontal y agarró una esponja de
la cubeta. —Correcto, el escritor. Quiere un lugar tranquilo para terminar
su manuscrito. —Frunció el ceño mientras exprimía la esponja—. Es el que
espera a que la nueva casa de lujo que acaba de comprar sea completada.
—Comenzó donde dejé la valla, así que agarré un trapo viejo para trabajar
a su lado.
—Ese es él. Julián Jameson. Se hace llamar J.J. Se aseguró de anotar
eso en su reserva. —Podría haber dicho la última parte sarcásticamente.
Experimentaba mi parte justa de estirados, estando a una hora de la
popular estación de esquí en Colorado. Pero algo en la correspondencia de
correo electrónico de Julián Jameson me desinteresó. Los escritores en
general me ponían nerviosa, pero los estirados me hacían perder
rápidamente la paciencia.
Rosa se echó a reír. —Vamos a ver si le gusta cuando descaradamente
te niegues a llamarlo como prefiere. Mátalo con amabilidad, cariño.
Rosa sabía que nunca sería intencionalmente grosera con alguien que
me diera un cheque de pago. Pero tampoco lo haría con pendejos
pretenciosos. —Tú me entiendes, Rosa. Y es por eso que eres mi favorita.
Rosa se echó a reír. —Sí, y el sentimiento es mutuo. No se lo digas a
Clint. —Me guiñó un ojo, antes de regresar a la casa grande.
—¡O Farley! —grité detrás de ella. Escuché su risa antes de dar la
vuelta y terminar la sección de la cerca en la que trabajaba.
4
Traducido por Alysse Volkov
2Knock boots: Se refiere a tener sexo, acostarse, donde “knock” es sacar y “boots” es botas.
Algo así como sacarse las botas.
—Te recojo a las siete.
—Perfecto —convine antes de saltar de la hierba a mis pies. Froté las
manos contra la parte de atrás de mis vaqueros antes de estirar una mano
instintivamente para ayudarle a que se pusiera de pie. Cuando estiró la
mano para agarrar la mía, retrocedí un poco como si me hubieran quemado.
Sus manos sobre mí le hacían cosas aterradoras a mi compostura—. No
importa, puedes tú solo.
Julian se levantó y me miró.
—Puedo con bastante, te lo aseguro. ¿Te acompaño a tu puerta?
Resoplé. Femenina era mi segundo nombre.
—Claro, vamos allá.
Caminamos hacia mi cabaña en un cómodo silencio, el único ruido
era el de los grillos y los sonidos del bosque en general.
Cuando llegamos a mi puerta, tomé las llaves de mi bolsillo para
abrirla. Cuando se abrió, extendí la mano hacia el interior, palpando en
busca del interruptor, y encendí las luces del porche y las de la habitación
principal. Julian se quedó fuera del porche, con las manos en los bolsillos.
»¿Quieres entrar a tomar un café? —pregunté, mi cabeza inclinándose
hacia un lado en un gesto interrogante.
Julian no respondió por un momento, pero se acercó más.
—¿Tienes té? —preguntó.
Maldición. No bebía café y ni siquiera tenía una cafetera. Era
principalmente una treta para hacer que entrara. No me sentía totalmente
desesperada por tenerlo en mi cama (sólo un poco), pero podía conformarme
con una primera base.
—Tienes suerte —dije, indicándole que entrara—, resulta que tengo
una colección de tés.
Julian entró en mi cabaña y lo seguí, apreciando las vistas antes de
pasar por su lado y entrar en la pequeña cocina que se abría al resto del
salón, separada del mismo por una pequeña isla, lo suficientemente larga
como para que se sentaran tres personas.
Seguí su mirada alrededor de mi cabaña, examinando lo que veía. Era
un amplio espacio abierto, altos techos con vigas. Mi decoración era
principalmente blanca y negra, con toques aleatorios de color aquí y allá.
Había pintado los suelos de madera de blanco una noche años atrás en un
esfuerzo por darle luz al lugar. Funcionó. Mantuve las paredes con su
verdadero tono de madera, pero rodeé las vigas expuestas con luces de
Navidad. La única pared que no era de madera natural era la pared larga
que iba de un lado a otro de la cabaña, separando esta mitad de delante de
la parte de atrás de mi cabaña, donde se hallaban mi habitación, mi armario
y mi cuarto de baño.
Tenía media docena de baratijas tiradas sobre el mobiliario del salón:
un sofá desmontable y dos sillones de cuero. Las paredes de mi salón
estaban cubiertas con gruesos marcos con varias fotos en blanco y negro de
gente y de lugares. Mi mesita de centro era rectangular y se encontraba
pintada de blanco, con un montón de libros en medio de la mesita de centro.
Lo mantenía minimalista, mantenía las cosas ordenadas.
Caminó hacia la estantería que instalé sobre y alrededor de mi
pequeño sofá desmontable. Recorría la anchura de la pared y estaba llena
de libros y de baratijas de madera que me envió Six de sus viajes.
—Tu cabaña es diferente de la mía —dijo, volviendo la mirada hacia
mí.
Llené una tetera con agua y la puse sobre el hornillo.
—Me costó mucho dinero ponerla así.
—Tienes un montón de libros sobre la familia real —comentó, antes
de sacar uno para examinarlo.
Me encogí de hombros, aunque él no pudiera verme.
—Me interesa. —Varias fotografías de las paredes eran de los nobles
menos conocidos.
Julian pasó a los marcos que colgaban junto a la estantería, las únicas
fotos personales que conservaba en el apartamento. Lo vi concentrándose
en la que estábamos Six y yo.
—Ponte cómodo —murmuré mientras tomaba tazas de encima del
fregadero. Oí su risita en respuesta.
—¿Este es tu hermano?
—Sí —dije sin dudar. Como no dijo nada más, tomé mi bandeja de
bolsitas de té y la llevé a la mesita de centro.
—Aquí pareces más joven —comentó antes de darle un toquecito al
marco.
—Bueno, está claro que no era más mayor —respondí con sarcasmo
a unos pasos de él.
Julian se giró para mirarme y sonrió. No sabía qué hacer aparte de
mirar su cara, su sexy y corto vello facial, con nerviosismo, así que asentí
en dirección a mis estanterías.
»Lo siento, nada de lo que hay es tuyo —dije, encogiéndome de
hombros.
—No me di cuenta —respondió antes de sentarse en mi sofá.
Me senté en la parte del diván del sofá y volví a gesticular en dirección
a la colección de libros.
—¿Qué tipo de novelas escribes?
—No creo que fueran de tu agrado —empezó. Al verme entrecerrar los
ojos, continuó—. No es que haya nada de malo en tus gustos, pero a juzgar
por toda la no ficción histórica que tienes, diría que mis libros todavía no
han sido lo suficientemente afortunados como para vivir en tus estanterías.
Me levanté al oír el agua hirviendo en la tetera.
—¿Por qué? ¿Escribes novelas románticas llenas de angustia?
La risa de Julian iluminó mi cabaña con calidez. La calidez me llevó a
sonreírle antes de ir a la cocina.
»¿Me equivoco? —pregunté por encima de mi hombro.
Se unió a mí en la cocina, apoyándose contra la pared que nos
separaba de mi habitación. El calor quemó un agujero en mi estómago
debido a su cercanía, a su mirada.
—Escribo novelas de misterio —respondió.
Alcé la mirada hacia él mientras echaba el agua.
—¿Oh? —pregunté. Ya lo sabía.
—Sí. —No añadió nada más.
—Sírvete tu sabor de té favorito. Los he puesto en la mesita de centro.
Eché el agua en las dos tazas que saqué y le tendí una antes de ir
hacia el sofá.
Tomé la bolsita de frambuesa que más me gustaba y la hundí y la
saqué de la taza con gesto ausente. Por el rabillo del ojo, vi a Julian tomando
la de menta antes de sentarse en el sillón de cuero colocado al lado del sofá
convertible.
Lo observé mientras estiraba las piernas. Había una gracia en cómo
hacía todo, con un trasfondo de confianza y poder. Incluso en ropa de
deporte, exhibía un claro aire de elegancia. Probablemente era de familia
rica.
Mis ojos permanecieron en sus manos mientras hacía girar la bolsita
de té en la taza. Sus manos ostentaban el mismo poder, como si pudieran
aplastar la taza que sostenía sin demasiado esfuerzo. Tenía las uñas cortas,
pero limpias, probablemente debido a su profesión.
—¿Hace cuánto que eres escritor? —solté, apartando por fin la mirada
de sus manos para hacer contacto visual.
Julian se reclinó contra el respaldo del sillón, estirando así su
camiseta sobre su pecho, definiendo cada músculo oculto detrás de la tela
de algodón.
—Desde que me gradué en el instituto y decidí que no quería tener
una carrera en el fútbol. Así que hace unos siete años.
Eso le hacía tener veinticinco años, dos años más que yo. Asentí en
respuesta y bebí mi té, volviendo a recostarme contra los cojines del sofá.
—Un jugador de fútbol, ¿eh? —pregunté.
Julian se frotó la rodilla como si estuviera sumido en un recuerdo
antes de darle un trago a su té y asentir.
—Jugué durante los cuatro años de instituto. Se me daba bien. —
Guiñó un ojo, una sonrisa juguetona apareció en sus labios.
—Estoy segura. —Di otro trago a mi té antes de preguntar—: ¿Y por
qué dejarlo?
Julian apoyó su taza en la mesa antes de girar su cuerpo más hacia
mí.
—¿Alguna vez has hecho algo durante tanto tiempo que se convierte
en una segunda naturaleza para ti? ¿Tanto tiempo que no sabes lo que es
la vida sin ello? ¿Y que eso no quiere decir que sea necesariamente algo
bueno para ti, mental o físicamente, pero sigues haciéndolo porque es lo que
se espera de ti?
Tenía los brazos con la carne de gallina. Esto empezaba a volverse
más profundo de lo que esperaba. Asentí con la cabeza, incapaz de hablar
debido al nudo que comenzó a residir en mi garganta.
»Bueno, entonces entiendes, tal vez, la necesidad que sentí de
liberarme. De demostrar que podía cambiar lo que se suponía que era a lo
que estaba destinado. De hacer algo para mí. —Pronunció la última palabra
con un tono de brusquedad. Encontré sus ojos y vi el sentimiento detrás de
sus palabras reflejándose en su expresión.
—Sí. Sé a qué te refieres —dije, tragando con fuerza por detrás del
nudo de mi garganta.
Nos quedamos mirando un rato antes de que Julian se levantara,
agarrando su taza y dirigiéndose a la cocina para aclararla.
—Gracias por el té. Debería irme.
A pesar de mi atracción por él, la energía de nuestra conversación me
estaba poniendo nerviosa, así que no intenté disuadirlo de que volviera a su
cabaña. Lo seguí hasta la cocina y puse la taza en el lavavajillas. Estaba con
la espalda contra la encimera, frente a mí, sus manos agarraban la encimera
que tenía detrás.
—Gracias por la compañía —contesté, sonriendo con suavidad.
Julian se impulsó para apartarse de la encimera y se dirigió a la
puerta mientras yo lo seguía por detrás. Se detuvo en el umbral y se giró
hacia mí, apoyando una mano en el marco, poniendo la cara a meros
centímetros de la mía.
»Vivo mucho de mi vida dentro, escribiendo, editando. Fue agradable
tener a alguien con quien hablar —dijo.
Mi cuerpo prácticamente vibraba por la cercanía de su cuerpo con el
mío.
—Fue agradable —convine, cruzándome de brazos.
La comisura de su boca se curvó en una media sonrisa antes de
inclinarse, su mejilla hizo contacto con la mía, su boca contra mi oreja.
—Dulces sueños, Andra —susurró antes de apartarse del marco de la
puerta y adentrarse en la oscuridad en dirección a su cabaña.
Me dije que lo observaba para asegurarme que llegara a salvo a su
cabaña. Pero, a decir verdad, no podía explicarlo, mis ojos necesitaban
estudiarlo, al igual que él pareció estudiarme. No existía duda de que me
sentía atraída por él, atraída por el sumiso poder de sus ojos, de sus
palabras.
Me tiré de la oreja en la que me susurró cuando vi su silueta,
iluminada por la luz que brillaba dentro de su cabaña, subiendo por su
porche. En cuanto estuvo dentro, volví al interior de mi cabaña y me apoyé
contra la parte de dentro de la puerta principal, soltando el aire que no sabía
que estaba conteniendo.
Julian Jameson significaba problemas. Pero a la mierda si no lo
disfrutaba.
6
Traducido por Alysse Volkov
3En el español la frase de la canción se traduce como “Las cicatrices son recuerdos que
nunca pierdes, el pasado nunca está lejos...”
ligeramente rosada en el centro y sazonada perfectamente en el exterior. Mis
ojos se cerraron en la satisfacción que me hacía ruido.
Luego de tragar, abrí los ojos a la mirada encapuchada de Julian. —
Delicioso —dije en voz baja.
Las luces del restaurante apagadas bloquearon todas las
distracciones para que mi atención se centrara únicamente en Julian. Y su
enfoque se hallaba intensamente en mí. Levanté una ceja e hice un gesto
hacia su plato.
»¿No vas a comer? —le pregunté, cortando otro trozo de carne.
Sin pensarlo dos veces, sostuve el tenedor en el aire, ofreciéndole. »¿Te
gustaría probar el mío?
Vi su mandíbula flexionarse antes de que negara con la cabeza. —No,
gracias —dijo con voz ronca. Bebió un poco de agua y se concentró en su
plato frente a él.
No pude evitar la sonrisa que se extendía en mis labios.
9
Traducido por ∞Jul∞ & Black Rose
D hacia Farley.
—Una vez que haya marcado todos los aspersores,
entonces estarás listo para cortar. No cometas mi error
de casi destruir todo un sistema de rociadores. —Reí, tratando de aliviar la
vergüenza que Farley ya sentía después de que Dylan luchara con la
cortadora de césped durante tres horas, desenredando el alambre de púas.
Me subí a la cortadora mientras Farley se hallaba en pie. —Hoy voy a
enseñarte a cómo cortar el césped detrás de la casa grande, ya que desciende
hasta el estanque. —Me aseguré de que me encontraba en punto muerto y
el freno puesto antes de arrancar el motor mientras Farley miraba, con los
brazos cruzados sobre su playera del festival de rock. Parecía un chico de
granja rockero, con sus mangas cortadas, jeans rotos y botas de vaquero.
Llevaba la gorra de béisbol de los Broncos hacia atrás sobre su rebelde mata
de rizos negros.
Recordé cuando contratamos a Farley, Clint le dio un momento difícil
mientras le exponía sus deberes. Farley se mantuvo poniendo su mano
sobre sus cejas, protegiéndose los ojos del fuerte sol mientras escuchaba a
Clint. —Tú sabes, esa gorra de béisbol que llevas puesta es para ayudar a
mantener la sombra en tu cara, fuera del sol. Necesitamos tus dos manos
en este rancho.
—Pero luego mi cuello se quema —contrarrestó Farley.
—Muchacho, tu cabello es más largo que el de Rosa y no nunca la oí
quejarse de un cuello quemado.
Farley se rió ante eso, sabiendo que era el chico nuevo y por lo tanto
tenía que acostumbrarse. Y, sin embargo, todavía llevaba su gorra hacia
atrás y siempre olvidaba sus gafas de sol.
Deslicé mis manos alrededor del volante, disfrutando el ligero impulso
del motor transferirse a mis palmas. Realmente me encantaba la podadora,
pero después de que tomara tantos proyectos, Rosa y Clint insistieron en
que contratáramos un chico local para ayudar con algunas de las tareas
más fáciles en el rancho.
Hablé sobre el motor—: Querrás moverte hacia arriba y hacia abajo
en esta pendiente, no hacia los lados. La superficie que estás podando debe
estar lo más nivelado posible, por lo que la podadora de lado no va a
garantizar un corte parejo, y también es peligroso.
Las mejillas de Farley se veían quemadas y rojas. Estábamos de pie
en la cima de la colina, ya que comenzó a inclinarse hacia abajo, y la
evidencia de su último intento fallido con la podadora era evidente en los
grandes parches de hierba alta junto a trozos de suciedad. Se sintió
avergonzado, pero dispuesto a escuchar y aprender, que era lo importante.
Rosa tenía razón, haría bien un poco de orientación.
»Reduce la velocidad cuando vayas colina abajo y mientras cortas el
césped a lo largo del borde del estanque. No te pongas demasiado cerca de
la orilla de arena, solo tienes que usar la bordadora o corta malezas después
con el césped más alto. Y mueve la hoja hasta el quinto ajuste cuando estés
podando alrededor de la laguna. El suelo es demasiado desigual y si utilizas
los ajustes más bajos —Señalé a la configuración de uno a cuatro—,
terminarás con un montón de tierra y hierba. Y también terminarás con una
Rosa muy enfadada.
Farley asintió. —¿Qué pasa con la hierba áspera por los árboles? —
preguntó, señalando el área justo entre el estanque y los árboles que daban
sombra en la parte posterior.
—Buena pregunta. Disminuye tu velocidad y utiliza el ajuste de quinta
o sexta hoja. Nadie camina de vuelta allí, pero queremos que sea corto por
lo que no se verá rebelde, desordenado. También es menos probable que se
convierta en un hogar para las arañas de esa manera.
Farley se asomó por la colina hacia el estanque, aparentemente
absorbiendo lo que decía. »No tengas miedo de cambiar hacia abajo si estás
en un lugar complicado, como ir colina abajo o alrededor de las vallas.
Cuando te sientas más cómodo, puedes aumentar tu velocidad.
—Sí, eso es probablemente una buena idea —murmuró Farley. No
pude evitar la sonrisa que curvó mis labios. Tiró la gorra de su cabeza al
pasar los dedos por el lío de rizos. Tenía una cara de bebé bonito, y sabía
por las burlas que escuché de los trabajadores del rancho que él era muy
popular entre las jóvenes de la ciudad. Pero para mí, era un niño.
Le hice señas a Farley para que saltara en el cortacésped para que yo
pudiera bajar. —Estoy segura de que te caerás de ella. y honestamente… —
le dije, apoyando una mano en su hombro para que me mirara a los ojos—,
esto es mejor que limpiar mierda de caballo.
Se rió y asintió. —Gracias, Andra. —Corrió sus manos sobre el
volante.
—De nada, Farley. No tengas miedo de pedir ayuda. Y no te olvides de
recuperar las banderas de los rociadores y almacenarlos en el garaje cuando
hayas terminado. —Farley asintió en reconocimiento, así que salté de la
podadora mientras Farley cambiaba la marcha y montaba.
Hice mi camino de regreso a la casa grande, dando la vuelta al igual
que Farley se acercaba a la parte inferior de la colina, donde se estabilizó un
poco para el estanque. Conducía a paso de caracol, pero los zigzags eran
mínimos en esta ocasión.
Salté a la cocina donde tarde y noche el cocinero, Oscar, se hallaba
preparando la cena para el personal del rancho. Después de que los otros
invitados partieran aquella mañana, actualmente sólo teníamos un
inquilino —Julian— y estaba lejos en la noche, por lo que todos cenaríamos
juntos, al estilo familiar.
Cogí una manzana del frutero delante de Oscar, sin perder su gruñido
de desaprobación. Me detuve en un taburete frente a él y mastiqué la
manzana. Los ojos de Oscar se movieron hacia mí, con fastidio. Oscar,
acertadamente apodado Oscar el Gruñón, era de unos cincuenta años, con
cabello canoso y la piel profundamente bronceada. Sus ojos eran de un azul
casi antinatural, sorprendiendo cuando miraba a su manera, bajo sus
difusas cejas de oruga negra.
—Vas a arruinar la cena —se quejó, cortando la grasa lejos de las
pechugas de pollo que cortaba.
Crucé una pierna sobre la otra, y le sonreí, a pesar de que hacía todo
lo posible para evitar mirarme. —Nah. Estoy arruinando mi almuerzo.
Oscar deslizó un par de filetes de pollo a un plato con lo que sabía era
suero de leche antes de comerlo. —Siempre arruinas tu almuerzo. Que debo
saber, porque Rosa siempre empaca para ti y lo entrega personalmente a tu
refrigerador.
Arrugó los labios. —Rosa me ama. Me mima.
—¡Jah! —exclamó, señalándome con su dedo regordete—. ¿Rosa?
¿Quién crees que cocina la comida?
Contuve la risa ante su indignación. Mordí mi labio mientras negaba
con risa. Oscar me miró. —Está bien, Oscar. Tú me mimas. Supongo que
eso significa que me amas también, ¿eh?
Negó con la cabeza, al parecer molesto, pero sabía que tenía una
debilidad por mí. Oscar quedó viudo hace dos años y sus hijas estaban por
todo el país, construyendo sus propias familias. Rara vez nos han visitado,
sabía que era en parte por qué él era un gruñón como algunas veces.
Pocos meses después de que murió su esposa, atrapé a Oscar saliendo
a pescar. Después de que quiso invitarme, lo seguí en mi jeep y pasé ese
domingo en su lugar de pesca favorito. No creo que hayamos intercambiado
más de una docena de palabras. De hecho, lo único que me había dicho era
un poco insultante. —Aquí, utiliza este. No vas a coger nada con esa mierda.
—Compartió sus señuelos y carnada conmigo, bebimos cerveza y
absorbimos un poco de sol.
Oscar se volvió hacia el lavaplatos y clavó su mirada mientras se
lavaba las manos. —Ve. Come. Tienes comida en tu refrigerador y tengo
patatas para preparar.
Levanté las manos en señal de rendición, todavía con la manzana y
salí de la cocina, me dirigí a la cabaña para un almuerzo rápido.
Cuando abrí mi puerta y entré, me di cuenta de una luz parpadeante
en mi teléfono celular en el mostrador. Nunca llevaba mi celular conmigo
mientras trabajaba y prefería no tener la distracción que creaba.
Ignorándolo por un momento, abrí la nevera y cogí las zanahorias baby y el
emparedado que Rosa dejó envueltos para mí. Llené un vaso de agua y me
deslicé en un asiento de la barra en la isla, tomando un bocado de mi
emparedado antes de desbloquear mi teléfono para ver más notificaciones.
No tenía ninguna presencia en los medios sociales. El riesgo no valía
la pena. Además, aparte de Six, todos en mi vida vivían dentro de un par de
kilómetros de la hacienda. Nunca mantuve un perfil en línea en cualquier
lugar y disfrutaba de la libertad que tenía. No es que no tuviera curiosidad
de vez en cuando, sobre todo acerca de antiguos compañeros de clase. Pero
disfrutaba mi anonimato.
Tenía un texto y un correo de voz. Revisé el correo de voz por primera
vez. No reconocí el número, pero sólo había una persona que podría ser.
—Hola. Escucha, necesito que me llames tan pronto como lo oigas. No
estoy bromeando. Voy a llamar a Rosa si no me llamas de vuelta.
La voz de Six sonaba preocupada y fui inmediatamente consciente del
hoyo en mi estómago. Six muy raramente llamaba, y siempre desde un
teléfono desechable con el mismo código de área, por lo que me gustaría
saber que era seguro para responder. Él era absolutamente el epítome de
sobreprotección, y siempre se equivocaba en el lado de la precaución,
especialmente cuando se trataba de mi seguridad.
El bocado de emparedado se me volvió de plomo en la boca y tragar el
nudo en la garganta era más que difícil. Tomé una respiración constante y
le devolví la llamada a Six.
—¿Puedes salir de Colorado por un par de días? —Six nunca se
molestaba con bromas. Sé que fue en parte para mantener nuestras
conversaciones cortas, pero sobre todo porque él era un hombre
contundente.
—Sí. ¿Por qué?
—Ha habido actividad sospechosa. Fui a verla yo mismo y acabo de
volver, pero necesito tu ayuda. Sé que nunca quisieras volver, pero es
necesario.
Six era muy sensato, no es fácil de llevar por emociones o cualquier
otra cosa, pero todavía oigo la escasa corriente de preocupación. Sabía que
se refería al Monstruo. La mano que sostenía el teléfono se volvió resbaladiza
por el sudor.
—¿Cuándo vamos?
—Miércoles por la noche. Volveremos la mañana del viernes. Ya llamé
a Rosa.
Tragué saliva, tratando de empujar la bilis hacia abajo. —¿Qué vamos
a hacer?
Su respuesta llegó casi vacilante. —Allanamiento de morada.
Mi corazón se aceleró, golpeando contra mi caja torácica como un
animal temeroso tratando de escapar.
Cuando no respondí, Six habló de nuevo. »Nada malo te pasará. Lo
juro por mi vida.
Asentí, con los ojos fuertemente cerrados, antes de darme cuenta de
que no podía verme. —Lo sé. Está bien —susurré.
—Voy a estar en Colorado el miércoles por la tarde. Vamos a viajar
juntos. Estarás bien. Pero debes hacer esto.
Estaba contenta de estar sentada, porque mis piernas temblaban. El
miedo se apoderó de mi cuerpo como una ola, pero no se hundió. Con el
teléfono todavía en mi oído, escuché a Rosa venir a mi cabaña.
—Nos vemos el miércoles —dije en voz baja.
Oí el clic de Six al desconectar la llamada y puse el teléfono en el
mostrador vacilante cuando Rosa se acercó por detrás y envolvió sus brazos
alrededor de mí.
Rosa se sentía cálida y olía a azúcar y fresas. No era una mujer
cariñosa por naturaleza, pero sabía que era todo lo que tenía, la única
persona que podía proporcionarme la comodidad que tan desesperadamente
necesitaba.
Después de que me calmé, insistí en volver al trabajo, cualquier cosa
para mantener mi mente fuera del Monstruo. Rosa protestó, como solía
hacer, pero lo ignoré, con la intención de mantenerme ocupada. La mejor
manera para hacer a un lado la agitación emocional que sentía era centrar
mi atención en otra parte.
Después de agarrar algunas hojas de remolacha de la cocina, cogí el
cubo de cinco galones que contenía mis productos de limpieza para el
gallinero y me dirigí por detrás de la casa al gallinero.
Rosa había comprado un hermoso gallinero y luego construyó un gran
patio cercado alrededor de la jaula. Ella tenía veinte gallinas, pero su
gallinero era lo suficientemente grande que podría albergar otras diez o algo
así. Veinte resultó ser una cantidad perfecta en cuanto a la producción de
huevos, con alrededor de diez docenas de huevos a la semana. Pero veinte
gallinas también hicieron un gran lío.
Si, Rosa era algo maternal, no sólo con los seres humanos, sino con
los animales también. Insistía en la limpieza de los establos tan a menudo
como sea posible, aunque por lo general tomaba esa tarea. El gallinero
estaba limpio cada domingo, y era otra tarea que pedía a Rosa cumplir. Lo
hacía, aunque de mala gana. El rancho florecía por su cuenta, lo que
requería a Rosa dedicar su tiempo en otros lugares.
No era muy social, al menos con otras personas, por lo que la limpieza
de los establos, gallinero y la jardinería eran las tareas que más disfrutaba.
No prefiero atender las necesidades de nuestros clientes o trabajar al lado
de los trabajadores del rancho. A los peones les gustaba hablar y yo no tenía
mucho que aportar a la conversación. Era una mentirosa terrible, sobre todo
porque me hacía sentir terrible mirar a alguien a los ojos y decirles algo
falso. Así que adopté ser algo solitaria, además de Rosa y Dylan.
Así que elegí socializar con las “chicas” de Rosa, manteniéndolas
sanas y felices cada domingo por la tarde. Entré en el gallinero y después de
distraer a las gallinas con las hojas de remolacha, me arrastré hacia el
gallinero y pasé la siguiente hora limpiando antes de rociar todo con un
spray para mantener las gallinas sanas y libres de piojos.
Dejé el gallinero cerrado y las ventanas abiertas para la ventilación, y
salí del gallinero, mientras que se ventilaba.
Me senté en la hierba en las afueras de la zona vallada mientras que
los pollos cloqueaban alrededor de la cerca, probablemente queriendo más
hojas. —Lo siento, chicas, se acabó.
Ahora que estaba sentada, quieta, mi mente volvió a la conversación
anterior con Six. No había vuelto a Michigan desde que Six me llevó a
Colorado. Sólo vi al Monstruo en fotos publicadas en revistas de noticias en
línea. Hice una vida para mí misma, una vida que elegí para vivir. Six no me
trajo a Colorado con intenciones de que me quedara en el rancho de Rosa.
Pero cuanto más tiempo permanecí, menos podía imaginar pasar mi vida
haciendo otra cosa. Volver a Michigan era rociar agua helada en mi felicidad.
Era la vida en una posición cómoda, acogedora, antes de que lanzara su fea
cabeza y sofocara con la realidad. Pero si Six dijo que era importante,
entonces sabía qué era. Y eso es lo que me asustó más.
No estaba segura de cuánto tiempo estuve perdida antes de que una
sombra cayera sobre mí, sobresaltándome a ponerme de pie mientras me
daba la vuelta en defensa.
—Oye —dijo Dylan, con la palmas hacia arriba en defensa—. Sólo soy
yo.
Me reí, no con humor, y puse una mano sobre mi corazón acelerado.
—Lo siento.
Dylan me miró con curiosidad y tendió una botella de agua. —Aquí.
Estoy seguro de que estás en necesidad de ella. —Hizo un gesto al gallinero
con la botella de agua—. Estuve allí esta mañana y apestaba.
Asentí y lamí mis labios secos antes de agarrar la botella de agua. —
Gracias —dije, sin mirarlo a los ojos, antes de tomar un trago de agua.
Lo sentí tocar mi brazo. —¿Estás bien?
Lo miré de reojo, tragando lo último del agua. —Síp, bien. —Entonces
agarré su mano y volví hacia él, recordando que tenía planes el miércoles—
. Mi hermano llamó esta tarde y tengo que salir de la ciudad por un par de
días.
—Está bien... —dijo Dylan, una nota de sospecha en su voz—.
¿Cuándo te vas? Y, ¿todo está bien?
—Miércoles. Tengo que cancelar el miércoles de gofres esta semana.
Lo siento. —Apreté su mano.
—Eso está bien. Siempre está la próxima semana. Pero esto es una
especie de corto plazo, ¿son tus padres?, ¿están bien?
Quité mi cara de él para ocultar mi mueca de dolor y dejé ir su mano.
Odiaba mentir, en especial a los amigos. —Sí, están bien. Simplemente ha
sido un largo tiempo desde que mi hermano y yo los hemos visto, de modo
que iremos ahí por algunos días. Esta era la única vez que sus horarios
coincidían.
—Umm —murmuró Dylan—. Deberían venir aquí alguna vez. A
nosotros nos encantaría conocerlos.
No sabía a quienes se refería Dylan cuando dijo “nosotros” porque era
la única persona que querría conocer a mis padres ficticios. Otra mentira
tendría que caer de mis labios. —Odian viajar —contesté. Me volví hacia
Dylan y le devolví la botella de agua—. Tengo que terminar el gallinero.
Dylan asintió, sus ojos buscando mi cara. Sabía que estaba
preocupado, así que traté de disimular con una sonrisa y apreté su hombro
cariñosamente antes de que dirigirme de nuevo al gallinero para terminar la
limpieza.
Esa noche soñé con el momento en que encontré el cuerpo de mi
madre.
Mi vida era una serie de antes y después: antes de la muerte de mi
madre y después de la muerte de mi madre. Antes de dejar al Monstruo y
después de que dejé al Monstruo.
Lo primero que recordé de la muerte de mi madre era los minutos
después. Yo siempre había soñado de esta manera; recordando el después.
Fue durante el después de eso que me acordé de lo anterior.
Un paramédico se hallaba delante de mí, moviendo su boca, sus
cálidos dedos apretados contra mi muñeca. Mi cabeza se sentía pesada
cuando me volví hacia él, mi lengua gruesa mientras trataba de formar
palabras. —¿Qué? —Me las arreglé. Me encontraba tumbada de espaldas en
el suelo.
—¿Puedes decirme tu nombre? —preguntó, lentamente.
Intenté sentarme antes de que me hiciera callar y me convenciera de
acostarme de nuevo. »Sólo dime tu nombre, cariño.
Me sentí como si estuviera en un paseo, pegada en un solo lugar,
mientras que la habitación giraba alrededor de mí una y otra vez. Mi mano
se sentía como que pesaba cincuenta kilos cuando la levanté a mi frente.
Cada movimiento requería mi concentración completa, y mi cerebro se
sentía como si se balanceara en mi cráneo. No podía concentrarme en nada.
Incluso las características distorsionadas del paramédico, parecía una
pintura de acuarela.
Lamí mis labios y probé algo dulce. Uva. Estaba comiendo una
rosquilla.
—¿Mi rosquilla? —pregunté. ¿Qué estaba incluso pidiendo? ¿Por qué
era todo tan confuso?
—¿Cómo te sientes? —preguntó el paramédico.
El viaje se desaceleró; la habitación a mi alrededor giró más y más
lento. —Um. —Cerré los ojos y deseé que el paseo se detuviera por completo.
Cuando abrí los ojos, la habitación se quedó quieta. El rostro del paramédico
llegó lentamente en foco. Ojos azules. Eran lindos ojos. Y ojos preocupados
por el momento. Miré a mí alrededor y vi las paredes azules. La habitación
de mi mamá. Mi ceño se frunció mientras trataba de recordar lo que sucedió.
—¿Señorita? —preguntó el paramédico.
El pánico comenzó a deslizarse a través de mi cuerpo, aunque no
podía entender por qué. Mis manos agarraron y agarraron los brazos del
paramédico. —Por favor. Necesito sentarme.
El paramédico parecía reacio a ayudarme así que me impulsé a mí
misma en una posición sentada y de inmediato hice una mueca de dolor, mi
cabeza palpitando.
—Quédate quieta —instó el paramédico, las cejas fruncidas con
preocupación.
—Oh. —Fue todo lo que pude decir antes de que cerrara los ojos y
levantara una mano a la parte posterior de mi cabeza. ¿Qué pasó? Otra
mano se movió en mi frente mientras frotaba con mis dedos por el dolor.
Empujé con más fuerza, esperando que agravar el dolor traería en un
recuerdo de lo que sucedió. Incliné mi cabeza hacia delante y respiraba a
través del dolor. La letra de una canción me vino a la cabeza de la nada.
—Sé que es para mí, si robas mi sol…
Mis ojos se abrieron, descansando primero en mis pantalones
vaqueros mojados. ¿Por qué se encontraban húmedos mis pantalones
vaqueros? Mi mano los tocó para asegurarme de que no veía cosas. Mis
dedos salieron húmedos y fríos. Me hallaba resolviendo un rompecabezas
sin tener una imagen completa de referencia.
Entones sentí el frío, lo mojado de mi camisa contra mi piel, así que
la tomé y jalé el tejido suelto. Era de color rosa. Qué extraño color. No poseía
ninguna camisa de color rosa.
Oí el crujido de un aparato de comunicación y volví la cabeza en la
dirección de la que procedía. Había otro paramédico en el baño de mi madre
hablando con un oficial de policía.
Pasé una mano por mi rostro. DESPIERTA, gritó mi subconsciente. Mi
cabeza no paraba de golpear, haciendo moretones a mi cráneo. Sabía que el
paramédico seguía hablándome, pero poco a poco negué con la cabeza y
puse mi mano hacia arriba, una súplica silenciosa para que me diera un
minuto mientras miraba mi camisa.
Por encima de mi pecho izquierdo se veía una mancha púrpura. Uva.
La jalea. La mitad inferior de mi camisa se encontraba manchada de color
rosa y la mitad superior seca y blanca.
Fue entonces cuando mi cerebro hizo clic, que la sorpresa se disipó y
me di cuenta de que mi camisa se hallaba manchada de jalea de uva y la
sangre de mi madre. Me incliné hacia delante y vomité en el paramédico.
Fue entonces cuando me acordé de lo que sucedió. El antes.
Acababa de llegar a casa del colegio y puse una rosquilla en la
tostadora en la cocina antes de deslizar mi mochila al mostrador y encender
la radio debajo del gabinete.
Estaba en séptimo grado, todas las extremidades desgarbadas y el
cabello muy rizado, una boca llena de metal. Era un torpe cliché caminante.
Mis vaqueros tenían agujeros por el uso excesivo, no por el estilo. Mis
camisetas eran las camisetas gratuitas que los bomberos arrojaron contra
la multitud durante un desfile del cuatro de julio, o las camisetas regalados
en la estación de radio, no con estilo. Mi apariencia no era importante para
mí entonces. Siempre he sido un poco solitaria, sobre todo entonces,
especialmente antes de convertirme en lo más solitaria que nunca había
estado.
Unté jalea de uva en mi rosquilla y tomé un gran bocado mientras mi
pie daba golpecitos junto con la radio. Mi cabeza golpeó al ritmo de “Steal
My Sunshine”5. No atrapé el pegote de jalea que cayó de mi próximo bocado
hasta que tiñó mi camiseta, la cual decía Corazón de Hanover 5K. No corrí
esos cinco kilómetros, pero esta era una de las pocas camisas blancas que
poseía que no había manchado todavía, así que dejé caer mi panecillo en el
mostrador y salí corriendo por las escaleras a mi habitación, cantando junto
a la radio.
Reboté por el pasillo, la alfombra comiéndose los sonidos de mis
pasos. Mi habitación se hallaba al final del pasillo. Tuve que pasar por la
oficina de mi mamá, mi cuarto de baño, el armario de la ropa y el dormitorio
de mi madre antes de llegar a la mía.
Me detuve cuando llegué a la puerta de mi mamá. Estaba cerrada. Mi
mamá nunca cerraba su puerta, ni siquiera cuando dormía. A menudo
bromeábamos sobre remover las puertas de sus goznes; compartíamos todo,
no ocultábamos nada la una de la otra.
No sabía qué hacer. ¿Golpear? Nunca me enfrenté a una puerta
cerrada antes. Giré la manija de bronce lentamente y empujé. La puerta se
expandió en el verano por la humedad, por lo que tomó un poco de un
empujón para abrirse. Empujé con tanta fuerza que casi me caí en la
habitación y me apoderé de la manija de latón para mantener el equilibrio.
La habitación estaba vacía, la cama hecha y ordenada. Caminé alrededor
del armario en la pared opuesta de la cama y vi que la puerta del baño se
hallaba cerrada. Eso no era inusual. Todo el mundo necesitaba privacidad
cuando se encontraban en el cuarto de baño.
Casi me di la vuelta y me dirigí a mi habitación, suponiendo que mi
mamá se duchaba, pero algo me detuvo.
6Tiene su origen hace 300 años en una antigua aldea pesquera en Claddagh, a las afueras
de la ciudad de Galway, en la costa oeste de Irlanda, donde por primera vez fue fabricado y
diseñado en el siglo XVII. Se entrega como símbolo de noviazgo, amor o como anillo de
compromiso.
pensar en el pollo congelado que había evitado a propósito tantas veces y
me pregunté, momentáneamente, si seguía allí.
Por desgracia, el polvo que se instaló en el armario por mi ausencia
estaba esparciéndose en el aire a mi alrededor, interrumpido por mis
movimientos. Sentí que mi nariz se contraía por el cosquilleo. Mierda. Cubrí
mi mano libre sobre mi nariz y boca y rogué por tranquilidad.
Estornudé.
No estaba segura de lo fuerte que fue, pero supe muy pronto que había
sido lo suficientemente fuerte para alarmar al Monstruo.
Vi la luz del pasillo encendida, iluminando el espacio entre la puerta
y la alfombra. Mi corazón latía como una liebre. Me preguntaba, brevemente,
si podía ver mi corazón golpeando a través de mi camisa. El pánico me
apretó las venas. No había colores para nombrar en la oscuridad para
calmarme. En cualquier momento entraría en shock por el miedo de
enfrentarme con el Monstruo. Cerca de siete años y seguía paralizada por la
ansiedad. Quería ser valiente, ser fuerte, pero mi cuerpo me traicionaba. El
sudor picó mis palmas.
Vi una sombra de sus pasos hacia la puerta y aspiré acabados
alientos. Me golpeó entonces que estaba respirando en el mismo aire que el
Monstruo una vez más. La bilis se elevó en mi boca y la tragué de regreso.
Esto revivía una de mis muchas pesadillas, pero peor. Cerré mis ojos,
rezando para que esto fuera sólo otra pesadilla. Orando esto no fuera real.
Un segundo después, oí golpear la puerta principal. Adrenalina seguía
corriendo por mis venas, ahogada por el pánico que las apretaba. Pero el
pánico se calmó cuando vi los pasos sombríos parar, y luego se hizo más
débil, más ligero, mientras el Monstruo se dirigía hacia la puerta principal.
—Lo siento mucho, pero creo que acabo de golpear su auto. —Six.
Casi lloré de alivio, apretando una mano sobre mi boca. Su voz, en este
momento, era el sonido más hermoso que había escuchado. No estaba sola.
No estaba sola.
El Monstruo no dijo nada por un momento antes de escuchar de
nuevo la voz de Six, más insistente. »No puedo pagar mi seguro para que
suba de nuevo. ¿Puedo darle mil dólares y cualquier cosa me llama?
Sabía que esto tendría el interés del Monstruo. Apuesto a que
cualquier pieza de auto de mierda que manejaba ahora no valía ni la mitad.
Oí su voz, la voz que resonaba en mis pesadillas. —Vamos a ver cuál es el
daño, y entonces podemos hablar de precio. —La puerta se cerró y aguanté
la respiración por unos segundos, asegurándose de que había dejado el
apartamento. Voces apagadas y pasos pesados descendieron las escaleras y
luego mi tobillo vibró una vez.
Sal jodidamente de ahí.
Llevando la caja de joyas a la oficina del Monstruo, comencé a ponerla
temblorosamente en la mochila. Hice clic en "finalizar" en el programa de
instalación y apagar el equipo, removiendo la unidad USB. Puse todo de
nuevo en la mochila y me dirigí a la ventana de la cocina, mirando hacia
fuera. El Monstruo estaba de espaldas a la ventana. Podía ver la cara de Six,
iluminada por las luces exteriores.
Le entregó una pila de algo al Monstruo. Supuse que era dinero por la
forma en que el Monstruo comenzó a contarlo. Los ojos de Six se acercaron
a la ventana y se estrecharon. Sabía que estaba enojado porque seguía
dentro. Volví a mirar hacia la puerta de entrada, sabiendo que había
escapado: el auto del Monstruo se hallaba estacionado justo enfrente. Me
dirigí hacia la puerta del salón, la puerta de la terraza. Era mi única opción,
a no ser que saliera por una ventana.
El cerrojo estaba cerrado en la puerta de la terraza. No habría manera
de que la volviera a cerrar cuando estuviera en el porche, por lo que
probablemente alertaría al Monstruo de que alguien estuvo en el
apartamento. Sin embargo, no podía detenerme en eso, así que abrí la
puerta y salí a la terraza. Cerré silenciosamente la puerta detrás de mí y me
incliné sobre la barandilla. No había luces que iluminaran la hierba,
diciéndome que los vecinos dormían.
Puse una pierna sobre la barandilla, y luego la otra, y giré mi cuerpo
para que estuviera frente a la puerta de la cubierta. Me aferré a la barandilla
firmemente y luego dejé que cada pierna se soltara, una a la vez, bajando
gradualmente mis manos de la baranda a los husos. Oí que la puerta
principal del interior del apartamento se abría y solté los ejes
precipitadamente, cayendo a la hierba abajo. Inmediatamente, el dolor
floreció en mi mejilla izquierda y supe que la atrapé con la repisa de madera
cuando salté. Puse una mano enguantada en mi mejilla y me estremecí.
Ahora no era el momento de pensar en ello.
Vi la luz de la sala de estar encenderse en el apartamento del
Monstruo, así que corrí a lo largo del lado del edificio, de espaldas al
revestimiento de vinilo. Respiré a través de mi nariz, exhalando de mi boca
un momento, calmando mi corazón acelerado. Y luego corrí detrás del
basurero, el mismo basurero que fue el principio de mi escape la primera
vez. Sin mirar atrás, me encontré con el bosque.
Según el plan C, el auto de Six me esperaba a kilómetro y medio en
mi recorrido por una carretera que intersectaba los bosques. Desaceleré mi
ritmo, mis músculos sobrecargados me calentaron a pesar de la
temperatura más fresca afuera. Me metí en el auto y me puse en cuclillas
antes de que Six arrancara.
La ira y la frustración irradiaban de él en oleadas. Después de diez
minutos en silencio, Six golpeó su descanso, apartando el auto de la
carretera y conduciéndolo al parque.
Sentí su palma en mi mejilla y le eché un vistazo. —¿Qué pasó?
—Me caí de la cubierta y debí haberme atrapado la cara en la madera.
—Volteé la visera para ver finalmente el daño que hice.
Toda mi mejilla se veía inflamada de rojo, hinchada. La abrasión
misma sangraba, mi piel parecía arrancada. Pude ver pequeñas astillas de
madera en la lesión y silbé cuando alcancé una mano para sacar una.
Six me dio una palmada en la mano. —No lo hagas. Lo voy a limpiar.
Se quedó en silencio por un momento. Vi las manos de Six agarrar
firmemente el volante. Un momento después, golpeó la palma de su mano
con el volante. Una vez, luego dos, luego una tercera vez.
No dije nada. Esta cantidad de emoción era algo que nunca había visto
antes.
—¿Te vio?
—No. —No me molesté en mencionar que casi entró en el dormitorio
en el que me escondía—. Lo siento, tuviste que dañar el auto de tu amigo.
Six movió la cabeza hacia mí. —¿Crees que me importa un carajo este
auto? —gritaba. Six enojado era intenso.
No sabía qué decir, así que no dije nada, sólo me saqué los guantes y
el gorro.
»Además, golpeé su auto con un hierro de neumático. No podía
arriesgarme al deterioro de nuestro auto de escapada. —Su voz era más
tranquila, su cólera disminuyendo.
—Espero que lo golpearas con fuerza.
—Oh, lo hice. Lo golpee hasta la mierda. —Intenté sonreír, pero me
dolió estirar mi mejilla lesionada—. Era eso o su estúpida cara.
—¿Cuánto tuviste que darle?
—Mil quinientos. Valió la pena.
Auch. Eso fue mucho dinero. —Puedo devolverte el dinero. Tengo
ahorros.
Six gruñó. —Bien. Eso de que tengas ahorros. Quédatelo. No necesito
tu dinero. —Cuando empecé a protestar, levantó una mano y habló con
fuerza, sin permitir ningún argumento—. No. Lo que debería haber dicho es
que no quiero tu dinero. No lo necesito, no lo quiero, y no lo aceptaré. Mil
quinientos dólares no son nada. Así que déjalo estar.
Guau, eso fue prácticamente un discurso viniendo de él. —No me di
cuenta de que eras tan locuaz.
Six me concedió una de sus breves sonrisas, pero mantuvo sus ojos
en el camino. —Sólo cuando dices una mierda estúpida.
Seguíamos en Michigan, lo que significaba que sería más fácil de
reconocer de todos los carteles de PERDIDA de hace años. Las noticias de
mi desaparición habían desaparecido en su mayoría, el caso se enfrió. Pero
una vez cada año, la historia aparecía nuevamente en las noticias,
resaltando el aniversario del día que desaparecí.
Six se detuvo en una farmacia y salió con una bolsa de suministros
que colocó en mi regazo antes de ir al hotel. Eché un vistazo dentro de la
bolsa de plástico y noté pinzas, ibuprofeno, gasa, alcohol para frotarse, una
botella de chorros, ungüento antibiótico y curitas. —¿Va a hacerme una
cirugía, doctor?
Six me miró con exasperación escrita claramente en su cara. —No lo
necesitarías si no hubieses caído mientras escapabas.
Oh, ¿se burlaba de mí? Esto era nuevo. —Sabes que soy naturalmente
torpe. Tengo suerte de no haberme golpeado el tobillo cuando aterricé.
Six se detuvo en el estacionamiento de nuestro hotel. —Sí, en lugar
de eso simplemente te jodiste la cara. Es una pena; no se veía mal antes. —
Salió del auto y abrió mi puerta.
Rodé los ojos y agarré la bolsa de plástico y la mochila, arrojándosela
con más fuerza de la necesaria. —Aquí. Hay mucha suciedad de él aquí. —
Six puso la mochila por encima del hombro.
—Hay mucha suciedad en tu cara. Vamos a limpiarla.
Six me instó a envolverme en una bata y sentarme en el borde de la
bañera en el cuarto de baño del hotel mientras dejaba todo listo. Volvió al
baño y tiró una pequeña botella de vodka hacia mí.
»Mini bar —respondió a mi pregunta no formulada—. Esto va a doler
como una perra, así que bebe. No te desmayes.
Desenrosqué la tapa de la botella y resoplé, viendo a Six lavar sus
manos con agua y jabón, extendiendo las provisiones sobre una toalla al
lado del lavamanos. Lo vi fijar la temperatura del agua antes de llenar la
botella de chorros y luego me miró. »El rasguño está cerca de tu ojo, así que
vas a querer mantenerlo cerrados mientras limpio esto. Necesito limpiar la
tierra antes de usar las pinzas.
Asentí y tragué con dificultad. Se sentó en la tapa del asiento del
inodoro y tomó mi mandíbula con una mano libre, inclinando suavemente
mi cara para darle un mejor acceso a mi mejilla. Cerré los ojos y sentí la
cálida corriente de agua sobre la herida. Eso no se sentía demasiado terrible.
El agua goteaba por mi cara, recogiéndose en la bata.
»Ahora puedes abrir los ojos. Voy a sacar las astillas.
Abrí los ojos y me froté el agua del ojo izquierdo.
Six me entregó una toallita de hotel. »Muerde esto. —Lo enrollé y lo
puse en mi boca, mientras que Six metía las pinzas en alcohol. Esto iba a
apestar.
Mordí con fuerza en el momento en que las pinzas tocaron la carne
herida. Probablemente dije cada palabra de juramento inventada y luego
inventé unas cuantos más cuando Six sacó las astillas y la limpió con un
paño que empapó en alcohol.
Cuando hubo terminado, sentí lágrimas calientes por mis mejillas. Six
sacó el paño de mi boca y me preguntó—: ¿Quieres un poco de agua?"
Asentí, sin confiar en mi voz para irradiar fuerza. Tragué el agua que
me entregó cuando volvió a llenar la botella.
Se agachó delante de mí. Six era normalmente tan distante,
emocionalmente hablando, por lo que verlo con preocupación y pesar en sus
ojos fue una nueva experiencia para mí.
—Sí. —Gruñí.
Volvió a sentarse en la tapa del asiento del inodoro. —Voy a lavar de
nuevo, varias veces, y luego limpiar alrededor de ella con jabón, luego
enjuagaré de nuevo. Luego voy a presionarla durante unos minutos para
detener el sangrado. —Levantó la crema antibiótica—. Entonces aplicaré
algo de esto y luego lo vendaremos, ¿de acuerdo?
—¿Es bastante malo?
Six se encogió de hombros y volvió a poner la crema sobre el
mostrador. —Parece que te frotaste la cara contra una corteza, así que
necesitarás una historia más realista. Es definitivamente notable. Y lo será
más con un vendaje gigante sobre él. Ahora cierra los ojos de nuevo.
Lo hice. Six eligió ese momento para preguntar—: Entonces, ¿estás
saliendo?
Me agarró desprevenida. —He ido a dos citas con Julian. —Sentí el
agua de la botella de chorros rociar por mi mejilla.
—¿Cómo lo conociste? —Six actuaba inusualmente curioso.
Con los ojos cerrados, fruncí el ceño un poco. —Es un inquilino en el
rancho.
—¿Qué sabe él?
Mi ceño sólo se profundizó. —¿Por qué? No es como si le dijera que
realmente soy Cora Mitchell, esa chica que desapareció en Michigan en
2003. Sabe mi color favorito y que me gusta comer. —Sabía que sonaba a la
defensiva, pero no entendía o incluso me gustaba el interrogatorio de Six.
—Vi cómo lo mirabas. ¿Qué tan serio es?
Empujé la mano de Six para antes de que me echara agua sobre la
herida y abrí los ojos. —¿Por qué el interrogatorio?
Se sentó y retorció la toalla en su regazo una y otra vez. No se encontró
con mis ojos. —Sólo me preocupo. Estás todo el camino hasta Colorado. Tal
vez deberíamos moverte a otro lado.
Eso realmente me rompió. —¿Me estás tomando el pelo? ¿Qué hacer?
—Mi voz se elevó varias octavas—. No soy una niña. No soy un objeto. No
puedes simplemente "moverme".
Six suspiró. —Cálmate. Te lo dije, sólo me preocupo.
Corrí mi lengua sobre mis dientes. Era un hábito que adopté de Six.
—Aprecio la preocupación, pero soy una chica grande, Six.
—Deja de fruncir el ceño, haces que sea difícil limpiar esta cortadita,
niña grande.
Respiré una respiración molesta y le permití terminar. Six lavó la
herida varias veces antes de limpiar la zona con jabón. El alcohol empezaba
a golpearme con el estómago vacío, así que el dolor no era tan intenso como
antes. Presionó un cuadrado de gasa en la herida y me obligó a sujetarlo
mientras limpiaba el desorden y luego se lavaba las manos.
—Quiero que te pongas el cabello en el gorro cuando lleguemos al
aeropuerto, y las gafas también. Una vez que pasemos la seguridad, quiero
que vuelvas a ponerte la peluca roja. Te vas a destacar con este vendaje en
tu cara, así que tenemos que hacerte menos reconocible. —Se secó las
manos y luego agarró el ungüento y las curitas antes de agacharse delante
de mí otra vez.
Quitó la gasa de mi cara y aplicó el ungüento en la herida y luego en
el centro de la curita antes de presionarla en su lugar.
—Son las dos de la mañana. Nuestro vuelo sale a las seis. Tienes dos
horas para conseguir algo de sueño. Ve.
Me puse de pie y me estiré, limpiando el exceso de agua de mi cuello.
Caminé por su lado mientras salía del baño, pero me detuve y me volví. —
Gracias, Six.
Apoyaba ambas manos en el lavabo del baño, con la cabeza hacia
abajo. Me miró y suspiró, volviéndose hacia mí y abriendo los brazos. Entré
en ellos y lo abracé fuertemente. Lo sentí besar la parte superior de mi
cabeza brevemente antes de aflojar sus brazos y espantarme a la cama.
Me estrellé contra la cama y caí en un sueño muerto, sólo para dormir
nuevamente en el auto en el camino hacia el aeropuerto. Y en el momento
en que el avión subió al cielo a las seis de la mañana, me quedé dormida
una vez más.
17
Traducido por Valentina D. & ∞Jul∞
7 Esta es la primera línea de la canción “Come Away With Me” de Norah Jones.
Cerré los ojos para absorber mejor el momento. La canción era
romántica, soñolienta, y dulce. Su voz era suave, como si una niebla suave
nos rodeara.
Bailamos en su cocina, rasgando el suelo, rodeados de herramientas
y cajas de baldosas. No había nada más que Norah Jones y el desgaste de
nuestros zapatos en el suelo polvoriento mientras Julian se movía
lentamente conmigo de ida y vuelta, frotando su barba contra mi cabello.
—Me encanta bailar contigo —dijo después de un momento, su voz
era suave.
—Soy bastante aficionada a eso. —Froté la cabeza contra la suya—.
¿Por qué esta canción? —le susurré.
Sentí sus labios contra mi cabello. —Las palabras son lo mío —
murmuró—. Soy bueno con las palabras; las convierto en oraciones y en
párrafos y, finalmente, en novelas. Las palabras no tienen ningún
significado profundo para mí, son sólo palabras. —Sentí la mano en mi
cintura apretar una vez. —Pero, ¿tú? —preguntó, su voz adquirió una
cualidad más profunda—. Tú te metiste más profundo, debajo de toda la
basura, hasta el núcleo de lo que soy. —Sentí que mi garganta estaba hecha
nudo por los sentimientos.
Julian frotó contra mi cabello. »Tú no estás impresionada con mis
palabras. No soy J.J., el escritor, para ti. Soy Julian. —Me acercó más, tan
cerca que ni siquiera la amenaza de aire sería capaz de separar nuestros
cuerpos. Su brazo ahora se ajustaba a mi cintura, envuelta de un lado de
mí hasta el otro. Estaba atrapada, pero no me sentía asustada. Me sentía a
salvo, en sus brazos, envuelta con sus palabras y su presencia.
»¿Esta canción? —continuó—. Estas palabras tienen significado.
Estas palabras hacen eco de lo que siento por ti. No soy el escritor de la
canción, ni soy un poeta. Sólo soy Julian. —Se retiró un poco, lo suficiente
para mirarme fijamente a los ojos. Me sacó los mechones antes de enmarcar
mi cara entre sus manos—. Soy sólo Julian. Y tú eres sólo Andra. Y mis
palabras por lo general no tienen ningún significado, pero éstas lo tienen:
Me estoy enamorando de ti. Irremediablemente, a toda prisa, en caída libre
y es por ti.
Todo mi cuerpo se estremeció, encendiendo un fuego que ardió dentro
de mí. No podía apartar la mirada, incluso si hubiera querido. Sus ojos eran
tan honestos, tan humildes. Me sentía como si estuviera teniendo una
experiencia fuera del cuerpo. Separé mis labios, pero antes de que pudiera
empujar cualquier palabra entre ellos, sus labios se cerraron sobre los míos.
Me besó suavemente al principio. Pero ese fuego dentro de mí moría
de hambre, y extendí la mano, agarré su camisa, tratando de coger todo lo
que pudiera hacerme mantenerme en tierra.
Sentí que me elevaba sobre la isla de la cocina. Esta posición me elevó
más arriba de lo que estaba, así que acuné su mandíbula en mis manos y
profundicé el beso. Las manos de Julian se posaron en mi cintura,
apretando y aflojando su agarre de forma intermitente. Me eché hacia atrás
y lancé mi camisa sobre mi cabeza. Sus dedos se deslizaron desde mi cintura
hasta mi sujetador, sin pasar por completo por mis pechos mientras trazaba
los tirantes en los hombros.
Yo lo observaba embelesada. —Hermosa —susurró cuando rozó los
dedos por las correas, sobre las copas del sujetador. Traté de calmar mi
respiración mientras sus dedos trazaron el borde donde la piel se reunía
satinada. Pasearon hacia arriba y sobre una curva, trazando mi tatuaje,
antes de que moviera sus dedos a la parte de abajo. Deslizó sus manos a las
copas y en un instante, sus dedos estaban bajo el material, tocando mi piel,
agarrándome alrededor de mi caja torácica. Deslizó los pulgares sobre los
pezones, que se volvieron de guijarros y sobresalían ligeramente del satén
fino.
Me estremecí de nuevo.
Julian movió sus manos sobre mis brazos a mis hombros de nuevo
antes de que lo sintiera haciendo a un lado las correas fuera de mis
hombros. Un segundo más tarde, liberó los tirantes y hubo un sonido de
bofetada muy satisfactorio de las correas que conectaban con mis hombros.
La sensación era más que otra sacudida a mi deseo. Sentí sus dedos
enganchándose en el centro de la parte delantera de mi sujetador y me
arrastré hacia delante antes de deslizarme bajándome de la isla de cocina.
Mis manos impacientes agarraron el borde inferior de su camiseta
antes de que la levantara. Tomó la camisa de las manos y la arrojó sobre su
cabeza, lanzándola en algún lugar detrás de él.
No me había olvidado cómo era su torso esculpido, pero aun así era
una sorpresa para mi cuerpo sobre-excitado. Mis dedos tenían vida propia
y por su cuenta inmediatamente se posaron en su pecho. Tracé las líneas
duras de músculo allí y lo miré a los ojos. Sus ojos eran embriagadores con
el deseo, con el labio inferior mojado de nuestro beso. Su cara era la parte
más sensual de su cuerpo entero, líneas duras y ardor en los ojos de deseo
por mí. Me sentía borracha de la forma en que me miraba. Manteniendo mi
mirada estancada con la suya, mi labio deliberadamente tembló un poco
antes de rozar una uña en la línea que separaba las mitades de su six pack.
Él entrecerró los ojos en respuesta antes de alzarme y tirarme por
encima del hombro como si no pesara nada. Pensé que se dirigía de nuevo
a la isla, pero caminaba por el pasillo hasta una habitación oscura. Al revés,
pude ver poco más que el suelo de madera largo y oscuro, y luego una
alfombra peluda color crema. Vi los postes de madera oscuros de lo que
supuse era una cama antes de que Julian me arrojara sobre ella, lo que
confirmaba mi suposición. Rápidamente miré y tomé nota de la madera
oscura de la cama que tenía un estilo con dosel. Me hallaba sobre mi
espalda, mis piernas colgaban del extremo del armazón de la cama. Moví los
ojos para mirar al hombre sin camisa, que me observaba en silencio en
medio de mis piernas colgando. Había desafío en los ojos y me sonrió
juguetonamente antes de moverme rápidamente hacia atrás, hacia la
cabecera de la cama.
No esperó mucho.
Me agarró por los tobillos y con un solo tirón, me tiró hacia abajo por
el edredón hasta el pie de la cama. Sonrió, su sexy, satisfecho-consigo-
mismo sonrisa. Me desabrochó rápidamente el botón de mis pantalones
cortos y lentamente tiró de la cremallera. Sus manos se posaron en las mías,
aguantándome. Sus ojos me dijeron que quería tener el control de esta parte
y que lo dejara.
Agarró la cintura de los pantalones cortos y me levantó el trasero de
la cama para que pudiera tirar de ellos hacia abajo y fuera. Tiró de mis
zapatillas fuera junto con mis pantalones cortos y luego bajó la mirada hacia
mí.
La habitación estaba a oscuras, y sólo la mitad de su rostro se veía en
relieve por las luces apagadas del pasillo. Sus ojos se deslizaron por mis
piernas a mi ropa interior, por encima de mi estómago desnudo y el
sujetador, antes de que se encontraran con los míos. Algo cambió después,
volviéndose de algo que era lúdico en algo serio. Sentí que mi corazón daba
un golpe duro, dolorosamente duro, en mi pecho mientras nos mirábamos
el uno al otro en silencio. Esos nervios regresaron, recordándome que este
hombre era diferente. Esto era obviamente mucho más que sexo, para los
dos. Fue la primera vez que había sentido algo más que las ganas de
quitarme las ganas.
Esta era la primera vez que tenía un vínculo emocional con la persona
con la que iba a estar en la intimidad. Ese descubrimiento me dejó sin
aliento.
Julian empujó mis piernas antes de comenzar a subir a la cama. Me
moví hacia atrás hacia las almohadas, dándole espacio y recostando mi
cuerpo totalmente en la cama.
Se inclinó sobre mí, su tierna cara. —¿Estás lista para esto?
Mi corazón se instaló en mi pecho mientras le sonreía a Julian.
Levanté una mano a su cara y suavemente froté los dedos contra su barba.
—Nunca he estado más completamente preparada para esto. Pero —dije
antes de que se apartara—, nunca he querido esto más, no he querido a otro
hombre más que en este momento.
Julian se inclinó hasta que su cara se posó en mi cuello. Le oí soltar
un suspiro seguido de otro. Su cálido aliento se agitaba por encima de mi
cuello y me moví un poco en reacción. —Dios —dijo. Levantó la cabeza,
apoyándose en un brazo, mientras su mano libre tomaba mi mejilla—.
¿Sabes cómo de encantadora eres? ¿Qué tipo de magia estás evocando,
Andra?
—Me has encantado también, Julian —susurré.
Sus labios se movieron hacia abajo a la línea de centro de mi pecho.
Besos de luz salpicaban mi piel hasta que llegó al centro de mi sujetador.
Me miró y como si yo estuviera leyendo su mente, arqueé la espalda de la
cama, lo que le permitió llegar debajo de mí y desabrochar el sujetador. Tiró
de las correas de mis hombros y las bajó por los brazos, liberando el sostén
de mis pechos mientras lo hacía.
Se sentó y miró a mi piel desnuda. Respiraba pesadamente, mis
pechos se agitaban por el esfuerzo. Julian se inclinó y trazó un solo dedo
sobre las curvas de mi pecho, trazando la palabra que había tatuado allí. —
Tu piel es como la seda.
Se inclinó y trazó el mismo camino, pero esta vez con los labios. Me
retorcía bajo su tacto, impaciente por más. Se rió contra mi piel, frotándola
con su vello facial. Me retorcí más cuando frotó la cara contra mi pezón,
picándome con su vello facial. —Julian... —dije, en el borde.
Sentí dos dedos presionar contra mis labios, empujándome para que
pusiera mi cabeza sobre la almohada. Sus labios se movieron por mi cuerpo,
a lo largo de la cintura a mi ropa interior, mientras sus dedos se deslizaban
arriba y abajo en mis muslos internos. Sus nudillos se rozaron por mi ropa
interior y estuve cerca de caerme de la cama.
Julian aflojó desde los lados mis bragas hacia abajo. Lo sentí
detenerse después de un par de pulgadas y bajé la mirada para ver lo que
lo había detenido.
Él miraba a las iniciales que había tatuado en el hueso de la cadera.
CM. El único tatuaje que no le mostré. Sus ojos se levantaron, sus cejas
dibujadas juntas. Bloqueó sus ojos con los míos, puso sus labios en el CM.
Mi respiración se detuvo en el gesto de ternura, y esto hizo que se sintiera
aún más el dolor que sentía por conectar con él.
Un momento después nos estábamos sacando nuestra ropa interior
cada uno con movimientos apresurados, entre múltiples, besos rápidos de
un segundo. Cuando los dos estábamos completamente libres de ropa,
Julian se inclinó y depositó un beso sobre mi corazón, como había colocado
su mano una vez antes. Se produjo un efecto calmante, calmando las
divagaciones de mi corazón. Apenas registré el momento en que se inclinó
sobre mí para deslizar el condón.
Volvió a subir por encima de mí, empujando sólo la punta del mismo
en contra de mi apertura. Nuestros ojos conectados en la oscuridad
mientras se deslizaba lentamente en mí, asegurándose de ver mi cara todo
el tiempo. Agarré sus brazos superiores, por el ajuste a la sensación y el
tamaño. Me sentí completamente en tensión, toda. Le sonreí y asentí,
instándolo a continuar.
Comenzó lento y dulce, similar a la danza que compartimos antes en
su cocina. Una vez que me acostumbré a su tamaño, rápidamente se
convirtió en frenético, sus embestidas eran más rápidas. Mis uñas se
clavaron en sus brazos y las piernas agarraron su cintura en un abrazo
aplastante. Me invadió la sensación física de estar conectada con Julian,
finalmente, y todas las formas en que me hizo sentir. Ya no podía
esconderme de él. A medida que mi cuerpo se subió, también lo hizo el
torrente de emociones y no pude evitar las lágrimas que se acumularon por
los lados de mis ojos, la gravedad tirando de ellas hacia donde nacía mi
cabello.
Los ojos de Julian se estrecharon en preocupación y negué con la
cabeza rápidamente, sonrió, y puse mis dedos en sus labios, deteniéndolo
de abrirlos para decir algo.
Era crudo, real, y desesperado. Mi corazón se convirtió en un martillo
neumático en el pecho, acelerando mientras perdía el control de mí misma
por debajo de él, mi cuerpo temblando con el clímax. Débilmente, escuché
su grito al poco tiempo antes de desplomarse sobre mí, teniendo cuidado de
poner su peso en sus antebrazos.
La mejilla de Julian estaba en contra de la mía, su respiración era
rápida en mi oído mientras su cuerpo se recuperaba. Podía oír la tenue voz
de Norah Jones dándonos una serenata desde la cocina.
Era como si mi corazón existiera para reaccionar por él, para latir por
él. Todo lo que mi corazón hacía en su presencia era tan extraño, como si lo
reconociera como alguien significativo y reaccionara como tal. Lo comparé
con un saludo animal a su dueño después de su ausencia. Julian me poseía,
era dueño de mi corazón. Latía fuerte, firme, sólo para él. Y más que nada,
quería ser fuerte. Yo quería ser constante. Quería dar a Julian las piezas de
mí que no eran oscuras. Pero parte de mí quería darle las piezas oscuras
también, para ver lo que podía hacer con ellas. Y sabía que Julian quería
eso también. Quería eliminar las cargas que mi alma había llevado durante
tanto tiempo.
Mis lágrimas volvieron, inundando mis ojos. Probé a parpadear de
nuevo, pero una lágrima se deslizó fuera de un ojo, rodando, conectándose
con su mejilla.
Contuve la respiración mientras sentía que se movía y luego vi su cara
encima de la mía. Busqué en mi cerebro para decir algo, pero vacilé, ¿cómo
podría explicar que me había sentido aliviada? Él me prometió aliviar el peso
pesado que se sentaba en mi pecho, y así lo hizo. La impresión del peso
seguía allí, pero empezaba a aliviarse. Ya no tenía el impedimento de los
secretos. Yo era libre. Y todo era debido a Julian.
En lugar de preguntar por qué las lágrimas escaparon de mis ojos,
parecía entenderlo. —No voy a dejarte escapar de mi cama fácilmente, ya
sabes —dijo, casualmente enjugando la segunda lágrima que se deslizó
hacia abajo, esta en relieve. Me sonrió antes de besar mis labios una vez,
luego dos veces, a continuación, una y otra vez hasta que lo empujé fuera
de mí mientras me reía.
—Vas a tener que darme de comer en algún momento —dije.
—Por supuesto. —Se deslizó fuera de la cama con gracia y tiró de sus
pantalones cortos que descartó antes—. Vamos a tener que mantener tu
energía para el resto de la noche. —Hizo un guiño antes de pasear fuera de
la habitación.
Me recosté en las almohadas, encontrando una posición cómoda. No
podía articular la forma en la paz que finalmente sentí. La culpa había
dominado mi vida durante tanto tiempo, y yo misma me envolví en ella como
una manta de seguridad con cada mentira que decía. Había encontrado
consuelo en mi culpabilidad, conocía y aceptaba que tenía un alma oscura,
manchada por las circunstancias y secretos. Con seguridad en eso, no tenía
a nadie a quien agobiar con quién realmente era. Que perdí un poco de mí
misma, de Cora, empujándola a un lado para abrazar la vida de Andra:
trabajadora, mentirosa obligatoriamente, chica solitaria. Y Julian la
encontró, había encontrado Cora. Literal y figurativamente.
Antes de que las lágrimas pudieran amenazar de nuevo, miré
alrededor de la habitación, fijándome en los escasos muebles. La cama en
sí era de una preciosa madera de color café espresso, rico. La cabecera era
tallada con un árbol gigante, de aspecto nudoso con ramas retorcidas y
desprovisto de hojas. Sin embargo, la talla era compleja, delicada. Pasé los
dedos sobre una de las ramas cuando oí los pies descalzos de Julian en el
piso de madera. Tenía un vaso de agua en una mano y la ropa del suelo de
la cocina en el otro lado. Tiró la ropa a los pies de la cama.
—Esa es personalizada —dijo, caminando hacia el lado de la cama
donde me recostaba.
—¿Me dirás sobre eso? —pregunté, envolviendo la sábana enredada
alrededor de la parte superior de mi cuerpo.
Se sentó en el borde de la cama junto a mí. —Encontré esta madera
cerca de donde acampamos. Alguien acababa de deshacerse de ella, la tiró.
Era un grupo de retazos, por lo que puede haber sido una caravana que no
querían cargarse de retazos cuando se fueron, pero no sé —Se encogió de
hombros, y parecía consciente de sí mismo—. Me sentí mal. Esta madera se
supone que debe servir a un propósito y luego su propósito desapareció. Era
sólo la madera, tirada en el suelo. Y era de buena calidad también. Así que
llevé todo de vuelta a mi auto y fui en busca de un artista de madera local
para hacer mi cabecera de ella. Niveló todos los retazos juntos, así que quedó
plana y luego comenzó a tallar. —Julian llevó la mano a descansar en la
mía, sosteniendo la talla con nuestros dedos.
—¿Elegiste el diseño?
—No puedo tomar el crédito por eso. Pero creo que él sabía lo que
quería. Me dijo que hizo el árbol enojado, enojado por haber sido cortado de
su vida sólo para ser desechado. Pero sigue siendo hermoso, la madera y el
árbol tallado. Sólo se tiene que ver la belleza en la fealdad. O viceversa.
—Eso suena sospechosamente como una metáfora. —Miré de soslayo.
—Es que lo es. —Me miró por un momento, deseando que el
significado se asentara, antes de que me diera el vaso de agua que había
puesto sobre la mesa de noche. Tomé un gran sorbo antes de quitarme la
copa y ponerla de nuevo hacia abajo—. ¿De qué tienes ganas de comer?
Me recosté en las almohadas mientras contemplaba. —¿Qué tienes?
O, más importante aún, ¿qué eres capaz de cocinar en esa zona de
construcción?
—Creo que puedo manejar un poco de pizza. Tengo un par en el
congelador. Y, por supuesto, las cervezas.
—Sí y sí.
Julian sonrió y se inclinó hacia delante, rozando un beso sobre mis
labios. —Ya vuelvo.
20
Traducido por Black Rose
Fin
Próximo libro
Julian
He llegado a comprender que siempre
la encontraré. Ella es mi Estrella Polar, mi
sentido de la orientación. En ella, he
encontrado mi hogar. Ella me dice que yo la
salvé. Pero la verdad es, que ella me salvó a
mí.
Pero nada bueno puede durar para
siempre. Andra está guardando secretos. Se
está callando algo. Trato desesperadamente
de apoyarla. Para que me deje entrar, para
que me deje ayudar.
Pero, ¿acabarán siempre todos mis
intentos con el fantasma de la chica a la que
amo?
Andra.
Solía desaparecer. Esfumándome en el aire, sin un rastro que quién
había sido o dónde había ido.
Pero es mucho más difícil hacerlo con el corazón roto y sin esperanzas
de un final feliz. A veces, las únicas personas que pueden juntar todas las
piezas de nosotros de nuevo, son las únicas que menos lo esperan. Eso es
lo que Julian hizo por mí.
Julian me encontró. Pero ahora, todo lo que Six quiere es mantenerme
encerrada, lejos del mundo, lejos de El Monstruo. No puedo vivir así. No es
vida en absoluto. Porque aún tengo asuntos inacabados.
Y voy a asegurarme de que El Monstruo entienda qué se le viene
encima.
Sobre el autor