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Es momento de tomar una postura crítica ante aquellas visiones que tenían sobre la
identidad del mexicano algunos intelectuales como Roger Bartra. No necesariamente
tenemos que asumir su sistema de clasificación de la mexicanidad. Por el contrario
podemos dudar de los estereotipos ya formados que se han hecho de nuestra cultura
sobre todo por el hecho de que sus postulados fueron pensados desde un espacio y en
una temporalidad anterior, completamente distinta a la época actual. Quizá la realidad
contemporánea pueda mostrársenos de una manera completamente diferenciada a
como se le mostró a semejante pensador el siglo pasado. Incluso nosotros como
sujetos de este mismo estudio podríamos no mostrar las mismas características que en
algún momento observo Bartra sobre el grueso de la población.
Los motivos son obvios, por un lado considero que no podemos pensar a la
identidad como un fenómeno ni estático, ni mucho menos rancio, es decir, cada
momento que pasa en la vida cotidiana de un sujeto, cada experiencia vivida por éste
va configurando su manera de presentarse ante la sociedad. Los efectos globalizantes
de una modernidad capitalista nos han dado las herramientas necesarias para
transformar nuestra identidad y manipularla al completo antojo de nuestra necesidad de
pertenencia.
Es turno pues de desarmar las máscaras que se nos fueron impuestas por
quienes tenían la posibilidad no solo de observar nuestra sociedad, sino de pensarla de
manera intelectual. Esto nos daría la oportunidad de re-inventarnos a nosotros mismos
y posicionarnos frente a la otredad.
4) Machismo vs. Feminismo. esta falsa dicotomía ha sido uno de los veneros
más importantes de las representaciones construidas de la familia. Por un
lado el mexicano machista, interiorizado por su experiencia, arremete en un
arranque de ira contra la mujer que lo amamanta. Como si de esa manera se
vengara por la idea que le ha sido insertada acerca de la deslealtad histórica
femenina, protagonizada por malitzin. Por el otro la hembra mexicana, se
subsume en un momento ante la ira de su contrario. Y espera el momento
adecuado para despertar con furia simbólica y dañar sentimentalmente al
macho que ahogara sus penas en un bar. Esta inacabable batalla pudo haber
tenido sentido en una época patriarcal, llena de ímpetu fálico y virilidad
desenfrenada como lo es el periodo de la revolución; actualmente los niveles
de testosterona han ido disminuyendo a tal grado el macho ha perdido
interés por competir contra su hembra por un bocado de libertad.
Por supuesto, el autor solo pretendía pones las cartas sobre la mesa, y ofrecer otro
paradigma más de los ya postulados sobre las formas en las que se debe mirar la
mexicanidad. Su finalidad, al parecer, crear conciencia de los mitos que han construido
a la nación. Sin embargo deberíamos mirarlo con cautela y de manera crítica, pues su
postura, lejos de hablar de una identidad, encasilla al grueso de la población en
estereotipos folclóricos que pueden servir como comercial o mercadotecnia pero menos
como un retrato del México del siglo veintiuno.