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El modelo Pragmático de la Política

Prof. Abraham Enrique Andara. Teoría Politica III

La descripción teórica del pragmatismo: Lo positivo y lo negativo.


Por lo general, se suele llamar pragmatismo político a la acción política desprovista de teoría
política. Este tipo de pragmatismo (que llamaremos negativo) no hace que la acción política sea de
mejor calidad. Por el contrario, se ha demostrado que este tipo de política pragmática tiende a la
improvisación que frecuentemente cae en el error haciendo insuficiente e ineficiente la gestión polí-
tica1. Esto crea en el funcionario público, que está cargado de buenas intenciones, un sentimiento de
frustración que lo hace refugiar, en el mejor de los casos, en una ética de convicción (donde los me-
dios son más importantes que los fines) que lo catapulta a un mesianismo infructuoso (pragmatismo
populista). O, en el peor de los casos, en un desesperado intento por apegarse a una ética de la res-
ponsabilidad (donde los fines son más importantes que los medios), cayendo en un autoritarismo
(decisionismo) que lo lleva a violar las reglas institucionales y jurídicas sólo por ver cumplidos sus
deseos caprichosos que tendrían que coincidir con lo que consideran lo útil para los intereses del
Estado (decisionismo político). Cuanto mucho esto sólo pueden tener éxito a corto plazo, generando
calamidades mayores a largo plazo.
Entonces, una acción política sin la guía de la teoría política lleva al funcionario público a la
improvisación en materia ejecutiva y al conflicto ético en materia personal. Estos dos ingredientes
generan las condiciones básicas para que se asiente y extienda la corrupción administrativa dentro
del sistema político. Lo cual genera la tendencia dentro del sistema hacia el clientelismo, el patri-
monialismo, la corrupción, el amiguismo y el nepotismo.
Es cierto que nuestra primera apreciación del pragmatismo ha resultado un tanto pesimista.
Hay que reconocer que no todo tipo de pragmatismo tiene resultados negativos y autoritarios. Hay
tipos de pragmatismos que solamente unidos a la teoría política pueden generar resultados positivos
tanto para el funcionario público como para el sistema político, lo llamaremos pragmatismo positi-
vo. Por supuesto que algunos se preguntaran ¿si el pragmatismo pierde su condición pragmática (su
praxis, su acción y utilidad) si se deja arropar por el manto de la teoría?. Esto puede ser verdad en un
caso específico, pero no en todos. Si el pragmatismo se deja encerrar dentro del influjo de una única

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Entendemos por gestión política todos aquellos mecanismos y procedimientos administrativos que tienen como fin
hacer que las políticas públicas (formuladas por el gobierno) gocen del mayor respaldo público posible que le dé la
sociedad civil (legitimidad) para crear equilibrios institucionales justos. Esto en aras de fortalecer el poder infraestructu-
ral del Estado, en los términos señalados por Michael Mann (1996).

1
teoría política que se quiera imponer como único criterio de verdad, objetividad y racionalidad sobre
las demás, por supuesto que pierde su esencia al someterse a los lineamientos de la rigidez dogmáti-
ca2. Pero esto nos lleva directamente a una vital pregunta, ¿cuál es la esencia del pragmatismo?. La
esencia del pragmatismo es la creatividad, la practicidad, el ingenio, la flexibilidad y la tolerancia.
Por supuesto que ninguno de estos cuatro elementos se encuentra en riña con una teoría polí-
tica plural, abierta y eficiente. El pragmatismo es útil siempre que logre evitar el dogmatismo teóri-
co. Como lo estableció en sus clásicas conferencias sobre el “Pragmatismo” , William James, éste
“se aleja de abstracciones e insuficiencias, de soluciones verbales, de malos razonamientos a priori,
de principios establecidos, de sistemas cerrados y pretendidos absolutos y orígenes” (1984, 49). Es
por ello que Richard Posner ha definido magistralmente los tres rasgos del pragmatismo: 1) Descon-
fianza ante las entidades metafísicas (como “verdad”, “realidad” “naturaleza“, a la que se le puede
incluir “racionalidad” y “universalidad”) como garantía absoluta de certidumbres. 2) Prioridad del
resultado sobre la intención (sus proposiciones han de ser evaluadas por sus consecuencias y por las
diferencias a que den lugar). 3) Prioridad de la responsabilidad sobre la convicción (los criterios
objetivos deben tener preferencia sobre los criterios subjetivos y sentimentales), véase (Vallespín
1997, 337). Estos tres rasgos, de una u otra manera, son reconocidos por el nuevo pragmatismo de
Richard Rorty3 a través de sus estudios de la obra del viejo pragmatismo de John Dewey. De acuer-
do con Dewey/Rorty: “Según nos emancipamos más y más de la costumbre, deseamos más y más
hacer las cosas de manera diferente a nuestros antepasados para enfrentarnos más eficientemente y
con más éxito a nuestro medio, nos convertimos en más y más receptivos a la idea de que las bue-
nas ideas vienen de cualquier parte y que no son prerrogativas de una elite ni se hallan asociadas a
ningún lugar ni autoridad especial” (Rorty 1998, 89, el subrayado es nuesto). A pesar de que no
comparten la misma posición ante el pragmatismo, Posner y Rorty/Dewey llegan a ciertas similitu-

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Tal es la pretensión del pragmatismo kantiano de reducir la relación entre teoría y practica a una condición del enten-
dimiento sistemático y a una “facultad de juzgar” como una relación dogmática/racionalista y universalista basadas en
reglas y principios. Para Kant, la teoría son principios universales; mientras la práctica es la realización final de esos
principios. El conocimiento se basa en la búsqueda de esos principios universales que regulan el comportamiento, el ser,
de las cosas (Véase, Kant, I. 2000.).
3
Bajo ninguna circunstancia debe entenderse este trabajo como una propuesta de estudio al pensamiento político de R.
Rorty o de cualquier otro autor que profese una nueva fe por el pragmatismo. Tampoco importa si Rorty estaría de
acuerdo o no con nuestra distinción básica (positiva o negativa) del pragmatismo que aquí proponemos. Nuestro propó-
sito no es buscar la fundamentación o argumentación no liberal para las instituciones representativas democráticas, como
es el objetivo de Rorty apoyado en J. Dewey. Nuestro uso de este autor en particular es pragmático. Los que estén inte-
resados en una visión del pensamiento político de este autor pueden remitirse a los libros de Fernando Vallespín (ed.)
(1997) t.VI, o al de Ramón Maiz (comp.)(2001).

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des. La emancipación de las costumbres de los antepasados coincide con la desconfianza ante la
metafísica como clave de certidumbre. El deseo de alcanzar el éxito y la eficiencia ante el medio,
coincide con la prioridad de los resultados sobre la intención. La aceptabilidad de las buenas ideas
que, evidentemente, no pueden ser impuestas ni por ningún principio subjetivo de autoridad en es-
pecial (ni de elites, ni de lugar, ni de autoridad) coincide con la prioridad de la responsabilidad sobre
la convicción4.
De la contrastación de Rorty/Dewey y Posner hay algo en particular que nos llama la aten-
ción. En los dos primeros es su receptividad a las buenas ideas; en el segundo, el hecho que mani-
fieste nuestra necesidad de juzgar nuestros proyectos científicos. Sólo la teoría (en nuestro caso
política) está estructurada de ideas que conforman proyectos científicos. Esto pone en evidencia que
teoría y pragmatismo no se excluyen mutuamente como por lo general se piensa. Como lo estableció
correctamente William James, una buena teoría (aquella que se vincula con la práctica) no es otra
cosa que una “adecuación” con la realidad. En un celebre párrafo de su clásica obra, James definió
magistralmente el papel que la teoría debería jugar en el pragmatismo:
Las teorías, entonces, se convierten en instrumentos, no en respuestas a enigmas, en las que podemos descansar.
No nos reclinamos en ellos, avanzamos y, en ocasiones, volvemos a considerar la naturaleza con su ayuda. El
pragmatismo no hace que las teorías se vuelvan rígidas; las hace manejables y propicias para el trabajo (Ibid,
50).

!Sabias palabras¡ Entonces, no podemos seguir asumiendo el pragmatismo como la acción


política desprovista de teoría, sino como una acción política que guiándose por una teoría política
plural y abierta pone en práctica los proyectos con el objeto de alcanzar mayores niveles de eficien-
cia en su ejecución, y si no se alcanzan, estos proyectos pueden ser reformulados. Por lo tanto,
pragmatismo no puede ser sinónimo de improvisación como frecuentemente se presupone en la cul-
tura política latinoamericana.
Haciéndonos eco de Rorty, es innegable que lo contingente, es decir aquello que es eventual
o, por lo menos, lo que se produce si la existencia de un plan racional previo (azar, la llamó Aristó-

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Para una mayor comprensión de nuestro análisis, necesitamos aclarar un poco más el hecho de contrastar el tercer ras-
go del pragmatismo de R. Posner con última parte de la cita de Rorty. El postulado de Posner, con respecto al tercer
punto del pragmatismo se expresa más específicamente de la siguiente forma: “En una insistencia en juzgar nuestros
proyectos, sean éstos científicos, éticos, políticos o jurídicos, por su conformidad con necesidades sociales u otro tipo de
necesidades humanas en lugar de por criterios objetivos o impersonales”. Esto coincide con la declaración de Ror-
ty/Dewey , porque las ideas o proyectos no pueden ser evaluados por la necesidades sociales de las elites u otras clases
sociales, ni se pueden impone en base a los principios de autoridad o de lugar. En otras palabras, le pragmatismo necesi-
ta libertad y pluralidad para poder desarrollarse eficientemente.

3
teles y fortuna, Maquiavelo), está en la raíz del pragmatismo. Pero esta contingencia no es sinónimo
de improvisación. Esta última se produce en el primer nivel de la formulación de los proyectos,
mientras que la primera se produce en el nivel de los resultados. En otras palabras, lo que se tiene
que entender es que todo proyecto político tendrá una serie de resultados, algunos de los cuales
serán esperados, mientras otros serán aleatorios o contingentes. La improvisación, la falta de medi-
tación, de los proyectos políticos lo que puede hacer es que no se tengan resultados positivos, ni
esperados, ni contingentes. El símil de un viaje nos puede aclarar mejor el panorama. Con la impro-
visación pasa aquello de que si no sabemos a dónde vamos no sabemos a dónde llegaremos. Mien-
tras que con la contingencia pasa que a pesar de que sabemos a dónde vamos, podemos tener tres
alternativas; de llegar o muy bien al sitio esperado, a otro mejor o, en el peor de los casos, a otro
más malo. Lo importante, en este último caso, es que si llegamos al peor lugar no sólo podemos
rectificar el rumbo sino también rectificar el viaje (o proyecto) entero5.
Ni siquiera Nicolás Maquiavelo, padre del realismo político, con una teoría de un alto grado
de voluntad de acción práctica, estaba de acuerdo con dejar a la política en las manos de la capricho-
sa fortuna, del azar. La virtud (la inteligencia y eficacia) podría reducir, no aniquilar, los caprichos
de la fortuna. Como bien lo manifiesta Ana Martínez Arancon: “Maquiavelo detesta la política que
sólo quiere vivir al día”6. La política deber mirar hacia el futuro, y en esto, por lo menos estaría de
acuerdo el pragmatismo de Rorty con el realismo de Maquiavelo. Pero para lograrlo la política
pragmática tiene que vencer los escollos del dogmatismo. En cierta forma, es a esto a lo que se refie-
re Rafael del Águila cuando señala que la única alternativa del nuevo pragmatismo de no sucumbir
ante el influjo del dogmatismo es que se mantenga abierto a la experiencia, a la crítica y a la disi-
dencia, en sus propias palabras:

O sea: adoptar una determinada actitud hacia el cambio del mismo modo que se adopta una nueva actitud hacia
aquello en lo que se cree. Esa actitud consiste en ser capaz de asumir la crítica, ser abierto de mente, tolerante,
experimentar sin prejuicios soluciones alternativas, ser capaces de cambiar cuando las circunstancias lo requie-
ran, estar abierto a nuevas experiencias, etc. Se trata pues de una actitud que se precia de su apertura al cambio,
el aprendizaje y la experimentación, de su convivencia con puntos de vista plurales, diferentes y a veces en con-
flicto (Citado de la Introducción de Rafael del Águila al libro de Rorty 1997, 12-13).

5
En este caso, tiene cierta razón Rafael del Águila cuando intuye que el pragmatismo tiene cierto aire reformista. Idea
que es sostenida por Angel Rivero cuando expresa que el pragmatismo alentó el reformismo de este siglo (1997, 334).
6
Citado del estudio preliminar de la obra de (Maquiavelo 1993, XXVI).

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Estos elementos que aporta Rafael del Águila a la discusión son importantes, porque en ellos
volvemos a encontrar aquellas bases esenciales del pragmatismo: creatividad, practicidad, ingenio,
flexibilidad y tolerancia7. Por supuesto que una acción política basada en la improvisación, despro-
vista de una teoría plural y abierta, no sólo carece de estos elementos sino que también los niega.
Porque al no saber a dónde vamos, no podemos estar abiertos a la rectificación, al cambio positivo.
Bajo este signo, toda apertura al cambio -si es que se intenta- corre el riesgo de caer en el autorita-
rismo y la intolerancia, es decir, que alguien nos señale el rumbo dogmático que a él (el líder, el
Estado, el partido, la elite) considera mejor bajo sus propios términos (a veces metafísicos) y que
todos debemos seguir (decisionismo político). Esta última apreciación no es otra que la visión pesi-
mista del pragmatismo que al comienzo señalamos, pero con la diferencia que ahora la entendemos
mejor. Tenemos que volver a nuestra visión positiva del pragmatismo, pero para ello no a un nivel
teórico, sino a un nivel de la “práctica” que es donde mejor se expresa, es decir, en algunas situacio-
nes particulares.

La propuesta normativista: El pragmatismo como modelo de la política.


Desde los años setenta del siglo pasado hasta hoy los filósofos políticos tratan de construir una
nueva teoría política que revindique, en el mundo de la realidad política, la razón práctica (Kant) o
phrónesis (Aristóteles). Esta idea es bastante pretensiosa si observamos que por una parte tiene que
vencer las contradicciones inherentes al capitalismo global. Por otra parte, tiene que evitar reducir
todas las soluciones políticas a ciertos medios preelaborados, dogmáticos y aparticipativos (cerra-
dos). No obstante, tiene que eludir la tentación de creer que sólo el Estado tiene las soluciones para
todos los problemas sociales y políticos. En otras palabras, tiene que vencer los déficits teóricos
tanto del modelo decisionista como del tecnoliberal, que tienden a caer en la sugestión del autorita-
rismo del líder (la primera) o del autoritarismo de la técnica (la segunda). Por supuesto que las pre-
guntas que inmediatamente nos hacemos son múltiples, ¿cómo lograrlo? En realidad ¿podemos
construir un nuevo modelo político que sea capaz de superar el déficit de los anteriores? Y lo más

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El hecho de que señalemos por segunda vez las virtudes esenciales del pragmatismo no significa que ignoremos las
debilidades que le son inherentes. Angel Rivero Rodríguez los ha señalado, y de forma sucinta son: 1) Despreocupada
articulación teórica. 2) Apertura disciplinar y convencional. 3) Desinterés por desarrollar una teoría desligada de la
práctica. 4)Desinterés por teorizar la práctica científica. 5) Nula obsesión metodológica. De acuerdo con Rivero fueron
estos elementos los que convirtieron al pragmatismo en un débil oponente ante el influjo del positivismo en Estados
Unidos. En la misma posición Rorty argumenta que fue gracias al “giro lingüístico” (la filosofía analítica) que el prag-
matismo clásico de Dewey, Pierce y James, perdió importancia al dejarse de lado el tema de la experiencia y al adoptar-
se el del lenguaje (Rorty, 1997).

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importante aún, ¿Están las condiciones empíricamente dadas para que un supuesto nuevo modelo
vaya de la teoría a la acción? ¿Podría solucionar los problemas de predicibilidad que tanto aquejan a
las ciencias sociales?
&
A través de la construcción de un modelo pragmático de la política estas interrogantes podrían
tener, en principio, una respuesta afirmativa. Decimos “en principio”, porque se tiene que cumplir
una serie de condiciones generales para que la construcción y la aplicabilidad del modelo (hasta aho-
ra preconfigurado) no sólo sea real sino también exitoso.
La primera condición es que la ciencia política se convierta en una ciencia crítica, abierta y
plural. La ciencia política tiene que (re)comenzar a reconocer que hay política más allá del Estado o
más allá del sistema político. La política permea todos los espacios públicos y que a pesar de que se
inserta efectivamente en la sociedad civil no tiene como objetivo básico satisfacer las necesidades
materiales de todos los espacios públicos. La ciencia política tiene que volver a ser ciencia de ciuda-
danos y de comunidad (en sentido aristotélico), y reducir su pretensión de ser exclusivamente cien-
cia de Estado y representantes. Esto no implica que la ciencia política tenga que atarse a una forma
de gobierno o a un régimen político en especial, sea democrático o no. La democracia no es el único
régimen que vela por lo público, y simplemente se tiene que asumir como una forma de capacitación
del ciudadano que vela por los intereses públicos. Este régimen para ser el mejor, primero, tiene que
demostrarlo empíricamente.
La segunda condición implica un cambio de mentalidad tanto del ciudadano en sí mismo como
del representante político. El ciudadano tiene que dejar de ser un ente pasivo que sólo reclama sus
derechos y volver al mundo de la actividad política (discusión y preocupación por lo público). El
representante político tiene que comenzar a comprender que la política exige necesariamente capaci-
tación, que no es una cuestión de improvisación donde él llega a acrecentar su beneficio personal
(prioridad por lo público).
La tercera condición es que la política misma tiene que volver a convertirse en el espacio
público de la libertad por excelencia. La política no es la actividad donde la necesidad esta por en-
cima de la libertad, es la actividad que por excelencia hace libre al otorgarle a éste su propia capaci-
dad de autorganización y bienestar (vida buena).

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En términos generales, los lineamientos que hoy se distinguen del “nuevo” modelo pragmá-
tico los podemos resumir en los siguientes. En primer lugar, no hay ni técnicas, ni decisiones (me-
dios) infalibles en la política. Todo proyecto político que se quiera ejecutar tiene que tener la capa-
cidad de autocorrección (praxis) toda vez que en el mundo de la acción política se hayan sido detec-
tados disfuncionamientos que tienen consecuencias nefastas en diferentes órdenes (capacidad de
autocorrección). En segundo lugar, debe haber una relación crítica entre el político activo, el espe-
cialista en política y el ciudadano común, donde se planteen y discutan proyectos políticos en una
situación de diálogo abierto y constructivo que hagan imperar las mejores ideas y se tomen las deci-
siones más acertada (comunicación política abierta y plural), por supuesto, que éstas en ningún mo-
mento deben asumirse como dogmáticas e infalibles (colaboración funcional autocorrectiva). En
tercer lugar, las instituciones políticas deben cumplir exclusivamente el papel para el cual fueron
hechas (la justicia como estructura) y no otros, teniendo en cuenta en todo momento que el bienestar
colectivo es prioritario sobre el privado (prioridad del bien público). En cuarto lugar, la sociedad
civil, como espacio híbrido entre lo público y lo privado, tiene que lograr su autonomía económica
(división social eficiente del trabajo como autogestión) para poder participar activamente en la polí-
tica, muy bien para estabilizar el régimen político (legitimidad) o para criticarlo y atacarlo ante su
disfuncionamiento (desobediencia civil). En quinto lugar, no hay ninguna estructura político social
privilegiada que canalice las demandas de los ciudadanos hacia las estructuras políticas. Estos cana-
les tienen que diversificarse, para evitar caer en el monopolio intermediador y la “colonización del
mundo de la vida pública” de los partidos o de los medios de comunicación. En sexto lugar, se tiene
que reconocer que los problemas a solucionar en la agenda política se han diversificado (y van desde
la participación política hasta la diferenciación cultural y sexual), de tal manera que un tipo de solu-
ción propuesto para un caso en específico puede causar daño en el otro (hipercomplejidad social).
Esto tiene que ser evitado hasta donde se pueda y se deba, no obstante, los principios de prioridad
problemática debe reinar sobre las buenas intenciones de quedar bien con todos los sectores (princi-
pio de jerarquía problemática). En último lugar, el modelo reconoce la influencia de lo internacional
en lo local y viceversa, con lo que se reconoce los cambios en las nociones históricas de soberanía y
autonomía (que presentan cambios pero no han desaparecido), sin dejar de exigir una estructura in-
ternacional justa, pluripolar y solidaria donde la prioridad del bien público internacional (coopera-
ción y colaboración) sea privilegiada por encima de intereses egoístas y depredadores internaciona-
les. Sólo de esta forma la ciencia política dejará de ser una ciencia pobre, enemiga de la teoría polí-

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tica, y pasará a ser una ciencia combativa, crítica y comprometida, “la reina de las ciencias socia-
les”.
&&
Teniendo en mente esta problemática, es que abordamos directamente el estudio del enfoque
“pragmático de la política”, cuyo objetivo específico es estudiar e involucrar activamente al ciuda-
dano en las estructuras de dominación del espacio público (teoría/praxis). Aquí proponemos el “giro
pragmático” de la política (de inspiración rortyana) que tiene como fin básico: a) Hacer de la cien-
cia política una ciencia abierta, crítica y plural; b) Plantear la política más allá del Estado, más no en
su contra; c) Proponer un cambio de mentalidad moral y ética (razón práctica en términos kantiano)
del ciudadano (hombre público). d)Plantear el problema de la administración efectiva de la libertad
y la igualdad como ideas motrices de la política; superiores a la simple idea de la política como me-
dio técnico para satisfacer las necesidades materiales del espacio privado, como lo proponen muchos
teóricos liberales de la sociedad civil. Fernando Vallespín ha sintetizado el empeño de esta nueva
teoría política normativa:

Este no puede ser otro que el ofrecernos una instancia de evaluación crítica de la realidad política-social. El fin
buscado es alcanzar una mayor clarificación, coherencia y fundamentación de los fines de la vida política, y a
partir de ahí la congruencia entre principios, instituciones y práctica política efectiva (1996, 15).

Dentro de esta propuesta “pragmática” son los fines los que se tienen que satisfacer eficiente-
mente de forma instrumental o estratégica. Para ello se necesita llegar a ciertos acuerdo básicos o
negociaciones donde los individuos racionales se comprometan (el compromiso en fundamental) a
respetar lo pautado. En este sentido la interpenetración entre la teoría y la práctica es esencial para el
estudio de la política, porque es desde la experiencia donde deben nacer los problemas políticos a
explorar, como piensa Dworkin en su última obra:

Hago hincapié en la interdependencia de la teoría política y la controversia práctica porque considero esencial
que la filosofía política responda a la política. (...) No deberíamos en dudar en seguir una argumentación que
parta de un problema político práctico y se adentre en cualesquiera parcelas abstractas de la filosofía política
(…) Una argumentación que nos vemos arrastrados a explorar antes de que se nos ocurra una solución intelec-
tual satisfactoria (2003, 14)

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&&&

Partidarios de estas ideas pragmáticas sobre la politica van desde los que defienden una nueva
propuesta sobre la renovación del paradigma liberal en su versión libertaria8 (Rawls, Habermas)
hasta una nueva versión igualitarista dentro del comunitarismo (Taylor, Walzer, Dowrkin), alterna-
das con el enfoque hibrido del republicanismo cívico (Squinner, Duna, Pocock, Béjar, Pettit, Oveje-
ro, Gargarella, Giner).

El primer enfoque, el libertario, quieren rescatar los postulados morales del liberalismo polí-
tico que se formó en el siglo XVII, es decir, cuando se concebía como una forma de lucha libertaria
con respecto al absolutismo monárquico, y no del liberalismo inglés (utilitario) del siglo XVIII que
exaltó el egoísmo y la ambición como condiciones básicas del progreso humano dentro del mercado.

El primer enfoque se caracteriza por ser deontológico (entidad moral del derecho), ya pone su
énfasis en “la prioridad del derecho sobre la idea del bien”. La idea básica es que se tiene que vencer
los postulados del teorema de la imposibilidad de Arrow donde los individuos en una acción colec-
tiva son incapaces de ponerse de acuerdo unánimemente (por mayoría democrática) para tomar una
decisión pública que maximice la utilidad esperada sin excepción, por lo que se impondrá una deci-
sión arbitraria para tomar una decisión colectiva (decisionismo).

John Rawls, reviviendo las viejas hipótesis del contractualismo político, formula una respuesta
interesante y ampliamente debatida en filosofía político: Una situación ideal (“estado de naturale-
za”) donde unos individuos nouménicos son capaces de ponerse de acuerdo (firmar un contrato)
dejando sus intereses particulares de lado (lo racional) para optar por la construcción de un nuevo
tipo de sociedad democrática que maximice el bien (utilidad) de todos (lo razonable). Esta ficción
contractual, que parte del individualismo ético, tiene como idea básica establecer los principios (le-
yes) que regularan la construcción progresiva de una nueva sociedad civil (constructivismo kantia-
no), donde paulatinamente cada grupo social o racial, en condiciones de libertad e igualdad, defen-
derá sentir sus intereses particulares sin poner en peligro la estabilidad social (consenso sobrelapa-
do). De caso contrario, el Estado velará para que los dos principios básicos pactados (la prioridad de
la libertad sobre la igualdad y la ventaja para los menos desfavorecidos – o regla del maximin-) no

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En este sentido hay que señalar que la propuesta de Robert Nozick, a pesar de inscribirse en este modelo pragmático
con su idea de rescatar los postulados del contractualismo lockeano, no termina por superar los postulados del libera-
lismo tecnocrático (neoliberal) ya que su propuesta es la de construcción de un “Estado ultramínimo” es para evitar que
intervenga dentro de la iniciativa privada de la sociedad civil.

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se violen. En cierta forma la propuesta de Rawls al “dilema del bien común” se resuelve aplicando
las pautas de un “equilibrio de Nash”, es decir, en una situación donde los individuos estén tan con-
forme con su actual posición que no tengan ningún tipo de incentivos egoísta (no deben actuar como
free rider) para romper el equilibrio pactado y logrado dentro de la acción colectiva (grupo), por-
que de lo contrario todos tendrán los peores resultados para todos. Este es el núcleo central de la
teoría política rawlsoniana cuya pretensión es crear una sociedad justa, es decir, estable y organiza-
da.

La propuesta de Rawls de darle equilibrios a sociedades altamente fragmentadas socialmente y


políticamente polarizadas (fatum del pluralismo) ha sido muy debatida y criticada. En muchos as-
pectos, filósofos políticos como Habermas no están de acuerdo con las soluciones propuestos por
Ralws, ya que al fin y al cabo termina por imponer una forma determinada de vida (la liberal y su
concepción de “liberad negativa” que reclama derechos privados) a expensa del debate público, que
se ve limitado toda vez que se separa la esfera ética de la esfera moral (sacrificio del espacio público
deliberativo o positivo). La propuesta de Habermas es interesante. Como lo expone el autor alemán
en su obra clásica “Historia y Crítica de la Opinión Pública”, hay que rescatar la herencia de la mo-
dernidad del debate público deliberativo. La modernidad, sobre todo la que se gestó en el liberalis-
mo político del siglo XVII, estableció un espacio público de discusión intersubjetiva donde los pri-
meros burgueses discutían públicamente los principales problemas públicos (en salones, café, prensa
y luego se organizaron en partidos políticos) en detrimento del absolutismo político y las aristocra-
cias. Como bien lo expone Vallespín, este espacio público intersubjetivo habermasiano, de inspira-
ción kantiana, intenta fundir las tres dimensiones de la razón práctica: 1) La moral, donde se solu-
cionen equitativa e imparcialmente los conflictos interpersonales, a la vez que se reconozcan sus
prescripciones universales; 2)La ética, para interpretar los valores culturales y de identidades para
hacer una evaluación contextualista; 3)La pragmática, para satisfacer estratégica e instrumental-
mente los fines propuestos de forma eficiente y respetando los compromisos asumidos por todos
ante los mejores argumentos (1996, 29). En términos muchos más sencillos, la propuesta haberma-
siana se basa en el supuesto racional de unos individuos (no nouménicos) que debaten asuntos de
interés público y exponen argumentos (justificaciones racionales reales) para llegar a solucionar
cualquier situación conflicto. El presupuesto es que los mejores argumentos deben prevalecer y se
deben acatar por todos en condiciones de igualdad, libertad y racionalidad comunicativa. Aquí el
espacio público político (Estado) y la sociedad civil (como su infraestructura) deben asegurar su

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fuerza integradora y su autonomía a la práctica del entendimiento mutuo entre los ciudadanos
(Habermas 1999, 232). Este postulado ha hecho recientemente que la teoría política habermasia
pendule entre el liberalismo político y el republicanismo cívico, ya que los ciudadanos habermasia-
nos, en un espacio público de plena intercomunicación, defienden derechos positivos en cuanto a la
participación en los asuntos públicos sin intermediación sistémica alguna (espacio público de plena
comunicación humana).

El segundo enfoque, el comunitarista a diferencia del libertario pone énfasis en la igualdad.


Para comunitaristas como Ronald Dworkin, Charles Taylor o Michael Walzer la igualdad es la idea
más importante dentro de la filosofía política y es por su mantenimiento es la que tiene que velar el
Estado. Pero la igualdad no nace del Estado sino de la comunidad y sus valores, en otras palabras, la
prioridad del bien debe prevalecer sobre el derecho. Y el bien, lo que es bueno y justo, solo puede
ser establecido por la comunidad donde el hombre vive y se desarrolla. Cada comunidad tiene su
propia idea del bien, y cada comunidad tiene su propia concepción de los justo (justicia) de la cual
participan todos sus miembros y la cual puede diferir de otras comunidades distintas. Esta es la idea
motriz que expone Walzer en su propuesta de igualdad compleja en sus “Esferas de Justicia”. En
otras palabras, lo que puede ser considerado justo en una comunidad X puede ser injusto en una co-
munidad Y, según sean los valores defendidos por esos distintos tipos de comunidades. La idea li-
bertaria de encontrar derechos universales, validos, racionales y eternas para todos los hombres y en
todas la circunstancias (deontología), bien sea en un hipotético contrato social (Rawls, Nozick) o en
una hipotética comunidad de habla (Habermas) es considerada por los comunitaristas como un pre-
supuesto metafísico y no político. Para que estas ideas de justicia de los libertarios se hagan realidad
se necesita de la intervención directa del Estado para que iguale a todos lo sectores sociales restrin-
giendo la libertad (decisionismo). Una crítica de este modelo, Chantal Mouffe ha resumido magis-
tralmente esta posición de Walzer:

Por esta razón Walter afirma que si se desea convertir la igualdad en objetivo central de la política, y al mismo
tiempo respetar la libertad, es forzoso concebirla como igualdad compleja. Esto requiere la distribución de los
diferentes bienes sociales, no de manera uniforme, sino según una diversidad de criterios que refleje los bienes
sociales y los significados a ellos ligados. La igualdad es una relación compleja entre personas mediada por una
serie de bienes sociales; no consiste en una identidad en una identidad de posesión (1999, 58).

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Muy cercano a la propuesta de la igualdad compleja de Walzer9, se encuentran las propuestas
igualitarias de Ronald Dworkin, sobre todo, en su última obra: “Virtud soberana” (2003). El pro-
blema; a pesar de que la igualdad es la reina de las virtudes, actualmente se encuentra en peligro de
extinción dentro de los ideales políticos debido al auge del neoliberalismo (derecha) o de la tercera
vía (izquierda). La propuesta o tesis de Dworkin es tratar de complementar igualdad con legitimidad
en detrimento del decisionismo político:

No es legítimo ningún gobierno que no trate con igual consideración la suerte de todos sus ciudadanos a los que
gobierna y a los que exige lealtad. La igualdad de consideración es la virtud soberana de la comunidad política –
sin ella el gobierno es sólo tiranía- y cuando la riqueza de una nación esta distribuida muy desigualmente, como
sucede hoy en día con la riqueza incluso de las naciones más prósperas, cabe sospechar de su igualdad de consi-
deración (2003, 11).

En otras palabras, la equidad presupone la legitimidad política, y cuando un gobierno aplica un


conjunto de leyes o medidas políticas debe este atento en no perjudicar a los menos desfavorecidos
(los pobres) con sus medidas. En el sentido pragmático este es el problema de la limitación que la
administración republicana (de G.W. Bush) ha traído del Estado de bienestar recientemente en Esta-
dos Unidos. Sin embargo, la propuesta de Dworkin no es la de aplicar la igualdad plena sin distin-
ciones, es decir, sin hacer distinción entre los individuos productivos y aquellos que no producen
nada. Lo que debe aspirar el gobierno, dentro de la igualdad de consideración, es a cierta forma de
igualdad materia o de recursos (2003, 13). Esto se puede entender mejor aplicando dos principios
básicos: 1) El principio de igual importancia (la importancia que las vidas humanas tengan éxito y
que no se desperdicien) y 2) El principio de responsabilidad especial (“aunque todos tengamos que
reconocer la importancia objetiva equitativa de que una vida humana tenga éxito, solo una persona
tiene la responsabilidad especial y última de ese éxito: la persona de cuya vida se trata”) (ibid,15).
En otras palabras, lo que importa no es que las personas sean iguales en todo, sino en que no des-
perdicien su vida, que lleguen a ser algo en la vida. La comunidad tiene que velar para que se cum-
pla el principio de igual importancia:

Una comunidad política que ejerza la soberanía sobre sus propios ciudadanos y que exija fidelidad y obediencia
para con las propias leyes ha de adoptar una actitud imparcial y objetiva hacia todos ellos: cada uno de sus ciu-
dadanos ha de votar, y sus funcionarios tienen que promulgar leyes y configurar políticas gubernamentales, te-
niendo presente esa responsabilidad. La igualdad de consideración, como he dicho, es la virtud especial e indis-
pensable de los soberanos (ibid,16).

9
Este acercamiento entre la concepción de la igualdad compleja de Walter y la igualdad de Dworkin lo expresa este
último autor en el siguiente presupuesto: “La igualdad es un ideal político popular pero misterioso. Las personas pueden
ser iguales (o al menos tener mayor igualdad) en un aspecto, con la consecuencia de que se vuelven desiguales (o más
desiguales) en otros” (2003, 21).

12
Mientras que el segundo principio, el de la responsabilidad, señala que una persona tiene la
responsabilidad de vivir el tipo de vida, dentro del plano de la cultura y sus recursos, que ella misma
eligió vivir, sin presión de otras personas o de otras opiniones.

En relación con ambos principios el gobierno tiene una doble responsabilidad: 1) El primero
exige que el gobierno, en la medida de lo posible, adopte leyes y políticas que aseguren que el desti-
no de los ciudadanos no se vea afectado por ser quienes son (por situación económica, de raza, de
género, de habilidades o minusvalías concretas). Mientras que el segundo principio exige al gobier-
no que en lo posible trabaje para asegurar que el destino de la gente será lo que ella eligió, y que
ella, éticamente, sea responsable de su elección (Ibid, 17). Sólo así, igualdad y responsabilidad
serán posibles dentro de un modelo político comunitario legítimo.

Un tercer enfoque no esta de acuerdo ni con las propuestas individualistas de liberalismo polí-
tico (libertarias), ni con las propuesta colectivistas del comunitarismo (igualitarista). Más bien, to-
mando cierta separación entre ambos enfoques, se presenta como un hibrido entre los dos, pero con
la diferencia de que no es un modelo nacido en la modernidad liberal sino anterior a ella, es decir,
más que ser antiliberal es preliberal, nos referimos al republicanismo cívico. Si los dos primeros
enfoques se presentan como una alternativa al modelo neoliberal, este último es una alternativa dire-
cta contra cualquier forma de decisionismo político que intente dividir arbitrariamente o corromper
a la comunidad.

En el mundo antiguo este enfoque político republicano fue una mezcla de lo mejor de las dis-
tintas formas de gobierno; monarquía, aristocracia y democracia. En la actualidad se nos presenta
como lo mejor del liberalismo (Rawls) y el comunitarismo (Sandel, Walzer y Taylor). Sin embargo,
tanto en el mundo antiguo como en el moderno se reconocen sus características típicas, que son: 1)
La superioridad de la vida política con respecto a las formas de vida privada. 2) La concepción de la
política como dominio de participación dentro de una comunidad política. 3) La enseñanza de las
“virtudes cívicas”, a través de la educación política, como criterio mínimo de participación en lo
público. 4) La lucha constante contra todo intento de “arbitrariedad” por parte de los gobernantes, a
favor de la libertad. 5) La búsqueda constante de la “vida buena” como criterio de justicia política en
cuanto a orden social y distribución de los bienes públicos materiales y postmateriales. 6) El criterio
de superioridad del “gobierno de las instituciones” por encima del “gobierno de hombres”, sin dejar
de tener en cuenta los criterios de tipo eficiente de conocimiento que deben tener los buenos gober-

13
nantes (no pueden haber buenas instituciones sin buenos gobernantes) en aras del “buen gobierno” y
el bien común. Aquí el criterio reinante es la capacidad censora que las instituciones y el pueblo
deben tener en sus gobiernos. 7) El rescate de la idea de que la política empieza en el municipio co-
mo lugar primario de encuentro del ciudadano con las instituciones del Estado. Y por supuesto no
puede faltar, 8) El sacrificio del ciudadano por la patria (patriotismo).

En este sentido, la idea republicana se hace reveladora al proponer como modelo de participa-
ción, la integración de una nueva clase política con instituciones funcionales y autónomas, que cuen-
tan con amplio apoyo ciudadano, para establecer las bases de un gobierno legítimo por su acción.
En este último enfoque encontramos entre sus máximos exponentes lo que se ha denominado
la “escuela de Cambrige” o new history donde teóricos como John Dunn, Queetin Skinner y John G.
Pocock, haciendo una crítica a la concepción liberal de libertad y del Estado, se han dado a la tarea
de rescatar el debate político republicano, o lo que ellos llaman “la tradición republicana atlántica”
que tiene sus raíces en los escritos maquiavelianos (sobre todo la de los Discursos) y que fue here-
dada desde Inglaterra (Thomás Paine) hasta los Estados Unidos por los padres fundadores (Hamil-
ton, Madinson, Jay, Franklin) jugando un papel fundamental en la guerra de independencia de ese
país y en posterior desarrollo como República.
Este debate ha abierto una clara disputata epistemologica en nuestro campo, ya que ha plan-
teado la necesidad de revisar las metodologías que se venían usando para hacer estudios en teoría
política, es decir, aquella que elevaba los textos políticos al rango de clásicos debido al influjo que
supuestamente tuvieron en su tiempo. Una investigación más detallada revela que muchos de estos
textos (sobre todos liberales) no tuvieron la importancia que se creía, mientras que otros que no son
tomados en cuenta (como los republicanos) jugaron un papel determinante y fundamental. De allí
que esta escuela haga tanto énfasis en el estudio de las complejas intenciones que llevaron a un autor
a decir lo que dijo en el momento que lo dijo como una relación del texto con el contexto.
En este sentido, el análisis filológico (el sentidos de las palabras en su propio tiempo y espa-
cio) son fundamentales para conocer exactamente el significado de una palabra o una idea, la impor-
tancia que tuvo en su tiempo y su posterior evolución y transformación en el presente.
Por ejemplo, Quentin Skinner revela en un estudio sobre la libertad (también lo hace con res-
pecto al Estado moderno), que la libertad liberal positiva (aquella que reclama derechos políticos y
la no interferencia del Estado en los asuntos privados) no jugó un papel tan determinante en los al-
bores de la modernidad, como la libertad republicana (o tercera libertad), es decir, aquella donde se

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manifiesta la oposición a cualquier régimen arbitrario (decisionista).10 Por supuesto que el máximo
exponente de esta idea es Philip Petit que con su obra “Republicanismo” internacionalizó el debate.
En España autores como Salvador Giner, Helena Bejar y Felix Ovejero Lucas han intervenido in-
tensamente en el debate, auque dándoles un matiz un tanto socialista. En Italia Mauricio Vilori se
levanta como el máximo exponente de un republicanismo que hunde sus raíces en las pequeñas re-
publicas-ciudades italianas del siglo XIV y XV. En América Latina este debate ha tenido dos repre-
sentantes en Julio Gargarella y Luiz Bresser Pereira.

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10
Mas exactamente esta es la discusión que se teje en torno a la idea republicanda de libertad política. Con una clara
influencia de la tesis de Philip Pettit, esta libertad se debe entender, no como ausencia de interferencias (liberalismo), ni
como sinónimo de autonomía, darnos nuestras propias normas (democracia) -ni negativa ni positiva en los términos de I.
Berlin-, sino como “la ausencia de dependencia de la voluntad arbitraria de una o varias personas” (republicana).

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