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Hombres y mujeres
del Espíritu
Meditaciones sobre
los dones del Espíritu Santo
3. El método
5. Modalidades de la comunicación
1.1 La estructura
Sólo con escuchar o leer de corrido este texto, se pueden fácil-
mente distinguir dos partes.
La primera describe al vástago de Jesé, lleno del Espíritu del Se-
ñor, lleno de buenas cualidades, de virtudes, de juicios justos (vv. 1-
5).
A continuación, en los vv. 6-9, contemplamos como en un cuadro
los efectos de este gobierno justo y prudente, que pueden percibirse
incluso en la transformación de la naturaleza: los animales salvajes se
amansan como si fueran animales domésticos, las serpientes vene-
nosas hacen las paces con el niño; y, pasando a una imagen marine-
ra, las aguas del mar de la sabiduría cubren el monte del Señor.
La plenitud de Espíritu de ese vástago irradiará sobre la naturale-
za animal y sobre la inanimada.
Se trata, por tanto, de un pequeño poema mesiánico que se refiere
al futuro y que describe una riqueza de prerrogativas propias del
Mesías que ha de venir.
LA PREMISA INDISPENSABLE
PARA LA DOCILIDAD
AL ESPÍRITU SANTO
«En aquel tiempo habló Jesús diciendo: "¡Ay de vosotros, letrados y fari-
seos hipócritas, que cerráis a los hombres el Reino de los cielos! Ni en-
tráis vosotros, ni dejáis entrar a los que quieren... ¡Ay de vosotros, letra-
dos y fariseos hipócritas, que viajáis por tierra para ganar un prosélito, y
cuando lo conseguís, lo hacéis digno del fuego el doble que vosotros! ¡Ay
de vosotros, guías ciegos, que decís: "Jurar por el templo no obliga, jurar
por el oro del templo sí obliga"! ¡Necios y ciegos! ¿Qué es más, el oro o el
templo que consagra el oro?
O también: "Jurar por el altar no obliga, jurar por la ofrenda que está en el
altar sí obliga". ¡Ciegos! ¿Qué es más, la ofrenda o el altar que consagra la
ofrenda?
Quien jura por el altar, jura también por todo lo que está sobre él; quien ju-
ra por el templo, jura también por el que habita en él; y quien jura por el
cielo, jura por el trono de Dios y también por el que está sentado en
él» (Mateo 23,13-22).
Vamos a releer estos dos textos bíblicos haciendo una serie de re-
flexiones que los actualicen y nos permitan aplicarlos a nuestra si-
tuación.
1. El documento cristiano más antiguo
EL ESPÍRITU DE PIEDAD
LA SABIDURÍA DE JESÚS
Parada de verificación
1.1 El lugar
El texto nos habla del lugar, Nazaret, donde Jesús había crecido
—donde se había «criado», se nos dice—, como para aludir discre-
tamente a las figuras de María y de José. En efecto, gracias a su
mediación, el niño Jesús recibió en Nazaret los dones de sabiduría
de su pueblo, que luego se unieron en Él con la sabiduría del Verbo.
Y podemos pensar con gratitud en nuestros padres y en todos los
que nos han transmitido la sabiduría de la Iglesia.
Nazaret fue el lugar donde Jesús aprendió a recitar los salmos, a le-
er y escuchar los libros sapienciales. La sinagoga era el edificio mate-
rial en el que se transmitía la sabiduría de Israel a través de la lectu-
ra del Pentateuco y de los Profetas.
1.2 El tiempo
El discurso se pronunció un sábado, tiempo sagrado, tiempo del
descanso de Dios, en el que los hebreos piadosos reflexionaban so-
bre los magnalia Dei, sobre el conjunto de las obras maravillosas rea-
lizadas por el Señor. No es el tiempo de hacer esto o aquello, sino
el tiempo del reposo contemplativo, de la mirada global.
1.3 La ocasión
La ocasión del discurso es la lectura sinagogal, la explicación del
texto.
Jesús lee un pasaje de Isaías (61,1-2) que describe la vocación de
un profeta lleno del Espíritu del Señor. Esto nos recuerda otros dos
textos que ya hemos citado: Isaías 11,2 («Reposará sobre él el Espí-
ritu de Yahvé») e Isaías 42,1 («He aquí a mi siervo, a quien yo sos-
tengo, mi elegido, en quien se complace mi alma»).
— Esta lectura del libro de Isaías crea una gran tensión en la gen-
te, que está esperando a ver qué dice Jesús. Por lo general, se da-
ba una explicación exegética o moralizante, con aplicaciones prácti-
cas para la vida cotidiana.
— Pero Jesús explica el pasaje profético con una afirmación muy
concreta: «Esta Escritura, que acabáis de oír, se ha cumplido hoy»
(Lucas 4,21); es decir: «Sobre mí está el Espíritu del Señor». Se trata
de una interpretación que pone de manifiesto el misterio del Reino,
de una proclamación de la misión de Jesús.
Por eso la gente se queda maravillada, asombrada, desconcertada;
reconoce que ha escuchado «palabras llenas de gracia» (en el pa-
ralelo de Mateo la gente dice: «¿De dónde le viene a éste esa sabi-
duría?»: Mateo 13,54). Aunque inmediatamente después, como sucede
con las grandes manifestaciones del Espíritu, la misma gente manifies-
ta su resistencia, su oposición, su desdén, su rechazo, hasta el pun-
to de echar a Jesús fuera de la ciudad «para despeñarle» (cf. Lucas
4,28-29). Me gustaría señalar que aquí se hace realidad el primer pe-
cado contra el Espíritu Santo, la resistencia a su acción.
«Sabéis muy bien, hermanos, que nuestra visita no fue inútil, ni mucho
menos; a pesar de los sufrimientos e injurias padecidos en Filipos, que ya co-
nocéis, tuvimos valor —apoyados en nuestro Dios— para predicaros el
evangelio de Dios en medio de fuerte oposición.
Nuestra exhortación no procedía de error o de motivos turbios, ni usaba en-
gaños, sino que Dios nos ha probado y nos ha confiado el evangelio, y así
lo predicamos, no para contentar a los hombres, sino a Dios, que prueba
nuestras intenciones.
Como bien sabéis, nunca hemos tenido palabras de adulación ni codicia di-
simulada. Dios es testigo. No pretendimos honor de los hombres, ni de vo-
sotros ni de los demás, aunque, como apóstoles de Cristo, podíamos haberos
hablado autoritariamente; por el contrario, os tratamos con delicadeza, como
una madre cuida de sus hijos.
Os teníamos tanto cariño que deseábamos entregaros no sólo el evange-
lio, sino hasta nuestras propias personas, porque os habíais ganado nues-
tro amor» (1 Tesalonicenses 2,l-8).
2. La sabiduría de la cruz
3. El don de la sabiduría
¿Qué es, por tanto, este don tan alto de la sabiduría, uno de los sie-
te dones del Espíritu Santo, que se nos ha comunicado por conna-
turalidad?
— Siempre es importante recurrir a ejemplos concretos, y aunque
es fácil encontrarlos en la vida de muchos santos, he escogido una
vez más a Teresa del Niño Jesús, ya que estamos en el centenario
de su muerte. En su Autobiografía A, al hablar de sus años de postu-
lantado y de noviciado, dice:
«La florecilla trasplantada a la montaña del Carmelo tenía que abrirse a la
sombra de la cruz; las lágrimas y la sangre de Jesús fueron su rocío, y su
Faz adorable velada por el llanto fue su sol... Hasta entonces todavía no
había yo sondeado la profundidad de los tesoros escondidos en la Santa
Faz. Fuiste tú, madre querida, quien me enseño a conocerlos. Lo mismo que,
hacía años, nos habías precedido a las demás en el Carmelo, así también
fuiste tú la primera en penetrar los misterios de amor ocultos en el rostro de
nuestro Esposo. Entonces tú me llamaste, y comprendí... Comprendí en qué
consistía la verdadera gloria. Aquel cuyo reino no es de este mundo me hizo
ver que la verdadera sabiduría consiste en "querer ser ignorada y tenida en
nada", en "cifrar la propia alegría en el desprecio de sí mismo" (Imitación
de Cristo I, 2,3; II, 49,7). Sí, yo quería que "mi rostro", como el de Jesús,
"estuviera verdaderamente escondido, y que nadie en la tierra me recono-
ciese" (cf. Isaías 53,3). Tenía sed de sufrir y de ser olvidada.;. ¡Qué miseri-
cordioso es el camino por donde me ha llevado siempre Dios! Nunca me
ha hecho desear algo que luego no me haya concedido. Por eso, su cáliz
amargo siempre me ha parecido delicioso...» (Historia de un alma, p. 187).
Se trata de un texto extraordinario. En primer lugar, podemos ob-
servar el cambio que tuvo lugar en esta adolescente (ingresada en el
Carmelo a los 15 años, descubre los «tesoros ocultos en el Santo
Rostro» poco después de su entrada en el monasterio, desde el
momento de su profesión de los votos, a los 17 años): las lágrimas, la
sangre de Jesús, se convierten para ella en rocío; el Rostro del cruci-
ficado velado por las lágrimas se convierte en su sol. Sólo la sabi-
duría de la cruz puede realizar un cambio semejante.
Más adelante habla de la verdadera sabiduría, infundida en ella
como un don, que le hace comprender el valor de ser ignorado y con-
siderado como nada, el gozo de vivir el desprecio de uno mismo.
Finalmente, da gracias al amor misericordioso de Dios, que la ha
guiado a través de las mociones del Espíritu, mociones que ha aco-
gido y a las que ha correspondido advirtiendo cómo se estaba reali-
zando en ella el don de lo alto.
— En las palabras de Teresa del Niño Jesús leemos los efectos
del don de sabiduría, intuimos el sabor cognoscitivo de este don.
Sintetizando las características del espíritu de sabiduría, podría-
mos describirlo como una penetración amorosa y sabrosa en los
misterios de Dios.
Una penetración —corresponde, por tanto, al entendimiento—, pero
amorosa, vinculada al amor; sabrosa, porque viene por connaturali-
dad; en los misterios de Dios, fundamentalmente en el misterio fon-
tal de la Trinidad y en todo cuanto se relaciona con ella.
Penetración concedida por la gracia del Espíritu Santo, que nos da
a conocer y nos hace gustar «la multiforme sabiduría de Dios..., con-
forme al previo designio eterno que realizó en Cristo Jesús, Señor
nuestro» (Efesios 3,10-11).
— Este don de la sabiduría es regalo de Dios, no está lejos de no-
sotros, es agua de nuestro pozo, de donde debemos sacarlo. No se
les da «también» a las personas más sencillas, sino sobre todo a
ellas:
«Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado
estas cosas a sabios e inteligentes y se las has revelado a los pequeños. Sí,
Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Pa-
dre, y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre nadie lo conoce
bien sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar» (Mateo 11,25-
27).
A nadie se excluye del don de la sabiduría —corre el riesgo de
verse excluido de él el presuntuoso, el orgulloso, el que resiste a
toda costa—; está dentro de nosotros, aunque no nos demos cuenta
de él.
Mirando a nuestro alrededor, podemos contemplar este conocimien-
to gustoso, íntimo y profundo de las cosas de Dios difundido en el
pueblo cristiano. Personalmente, lo he encontrado muchas veces en
personas sencillas, humildes, sin muchos discursos ni razonamientos
vanos, como por instinto espiritual, que demuestran tenerlo en el co-
razón mismo de las situaciones más complicadas y confusas. Me he
encontrado con enfermos que sufren con paz abandonándose en ma-
nos de Dios; con familias que viven con serenidad dramas terribles,
porque tienen el sentido de la cruz.
Es un don, el de la sabiduría y de la sabiduría de la cruz, que nos
hace preferir el gozo del servicio de Dios a todos los gozos de la tie-
rra:
«¡Qué amables tus moradas,
Yahvé Sebaot!...
Vale más un día en tus atrios
que mil en mis mansiones»
(Salmo 84,2.11).
«Te pedimos, Padre, que nos hagas sensibles a este don que por medio
de tu Espíritu derramas ampliamente en la Iglesia y del que nos haces
partícipes a cada uno de nosotros, aun cuando no lo comprendamos».
Porque no es necesario poseerlo conscientemente; lo importante
es que el Señor nos haga sentir el gusto de su misterio.
4. El vicio contrario
Conclusión
El Catecismo
EL ESPÍRITU SANTO
ES ANTES QUE NOSOTROS
Y ACTÚA MÁS Y MEJOR QUE NOSOTROS
«En aquel tiempo Jesús habló diciendo: —¡Ay de vosotros, letrados y fari-
seos hipócritas, que os parecéis a los sepulcros encalados! Por fuera tie-
nen buena apariencia, pero por dentro están llenos de huesos y podre-
dumbre; lo mismo vosotros: por fuera parecéis justos, pero por dentro est-
áis repletos de hipocresía y crímenes.
¡Ay de vosotros, letrados y fariseos hipócritas, que edificáis sepulcros a los
profetas y ornamentáis los mausoleos de los justos, diciendo: "Si hubié-
ramos vivido en tiempo de nuestros padres, no habríamos sido cómpli-
ces suyos en el asesinato de los profetas". Con esto atestiguáis en contra
vuestra, que sois hijos de los que asesinaron a los profetas. ¡Colmad tam-
bién vosotros la medida de vuestros padres!» (Mateo 23,27-32).
Celebramos hoy la memoria litúrgica de santa Mónica, madre de San
Agustín; por lo poco que su hijo nos dice de ella, es fácil contemplar
en esta mujer un modelo del temor de Dios: en su reserva, en su
humildad, en su paciencia, en su adhesión a los designios del Señor,
en su aceptación de los sufrimientos de la vida (un marido difícil, un
hijo extraviado) y en la inquebrantable esperanza de su caminar.
El don de temor de Dios es además don de fortaleza. Se percibe
en Mónica esa fuerza invencible del amor materno, que un día aca-
bará triunfando sobre Agustín. Toda mujer está llamada a expresar
una maternidad espiritual con un amor capaz de mover, conmover,
convencer, sacudir, resistir y persistir. Esa fuerza es un gran don del
Espíritu, y se lo vamos a pedir para todas las mujeres del mundo.
Esta página del evangelio según San Mateo recoge los dos últi-
mos de los siete «¡ay!», de las siete maldiciones.
— El sexto «¡ay!» compara a los escribas y fariseos hipócritas con
los «sepulcros blanqueados», una comparación que nos pone los pe-
los de punta. Cuando visitamos los cementerios, vemos los sepulcros,
los monumentos, pero pensamos en nuestras personas queridas tal
como las conocimos mientras vivían; el realismo de Jesús es dramá-
tico: ¿qué hay en los sepulcros? Huesos y podredumbre. Ciertamente,
Jesús no pretende que nos espante la corrupción de los cuerpos, que
es un hecho natural, biológico; lo que sí quiere es subrayar el tre-
mendo contraste entre lo interior y lo exterior, entre la apariencia
externa y el interior, lleno de hipocresía y de iniquidad.
Se trata, por tanto, de una advertencia muy seria a nuestros de-
seos de parecer más que de ser, de aparentar más que de valer; es
una advertencia a ese mundo mediático en el que todo se basa en la
apariencia, en el éxito, en la imagen, y no en los valores interiores. Es
un juicio de Jesús sobre una sociedad como la nuestra, tan propensa
al espectáculo y tan despreocupada por la verdad profunda de las co-
sas.
— Otra frase que merecería un comentario adecuado es aquella
de «¡Ay de vosotros, letrados y fariseos hipócritas, que edificáis se-
pulcros a los profetas!»
A primera vista, parece que no va con nosotros; pero la realidad
es que los verdaderos profetas nos resultan incómodos mientras vi-
ven, y los exaltamos cuando mueren. Y siempre sucede lo mismo.
He conocido a muchos profetas, lo mismo que vosotros, ya que en la
Italia de nuestros días los tenemos en abundancia; no necesaria-
mente el que tiene un carisma profético es un santo, ni es impecable;
por eso resulta fácil arrojar sombras su persona y defenderse de su
mensaje. Pero, una vez que muere y ya no puede molestar a nadie,
entonces todos se ponen a exaltarlo, a añorarlo, a canonizarlo.
Baste recordar las críticas tan ásperas que se hicieron contra Gior-
gio La Pira. Una vez fallecido, muchos querían y quieren hacerlo
santo. Pero lo importante era haber comprendido antes la profecía
que él proclamaba. Podría mencionar a otras personas que, aunque
no eran perfectas en todo, tuvieron que ver cómo se anulaba la
fuerza de su profecía.
Jesús nos enseña a ser auténticos, justos y sobrios, a reconocer al
Espíritu allí donde habla, sin pretender que los instrumentos huma-
nos sean siempre perfectos, sino sabiendo distinguir entre la ver-
dadera voz profética y sus inevitables carencias humanas.
De eso se ocupa el don de consejo como capacidad de discernir
las situaciones complejas, conflictivas y difíciles.
EL ESPÍRITU DE CONSEJO
EL ESPÍRITU DE ENTENDIMIENTO
Y DE CIENCIA
2. Meditatio
«En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: —Estad en vela, porque no
sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Comprended que, si supiera el due-
ño de la casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no
dejaría abrir un boquete en su casa. Por eso, estad también vosotros prepa-
rados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre.
¿Dónde hay un criado fiel y cuidadoso a quien el amo encarga de dar a la
servidumbre la comida a sus horas? Pues dichoso ese criado si el amo, al
llegar, lo encuentra portándose así. Os aseguro que le confiará la adminis-
tración de todos sus bienes. Pero si el criado es un canalla y, pensando
que su amo tardará, empieza a pegar a sus compañeros y a comer y a
beber con los borrachos, el día y la hora que menos se lo espera llegará el
amo y lo hará pedazos. Allí será el llanto y el rechinar de dientes» (Mateo
24,42-51).
San Agustín, cuya memoria celebramos hoy, es uno de los principa-
les doctores de la Iglesia y uno de los grandes genios de la historia,
un genio espiritual e intelectual que está en el origen de toda la civili-
zación de Occidente. Admiramos en él los dones de Dios y las inspi-
raciones del Espíritu Santo; por ejemplo, la inspiración de la fortaleza
en el momento en que decidió dejar la vida de pecado y seguir final-
mente la llamada del Señor. Y, sobre todo, admiramos en él los dones
del entendimiento y de ciencia, que le hicieron capaz de penetrar en
los misterios de Dios y explicarlos de manera inimitable. Un conoci-
miento, el suyo, amoroso y penetrante, custodiado en la humildad y en
la simplicidad, ya que vivió al margen del Imperio, en una pequeña
diócesis, en contacto diario con su gente.
Personalmente, admiro en Agustín una figura extraordinaria de la
grandeza y la humildad cristianas.
Estrechamente vinculado a la Iglesia de Milán, donde conoció a
Ambrosio y se encontró con el Señor, donde recibió el bautismo y
comenzó su camino de cristiano fervoroso y de escritor de obras im-
portantísimas, en su libro de las Confesiones recuerda Agustín con
nostalgia a la Iglesia ambrosiana, los cantos de los salmos del pue-
blo de Dios, la figura de San Ambrosio; es un libro que se sigue le-
yendo y del que se siguen imprimiendo innumerables ejemplares.
Cuando una persona es dócil a los dones del Espíritu Santo, su in-
fluencia se extiende por los siglos sin fin, y así ha ocurrido con
Agustín.
Así pues, demos gracias al Señor por los dones que le concedió y
por sus escritos, que no cesan de enfervorizar al corazón que se
acerca a ellos.
EL ESPÍRITU DE FORTALEZA
«Señor Jesús, te pedimos que nos ayudes a llenar de vida las palabras, las
reflexiones, las intuiciones, los descubrimientos interiores que han brotado
y siguen brotando estos días en nuestro espíritu, de forma que los recor-
demos como máximas, principios, propósitos para el camino que tenemos
por delante, para el crecimiento de nuestra vida de cristianismo auténtico.
María, tú que supiste traducir en tu vida de cada día el misterio de la Pala-
bra acogida en tu "sí" al anuncio del ángel, concédenos abrir nuestra
mente y nuestra existencia al Espíritu Santo».
«En aquel tiempo, estaba Jesús a la orilla del lago Genesaret, y la gente se
agolpaba sobre él para oír la palabra de Dios, cuando vio dos barcas que
estaban a la orilla del lago. Los pescadores habían bajado de ellas y lava-
ban las redes. Subiendo a una de las barcas, que era de Simón, le pidió
que se alejara un poco de tierra; y sentándose, enseñaba desde la barca
a la muchedumbre.
Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: "Boga mar adentro, y echad vues-
tras redes para pescar". Simón le respondió: "Maestro, hemos estado
bregando toda la noche y no hemos pescado nada; pero, en tu palabra,
echaré las redes". Y, haciéndolo así, pescaron gran cantidad de peces, de
modo que las redes amenazaban romperse. Hicieron señas a los compa-
ñeros de la otra barca para que vinieran en su ayuda. Vinieron, pues, y llena-
ron tanto las dos barcas que casi se hundían.
Al verlo Simón Pedro, cayó a los pies de Jesús, diciendo: "Aléjate de mí,
Señor, que soy un hombre pecador". Pues el asombro se había apodera-
do de él y de cuantos con él estaban, a causa de los peces que habían
pescado. Y lo mismo de Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran com-
pañeros de Simón. Jesús dijo a Simón: "No temas. Desde ahora serás pes-
cador de hombres". Llevaron a tierra las barcas y, dejándolo todo, lo siguie-
ron» (Lucas 5,1-11).
Celebramos la misa de acción de gracias por el 25 aniversario de
la consagración de dos hermanas vuestras. Y vivimos un momento de
gozo particular, porque con sus votos fundaron vuestra comunidad;
son los primeros votos, a los que siguieron las demás profesiones.
Así pues, deseamos expresar nuestra más vivo agradecimiento al
Señor por el pasado, y al mismo tiempo mantener nuestra confianza
y esperanza para el futuro.
Las lecturas bíblicas que habéis escogido son muy significativas.
Empezaré reflexionando sobre el texto de la Carta de Pablo a los Co-
losenses, porque en él se expresan tres actitudes, tres interpelacio-
nes que valen para cada una de vosotras.
2. «En tu palabra»
«¡María, Madre de nuestra alegría, pide al Señor que nos conceda partici-
par de la alegría de tu Hijo resucitado, que sintamos en nosotros la pleni-
tud de los dones de su Espíritu!».
Hace un año, en agosto de 1996, me encontraba en Australia
dando unas lecciones de Biblia; recuerdo que una tarde, en una
gran iglesia llena de gente, propuse una reflexión sobre el encuen-
tro de los dos discípulos de Emaús con el Resucitado. Cuando llegó
el momento de las preguntas, una mujer se levantó y me preguntó:
«¿No cree usted que uno de los dos discípulos era una mujer?». De
momento me quedé parado, y luego respondí que, efectivamente,
había algún exegeta que pensaba de este modo, pero que mi opi-
nión no era ésa, porque los dos recibieron el reproche de Jesús por
su poca fe, y en los evangelios nunca se hace ese reproche a nin-
guna mujer.
De todas formas, a fin de evitar cualquier equívoco, voy a tomar
como tema de nuestra meditación el relato de las mujeres en el se-
pulcro, que está también en Lucas, en el cap. 24,1-11, y que nos
ayudará a recordar los dones del Espíritu Santo y a considerar a la
vez la realidad espiritual vinculada por santo Tomás de Aquino a los
dones, es decir, las bienaventuranzas.
Es verdad que estas relaciones son a veces un tanto artificiales,
pero nos permiten descubrir algo de la multiforme riqueza del Espíri-
tu. Además, si nuestros padres en la fe buscaron ciertas consonan-
cias entre las diversas actitudes (virtudes, dones, bienaventuranzas)
expresadas por la Escritura, significa que pueden ser útiles e impor-
tantes para la vida cristiana.
Al leer el texto, tengamos presentes tres preguntas: ¿Cómo mueve
el Espíritu Santo a las mujeres a encontrarse con el Resucitado y a
proclamar su Resurrección? ¿Qué bienaventuranzas las mueve a po-
ner en práctica su acercamiento al Resucitado y a testimoniarlo?
¿Qué dones del Espíritu destacan en estas mujeres de la Resurrec-
ción?
1. Las mujeres en el sepulcro
Vamos, pues, a releer este texto recordando los dones del Espíri-
tu y las bienaventuranzas evangélicas.
La secuencia puede compendiarse en estos seis pasos:
─ el episodio de los aromas;
─ la entrada en el sepulcro, donde no encuentran el cuerpo;
─ los dos hombres con vestidos resplandecientes y las mujeres con el ros-
tro en tierra;
─ el anuncio: «No está aquí, ha resucitado. Recordad cuando os habló en
Galilea»;
─ las mujeres recuerdan;
─ las mujeres anuncian, pero su anuncio no es creído.
Hay toda una serie de procederes y de alusiones, de símbolos de
la vida y de la experiencia apostólica, lo bello y lo no tan bello, lo
claro y lo oscuro; como siempre, los relatos evangélicos reflejan la
complejidad de la existencia.
Nos esforzaremos por percibir con mucha simplicidad, punto por
punto, qué se nos dice a nosotros, tomando para ello, como clave
de nuestra lectura, las bienaventuranzas y los dones del Espíritu.
***
Quisiera invitar a todas nuestras comunidades —parroquias, aso-
ciaciones, grupos, movimientos— a hacer el siguiente examen de
conciencia, para que se sometan libremente y con generosidad al
juicio de la Palabra de Dios y se abran al soplo del Espíritu.
***
1. Serás una comunidad de fe, nutrida de la fe de toda la Iglesia, y
harás que tu corazón y toda tu vida se adhieran incondicional-
mente al Dios vivo que nos ha hablado en Jesucristo. Cultivarás
la rectitud de intención y estarás alegre en la aflicción y predis-
puesta a la misericordia para con los lejanos y con los próximos.
¿Es tu fe la fe de la Iglesia católica? ¿Vives intensamente la ad-
hesión al Dios vivo que la Iglesia te ha hecho conocer? ¿Eres una
comunidad que escucha con fe la Palabra, que celebra la divina litur-
gia y que da testimonio del Evangelio del Señor Jesús? ¿Cómo vives
las bienaventuranzas de los limpios de corazón, de los afligidos, de
los misericordiosos?