You are on page 1of 2

Domingo IV de Pascua

22 abril 2018

Evangelio de Juan 10, 11-18

En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos:


 Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas; el
asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo,
abandona las ovejas y huye; y el lobo hace estragos y las dispersa; y es que
al asalariado no le importan las ovejas.
Yo soy el buen Pastor, que conozco a las mías y las mías me conocen,
igual que el Padre me conoce y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las
ovejas.
Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a ésas
las tengo que traer, y escucharán mi voz y habrá un solo rebaño, un solo
Pastor.
Por eso me ama el Padre: porque yo entrego mi vida para poder
recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo
poder para entregarla y tengo poder para recuperarla. Este mandato he
recibido del Padre.
******

IMÁGENES QUE YA NO DICEN NADA

La imagen del pastor –entrañable en la tradición bíblica y,


específicamente, en la cristiana- resulta, para la mayoría de nuestros
contemporáneos, anacrónica o incluso peligrosa, por las connotaciones que,
desde una perspectiva como la nuestra, encierra. Esta situación nos obliga a
hacer un esfuerzo para entender, tanto la causa por la que llegó a ser tan
querida en la tradición cristiana, como el motivo por el que hoy suscita
indiferencia o incluso rechazo.
En la Biblia, como en otras sociedades antiguas, la imagen del pastor se
aplicaba al rey del pueblo, y evocaba guía y cuidado. Como el pastor, el rey
tenía la responsabilidad de conducir al pueblo y velar por él.
Traspasada a Yhwh, el salmista podrá cantar: “ El Señor es mi pastor,
nada me falta” (Salmo 23), y dará origen a una percepción de lo divino como
cuidado amoroso, que permite vivir en una confianza inquebrantable.
El cuarto evangelio aplicará la imagen a Jesús, y la comunidad cristiana
primitiva empezará a dibujarlo como un pastor que carga sobre sus hombros la
oveja encontrada (con el trasfondo de la parábola de Lc 15,4-7). Será
presentado como guía que conduce, alimenta y protege …, hasta el extremo de
entregar la propia vida en favor de las ovejas, tal como afirma el texto que
leemos hoy.

1
No es extraño que esta alegoría haya dado pie a una espiritualidad y una
devoción extensa y profunda a lo largo de toda la historia cristiana. Guía,
cuidado y protección conectan profundamente con necesidades básicas del ser
humano. Es innegable, también, que esa devoción produjo frutos abundantes
de confianza y de compromiso.

La imagen del pastor llegaría a adquirir, desde el inicio mismo del


cristianismo, tal entidad que toda la tarea de la Iglesia habría de recibir la
denominación de “pastoral”, incluidos los responsables de la misma, a quienes
se designaría “pastores”.
¿A qué se debe que esa misma imagen hoy provoque indiferencia o
rechazo? Al propio cambio sociocultural. Para empezar, es comprensible que
imágenes propias de una cultura agraria no sean significativas para quienes
vivimos en una sociedad industrial avanzada; se ha perdido la referencia.
Pero no es solo que no sea significativa. Provoca incluso rechazo de
entrada porque, en nuestra cultura, evoca actitudes de dominio o, al menos, de
paternalismo y del correspondiente “borreguismo”. Poder y sumisión son
realidades correlativas, que se reclaman y se sostienen mutuamente. Traigo un
texto de José Antonio Marina que lo expresa con claridad:
“En las sociedades orientales antiguas –Egipto, Asiria, Judea- el
arquetipo del gobernante es el pastor, que guía y conduce a sus ovejas. Basta
que el pastor desaparezca para que el ganado se disperse. Su papel consiste en
salvar al rebaño. Esta figura del monarca implica una figura correlativa del
súbdito. Es una oveja que no puede dirigir sus actos, no sabe dónde están los
pastos y, si no fuera por el pastor, se perdería y se la comería el lobo. Resulta
cuando menos anacrónico que la figura del pastor siga usándose en la pastoral
cristiana”.

Otra expresión fundamental es la de “dar la vida”, como equivalente de


un amor que no se pone medida. En el extremo opuesto de la voracidad egoica
que ve a los otros y a las cosas como objetos con los que saciar el propio vacío,
el amor de quien ha trascendido su yo no busca sino ofrecer, “dando la vida”
día a día.
Es un amor que anhela la unidad. A veces, la expresión “traer a todos a
este redil” se ha entendido como mandato proselitista para “convertir” a los
otros, sumándolos a las propias creencias. Una lectura de ese tipo solo puede
ser mítica. Es propio del estadio mítico creerse en posesión de la verdad
absoluta y sentirse urgidos a llevarla o imponerla a los otros, incluso “por su
propio bien”: para sacarlos de la “mentira” y traerlos a la luz. Pero, como ha
escrito lúcidamente Raimon Panikkar, “la imagen del «único pastor y el único
rebaño» es una imagen escatológica que no se debe aplicar en la historia ”.
Más en concreto, en el texto que estamos analizando, parece que se
trata de un añadido, por parte de un glosador posterior, con el que se pretendía
fomentar la unidad de los miembros de la comunidad, provenientes tanto del
judaísmo como del paganismo.

www.enriquemartinezlozano.com

You might also like