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Fármaco.

Es una sustancia que se utiliza con fines terapéuticos, diagnósticos o


preventivos. Por influencia anglosajona, se utiliza en muchos textos médicos la
palabra droga, asumiendo el concepto de droga como cualquier sustancia activa
que ocasiona un cambio en la acción biológica del organismo, a través de sus
acciones químicas, modificando la actividad celular.

Introducción
La palabra fármaco procede del griego φάρμακον, que se utilizaba para nombrar
tanto a las drogas como a los medicamentos.

Los fármacos pueden ser sustancias idénticas a las producidas por el organismo
como por ejemplo las hormonas obtenidas por ingeniería genética o ser sustancias
químicas de síntesis que no existen en la naturaleza, pero que producen un
cambio en la actividad celular.

Generalmente se suele confundir la palabra fármaco como sinónimo de


medicamento, ya que el principio activo de un medicamento es el fármaco.

La ciencia encargada del estudio de los fármacos es la farmacología.

Historia
Históricamente, se ha entendido como sustancia medicinal, independiente de su
origen o elaboración, a cualquier producto consumible al que se le atribuyen
efectos beneficiosos en el ser humano. Estas sustancias medicinales, tal como los
medicamentos actuales, estaban constituidos por uno o varios fármacos, que se
denominan principio activo de dichas sustancias, para diferenciarlos de los
elementos no medicinales que las componen.

En el papiro Ebers, el año 1.500 a.C., encontramos una referencia del extenso uso
de sustancias para uso medicinal en el antiguo Egipto.

En el siglo I de nuestra era, Dioscórides escribió De Materia Médica, un tratado


con más de 700 sustancias usadas médicamente. Hoy en día, los fármacos se
expenden en forma de medicamentos, los cuales contienen uno o más principios
activos, diferenciándose de excipientes y de solventes empleados en su
fabricación. Las distintas industrias farmacéuticas utilizan nombres comerciales, ya
que el principio activo tiene una denominación que es de dominio público.
Nomenclatura
Además de la denominación química de un fármaco, los fabricantes de productos
farmacéuticos, en conjunto con instituciones científicas y académicas le asignan
un nombre clave, llamado nombre genérico del fármaco. Sin embargo, muchas
veces el fabricante lo comercializa con un nombre patentado, que puede variar
entre distintas naciones, lo cual ha generado una gran confusión respecto de los
nombres de los fármacos y medicamentos.

Para resolver esto, las distintas legislaciones han provisto de diversos sistemas de
control de los nombres de los fármacos y los medicamentos que se expenden.

Medicamentos con y sin prescripción médica

Existen dos categorías legales de fármacos: los que requieren prescripción médica
y los que no la requieren. Los primeros se utilizan sólo bajo control médico y por lo
tanto se venden con una receta escrita por un profesional de la medicina (por
ejemplo, un médico, un dentista o un veterinario). Los segundos se venden sin
receta y su utilización se considera segura sin control médico. En cada país existe
un organismo estatal que decide cuáles son los fármacos que requieren
prescripción y cuáles son los de venta sin receta.

El organismo oficial autoriza la venta sin receta de un fármaco solamente si


demuestra ser inocuo al cabo de muchos años de uso bajo prescripción
facultativa. Es el caso del ibuprofeno, un calmante que antes requería prescripción
y que ahora, en muchas países, se vende sin receta. A menudo, la cantidad de
principios activos contenidos en los comprimidos, las cápsulas o las grageas de un
fármaco de venta sin receta, es mucho menor que la que contiene un fármaco que
sí necesita prescripción.

Las patentes se otorgan al inventor de un nuevo fármaco, garantizando los


derechos exclusivos de su fórmula durante un determinado número de años; pero
es habitual que transcurran varios años antes de que la venta sea aprobada.
Durante la vigencia de la patente se considera que un fármaco pertenece a un
propietario, en contraste con los fármacos genéricos, que no están protegidos por
una patente. Al vencimiento de la patente, cualquier industrial o distribuidor
autorizado por el organismo oficial puede comercializar el fármaco legalmente bajo
su nombre genérico, pero el inventor sigue siendo el propietario del nombre
comercial. El precio de venta de las versiones genéricas es habitualmente inferior
al del fármaco original.
Nombre de los fármacos

El conocimiento de cómo se establecen los nombres de los fármacos puede


ayudar a entender sus etiquetas. Cada uno de los fármacos patentados posee,
como mínimo, tres nombres: un nombre químico, un nombre genérico (sin patente)
y un nombre comercial (patentado o registrado).

El nombre químico describe la estructura atómica o molecular del fármaco,


identificándolo con precisión, pero por lo general es demasiado complicado para
su uso corriente, exceptuando algunos fármacos simples e inorgánicos como el
bicarbonato sódico. Un organismo oficial asigna el nombre genérico y la compañía
farmacéutica productora del fármaco, el comercial: el nombre elegido será único,
corto y fácil de recordar, de manera que los médicos receten el fármaco y los
consumidores lo busquen por su nombre. Por esta razón a veces los nombres
comerciales vinculan el fármaco con el uso para el cual está destinado.

Se exige que las versiones genéricas de un fármaco tengan los mismos principios
activos del original y que el cuerpo humano los absorba al mismo ritmo que lo
haría con el fármaco original. El productor de la versión genérica de un fármaco
puede darle o no un nombre comercial en función de cómo afecte la venta.

Acción terapéutica de los fármacos

Es posible despejar gran parte del misterio que rodea la acción de los fármacos al
reconocer que éstos sólo afectan al ritmo de las funciones biológicas, sin cambiar
la naturaleza básica de los procesos existentes ni crear nuevas funciones. Así, los
fármacos pueden acelerar o retardar las reacciones bioquímicas del organismo,
que provocan la contracción muscular; la regulación del volumen de agua y la
retención o eliminación de las sales del cuerpo por parte de las células renales; la
secreción glandular de sustancias (mucosa, ácido gástrico o insulina) y la
transmisión nerviosa. La eficacia de la acción depende, en general, de cómo
responden los procesos a los cuales el fármaco va dirigido.

Los fármacos pueden alterar el ritmo de los procesos biológicos existentes. Por
ejemplo, algunos antiepilépticos reducen las convulsiones enviando una orden al
cerebro para retrasar la producción de ciertas sustancias químicas.
Desgraciadamente, los fármacos no pueden recuperar sistemas que han sufrido
daños irreparables. La acción de los fármacos tiene por tanto una limitación
fundamental y ésta es la base de las frustraciones actuales en el tratamiento de
enfermedades que degeneran o destruyen los tejidos. Tal es el caso de la
insuficiencia cardíaca, la artritis, la distrofia muscular, la esclerosis múltiple y la
enfermedad de Alzheimer.
Respuesta farmacológica

Cada uno de nosotros responde de manera diferente a los fármacos. Para obtener
el mismo efecto, una persona robusta necesita en general más cantidad de un
mismo fármaco que una delgada. El metabolismo de los fármacos en los recién
nacidos y en las personas mayores es más lento que en los niños y los jóvenes.
Los individuos que padecen de una afección renal o hepática tienen más dificultad
para eliminar los fármacos ingeridos.

La dosis media o estándar de cada fármaco nuevo se determina mediante


ensayos clínicos con animales y tratamientos de prueba con seres humanos. No
obstante, el concepto de una dosis media es como el de la "talla única para todos"
en el vestir: se ajusta bastante bien a gran número de individuos pero a casi
ninguno de manera perfecta.

Reacciones adversa

A principios del siglo xx el científico alemán Paul Ehrlich describió el fármaco ideal
como una "bala mágica" que alcanza con precisión el foco de la enfermedad sin
lesionar los tejidos sanos. Si bien es cierto que muchos fármacos nuevos son más
selectivos que sus predecesores, todavía no existe el fármaco perfecto y la
mayoría no alcanzan la precisión deseada por Ehrlich. Aunque los fármacos
actúen contra las enfermedades, también producen algunos efectos no deseados.
Éstos se denominan efectos secundarios o reacciones adversas.

Si fuera posible controlar el recorrido de un fármaco, se mantendría de forma


automática la acción que se pretende lograr. Así se normalizaría la presión arterial
en una persona con hipertensión y un diabético tendría valores normales de
glucemia. Sin embargo, la mayoría de los fármacos no logran mantener un nivel
específico de acción y pueden, por el contrario, tener un efecto demasiado fuerte,
causando una disminución exagerada de la presión arterial en el hipertenso o una
reducción excesiva de los valores de glucosa en la sangre del diabético. De todos
modos, los efectos secundarios se pueden a menudo reducir o evitar mediante
una buena comunicación entre médico y paciente. Si el paciente informa al médico
sobre el efecto que le produce el fármaco, el médico puede reajustar la dosis.

A pesar de que un fármaco esté destinado a una sola función, puede afectar
varias, como es el caso de los antihistamínicos, que ayudan a aliviar los síntomas
de alergia, como la nariz tapada, el lagrimeo y los estornudos, pero que, como la
mayoría de antihistamínicos, afectan el sistema nervioso y pueden también
producir sueño, confusión, visión borrosa, sequedad de la boca, estreñimiento y
problemas para orinar.
La acción de un determinado fármaco se designa como efecto deseado o efecto
secundario en función del motivo por el cual se administre dicho fármaco. Por
ejemplo, los antihistamínicos son el principio activo habitual de los somníferos de
venta sin receta médica. Si se administran con este propósito, el efecto de
somnolencia que producen se considera beneficioso y no como un efecto
secundario molesto.

Diferencias entre fármaco y droga:

Cualquier fármaco es una droga, pero todas las drogas no son fármacos.

La primera diferencia entre una droga y un fármaco es el uso que se hace de la


sustancia. Por ejemplo la morfina es un fármaco utilizado para calmar el dolor
grave de algunas enfermedades como el cáncer. Cuando desaparece el dolor, el
enfermo no precisa más morfina y no sufre síndrome de abstinencia. Además
cuando se administra en forma de medicamento oral, para liberarse de forma
retardada, tiene poco atractivo para los heroinómanos. La heroína es una droga de
abuso que se transforma en morfina en el cerebro humano y que no se utiliza en
medicina para calmar el dolor, porque tiene más efecto psicotrópico que
analgésico.

Otra diferencia es la toxicidad de las drogas, que son tóxicas o nocivas en un


rango de dosis extremadamente pequeño careciendo de valor como utilidad
clínica.

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