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Esbozos de una crítica a la identidad Mexicana.

Por: Darién Manuel Alemán Trujillo

Es momento de tomar una postura crítica ante aquellas visiones que tenían sobre la
identidad del mexicano algunos intelectuales como Roger Bartra. No necesariamente
tenemos que asumir su sistema de clasificación de la mexicanidad. Por el contrario
podemos dudar de los estereotipos ya formados que se han hecho de nuestra cultura
sobre todo por el hecho de que sus postulados fueron pensados desde un espacio y en
una temporalidad anterior, completamente distinta a la época actual. Quizá la realidad
contemporánea pueda mostrársenos de una manera completamente diferenciada a
como se le mostró a semejante pensador el siglo pasado. Incluso nosotros como
sujetos de este mismo estudio podríamos no mostrar las mismas características que en
algún momento observo Bartra sobre el grueso de la población.
Los motivos son obvios, por un lado considero que no podemos pensar a la
identidad como un fenómeno ni estático, ni mucho menos rancio, es decir, cada
momento que pasa en la vida cotidiana de un sujeto, cada experiencia vivida por éste
va configurando su manera de presentarse ante la sociedad. Los efectos globalizantes
de una modernidad capitalista nos han dado las herramientas necesarias para
transformar nuestra identidad y manipularla al completo antojo de nuestra necesidad de
pertenencia.
Es turno pues de desarmar las máscaras que se nos fueron impuestas por
quienes tenían la posibilidad no solo de observar nuestra sociedad, sino de pensarla de
manera intelectual. Esto nos daría la oportunidad de re-inventarnos a nosotros mismos
y posicionarnos frente a la otredad.

Criticas a algunos postulados de Roger Bartra.

Es necesario pensar la supuesta veracidad del postulado acerca de que:

1) solo desde una posición externa es posible observar las características


del mexicano. Una posición lo más objetiva posible permitiría notar algunas
características externas de la mexicanidad, podríamos dar cuenta de la capa
superior, del disfraz multicolor que porta nuestro sujeto de estudio, como si la
persona o el grupo fuese solo un objeto con apariencia externa inmutable;
contrario a este pensamiento, considero la necesidad de inmiscuirse en la
vida de nuestro objeto para hacer valer su capacidad de sujeto, con
pensamiento y personalidad propia, capaz de mutarse a las formas que le
plazca para reafirmar su sentido de pertenencia a su ambiente, por cierto
artificial.

2) El campesinado resignado. el análisis de la mexicanidad que se plantea en


el texto de Roger Bartra está construido a partir de los mitos que se han
creado de este arquetipo, inspirado por supuesto en los diferentes discursos
literarios que se han hecho sobre el tema. Una vez que se le ha extirpado al
mexicano su pasado glorioso, no le queda de otra que adentrarse en la
vorágine de la vida moderna, o por lo menos adaptarse a un espacio que
estaba en camino a un supuesto desarrollo urbano. Por este motivo tuvo que
participar en el mundo económico bajo el disfraz de campesino, añorando su
pasado indígena pero intentando sobrevivir en el mundo urbano. siempre
resignado, creyendo que el pasado siempre fue mejor y sin fuerzas ya para
transformar su presente, volado y, por si fuera poco, castrado también. Toda
esta imagen creada del mexicano es un drama que a lo único que me orilla
es a sentir lastima por la experiencia compartida. Lo que hay que tener claro
es que es una imagen, como lo dijimos en un principio, del siglo pasado. La
vida campesina, si no ha desaparecido, por lo menos a perdido continuidad;
los medios de comunicación han traído el mundo entero a los ojos del
mexicano, que succiona las miles de representaciones vividas en el planeta.
En las calles citadinas ya no es el pelado sin cultura el que deambula, sino el
multilinguistico mexicano saturado de información que muchas veces o
comprometen con un futuro distorsionado.
3) Identidad homogenizada. Es rescatable la intención del autor de hacer una
crítica agresiva de los estereotipos fundados por la clase hegemónica. El
problema en todo caso es la creación de una franja divisora que separa a dos
clases de mexicanos metiendo a cada una en su propio paquete, como si
todos los mexicanos pudientes fuesen iguales, y todos los “jodido
padeciésemos la misma pena. Es evidente que hasta dentro de un costal hay
frijoles de distintos tamaños, me refiero a que al subdividir a la nación en
centro y periferia, es decir en ciudad y suburbio, se tiene que pensar también
en las diferentes experiencias que han llevado a cada sujeto a asumir el
papel que le ha sido asignado por la sociedad. En otras palabras, ni todos los
mexicanos somos campesinos, ni bigotones, ni escuchamos corridos ni
montamos a caballo, y no porque fuese mal vista alguna de estas
actividades, sino porque las experiencias de vida nos llevan por derroteros
distintos a los arquetípicos. Por el contrario, seria necesario pensar en una
identidad compuesta ya de otras múltiples identidades. No una capa con las
mismas características, sino una red intercultural donde están en constante
comunicación distintos ethos asumidos.

4) Machismo vs. Feminismo. esta falsa dicotomía ha sido uno de los veneros
más importantes de las representaciones construidas de la familia. Por un
lado el mexicano machista, interiorizado por su experiencia, arremete en un
arranque de ira contra la mujer que lo amamanta. Como si de esa manera se
vengara por la idea que le ha sido insertada acerca de la deslealtad histórica
femenina, protagonizada por malitzin. Por el otro la hembra mexicana, se
subsume en un momento ante la ira de su contrario. Y espera el momento
adecuado para despertar con furia simbólica y dañar sentimentalmente al
macho que ahogara sus penas en un bar. Esta inacabable batalla pudo haber
tenido sentido en una época patriarcal, llena de ímpetu fálico y virilidad
desenfrenada como lo es el periodo de la revolución; actualmente los niveles
de testosterona han ido disminuyendo a tal grado el macho ha perdido
interés por competir contra su hembra por un bocado de libertad.
Por supuesto, el autor solo pretendía pones las cartas sobre la mesa, y ofrecer otro
paradigma más de los ya postulados sobre las formas en las que se debe mirar la
mexicanidad. Su finalidad, al parecer, crear conciencia de los mitos que han construido
a la nación. Sin embargo deberíamos mirarlo con cautela y de manera crítica, pues su
postura, lejos de hablar de una identidad, encasilla al grueso de la población en
estereotipos folclóricos que pueden servir como comercial o mercadotecnia pero menos
como un retrato del México del siglo veintiuno.

Si acaso muchos de estos mitos tuvieron un tiempo de credibilidad en un


pasado intelectualmente brillante, es necesario ahora plantear los términos y las
condiciones en las que se habla de esta mexicanidad, viéndola desde las entrañas
mismas.

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